Capítulo 12
27 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas
Galaeron sintió que se ponía tenso y, a continuación, que una mano lo cogía fuertemente por el hombro. Aunque era imposible, supo que un intruso lo había sorprendido mientras hacía guardia. Dio una voltereta, apartándose del árbol contra el que había estado apoyado, y se enredó en un pesado capote con el que no recordaba haberse tapado.
—¡A las armas! —dio la voz de alarma temiendo que ya fuera demasiado tarde—. ¡Están sobre nosotros!
A pesar del capote que le impedía andar, Galaeron se las arregló para ponerse de rodillas y hacer frente a su atacante. Entonces se encontró ante tres humanos atónitos y un gigante de piedra de expresión muy consternada.
—Somos nosotros, Galaeron —dijo Vala—. Debe de haber sido un mal sueño.
—¿Un sueño? —Galaeron se desprendió del capote y, sin dejar de mirar entre los árboles que tenían detrás, buscó su espada—. No estaba soñando. ¿Cómo podría haber estado soñando?
Vala puso los ojos en blanco.
—Pues es lo que hace la gente cuando duerme.
—Dirás que es lo que hacen los humanos cuando duermen —la corrigió Galaeron recalcando la palabra «humanos». No estaba seguro de cuál era la insinuación que más le molestaba, si la de identificarlo con los Tel’Quess, o la de que había descuidado su obligación durmiéndose durante una guardia—. Y yo no estaba dormido.
—¿No? —preguntó el hombrecillo de cara redonda y ojos saltones. Galaeron necesitó un momento para recordar qué estaba haciendo con ellos—. ¿Entonces qué es lo que haces cuando cierras los ojos y roncas?
Galaeron se dio cuenta de que la noche parecía extrañamente clara. Frunció el entrecejo y miró hacia el oeste, donde una esfera amorfa de luz estaba en suspenso sobre las montañas Pico Gris. A pesar del espeso manto de nubes de nieve que lo ocultaban, no había la menor duda de que ese resplandor perlado era el sol matutino.
—¿Me he quedado dormido? —La alarma en la voz de Galaeron era inconfundible—. ¿En medio de mi guardia?
—No te sientas mal. —Vala recogió su capote sacudiéndole la nieve y se lo ofreció—. Malik se hizo cargo y tú necesitabas descansar.
Galaeron aceptó el capote y se puso en cuclillas. Después de dos días sin ensoñación, era indudable que necesitaba descansar. Pero ¿quedarse dormido? ¿Por accidente? De repente empezó a sentirse perdido y vacío, como si dentro de él algo se hubiera desvanecido.
—¿Qué es lo que tanto te preocupa? —dijo Melegaunt acudiendo a su lado—. Los elfos duermen realmente. Yo los he visto.
—Ocasionalmente —dijo Galaeron—. Cuando estamos enfermos o heridos, a veces en situaciones de desánimo o cuando caemos presa del abatimiento, pero sobre todo cuando nos hacemos viejos y se acerca el momento de dirigirnos hacia el Oeste.
—Cuando tenéis necesidad de escapar del dolor y de descansar —dijo Vala, asintiendo con la cabeza—. No es tan diferente de lo que les pasa a los humanos.
—Muy parecido —concedió Galaeron—, salvo que nosotros nunca nos quedamos dormidos así, por las buenas. Siempre es un acto voluntario.
—Debe de ser una gozada —exclamó Malik—. Lo que es yo, siempre estoy despierto cuando debería estar dormido, y duermo cuando debería estar despierto. Tan sólo este año ha estado a punto de costarme la vida una docena de veces. —Vaciló un momento mientras hacía unos gestos extrañísimos con la boca al tratar de no decir más, hasta que lo soltó por fin—. ¡Casi no me atrevo a cerrar los ojos por temor a que esa bruja arpista, Ruha, me corte el cuello!
Galaeron frunció el entrecejo. Los arpistas eran de los pocos humanos a los que generalmente se dejaba entrar en Evereska, y el simple hecho de que uno de ellos tuviera a Malik por enemigo lo hacía sospechoso a sus ojos. Por otra parte, el hombrecillo realmente había arriesgado su vida por salvar a Galaeron y Aris de los acechadores, y si había algún conflicto entre humanos, no era de la incumbencia del Guardián de Tumbas ni de Evereska.
