12

¿Conoces esos programas de naturaleza en los que el suricato monísimo está caminando sobre sus cuatro patitas para volver a su madriguera, donde lo esperan su familia y sus pequeños dramas y políticas de suricato, y esa águila cabrona sobrevuela su cabeza…?

El pequeño suricato corre a ponerse a salvo y espera que se aleje el águila cabrona.

Pasa un rato y finalmente el suricato decide que el águila se ha aburrido y se ha largado a joder a otro pequeño suricato. Así que el suricato sale de su madriguera tan contento.

Y justo cuando ese pequeño suricato piensa que está a salvo, el águila cabrona se precipita desde el cielo y le clava sus cabronas garras.

Bueno… sé exactamente cómo se sentía ese pequeño suricato…

***

Braden no llamó otra vez, ni envió un mensaje de texto ni de correo electrónico. Pasé los siguientes días ocupada, luchando con mi manuscrito, borrando capítulos que podría haber escrito un escolar de octavo curso, limpiando el apartamento de arriba abajo y aprovechando la distracción que suponía vivir el Festival de Edimburgo con Ellie. Llegamos al teatro Big Top en The Meadows a tiempo para la obra, The Lady Boys of Bangkok, y maldición, eran guapas, fuimos a la exposición de Edvard Munch en la Galería Nacional de Arte Moderno de Escocia, en el oeste de la ciudad, y compramos entradas baratas para ese cómico joven y prometedor que estaba atrapado en una habitación deprimente del antiguo edificio del centro de estudiantes, en el campus principal de la universidad. Estar en el centro de estudiantes me trajo recuerdos de Rhian y James paseando por allí. Traté de permitirme disfrutar de las multitudes del festival, los turistas por doquier, el olor a café y cerveza y comida caliente por todas partes. Mercachifles en la acera, vendiendo sus artículos: bisutería, carteles, recuerdos de cualquier cosa, octavillas por todas partes.

También hice una traumática visita a mi terapeuta y hablé de Dru por primera vez.

Sí. No quería pensar en ello.

Baste decir que cuando llegó el jueves logré convencerme de que Braden solo había estado jugando conmigo. Al fin y al cabo, si fuera en serio al menos me habría mandando algún mensaje de texto para asegurarse de que no lo había olvidado, pero no. Nada de nada.

Había cambiado mis turnos de trabajo de jueves y viernes a viernes y sábados por la noche, para tener tiempo de estar en casa. Cuando Ellie me dijo que esa noche iba a quedarse con su madre, porque tenía ganas de estar con su familia, yo estúpidamente no sospeché nada. No estaba preparada. Estaba relajada, pensando que Braden se había olvidado de mí.

Saqué mi estúpida cabeza de mi estúpida madriguera.

Fue entonces cuando Braden se precipitó como un águila cabrona.

***

El apartamento se encontraba en silencio, salvo la sala, donde yo estaba acurrucada en un sillón, dando sorbitos a una copa de vino y viendo la película 300 de Zack Snyder. Me di cuenta de que había sido una idea pésima. Todos esos músculos tensos y el efecto secundario de languidez del vino… Lo culpé por lo que ocurrió a continuación.

—¿Sabes?, deberías cerrar con llave cuando estás en casa sola.

—¡Mierda!

Salté, derramando el vino sobre mis vaqueros. Me levanté de la silla y miré a Braden, que estaba de pie en el umbral, con aspecto poco divertido. ¿Por qué tenía que estar cabreado? ¡No eran sus vaqueros favoritos los que acababa de echar a perder!

—Joder, Braden, por última vez, llama a la puerta.

Bajó la vista a mis vaqueros manchados antes de volver a mi cara.

—Si me prometes que cerrarás la puerta con llave cuando estés sola en casa.

Me quedé quieta, asimilando su expresión seria. ¿Estaba… preocupado por mí? Puse ceño y bajé la mirada al dejar mi copa casi vacía en la mesita de café.

—De acuerdo —murmuré, sin estar segura de qué hacer con eso.

—Ellie va a pasar la noche fuera.

Mis ojos lo fulminaron y lo descubrí mirándome con intensidad. Llevaba traje, pero tenía aspecto arrugado, como si hubiera estado trabajando durante horas y hubiera venido a verme sin hacer ninguna parada antes. Me dio un vuelco el estómago al darme cuenta de lo que había ocurrido.

—¿Has orquestado eso?

El lado izquierdo de su boca se curvó hacia arriba.

—Para referencia futura, puedes comprar a Ellie con una caja de trufas de champán.

Iba a matar a la traidora.

