14

El rostro malhumorado de la conciencia acarició el mío y, al despertarme, reparé en un gran peso atravesado en mi cintura y en el hecho de que estaba inusualmente caliente. Me di cuenta de que era el calor lo que me había despertado. Si tenía que hacer caso de la pesadez de mis párpados y su reticencia a abrirse, era demasiado temprano para levantarme y probablemente debería volver a dormirme.

Pero ese peso atravesado en mi cintura me resultaba familiar.

Me obligué a abrir los ojos y miré el pecho desnudo que tenía a unos centímetros de mi cara.

Vale, ¿qué?

¡Despierta! Mis ojos somnolientos e irritados recorrieron ese pecho hasta la cara, y la realidad se abrió paso de forma lenta pero segura. Braden estaba en mi cama.

Otra vez.

Tardé un momento, recordando que había llegado la noche anterior y lo había encontrado dormido en el sofá. Había hablado con Ellie, me había lavado en el cuarto de baño y luego había pillado el sobre.

Estaba claro que, en algún momento de la noche, Braden se había metido en mi cama.

Ese no era el trato.

Soltando un resoplido de enfado, lo empujé en el pecho con todas mis fuerzas. Y cuando digo con todas mis fuerzas quiero decir que lo tiré de la cama.

Su corpachón impactó en el suelo con un ruido sordo y que sonó doloroso. Me incliné para ver que abría los ojos, empañados y confundidos por el hecho de que me estaba mirando desde su posición tumbado en el suelo. ¿He mencionado que estaba completamente desnudo?

—Joder, Jocelyn —se quejó, con la voz áspera por el sueño—. ¿Qué demonios ha sido eso?

Le sonreí desde arriba.

—Era mi forma de recordarte que era solo sexo.

Se incorporó apoyándose en los codos. Tenía el pelo desordenado y expresión beligerante, y un aspecto tremendamente sexy.

—¿Así que has pensado que podías tirarme de tu cama?

—Con estilo. —Asentí, sonriendo con dulzura.

Braden asintió lentamente como si aceptara que tenía razón.

—Vale… —Suspiró.

Y entonces estrangulé un chillido de miedo cuando se levantó y me agarró por los brazos con manos fuertes para arrastrarme al suelo con él.

—¡Braden! —grité, cuando me tumbó de espaldas.

Y entonces vino lo peor. Empezó a hacerme cosquillas.

Chillé como una niña, retorciéndome y riendo mientras intentaba eludir su ataque.

—¡Para!

Su sonrisa era perversa y decidida, y él era rápido y fuerte para esquivar mis patadas sin dejar de sujetarme en el suelo y hacerme cosquillas.

—¡Braden, para!

Apenas podía respirar de la risa tan fuerte y de utilizar tanta energía para librarme de él.

—¿Puedo confiar en que podré acostarme a tu lado en el futuro sin temer ataques arteros mientras estoy durmiendo? —preguntó en voz alta, por encima del ruido de medio ahogo medio risa que salía de mí.

—¡Sí! —prometí, porque ya empezaban a dolerme las costillas.

Paró y yo respiré hondo, relajándome en el suelo a su lado. Hice una mueca.

—Este suelo está duro.

Entrecerró los ojos.

—Sí, díselo a mi trasero.

Me mordí el labio para no reírme. No lo conseguí.

—Lo siento.

—Oh, tienes cara de sentirlo. —Se curvó la comisura de su boca cuando colocó las manos a ambos lados de mi cabeza para situarse encima de mí, poniendo la rodilla entre mis piernas—. Creo que debería castigarte de todos modos.

Mi cuerpo respondió de inmediato ante la expresión de sus ojos, el tono de su voz. Mis pezones se me pusieron como piedras, y al doblar las piernas, separándolas para él, sentí el pulso de mi sexo diciéndome que estaba preparada. Pasé los dedos por sus abdominales antes de deslizar las manos para agarrarlo por los riñones.

