Capítulo 5
23 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas
Los altos magos no pudieron reparar la Muralla de los Sharn antes del cénit del día veintiuno. Tampoco lo consiguieron antes del crepúsculo, ni siquiera bien entrada la noche. Agradecido por la ayuda que Melegaunt les había prestado, lord Duirsar mantenía a los Nihmedu informados a través de sus alados mensajeros. Kiinyon perdió una compañía de Guardianes de Tumbas cuando, tras haber superado la segunda trampa de Melegaunt, fueron sorprendidos por un par de phaerimm. Los altos magos entretuvieron a los monstruos con una efusión de relámpagos y fuego, pero el enfrentamiento los dejó tan exhaustos que tuvieron que retirarse a la superficie.
Melegaunt envió instrucciones de que evitaran atacar a los phaerimm directamente, ya que eran capaces de absorber magia y usarla en contra de quien la empleaba, o de usar su energía para curar sus heridas. Lord Duirsar le agradeció el consejo y le dijo que lo haría llegar.
Para cuando más altos magos y otra compañía de Guardianes de Tumbas fueron teleportados desde Evereska, media docena de phaerimm se habían introducido en las galerías de los enanos y habían desaparecido. Otras dos compañías de Guardianes de Tumbas fueron teleportadas desde las colinas del Manto Gris para seguir el rastro de las dos anteriores. Los supervivientes volvieron con la buena noticia de que habían herido a una de las criaturas.
Melegaunt se ofreció a acudir con Vala y sus hombres para participar en la batalla. Lord Duirsar le agradeció su interés, pero dijo que sería mejor que permanecieran en Evereska. Se comunicó a todos los guardias evereskanos que se pusieran bajo las órdenes del Colegio de Magia y Armas. Galaeron no fue incluido en la alerta, y Takari ya había partido hacia el Bosque Alto. Ehamond y los demás fueron asignados a otra patrulla.
Kiinyon Colbathin llegó a la Muralla de los Sharn con diez Guardianes de Tumbas y dos de sus tres altos magos. Después de examinar la brecha, los magos llegaron a la conclusión de que necesitaban a un tercero para repararlo. Kiinyon, que no tenía más idea de los entresijos de la alta magia que el resto de los legos, tuvo un ataque de ira. Mientras gritaba, dos phaerimm surgieron de debajo del Anauroch. Durante la batalla, Kiinyon dio con una espadaoscura y la empleó para herir a ambos phaerimm, quemándose la mano con el frío, pero salvando a un gran mago. Antes de retirarse, hizo que los cuatro supervivientes de su patrulla recorrieran los túneles en busca de más espadas. Recuperaron dieciséis que Vala solicitó le fueran devueltas, ya que formaban parte de la herencia que su familia había recibido generación tras generación.
Lord Duirsar no se dejó impresionar, pero prometió devolver las armas después de la batalla. Esperaba que hasta entonces no le molestase que el capitán de los Guardianes de Tumbas, Colbathin, las utilizara, y de paso preguntó si había alguna manera de evitar que las frías empuñaduras quemasen las manos de quienes las empuñaban. Por desgracia, no la había. La magia estaba acordada con la familia que las poseía. Melegaunt volvió a ofrecerse para acudir a la batalla con Vala y sus hombres. Lord Duirsar indicó que había sugerido lo mismo a Kiinyon y al Mago Supremo, cuyo nombre jamás era revelado a un humano. Tras largas discusiones decidieron tener en cuenta la oferta, aunque por el momento temían que una mezcla de métodos de combate acarreara más problemas que ventajas. Se puso en situación de alerta a la Guardia del Valle, a la Caballería de la Pluma y al ejército de Evereska. Se dio orden a todos los Guardianes de Tumbas capaces de teleportarse de presentarse en la cripta de los Vyshaan de inmediato, y a los restantes, de que acudieran a caballo. Ya no había magos suficientes para transportarlos por medios mágicos.
Galaeron trataba de olvidar su frustración llevando a Vala y a sus humanos a dar paseos por Evereska. Visitaron los Jardines Flotantes de Aerdrie Gaenya, la Cueva de los Gemidos, la Torre Más Alta que el Pico Oriental, desde cuya altura podían ver la cripta de los Vyshaan y al ejército elfo acampado en torno a ella, o al menos eso les parecía. Habiendo notado que Vala estaba mucho más abierta, Galaeron le volvió a preguntar de dónde era y cuál era su relación con Melegaunt. Ella se limitó a asegurarle que su pueblo no tenía nada que temer de ellos. La Torre de Granito estaba lejos, muy lejos, demasiado para representar una amenaza para Evereska…, y eso era todo lo que estaba dispuesta a decir mientras siguiera siendo prisionera. Galaeron se dio cuenta de que tendría que conformarse con eso.