Sobre todo porque Braden estaba más sexy que nunca. Eso y el hecho de que el departamento de vestuario de 300 había afectado mi libido eran los responsables de la ruina hormonal que se alzaba ante Braden. Deseé poder seguir el consejo de la doctora Pritchard y dejar de pensar cincuenta pasos por delante. Me decía a mí misma todo el tiempo que vivía el presente, porque planear un futuro era aterrador. Pero mientras vivía mi vida en el presente, me preocupaba constantemente sobre lo que me esperaba al día siguiente, y creo que la buena doctora estaba sugiriendo que aprovechara mi propio consejo y viviera el hoy.

Pero ¿con Braden?

Era demasiado peligroso. Ya sabía que no quería una relación con él.

—Supongo que no me estabas esperando —dijo Braden al acomodarse en el sofá.

Sin querer dar la impresión de estar intimidada, volví a colocarme en el sillón.

—No. Había conseguido convencerme y me había hecho ilusiones de que habíamos terminado con lo que nos había ocurrido antes, fuera lo que fuese…

Él se quitó la chaqueta.

—¿Te refieres a cuando te magreé contra la pared?

Apreté la mandíbula con irritación. Si él hubiera sido un personaje de mi libro, habría odiado su boca sucia. Tal y como eran las cosas, mi cuerpo amaba su boca sucia. No hacía falta decírselo.

—¿Sabes, Braden? Te he observado en los últimos meses y eres un caballero con todo el mundo menos conmigo. ¿Por qué?

—Porque te quiero en mi cama. Y los caballeros son aburridos en la cama.

Bien pensado.

—Los caballeros son caballeros en la cama. Se aseguran de que lo pasas bien.

—Me aseguraré de que lo pases bien y de que estés a gusto con todo lo que hagamos. Simplemente no seré educado con eso.

Vuelco en el estómago, tirón en las entrañas.

—Pensaba que ya habíamos discutido eso. No va a pasar nada entre tú y yo.

Me miró con mala cara, inclinándose hacia delante, con los codos en las rodillas y las manos entrelazadas entre ellas. Él se había remangado otra vez la camisa. Era como si supiera lo que me provocaba.

—No hemos discutido nada.

Suspiré profundamente.

—Braden, me gustas, de verdad. Sí, eres un capullo dominante y dices lo que se te ocurre sin filtrar nada, pero pareces un buen tío y eres un buen hermano para Ellie.

Nuestros miradas se encajaron, y casi me estremecí por la punzada de atracción que silbó en mi pecho.

—Ellie se ha convertido en una muy buena amiga y me encanta vivir aquí con ella. No quiero estropear eso. Y no quiero tener una relación. Con nadie.

Me miró tanto rato en silencio que no sabía si iba a terminar respondiendo. Acababa de decidir que lo mejor era abandonar la sala y dejar a Braden con sus pensamientos cuando él se relajó otra vez en el sofá. Sus ojos se oscurecieron. Conocía esa mirada. Oh, no.

—Suerte que no te estoy proponiendo una relación.

No miento si digo que estaba completamente confundida.

—Bueno, ¿qué estás proponiendo?

—Solo sexo.

¿Qué?

—¿Qué?

—Tú y yo. Solo sexo. Cuando queramos. Sin ataduras.

—Solo sexo —repetí, sintiendo que las palabras rodaban en mi boca y mi cerebro.

Solo sexo. Sexo con Braden cada vez que quisiera, sin ataduras.

—¿Qué pasa con todo lo demás? —pregunté—. ¿Ellie, el apartamento, el grupo con el que salimos?

Braden se encogió de hombros.

—Nada de eso tiene que cambiar. Seremos amigos que salen y que tienen sexo juntos.

—¿Y qué le diríamos a la gente?

—No es asunto de nadie.

Incliné la cabeza, exasperada.

—Me refiero a Ellie.

—La verdad. —Me miró con atención—. Yo no miento a mi hermana.

—No le gustará.

Braden chascó la lengua.

—Me importa un pimiento si a Ellie le gusta o no. De hecho, preferiría que mi hermanita no se metiera en mi vida sexual.

—Sería difícil porque la persona con la que quieres tener sexo vive con ella.

Eso no le molestó en lo más mínimo.

—Vuestras habitaciones están en lados opuestos del piso. Y siempre puedes visitar mi cama en mi piso.

Hum. El apartamento de Braden. Tenía curiosidad por verlo.

«¡No! No, páralo».

—No puedo.

—No puedes o no lo harás. —Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.

Vuelco en el estómago, tirón en las entrañas. Cerré los ojos. Podía sentir su cuerpo apretado contra el mío otra vez, notar su lengua tocando la mía y su mano suave pero firme en mi pecho. Oh, Dios. Mis ojos se abrieron y descubrí que su mirada se había suavizado en mí.