—¿Te has hecho pupa en el pandero? —Reí.

Braden había empezado a besarme, pero se retiró.

—Esa es una palabra rara.

—Igual que «calzas». ¿Qué demonios son calzas?

Aparté un recuerdo de una conversación similar con mi madre, muchas conversaciones similares, de hecho, en las que yo me burlaba de algunas de las palabras que ella usaba. Me centré en los ojos de Braden para sacarme la imagen de la cabeza.

Me sonrió.

—Vale, reconozco que «bragas» es una palabra mucho más sexy que «calzas». Pero has de reconocer que «vaqueros» es una palabra horrible para hablar de los «tejanos».

Arrugué la nariz.

—¿En serio? ¿Y entretanto? Decís «entretanto» un montón.

Braden hizo una mueca.

—¿Con qué escoceses has estado hablando? —Su voz se hizo más profunda y su acento melódico se volvió más esnob y sonó bastante inglés—. Mi mujer estaba argumentando de forma pedante sobre palabras inglesas «entretanto» yo estaba tratando de follármela.

Estallé a reír, dándole un manotazo en la espalda cuando me sonrió con descaro.

—Has empezado tú, Mister Darcy…

Contuve el aliento cuando su mano se deslizó sensualmente hasta mi cintura, la rodeó y se introdujo por debajo de mis pantaloncitos y mis bragas para tocarme las nalgas.

Braden tiró de mí hacia arriba, presionando su polla dura contra mí. Yo ahogué un grito, sintiendo un cosquilleo en todas partes: en el cuero cabelludo, en los pezones, en el sexo. La atmósfera entre nosotros había cambiado al instante. No hablamos mientras Braden se ponía de rodillas, con su erección latiendo. Me senté. Todavía tenía mi mirada clavada en la suya al cerrar mi mano en torno a su sexo. El fuego de sus pupilas destelló cuando lo agarré más fuerte y deslicé la mano por su piel sedosa y caliente. Su mano envolvió la mía —pensé al principio que para guiarme, mostrarme lo que le gustaba—, pero en cambio tomó mi mano en la suya y me obligó a ponerla a mi espalda, arrastrándome a su boca. Sus labios eran suaves, delicados al principio, pero yo quería más. Moví mi lengua contra la suya, profundizando el beso en algo salvaje, húmedo, cargado de deseo. Dios, el tío sabía besar. Todavía sentía el olor de su colonia, notaba la suave abrasión de su barba en mi mejilla y podía saborear lo que le producía estar conmigo. Nunca había sabido que el deseo de alguien por mí podía ser tan poderoso. Pero el suyo lo era. Me enloquecía y me hacía olvidar todo lo demás.

Braden separó reticentemente sus labios de los míos, y me soltó la mano, retrocediendo un poco para recorrer con los dedos la cinturilla de mis pantaloncitos. Me apoyé en los codos, facilitándole el trabajo, y observé con el estómago convertido en un manojo de nervios, mientras él lentamente me quitaba los pantaloncitos y las bragas y tiraba ambas prendas por encima del hombro. Ayudándole, me levanté la camisola y me estiré hacia atrás, desnuda para que me examinara.

El sexo era diferente de como había sido el día anterior. El contacto de Braden era más deliberado, más paciente, casi reverente al presionarme contra mi espalda usando su cuerpo, posicionándose entre mis piernas. Sostuvo mis pechos en sus manos y se los llevó a la boca para que sus labios y su lengua se turnaran para inflamar lentamente mi cuerpo.

—Braden. —Suspiré, aferrándome a su nuca, arqueando el cuello, con respiración entrecortada cuando él me propulsó hacia el orgasmo solo con la boca envolviéndome el pezón.

Levantó la cabeza, deslizando la mano entre mis piernas. Sentí una oleada de placer cuando me introdujo dos dedos.

