Capítulo 8

24 de Nightal, Año del Arpa sin Cuerdas

A Galaeron el cuerpo le quedaba como una armadura humana. Lo sentía pesado, agobiante y dolorosamente incómodo. Le dolían los hombros, la cabeza le latía, movía el cuello con dificultad. La mano con la que asía su lado de la litera flotante estaba tan helada que dudaba de poder enderezar los dedos alguna vez, y sin embargo se sentía afortunado. Dexon, que lo había estado sujetando, tenía los dos ojos negros, había perdido un diente y estaba cubierto de contusiones que parecían un camuflaje en el reino de las sombras.

Una mezcla de grito y borboteo surgió del centro de la litera. Galaeron y los demás portadores —Kiinyon, Vala y sus tres hombres— se pararon y miraron hacia el lugar de donde había provenido el grito. Un elfo catatónico manoteaba, tosía, se ahogaba y golpeaba al resto de los heridos. Incluso desde el borde de la plataforma era posible ver una larva de phaerimm del tamaño de un brazo serpenteando debajo de su piel, abriéndose paso a través del pecho hacia la garganta del desgraciado. Instintivamente, Galaeron estiró la mano y lo mismo hizo Kiinyon desde el otro lado, pero la víctima estaba rodeada por una docena de heridos y era imposible llegar a ella.

—Haced que se calle. —Melegaunt llegó corriendo y se subió a la litera sin prestar atención a aquéllos a los que pisoteaba. Después dio una bofetada al elfo en plena boca—. Bajadnos —ordenó.

Galaeron y los demás obedecieron. Para cuando Melegaunt consiguió sacar al guerrero a rastras de la litera sólo se veía la cola de la larva, un cordón del grosor de un dedo que culebreaba hacia el esófago. El mago oprimió el pecho del elfo con una rodilla e introdujo su daga debajo de la piel, dejando al descubierto un tentáculo cubierto de pinchos del tamaño del brazo de Galaeron. Tirando, extrajo la larva del cuerpo de la víctima y la mantuvo sujeta mientras desprendía la diminuta boca que tenía en la parte superior.

El mago no había terminado todavía, cuando el pie del elfo se deslizó hacia las tinieblas que bordeaban el camino. Empezó a deslizarse hacia la oscuridad, pero estaba demasiado débil para hacer otra cosa que quejarse. Galaeron trató de cogerlo por el brazo, pero casi fue derribado por uno de los fornidos brazos de Melegaunt.

—¡No hagas eso!

—Algo lo tiene cogido. —Galaeron trató de acercarse.

—¡Y te cogerá a ti si eres lo bastante tonto como para animarlo! —dijo Melegaunt, sujetándolo.

Mientras era arrastrado, los ojos vidriosos del guerrero se fijaron en la cara del mago y no se apartaron de ella hasta que ésta se desvaneció entre las sombras. El mago desvió la vista con expresión tan dura como impenetrable.

—Coge a tus amigos y no dejes de moverte —añadió, indicando con un gesto la gran litera de sombra—. Debemos irnos antes de que aparezcan más shadator.

Sólo Kiinyon se resistió a coger su lado de la litera.

—No podemos dejarlo aquí —protestó.

—No sólo podemos, sino que debemos —replicó Melegaunt, poniéndose nuevamente en marcha—. Los shadator no suelen venir solos.

Kiinyon no se movió.

—Los elfos no somos cobardes. No abandonamos los espíritus de nuestros muertos en lugares como éste.

Melegaunt se volvió, esta vez con una expresión de auténtico pesar.

—Lo siento por tu amigo, pero realmente no podemos hacer nada. Cuando llegue el resto de los shadator atacarán a presas más capaces. Atacarán desde abajo, cogiendo al principio a uno o dos de nosotros. Pero el frenesí devorador empezará rápidamente y todos nuestros espíritus quedarán abandonados en la sombra. ¿Es eso lo que quieres?

—Por supuesto que no —el rostro de Kiinyon estaba gris de rabia—, pero he visto lo suficiente de tu magia para saber que puedes hacer algo.

Una nube ensombreció la expresión de Melegaunt.

—Desgraciadamente, te equivocas —dijo mientras reanudaba la marcha—. Puedes quedarte si te parece. A mí me da igual.

Con los ojos desorbitados, Kiinyon se fue tras él.