—¿Solo sexo?

Me di cuenta de que estaba tratando de contener una sonrisa, como si supiera que estaba ganando.

—Bueno… casi.

¿Qué?

—¿Casi?

—Necesito que alguien me acompañe a comidas de negocios y los estúpidos eventos sociales que Morag ha programado para que yo aparezca. Sería bonito ir con alguien que no esté esperando una propuesta de matrimonio o un collar de diamantes al final de la noche.

—Eso no es solo sexo. Eso es un compromiso. Como los acuerdos que sueles tener con todas esas Barbies con las que sales. Lo cual me lleva a la pregunta de ¿por qué yo? Braden, tienes un montón de dinero y no eres exactamente feo (aunque dudo que necesites que te dé más combustible para ser un cabrón), así que ¿por qué no te vas y consigues a una de esas rubias altas y flacas que saltarán ante la posibilidad de saltarte encima?

La sorpresa destelló en la cara de Braden, y él bajó la cabeza.

—Uno: porque necesitan que las cuide. Quieren que hable de mis sentimientos y que les compre mierdas. Estamos hablando de sacar eso de escena, lo cual funciona para los dos. Y dos: ¿en serio?

Torcí el gesto, porque no sabía a qué se refería con lo de «en serio».

—Bueno. —Negó con la cabeza, sonriendo ahora—. Siempre me sorprendes.

—¿Cómo es eso?

—Solo suponía que sabías lo sexy que eres. Al parecer no.

Vaya. Me ruboricé por dentro y puse los ojos en blanco, como si sus palabras hubieran atravesado mi coraza.

—Lo que tú digas.

Mi respuesta displicente no lo disuadió. Estaba decidido a responder a mi pregunta.

—No, no pareces mi tipo de mujer. Y sí, me gustan las piernas largas, y las tuyas son cortas.

Ahora lo fulminé con la mirada.

Braden sonrió.

—Y aun así me provocaste una semierección en el taxi cuando llevabas esos shorts. Y otra vez cuando los llevaste en la casa de Elodie y Clark.

Me quedé boquiabierta.

—Estás mintiendo.

Negó con la cabeza, disfrutando de sí mismo.

—Tienes unas piernas fantásticas, Jocelyn. Una sonrisa asombrosa que usas muy de vez en cuando. Y tetas fantásticas. Y sí, normalmente salgo con rubias. Pero tú eres rubia. Creo. —Se rio cuando mi mirada se convirtió en dardos—. No importa el color del pelo. Nunca te lo sueltas, y no puedo dejar de pensar en ti debajo de mí, y ese pelo extendido en mi almohada mientras me muevo dentro de ti, enloquecido.

Oh. Dios.

—Pero creo que sobre todo es por tus ojos. Quiero sacar de ellos lo que nadie más saca.

—¿Y qué es eso? —pregunté, con la voz grave, casi ronca. Sus palabras me habían afectado tan profundamente como cualquier afrodisíaco.

—Dulzura. —Su voz propia había profundizado con la atmósfera—. La dulzura que solo una mujer puede tener después de correrse conmigo.

Tragué saliva por dentro. Por fuera, incliné la cabeza a un lado, con una sonrisa astuta.

—Eres bueno con las palabras, eso te lo concedo.

—Soy bueno con las manos. ¿Puedes concederme eso?

Reí y su sonrisa se ensanchó, perversa y hermosa. Suspiré y negué con la cabeza otra vez.

—Suena a algo más que solo sexo, Braden. Estás pidiendo compañía. Eso está complicando las cosas.

—¿Por qué? Son solo dos amigos que salen de vez en cuando y después tienen sexo. —Notó mi duda inquebrantable en eso, porque se encogió de hombros—. Mira, ¿cuándo me he puesto serio con una mujer? Te deseo y tú me deseas. Está flotando sobre lo que debería ser una amistad perfectamente bonita, así que afrontémoslo.

—¿Pero añadiendo noches de citas? ¿Eso no extiende el período de esto?

Pensé que vi un destello de irritación en sus ojos, pero desapareció con un abrir y cerrar de pestañas.

—¿Quieres ponerle un plazo?

—Un mes.

Y entonces él sonrió, dándose cuenta de que yo estaba cediendo.

Mierda. Estaba cediendo.

—Seis.

Resoplé.

—Dos.

—Tres.