Con el cénit del día veintiuno, Galaeron empezó a observar que la gente le lanzaba tantas miradas feroces como a los humanos. Al atardecer, la gente empezó a reprocharle que hubiera puesto en peligro a Evereska por su mala cabeza. Que un elfo fuera objeto de semejante desprecio era algo sin precedentes. Galaeron cayó en una depresión y ya no quiso volver a salir de la Copa del Árbol. Vala le pidió que lo superara, que ella quería ver la estatua de Hanali Celanil.
El veintitrés de Nightal, los phaerimm se hicieron con los pasadizos de los enanos, obligando a Kiinyon y a sus últimos Guardianes de Tumbas a retirarse a la superficie. Empezaron a circular rumores sobre la aparición de extraños monstruos en lugares remotos. Galaeron regañó a Keya y se dio cuenta de que ella y Vala se habían hecho muy buenas amigas cuando Vala sacó su daga dispuesta a defenderla. El elfo se disculpó, y las águilas gigantes de la Caballería de la Pluma oscurecieron los cielos durante un cuarto de hora al partir para hacer un reconocimiento de la brecha de los phaerimm.
Melegaunt sugirió a lord Duirsar que los Ancianos de la Colina ordenasen a Kiinyon y al innominado Mago Supremo que aceptaran su ayuda. Lord Duirsar respondió secamente que los Ancianos de la Colina no tenían más derecho a interferir en las decisiones de los comandantes de campo que un humano a interferir en el gobierno de Evereska. Después de eso, dejaron de llegar mensajes durante un tiempo, aunque Aubric Nihmedu pudo saber de otras fuentes que se estaba enviando el ejército de Evereska a todos los confines de Sharaedim, que la Guardia del Valle había recibido órdenes de establecer un perímetro en las montañas que rodeaban el valle y que los regimientos de veteranos de ambas academias del Colegio de Magia y Armas estaban en situación de alerta. Melegaunt propuso a Galaeron la idea de incorporarse a la batalla sin permiso, y Galaeron tenía tanto miedo que a punto estuvo de aceptar.
Ya era bien entrada la noche cuando Vala acudió a Galaeron con las mejillas enrojecidas y lágrimas en los ojos. Al principio, el elfo pensó que Melegaunt había faltado a su palabra y se había marchado, pero desechó esa idea cuando ella cogió sus manos y las acercó a sus labios.
—Galaeron, lamento ser yo quien te lo diga.
—¿Decirme qué? —Galaeron no podía imaginar nada capaz de hacer llorar a Vala—. ¿Acaso los phaerimm ya están aquí?
Vala sacudió la cabeza.
—Es Aubric.
—¿Mi padre? —Galaeron no comprendía. No había visto ninguna señal de que su padre estuviera preparando su viaje hacia el oeste—. A mi padre no le pasa nada.
—No. —Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Vala—. Ya no.
Llevando a Galaeron de la mano, entró en la contemplación, donde Aubric Nihmedu estaba echado en el sofá de mármol de la ensoñación con los ojos muy abiertos y un mamotreto abierto sobre el pecho. Tenía el aspecto más feliz que Galaeron le había visto desde hacía décadas. Sus labios estaban curvados en una leve sonrisa y las líneas de preocupación habían desaparecido de su frente.
Pasada su sorpresa, Galaeron cogió con sus manos las de Vala y volvió con ella al gran salón.
—Gracias —dijo en un susurro, tras cerciorarse de que nadie podía oírlos.
Vala frunció el entrecejo.
—¿Eso es todo? ¿Acaso los elfos no lloráis?
—Lo hacemos cuando hay una razón.
—¿No lo es la muerte de un padre?
—¿Muerte? —La idea era tan absurda que Galaeron soltó una carcajada que provocó un grito sobresaltado en la otra habitación.
Vala miró a través del arco y se puso blanca como una luna elfa.
—¡Ha vuelto!
—¿Volver? —El padre de Galaeron apareció bajo la arcada—. ¿Dónde estaba?
—¡Mu-mu-erto! —A Vala se le doblaron las rodillas y Galaeron la sostuvo.
—¿Muerto? —Aubric miró a Galaeron esperando una explicación.
—Tenías los ojos abiertos —dijo Vala—, pensé que te habías… ido.
—¿Ido? —Por fin Aubric pareció entender—. Ah, los ojos. Pensaste que me había…
—Muerto —confirmó Vala—. No te movías.
—La ensoñación —dijo Galaeron sin dejar de reírse—. ¿No te has preguntado por qué no tenemos camas? Los elfos no dormimos.