Al parecer, a Vala y a Melegaunt les interesó todavía menos la revelación de Malik. Vala frunció los labios como preguntándose por qué el hombrecillo habría pensado que podía importarles, y Melegaunt se limitó a atusarse la barba y a estudiar a Galaeron.
—Las cosas no salieron exactamente como las habíamos planeado con el rescate de Aris —dijo por fin—. ¿Hasta qué punto tuviste que esforzarte con la magia que te enseñé?
—Pienso en ella como magia fría —dijo Galaeron—. Mucho. No tuve elección.
A Melegaunt se le torció el gesto.
—¡Mentecato! ¿No te advertí que no te pusieras a prueba con esta magia?
—No me puse a prueba —dijo Galaeron—. No tuve otra elección.
—Siempre hay otra elección —replicó Melegaunt—. Sería mejor entregar tu cuerpo a los acechadores que rendir tu espíritu a la sombra.
Melegaunt se acercó y cogió la cabeza de Galaeron entre sus manos. A continuación se la inclinó hacia atrás y le abrió los párpados.
—Ya lo veo. Has dejado que tu sombra se te metiera dentro.
Galaeron sintió que un frío intenso le atenazaba el estómago.
—¡Pues sácala fuera!
—No puedo. —Melegaunt le soltó los párpados y dio un paso atrás—. Debes aprender a controlarla antes de que ella aprenda a controlarte a ti.
—¿Controlarla? ¿Cómo?
—Con cuidado, con mucho cuidado —dijo Melegaunt—. Las sombras son cosas sutiles. Tratará de subvertir tu naturaleza, de hacer que veas el lado oscuro de todo lo que te rodea.
—¿Ver la parte oscura? —preguntó Galaeron—. ¿Quieres decir motivos oscuros?
—Sí, en cierto modo. Toda luz tiene una sombra. Te hará mirar a la sombra en lugar de a la luz, ver lo egoísta que puede ser cualquier acto noble. Cuando eso sucede, eres tu sombra.
Galaeron sintió que se le secaba la garganta y no pudo pronunciar ni una palabra más.
—Galaeron, debes aprender a hacer lo más difícil de todo —continuó Melegaunt—. Tienes que asegurarte de poner siempre la luz por delante de la sombra.
—Debe de ser difícil. —Galaeron pensó en las sospechas que lo habían atormentado unos días atrás así como en su decisión de mantener en secreto la forma en que la magia había circulado por su interior durante la batalla que mantuvieron con los osgos—. ¿Por qué habrás tenido que enseñarme esa magia, Melegaunt?
—¿Tan débil eres? —Melegaunt lo cogió del brazo y tirando de él lo obligó a ponerse de pie—. ¿Te doy el don más preciado del mundo y piensas que es una maldición? Eso es que tu sombra ya te está ganando, elfo.
Aquellas palabras fueron para Galaeron como una bofetada, ya que sus problemas para entrar en la ensoñación habían comenzado con sus dudas sobre el carácter de Melegaunt. ¿Tendría ya la sombra dentro entonces? A pesar del frío, sintió que se acaloraba y empezaba a sudar.
—Hay algo que debería haberte dicho sobre la batalla con los osgos —dijo Galaeron.
—¿Sentiste la llegada de la nueva magia?
—Fue algo espontáneo —respondió Galaeron—. Al hacer mis conjuros se me metía por su cuenta. Tenía que concentrarme para mantenerla fuera.
Melegaunt asintió con la cabeza.
—La muerte inminente es capaz de acercarte más a tu yo de sombra. —El mago se lo quedó mirando—. Lo más preocupante es que me lo hayas ocultado.
—Tú también guardas muchos secretos. —El propio Galaeron percibió un tono defensivo en sus palabras—. Y después de que le hubieras echado encima los illitas a lord Imesfor, realmente tenía motivos para dudar de ti.
—Ya hablamos de eso. Si no te satisfizo mi explicación, tendrías que habérmelo dicho. —En la voz de Melegaunt se notaba que había perdido la paciencia habitual—. Va a haber lucha, elfo, y no sé si la ganarás tú.
Galaeron sintió que se le caía el alma a los pies.