Nos miramos el uno al otro y, como si de repente se nos ocurriera que estábamos hablando de cuánto tiempo pretendíamos explorar una relación sexual, la tensión ya caliente entre nosotros se encendió todavía más, y enrareció el aire. Era como si alguien hubiera echado un lazo en torno a nosotros dos y estuviera tirando y tirando, tratando de acercarnos. Una imagen de nosotros dos en mi cama, desnudos y retorciéndonos, destelló en mi mente. Mi cuerpo respondió al instante. Con las bragas ya suficientemente mojadas, mis pezones se unieron a la fiesta y se endurecieron, visiblemente. Los ojos de Braden bajaron a mis pechos y empezaron a fundirse antes de regresar a mi cara.

—Hecho —murmuré.

Su siguiente pregunta fue inesperada, pero práctica.

—¿Tomas la píldora?

Tenía períodos irregulares y abundantes, así que sí, estaba tomando la píldora para parar eso.

—Sí.

—¿Te has revisado?

Sabía a qué se refería. Y después de mi último encuentro sexual y de no recordar lo que había ocurrido, sí, me había revisado para ver si tenía enfermedades de transmisión sexual.

—Sí. ¿Y tú?

—Después de cada relación.

—Entonces supongo que podemos empezar.

Las palabras apenas habían salido de mi boca y Braden ya estaba de pie sobre mí, ofreciéndome su mano grande, con expresión seria y decidida. Sus ojos me quemaron.

—¿Qué? ¿Ahora? —chillé, sintiéndome absolutamente no preparada.

Levantó una ceja.

—¿Quieres esperar?

—Solo… pensaba que tendría tiempo para prepararme.

—¿Prepararte?

—Ya sabes… perfume, lencería bonita…

Con un gruñido divertido, Braden me agarró de la muñeca y me levantó de la silla. Mi cuerpo pequeño chocó con el suyo y sus brazos me rodearon al instante, apretándome contra él. Una mano se deslizó a mi cadera y en torno a mi trasero. Me pellizcó con suavidad y me apretó contra él, con su erección dura en mi vientre. Contuve un gemido, echando la cabeza hacia atrás para encontrarme con sus ojos brillantes.

—Nena, la lencería bonita es para seducir a un hombre. Yo ya estoy más que seducido.

—Vale, pero…

Su boca me cortó, aplastando la mía, con su lengua buscando la entrada de inmediato. El beso fue profundo y húmedo y decía «esto no es una cita, esto es sexo». Estaba bien para mí. Gemí y deslicé los brazos en torno a su cuello y Braden lo tomó como mi consentimiento.

En un momento estaba en el suelo, al siguiente estaba en los brazos de Braden, con mis piernas en torno a su cintura, mis manos en su pelo al besarnos y mordisquearnos y provocarnos y lamernos los labios, conociendo el gusto y el tacto del otro.

—Joder —respondió Braden, y su forma de pronunciar la palabra vibró con fuerza en mis labios.

Sin tiempo para quejarme porque abandonara mi boca, sentí el aire en el pelo y estábamos moviéndonos al pasillo, por el pasillo, en mi habitación y entonces estaba cayendo. Golpeé el colchón con un sorprendido uf y levanté la mirada a Braden con indignación.

—¿Era necesario?

—Desnúdate —respondió con brusquedad, desabotonándose la camisa con dedos rápidos y ágiles.

Mi sexo se apretó. Mi mandíbula también.

—¿Perdón?

Él paró lo que estaba haciendo y se inclinó hacia mí, apoyando las manos en el colchón, a ambos lados de mis caderas, con su rostro en el mío.

—Una segunda propuesta: cuando estamos follando, no discutas conmigo.

—Pe…

—Jocelyn —murmuró como advertencia.

Mis ojos bajaron a su boca, la boca que quería otra vez en la mía. Si eso exigía no discutir con él durante el sexo, bien. Solo discutiría con él cuando no estuviéramos teniendo sexo.

—¿Por qué insistes en llamarme Jocelyn? —Me aseguré de que mi tono fuera de curiosidad, no de confrontación. Porque tenía curiosidad.

Sus labios tocaron los míos, suaves, delicados y se echó hacia atrás, con esos ojos azul claro suyos ardiendo.

—Joss es nombre de niña. Posiblemente poco femenino. —Rio—. Jocelyn, en cambio, es un nombre de mujer. Una mujer realmente sexy. —Se echó atrás—. Así que desnúdate, Jocelyn.

Vale. Podía llamarme Jocelyn.

Me incorporé y me saqué la blusa por la cabeza. La lancé al aire y tardé un momento en ver cómo Braden se despojaba de su camisa. Esta cayó al suelo y yo la observé antes de permitirme levantar la mirada. Sonreí con anticipación ante la visión de la erección que se marcaba bajo sus pantalones, y al momento mi boca se secó al ver su torso desnudo.

Braden hacia ejercicio. Hacía ejercicio en serio.

