Capítulo 20
30 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas
Wulgreth número dos.
—Definitivamente dos. —Paseando la mirada por la estancia, Galaeron asintió mostrando su coincidencia con la conclusión de Takari—. Este tiene que ser el Wulgreth de Jhingleshod.
La segunda estancia de la pirámide era tan polvorienta como la primera, pero estaba llena de los elementos que necesita cualquier mago en ejercicio. Había morteros y probetas, frascos, balanzas, mecheros, pastillas, rollos de pergamino y libros, muchos libros, todos alineados en estantes y bien protegidos por puertas de cristal. Había también un tomo de conjuros apoyado en un atril debajo de una bola de luz difusa, abierto en un conjuro cerca del final y sin el menor atisbo de polvo.
Un sonido rechinante llegó desde el rincón más recóndito. Al volverse, Galaeron vio a Takari apartándose de un salto de un pequeño pasadizo bajo, espada en mano y con la primera sílaba de un conjuro de fuego resbalando de la lengua. Al ver que no había ningún atacante, señaló con un gesto una piedra disparadora hundida en el suelo.
—Resultó fácil.
—Demasiado fácil. —De un puntapié Galaeron lanzó una piedra suelta hacia el pasadizo e hizo una mueca al ver una cortina de magia verde que descendía en el fondo—. Este lich es rico en ardides.
—Algo que aprendió de los demonios de Ascalhorn —afirmó Jhingleshod entrando en el lugar—. Es más fácil conducir a una víctima a su perdición que empujarlo a él hacia ella.
—Una lección que Galaeron haría muy bien en recordar —dijo Melegaunt. Se unió a los que ya estaban en la estancia y al ver el libro de conjuros abierto sonrió con ironía—. Demasiado incitante, diría yo. —Pasó una mano por encima del atril y una sombra cayó sobre las páginas—. Protección contra miradas ajenas.
Aunque Galaeron sospechó que el comentario iba dirigido a él, no hizo ninguna objeción. El libro abierto era una invitación demasiado evidente. Tarde o temprano alguien echaría un vistazo para ver lo que Wulgreth había estado estudiando y se vería obligado a seguir la lectura, activando algún conjuro de posesión o aprisionamiento. Estaba empezando a entender a ese lich. A diferencia del primero, que había querido despistarlos, éste quería controlarlos.
El globo de luz se iluminó por propia iniciativa, llenando la estancia de una luminosidad deslumbrante y de sombras profundas. A lo largo de la pared del fondo había una pequeña colección de armaduras doradas y armas enjoyadas, todas bajo un encantamiento tan intenso que a través de la gruesa capa de polvo se veía brillar una aura mágica. A continuación de las armas había una selección de varitas y bastones mágicos y después una fila de cofres repletos de tesoros. Frente a uno de ellos se arrodilló Malik, hundiendo las manos hasta las muñecas en un montón de joyas y con la mirada vacía.
Galaeron arrancó al hombrecillo del cofre, sembrando joyas por el suelo, y cerró la tapa de golpe.
—¡No! —fue todo lo que dijo.
Malik parpadeó varias veces y después echó mano a su daga.
—No hay por qué ser codicioso, elfo. ¡Aquí hay piedras preciosas para hacernos ricos a todos!
—¡Para transformarnos en esclavos de Wulgreth! —Galaeron miró a todos los demás—. No las toquéis. Es un señuelo.
—¿Un señuelo? —Vala le había echado el ojo a una brillante cota de malla.
Galaeron se le puso delante.
—Creo que es el medio de que se vale para reclutar a sus sirvientes no muertos. Ya viste los ojos que se le pusieron a Malik.
La mujer asintió.
—Un plan ingenioso. —Takari miró el tesoro como si fueran fruslerías—. Si no podemos tocar nada sin convertirnos en sus esclavos, no podemos buscar entre las joyas su filacteria.
—A menos que antes eliminemos la magia —dijo Melegaunt.
—Elimínala entonces —sugirió Jhingleshod.
—Mi magia tiene sus limitaciones. —Melegaunt echó un vistazo a las estanterías de elementos mágicos—. Se necesitaría alguien más poderoso que yo para deshacer todo esto.
—No soy tonto —aseguró Jhingleshod—. No puedes tener lo que quieres hasta que yo obtenga lo que quiero.