—¡Empapada! —murmuró con los ojos brillantes—. Mañana, después de la cena familiar, vas a volver a mi casa y te voy a follar en todas las habitaciones, de todas las formas que pueda.

Mis ojos volaron a los suyos, con mi pecho subiendo y bajando rápidamente al ritmo de sus palabras.

—Te voy a hacer gritar allí porque aquí no puedes —me prometió en voz baja, y me di cuenta de que era también un recordatorio de que me mantuviera en silencio porque Ellie estaba al fondo del pasillo—. Pero ahora mismo, voy a disfrutar viendo cómo te muerdes el labio.

Y lo hice. Se hundió en mí y yo ahogué un grito, mordiéndome el labio, apretando como si me fuera la vida cuando la anterior lentitud y suavidad desaparecieron, sustituidas por sus gemidos y gruñidos excitantes junto a mi cuello mientras iba y venía en mi interior hasta llevarme al orgasmo.

***

Me sentía un poco más relajada para mi turno en el club del sábado por la noche. Braden me hizo un favor y me dio espacio: él, Ellie, Jenny, Ed, Adam y un par más de sus amigos a los que no conocía tan bien salieron a cenar y tomar unas copas. Me invitaron a la parte de la cena, pero todavía no estaba preparada para encontrarme en una situación social con Braden y, lo dicho, quería un poco de espacio.

Cuando volví de trabajar, él no estaba en casa y al despertarme estaba sola.

Hasta Ellie me había dado espacio.

Eso significó que escribí un poco. De hecho, escribí un capítulo entero de mi novela contemporánea y solo conllevó un ataque de pánico. Pero fue corto y apenas contó, y una vez que superé el pánico inicial, pude enfrentarme al recuerdo de mi madre contándome el miedo que había pasado al viajar sola a Estados Unidos, pero también lo liberada que se había sentido al hacerlo. Lo mejor de todo, conocía esa sensación. Podía describirla bien. Y lo hice.

—¿Sabes?, deberías tener una máquina de escribir.

Me volví en la silla de mi ordenador al oír la voz familiar y me encontré a Braden repantigado en el umbral, vestido con vaqueros y camiseta. Estaba lloviendo en la calle. Debería haber llevado un suéter. O un polar. Otra palabra rara sobre la que habíamos discutido mientras él se vestía para irse el día anterior. ¿Qué demonios era un polar? Mi madre nunca había conseguido darme una respuesta que tuviera sentido, y Braden acababa de sonreírme como si pensara que era mona. Yo nunca fui mona.

—¿Una máquina de escribir?

Asintió, mirando mi portátil.

—Parece más auténtico, ¿no?

—Bueno, mi madre me prometió comprarme una por Navidad, pero murió antes de hacerlo.

Me quedé helada.

Se me aceleró el pulso cuando mis palabras me volvieron en un eco.

¿Por qué le había dicho eso?

La mirada de Braden se agudizó ante mi reacción y a continuación se encogió de hombros.

—Solo terminarías con un puñado de papel gastado si tuvieras máquina de escribir.

Me estaba ofreciendo una salida. Mi sonrisa fue un poco débil cuando repuse:

—Eh, que yo escribo bien a máquina.

—No es la única cosa que haces bien. —Sonrió lascivamente al entrar en la habitación.

—Oh, no tienes ni idea.

Rio y pensé que iba a acercarse para besarme. Para mi sorpresa rodeó la cama hasta mi lado de la mesilla y cogió una fotografía de mis padres.

—¿Es tu madre?

Aparté la mirada, con mis hombros tensándose.

—Sí.

—Te pareces a ella, pero tienes los ojos de tu padre. Era muy guapa, Jocelyn.

El dolor clavó sus garras en mi pecho.

—Gracias —murmuré, levantándome y dándole la espalda al dirigirme hacia la puerta.

—Bueno ¿qué estás haciendo aquí?

