Capítulo 7

23 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas

Las Fuerzas Unidas de los phaerimm estaban exactamente donde Melegaunt había dicho que estarían, en los pasadizos enanos poco más allá de la brecha en la Muralla de los Sharn. En el aire flotaba una luz mágica y verdosa cuyo brillo era apenas suficiente para iluminar la estancia y hacer innecesaria la visión oscura de Galaeron. La pequeñísima cámara estaba atestada de phaerimm, el extremo final de cuyas colas arrastraba por el suelo para que pudieran flotar erguidos debajo del techo de poca altura. Estaban rodeados por los remolinos de polvo que levantaba una cacofonía de extraños vientos sibilantes similares a los diablos de arena que el elfo había visto algunas veces recorriendo el Anauroch.

En el fondo de la cámara, apenas visible entre los apretujados phaerimm y los remolinos de polvo, una jaula de pulidos huesos bloqueaba la entrada a un lado del pasadizo. Los barrotes verticales estaban hechos de una sucesión de sólidos fémures humanos unidos por los extremos por medios mágicos. Los barrotes horizontales, de un color más claro y por lo general de forma más delicada, probablemente pertenecían a elfos. La puerta era una trama de costillas en torno a cuatro cráneos, dos humanos y dos elfos, que todavía tenían los tristes ojos flotando en las cuencas.

La puerta estaba entreabierta, y la atención de los phaerimm parecía centrada en la pared del túnel del lado de la jaula, donde había un par de elfos sentados contra el muro de piedra. Entre el bosque de phaerimm, Galaeron reconoció las doradas junturas de la armadura de Kiinyon Colbathin. No consiguió identificar a la otra figura, aunque el hilo de oro y la seda roja que logró entrever parecían indicar que se trataba de un alto mago.

Resultaba difícil ver más. Él y Melegaunt estaban en el otro extremo de la Muralla de los Sharn, a cuatro patas el uno frente al otro para espiar por el agujero que había abierto el acechador Shatevar. Vala y sus hombres se encontraban a unos cien pasos de ellos, vigilando por si aparecían más phaerimm. Incluso a esa distancia, sus pensamientos afluían a la mente de Galaeron como una corriente ininterrumpida. Trató de centrarse en los tres phaerimm más próximos a los dos prisioneros.

Tu tosquedad no nos ha dejado más que cadáveres, Tha —decía el que estaba más cerca de Kiinyon. Aunque parecía que se dirigía a su compañero a través de los remolinos de viento, Galaeron lo comprendió sólo concentrándose en sus pensamientos. El esfuerzo hizo que le doliera la cabeza, ya que el mismo mensaje a menudo se perdía en un amasijo emocional de celos y desprecio—. Es hora de permitir que alguien más hábil los sacuda.

Es posible, Zay…, si hubiera alguien más hábil —respondió Tha.

Los demás se han desgañitado gritando y no te han dicho nada —replicó Zay—. Primero tenemos que doblegar su voluntad, sólo entonces nos dirán las palabras.

Melegaunt dio unos golpecitos en el brazo de Galaeron.

¿Palabras? —El mago no lo dijo, sino que lo pensó.

Tal vez palabras de paso. —Galaeron evitó intencionadamente mencionar el mythal.

Tendría que haberlo supuesto —respondió Melegaunt—. Hay un mythal.

Yo no dije nada de un mythal. —Galaeron frunció el entrecejo.

Las palabras también tienen sombras. —Melegaunt se encogió de hombros.

Ya lo había notado —pensó Galaeron—, pero ¿qué explicaría el mythal de Evereska…, suponiendo que lo hubiera?

Melegaunt esbozó una sonrisa cómplice.

Los phaerimm necesitan magia en su entorno para sobrevivir, del mismo modo que tú y yo necesitamos el aire. Sin él no podemos respirar.

¿Entonces cómo es que siguen vivos? No puede haber tanta magia en el Anauroch —retrucó Galaeron.

Más de la que piensas. ¿Qué crees que es la Muralla de los Sharn?

¿La barrera que los encierra es lo que los mantiene vivos? Vaya crueldad —pensó Galaeron.

Tal vez, pero no tanto como lo que ellos harían a Evereska…, si es que tiene un mythal —respondió Melegaunt—. Los phaerimm son criaturas solitarias, poco sociables, pero hay casi cuarenta de ellas viviendo juntas en las ruinas de Myth Drannor.