—No es posible —replicó Melegaunt—. Ya he usado una vez ese conjuro en el día de hoy. Puedo usarlo una vez más, pero después de eso tendré que pasar la noche imprimiendo la magia en mi mente una y otra vez. Para cuando termine, Elminster estará aquí.
—Tal vez Elminster podría hacerlo —sugirió Jhingleshod.
—No se negocia con Elminster —dijo Galaeron—. Y dudo que esté dispuesto a rescatar al que ayudó a Wulgreth a traer demonios a Ascalhorn. Sólo puedes confiar en Melegaunt.
—¿Confiar en él, precisamente en él? —Al caballero se le hincharon las venillas de los ojos—. No soy tan ingenuo como tú.
—¿Ingenuo? —La mirada de Galaeron se posó en Melegaunt y volvió a Jhingleshod—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Galaeron, un hombre puede intentar dos cosas al mismo tiempo. —El mago trató de interponerse entre Galaeron y Jhingleshod—. Sigo siendo la única esperanza de Evereska.
Galaeron siguió mirando al caballero.
—Dímelo.
—No necesito decirte lo que ya sabes —dijo Jhingleshod—. Tú mismo viste cómo traicionó a Vala en el puente. No debería sorprenderte averiguar que te ha estado mintiendo.
Galaeron giró sobre sus talones y se enfrentó a Melegaunt, pero Vala le bloqueaba el camino con una mano en la espada.
—No, Galaeron —lo empujó suavemente hacia atrás—. Sabes que no puedo permitírtelo.
Galaeron sintió algo en la mano y se dio cuenta de que la tenía en la espada. La soltó y se volvió hacia Jhingleshod.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—Después de que Wulgreth haya sido destruido —prometió el caballero.
Galaeron se volvió hacia Malik.
—Tú lo oíste —le espetó.
—Le dije a Jhingleshod que había venido a salvar a mi pueblo —dijo Melegaunt—. Precisamente tú tendrías que entenderlo.
Galaeron siguió mirando fijamente a Malik. El hombrecillo suspiró y asintió.
—Primero dijo que venía a salvar Evereska, y por eso recibió la misma respuesta que tú. Después dijo que había venido a salvar a su pueblo, que necesitaba la Piedra de Karse para proporcionar refugio a su casa.
—No a mi casa, a su casa —enfatizó Melegaunt sacudiendo la cabeza desalentado, después suspiró y dijo—: Refugio era una ciudad netheriliana. Nuestros maestros de sombra leyeron la caída del imperio en las sombras del amanecer y nos llevaron a refugiarnos en el Semiplano de las Sombras. Desde entonces hemos estado tratando de volver a nuestra patria, vosotros la llamáis Anauroch.
—Diecisiete siglos es mucho tiempo intentándolo —afirmó Takari.
—El tiempo no es igual en el Semiplano de las Sombras —aclaró Melegaunt—, y la tarea de volver no era nada fácil.
—No con los phaerimm en tu camino —soltó Galaeron. La ira que se reflejaba en su voz hizo que Vala sacara la espada—. ¡Primero tenías que desviarlos hacia otra parte!
—No pretendía que fuera a Evereska —dijo Melegaunt, ahora tan furioso como Galaeron—. Pero ¿y si hubiera sido así? Durante diecisiete siglos de los vuestros hemos estado atrapados; en un infierno oscuro, imposibilitados de volver por los phaerimm. Durante el primer milenio conservamos nuestra libertad pagando un tributo en vidas a los demonios que pretendían hacernos suyos, y durante los siete siglos siguientes tuvimos que luchar contra los Malaugrym por nuestra supervivencia. ¿Era demasiado pedir a Evereska y al resto del mundo que nos ayudaran a destruir a los phaerimm para que pudiéramos volver en paz?
—Pero no lo pediste —dijo Galaeron.
—A Evereska no. —Melegaunt apartó a Vala y se alzó cuan alto era, recordando a todos los presentes, incluido Galaeron, que tenía poco que temer de un elfo enfadado—. Pero ¿cuál habría sido la respuesta en caso de que una ciudad netheriliana hubiera pedido ayuda a los Ancianos de la Colina?
La pregunta hizo que a Galaeron lo recorriera un escalofrío, ya que la respuesta era tan obvia para él como para Melegaunt. Los antiguos elfos habían desaprobado la magia irresponsable de Netheril y, según había podido ver en antiguos escritos en la Academia de la Magia, incluso se habían regocijado secretamente cuando cayó el antiguo imperio.