—¡Tú… no… te irás!

Galaeron se dio cuenta de que el capitán había perdido el autocontrol y tal vez incluso el juicio tras los últimos días de muerte y derrota, de modo que le bloqueó el camino.

—Capitán Colbathin, si Melegaunt dice que ha hecho todo lo posible, así es. A él debes agradecerle estar ahora aquí. Yo estaba dispuesto a darte por muerto, pero él insistió en que era posible rescatarte.

La feroz mirada de Kiinyon se fijó entonces en Galaeron, un avance indudable, ya que era poco probable que Galaeron se impacientara y lo arrojase a las sombras.

—¿Por qué será que no me sorprende? —dijo Colbathin—. Tú y tu endeble magia; debería haber sabido que tú también eras un cobarde.

—Basta ya. —Vala se puso al lado de Galaeron.

Aunque su tono era tranquilo, no lo fue el golpe que llegó a continuación. El capitán se desplomó hacia atrás y cayó de espaldas contra Burlen, que lo estaba esperando. Cuando tuvo los brazos inmovilizados a ambos lados del cuerpo, Vala sacó un cordón y le ató las manos.

—Ni Galaeron ni Melegaunt merecen estos insultos. —No estaba claro si se dirigía a Kiinyon o a lord Imesfor. Su mirada iba más allá del capitán de Guardianes de Tumbas, hacia el alto mago, cuya mirada vidriosa parecía apenas consciente de la confrontación—. Además, no tenemos tiempo para esto.

—Haz lo que debas hacer. —Lord Imesfor tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las manos apretadas sobre él—. El capitán lo entenderá cuando recobre el sentido.

Entonces el alto mago inclinó la cabeza hacia el camino que habían dejado atrás.

Galaeron miró y vio una silueta espectral cruzando la luz entre dos prominentes sombras. Tenía cuatro tentáculos cortos donde debía estar su nariz. Desvió la mirada sin darle importancia.

—¿Illitas? —preguntó.

—Llevan tiempo siguiéndonos —dijo el alto mago—. Me pregunto si serán nativos de este lugar.

—No. —A pesar de su tono tranquilo, la voz de Melegaunt sonaba enfadada—. Son servidores de nuestro enemigo. Supongo que los phaerimm han encontrado una forma de seguirnos.

Hizo un gesto en dirección a Burlen. El guerrero tragó saliva y parpadeó confundido.

—Te acostumbrarás en seguida —dijo Melegaunt—. Alguien tiene que cubrir la retaguardia.

Burlen se llevó una mano cautelosa a la parte trasera del casco.

—Podrías haberme prevenido. Eso no es… natural.

Melegaunt señaló el laberinto de sombra y luz que los rodeaba.

—Cuatro ojos son tan naturales como cualquier otra cosa.

El mago hizo a Vala una señal con la cabeza y empezó a andar. La mujer cargó a Kiinyon en la litera de sombra con los heridos, entonces Galaeron y los demás ocuparon sus puestos y siguieron camino.

Lord Imesfor se adelantó poniéndose a la par de Melegaunt.

—Tal vez deberíamos quedarnos atrás. Si los shadator son atraídos por el sonido, podríamos usarlos para ahorrarnos el trabajo de tender después una emboscada a los illitas.

—Buen plan —respondió Melegaunt sin dejar de andar—, pero no tenemos tiempo para ello. Ahora que los phaerimm por fin han descubierto dónde estamos, acudirán a bloquearnos el paso.

—¿Por fin? —inquirió lord Imesfor—. Los altos magos ya intentaron el caminar por la sombra.

Anteriormente, Imesfor les había contado cómo el ejército de Evereska había caído en una emboscada de los phaerimm y no había podido escapar mediante conjuros de teleportación, puertas mágicas o puertas dimensionales. De que cada vez se daban de bruces con otra trampa, hasta que ya no quedaron más que grupos dispersos de supervivientes. El golpe final llegó cuando Imesfor trató de planear hasta Siempre Unidos y fue a aparecer en el lugar donde lo habían encontrado.

—Lo siento —dijo Imesfor—. No escaparemos a través de las sombras.

—Sí, si nos damos prisa —replicó Melegaunt—. Las sombras son un lugar muy grande, y sólo hay dos maneras de seguir a alguien a través de ellas.