—No quiero esa magia. Tiene que haber algo que puedas hacer.
—Lo hay. —Melegaunt echó una mirada significativa a la espada de Vala—. Y si fracasas, lo haré.
—¿Podría ser tan malo?
—Sin duda —respondió Melegaunt—. Y yo no estoy dispuesto a dejar otro mal suelto por el mundo.
—Yo tampoco querría eso. Tomaré tus palabras como una promesa. —Galaeron se volvió hacia Vala—. Y también te pido a ti que me lo prometas.
La mujer enarcó las cejas y miró a Melegaunt. Cuando el mago asintió lúgubremente, se encogió de hombros y su expresión se tornó triste.
—Espero que sepas lo que me estás pidiendo.
—Sólo pide lo que es correcto —dijo Melegaunt. Dirigió la mirada hacia el este, donde Mil Caras permanecía oculto por la nieve y los árboles y a menos distancia de la que ninguno de ellos hubiera deseado—. Debemos ponernos en marcha. Los acechadores vendrán a buscarnos…
—Yo os mostraré un camino seguro —fue lo primero que dijo Aris—. ¿Vais al río Delimbyr?
—Sí, un poco más allá —confirmó Melegaunt—, pero ése sería un buen punto de partida.
—Seguidme, entonces.
Aris subió por el estrecho barranco donde habían acampado y empezó a abrirse paso a través de la ventisca. Melegaunt iba detrás de él, hundiéndose hasta la rodilla en la nieve. Con el caballo de Malik cerrando la marcha, a duras penas podían evitar que la imponente silueta del gigante desapareciera engullida por la tormenta.
Mientras ascendían, Galaeron casi ni se daba cuenta de que la ladera se hacía cada vez más empinada. No podía evitar sentir miedo, miedo de lo que podría llegar a ser, más miedo todavía de lo que podría dejar de ser. Los elfos que no podían entrar en seguida en la ensoñación ya de por sí se convertían en otra cosa. Incapaces de entrar en comunión con almas semejantes, caían en una tristeza inconmensurable y se volvían seres solitarios. Llegaba un momento en que esos lobos solitarios eran consumidos por la desesperación o abandonaban su hogar, prefiriendo una vida de soledad, o incluso entre los humanos, a tener constantemente ante sus ojos la bendición que ya no podían compartir.
Sin esa conexión con sus semejantes, Galaeron no sabía si tendría la fuerza necesaria para controlar a su sombra. Incluso ahora, le parecía razonable estar en guardia frente a Melegaunt. Los humanos eran bien conocidos por su propensión a la traición, y las formas furtivas del mago sin duda invitaban a la desconfianza. ¿Por qué no podía decir lo que esperaba encontrar, o por qué había estado estudiando a los phaerimm, o de dónde provenía esta nueva magia?
Le dio por pensar que la advertencia de Melegaunt podría ser un plan para hacerlo dudar de sus propios recelos. Evidentemente, no hay mejor forma de acallar las sospechas de alguien que convertirlas en motivo de temor. Apenas acababa de cruzar este pensamiento por su mente cuando afloró otro que su sombra había encadenado con el anterior. Había entrado en una espiral en la que cada idea llevaba a su contraria y ninguna de ellas era digna de confianza. Tenía la sensación de que el suelo había desaparecido debajo de la nieve y él había quedado indefenso, a merced de los elementos. Por fin se cansó de luchar y simplemente se entregó a la ventisca.
Después de cierto tiempo, cruzaron un gran prado blanco y llegaron a un profundo barranco lleno de nieve. Aris les advirtió que se mantuvieran bien pegados a los lados, entonces abocinó las manos y lanzó un grito atronador. Se produjo un rumor sordo, tan profundo y bajo que, más que oírlo, Galaeron lo sintió. Un instante después, una tremenda avalancha surgió del barranco y se extendió por el prado.
Aris esperó unos minutos a que la nieve se asentara y entonces señaló algo pendiente arriba.
—La cumbre desciende hacia el valle del Delimbyr. Permaneced en la cresta y seguidla hasta el río. Los árboles son altos y espesos, de modo que sólo podrán veros unos cuantos gigantes de piedra que van por el mismo camino. No os ocultéis de ellos, decidles lo que habéis hecho por mí y no os harán el menor daño.