—Puedes estar seguro de que estoy haciendo más por Evereska de lo que Evereska hubiera hecho por Refugio —dijo Melegaunt—. Que lo creas o no, depende de ti, o de tu ser sombra.
Sin esperar la respuesta de Galaeron, el mago le dio la espalda y se enfrentó a Jhingleshod.
—Supongo que la Piedra de Karse está debajo de esta pirámide. Si hay una forma más fácil de llegar a ella no me hagas perder un tiempo precioso y derrochar mi magia abriendo un túnel de sombra.
Los ojos de Jhingleshod se encendieron de rabia.
—Tú promesa…
—Le des el valor que le des a la promesa de Melegaunt, puedes confiar en la mía. —Galaeron no sabía si la furia demasiado humana que albergaba en su corazón era suya o de su ser sombra, lo que sí sabía era que gran parte de las críticas de Melegaunt hacia Evereska eran ciertas. Se volvió hacia el mago—. En caso de que las circunstancias de nuestras ciudades se invirtieran, tal vez yo haría lo mismo por salvar a Evereska. Pero debes saber una cosa, mago, te exigiré que cumplas tu promesa. Si Evereska cae, me ocuparé de que Refugio sufra un destino mucho peor.
Melegaunt esbozó una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
—Eso ya ha sucedido, elfo. Nunca tuvimos la intención de soltar a los phaerimm en tu ciudad, y ellos siguen siendo más enemigos nuestros que vuestros. No hay por qué preocuparse de eso.
—Mi promesa sigue en pie —afirmó Galaeron dirigiéndose a Jhingleshod.
El caballero estudió a Galaeron un momento y luego asintió.
—No me falles, te lo advierto.
Se dirigió al pasadizo bajo que Takari había descubierto y se metió en él con los pies por delante. Su cuerpo levantó una nube de polvo al atravesar la barrera verde. Galaeron y los demás se miraron con la boca abierta.
La que habló finalmente fue Takari.
—Una ilusión —dijo—. Este lich es realmente muy listo.
Se dirigió al pasadizo y metió las piernas por la abertura, desvaneciéndose a continuación en una nube de polvo. Galaeron fue el siguiente, y se encontró cayendo hacia una caverna de techo alto iluminada con una luz plateada. Atisbo una columnata de pilares curvos que formaban un arco hacia un soporte central y fue a caer en un estanque lleno de un líquido apestoso que tenía el color y la consistencia del mercurio. Una mano pequeña lo cogió por el pelo y lo arrastró hacia un lado justo cuando Vala cayó a su lado. A continuación llegó Melegaunt, que bajó flotando gracias a la magia de un conjuro de caída amortiguada, y por fin Malik cayó en el estanque gritando.
Un momento después, el grupo se encontró de pie, metido hasta la cintura en un estanque plateado y mirando, al otro extremo de una superficie brillante como un espejo, a una enorme piedra blanca del tamaño de la yegua de Malik. De una grieta de bordes dentados que había en el centro salía un chorro constante del líquido brillante que llenaba el estanque y a continuación desaparecía por un remolino en el otro extremo. Al arremolinarse el líquido por el desagüe, adquiría una tonalidad rojiza y empezaba a humear, casi como si fuera sangre.
—Es conmovedor —dijo Takari, la eterna romántica—. El corazón de Karsus sangra por lo que hizo.
—Podría decirse así, aunque Karsus era demasiado loco como para sentir auténtico remordimiento —repuso Melegaunt—. El Tejido lo llenó hasta reventar cuando trató de robar la cabeza del dios de Mystryl. Lo que veis brotando de la Piedra de Karse es todo lo que queda de esa antigua magia íntegra.
—¿Cómo que magia íntegra? —Fue Malik quien hizo la pregunta—. ¿Desde cuándo la magia puede ser otra cosa que íntegra?
—Desde la caída de Netheril —explicó Galaeron, recordando los aburridos textos que había estudiado en la Academia de la Magia. Después de la caída, Mystryl había salvado el Tejido reencarnándose en Mystra, pero los archimagos que sobrevivieron descubrieron rápidamente que sin la intervención directa de la diosa, algo que muy raras veces se producía, ya no podían hacer los conjuros más poderosos. La mayoría de los sabios sacaron la conclusión de que Mystra estaba limitando la magia para proteger al Tejido de otro desastre, pero Galaeron tenía otra explicación a la que encontraba más sentido y que explicaba la fuente de la magia fría de Melegaunt—. Se dividió —dijo.
