16
No tenía ni idea de dónde vivía Braden y me sorprendió bajar del taxi en la universidad, en la pasarela que conducía a The Meadows. El edificio moderno, que se alzaba sobre un café y un pequeño supermercado, albergaba apartamentos de lujo. Subimos en ascensor hasta arriba y Braden me dejó entrar en su ático dúplex.
Debería haberlo imaginado.
El lugar era como mínimo asombroso, pero decididamente daba la impresión de que allí vivía un hombre. Suelo de madera noble en todas partes, un enorme sofá rinconero de ante color chocolate, una chimenea de cristal negro instalada en la pared, una enorme pantalla de televisión en la esquina. Una pared divisoria separaba la sala de la cocina y su isla. La cocina en sí era claramente de alta gama, pero estaba terminada en acero frío y daba la impresión de que no la hubieran usado nunca. En la parte de atrás del apartamento había unas escaleras que conducían a lo que supuse que serían los dormitorios.
Era todo el cristal lo que hacía el piso tan espectacular. Ventanales de suelo a techo en tres lados ofrecían vistas de la ciudad, con puertas cristaleras que comunicaban la sala con una enorme terraza privada. Descubriría después que, en el piso de arriba, del otro lado del edificio, el dormitorio principal tenía ventanas de suelo a techo y otra terraza, lo cual proporcionaba al ático una vista de trescientos sesenta grados de la ciudad.
La vista nocturna era espectacular. Mi madre nunca había hecho justicia a la ciudad cuando trataba de describírmela. Sentí un dolor que me desgarraba el pecho al encontrarme en medio de la sala de Braden, mirando al mundo dolorida y preguntándome con qué frecuencia Braden habría hecho lo mismo.
—No has dicho ni una palabra. ¿Estás bien?
Me volví hacia él, sabiendo que en él encontraría una cura temporal.
—¿Quieres follar?
Braden sonrió despacio, desconcertado, causando otro tirón de atracción en mis tripas.
—¿Follar?
—Follar y olvidar toda esa mierda. Lo que hizo ella. Lo que hizo él. Todas las perras sin alma que querían algo de ti.
Su expresión cambió de inmediato, tornándose dura, insondable, al dar un paso hacia mí.
—¿Estás diciendo que no quieres nada de mí?
—Quiero esto. Quiero nuestro acuerdo. Quiero… —Respiré hondo, sintiendo que se me escapaba el control— que me folles.
—¿Para olvidar qué, Jocelyn?
¿No lo veía? ¿De verdad era tan buena mi máscara? Me encogí de hombros.
—Todo, la nada.
Se quedó en silencio un momento, con ojos escrutadores.
Y entonces me arrastró a sus brazos, con una mano firme en mi nuca cuando su boca buscó la mía. Era un beso desesperado. No sabía si se trataba de su desesperación o de la mía. Solo sabía que nunca había besado tan profundamente, con tanta avidez. No era cuestión de delicadeza. Era cuestión de hundirnos uno dentro del otro.
Braden interrumpió el beso y su pecho subió y bajó con fuerza al tratar de recuperar el aliento. Levanté la cabeza hacia él, envuelta ya en una profunda niebla sexual, cuando él cogió mi cara entre sus manos y me plantó un beso delicado en la boca, con su lengua entrando y saliendo de la mía, incitándome. Cuando se apartó, sus manos bajaron susurrando por mis brazos y me dio la vuelta lentamente con sus manos en mi cintura. Me quedé de pie dándole la espalda, con mi respiración entrecortada mientras sus dedos buscaban la cremallera lateral del vestido. Su tacto era tan ardiente que podía sentir el calor a través de la tela. El único sonido en la sala era el de nuestras respiraciones excitadas y el agudo rumor de la cremallera, que Braden me bajó con exasperante lentitud, rozándome la piel con los dedos en su descenso. En cuanto terminó con la cremallera, volvió a deslizar sus manos por mis brazos hasta los tirantes del vestido, e igual de lentamente, los despegó de mis hombros. Ya solo tenía que sujetar el vestido a la altura de mis caderas y tirar hacia abajo hasta dejarlo a mis pies.
—Sal —susurró con voz quebrada en mi oído.