Galaeron asintió, comprendiendo el significado de las palabras mentales de Melegaunt. El antiguo mythal que otrora había protegido a Myth Drannor no había caído con la ciudad. Aunque se había deteriorado a través de los siglos, seguía siendo muy poderoso, lo suficiente, al parecer, como para alimentar a una colonia de phaerimm. Y si la magia en decadencia del mythal de Myth Drannor bastaba para el sustento de cuarenta de esas criaturas, el mero pensamiento de la cantidad que podrían abastecerse del mythal mucho más potente de Evereska era para echarse a temblar.

Galaeron sacudió la cabeza pensando en el mal que había desatado.

Melegaunt lo palmeó en la rodilla.

No fuiste tú quien desató esto. Estabas cumpliendo el juramento que habías hecho. Si hay algún culpable, ése soy yo.

Supe que estábamos en esto hasta el cuello en cuanto vi al acechador de Vala, y ella me lo advirtió. Si la hubiera escuchado… —Galaeron sacudió la cabeza al pensarlo.

Habrías incumplido tu juramento de proteger las criptas de tus ancestros, y eso no hubiera sido propio de ti —replicó Melegaunt—. Y si yo no hubiera estado tan ansioso de escapar, no habría dado instrucciones a Vala de profanar una cripta, por más que fuese de los Vysham, para acceder a una mina enana. Al menos, es culpa de ambos, y no tiene sentido que tratemos de exculparnos mutuamente. Si tú hubieras sido un cobarde y me hubieses dado la espalda, el mal habría sido mucho mayor. Vamos a solucionar esto, tú y yo juntos, pero es algo que no sólo atañe a Evereska. Es mucho más extenso. Aunque fracasáramos y Evereska cayera, lo que hiciste seguiría valiendo la pena.

Tal vez para un humano —repuso Galaeron.

Aunque no lo pensó conscientemente, sabía que en caso de que Evereska cayera, su nombre sería vilipendiado en siglos venideros del mismo modo que el de los Vyshaan o que los drows. Al menos en Faerun, ya que Evereska era el último reducto de la civilización de los elfos, todo lo que quedaba de los imperios que habían fundado poderosas ciudades como Cormanthor y Syluvanede. Más decidido que nunca a encontrar la forma de detener a los phaerimm, a destruir a toda su raza si era necesario, volvió a centrar su atención en las Fuerzas Unidas.

Tras haber convencido a su interlocutor sobre la mejor forma de seguir adelante con el interrogatorio, Zay sostenía a Kiinyon Colbathin abierto de brazos y de piernas por encima de su dentuda mandíbula, mientras golpeaba con su cola llena de pinchos las junturas ensangrentadas de la vapuleada armadura del capitán de los Guardianes de Tumbas.

¿Qué te parecería eso, elfo? —El phaerimm se valía del discurso mental para dirigirse al prisionero, ya que no era probable que los elfos hablaran el lenguaje eólico de su raza—. Sería un honor que depositara mi huevo en ti.

Dobló la pinchuda cola acercándola a los labios de Kiinyon e indicando a varios de sus congéneres que se acercaran. Éstos se pusieron a su mismo nivel y empezaron a recorrer con sus colas el cuerpo del elfo, buscando orificios o grietas en su armadura.

Tal vez permita que seas portador de los huevos de todos mis amigos —amenazó Zay.

Kiinyon parecía estar sumido en un estado de semiinconsciencia que casi no le permitía darse cuenta de la situación. Tenía los ojos hinchados y semicerrados, y la nariz rota formaba una mancha sanguinolenta en medio de su cara. Sus labios estaban partidos y de ellos sobresalía la punta de la lengua señalando el lugar donde deberían haber estado los dientes. Resultaba más difícil imaginar cómo estaría el cuerpo debajo de la armadura, aunque las grietas abiertas en ella permitían ver la carne maltratada.

¿Qué te parecería eso, esclavo? ¿Todas esas larvas creciendo en tu interior, abriéndose camino por tus entrañas, devorando el alimento de tu estómago?

—Imposible. ¡No! —gritó Kiinyon sacudiendo la cabeza.

Las palabras salían de su boca con tal dificultad que Galaeron a duras penas las entendió. Se sorprendió al darse cuenta de que no lo afectaba el dolor del capitán de los Guardianes de Tumbas. Los elfos, que mantenían un contacto razonablemente estrecho a través de la ensoñación y el tejido, estaban tan conectados entre sí que compartían al menos la sombra de las experiencias emocionales del otro. Sin embargo, a Galaeron sólo le llegaban la angustia y el miedo de Kiinyon a través del conjuro de escucha de Melegaunt. Le daba vergüenza admitirlo, pero incluso había una parte de él que realmente disfrutaba con el dolor del capitán de los Guardianes de Tumbas.

