Epílogo
Edimburgo, Dublin Street
Dos años después
Al oír que alguien se aclaraba la garganta levanté la mirada al espejo y vi a Braden apoyado en la jamba de nuestra habitación. Me volví y puse los brazos en jarras.
—¿Qué estás haciendo? Se supone que no deberías estar aquí.
Braden sonrió con delicadeza, devorándome con los ojos, y la expresión en ellos me puso sentimentaloide. Maldito fuera.
—Estás preciosa, nena.
Bajé la mirada al vestido y suspiré.
—No puedo creer que me convencieras de esto.
—Puedo ser muy persuasivo cuando me lo propongo. —Me estaba sonriendo con petulancia.
—Persuasivo es una cosa. Esto… Esto es un milagro. —Lo miré con atención—. Espera, ¿has venido por eso? ¿Para asegurarte de que salgo de casa? —La idea me molestó. Mucho. De hecho sentí que se me paraba el corazón.
Braden hizo una mueca.
—No. Estoy convencido de que vas a salir por esa puerta.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Porque hace días que no te veo y te echaba de menos.
—Vas a verme dentro de media hora. ¿No podías esperar?
—Pero allí habrá más gente. —Dio un paso hacia mí, dedicándome esa mirada.
Oh, no. ¡No!
—Eso puede esperar. —Levanté una mano para mantenerlo alejado—. Mira, tú me has metido en esto. No estaba segura de quererlo, pero tú has sido muy convincente, y me has hecho entrar de cabeza. Y quería que fuera perfecto, como en… bien hecho. Así que saca el culo de aquí, señor.
Estaba sonriendo de oreja a oreja al retroceder.
—Vale, tú mandas.
Resoplé al oír eso.
—Te veré dentro de media hora —soltó.
—¡Braden! —Ellie se precipitó en la habitación con un vestido de seda color champán largo hasta los pies—. Da mala suerte ver a la novia antes de la boda. ¡Sal! —Lo empujó por el pasillo hasta apartarlo de mi vista.
—Te veo pronto, nena —gritó Braden, riendo.
Negué con la cabeza, tratando de calmar los nervios y el vértigo que pugnaba con ellos al mirarme en el espejo de caballete. Estaba casi irreconocible en mi vestido de boda color marfil.
—¿Preparada, Joss? —preguntó Ellie, sin aliento después de haber sacado a su hermano del apartamento.
Rhian apareció a su lado con una sonrisa provocadora, el mismo vestido color champán que llevaba Ellie y un anillo de boda de oro al lado del anillo de diamante de compromiso que le había regalado James. Llevaban ocho meses casados.
—Sí, ¿estás lista, Joss?
Estábamos de pie en el dormitorio principal que había sido la habitación de Ellie, pero que ahora era mía y de Braden. En Virginia había encontrado algunas cosas: joyas de mi madre, Ted (el oso de peluche favorito de Beth), unos cuantos álbumes de fotos y una pintura que quería conservar. Todo lo demás lo regalamos o lo tiramos. Nos costó un par de días y un montón de pañuelos de papel, pero lo hicimos y después salimos para visitar sus tumbas. Eso fue duro y no pude contener el ataque de pánico, y durante un rato Braden simplemente se sentó en la hierba conmigo conteniéndome mientras yo trataba de disculparme con mi madre, con mi padre y con Beth por haber pasado ocho años tratando de no recordarlos.
Pasar por todo eso con Braden consiguió unirnos aun más. Cuando volvimos a Escocia, éramos prácticamente inseparables, y como Ellie y Adam eran inseparables del todo, resultaba incómodo que los cuatro viviéramos juntos teniendo en cuenta que Ellie y Braden eran hermanos. Ninguno de ellos quería oír hablar de sexo. Al final, Ellie se había mudado a la casa de Adam unos meses después de la cirugía, y Braden había puesto su apartamento en alquiler y se había instalado en Dublin Street. Un año después se había puesto de acuerdo con un taxista y me había propuesto matrimonio en un taxi, a las puertas de la iglesia evangélica de Bruntsfield, en reminiscencia de cómo y dónde nos conocimos. Y luego todo había ido muy deprisa hasta el presente. Después de la boda viajaríamos a Hawái para la luna de miel y al volver lo haríamos a Dublin Street como el señor y la señora Carmichael. Sentí un tirón en el pecho y respiré hondo.
Braden había estado hablando de tener hijos últimamente. Niños. Oh, Dios. Miré mi manuscrito completo en el escritorio. Después de veinte cartas de rechazo había recibido una llamada de una agente literaria que quería leer el resto. Le había mandado por correo electrónico el manuscrito completo solo dos días antes. Durante dos años ese manuscrito había sido como un niño para mí y había tenido muchos miedos respecto a publicar la historia de mis padres. ¿Hijos nuestros? Me dio un yuyu cuando Braden lo mencionó por primera vez, pero él se había quedado allí sentado bebiendo su cerveza mientras yo perdía el control. Diez minutos después había vuelto a mirarme y me había dicho:
—¿Has terminado?
Ya estaba acostumbrado a mis yuyus.
Lancé una mirada a la fotografía de mis padres que tenía en mi escritorio. Como Braden y yo, mamá y papá habían sido apasionados. Discutían mucho, tenían sus problemas, pero siempre los superaban por la profundidad de sus sentimientos. Eran todo lo que no podían ser sin el otro. Claro que podía haber momentos difíciles, pero la vida no era una película de Hollywood. Había que joderse. Luchabas, gritabas y de alguna manera trabajabas a brazo partido para llegar a salvo al otro lado.
Como Braden y yo.
Asentí con la cabeza ante la pregunta de Ellie y Rhian.
En ocasiones las nubes no eran ligeras. En ocasiones sus panzas se ponían oscuras y cargadas. Era la vida. Ocurría. No quería decir que no diera miedo ni que ya no estuviera asustada, pero al menos sabía que mientras tuviera a Braden a mi lado cuando esas nubes descargaran, estaría bien. Nos mojaríamos juntos. Sabía que Braden tenía un buen paraguas para protegernos de lo peor.
El futuro era incierto, pero podía afrontarlo.
—Sí, estoy preparada.