Con el pulso acelerado, levanté los talones y salí del círculo que había formado el vestido, y el movimiento me hizo darme cuenta de lo embarazosamente mojada que ya estaba. Braden recogió el vestido del suelo y lo tendió en el sofá. Cuando volvió, sentí su mano en la piel suave de mis nalgas. ¿Había mencionado que también llevaba lencería nueva? Me había puesto un conjunto de encaje negro de Victoria’s Secret. Las bragas eran de corte alto por detrás, así que la mayor parte de la carne de mis nalgas quedaba al descubierto, y el sujetador era de corte bajo, así que mi escote quedaba muy sexy con el vestido.
Temblé cuando Braden continuó acariciándome, con sus dedos deslizándose por la raja de mi trasero y luego entrando desde atrás. Gemí y me arqueé hacia él al tiempo que él sacaba los dedos y volvía a introducirlos.
—Braden.
Solo se retiró para agarrarme por las caderas y presionarme otra vez contra él, con su erección clavándose en mis nalgas porque todavía llevaba los tacones.
—Es lo único que hace falta para ponérmela dura —me dijo con suavidad, rozándome la oreja con los labios—. Que tú digas mi nombre.
Mi pecho se cerró y no supe cómo responder. No quería hablar. Solo quería sentir.
Como si él lo percibiera, me dio la vuelta y dio un paso atrás examinándome con la mirada en mi nueva ropa interior sexy.
—Magnífico. Pero te prefiero desnuda. —Sus ojos bajaron a mis zapatos y brillaron—. Los zapatos te los puedes dejar.
Llevé las manos a mi espalda para desabrocharme el sujetador, pero Braden estaba de nuevo ocupando mi espacio y sus manos me detuvieron. Negó con la cabeza y yo bajé los brazos.
—Espera.
Se apartó de mí. Me quedé solo con mi ropa interior y mis tacones, y observé que Braden se desnudaba lenta y tortuosamente. Me sonrió, sin nada más que los pantalones del traje, con el pecho y los pies desnudos, con las pupilas ardiendo con intención. No me importaba cuál era la intención. Solo quería tenerlo otra vez dentro de mí.
Pero Braden no había terminado. Con un brazo en torno a mi cintura, me atrajo hacia su cuerpo: la piel desnuda de mi vientre tocando su torso, mis piernas desnudas rozando sus pantalones y mis pechos presionados en su piel desnuda. Sentí un tirón en el pelo cuando con la otra mano trabajaba con rapidez para sacarme todos los prendedores que sostenían mi cabello recogido y segundos después este cayó a mi espalda en un desmadre de rizos enredados. Observé que sus ojos destellaban y por una vez di gracias a Dios por todo mi cabello si era esa la reacción que provocaba en Braden. Su mano se tensó en él y usó mi pelo para echarme la cabeza hacia atrás con sus labios amenazando mi garganta expuesta. Contuve la respiración, con la piel recalentada, las piernas temblando, mis manos sujetando sus hombros, esperando. Sentí su boca haciéndome cosquillas en mi piel, y otra vez, apenas un roce que hizo que se me escapara un ruido de frustración.
Noté la respiración jadeante de Braden en el cuello y luego su boca estaba presionando allí, con su lengua jugando con mi piel, dejando un provocativo reguero de besos cálidos, bajando, bajando, hasta que llegó a la curva de mis pechos. Sentí una bocanada de aire frío cuando tiró de mi sujetador y dejó al descubierto mi pezón duro y suplicando por su boca. Sus labios se cerraron en torno a mí y yo avancé mis caderas hacia las suyas, con su polla dura clavándose en mí y la necesidad dando paso al desenfreno.
—Braden, por favor —rogué, arqueando la espalda.
Mi mano rozó su pecho y bajó por su piel caliente y firme para sujetarlo a través de sus pantalones.
Su respiración se entrecortó e inclinó las caderas hacia mí al frotarse contra mi mano.
—Joder —murmuró, cerrando fugazmente los ojos antes de abrirlos de golpe con fuego en ellos—. No puedo esperar.
Asentí, con un apretón de anticipación en el vientre y mis bragas ya absolutamente empapadas. Braden soltó mi sujetador en segundos, con una destreza en la que no quise pensar, y sus manos grandes se tomaron un momento para sostenerme las tetas. Sentí que se le ponía aun más dura contra mí.
Fue entonces cuando su control lento y tortuoso se interrumpió bruscamente. Tiró de mí hacia él al tiempo que retrocedía hacia la puerta donde había un aparador apoyado contra la pared, y entonces me dio la vuelta y me empujó sin muchas contemplaciones contra el mueble, poniéndome de espaldas a él. Mi respiración estaba saliendo en ráfagas frenéticas al aferrarme al aparador. Las manos de Braden me rodearon para apretarme los pechos, obligando a mi cuerpo a juntarse con el suyo mientras su lengua atormentaba mi oreja.