Oí sus pisadas acelerándose detrás de mí y sentí que me rodeaba con el brazo, con la palma de su mano plana en mi estómago al apretarme contra sí, con mi cabeza apoyada en su pecho. Estaba acostumbrándome rápidamente al tacto de Braden. Al tío le gustaba tocarme. Constantemente. Había pensado que me costaría más acostumbrarme, porque yo no era una persona demasiado cariñosa, pero Braden nunca me preguntó si quería ser atraída a sus brazos cada cinco segundos.

Y la verdad era que no me importaba demasiado.

Otra sorpresa.

Noté su respiración en mi oído al inclinar la cabeza para murmurarme:

—He pensado en pasar a recogeros a Ellie y a ti para la cena familiar. Asegurarme de que venías. No me gustaría que te perdieras el postre en mi casa después.

Me relajé al regresar al terreno familiar, volviendo la mejilla para rozar sus labios con los míos.

—A mí tampoco me gustaría perdérmelo.

—Vale, puaj. —La voz de Ellie nos separó. Se levantó ante nosotros en el pasillo—. ¿Podríais cerrar la puerta cuando los amigos ejercen su derecho al roce?

Me aparté de los brazos de Braden.

—¿Qué edad tienes, doce?

Ellie me sacó la lengua y yo me reí, dándole una palmada juguetona en el trasero al pasar a su lado para coger mis zapatos. Estaba empezando a ponerme mis botas favoritas cuando sonó el móvil.

—Hola.

Oí la respuesta de Braden y al volverme lo vi saliendo al pasillo con Ellie. Tenía cara seria.

—¿Qué? ¿Ahora? —Suspiró, pasándose una mano por el pelo al lanzarme una mirada—. No. Está bien. Estaré allí enseguida.

Se metió el teléfono en el bolsillo de atrás con un gemido frustrado.

—Era Darren. Problemas familiares. No puede hacer su turno hoy en Fire y han de hacer una entrega. Además tenemos noche de DJ invitado, y no ha conseguido a nadie que sepa cómo funciona para sustituirlo. He de ocuparme de eso. —Me sostuvo la mirada por un momento y vi que la frustración se profundizaba.

—¿Vas a perderte otra cena familiar? —gruñó Ellie—. A mamá le va a encantar.

—Dile que lo siento. —Braden se encogió de hombros con pesar, con sus ojos todavía en mí—. Parece que esta noche está perdida.

Oh, sí. Sus planes para mí en su apartamento. Sentí una mezcla extraña de alivio y decepción al sonreírle.

—Oh, bueno.

—No pareces muy decepcionada. —Me lanzó una sonrisa sardónica—. Solo hemos de encontrar algún momento en esta semana.

—Hum. —Ellie se interpuso entre nosotros—. ¿Podéis no programar lo que tenéis entre vosotros delante de mí, por favor?

Sonriendo, Braden se agachó y le dio a Ellie un rápido pellizco en la mejilla.

—Els. —Y luego pasó a mi lado—. Jocelyn.

Me apretó la mano y subió suavemente el dedo pulgar por el dorso de mi mano antes de soltarme y seguir caminando hasta la puerta de la calle.

Lo miré, incluso una vez que se hubo ido. ¿Qué había sido eso? ¿Lo de la mano? Me miré la mano, con la piel todavía cosquilleándome donde me había acariciado. Eso no sonaba mucho a amigos con derecho a roce.

—Solo sexo.

—¿Qué? —Levanté la mirada a Ellie, que me estaba observando con incredulidad—. ¿Qué? —repetí.

—Solo sexo. —Negó con la cabeza y agarró su chaqueta—. Si los dos queréis creerlo, no es asunto mío.

Sin hacer caso de ella ni del ominoso tirón en las entrañas, me encogí de hombros bajo mi chaqueta y salí con ella.

***

—¿Qué estás haciendo aquí?