—Por supuesto, una es seguirlo físicamente. —Lord Imesfor echó una mirada significativa hacia atrás—. La otra es mucho más fácil y consiste en seguirlo mediante medios mágicos.

—Exactamente. —Melegaunt intentaba ser paciente y condescendiente al mismo tiempo—. El seguimiento de la magia de los elfos es fácil, pero la mía es otro cantar.

Galaeron luchaba contra las ganas de mirar hacia atrás, porque veía lo que planeaba el mago. Mientras pensaran que habían pasado inadvertidos, los illitas se tomarían su tiempo y esperarían a que fueran los phaerimm quienes atacaran. Si Melegaunt y los demás lograban escabullirse delante de ellos, podrían llegar a Evereska sin que los molestaran.

Lord Imesfor no compartía la fe de Galaeron.

—¿Me estás diciendo que los phaerimm no pueden ver tu magia?

—Es cierto —dijo Galaeron, hablando desde su puesto cerca de la parte delantera de la litera—. Además, no pueden defenderse de ella, ya has visto cómo atravesaban las espadas oscuras sus defensas.

—¿Cómo? —preguntó Imesfor, mirando alternativamente a Galaeron y a Melegaunt. En su tono había más de cavilación que de desconfianza, pero también tenía cierto tono condenatorio—. No lo entiendo.

—¿Qué es lo que hay que entender? —inquirió Melegaunt con aspereza—. Todo lo que necesitas saber es que puedo salvarte de los phaerimm. ¿Lo deseas o no?

—Claro que sí —lord Imesfor trató de mantener el tono de su voz—, pero tal vez no tenga sentido volver a Evereska. ¿No sería mejor que nos llevaras a Aguas Profundas?

—¿Aguas Profundas? —intervino Kiinyon—. ¿Acaso pedirías ayuda a los humanos?

Imesfor miró hacia atrás, echando una mirada furtiva hacia sus perseguidores. Una sombra de inquietud dio a entender que había visto a uno.

—Me propongo pedir ayuda a cualquiera que esté dispuesto a prestarla —dijo el alto mago.

—Los humanos cobran cara su ayuda —replicó Kiinyon.

Imesfor entrecerró los ojos.

—Estoy seguro de que nuestros compañeros, mejor dicho nuestros salvadores, entienden que has estado sometido a una gran presión.

—Así es —dijo Melegaunt—, pero de todos modos no podemos llevaros a Aguas Profundas.

—Lo que yo suponía —volvió a intervenir Kiinyon—. Es muy propio de los humanos abrir las compuertas del infierno y huir hacia tierras altas.

Melegaunt perdió por fin la paciencia.

—El lugar al que huyo —respondió, amenazando a Kiinyon con un dedo acusador— es el único donde podemos conseguir ayuda para salvar a tu reino miserable, que es más de lo que tu especie… —Melegaunt dejó la frase inconclusa y su cara se volvió tan negra como su pelo—. ¡Elfos! Tenéis más ardides de los que os conviene.

—Puede que así sea —dijo lord Imesfor—, pero también es cierto que los tuyos siempre han dado la impresión de medir lo que es bueno para los demás por lo que es bueno para sí.

—¿Los míos? —Las pobladas cejas de Melegaunt formaron una línea continua.

Esta vez fue Imesfor quien sonrió satisfecho.

—Sí, sea cual sea el significado de esa palabra. Ningún ser humano tendría el poder ni la razón necesarios para vivir durante tanto tiempo en las cavernas de los phaerimm.

Melegaunt siguió estudiando durante un momento la expresión del alto mago, después miró a Kiinyon y finalmente a Vala.

—Creo que puedes cortar las ataduras del capitán Colbathin y dejar que nos ayude. Creo que él y lord Imesfor nos han estado tomando por tontos.

Con un único movimiento, Vala sacó su espadaoscura y cortó las ligaduras del capitán de los Guardianes de Tumbas.

—En mi tierra tenemos un dicho —dijo con expresión sombría—: «La piel del zorro astuto es la mejor».

Kiinyon sonrió y de un salto se bajó de la litera.

—Entonces tendré que tener cuidado de que no me despellejen.

Melegaunt se volvió hacia lord Imesfor.