Llevaba pantalones de tiro bajo que dejaban contemplar su estómago plano y la sexy uve de sus músculos allí. Me mordí el labio. Quería tocarlo. Mi atención subió por su tableta de chocolate a un pecho fuerte y unos hombros anchos. Y todo estaba perfectamente envuelto en una piel bronceada y perfecta.

—Joder, Jocelyn. —Levanté la mirada y descubrí su mirada destellando aún más que antes—. Si sigues mirándome así, esto va a terminar antes de lo que me gustaría.

Hum. Eso me gustó. Me gustaba tener ese poder sobre él.

—Bueno, eso no podemos permitirlo.

Sonreí con descaro, y me estiré para soltarme el sujetador. Sentí el aire frío en mis pechos desnudos al echar el sujetador a un lado de la cama, y esta vez fui yo la sometida al escrutinio de Braden.

Sus ojos viajaron de mi pecho a mi cara y de repente parecía un poco enfadado. Me tensé, sorprendida.

—¿Sabes lo que he tenido que pasar desde ese día en el piso? Estar sentado enfrente de ti en bares, en comidas, sabiendo que debajo de toda esa hostilidad estaba la fantasía sexual de cualquier hombre.

Oh, era bueno.

Entrecerró los ojos al buscar los botones y la cremallera de sus pantalones. La cremallera bajó ruidosamente.

—Voy a hacerte pagar por haberme hecho esperar tanto.

El latido entre mis piernas empeoró. «Suena bien».

Me incorporé y me solté el pelo, dejando que cayera en torno a mis hombros en todo su esplendor, temblando cuando la expresión de deseo se agudizó en los ojos de Braden.

—De acuerdo —susurré con voz ronca.

No sé quién de los dos se quitó los pantalones después de eso, pero en un momento estaba tratando de recuperar cierto control con toda mi actitud sexy y mi pelo, y al siguiente estaba sin bragas, tumbada boca arriba, con las tetas apretadas contra el pecho de Braden, los muslos abiertos para acomodarlo entre mis piernas… y estaba mirándolo a los ojos, sin aliento con la anticipación.

—¿A qué estás esperando? —murmuré.

Esbozó una sonrisa irónica.

—A que te eches atrás.

Gruñí, enfadada.

—Estoy desnuda, ¿no?

—¿Y? Ya lo has estado antes.

—¡Braden!

Le golpeé el hombro mientras él se reía con suavidad, y su risa hizo que la parte inferior de su cuerpo se moviera y que esa polla suya larga, gruesa y deliciosa se deslizara por mi vientre arriba y abajo.

Contuve un grito ante el latido de placer que me causó la provocación de la acción y Braden gimió en respuesta, bajando sus labios a los míos. Estoy seguro de que el beso pretendía ser lento, sexy, atormentador. Empezó así. Pero semanas de posponer ese momento había hecho que los dos nos impacientáramos un poco. El beso se hizo agresivo, violento, con mis manos aferradas con fuerza a su cabello y las suyas apretándome la cintura, las costillas, los pechos. Mis pechos eran particularmente sensibles, y cuando su pulgar rozó mi pezón, levanté las caderas hacia él.

—Te gusta esto, nena —murmuró, sin que en realidad lo planteara como una pregunta, porque la respuesta era obvia.

Sus labios fueron depositando un reguero de besos por mi mandíbula y mi cuello, con mis manos resbalando de su cabello a sus hombros cuando él se detuvo en mi pecho derecho. Plantó un beso suave y deliberado allí y juro que dejé de respirar. Otro beso. Otro.

—Braden… —le rogué.

Sentí que sonreía contra mi pecho justo antes de sentir el calor húmedo de su lengua en mi pezón cuando sus labios se cerraron en torno a él. Sentí que me clavaban una lanza de deseo en mi sexo.

—¡Dios, Braden!

Él hizo lo mismo en el otro pecho y otra vez tuve que levantar las caderas hacia las suyas, más impaciente de lo que había estado jamás. Aunque claro, había pasado mucho tiempo para mí.

—Nena. —Su voz atronó sobre mí cuando su mano se deslizó a mi cadera, sujetándome—. ¿Estás mojada por mí, Jocelyn?

Sí. Dios, sí.

—Braden…

—Respóndeme. —Sentí su mano moviéndose hacia abajo: noté el roce de sus dedos subiendo por la cara interior de mi muslo, provocándome—. Dime que estás mojada por mí.

Cuando pensé en eso después, no podía creer que no me avergonzara su pregunta, o su exigencia. O lo mucho que me excitaba esa exigencia. Nunca había tenido un amante que me hablara de forma obscena durante el sexo, pero estaba funcionando.