Melegaunt estaba demasiado ocupado poniendo hebras de sedasombra sobre la Piedra de Karse como para responder, pero Malik estaba pendiente de cada palabra.
—¿Qué fue lo que se dividió? —preguntó el hombrecillo—. ¿Te refieres al Tejido?
Galaeron estaba a punto de responder, sin embargo recordando el interés que había manifestado antes Malik sobre la magia de sombras, se lo pensó mejor.
—Haces demasiadas preguntas, humano. —Se acercó a Malik—. No eres mago. ¿Qué te importa si el Tejido se dividió?
Malik abrió mucho los ojos y empezó a recular.
—No te olvides de tu sombra, amigo mío. Con tus preguntas te estás poniendo en grave peligro.
—Pero yo no —dijo Vala, acudiendo desde el otro lado—. Y yo también me lo he estado preguntando. No fue una coincidencia que te encontráramos acampado en las afueras de Mil Caras ¿verdad?
—¿Eres capaz de amenazarme? —A Malik se le entrecortaba la voz—. ¿A mí, que arriesgué la vida por salvarte?
—Me gustaría saber por qué. —Vala apoyó una mano en la empuñadura de su espada—. Según mi experiencia, los cyricistas no se caracterizan por su altruismo.
—No lo mates, voy a necesitarlo —dijo Melegaunt, que seguía trabajando en la Piedra de Karse—. Su presencia no es ningún misterio. Está investigando mi magia para Cyric.
Malik se quedó con la boca abierta.
—¿Lo sabías?
Melegaunt lo miró desde detrás de la Piedra de Karse.
—¿Me tomas por tonto? —El archimago señaló con el mentón el turbante de Malik—. Quitadle eso y descubriréis sus cuernos. Nuestro compañero no es un ladrón cualquiera, es el Serafín de las Mentiras.
Galaeron hizo lo que Melegaunt había indicado y descubrió un par de pequeños cuernos que más bien parecían la cornamenta de un cornudo.
—¿Lo sabías y dejaste que se quedara? —preguntó.
—El espía conocido es preferible al desconocido. Y nos ha sido de utilidad, ¿no te parece? —Melegaunt empezó a señalar puntos en un círculo separado unos dos metros de la Piedra de Karse—. Ahora distribuíos e invocaremos el poder que necesitamos para salvar Evereska.
Los compañeros hicieron lo que Melegaunt les había dicho, dejando un sexto puesto reservado para él. El archimago metió las manos en el estanque y, sacándolas llenas de la magia plateada, se elevó en el aire por encima de la Piedra de Karse. Suspendió los globos separados por una distancia de dos metros y tocó cada uno de ellos con un sencillo anillo de cobre que llevaba en la mano izquierda. Sobre los orbes se proyectó una luz mágica que empezó a brillar con el resplandor cegador del sol. Galaeron desvió la vista. Veía puntos por todas partes.
Cuando se le aclaró la visión descubrió un par de sombras sobre la superficie argentada del estanque, ambas tan negras y profundas que parecían a un tiempo cuerpos sólidos y pozos vacíos. Galaeron extendió la mano para averiguar cuál era la suya, y sus dedos desaparecieron en la oscuridad sin producir ni una sola onda en la superficie del estanque. Cuando las retiró había perdido las falanges de los cuatro dedos. No experimentó dolor, ni sensación de calor o de frío. Simplemente, los dedos habían desaparecido.
Con el aliento entrecortado, el elfo se volvió hacia Melegaunt para imprecarlo por no haberlo advertido. Entonces vio la forma translúcida de sus dedos destacada contra el brillante resplandor de las luces, y supo que una vez más se había inclinado a pensar lo peor. Encima de la Piedra de Karse, Melegaunt completó un conjuro y reparó en que Galaeron lo estaba mirando.
—Un momento más —dijo el mago—. Todo está preparado.