—Voy a dar por hecho que te gusta así. Va a ser duro, Jocelyn, duro y fuerte. ¿Estás preparada?
Asentí, con el corazón chisporroteando un poco.
Ya tenía las bragas bajadas. Agité las piernas y salí de ellas, apartándolas de una patada. El calor de él en mi espalda, el sonido de la cremallera de sus pantalones bajándose… Noté un relámpago de pura lujuria a través de mi sexo y mis uñas se clavaron en el armario con anticipación.
Separó los dedos de la mano en mi abdomen, tirando de mí hacia atrás y hacia arriba de manera que quedé doblada hacia delante, con los antebrazos planos en el aparador. Deslizó un dedo en mi interior.
—Nena… —murmuró con aire de suficiencia—, estás empapada.
Gemí para que no parara y rio entre dientes en respuesta un instante antes de clavarme la polla. Grité ante la profunda invasión, arqueando la espalda, pero Braden no me concedió ningún aplazamiento. Se echó atrás cinco centímetros para volver a hundirse a fondo, con el mueble sólido bajo mi pecho cuando me relajé en torno a él. El apartamento se llenó del ruido de la respiración pesada, de nuestros gruñidos y gemidos, del abofeteo húmedo de la carne cuando él me hacía olvidarme de todo, follándome. Sus dedos se clavaron en mis caderas mientras me martilleaba desde atrás, gimiendo mientras yo me echaba hacia él, en un ritmo perfecto pero duro. Mi jadeo se hizo más alto, estimulándolo, y él levantó las manos para pellizcarme los pezones mientras sus caderas seguían martilleándome. Ese fue el desencadenante.
—¡Braden! —grité.
Un orgasmo que superó a todos los demás explotó en mí, con mi sexo apretándose y pulsando en torno a su polla mientras él continuaba cabalgándome hacia su propio clímax.
Se corrió con un gemido profundo, con la boca en mi hombro, las manos sujetándome las caderas aun más fuerte a las suyas al levantarse hacia mí, temblando al eyacular.
Mis miembros ya no funcionaban. Lo único que me sostenía era Braden.
Al cabo de un rato, salió de mi interior con cuidado, pero aun así me estremecí. No había sido suave conmigo. Como si lo percibiera, me sostuvo con más fuerza.
—¿Estás bien?
No. Estaba alucinada.
—Ha sido una pasada —respiré, cayendo contra él.
Su risa era baja, casi un susurro.
—Dímelo a mí.
Me encontré dándome la vuelta hacia él y levantada suavemente en el aparador, con Braden levantando mis piernas en torno a sus caderas y mis manos apoyadas en su pecho mientras me sostenía la mirada. Sentí que algo cambiaba en su expresión al mirarme, algo que hizo que mi respiración se entrecortara. Él captó el sonido con su boca al bajar la cabeza para besarme lenta y lánguidamente. Con ternura.
En ocasiones no hacen falta palabras para saber que se ha producido un cambio en ti. Puedes compartir una mirada con un amigo que cimienta una comprensión más profunda entre los dos y crea un vínculo más fuerte. Un contacto con una hermana o hermano o padre que dice «estoy aquí, pase lo que pase», y de repente alguien que era solo un pariente, una persona a la que amas, se convierte también en uno de tus mejores amigos.
Algo ocurrió allí con Braden cuando me miró, cuando nos besamos.
No era solo sexo.
Necesitaba salir de allí.
Se echó atrás, con el labio levantado en la comisura al apartarme el pelo de la cara.
—Todavía no he terminado contigo.
Y entonces me besó otra vez.
Me quedé allí, envuelta en torno a él, besándonos. Y estuvimos besándonos como adolescentes durante al menos diez minutos. Mi cuerpo combatía con mis emociones. No quería renunciar a lo que había entre nosotros. Era adictivo, seductor. Pero no quería nada más que lo que podíamos regalarnos mutuamente en el plano físico. Debería irme.
No podía irme.
Comprendí entonces lo que quería decir la gente que se refería a alguien como una droga.
Eso significaba que tendría que redefinir la noche. Sexo.
Decisión tomada, me eché atrás y me lamí los labios hinchados antes de bajar del aparador y sacarme los zapatos de tacón.
—Tengo que pedirte una disculpa —le recordé, poniéndome de rodillas.
Braden bajó la cabeza con los ojos pesados.