—Os pondré a salvo sacándoos del Sharaedim, a continuación podéis teleportaros a Aguas Profundas o a donde queráis para pedir ayuda.

—Ya veo. —Los ojos dorados de Imesfor dejaron traslucir su decepción—. Al menos te estaré agradecido por eso.

—Déjalo para después, para cuando vuelva a Evereska con la única ayuda capaz de salvarla —dijo Melegaunt.

—Muy bien, te daré las gracias entonces. —Sin embargo, el alto mago no parecía convencido—. Por desgracia hay algunas complicaciones menores.

Las complicaciones no tenían nada de menores. En primer lugar, estaba la cuestión de la teleportación. Incluso sin dedos, lord Imesfor era capaz de hacer el conjuro, ya que para ello sólo se requería una complicada sucesión de sílabas místicas. Por desgracia, había agotado sus encantamientos en el intento de salvar al ejército de Evereska y no podía teleportarse ni teleportar a nadie a menos que volviera a aprender el conjuro.

Melegaunt solucionó el problema, aunque a regañadientes, prestándole al alto mago su propio libro de conjuros. Esto dio lugar a recelos, ya que sorprendió al elfo repasando con curiosidad otras fórmulas, especialmente después de que el tono acusador usado por Imesfor para defenderse parecía sugerir que los encantamientos eran de naturaleza peligrosa o directamente corrupta. La única respuesta de Melegaunt consistió en una breve inclinación de cabeza para volver a continuación al conjuro que se suponía debía estar estudiando Imesfor.

El segundo problema era de más difícil solución. Ni siquiera en plenitud de facultades Imesfor podría teleportar a todos los elfos heridos a Aguas Profundas. Galaeron sugirió un rodeo para dejarlos primero en Evereska, pero cuando tomaron esa dirección, los illitas se apresuraron a darles alcance. Melegaunt se desvió del valle. Cuando los illitas retrocedieron, entregó a Kiinyon una pequeña luz, y le dijo que se llevara la litera y a los hombres de Vala y siguiera la luz, que lo pondría a salvo llevándolo a la Puerta Secreta. Ansioso de cuidar de Keya y de ver la suerte que habían corrido su padre y los Espadas de Evereska, Galaeron se ofreció voluntario para acompañar a Kiinyon en el peligroso viaje de regreso al valle. Melegaunt tenía otras ideas, y le pidió al elfo que lo acompañara, prometiéndole que podría volver al valle cuando regresara con ayuda. Eso tranquilizó mucho a lord Imesfor, que aprobó el plan con entusiasmo, diciendo que si él había podido sacrificar un hijo en esta guerra, Galaeron bien podía pasar unos días sin saber qué destino habían corrido su padre y su hermana.

Galaeron se quedó. Melegaunt enmascaró la partida de Kiinyon con una ilusión de sombra, y los illitas aparentemente no se dieron cuenta hasta mucho más tarde, cuando las formas ilusorias de los miembros ausentes de la partida se desvanecieron finalmente en volutas de negra niebla. En ese momento las criaturas parecieron realmente sorprendidas, y enviaron un grupo de tres exploradores para buscar a la presa perdida. Dos de ellos se desvanecieron en las sombras y nunca regresaron. El tercero tuvo un final horrible, a juzgar por los alaridos que llegaron de la dirección en la que había partido.

El ruido fue más que suficiente para convencer al resto de los illitas de que ya había pasado el momento del sigilo. Más de una docena de figuras con tentáculos en la cara se materializaron saliendo de la sombra y flotando con sus largas vestiduras. Ni Galaeron ni Imesfor necesitaron que nadie les dijera que corrieran. Las criaturas consideraban que los cadáveres de elfos de mil años eran un bocado delicado, y el Guardián de Tumbas tenía que ahuyentarlos constantemente.

Vala, en cambio, no parecía comprender lo que podían hacer aquellas criaturas si les permitía ver sus ojos. Así que sacó su espadaoscura y les hizo frente, pero inmediatamente soltó un alarido, se llevó las manos a los oídos y se desplomó entre convulsiones.

Melegaunt giró sobre sus talones y atacó sin mirar a las criaturas, descargando una sucesión de rayos encadenados en todas direcciones.

—¡Cogedla! —dijo.

Galaeron ya la tenía en sus brazos. Con la armadura pesaba el doble que él, pero no había tiempo para pronunciar un conjuro de levitación.