—¿Y qué va a ser de ti, Aris? —preguntó Galaeron—. ¿Estarás bien?
—Me temo que no. —El tono de Aris era tan sordo y airado que tuvieron la sensación de que otra avalancha se precipitaba ladera abajo. Partió la copa de un pino de diez metros de altura y empezó a arrancar las ramas una a una—. La masacre de mi pueblo fue algo terrible, pero lo que esos ojos les hicieron a las Cuevas de Saga… para destruir la obra de dos mil años… Haré que paguen por ello.
—Desgraciadamente, no podrás —dijo Melegaunt—, al menos no tú solo. ¿Te ayudarán otros de tu especie?
El gigante sacudió la cabeza.
—No me atrevería a pedir tal cosa. Ellos no son responsables.
—No, pero nosotros sí —dijo Melegaunt—, tal vez incluso más que tú.
Malik abrió mucho los ojos.
—¡Piensa en lo que estás diciendo! ¡Y a quién se lo dices! —Echó la cabeza hacia atrás para mirar al gigante—. El mago habla por sí mismo.
El gigante no prestó atención al hombrecillo y se arrodilló al lado de Melegaunt.
—Explícate.
—¿Conoces a los phaerimm? —preguntó el mago—. Aunque es posible que los acechadores ni siquiera lo sepan, los phaerimm son sus amos. Ellos fueron quienes los enviaron a Mil Caras a buscarnos.
—No existe un tonto más grande que un hombre sincero —exclamó Malik montando a caballo—. ¡Espero que no nos hayas condenado a muerte a todos!
Ni Aris ni ninguno de los presentes prestó la menor atención al hombrecillo. El gigante se tomó un tiempo para sopesar las palabras del mago, después se frotó la alargada barbilla y se volvió hacia Galaeron.
—¿Y a pesar de saber que os estaban buscando arriesgasteis vuestras vidas por salvar la mía?
—Si te hubiera abandonado —respondió Galaeron, acompañando sus palabras de un gesto afirmativo—, la culpa no me habría dejado vivir.
—A punto estuviste de no sobrevivir por salvarme —dijo el gigante—. No fue una actitud prudente.
—Fue más prudente que volver solo para enfrentarse a los acechadores, que fue lo que hiciste tú —repuso Melegaunt—. Te acompañaríamos si pudiéramos, pero hay un mal todavía mayor que combatir y debemos seguir camino.
El gigante afirmó con la cabeza.
—Ya hicisteis bastante con salvarme.
—Si te enfrentas tú solo a tantos acechadores, nuestros esfuerzos habrán sido inútiles —dijo Melegaunt—. Con suerte podrías matar a uno o dos.
—Entonces haría justicia a uno o dos. —Aris miró a Galaeron y se puso de pie—. ¿Cómo podría vivir si no vengo a los míos al menos en la medida de lo que puedo?
—Haciendo más —respondió Galaeron. Sabía lo que sentía el gigante porque era muy parecido a lo que él mismo había experimentado al ver que los phaerimm rodeaban Evereska—. ¿No sería más útil asestar un golpe a los responsables de lo que sucedió en Mil Caras?
El gigante de piedra puso cara de preocupación.
—¿Cómo puedo hacer eso?
—Viniendo con nosotros —contestó Melegaunt, que aprovechó el camino abierto por Galaeron—. Hemos jurado destruir a los phaerimm, esos mismos phaerimm que enviaron a sus acechadores a Mil Caras.
Aris no necesitó más de diez minutos, un tiempo muy corto para un gigante de piedra, antes de contestar.
—Pero vosotros tendréis que prometerme algo.
—Si está en nuestras manos —dijo Melegaunt.
—Creo que sí —indicó el gigante—. Tenéis que prometerme que vais a aceptar mi ayuda hasta el final. Para vengar lo que sucedió en Mil Caras, tengo que formar parte de ello.
—Hecho —acordó Melegaunt—, y también te prometo que los acechadores que se adueñaron de tu hogar no estarán mucho tiempo en este mundo. Antes de que todo haya terminado, lamentarán el día en que pusieron sus ojos sobre tu pueblo.
—Trato hecho. —Aris se inclinó para bajar a Malik de su montura.