—¿Por qué? —murmuró cuando su polla semidura se endurecía otra vez.
Sonreí.
—Por llamarte capullo.
Rio, una risa gruesa que se atragantó en un gemido cuando yo lo envolví con mi boca.
***
Aunque, con un mando a distancia, Braden había corrido unas persianas por encima de las ventanas que ocupaban la mayor parte de la pared del dormitorio, el sol de la mañana iluminó con fuerza la habitación. Me desperté. Volví la cabeza en su almohada y vi en el reloj que eran las siete y media. Sabía que Braden no estaba detrás de mí porque normalmente su calor me despertaba, además oía el grifo de la ducha en el cuarto de baño en suite.
Recordé la noche anterior. El restaurante. Descubrir la existencia de su mujer. Dolor por él. Venir aquí. El sexo salvaje contra el aparador. Yo bajando hacia el miembro de Braden. Él devolviéndome el favor. Una visita desnuda por su dúplex que terminó en su dormitorio. Todavía sintiéndome extraña, lo había tendido boca arriba en la cama y me había abierto camino a besos y lametones por su cuerpo asombroso antes de aceptarlo en mi interior. El plan era cabalgarlo y llevarlo hasta donde habíamos estado unas horas antes.
Braden tenía otros planes.
Al correrme, él nos había hecho girar y se había clavado en mí una y otra vez, mirándome a los ojos. Yo quise cerrarle los suyos como la última vez. Pero no pude.
Ahora los cerré con un gemido suave.
La situación se estaba complicando, y tal vez era cobarde, pero simplemente no podía afrontar a Braden a la luz del día después de la intensidad de la noche anterior. Salí de la enorme cama de estilo japonés y me escabullí en silencio de la habitación, bajando al trote a buscar mi ropa. Me apresuré a ponerme la ropa interior y el vestido, me calcé los zapatos, aunque me hacían daño, y cogí el bolso. Salí, con el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho al notar culpablemente el aire fresco. Como no estaba de humor para emprender el camino de la vergüenza, pillé un taxi en lo alto de Quartermile y no me relajé hasta que paró en Dublin Street.
Estaba metiendo la llave en la puerta cuando recibí el mensaje de texto.
«Qué coño ha sido eso. No vuelvas a hacerlo. Ya hablaremos».
Solté aire pesadamente, agotada por la perspectiva.
***
Judy Garland me estaba cantando, diciéndome que el sol estaba brillando y que fuera feliz. No había nada malo en un poco de Judy Garland, pero justo entonces quería que Gene Kelly volviera a la pantalla y bailara para mí. Me había duchado para quitarme el sudor y el sexo de la noche anterior, me había puesto los vaqueros y una sudadera con capucha y me había acurrucado en el sofá a ver películas viejas. Si hubiera tratado de sentarme ante mi portátil a escribir, solo me habría perdido en mis pensamientos muy confundidos y enredados. Así que estaba entumeciendo la mente con musicales y mi viejo amor de Hollywood, Gene Kelly.
Acababa de prepararme un sándwich cuando oí que se abría la puerta del apartamento. Mi corazón se detuvo un segundo hasta que oí pisadas ligeras. Ellie. Respiré aliviada.
—Hola. —Ellie sonrió al entrar con aire despreocupado en la habitación—. He vuelto de la óptica.
Puse a Judy en silencio.
—¿Cómo ha ido?
—Aparentemente necesito gafas para leer y para ver la televisión. —Arrugó la nariz—. No me quedan bien las gafas.
Lo dudaba. Ellie podría llevar una bolsa de basura y seguiría teniendo buen aspecto.
—¿Cuándo has de recogerlas?
—La semana que viene. —Sonrió de repente—. ¿Y? ¿Cómo fue la cena?
—Tu hermano me engañó. Solo estábamos los dos.
Ellie resopló.
—Típico de Braden. ¿Pero lo pasasteis bien?
—Aparte de encontrarnos con una mujer que obviamente era ex novia de Braden que me pareció muy agradable aunque un poco negada cuando inadvertidamente me habló de la ex mujer de Braden, sí. —Me encogí de hombros con tranquilidad—. Lo pasamos bien.
Ellie ahogó un grito, atrayendo mi mirada a ella. La ansiedad nubló sus ojos pálidos cuando se levantó y caminó con cautela para sentarse a mi lado.
—Tendría que habértelo dicho, Jocelyn, pero Braden quería decírtelo él mismo. Y es personal para él. Ojalá pudiera explicarlo, pero la verdad es que es asunto suyo.