Melegaunt se apartó de la Piedra de Karse y, flotando, se dirigió al sitio que tenía reservado en el círculo. Pidió a los demás que juntaran las manos y pronunció algunas palabras en una lengua extraña que Galaeron supuso que sería netheriliano. A su lado, Vala silbó sorprendida al sentir una corriente de energía que pasaba de su mano a la de Galaeron, entonces Malik farfulló algo en voz alta al llegar a él la corriente. Galaeron sintió que se le iba la cabeza, y, al empezar a albergar sospechas, abrió la mano.
—¡No rompas el círculo! —ordenó Melegaunt—. Que nadie lo haga o todos seremos atraídos hacia la Sombra.
Vala se aferró a la mano de Galaeron con fuerza inusitada.
—¡Confía en nosotros, no en tu sombra!
Las dos sombras de Galaeron empezaron a alargarse y ensancharse, adoptando una forma totalmente distinta de la suya. Una adoptó la forma de un humano armado, de hombros enormes y cintura estrecha. De su cabeza maciza salieron dos cuernos curvos y en su cara oscura aparecieron dos ojos amarillos. En cuanto a la segunda silueta, era tan grande como la primera, aunque de cuerpo más cuadrado y envuelta en un remolino de tinieblas. Aunque no le brotaron cuernos, su perfil presentaba un mentón grotescamente cuadrado y una boca en forma de media luna llena de afilados dientes.
Ambas sombras se sumergieron en el líquido plateado y desaparecieron, reapareciendo un momento después como figuras enormes, envueltas en tinieblas. Cuando Galaeron paseó la mirada por el resto del círculo vio un par de figuras similares de pie frente a cada uno de sus temblorosos compañeros. No sabía exactamente si lo que tenía delante eran hombres o demonios.
Melegaunt abrió las manos e hizo una reverencia tan profunda que tocó con la frente la superficie del estanque.
—Mis príncipes, bienvenidos de vuelta a Faerun.
—De pie, joven hermano. —El más corpulento, un bruto de ojos cobrizos y que le sacaba a Vala casi tres cabezas, hizo señas a Melegaunt de que se levantara—. ¿Es esto la magia pesada?
—Lo es —dijo Melegaunt.
Sin prestar la menor atención a los demás presentes en la estancia, el resto de los príncipes se agrupó junto al mago. Galaeron y los otros los siguieron, pero colocándose a una distancia respetuosa.
—¿Ha salido todo según los planes? —preguntó la figura de ojos cobrizos—. ¿Estamos listos para proceder?
Por el rostro de Melegaunt cruzó una pequeña duda.
—Todo ha salido bien, mi señor Escanor, pero hay algo que nos perturba.
El príncipe del yelmo con cuernos dirigió una mirada de reprobación a la cadera de Galaeron. Éste miró hacia abajo, sin darse cuenta de qué era lo que estaba mirando el guerrero oscuro hasta que Takari le tiró de la mano apartándola de la espada.
—Creo que eso sería una tontería, señor —susurró.
El guerrero tenebroso volvió la vista hacia Melegaunt sin el menor comentario.
Fue aquél al que el mago había llamado Escanor el que habló.
—¿Sí, joven hermano?
—He hablado de un tal Elminster —dijo Melegaunt.
—El Elegido de la barba gris —afirmó el guerrero astado—. Lo hemos estado observando. Un poderoso aliado, pero un enemigo poco conveniente. ¿Cuál de las dos cosas es?
—Eso todavía está por verse, mi señor Rivalen, pero me temo que algunos acontecimientos inesperados lo han puesto en nuestra contra. Como sabes, sus padres fueron asesinados por un mago de sombra, y eso hace que sospeche de nosotros. Hace dos días trató de impedirnos la entrada al Bosque Espectral, y he sido informado por un centinela oscuro de que nos viene persiguiendo. Me temo que está empeñado en impedir el Regreso… y que tiene el poder para hacerlo.
Rivalen y Escanor cruzaron una mirada.
—Tendremos que aclarar las cosas con él antes de proceder, eso es todo —dijo Escanor—. ¿Y estos acontecimientos inesperados?
Melegaunt indicó a Galaeron que se incorporara al círculo.
—Galaeron Nihmedu está pasando por una crisis de sombra y está perdiendo la batalla. —Varios príncipes intercambiaron miradas significativas y Melegaunt continuó—: Ha hecho mucho por ayudar a nuestra causa. Los dos abrimos la Muralla de los Sharn en Evereska en lugar de hacerlo en Hartsvale, pero no fue culpa suya.