A Galaeron, esa extraña sensación le resultó tan inquietante como aterradora. Los elfos no eran rencorosos, ya que sus vínculos emocionales solían compensar esas bajas pasiones. En un sentido muy real, desearle mal a una persona era como desearlo para uno mismo, y ni siquiera el más arrogante de los elfos dorados era lo bastante tonto como para hacer eso. Los malos sentimientos que Galaeron albergaba le parecían demasiado humanos.

El phaerimm siguió sosteniendo a Kiinyon en esa posición durante largo rato mientras sus compañeros pasaban sus colas cubiertas de púas por encima del cuerpo del elfo, hasta que un gemido extraño, rítmico, brotó de los labios del capitán de los Guardianes de Tumbas. Galaeron no reconoció el sonido hasta que el otro cautivo, el elfo con vestiduras de alto mago, empezó a pronunciar la Plegaria de los Moribundos.

—Mira, allí, al oeste. Allí veo a mis camaradas y a mis amantes, a mis amigos de la infancia, a los que se han ido antes que yo y a los que todavía están por llegar. Allí los veo en los altos robles, en las altas ramas donde el sol dorado ilumina sus rostros.

»Me llaman por mi nombre. Me llaman por mi nombre. Me llaman hacia el oeste y hacia allá voy.

La voz era inconfundible. No sólo vocalizaba muy bien y tenía la entonación elocuente tan típica de los elfos del sol, sino que tenía el mismo timbre engolado que Galaeron había llegado a conocer tan bien durante sus dos últimos años de servicio. La voz pertenecía, sin duda alguna, al padre de Louenghris, a lord Imesfor.

Uno de los phaerimm le dio un revés al alto mago, obligándolo a guardar silencio, luego Zay levantó su cola y la descargó con fuerza sobre el pecho de Kiinyon. El aguijón penetró el acero del mithril y se hundió hasta su base, pero Galaeron no vio la convulsión muscular que había percibido cuando implantaron a Takari.

¿No? Entonces debes darme una razón —dijo el phaerimm—. Dime la primera palabra y te dejaré morir sin desovar en ti.

—Corazón Áureo —musitó Kiinyon—. La palabra es Corazón Áureo.

¡Embustero!

A una señal de Zay, doce aguijones atravesaron la armadura de Kiinyon. Un par de colas empezaron a convulsionarse, pero los espasmos parecían más débiles y lentos que los que habían implantado el huevo en Takari. El capitán de los Guardianes de Tumbas gritó y su cuerpo se hinchó y se elevó hacia el techo. El phaerimm lo sujetó y evitó que llegara a él.

Atónito como estaba Galaeron por el extraño efecto, aún lo estaba más al descubrir que realmente podía permanecer allí observando. Lo normal habría sido que se sintiera tan descompuesto como para atacar sin pensar en las consecuencias o para retirarse aterrorizado.

Felicitaciones, Zay —dijo Tha, hablando ahora en el lenguaje eólico de los phaerimm—. La misma respuesta falsa.

Zay metió a Kiinyon en la jaula de huesos, donde el capitán de los Guardianes de Tumbas se elevó hacia el techo y quedó allí, flotando indefenso, mantenido en su lugar por la extraña magia que le habían inyectado los phaerimm.

No puede ser que la respuesta sea falsa —dijo Zay—, es sólo que nosotros no sabemos interpretarla.

A Galaeron se le cayó el alma a los pies. Los phaerimm podían estar hablando de cualquiera de los diferentes portales de acceso a Evereska, pero lo más probable es que se tratara de la Puerta Secreta, el único paso por las montañas desde este lado. Era también el camino por el que estaban saliendo del valle los Espadas de Evereska, y Galaeron no quería ni pensar lo que podría suceder cuando su padre saliera del portal y cayera directamente en manos de una banda de phaerimm.

Lord Imesfor empezó a recitar la Plegaria de los Moribundos, esta vez por sí mismo. Galaeron retrocedió y dirigió la vista a otra parte. Con tantos phaerimm en el lugar, no veía modo alguno de llevar a cabo un rescate, y teniendo en cuenta las extrañas y vengativas emociones que había estado experimentando, no estaba seguro de querer descubrir cómo se sentiría cuando mataran al alto mago.

Sintió una palmada en la rodilla y al levantar la vista vio a Melegaunt.

Vamos, no tenemos mucho tiempo para hacer planes.

El mago se deslizó por el túnel delante de Galaeron hasta donde estaban reunidos Vala y sus hombres. Tenía que andar agachado, como el esclavo al que habían visto antes, ya que el pasadizo tenía menos de un metro y medio de diámetro y forma de tubo, mucho más cómodo para que flotaran los phaerimm que para que anduvieran por él los humanos. Galaeron se unió a los demás y se puso de rodillas, pues le dolía la espalda de caminar doblado.