Hice un gesto de desdén.
—Está bien. Me habló de Analise. De cómo le engañó.
Ellie juntó las cejas.
—¿Te lo contó?
«¿Se suponía que no tenía que hacerlo?»
—Sí.
Ella se sentó un momento, pareciendo congelada y luego algo en sus ojos se suavizó y me sonrió.
—Te lo contó.
Oh, Dios, se estaba metiendo ideas románticas en la cabeza otra vez.
—Para.
—¿Qué?
Sus ojos se abrieron con fingida inocencia.
Puse cara de enfado.
—Ya lo sabes.
Antes de que Ellie pudiera responder, la puerta del apartamento se abrió y se cerró. Pisadas pesadas en el pasillo hacia nosotras.
—Oh, mierda —murmuré, sin hacer caso de la mirada inquisitiva de Ellie.
La puerta de la sala se abrió y allí estaba él de traje, apoyado en la jamba de la puerta con expresión inescrutable.
—Hola, Braden. —Ellie saludó débilmente, sintiendo el peligro repentino en el aire.
—Buenas tardes, Els. —La saludó con la cabeza y entonces me clavó al sofá con su mirada azul letal—. Al dormitorio. Ahora. —Dio media vuelta y salió para que yo lo siguiera.
Me quedé boquiabierta.
—¿Qué le has hecho? —susurró Ellie con preocupación.
Le lancé una mirada.
—Me he escapado de su casa esta mañana.
Ensanchó los ojos.
—¿Por qué?
Ya sentía una culpa inexplicable, mi culpa se transformó rápidamente en rabia.
—Porque eso es lo que hacen los follamigos —solté, saltando del sofá—. Y tiene que dejar de darme órdenes.
Entré pisando fuerte, sí, pisando fuerte, en mi dormitorio y cerré la puerta detrás de mí, con mi pecho hinchándose de indignación.
—Tienes que dejar de darme órdenes. —Lo señalé con el dedo.
La expresión inescrutable que él tenía a los pies de mi cama se transformó enseguida en otra de desagrado. Eso por decirlo suavemente. Estaba cabreado.
—Tú tienes que dejar de actuar como si estuvieras como una cabra.
Respiré profundamente.
—¿Qué demonios he hecho?
Parecía no dar crédito y levantó las manos con incredulidad.
—Te escapaste de mi piso como si yo fuera algún borracho con el que te avergüenzas de haberte acostado.
No podría estar más equivocado. Crucé los brazos sobre el pecho como medida de protección al negar con la cabeza y me negué a sostener su mirada.
—Quieres convencerme de lo contrario y decirme exactamente por qué he salido de la ducha esta mañana y he descubierto que te habías largado.
—Tenía cosas que hacer.
Braden habló con una calma intimidante.
—¿Tenías cosas que hacer?
—Sí.
—¿Sabes?, hasta este momento nunca habías actuado de acuerdo con la edad que tienes. Pensaba que eras más madura, Jocelyn. Supongo que me equivocaba.
—Oh, no saques esa mierda —repuse con irritación—. No soy yo la que se cabrea porque mi follamigo no se queda para hacer carantoñas por la mañana.
Al ver el destello de algo en sus ojos, sentí que me mareaba. La expresión había desaparecido tan deprisa como había aparecido y sus rasgos se endurecieron en mí.
—Bien. Lo hecho, hecho está. Olvídate de eso. Te necesito el sábado, dentro de dos semanas. DJ Intrepid, un famoso DJ de Londres, va a actuar en Fire en la primera semana de curso. —Su voz parecía desprendida, vacía, y toda esa distancia estaba dirigida a mí. No me gustó—. Quiero que vengas.
Asentí, entumecida.
—Vale.
—Muy bien. Luego te mandaré un mensaje.
Caminó hacia mí y esperé con tensión su siguiente movimiento. Ni siquiera me miró. Solo pasó a mi lado para dirigirse a la puerta.
No me dio un beso de despedida.
Me sentía mareada. ¿Quién estaba complicando las cosas ahora?
***
La doctora Pritchard tomó un trago de agua y luego inclinó la cabeza hacia mí cuando dejé de hablar.
—¿Se te ha ocurrido que podrías estar albergando sentimientos más profundos por Braden?
Suspiré profundamente.
—Por supuesto. No soy estúpida.
—¿Y aun así estás decidida a mantener este acuerdo con él pese a que él lo sabe y quiere ir más allá?
Mi sonrisa desde luego carecía de humor.