Había chocado con la espalda de Ellie en el umbral de la sala de estar de su madre, así que no sabía a quién le estaba planteando esa pregunta acusadora.

—Tu madre me invitó.

Ah, Adam. Miré por un costado de Ellie para verlo sentado en el sofá de Elodie y Clark, con Declan a su lado. Estaban viendo el fútbol juntos. Clark leía el diario. Estaba claro que no le entusiasmaba el fútbol.

—¿Mi madre te invitó? —Ellie entró en la sala, con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Cuándo?

—Ayer. —La voz de Elodie trinó detrás de nosotros, y nos volvimos para ver a ella y a Hannah entrando con vasos de refresco—. ¿Qué es esa actitud?

Ellie fulminó con la mirada a Adam, que sonrió detrás de ella, impenitente.

—Nada.

—Adam, te lo estás perdiendo.

Declan tiró de la manga del jersey azul claro de Adam que hacía maravillas por su cuerpo. No era de extrañar que Braden y él ligaran con tanta facilidad. Juntos eran como un anuncio de GQ.

—Lo siento, socio. —Lanzó una mirada provocadoramente solemne a Ellie—. Lo siento, no puedo hablar. Estamos viendo el fútbol.

—Más te vale que vigiles que no te den un buen pelotazo, gilipollas —murmuró Ellie entre dientes, pero tanto Adam como yo la oímos.

Él rio, negando con la cabeza al volverse hacia la pantalla.

—¿Qué es lo gracioso? —Elodie sonrió con dulzura, completamente inconsciente de la tensión entre su hija y Adam al pasar a cada uno un vaso de Coca-Cola.

—Ellie ha dicho una palabrota —respondió Declan.

Vale, así que además de Adam y yo, Declan también lo había oído.

—Ellie, él lo oye todo —se quejó Elodie.

Ellie frunció el ceño, lanzándose al sillón. Pensé que era mejor darle un poco de apoyo, porque estaba claro que el hecho de que Adam estuviera allí la había pillado claramente desprevenida, así que me senté a su lado, en el brazo del sillón.

Ellie suspiró.

—Estoy segura de que ha oído cosas peores en la escuela.

Declan sonrió a su madre.

—Sí.

Clark se rio, escondido tras su diario.

Elodie dedicó a su marido una mirada sospechosa antes de volverse hacia Ellie.

—Eso no es excusa para hablar de esa manera delante de él.

—Solo he dicho gilipollas.

Declan resopló.

—¡Ellie!

Ella puso los ojos en blanco.

—Mamá, no pasa nada.

—Claro que no —argumentó Declan—, he oído cosas peores.

—¿Por qué has dicho gilipollas? —preguntó Hannah con serenidad desde el otro sofá.

Clark se atragantó de risa al pasar una página del periódico, todavía negándose a levantar la mirada.

—¡Hannah! —Elodie se volvió para mirarla—. Las jovencitas no usan ese lenguaje.

Hannah se encogió de hombros.

—Es solo gilipollas, mamá.

—Estaba diciendo gilipollas a Adam —explicó Ellie a su hermanita—, porque es un gilipollas.

Elodie parecía a punto de explotar.

—¿Vais a parar todos de decir gilipollas?

—Lo sé. —Solté un exagerado suspiro de exasperación—. Se dice capullo, no gilipollas. Capullo.

Clark y Adam rompieron a reír y yo me encogí de hombros a modo de disculpa para Elodie, sonriéndole con dulzura. Ella puso los ojos en blanco y levantó las manos.

—Voy a ver cómo está la comida.

—¿Necesitas ayuda? —pregunté con educación.

—No, no. Es una gilipollez. Puedo arreglarme sola en la cocina, muchas gracias.

Sonriendo, observé la salida de Elodie y luego bajé la mirada a Ellie con una amplia sonrisa.

—Ahora entiendo por qué no sueltas muchos tacos.

—Entonces ¿por qué Adam es gilipollas? —insistió Hannah.