Melegaunt pasó la mano por el techo y pronunció un encantamiento silencioso, creando una cortina de sombra entre el grupo y el pasaje que daba al lugar donde estaban las Fuerzas Unidas. Designó a Dexon para vigilar el otro lado, luego se volvió hacia los demás y les indicó que hablaran en voz baja.

—Podríamos matar a dos o tres, pero no a diecisiete —dijo Melegaunt—. Eso hace que haya que descartar la lucha, de modo que tendremos que hacerlo de otra manera.

Galaeron alzó las cejas con gesto inquisitivo.

—Si están pensando en un rescate, debes saber que en Evereska tenemos por principio no arriesgar demasiadas vidas en un intento desesperado de salvar unas cuantas.

—¿Y cuántas veces se aplica ese principio? —preguntó Melegaunt.

—No muchas —respondió Galaeron sonriendo.

—Eso me parecía —dijo Melegaunt—. ¿Has visto cómo abrí el sendero de sombra?

—Me supera un poco —admitió Galaeron—, aunque si te tomas un momento para enseñarme…

—¡No! —La respuesta de Melegaunt fue tajante—. Eso lleva a la ruina. Está bien ponerte a prueba con la mansa magia de los elfos, pero no lo intentes con lo que yo te he mostrado. Serás consumido por tu propia sombra. ¿Está claro?

Galaeron quedó un poco desconcertado por la severidad de Melegaunt.

—Me limitaré a usar los conjuros que pueda dominar —dijo.

—Y jamás mezcles las dos magias. —Melegaunt señaló vagamente hacia la brecha en la Muralla de los Sharn—. Ya hemos visto cuáles son las consecuencias.

Galaeron volvió a asentir.

—Bien, esto es lo que vamos a hacer. —Explicó su plan y cuando acabó miró a Vala—. Por lo que he visto, Kiinyon Colbathin vacilaría antes de confiar en un humano, y nada nos hace pensar que un alto mago elfo del sol pueda tener menos prejuicios. Me temo que Galaeron debe ir contigo.

Vala estudió a Galaeron un momento y a continuación miró la vaina de su espada.

—¿Puedes manejar eso?

Sospechando que a ella no la impresionaría su tercer puesto en la graduación de aceros de su regiforma, se limitó a asentir.

—Sí, puedo, pero la espada no sirvió de mucho contra los phaerimm la última vez.

—Es su magia —explicó Melegaunt—. Ni siquiera los afecta el acero encantado.

Vala se volvió hacia Dexon.

—¿Podrías cambiar con él hasta que hayamos terminado con esto?

Una punta del bigote del hombre se elevó como si la idea no le gustara mucho, pero finalmente asintió.

—Siempre y cuando él lo entienda.

—¿Entienda?

—Si pierdes el arma, el nombre de su hijo se perderá —dijo Vala—. En nuestro valle, el título de un noble va unido a su espada.

Melegaunt frunció el entrecejo al oírlo.

—Ésa no fue nunca mi intención.

—Has estado lejos demasiado tiempo —dijo Vala—. Así son las cosas ahora.

—No importa. —Galaeron mostró las palmas de sus manos—. No puedo sostener esa espada. La última vez que lo intenté, un frío intenso me quemó los dedos.

—No sentirás el frío esta vez —dijo Melegaunt.

Hizo un gesto con la cabeza a Vala, que se despojó de la vaina de la espada y la apoyó contra la pared, colocándose a continuación de rodillas ante Galaeron. Él hizo lo mismo con la suya y se la pasó a Dexon, ocupando después su lugar frente a Vala. Melegaunt encendió una antorcha. Hizo que ataran y amordazaran a Galaeron y a Vala y apostó un guerrero detrás de cada uno de ellos. Sacó su daga de cristal de la vaina y, arrodillado junto a Vala, empezó su encantamiento.

Un manto de sombra oscureció los ojos de Vala, y su expresión se transformó de inmediato en otra de vanidad y desconfianza. Sin haber acabado del todo de pronunciar las sílabas de su conjuro, Melegaunt pasó su daga de cristal por el suelo junto a la mujer, recortando la sombra proyectada por su antorcha. La mirada de Vala se volvió inmediatamente feroz y airada. Giró hacia Melegaunt y dio un salto de lado en el aire clavándole las rodillas en las costillas a pesar de que tenía los pies atados. Kuhl se arrojó encima de ella, aplastándola contra el suelo con su cuerpo y manteniéndola inmovilizada.

Separada ahora de su cuerpo, la sombra de Vala se puso de pie y se mantuvo erguida, curvando su cuerpo contra la pared del túnel de tal manera que su cuerpo jamás habría conseguido. La sombra recuperó la funda de donde Vala la había colocado y se volvió a esperar a Galaeron.

