8
Me encantaba el olor de los libros.
—¿No crees que es un poco brutal para Hannah? —preguntó la voz suave pero preocupada de Ellie por encima de mi cabeza.
Sonreí a Hannah, que me sacaba dos dedos. Como su madre y su hermana, la chica era alta. Al retorcer el cuello para mirar a Ellie alzándose sobre mí, mi expresión era de incredulidad.
—Tiene catorce años. Es un libro de jóvenes adultos.
El libro se escurrió de entre mis dedos, porque Hannah lo cogió antes de que Ellie pudiera detenerla. Estaba disfrutando de la mañana del domingo con ellos en la librería y Hannah estaba pasando un buen rato gastando la tarjeta regalo de Braden.
Ellie parecía perturbada.
—Sí, sobre un mundo distópico donde los adolescentes se matan unos a otros.
—¿Lo has leído por lo menos?
—No…
—Entonces confía en mí. —Sonreí a Hannah—. Es una pasada.
—Lo voy a comprar, Ellie —dijo Hannah categóricamente, añadiendo el libro a la creciente pila.
Ellie, soltando un suspiro de derrota, asintió a regañadientes y volvió hacia la sección de novela romántica. Estaba a punto de enterarme de que era una defensora acérrima del final feliz. Habíamos visto al menos tres dramas románticos esa semana. No obstante, antes de sufrir una sobredosis de adaptaciones de Nicholas Sparks, estaba decidida a que esa noche viéramos a Matt Damon rompiendo algunas cabezas en el papel de Jason Bourne.
Me sonó el móvil y me apresuré a buscarlo solo para descubrir que era Rhian.
Le había enviado un mensaje de correo electrónico la noche anterior.
—¿Me dejas que responda la llamada? —le pregunté a Hannah.
Ella me dijo adiós con la mano, con la nariz prácticamente pegada a la librería mientras examinaba los títulos. Con una sonrisa, me alejé de ella para responder en privado.
—Eh.
—Hola —replicó Rhian, de forma casi tentativa.
Me preparé.
Mierda. A lo mejor no debería haber compartido la noticia. ¿Iba a empezar a tratarme como una loca a partir de entonces? ¿Iba a andarse con pies de plomo? Porque eso sería demasiado raro. Echaría de menos que me insultaran por algo.
—¿Cómo estáis tú y James? —pregunté antes de que pudiera decir nada.
—Mucho mejor. De hecho, me ha pedido que vea a alguien. A un terapeuta.
Me quedé de piedra en el pasillo de ciencia ficción.
—¿Estás de broma?
—No. No le hablé de tu mensaje, lo juro. Solo me lo soltó. Una coincidencia. —Respiró hondo—. ¿Tú de verdad vas a ver una?
Miré a mi alrededor para asegurarme de que estaba sola.
—Necesito hablar con alguien, y una profesional sin interés personal en mi vida es la única persona en la que confiaría… bueno… para hablar sobre lo que necesito hablar… —Puse ceño. Diez puntos por mi capacidad expresiva.
—Ya veo.
Me estremecí por su tono. Había un punto definitivamente mordaz en él.
—Rhian, no quiero hacerte daño.
—No me haces daño. Solo pienso que deberías hablar con alguien al que de verdad le importes. ¿Por qué crees que le conté todo a James? Sabes que tenías razón antes. Confié en él. Y me alegro de haberlo hecho.
—No estoy preparada para eso. Yo no tengo un James. No quiero un James. Y de todos modos, tu James todavía quiere que hables con un terapeuta.
Rhian hizo un sonido de gruñido.
—Creo que él piensa que si doy luz verde a toda la cuestión de la terapia, entonces hablo en serio cuando digo que quiero que las cosas con él funcionen.
Pensé en lo devastado que había estado James la noche en que vino a verme.
—Entonces deberías hacerlo.
—¿Cómo fue? ¿Fue raro?
Fue espantoso.
—Estuvo bien. Extraño al principio, pero voy a volver.
—¿Quieres hablar de ello?
«Sí, por eso estoy pagando cien libras por hora a una profesional, para hablar contigo». Contuve mi sarcasmo.
—No, Rhian, no.
—Bien, no hace falta que muerdas, gruñona.
Puse los ojos en blanco.
—Sabes que echo de menos los insultos cara a cara. No es lo mismo por teléfono.
Ella resopló.
—Echo de menos a alguien que me entienda. Llamé zorra a una mujer de mi equipo de investigación, de buen rollo, ¿sabes?, y ella me mandó al infierno. Y creo que lo dijo en serio.
—Rhian, ya hemos hablado de esto. A las personas normales no les gusta que las insulten. Por alguna razón, tienden a tomárselo como algo personal. Y tú tienes un poquito de mala leche, por cierto.