—¿Los phaerimm ya están fuera? —preguntó Rivalen con voz entrecortada.
—Fue culpa mía —dijo Melegaunt agachando la cabeza—. Elegí un mal lugar para reunirme con mis espadasocuras y Galaeron nos tomó por profanadores de tumbas. Ellos no tuvieron la culpa.
—No hay culpa alguna —decidió Escanor—. Simplemente tendremos que hacer ajustes en nuestro plan. —Miró a Galaeron y continuó—: No podemos evitar la angustia que pueda haber sufrido tu pueblo, pero tu patria será salvada, no tengas la menor duda.
—La guerra se librará más al sur —dijo Rivalen—. Mala suerte, pero no es un gran desastre.
—Evereska tiene un mythal —advirtió Melegaunt.
—Llevará algo más de tiempo que lo previsto —repuso Rivalen encogiéndose de hombros y apoyando una mano en el hombro de Galaeron—, pero saldremos victoriosos. Tienes la palabra de los Doce Príncipes de Refugio.
En lo primero que pensó Galaeron fue en lo que el príncipe callaba.
—¿Con qué coste para Evereska? Está muy bien eso de acabar con los phaerimm, pero no si la contienda se libra en tierras de los elfos.
Rivalen cruzó una mirada de preocupación con los demás, entonces un tercer príncipe, el del mentón cuadrado que había emergido frente a Galaeron, dio un paso adelante.
—Reconozco que es difícil mientras luchas con tu sombra, pero debes confiar en nosotros. Evereska sufrirá, ya ha sufrido, como debes saber, pero haremos lo que podamos para ayudar. Son los phaerimm los que atacan tu tierra, no nosotros. No hemos contribuido a ello más que tú.
—Pero yo sí lo hice —replicó Galaeron, abrumado por el peso de su culpa—. Ordené el conjuro equivocado.
—Cumpliste con tu deber —dijo el príncipe—. Habría sido una negligencia por tu parte no atacar según te lo indicaba tu conciencia. Si sientes culpa, proviene de tu sombra, de nadie más. Debes hacer caso omiso de ella o estás perdido.
Las palabras del príncipe aliviaron un poco la carga que soportaba el corazón de Galaeron…, pero no tanto como cuando Takari enlazó su brazo con el suyo.
—Escucha al oscuro, señor. Te está diciendo lo que sabemos todos los que estábamos allí.
—Lo intentaré. —Subrayó su promesa con un gesto afirmativo.
—Bien —dijo Melegaunt—, y todos estaremos ahí para ayudarte, siempre y cuando dejes de hacer conjuros.
—Yo me ocuparé de eso —aseguró Vala, cogiendo el otro brazo de Galaeron.
Rivalen sonrió, enseñando un par de colmillos que nada tenían que envidiar a los de un vampiro.
—Bueno, ahora debemos ponernos en marcha.
—¿Y qué hay de Wulgreth? —Jhingleshod se introdujo en el círculo y se plantó delante de Melegaunt—. No creas…
—Ni se me ocurriría —dijo el archimago volviéndose hacia Escanor—. Hay una pequeña promesa que le hice a este espíritu. ¿Puedes eliminar toda la magia que hay en la estancia de arriba?
Escanor echó una mirada al caballero de hierro y a continuación indicó a los demás príncipes la salida del techo.
—Como quieras. —Se puso en marcha detrás de los demás—. Lo haremos al salir.
—¿Al salir? —preguntó Melegaunt señalando la Piedra de Karse.
—Tenemos que ocuparnos de estos pequeños problemas —dijo Rivalen—. Y por lo que se oye, cuanto antes mejor.
—Pero ¿y el Regreso?
Escanor sonrió abiertamente, mostrando una boca llena de colmillos tan afilados como agujas.
—A ti te dejamos el honor, joven hermano Melegaunt. Haz levitar la piedra hacia el cielo y a continuación usa tu magia para convocar a nuestro pueblo a volver.
—¿Yo? —preguntó Melegaunt sorprendido—. Si soy el de menor categoría de todos nosotros.
—Pero el de más valía —dijo Escanor—. Supongo que no habrás olvidado las palabras.
—Jamás. —Esta vez fue Melegaunt el que sonrió—. Oídme ahora, gentes de Refugio. ¡Seguidme ahora porque tenemos el Regreso al alcance de la mano!