El elfo no podía apartar la mirada del castigado cuerpo prisionero bajo el de Kuhl. Cuando Melegaunt se arrodilló junto a él y comenzó el encantamiento, el corazón de Galaeron empezó a latir desbocado. La idea de volverse tan loco como Vala lo aterrorizaba. Después de todo, los espíritus de los elfos eran diferentes de las almas de los humanos, y no estaba nada seguro de poder encontrar la forma de regresar a su cuerpo. No obstante, se obligó a permanecer tranquilo e inmóvil, ya que lo inquietaban las emociones vengativas que había experimentado antes y estaba decidido a redimirse, aunque sólo fuera ante sus propios ojos.

Galaeron tuvo la sensación de transformarse en piedra, luego se encontró mirando a su propio cuerpo, tratando de ver a través de Melegaunt mientras éste pasaba el cuchillo cristalino por el suelo junto a su pierna. Realmente podía sentir la hoja, helada y afilada, que lo liberaba de su cuerpo. Cuando el mago acabó, Galaeron fue presa de un frío espantoso. Su cuerpo se transformó en algo salvaje que giró el torso en un intento furioso de golpear la cabeza contra Melegaunt.

Dexon se lanzó sobre el cuerpo de Galaeron, aplastándolo contra el suelo y manteniéndolo inmóvil. Galaeron sintió preocupación por aquel cuerpo sometido, pero la apartó de su mente y cogió la funda de Dexon del cinto de éste. La colgó donde se suponía debía estar, en su propio cinto, tal como Melegaunt le había indicado, y la espada se fundió con su propia forma. Galaeron estiró la mano y sintió el contacto de la empuñadura en la palma, pero no sintió el peso sobre su cadera. Tampoco notó ningún frío particular en el arma. Más bien tuvo la sensación de que todo el mundo, es decir, las paredes del túnel, la espadaoscura, su propia forma, se habían convertido en la sustancia misma del frío.

—¿Listo? —La voz de Vala sonaba tenue y profunda.

Galaeron asintió y la siguió túnel arriba, más que andando, fluyendo a lo largo de las paredes. Se desorientó al deslizarse a través de la cortina de sombra que Melegaunt había colgado en el comienzo del pasadizo, pero luego siguió adelante guiándose por la luz del conjuro de los phaerimm. Vala se deslizaba por el techo mientras él lo hacía por el suelo, y juntos atravesaron la entrada de los pasadizos enanos.

Zay tenía a lord Imesfor sujeto con dos manos mientras con una tercera le tapaba la boca para impedirle pronunciar algún encantamiento inesperado, y se valía de una cuarta para tirar de los anillos de oro del mago. Como muchos de los anillos eran demasiado pequeños para pasar por los nudillos rotos del elfo, el phaerimm quebraba y desprendía minuciosamente cada uno de los dedos en el nudillo adecuado. Lord Imesfor aceptaba esto con una calma asombrosa, mirando a su torturador con más rabia que dolor.

Debajo de lord Imesfor había una verdadera pila de amuletos, aparatos, cinturones y todo tipo de artilugios mágicos. Otra media docena de phaerimm flotaban a escasos centímetros del polvoriento suelo, disputándose el tesoro y discutiendo quién tenía derecho a cada cosa.

Tha ya tenía en una mano el libro de conjuros de guerra del alto mago, pero eso no impidió que arrebatara una diadema de plata a uno de sus compañeros. Galaeron confiaba en que la orgía de codicia fuera distracción suficiente como para que no repararan en ellos. Sin saber dónde estaban los ojos de los monstruos, tenía constantemente la sensación de que lo estaban observando.

Vala se mezcló con las sombras del techo y empezó a aproximarse a lord Imesfor. Galaeron se deslizaba por la pared con movimientos cortos y oscilantes, tratando de imitar los movimientos normales de una sombra. Melegaunt le había asegurado que, aunque los monstruos podían ver la magia normal con tanta facilidad como él veía de noche, nunca habían detectado ninguno de los conjuros que él había hecho con su «otra fuente de magia». El mago no había podido decirle si podían ver cosas normales, sombras por ejemplo.

Galaeron se fue abriendo camino por el borde de la estancia y luego se introdujo en la oscuridad para atravesar el túnel. Al hacer eso sintió que algo frío tiraba de él, intentando atraerlo más hacia la oscuridad. El resplandor del conjuro se convirtió en una esfera verde en la distancia, y le llevó un momento darse cuenta de que se estaba empequeñeciendo. Sofocó un grito de alarma y se concentró en avanzar hacia la luz verde, que recuperó el tamaño de antes llenando la cámara por delante de él. Pensando que prefería ser descubierto por un phaerimm antes que ser arrastrado hacia la oscuridad por lo que había tirado de él, cruzó al otro lado por el borde de la luz y se deslizó entre los barrotes de hueso.