—La gente normal es demasiado sensible.
—Joss, ¿has leído este? —Hannah apareció doblando la esquina del pasillo para mostrarme otro libro de distopía.
Lo había leído. ¿Qué puedo decir? Tengo debilidad por la distopía.
—¿Quién es? —preguntó Rhian—. ¿Dónde estás?
Asentí a Hannah.
—Es buena. Y sale un tío cañón. Creo que te encantará.
Hannah se quedó encantada con eso y se llevó el libro al pecho, antes de ponerlo en el cesto de artículos y volver a la sección de ficción juvenil.
—¿Joss?
—Era Hannah. —Incliné la cabeza ante una novela de Dan Simmons. Oh, esa no la había leído.
—¿Y Hannah es…?
—La hermana de catorce años de Ellie.
—Y estás con una adolescente… ¿por qué?
¿Qué pasaba con el tono? Su pregunta podría también haber sido «y estás fumando crack… ¿por qué?».
—Estamos en la librería.
—¿Estás comprando con una adolescente?
—¿Por qué sigues diciéndolo así?
—No lo sé. Tal vez porque te has mudado a un piso caro, estás gastando dinero cuando antes te sentías incómoda gastándolo, eres amiga de una chica que ha visto cincuenta y cinco veces El diario de Noa y que sonríe un montón; sales de copas con gente real entre semana, has salvado mi relación, estás viendo a una terapeuta y haces de canguro de adolescentes. Me trasladé a Londres y a ti te han hecho una puta lobotomía.
Suspiré profundamente.
—Sabes que podrías simplemente estar agradecida de que te haya salvado la relación.
—Joss, en serio, ¿qué está pasando contigo?
Saqué una novela de Dan Simmons del estante.
—No hago todas esas cosas a propósito. Ellie y yo nos llevamos bien y por alguna razón le gusta pasearme, y tiene una vida diferente que la nuestra. A ella le gusta la gente de verdad, y eso significa que yo estoy mucho con ellos.
—¿Joss?
Me volví y me encontré a Ellie de pie a mi lado, con mala cara. Me inundó la preocupación y asomé la cabeza por encima de los estantes presa del pánico, buscando a Hannah.
—Hannah está bien —dijo Ellie, adivinando la razón de mi movimiento maníaco de cabeza—. Yo estoy atascada.
Levantó un libro de bolsillo con una mujer enfundada en un vestido victoriano espléndido en la cubierta. Un par de manos masculinas buscaban seductoramente los lazos de la parte de atrás del vestido. Había también algo de seducción en el título. En la otra mano tenía la última novela de Sparks.
—¿Cuál?
Sin vacilar señalé la del tipo que desabrochaba corpiños.
—Me gusta la seducción que expresa la cara de la chica. Un novela de Sparks sería una exageración esta semana.
Ellie hizo un gesto hacia mí con el libro del desabrochador de corpiños y una señal de asentimiento antes de dirigirse de nuevo por el pasillo.
—En serio —murmuró Rhian en la fila—, ¿dónde está Joss y qué has hecho con ella?
—Joss va a colgar si has terminado de psicoanalizarla.
—Joss está hablando en tercera persona.
Me reí.
—Rhian, déjalo, vale. Y saluda a James y dile que sí, que me debe una.
—Espera… ¿qué?
Todavía riendo, le colgué y fui a buscar a Hannah y Ellie.
Estaban esperando en la cola y me puse al lado de ellas, observando mientras Ellie permanecía en un silencio poco habitual y Hannah solo miraba con adoración todos sus libros. Deberíamos haber traído una mochila para llevarlos todos.
En la caja, observé que apilaban los libros de Hannah en bolsas de plástico endebles, y como Ellie parecía ausente, señalé detrás del empleado.
—Eh, puede ponerlas en esas bolsas de compra. Estas se van a romper.
El empleado se encogió de hombros con pereza.
—Son cincuenta peniques la bolsa.
Puse mala cara.
—La chica acaba de gastarse cien libras en libros y no puedes regalarnos las bolsas.
Él me mostró la tarjeta regalo.
—No, ella no.
—Ya, pero la persona que le dio la tarjeta regalo sí. ¿En serio nos estás pidiendo que paguemos por algo para llevarlos?
—No. —Arrastró la palabra como si fuera estúpida—. Puedes llevarlos en las bolsas gratuitas.
Quizás habría retrocedido si no hubiera estado hablándome en ese tono condescendiente de «odio mi trabajo, a la mierda la atención al cliente». Abrí la boca para ponerlo en su sitio, pero Ellie me agarró la mano, deteniéndome. Levanté la mirada y vi que se estaba bamboleando un poco, con la cara pálida y los ojos cerrados.