Ellie se levantó, lanzando a la persona en cuestión una mirada sucia.

—Creo que la cuestión es cuándo no actúa como un gilipollas. —Y entonces salió tras su madre.

La mirada de Adam la siguió fuera de la sala, ya sin rastro de diversión en su expresión. Se volvió hacia mí.

—La he cagado.

Eufemismo del año. Se quedaba muy corto.

—Supongo que sí.

Podía sentir los ojos de Clark en nosotros cuando Adam suspiró, y cuando miré al padrastro de Ellie me di cuenta de que ya no le hacía gracia. Su mirada estaba quemando a Adam con un millón de preguntas y tuve la impresión de que estaba sumando dos y dos.

Momento de desviar la atención.

—Bueno, Hannah, ¿has leído los libros que te recomendé?

Sus ojos se iluminaron cuando asintió.

—Eran alucinantes. He estado buscando más libros de distopías desde entonces.

—¿Has puesto a Hannah a leer novelas de distopía? —preguntó Adam con sorpresa, sonriéndome.

—Sí.

—Tiene catorce años.

—Bueno, están escritos para gente de catorce. Además, me hicieron leer 1984 cuando tenía catorce.

—George Orwell —murmuró Clark.

Sonreí.

—¿No te entusiasma?

—Hannah está leyendo Rebelión en la granja en literatura —dijo, como si eso lo explicara.

Hannah estaba sonriendo, con un destello diabólico en las pupilas que me recordaba a Ellie.

—Lo estoy leyendo en voz alta a mamá y papá para que puedan ayudarme.

En otras palabras, estaba torturando a su madre y a su padre por diversión. Hannah y Ellie realmente eran dos cajas de sorpresas. Ángeles de cara sucia, como dicen algunos.

Al cabo de unos minutos estábamos sentados en torno a la mesa y Ellie y Elodie discutían de manera ininteligible.

—Solo acabo de decir que estás pálida. —Elodie suspiró finalmente al tomar asiento con el resto de nosotros.

—Lo que se traduce en «tienes un aspecto horrible».

—Yo no he dicho eso. Te he preguntado por qué estás pálida.

—Tengo dolor de cabeza. —Se encogió de hombros, con los músculos tensos y los labios y las cejas apretados.

—¿Otro? —preguntó Adam, mirándola con ojos entrecerrados.

¿Qué quería decir con otro?

—¿Has tenido más de uno?

Adam parecía enfadado y su preocupación por Ellie bordeaba un gran cabreo.

—Ha tenido unos cuantos. Le he dicho que vaya al médico.

Ellie lo fulminó con la mirada.

—Estuve en el médico el viernes. Cree que necesito gafas.

—Deberías haber pedido hora hace semanas.

—Bueno, ¡la he pedido esta semana!

—No te cuidas. Te están haciendo sudar tinta en la universidad.

—Sí que me cuido. De hecho, me estaba ocupando de mí misma el viernes, pero alguien me arruinó el tiempo libre.

—Era un gilipollas.

Elodie se aclaró la garganta de manera significativa.

Adam levantó una mano para disculparse.

—Era un memo.

Declan y Hannah rieron. Quizá yo también lo hice.

—Ni siquiera lo conoces. Y gracias a ti, yo tampoco lo conoceré.

—Deja de cambiar de tema. Te dije que pidieras una cita en la consulta del médico hace semanas.

—No eres mi padre.

—Estás actuando como una niña.

—Estoy actuando como una niña por escucharte. ¿Era un memo? Maldita sea, Adam, estás haciendo que mi dolor de cabeza empeore.

Adam torció el gesto y bajó la voz.

—Solo estoy preocupado por ti.

Oh, estaba preocupado por ella, sí. Incliné la cabeza a un lado, observándolo. Dios, la estaba mirando como James miraba a Rhian.

¿Adam estaba enamorado de Ellie?