Vala pareció confundida.
—Todo el mundo duerme.
—No todos —dijo Aubric—, aunque supongo que la ensoñación puede considerarse una especie de sueño.
—Bueno, un poco tal vez. —Galaeron no quería confundir más a la pobre humana.
—¿Es como soñar despierto? —preguntó Vala.
—No es exactamente un sueño —dijo Galaeron—. Volvemos sobre acontecimientos de nuestras vidas.
—O nos reunimos con la comunidad —añadió su padre.
Vala seguía atónita.
—Para compartir nuestros sentimientos —continuó Galaeron—. Es reconfortante.
Vala entrecerró los ojos.
—¿Todos habláis mentalmente?
—No es hablar, sino compartir. —Galaeron trató de hallar una forma de describir la ensoñación—. Tú debes de tener una familia.
Vala frunció el entrecejo, sintiéndose insultada.
—¿Tengo pinta de haber nacido de una semilla?
—¿Nunca sientes lo que ellos sienten? ¿No hay veces en que sabes lo que necesitan sin preguntárselo, en que sientes su dolor a distancia?
Una luz brilló en los ojos de Vala.
—Me pasa a veces con mi hijo. ¿Vosotros sentís eso con todos los elfos?
—¿Tienes un hijo? —Galaeron estaba tan sorprendido que pasó por alto su última pregunta.
—Sí, tengo un hijo. —Vala se pasó los dedos por los lados del cuerpo—. Me has visto desnuda. ¿Pensaste acaso que este cuerpo podía ser estéril?
Galaeron sintió que enrojecía.
—Por supuesto que no, pero las mujeres elfas…
—No tienen caderas. Dar a luz debe de ser como si las acuchillaran. —Vala entrecerró los ojos y añadió—. Tal vez sea por eso que tenéis unas cabezas tan estrechas.
—¡Sin duda! —El padre de Galaeron apoyó una mano sobre el hombro de Vala—. Tienes una lengua como la de un elfo de los bosques, querida.
La expresión de Vala se transformó en pesadumbre.
—Lo siento, me olvidé de que…
—No tienes por qué. —Nihmedu padre sacudió la cabeza jubilosamente—. No había disfrutado tanto de una conversación desde que Morgwais no está aquí.
—¿Morgwais? —inquirió Vala.
La alegría desapareció de los ojos del elfo tan repentinamente como había surgido.
—La madre de Galaeron. No podrás conocerla.
Al ver que no seguía una explicación, Vala miró a Galaeron y hubo un momento de incómodo silencio. Galaeron se libró de tener que cambiar de conversación por un súbito aleteo. Algo blanco revoloteó por la estancia tres veces antes de que Muchosnidos se calmara lo suficiente para posarse en el dedo extendido de Nihmedu padre.
—Estaba aquí. —Aubric tuvo que interrumpir el gorjeo del pinzón blanco—. ¿Era demasiado trabajo usar la puerta?
Esto tranquilizó un poco al pájaro, que siguió piando y gorjeando tan rápidamente que hasta el padre de Galaeron tuvo que concentrarse para seguirlo.
—¿Cuándo fue la última vez que lord Duirsar supo algo de ellos?
El pájaro hizo una pausa y luego continuó otros veinte segundos. Finalmente, Muchosnidos agachó la cabeza y siguió moviendo nerviosamente las alas a la espera de una respuesta.
—Di a lord Duirsar que los Espadas de Evereska partirán en menos de una hora —dijo Aubric—. Me he tomado la libertad de prepararlo todo por si llegaba esa llamada.
El pájaro se lanzó hacia la contemplación y estuvo junto a la ventana antes de que Aubric pudiera pronunciar la palabra que hacía traspasable el teurglás.
—Ese pájaro se va a romper la crisma —dijo Melegaunt, entrando en la habitación acompañado de Keya y de los demás humanos—. ¿Por qué está tan excitado?
—Los Ancianos de la Colina perdieron contacto con Kiinyon y con los altos magos hace una hora.
—¿Hace una hora? —Melegaunt echaba chispas—. ¿Y han esperado hasta ahora para decirlo?
El padre de Galaeron alzó una mano.
—Todavía hay más. No pueden contactar con nadie al otro lado del Sharaedim.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Keya con gesto de preocupación—. No puede ser cierto.
—No creo que lord Duirsar se equivoque —dijo su padre—. No hay respuesta a sus envíos, y los que salen por las puertas no regresan.
—De modo que cualquier ayuda que manden de Siempre Unidos no conseguirá llegar a Evereska —conjeturó Melegaunt—. Tendrán que abrirse camino desde fuera, junto con las tropas enviadas por el resto de vuestros aliados.