—¿Qué estás haciendo? —Malik sacó una daga diminuta de debajo de su capote y lo amenazó con ella—. Debo advertirte que…
—La colina es muy empinada —dijo Aris sin prestar la menor atención a la daga. Depositó a Malik en el suelo y levantó en el aire al caballo del hombrecillo—. Yo llevaré esto por ti.
Se puso el caballo bajo el brazo y empezó a subir la cuesta haciendo caso omiso de las coces y los relinchos de terror del caballo. Malik avanzaba detrás a trompicones, alternando las amenazas al gigante en caso de que hiciera daño a su Kelda con palabras cariñosas para tranquilizar al animal.
Galaeron y los demás los siguieron, y pronto se encontraron descendiendo una pendiente nevada hacia el amplio valle del Delimbyr. Con Aris abriendo camino, avanzaban con rapidez. Sólo les llevó un día y medio andando a buen paso llegar al pie de las montañas, y habrían tardado sólo un día de no haber hecho dos «breves» paradas para que Aris advirtiera a los gigantes con los que se cruzaban en el camino sobre los acechadores.
Al oír la triste descripción que hacía Aris del destino de Mil Caras, Galaeron pensó en Evereska. Seguramente su propia ciudad seguiría intacta. Ni siquiera los phaerimm podían violar la magia del mythal, al menos no tan rápido. Según Melegaunt, los phaerimm de Myth Drannor se habían visto atraídos a la zona por el mythal, y eran usuarios muy aventajados de la magia. ¿Y si sabían cómo desmembrar sus defensas? Si conseguían entrar en la ciudad, ni los guardianes del conjuro podrían hacerlos volver atrás. Galaeron se convertiría en alguien como Aris, en un superviviente que sólo vivía para vengarse. En un gigante de piedra, una existencia así era una tristeza inimaginable. En un elfo, especialmente uno que tenía que luchar con su propia sombra, se convertiría en una desgracia insoportable.
Galaeron se moría por ir más rápido, por insistirle a Melegaunt para que usara su magia y así llegar antes, incluso por pedirle que los llevara otra vez por la Linde de la Sombra, pero sabía que no debía hacerlo. Después del enfrentamiento que había tenido lugar en Mil Caras, los phaerimm estarían atentos a cualquier manifestación de magia, e incluso la extraña magia de Melegaunt provocaría sutiles incongruencias en el mundo capaces de llamar la atención de un explorador minucioso. Era mejor evitar por completo el uso de la magia y dejar que la ventisca los ocultara.
La travesía del valle resultó más difícil. Estaban aproximadamente a medio camino cuando la ventisca cesó, dejándolos expuestos a más de un kilómetro del río. Sin un viento que borrara sus huellas, una partida de osgos no tardó en descubrir sus pisadas y en iniciar su persecución. En lugar de recurrir a la magia para eliminar la amenazarlos compañeros se lanzaron al río y cruzaron el hielo. Cuando los osgos intentaron seguirlos, Aris arrojó varias enormes piedras al centro del río, rompiendo el hielo y precipitándolos a todos a las gélidas aguas.
No tuvieron tanta suerte a la tarde siguiente, cuando dos círculos grises asomaron por el horizonte. Al principio, los compañeros hicieron como que no habían notado la presencia de sus perseguidores, con la esperanza de que fueran lo suficientemente necios como para darles alcance y atacarlos. Al ver que los contempladores no tragaban el anzuelo, Melegaunt se volvió para lanzar un conjuro. Los acechadores desaparecieron de la vista.
Cerca de media hora después, Galaeron entrevió a uno que todavía los seguía. El otro no aparecía por ningún lado.
—Ha ido a buscar ayuda —aventuró Vala.
Galaeron asintió.
—Con suerte, serán sólo acechadores.
—Sólo acechadores, dice. —Malik respiraba con dificultad—. ¡Estás tan loco como un cornudo en su harén!
—Mejor acechadores que phaerimm —dijo Melegaunt—. A menos que te sumes a nuestra lucha, éste sería un buen momento para separarnos.
—¿Para que puedas enviar a tus enemigos detrás de mí? —En los ojos oscuros de Malik brillaba la indignación—. No soy tan tonto como parezco, hombre.
Melegaunt se encogió de hombros.
—Quedas advertido.