—Estoy mojada por ti —susurré contra su boca.

Él me besó satisfecho, un beso profundo y explorador, y su lengua se deslizó sobre la mía al tiempo que sus dedos subían un poco más. Me sacudí al sentir el primer contacto de sus dedos rozándome. No había tenido los dedos de nadie allí abajo en mucho tiempo. En respuesta, el beso de Braden se hizo más intenso, su tacto más suave. Mis labios se separaron de los suyos en un gemido cuando me introdujo el dedo pulgar, encontrando mi clítoris y presionándolo.

—Nena, joder, estás empapada.

Su cabeza cayó al lado de la mía en la cama, con sus labios en mi cuello mientras su pulgar salía de mí y lo sustituían dos dedos gruesos que se introdujeron lentamente en mi vagina. Separé las rodillas para buscar más, con mis manos aferrándose a la espalda desnuda de Braden al levantarme a por ese más.

—Más —rogué.

Y él me dio más, metiendo y sacando los dedos. Se incorporó, apoyándose en el otro brazo y me miró a la cara mientras me conducía hacia el orgasmo.

—Sí —suspiré, sintiendo una espiral tensa.

Y entonces sus dedos ya no estaban.

—¿Qué…?

—No vas a correrte hasta que esté dentro de ti —me dijo, con sus rasgos tensos de deseo al tiempo que me sujetaba las manos contra la cama—. Quiero sentir cómo te corres en torno a mí.

Bueno, no iba a protestar por eso.

Contuve mi suspiro de placer al sentir su polla pulsante en mi entrada. Se frotó contra mí de manera provocadora y estuve tentada de agarrarle el trasero y obligarlo a entrar. Pero él me sujetaba con fuerza las muñecas, sonriendo como si supiera exactamente lo que yo estaba pensando. Como tortura, describió círculos con sus caderas, provocándome más.

—Braden —gemí con impaciencia.

Eso solo lo hizo reír.

—¿Qué, nena?

—Si no te das prisa, me voy a echar atrás.

—Bueno, eso no podemos permitirlo. —Se impulsó con fuerza en mi interior y yo gimoteé, tensándome con el estremecimiento de incomodidad que sentí cuando mi cuerpo pugnó por aceptar su tamaño.

Todo el cuerpo de Braden se tensó, con sus ojos oscuros en mí.

—¿Estás bien?

Asentí, soltando aire mientras mi cuerpo se relajaba en torno a él.

Aflojó el apretón en mis muñecas, pero no me soltó. Empujó de manera tentativa, tensando la mandíbula, cerrando los ojos como si le doliera.

—Joder, Jocelyn —dijo con voz quebrada—. Estás muy cerrada.

Levanté las caderas, instándolo a moverse, sintiendo que el placer volvía a enrollarse otra vez, sintiéndome llena de él y desesperada por la satisfacción.

—Ha pasado un tiempo.

Abrió los ojos de golpe.

—¿Cuánto?

—Braden…

Suspiré.

—Cuatro años.

—Nena.

Bajó la cabeza y me besó con suavidad, y cuando se retiró su sonrisa de gallito estaba en su lugar. Se introdujo más profundamente, subiendo las manos desde mis muñecas para que sus dedos pudieran entrelazarse con los míos. Me sostuvo de esa manera mientras se movía suavemente en mi interior, conduciéndome hacia el orgasmo.

—Más fuerte —dije en un grito ahogado.

Sus labios rozaron mi oreja.

—Pídemelo, Jocelyn.

—Braden, más fuerte. Fóllame más fuerte.

Levanté las caderas y Braden volvió a clavarse en mí. Yo grité, arqueando el cuello. Él gimió en mi oído al tiempo que empujaba con más fuerza, con nuestros cuerpos tan concentrados en alcanzar el orgasmo que sus manos me soltaron. Yo inmediatamente me aferré con fuerza a sus caderas y él me agarró del culo, subiéndome para que su polla pudiera deslizarse más adentro.

—Ven conmigo, nena. —Me ordenó con aspereza.

Asentí, notando que aumentaba la presión en mi cuerpo. Ya casi estaba llegando.

—Braden, Braden…

Su mano se deslizó entre mis piernas y su pulgar me acarició el clítoris en benditos círculos.

—¡Oh, Dios! —grité cuando él me arrancaba el orgasmo, con mi sexo tensándose y pulsando en torno a su polla.

—Joder. —Sus ojos se ensancharon al mirarme, observándome mientras me corría de forma prolongada e intensa.

Cerré los ojos, desesperada por romper la conexión entre nosotros en ese momento y sintiendo que la cabeza de Braden caía a mi cuello al tiempo que se estremecía, gimiendo al correrse dentro de mí y provocándome un espasmo al notar la humedad caliente de su eyaculación.