Sofoqué la urgencia de lanzarle el tenedor y decirle que fuera un hombre. Si se interesaba por ella, simplemente debería estar con ella. ¿Qué había tan difícil en ello?

***

—Diría que tú más que nadie comprenderías lo que era tan difícil al respecto, ¿no? —La doctora Pritchard me miró con mala cara.

¿Y por qué tendría que comprenderlo?

—Eh… ¿qué?

—Te interesaste por Kyle Ramsey.

Sentí el nudo en mi estómago apareciendo como siempre que pensaba en él.

—Era solo un niño.

—En el que no te querías interesar por Dru.

Mierda. Tenía razón. Bajé la cabeza, dolorida.

—Entonces Adam está haciendo lo correcto, ¿no? Braden saldría herido. Como Dru.

—Tú no mataste a Dru, Joss.

Solté el aire.

—Yo no fui la bala, no. Pero fui el gatillo. —Miré a la buena doctor a los ojos—. Sigue siendo culpa mía.

—Un día te vas a dar cuenta de que no fue así.

***

Después de la cena del domingo en casa de Elodie, donde Ellie y Adam sirvieron de entretenimiento, estaba bastante exhausta de observarlos cuando llegamos a casa. Una Ellie que todavía no se sentía bien y que seguía cabreada, desapareció en su habitación y no volvió a salir.

Yo, por mi parte, me senté delante del ordenador y empecé a escribir.

Sonó el teléfono y cuando lo cogí me encontré con un mensaje de texto de Braden.

«Había olvidado lo bonito y grande que es mi escritorio del club. Decididamente necesito follar contigo aquí».

Negué con la cabeza, con mis labios curvándose hacia arriba al devolverle el mensaje de texto. «Por suerte para ti, me gusta bonita y grande».

Recibí una respuesta al instante.

«Lo sé ;)»

Por alguna razón, que Braden me mandara un emoticono me hizo sonreír como una idiota. Aunque era seriamente intimidante cuando quería serlo, también era increíblemente juguetón.

«Bueno, ¿cuándo quieres programar la cita para sexo de escritorio? Házmelo saber para que pueda hacerte un hueco. Mi agenda de sexo se está llenando muy deprisa».

Cuando no respondió en cinco minutos me mordí el labio, recordando lo serio que había sido con toda la cuestión de no querer compartirme.

Le mandé otro texto. «Era una broma, Braden. Anímate».

No creía que fuera a responder, y estaba tratando de no preocuparme por haber dicho algo equivocado —toda esta cuestión del follamigo no estaba para nada tan exenta de tensión como yo había querido creer—, cuando sonó mi teléfono cinco minutos después. «A veces es duro saberlo contigo. Hablando de duro…»

Quedé atrapada entre la risa y el ceño. ¿Qué quería decir con que a veces era duro saberlo conmigo? Decidiendo que era mejor dejarlo, porque estaba de broma otra vez, le mandé un mensaje… «¿El suelo de madera?»

«No…»

«¿Un libro?»

«Piensa, más anatómico…»

«¿Intestinos?

«Vale, ya le has quitado la parte sexy».

Me reí ruidosamente, respondiendo rápidamente con otro SMS. «Último mensaje. Estoy trabajando en mi novela. Te veré a ti y a tu polla dura y tu gran mesa de despacho para sexo luego».

«Buena suerte con la escritura, nena, x»

El beso me flipó.

Mejor simular que era un emoticono. Solo un emoticono…

Mi teléfono sonó en medio de mi desconcierto por un besito. Era Rhian.

—Hola —respondí sin aliento, todavía pensando en el besito y en lo que significaba.

—¿Estás bien? —preguntó Rhian con cautela—. Suenas… rara.

—Estoy bien. ¿Qué pasa?

—Solo para ver qué tal. Hace tiempo que no hablamos.

Respiré hondo.

—Me estoy follando al hermano de Ellie. ¿Cómo estáis tú y James?