—Vale… quizá soy un poco estúpida.
***
Sé que soy cabezota. Eso lo llevo conmigo. Sé que tengo problemas que vienen de lejos, y sé que esos problemas no van a terminar pronto. Pero después de vivir los últimos meses en Dublin Street y con un poco de ayuda de la buena doctora, podía verme bajo una luz diferente. Me había convencido de que no tenía ataduras reales en esta vida porque era así como lo quería. De forma lenta pero segura estaba aceptando el hecho de que Rhian y James eran un vínculo, y Ellie era sin duda un vínculo. Puede que no quisiera interesarme por ellos, pero lo hacía. Y con el interés y el afecto llegan toda clase de malos rollos… como el remordimiento.
Me disculpé con Ellie por ser brusca. Ella, por supuesto, lo aceptó con gracia.
Pero todo el día estuve acosada por la culpa y no dejaba de ver la cara de Braden ante mis ojos. Esa culpa me recordó momentos malos, y me encontré encerrada en el cuarto de baño, tratando de superar un ataque de pánico bastante espantoso.
Me había dado cuenta de algo. Algo aterrador.
Podría ser solo sexo con Braden, pero eso no significaba que no tuviera un lazo con él.
Podría no querer interesarme por él, pero lo hacía.
Por eso, al salir hacia el trabajo, le envié un mensaje de texto que decía algo que no le había dicho nunca a un tío.
«Lo siento x»
No tienes ni idea de lo rápido que latía mi pulso después de añadir el beso. Un pequeño beso y me temblaban las manos. Craig y Jo no estaban contentos conmigo esa noche. La cagué con un par de clientes, derramé media botella de Jack Daniel’s y volqué el tarro de propinas en el whisky, con lo cual se mojaron un par de billetes. Cuando miré mi teléfono en un descanso y todavía no había recibido un mensaje de texto de Braden, me di una buena reprimenda.
No podía convertirme en una idiota inepta porque un tío no hubiera aceptado una disculpa mía. Había mostrado un crecimiento real al enviar ese mensaje, me dije enfadada conmigo misma, y si él no se daba cuenta era problema suyo. Al infierno con él. Yo era Joss Butler. No me tragaba la mierda de ningún hombre.
Volví a trabajar, sintiéndome desafiante y decidida, y logré acabar el turno sin ningún incidente más. Disculpé mi torpeza diciéndole a los chicos que había tenido una migraña, pero que ya me encontraba mucho mejor. Se lo tragaron porque empecé a bromear con ellos como de costumbre, haciendo aquello en lo que siempre había sido buena y guardando mis sentimientos bajo la trampilla de mi interior.
Aferrarme a eso era clave, porque un patinazo, una rendija podían provocar que esa trampilla se abriera y…, bueno, simplemente no podía afrontar eso.
Al irse los clientes, Jo y Craig me ofrecieron amablemente que me marchara porque no me había sentido bien. No iba a discutir. Cogí mis cosas, le dije adiós a Brian en la puerta y me dirigí a los escalones de George Street.
—Jocelyn.
Me volví y me encontré a Braden de pie en la acera, al lado del club. Me dio vueltas el estómago otra vez. Nos miramos uno a otro en silencio durante un minuto antes de que yo encontrara la voz.
—¿Estabas esperándome?
Sonrió un poco al acercarse.
—Pensaba que podría acompañarte a casa.
Me inundó un alivio que no estaba dispuesta a reconocer durante mucho tiempo, y le sonreí.
—¿El paseo va a terminar con nosotros dos desnudos en mi cama?
Su risa era baja, dura y siempre me dejaba anonadada.
—Eso es lo que tenía en mente, sí.
Respiré hondo.
—Entonces ¿estoy perdonada por ser una perra?
—Nena. —Braden se estiró para acariciarme la mejilla, perdonándome claramente.
Yo tiré de su chaqueta, acercándolo.
—Creo que de todos modos deberías enseñarme quién es el jefe.
Sus brazos me envolvieron la cintura y me encontré acurrucada contra él.
—Pensaba que me habías dicho que tenía que dejar de darte órdenes.
—Bueno, en determinadas circunstancias te lo permito.
—¿Oh? ¿Y cuáles serían?
—Cualquiera que resulte en que me corra.
Sonrió, apretándome más cerca.
—¿Por qué tienes que hacer que todo suene tan sucio?
Reí, recordando que esas eran las palabras que había usado el día que me había encontrado desnuda. Dios, parecía que habían pasado siglos.