A corta distancia, las criaturas eran capaces de vaciar de pensamientos la mente de una víctima sin establecer contacto visual.

Cuando Galaeron se cargó a Vala sobre el hombro, la espadaoscura de la mujer se deslizó y desapareció en el negro suelo. Sabiendo lo que le haría si la rescataba a ella pero no a su espada, el elfo puso una rodilla en tierra e introdujo la mano en la niebla de sombra hasta que palpó algo y sintió el frío en los dedos.

—¿Qué estás haciendo? —Melegaunt soltó otra sucesión de negros relámpagos. Algo emitió un silbido y cayó—. ¡De prisa! —gritó.

Galaeron cogió la espada por el filo y la extrajo de las sombras. Tratando de pasar por alto el hecho de que se había rebanado la yema de dos dedos, arrojó el arma al aire y se las ingenió para cogerla por la empuñadura. Sintió el frío abrasador en la palma de la mano.

—¡Ya la tengo!

Dando la vuelta huyó hacia lord Imesfor, que se encontraba doce pasos por delante de él sacudiendo furioso sus manos inútiles. Melegaunt cogió a Galaeron por el hombro y lo guió dejando atrás al alto mago.

—¡Por aquí! —dijo.

Melegaunt hizo una pausa para asegurarse de que lord Imesfor los seguía y a continuación penetró en un corredor de sombra. No habían recorrido más de veinte pasos cuando el primer illita rodeó el recodo que quedaba a sus espaldas, arrojando su aliento sibilante hacia el corredor. Melegaunt apuntó con un dedo por encima de su hombro y desató a sus espaldas una tormenta de negros meteoros.

Cargado como iba Galaeron con Vala y todas sus armas, le costaba tanto respirar que a duras penas oía los gritos entrecortados de sus perseguidores. Melegaunt recorrió una curva del largo pasadizo y llegó a una intersección de donde partían dos caminos: uno que se desviaba entre dos colinas hacia una luz distante y otro que se internaba más en la oscuridad.

Melegaunt empujó a lord Imesfor hacia la luz.

—Por ahí, no más de cien pasos. Saldrás cerca del pantano de Chelimber.

—¿Tan lejos hemos llegado? —El elfo puso los ojos como platos.

—¡Así es! —Los sibilantes ruidos empezaron a oírse a la vuelta de la esquina que acababan de superar. Melegaunt empujó al alto mago hacia la luz—. Corre y lanza tu conjuro en cuanto veas el pantano.

Lord Imesfor salió corriendo hacia la luz, gimiendo de dolor al zarandear sus maltrechas manos. Galaeron hizo intención de correr en la otra dirección pero, sorprendido, sintió que una manaza lo sujetaba por el hombro. Al volverse vio a Melegaunt que se llevaba un dedo a los labios y observó con creciente curiosidad cómo el mago echaba un velo de sombra delante de ellos.

Los illitas llegaron a la intersección un momento después. Galaeron estaba tan asustado que casi no sentía la mano quemada por el hielo con la que sostenía la espada de Vala, pero las criaturas se desviaron y corrieron tras lord Imesfor.

Mientras escuchaba el ruido sibilante de la procesión, Galaeron empezó a sentirse cada vez más descompuesto. Seguía esperando que Melegaunt hiciera saltar su trampa y lanzara contra las espantosas criaturas algún conjuro inmensamente poderoso que acabara con ellas de inmediato. Melegaunt permaneció silencioso e inmóvil. Lo único que hizo fue echar mano de la espada de Vala al darse cuenta de lo blanca que se le estaba poniendo la mano a Galaeron.

Por fin, Galaeron cayó en la cuenta de que el mago no tenía intención de tender una emboscada a los illitas, sino que había usado a lord Imesfor como cebo. Entonces dejó el cuerpo inerte de Vala en el suelo de sombra, sacó su propia espada y trató de adelantar a Melegaunt.

El mago le plantó una mano en pleno pecho, parándolo en seco.

—Levántala. Vas a atraer a un shadator.

Galaeron sacudió la cabeza.

—Ya veo cómo hacéis las cosas los humanos —dijo, apoyando la punta de su espada en la garganta de Melegaunt—. ¡Os salváis vosotros y sacrificáis a los demás!