El mago sacó un trocito de sedasombra de su capote y trazó un laberinto de sombra sobre la nieve. Cuando terminó, él y Galaeron hicieron conjuros de vuelo sobre cada uno de los miembros del grupo, incluido el sorprendido caballo de Malik, y los compañeros salieron volando hacia el Bosque Alto. El acechador evitó el laberinto de sombra de Melegaunt dando un gran rodeo y pasó a convertirse en una presencia amenazadora que aparecía de vez en cuando en el horizonte para recordarles que el peligro los acechaba.
Por fin llegaron al Bosque Alto y se colaron en la espesura. El acechador se detuvo detrás de una colina y permaneció allí flotando, asomando uno de sus tentáculos para espiar por encima de la cumbre. El resto de los tentáculos aparecía y desaparecía, mirando en todas direcciones en busca de ayuda.
—Ya los tenemos —dijo Melegaunt. Sacó un trozo de sedasombra de su capote y separó una hebra que tendió entre dos árboles—. Casi hemos llegado a Karse.
—¿A Karse? —A Malik casi se le atragantaron las palabras—. ¿Para qué vamos allí?
—Nada de «vamos». —Melegaunt le pasó a Galaeron otro trozo de sedasombra y le indicó que empezara a sacar hebras—. Una vez que hayamos terminado aquí, quedas en libertad para seguir tu camino. Estoy seguro de que estarás tan ansioso de ocuparte de tus cosas como lo estamos nosotros de ocuparnos de las nuestras.
—No tengo nada de que ocuparme —Malik hizo una pausa como si no fuera a decir nada más, después inclinó lentamente la cabeza hacia un lado y añadió—, salvo vosotros.
—¿Nosotros? —Melegaunt siguió tendiendo hebras de sombra entre los árboles—. ¿Y qué es lo que tienes que ver con nosotros?
Malik se puso pálido.
—Nada… salvo…
El resto de la explicación se perdió en medio de un terrible estruendo proveniente del bosque a sus espaldas. Galaeron giró sobre sus talones y vio a un enorme roble que venía dando grandes zancadas y agitando las ramas como loco. De una enorme cavidad abierta en su tronco salía un gruñido furioso.
—¡No! —dijo el árbol con voz atronadora. Al llegar frente a Galaeron agitó una rama contra las hebras que el elfo había estado tendiendo entre los árboles. La rama pasó a través de las fibras de sombra sin efecto alguno. Un terrible estremecimiento agitó las hojas doradas del árbol y sacudió una rama frente a la cara de Galaeron—. ¡En mi bosque no!
—No queremos hacer ningún daño al bo-bo-bosque —tartamudeó Galaeron. Una vez recuperado de su sorpresa, reconoció que el roble era el treant más viejo que había visto en su vida. Tenía una larga barba de moho y un tronco de más de diez metros de diámetro. Consciente de que aquella criatura consideraría una amenaza el garrote de madera de Aris, Galaeron le indicó al gigante que vigilara en la linde del bosque y luego se volvió hacia el treant—. Debemos tomar medidas para protegernos. Nos persiguen acechadores.
—«Un» acechador. Ojos tengo. —Para demostrarlo, el treant guiñó un par de agujeros a más de tres metros por encima del suelo—. Y vuestro bienestar no es cuestión mía. Vuestra magia tiene algo malo, y en mi bosque no la quiero.
—Sin duda se trata de una magia diferente —dijo Melegaunt—, pero eso no significa que haya algo malo en ella.
—Hace que no sea buena para el Bosque Alto. —El treant volvió a tratar de quitar la red de sombra, y al ver que no podía se volvió hacia Galaeron—. Quítala.
Galaeron empezó a recoger la sedasombra en un ovillo, provocando una mirada de desaprobación de Melegaunt.
—¿Qué estás haciendo?
—Ésta es la heredad de Turlang —dijo Galaeron, adivinando la identidad del treant. Sólo Turlang, el renombrado señor del Bosque Alto, podría ser tan enorme y tan viejo—. Debemos respetar sus deseos.
Melegaunt puso los ojos en blanco en un gesto de desesperación.
—Sabes perfectamente que eso significa que nos van a coger. —Echó una mirada a Turlang y a continuación añadió—: Y entonces habrá una batalla.