Se relajó dentro de mí, con su respiración acalorada en mi cuello mientras los dos tratábamos de respirar con normalidad. Notaba los músculos calientes y pegajosos, mis muslos descansando sobre los suyos. Olíamos a sudor fresco y sexo, y yo todavía estaba pulsando en torno a él.

Uf.

El mejor sexo de mi vida.

Braden me besó el cuello y levantó la cabeza, con los rasgos suavizados por la satisfacción poscoital.

—Jocelyn —murmuró antes de besarme con suavidad, un beso húmedo y profundo.

Cuando se retiró, salió de mí con cuidado y se puso de costado, acariciándome el vientre con ternura al hacerlo.

Lo miré, preguntándome muchas cosas.

¿Había sido tan atronador para él como para mí? Él también se había corrido con fuerza, así que esperaba que sí.

¿Y qué ocurriría a partir de ese momento? ¿Por qué estaba allí tumbado, mirándome?

Yo miré al techo, incómoda por esa expresión suave en sus ojos.

—Hum… gracias.

Sintiendo que el colchón se agitaba, volví la cabeza en la almohada y me encontré a Braden riéndose de mí.

—¿Qué?

Él negó con la cabeza, claramente divertido conmigo por alguna razón. Se inclinó sobre mí y me plantó otro beso en la boca.

—De nada. —Sonrió, frotando mi labio inferior con el pulgar—. Y gracias a ti. Ha estado de puta madre, nena.

Eché a reír. De alivio. De histeria. De incredulidad.

Acababa de tener sexo, sexo fenomenal, con Braden Carmichael. Y estaba convencida de que íbamos a hacerlo otra vez. Y quería hacerlo.

Pero en mis propios términos.

—Voy a lavarme.

Me levanté de la cama, impertérrita por mi desnudez porque él había dejado completamente claro que le gustaba lo que veía. Al caminar como si tal cosa por el pasillo al cuarto de baño, esperaba que Braden supiera lo que quería decir que iba a lavarme: cuando volviera del cuarto de baño, más le valía estar vestido y listo para irse.

Pero cuando salí del cuarto de baño, seguía tumbado en la cama, esperándome.

Puse las manos en mis caderas y arrugué el entrecejo.

—¿Qué estás haciendo? ¿No deberías estar vestido?

Me lanzó una sonrisa provocadora.

—¿Sabes lo sexy que estás ahora mismo?

Puse los ojos en blanco.

—Braden.

Ante mi tono de advertencia, su sonrisa desapareció al sentarse.

—Todavía no me voy.

—¿Pero te vas?

No respondió verbalmente. En cambio se estiró y me cogió la mano, tirando de mí hacia la cama. Maldición, era fuerte.

—Braden —protesté al encontrarlo tumbado a mi lado con los brazos en torno a mí.

Me besó en la frente.

—Hueles bien.

Eh, ¿qué?

Levanté la mirada y vi que había cerrado los ojos.

¿Iba en serio? ¿Pensaba que iba a dormir conmigo?

Me escabullí de su agarre y me di la vuelta, retorciéndome para separarme de él y darle la espalda, con la esperanza de que captara la indirecta. No tuve tanta suerte. Segundos más tarde su brazo fuerte estaba en torno a mi cintura, su mano plana en mi estómago y mi cuerpo era deslizado otra vez sobre la sábana hasta chocar con el suyo.

Tensó el brazo en torno a mí, con su frente caliente en mi espalda. Noté el tacto tembloroso de sus labios en mi hombro.

—Buenas noches, nena.

Anonadada, me quedé un momento en silencio.

Eso no era lo que esperaba. En absoluto. Eso desde luego no decía a gritos «solo somos compañeros de sexo».

Y era agradable.

Y asustaba.

—¿Estamos… haciendo cucharita? —pregunté en voz alta, tratando sin éxito de dar un toque mordaz a mi tono.

Sentí el bufido de su respiración en mi cuello.

—Duérmete, nena.

Oh… no.

Como si presintiera mi inminente huida, Braden me apretó con más fuerza contra su cuerpo, poniendo su pierna entre las mías, enlazándola en una de ellas.

—Duérmete.

Capullo mandón.

—Hacer cucharita no estaba en los términos de nuestro acuerdo.

No me hizo caso. Después de un minuto o dos de silencio oí su respiración uniforme. ¡De verdad iba a dormir! Traté de retorcerme, pero sus músculos acababan de flexionarse en advertencia y yo no era lo bastante fuerte para salir.

Así que me quedé ahí, esperando.