—¿El resto de aliados? —preguntó Aubric—. ¿Qué aliados son ésos?
—Tengo entendido que Evereska ocupa un lugar preferente en el corazón de Khelben Arunsun —dijo Melegaunt—. Seguramente ya estará movilizando a las fuerzas de Aguas Profundas.
—Estás bien informado —dijo Aubric—. Khelben fue el primer humano que visitó Evereska, pero los elfos somos un pueblo orgulloso.
—¿No se lo habéis dicho? —Melegaunt cerró los ojos—. ¿Y qué me dices de Siempre Unidos?
—Se les dijo, pero no se solicitó ayuda. Lord Duirsar ha ordenado a todos los remanentes de la Caballería de la Pluma que informen a todos los amigos elfos del peligro en que nos encontramos.
—Fracasarán —dijo Melegaunt—. A los phaerimm no se les escapará una cosa tan obvia.
—Entonces puede pasar algún tiempo antes de que Siempre Unidos envíe ayuda —repuso Aubric—. Mientras tanto, debo disculparme. El deber me llama.
—¿El deber? —preguntó Vala.
—Padre es el Espada Mayor de los Espadas de Evereska. —En la voz de Keya había tanto miedo como orgullo.
Nihmedu padre asintió.
—Lord Duirsar nos ha pedido que exploremos e informemos.
Una expresión de alivio apareció en el rostro de Melegaunt.
—Bien, entonces vamos contigo.
El padre de Galaeron sonrió con cordialidad.
—Ojalá pudieras, amigo humano —dijo sacudiendo la cabeza.
—Pero, como comandante, seguramente lord Duirsar atenderá a tus deseos —insistió Melegaunt.
—Sin duda lo haría —dijo Galaeron—, pero los Espadas de Evereska son una milicia noble. El cargo de Espada Mayor es rotativo, y fácilmente podría trasladarse a algún otro por las maquinaciones de unos cuantos nobles.
—Mi mando es bastante endeble —dijo el mayor de los Nihmedu sin explicar por qué, pero todos sabían que era por la culpa que se atribuía a su hijo. Se volvió hacia Galaeron—. Muchosnidos mencionó dos veces que la guardia de los conjuros está vigilando las salidas de la ciudad. Tú y tus amigos no beneficiaríais a nadie colgados en jaulas de huesos.
Galaeron estudió la cara de su padre.
—No tienes que preocuparte por nosotros. Ya desearía yo no tener que preocuparme por ti —exclamó mientras abrazaba con fuerza a su padre—. No olvides lo que te ha dicho Melegaunt sobre esos demonios. Nadie los conoce mejor que él.
—He tenido en cuenta cada palabra. —El padre devolvió el abrazo a Galaeron y, separándose de él, se volvió hacia Keya—. Me da pena dejarte sola, hija. ¿Querrás cuidar de Copa del Árbol hasta mi regreso?
—Por supuesto. —Keya se apretó contra el pecho de su padre—. Y no me dejas sola. Galaeron y sus amigos me harán compañía.
Galaeron y su padre intercambiaron una mirada por encima de la cabeza de Keya, tras lo cual, el mayor de los Nihmedu se volvió hacia Vala.
—Es posible que no volvamos a vernos, humana. Si así es, sé que tu ingenio y tu belleza me acompañarán siempre como un tesoro —con un gesto de la cabeza apuntó hacia Galaeron—, y haría mucho bien al corazón de un viejo elfo saber que velarás por su hijo.
—Entonces tendré mucho gusto en ser útil a un viejo elfo. —Vala dio un sincero abrazo al Espada Mayor, pero la perplejidad de su expresión hablaba bien a las claras de que no entendía del todo lo que estaba diciendo—. Agua dulce y risas ligeras, amigo mío.
La tradicional fórmula de despedida hizo que el anciano alzara las cejas asombrado.
—Otro día en Evereska y será imposible distinguirte de un elfo. —Riendo, se volvió hacia los demás humanos y repitió la fórmula—. Agua dulce y risas ligeras también para vosotros.
Casi antes de que Aubric hubiera abandonado la estancia, Keya se volvió hacia su hermano.
—Lo que dijo fue un poco extraño. ¿Adónde cree que irás?
—No lo sabe…, y así debe ser —respondió Melegaunt. Sin esperar a un gesto de confirmación de Galaeron, señaló la túnica de seda verde que llevaba Vala—. Quítate esto y ponte tu armadura.
—¿Armadura? —Keya abrió la boca sorprendida—. No debes dejarlos ir —exclamó dirigiéndose a Galaeron.
—Keya —dijo Galaeron cogiendo las manos de su hermana—, no los dejo ir, más bien los llevo conmigo.