—Los susurros de Fuorn nos hablaron de tu regalo al Bosque Olvidado, Barba Oscura, de modo que una amenaza perdonaré. —El treant se inclinó para mirar a los ojos a Melegaunt—. Sus susurros también dijeron algo del problema del que huyes, y no estoy dispuesto a admitir gusanos mágicos en mi bosque.
—Entonces harías bien en ayudarnos. —Melegaunt señaló a Galaeron y a los demás—. Todos hemos jurado devolver a los phaerimm a su prisión, y la ayuda que necesitamos reside en tu bosque, en el templo de Karse.
Turlang se irguió cuan alto era.
—¿Qué ayuda puedes necesitar de Wulgreth? Que tengas como amigo a un lich no hace más que confirmar el mal que percibo en ti.
Galaeron sintió que lo recorría un escalofrío.
—¿Un lich? —repitió, comprendiendo por fin por qué Melegaunt había sido tan discreto respecto de la ayuda que venían a buscar—. ¿Qué otras mentiras nos has estado contando?
Melegaunt alzó un dedo de advertencia contra Galaeron.
—Ten cuidado con esa sombra, amigo mío. —Y volviendo la vista hacia Turlang dijo—: Wulgreth no es mi amigo, pero todo tesoro tiene su guardián, y espero tener tratos con él, aunque no de la forma que tú crees.
Turlang se quedó callado y quieto, presumiblemente sopesando por un lado las palabras de Melegaunt y por otro el «tufillo» maligno del grupo. Aunque Galaeron sospechaba de Melegaunt, temía que el treant advirtiera la malevolencia de su propio espíritu oscuro. Por mucho que lo intentara, el elfo no podía evitar atribuir los motivos más egoístas a cada acción. Melegaunt esperaba llegar a un acuerdo con un malvado lich. Malik quería robar el secreto de la magia de las sombras. Turlang se negaba a ayudarlos porque temía la ira de los phaerimm. Galaeron estaba perdiendo la batalla contra su sombra.
Por todo esto, el elfo dio un paso adelante y se colocó directamente enfrente del treant.
—El Turlang del que habla mi madre jamás abandonaría a un amigo de los árboles.
—Tampoco lo haría el que ahora se encuentra frente a ti —dijo el treant—, si estuviera seguro de que sois amigos de los árboles.
—Entonces no nos rechazarás. —Cuando Galaeron hizo una señal con la mano a sus compañeros, encontró sólo a Melegaunt, a Vala y a Aris, que seguía vigilando en la linde del bosque. Malik y su caballo habían desaparecido, habiendo decidido, al parecer, aceptar el consejo de Melegaunt de separarse de ellos—. Te juro por mi vida que ninguno de los aquí presentes haremos ningún daño al Bosque Alto, ni permitiremos que le ocurra el menor daño por algo que cualquier de nosotros hagamos o dejemos de hacer.
Turlang se lo quedó mirando largo tiempo.
—Tu vida no significa nada para mí —dijo por fin—. Sé que eres de Evereska por tu forma de vestir y de hablar, pero hay en ti algo oscuro que no me inspira confianza.
—Vienen más diablos con ojos —gritó Aris desde la linde del bosque.
—¿Cuántos? —preguntó Vala, asumiendo el papel de jefa.
—Están demasiado lejos para saberlo —dijo el gigante—. No son más que puntos, pero también hay algo parecido a un demonio del polvo.
Galaeron y Vala intercambiaron miradas de inquietud y Melegaunt perdió la paciencia.
—Vamos con retraso, árbol —gruñó el mago—. Está en peligro algo más que tu bosque, y no te quepa la menor duda de que vamos a pasar a través…
—Lo que haremos es atenernos a la voluntad de Turlang —lo interrumpió Galaeron. Aun suponiendo que Melegaunt fuera lo bastante poderoso para vencer a Turlang y a sus numerosos aliados, y Galaeron sospechaba que la batalla sería más reñida de lo que suponía el mago, para un elfo desafiar a un treant en su propio bosque sería un acto de maldad tan terrible como la traición. Galaeron se volvió hacia el árbol—. Si el gran Turlang no da valor a mi promesa, estoy seguro de que valorará la de mi madre.