—Ves menos de lo que yo pensaba. —Melegaunt rodeó con su mano libre la espada de Galaeron. Tan grande era el poder de los encantamientos de protección del mago que ni siquiera la espada mágica podía cortar su carne—. Lord Imesfor sobrevivirá, siempre y cuando haga lo que le dije.

—Eso no puedes saberlo.

—¿Que no puedo? —Hizo a un lado la espada de Galaeron—. Aun cuando no pudiera, ¿acaso lord Imesfor vacilaría en usarte como cebo? ¿Querrías que lo hiciera si eso significara la salvación de Evereska?

Galaeron bajó la espada.

—Tendrías que haberle advertido.

—¿Habría confiado en mí? —Melegaunt volvió a colocar la espada de Vala en su vaina y a continuación levantó a la mujer él mismo—. Pienses lo que pienses, nosotros somos los que tenemos que llegar a nuestro destino. Por más que Imesfor encuentre ayuda en Aguas Profundas, o incluso en Siempre Unidos, no hará más por detener a los phaerimm que Kiinyon y sus Guardianes de Tumbas. Al menos tú has visto lo suficiente como para saber que eso es verdad.

Era uno de esos raros momentos que eran cada vez más escasos en que Khelben «Bastón Negro» Arunsun encontraba tiempo suficiente para acompañar a su mujer, Learal, en su «siesta» del solalto y además estaba lo suficientemente relajado como para disfrutar de ella, momentos en que los problemas parecían muy lejanos y las dificultades mundanas no le pesaban sobre los hombros. Por todo eso le disgustó sobremanera oír las pisadas de un aprendiz subiendo las escaleras.

—¡Maestro Bastón Negro! —Era el joven Ransford, el más nervioso de todos los novicios y, al menos en aquel momento, el más desconsiderado—. ¡Lady Manodeplata!

—¡Ay! —Learal volvió la cabeza y fijó en Khelben su mirada verde y somnolienta—. Con cuidado, querido.

Khelben bajó la vista y vio que los nudillos de sus manos, las manos que dos segundos antes acariciaban suavemente los hombros de Learal, estaban ahora blancos. Hizo un esfuerzo por aflojar la presión y por respirar hondo, y a continuación procuró que su voz sonara relajada.

—Lo siento, amor mío.

—¡Levántate, mi señor! —La urgencia se acentuaba en la voz de Ransford a medida que se acercaba—. ¡Señora, despiértate!

Rechinando los dientes, Khelben pasó una pierna por encima de la espalda de Learal y colocó los dos pies en el suelo.

—Como me venga otra vez con lo de las ranas de tres patas le voy a arrancar la lengua a ese muchacho para usarla en una poción de ventriloquia.

Se echó encima la túnica negra y le lanzó a Learal su bata color plata.

Ransford llegó al descansillo y golpeó la puerta.

—Mi señor, despierta…

—¡Calma, muchacho! —Khelben abrió la puerta tan repentinamente que Ransford entró trastabillando y cayó de cuatro patas sobre el suelo—. ¿Es que no sabes lo que significa la palabra «siesta»?

—Lo siento, maestro Bastón Negro, pero —Ransford pudo entrever un jirón de la piel pálida de Learal cuando ella se echó encima la bata, entonces se ruborizó y empezó a tartamudear—, p-p-pe-pero…

—¿Qué pasa? —Khelben cogió al muchacho de una oreja—. Dilo de una vez.

—Ha-a-hay un e-e-elfo —tartamudeó—, y u-un, un il-il-il… ¡Ven a verlo tú mismo!

Ransford cogió a Khelben de la mano y lo llevó a la ventana, pero el chico estaba tan nervioso que Khelben tuvo que pronunciar él mismo la palabra de transparencia. Cuando lo hizo quedó tan atónito que a punto estuvo de empezar a tartamudear él también.

Afuera, en el patio, un elfo maltrecho al que le faltaban los dedos daba patadas y manotazos a un desollador de mentes en un intento desesperado de arrancar uno de los tentáculos de aquella cosa de un pequeño agujero redondo abierto en su cráneo.

—¡Por el Tejido, Learal! —Khelben echó la mano al bastón al que debía su nombre y, en el mismísimo instante, sintió el reconfortante contacto de su pulida madera—. ¡Creo que ahí abajo está Gervas Imesfor!