La jaula estaba llena de elfos inermes, todos con pinchazos inflamados en algún lugar de su torso, y todos afectados de fiebre intermitente, habiendo entrado muchos en una especie de trance comatoso del que era imposible recuperarse. En los casos más graves se veían serpientes del tamaño de un brazo debajo de la piel, por lo general siguiendo el camino de los intestinos, pero a veces enroscadas alrededor del corazón u oprimiendo las costillas.

En el centro de la jaula flotaba el gran Kiinyon Colbathin, totalmente desnudo y clavándose las uñas en las heridas. A diferencia de las de los otros prisioneros, las suyas no mostraban signos ni de inflamación ni de infección. Recordando cómo se había sumido Takari inmediatamente en un estupor y cómo se había hinchado su herida, parecía poco probable que hubieran depositado un huevo en el capitán de los Guardianes de Tumbas. Galaeron se deslizó hasta el techo y se pegó al costado del capitán.

Kiinyon se estremeció y soltó un grito. Galaeron apoyó una mano espectral sobre la boca del elfo y sintió que se hundía en la carne. Lejos de quedar amortiguada, la voz de Kiinyon atravesó su mano.

Varios phaerimm volvieron sus fauces abiertas hacia la jaula, y Galaeron se envolvió alrededor del cuerpo de Kiinyon con la esperanza de pasar realmente inadvertido como le había asegurado Melegaunt. El capitán empezó a tiritar. Los phaerimm siguieron con las bocas enfocadas hacia la jaula. Por fin, Kiinyon no pudo contenerse más y lanzó un único alarido de terror.

Los phaerimm desviaron su atención e intercambiaron impresiones en su extraño lenguaje eólico. Galaeron esperó a que se centraran en su tesoro de artilugios mágicos otra vez y a continuación aplicó sus labios de sombra al oído de Kiinyon.

—Capitán Colbathin, sujeta tu lengua o juro por la Flecha Negra que te abandonaré aquí —susurró Galaeron—. ¿Entendido?

Los ojos de Kiinyon se abrieron como platos.

—¿Sabes quién soy?

Kiinyon asintió, aunque en sus ojos se reflejaba una segunda pregunta.

—Bien, no voy a perder tiempo preguntando si te alegra verme —dijo Galaeron—, pero si quieres vivir, debes confortar a lord Imesfor con la Plegaria de los Moribundos.

El capitán guardó silencio mientras miraba primero sus propias heridas y luego las inflamadas lesiones de un elfo que yacía próximo a él.

—Sea lo que sea lo que te han inyectado los phaerimm, no fueron huevos, o estarías tan mal como todos los demás —le aclaró Galaeron—. Ahora, eleva la plegaria si quieres vivir.

Kiinyon no obedeció.

—¿Y qué será de los demás? —preguntó.

Galaeron miró a los elfos inertes y su corazón se volvió tan pesado como el oro.

—No van a moverse, y ya viste lo que pasó cuando traté de taparte la boca. ¿Conoces alguna forma de llevarlos?

—No. —Kiinyon cerró los ojos, habiendo llegado, sin duda, a la misma conclusión que Galaeron. Sólo podía hacer dos cosas: salvarse y dejar a los demás abandonados o quedarse y morir con ellos—. Eso no está bien.

—No, es cierto, pero haremos lo que podamos. —En el techo, al otro lado de los barrotes, Galaeron vio una sombra que iba y venía y se dio cuenta de que Vala le estaba haciendo señas—. Se nos acaba el tiempo. Habla si quieres vivir.

Kiinyon se debatía ante lo espantoso de la decisión.

—Es necesario que viva —dijo por fin. Se oyó un grito de terror y Kiinyon miró hacia la puerta—. Sé fuerte, Imesfor. Mira, allí, al oeste…

La plegaria se vio interrumpida por el alarido ensordecedor de un phaerimm herido. Galaeron se deslizó hasta el frente de la jaula y a continuación se situó sobre la pared. En el suelo, al otro lado de la puerta, en medio de un charco de sangre color óxido, se veía el brazo de un phaerimm cortado limpiamente a la altura del bíceps. Lord Imesfor yacía en el suelo, con las manos mutiladas sobre el corazón, la cabeza echada hacia atrás y mirando conmocionado el muñón del brazo amputado de Zay.