Estaba maravillosamente agotada por todo el sexo asombroso, y dormir parecía una opción celestial, pero estaba decidida a no dormirme en sus brazos. Eso era un poco demasiado… relación.

Obligándome a permanecer despierta, yací en sus brazos durante media hora hasta que sentí que su cuerpo se relajaba por completo. Mordiéndome el labio para contener cualquier respiración pesada que pudiera haber causado el ejercicio de tener que moverme como un ninja, le levanté el brazo lo más suavemente posible y saqué mi pierna de debajo de la suya.

Me quedé congelada.

Juro que pensaba que había percibido el cambio en el ritmo de su respiración.

Escuché con atención, relajándome con los sonidos de respiraciones continuadas.

A hurtadillas, en silencio, me aparté de él, colocándome cerca del borde de la cama, bajando las piernas al suelo. Acababa de levantar el trasero cuando me encontré tirada con tanta fuerza que reboté en el colchón con un grito ahogado.

El corazón me golpeó en las costillas cuando Braden me recolocó otra vez, expertamente, moviéndose tan deprisa que estaba debajo de él en cuestión de segundos, con mis muñecas sujetadas sobre mi cabeza y su cuerpo a horcajadas del mío.

No parecía feliz.

—¿Vas a dormirte de una puta vez?

Lo miré.

—No contigo en mi cama. Esto no formaba parte del trato.

—Uno: yo compré la cama. Dos: solo es dormir, Jocelyn.

No hice caso del comentario de la cama, porque era cierto.

—No. Eso es hacer cucharita. Has dicho solo sexo. No hacer cucharita. Follamos, lo pasamos bien y te vas a casa. Ese es el trato.

Me estudió con intensidad durante un momento y luego bajó la cabeza hasta que sus labios casi tocaron los míos.

—Follamos, lo pasamos bien y luego hacemos cucharita. No me voy a casa. No me voy a casa, porque a veces en plena noche me despierto y cuando me despierto quiero follar. Y por alguna razón desconcertante la persona con la que quiero follar eres tú. Ahora, solo voy a decirlo una vez más. Ven a dormir.

Me soltó solo para caer a mi lado y me apretó otra vez contra él.

En cucharita.

Apreté la mandíbula.

—¿Y si no quiero despertarme para que tú puedas pasarlo bien conmigo?

Apretó la cara en mi cuello y sentí que sonreía contra mi piel. Me besó y se tiró hacia atrás.

—¿Por que no te doy un adelanto de lo que quiero hacer contigo para despertarte?

Y entonces estaba otra vez tumbada boca arriba mientras Braden me besaba todo el cuerpo. Sabiendo lo sensible que era, se detuvo en mis pechos, con una mano jugando en mi pezón, su boca chupando el otro. Suspiré, encendiéndome para él, con la lucha completamente olvidada. Ya volvía a estar mojada por él, con mis caderas inquietas. Y él también lo sabía. Levantando la cabeza de mis pechos, me besó entre ellos y siguió una línea invisible por mi torso, hundiendo su lengua en mi ombligo y bajando más, con sus labios saltando en la piel suave y temblorosa de mi bajo vientre.

Separó mis muslos y un instante después su boca estaba en mí.

Gemí en cuanto su lengua chupó en mi interior, jugando con mi clítoris. Estaba jadeando cuando sus dedos se unieron a la fiesta. Deslicé las manos por su pelo, tensándome, instándole a pegarse a mí mientras él me estimulaba magistralmente hacia el orgasmo, lamiéndome y follándome con los dedos con frenesí.

—Braden —gemí cuando retiró sus dedos. Estaba tan cerca. Tan jodidamente cerca…

Y entonces estaba empujando otra vez, dentro y fuera, dentro y fuera, con su lengua haciendo magia en mi clítoris.

—¡Braden! —exploté contra él cuando él me arrancó cada milímetro de un orgasmo. Mi cuerpo se estremeció con más espasmos al tiempo que él volvía a tumbarse a mi lado.

Vale, había sido solo tan alucinante y sobrenatural como el último que me había dado.

Estaba tumbada, jadeando, mirando al techo en confuso asombro hasta que Braden apareció otra vez encima de mí. No dijo ni una palabra, pero cuando se inclinó hacia mí y me besó, dejándome notar mi propio gusto al mover su lengua en la mía, sentí como si la profundidad de ese beso lo estuviera diciendo todo de él.

Lo había dejado claro.

Mis miembros inútiles no protestaron al encontrarme otra vez en sus brazos.

Haciendo cucharita.

—Buenas noches, nena —atronó su voz en mi oído.

—Buenas noches —murmuré, cerrando los ojos.

Entonces las luces estaban apagadas.