—Ellie. —La agarré y ella se aferró a mí.
—¿Ellie? —preguntó Hannah con preocupación, apresurándose a colocarse al otro lado de su hermana.
—Estoy bien —murmuró ella—. Me he mareado. Tengo este… dolor de cabeza…
—¿Otro? —Era como el tercero esta semana.
Dejando que el empleado se marchitara bajo mi mirada letal, llevé a Ellie a un lado, y le solté al tipo con mal humor.
—Pon los libros en las bolsas normales.
—Dale las bolsas buenas —dijo con un suspiro la chica que trabajaba a su lado.
—Pero…
—Hazlo.
No hice caso de la mirada irritada del empleado y trasladé mi atención hacia Ellie.
—¿Cómo te sientes?
Aunque seguía pálida, me fijé en que su temblor se había detenido.
—Mejor. Hoy no he comido. Solo me siento débil.
—¿Qué pasa con los dolores de cabeza?
Ella me sonrió de manera tranquilizadora.
—Sinceramente, no he estado comiendo suficiente por mi doctorado. Estoy sintiendo la presión y me estoy estresando. Será mejor que me cuide.
—Aquí tienes. —El empleado me entregó dos de las bolsas de compra resistentes.
Murmuré un gracias y le pasé una a Hannah, mientras cogía la otra.
—Déjame a mí. —Ellie se estiró para coger la bolsa de Hannah.
—Oh, no, no. —La cogí por el codo—. Vamos a darte de comer.
Ellie trató de argumentar que ya se alimentaría después en la cena del domingo con su madre —una cena que por fortuna yo había logrado esquivar, diciéndole a Ellie que de verdad quería pasar unas horas trabajando—, pero la convencí de que al menos comprara un snack en el agradable bistró de la esquina. Hannah caminaba a nuestro lado, con la mano de Ellie en su espalda, guiándola a través de las multitudes de Princes Street porque la niña había decidido empezar a leer uno de sus libros de inmediato. No sabía cómo alguna gente podía leer mientras caminaba. Yo me mareaba.
Estábamos charlando sobre el inminente festival cuando vi a Braden. Nos habíamos visto en la barra el viernes, cuando él, Ellie, Adam, Jenna, Ed y algunos de los colegas de Braden habían decidido pasarse por el Club 39 a tomar una copa. No habíamos hablado mucho y su actitud hacia mí había virado definitivamente hacia la zona amistosa.
No sabía si el sentimiento que experimenté por ese cambio me molestaba, pero sí sabía que estaba sintiendo algo cuando lo vi con ella.
Braden venía caminando hacia nosotras, fácil de localizar en la multitud por su altura… y, bueno, su atractivo. Llevaba vaqueros oscuros, botas negras y una camiseta térmica Henley gris oscuro de manga larga que embolsaba unos hombros anchos, esculpidos, para chuparse los dedos.
En su mano había otra mano.
Pertenecía a una mujer a la que no había visto antes.
—Braden —murmuró Ellie; Hannah levantó la cabeza de su libro y toda la cara se le iluminó al verlo.
—¡Braden! —gritó ella.
Y él, que estaba sonriendo a su acompañante, levantó la cabeza para localizar la voz. Su sonrisa se amplió al ver a Hannah.
Al acercarnos deseé estar en cualquier otro sitio menos donde estaba. La patadita que sentí en las tripas cuando lo vi con otra no fue agradable. De hecho, esa patadita fue posiblemente la peor broma que me habían gastado en mucho tiempo.
Tampoco me entusiasmó la expresión cuidadosamente educada de su rostro cuando vio que estaba con Ellie y Hannah.
Miré a Ellie al detenernos, solo para descubrir que le lanzaba una mirada asesina a la mujer que iba con Braden. Desconcertada y francamente asombrada, no pude evitar susurrar su nombre a modo de pregunta.
Ella me miró con la mandíbula apretada.
—Te lo contaré luego.
—Hannah. —Braden la abrazó en su costado y señaló las bolsas—. ¿Has estado gastándote la tarjeta regalo?
—Sí. Tengo un montón de libros. Gracias otra vez —añadió con timidez.
—De nada, cielo. —La soltó y se volvió hacia nosotras—. Els, pareces pálida, ¿estás bien?
Ellie todavía estaba poniéndole mala cara a su hermano y yo quería saber qué demonios me estaba perdiendo.
—Me he mareado un poco. No he comido.
—La estoy llevando a que coma algo. —Pensé que tenía que mencionarlo, para que él no creyera que la estábamos arrastrando cuando no se sentía bien.