El phaerimm dijo algo entre alaridos, a tal velocidad que Galaeron no pudo entender nada, ni siquiera con el conjuro de escucha de Melegaunt, y a continuación volvió a echar mano de Imesfor. La espadaoscura de Vala bajó del techo, surgiendo de las sombras como esgrimida por la roca misma, y se clavó en el lomo lleno de púas del phaerimm.

Zay chilló y se revolvió en el aire, arrastrando a Vala tras de sí. Por un instante, el torso de la mujer quedó estirado entre el techo y el phaerimm, una silueta vagamente femenina que sostenía una espada negra cristalina y tridimensional. Entonces empezó a imprimir a la espada un balanceo y la hoja de sombra empezó a cortar otra vez. El cuerpo de Zay se abrió en canal y sus vísceras se derramaron por el suelo. Vala apenas tuvo tiempo de replegarse contra la roca antes de que una andanada de fuego y relámpagos se estrellase contra el techo.

Galaeron apareció por la esquina y habló en alto elfo.

—¡A la jaula! —dijo. Tuvo que gritar para que lo oyeran—. ¡Al lado de Kiinyon y dentro del túnel de sombra!

El alto mago abrió mucho los ojos, pero se puso de rodillas y, usando sus mutiladas manos como zarpas, trepó a la jaula.

¡Es el amarillo! —articuló Tha, señalando a lord Imesfor—. Es su…

Galaeron desenfundó la espadaoscura que le habían prestado y la vio aparecer en el aire. Silenció a Tha de un violento tajo que le destrozó las uniones de la mandíbula, y la boca del phaerimm se abrió desmesuradamente escupiendo sangre. Galaeron enfundó la espada y siguió deslizándose por el suelo, logrando ponerse a salvo mientras la piedra a sus espaldas se convertía en una erupción de magia líquida.

La voz profunda de Melegaunt surgió brevemente desde el lado de la Muralla de los Sharn. Un remolino de sombra llegó disparado desde la brecha, atravesando la cámara y derribando a los conmocionados phaerimm a su paso como una fuerza de la naturaleza. Se extendió a través de la puerta de la jaula y se detuvo. Diminutos zarcillos de sombra se desprendían de su extremo como los hilos de una prenda que se deshilacha, enredándose en los barrotes de hueso de la jaula.

Esta vez los phaerimm se recuperaron más rápidamente, demasiado rápido para su gusto, pensó Galaeron. Una docena se arremolinó en torno a Melegaunt, descargando sobre él toda la fuerza de su magia. Fue imposible saber si el ataque había afectado al mago, porque en el momento en que los conjuros entraron en contacto con la Muralla de los Sharn, explotaron en una oleada de calor ardiente. Los ataques lanzados contra la brecha de la muralla simplemente se desvanecieron en el interior del remolino de sombra para salir despedidos al exterior instantes después.

Los phaerimm que quedaban centraron su atención en el lado de la estancia donde se encontraba Galaeron, lanzando andanadas de meteoros y tormentas de hielo hacia la jaula de huesos. El grueso del ataque se desvaneció en la red de sombra que era prolongación de la columna espectral, pero un número suficiente consiguió abrirse paso, con el consiguiente olor a carne quemada mezclado con los gritos medio enloquecidos de los elfos.

Galaeron se impulsó por el suelo y ocupó un puesto en la pared opuesta a la puerta, disponiéndose a atacar en cuanto los phaerimm trataran de atravesar la red de sombra. Entre la trama de zarcillos oscuros apenas pudo entrever la figura de lord Imesfor que, con sus manos sin dedos, trataba de encauzar a los maltrechos elfos hacia la boca del túnel de sombra. Kiinyon lo ayudaba en la medida de sus posibilidades, pero atrapado como estaba contra el techo, resultaba todavía menos eficaz que el mago.

Galaeron empezaba a preguntarse dónde estaban los humanos de Vala, y la respuesta le llegó al ver un par de robustas manos que tiraban de un elfo inerte hacia la boca del túnel. Los otros dos, por supuesto, seguían sujetando su cuerpo y el de Vala.

Convencidos de que su magia no podía traspasar la Muralla de los Sharn ni desde fuera ni desde dentro, los phaerimm que estaban del lado de la cámara donde se encontraba Melegaunt, concentraron su ataque en la vertiginosa columna de sombra.

Al igual que antes, sus conjuros simplemente se desvanecieron en la negrura para luego volver a salir disparados. Uno de los phaerimm incluso trató de meterse en el cono de sombra y perdió dos brazos en el remolino. Otro creó una esfera relumbrante que iluminó la totalidad de la cámara con su brillante luz plateada, pero, como es lógico, donde había luz había sombra. El cono se convirtió en algo culebreante, parecido a una serpiente, que evolucionaba por los recovecos oscuros de la caverna en pos de los phaerimm en movimiento, para desaparecer a continuación en el polvo que flotaba debajo de los cuerpos flotantes.