—¿Ofrecerías la vida de tu madre por la tuya? —La voz de Turlang era desaprobadora—. ¿Quién es esa afortunada elfa?
Galaeron tuvo que reprimir una oleada de rabia.
—Morgwais Nightmeadow.
Turlang alzó los pliegues que pasaban por cejas.
—¿Morgwais?
Galaeron asintió.
—Conocida por los pobladores del Bosque Alto como Morgwais la Roja.
Vala y Melegaunt cruzaron miradas de sorpresa. El treant se quedó considerando lo dicho por Galaeron durante largo rato. Mientras tanto, Aris seguía dando cuenta de lo que veía.
—Son pequeños círculos…, seis, y algo como un embudo con una cola. El que está detrás de la colina vuela a su encuentro…
Por fin Turlang habló.
—Si mentís sobre esto, pagaréis con vuestras vidas. —Miró a Vala y a Melegaunt—. Las de todos —añadió.
—De acuerdo —dijo Galaeron.
Vala y Melegaunt se apresuraron a hacer un gesto de asentimiento.
—Galaeron puede dar mi vida como garantía —dijo Aris.
—Entonces tenemos un trato. —Turlang bajó dos ramas—. Voy a necesitar vuestras armas y vuestra promesa de no usar la magia oscura hasta entrar en el Bosque Espectral.
Galaeron se despojó de la funda de su arma y la depositó en una mano de ramas sarmentosas.
—Como quieras —dijo.
Vala se quitó el cinto y lo envolvió alrededor de la empuñadura del arma para impedir que la negra hoja se saliera, a continuación la depositó junto al arma de Galaeron. Melegaunt sacó su daga enfundada pero vaciló antes de unirla a las demás armas.
—La daga la entrego de buen grado —dijo el mago—, pero la magia voy a necesitarla para confundir a nuestros enemigos.
—Estarán confundidos —le aseguró Turlang—. Yo me ocuparé de ello.
—No son seres corrientes —le advirtió Melegaunt—. Los phaerimm no se dejan engañar por la magia normal, y los acechadores pueden anularla con una mirada.
—No será la magia lo que los despistará. —El tono de Turlang era desusadamente malhumorado para un treant—. ¿Vas a prometerlo o no?
Melegaunt dirigió a Galaeron una mirada vacilante.
—Decídelo ahora —dijo Galaeron—. Si mientes, la vida de mi madre está en juego.
Desde la linde del bosque llegó la voz de Aris.
—Se están desplegando, y… ¡Y volviéndose invisibles, los muy cobardes!
Melegaunt seguía mirando a Galaeron.
—¿Estás seguro?
—Es la única forma —respondió Galaeron.
—Está bien, lo prometo —dijo Melegaunt encogiéndose de hombros.
Turlang se quedó estudiando a Melegaunt durante un minuto antes de dirigir la mirada hacia Aris.
—¿Estás preparado, gigante?
Aris se quedó aún un momento mirando a través del valle con una sonrisa de desprecio y odio. Cuando por fin asintió y entró en el bosque, sus ojos grises tenían la frialdad del hielo.
—Vamos.
Turlang alargó una rama hacia el garrote de madera del gigante.
—Tu arma —dijo.
Aris entregó el garrote. El treant lo mantuvo un poco alejado, estudiándolo un momento, hasta que pareció caer en la cuenta de que estaba hecho de un tronco completo de árbol. Su rostro reflejó una extraña expresión de tristeza y de rechazo y dejó caer el arma en la nieve. La madera tomó inmediatamente un color marrón y se deshizo en humus.
—Ahora podemos irnos.
Turlang empezó a internarse en el oscuro bosque. Su enorme cuerpo se movía entre los árboles con la gracilidad de un elfo. Galaeron indicó a los demás que los siguieran y él mismo ocupó un lugar junto a Vala al final de la hilera.
La mujer se acercó y se inclinó hacia él.
—¿Tienes idea de qué puede haber sido de Malik?
—Ni una pisada de su caballo —respondió Galaeron. Miró hacia atrás y no le sorprendió ver a una docena de árboles que se disponían formando un boscaje, mientras que un número igual de druidas evolucionaba de un lado para otro, borrando todo rastro del paso del grupo y disponiendo una huella falsa en la dirección contraria—, pero espero que no haya ido hacia el sur.