A los phaerimm del lado de la cueva donde estaba Galaeron les tocó mejor suerte. Un par de ellos flotaron flanqueando el cono de sombra e hicieron una pausa ante la jaula. Los pulidos huesos se desprendieron cayendo en una pila sobre el suelo y dejando sólo la espectral trama que se había tejido con el extremo del túnel de Melegaunt. Uno se atrevió a introducir el dedo en la red. Al ver que no pasaba nada, se atrevió a introducir la mano entera, y la perdió rápidamente de un tajo de la espadaoscura de Vala.

Las reacciones de los phaerimm superaban con mucho lo que un elfo podía concebir. La criatura se limitó a agitar las manos que le quedaban y se apoderó de la empuñadura del arma haciendo que se soltara de la mano de sombra de Vala. El phaerimm se estremeció ante el helado contacto, pero la retuvo mientras su compañero bombardeaba la pared con relámpagos y magia.

Galaeron se lanzó de inmediato contra la criatura, deslizándose por el techo del túnel y descargando la espada de través sobre su cuerpo, que explotó, salpicando todo el túnel de un fluido verdoso, y cayó al suelo como una masa informe de carne espinosa.

Sin embargo, no era tan fácil matar a aquel monstruo que, rehaciéndose, lanzó contra el techo una corriente de fuego. Galaeron se encogió al sentir el contacto ardiente en la pierna. Se lanzó pared abajo y atravesó el suelo protegiéndose tras el cuerpo del otro phaerimm.

Entre quejidos sibilantes, la criatura que estaba en el suelo se arrastró por el polvo. Galaeron buscó a Vala en las paredes y en el suelo, pero la mujer no era visible para él ni para los phaerimm.

¡Cobarde! —rugió el phaerimm tras el cual se ocultaba. Pasándose la espada de Vala de una mano a la otra, la criatura se abrió camino a través de la helada red hacia los elfos que huían—. ¡No son más que sombras!

Galaeron levantó su espadaoscura y cortó la mano que sostenía el arma de Vala, apoderándose de ella mientras caía. La hizo girar y la clavó hasta la empuñadura en el phaerimm que no paraba de chillar. La criatura reaccionó con una descarga de magia pura sobre el suelo. Galaeron se dejó fluir pared arriba mientras gritaba a Kiinyon e Imesfor en alto elfo:

—¡Ya está! Hemos salvado a todos los que pudimos.

El phaerimm herido se volvió hacia el punto del que había salido la voz y lanzó un haz de rayos contra la pared, pero Galaeron ya estaba otra vez en el suelo, lanzándole estocadas desde abajo con ambas espadas para atraer su atención. Kiinyon e Imesfor no facilitaban las cosas. Quedaban sólo tres elfos en la jaula, y el alto mago se detuvo para coger a uno con sus mutiladas manos y arrastrarlo hacia el túnel de sombra. Kiinyon sujetó a los otros dos por la ropa y lentamente se fue abriendo camino por el techo, arrastrándolos tras de sí.

Galaeron escapó a otra descarga de hielo y fuego dejándose flotar hacia el techo, pero cuando se volvió a mirar vio a media docena de phaerimm que flotaban a través de la red de sombra. Consciente de que jamás los eliminaría a todos con sus espadas, se colgó las armas del cinto, es decir, del lugar donde debería haber estado su cinto, y se arrancó un mechón de pelo de sombra. Desplazándose por el techo para evitar que lo atravesara una lanza de luz dorada, se abrió a su miedo, tal como Melegaunt le había enseñado.

Con tanto phaerimm acechándolo, no fue difícil encontrar el miedo. Lo inundó, llenándolo de la energía fría, estremecedora, que ya había sentido antes. Arrojó entonces el mechón de pelo contra los phaerimm y lanzó un improvisado conjuro eólico.

Una ráfaga rugiente atravesó la jaula, bombardeando a los phaerimm con una sólida pared de polvo. El conjuro no era suficiente para producirles daño, pero al menos los obligaría a hacer un alto y eso era todo lo que Kiinyon necesitaba. Llevado por la ráfaga, superó la garra amenazadora del último phaerimm y se desvaneció en el túnel de sombra.

Con intención de sacar el mejor partido a la oportunidad, Galaeron esgrimió la espada y se revolvió para rematar a su enemigo herido, pero sintió que una mano espectral lo cogía de la muñeca.

—Es hora de irnos, elfo —dijo Vala mientras lo arrastraba hacia el túnel de sombra—. ¡Y dame mi espada!