—Bien —murmuró, captando mi atención—. Jocelyn, ella es Vicky.
Vicky y yo nos miramos una a la otra, con sonrisas educadas. Me recordó un montón a Holly: alta, rubia, guapa y tan natural como una Barbie. Aun así, era imponente.
A Braden definitivamente le gustaban las mujeres de un tipo en el que yo no entraba. No era de extrañar que hubiera dejado de coquetear conmigo. Su radar sexual debía de haberse estropeado cuando nos conocimos, pero estaba claro que volvía a funcionar.
—Hola, Vicky —susurró Ellie de mala gana.
No pude evitarlo, mis cejas llegaron a línea del nacimiento del pelo antes de que pudiera pararlas. Ellie sonaba casi depredadora.
Estaba impresionada.
Y muerta de curiosidad.
Braden le lanzó una mirada aplastante a su hermana.
—Anoche tuve una reunión a la hora de cenar y Vicky estaba en la mesa de al lado. Decidimos ponernos al día. Pensaba que podríamos desayunar algo.
En otras palabras, Vicky estaba en la mesa de al lado y se habían enrollado. Me encogí de hombros ante la extraña inquietud que me inundó. Me dolía un poco el pecho y me sentía un poco mareada. Quizás a Ellie no le faltaba comida, quizá las dos habíamos comido algo en mal estado el día anterior.
—Me alegro de verte otra vez, Ellie —replicó Vicky con dulzura. Parecía bastante maja.
—Hum. —Ellie se la sacó de encima con descaro, poniendo los ojos en blanco y luego ensartándolos en Braden—. ¿Vas a venir a cenar hoy?
Observé que el músculo de su mandíbula se tensaba. Decididamente no le hacía gracia la actitud de su hermana.
—Por supuesto. —Sus ojos volvieron a mí—. Os veré a las dos allí.
—Joss no puede venir. Tiene cosas que hacer.
Él me puso mala cara.
—Solo son unas horas. ¿Seguro que no puedes venir?
Como respuesta, Vicky se apretó más a Braden.
—A mí me encantaría ir, Braden.
Braden le dio una palmadita condescendiente en la mano.
—Lo siento, cielo, es solo para la familia.
Tres cosas ocurrieron al mismo tiempo. Ellie se atragantó de risa, Vicky retrocedió como si la hubieran abofeteado y yo sentí un inminente ataque de pánico.
Sintiéndome envuelta en niebla, respiré a través de ella y de mi confusión.
—Vaya. —Retrocedí un paso de ellos—. Se me había olvidado por completo que le dije a Jo que le llevaría las propinas a su apartamento. Hoy. Ahora, de hecho. —Saludé a modo de disculpa—. Tengo que irme. Os veré luego.
Y salí de allí lo más deprisa que pude.
***
—¿Por qué echaste a correr? —me preguntó la doctora Pritchard, con la cabeza inclinada hacia un lado como un pájaro entrometido.
«No lo sé».
—No lo sé.
—Has mencionado varias veces a Braden, el hermano de Ellie. ¿Cómo encaja en tu vida?
«Lo deseo».
—Supongo que es una especie de amigo.
Cuando ella se limitó a mirarme, me encogí de hombros.
—Tuvimos una presentación no convencional.
Se lo conté todo.
—¿Así que te atrae?
—Me atraía.
Ella asintió.
—Vuelvo a mi anterior pregunta entonces. ¿Por qué? ¿Por qué huiste?
«Señora, ¿cree que estaría aquí si lo supiera?»
—No lo sé.
—¿Fue porque Braden estaba con otra mujer? ¿O porque dio a entender que formabas parte de la familia?
—Supongo que por las dos cosas. —Me froté la frente, sintiendo la inminencia de un dolor de cabeza—. Quiero que se quede en la caja donde lo he metido.
—¿La caja?
—Sí, la caja. Tiene una etiqueta y todo. Dice «más o menos amigos». Somos más o menos amigos, pero no buenos amigos. Estamos juntos, pero no nos conocemos mutuamente. Lo prefiero así. Creo que podría haber sentido pánico ante la idea de que crea que hay más. Que piense que ahora tenemos una relación más íntima. Eso no lo quiero.
—¿Por qué no?
—Porque no.
La doctora Pritchard asintió, al parecer captando mi tono, y no volvió a plantear la pregunta.
—¿Y tus sentimientos al verlo con otra mujer…?
—Los únicos sentimientos que tuve fueron de confusión y pánico. Estaba con una mujer con la que obviamente tiene una relación sexual y una historia y de alguna manera dio a entender que nuestra amistad era más profunda que lo que tenía con ella al decir lo que dijo. Como he dicho, eso no es cierto. Eso no lo quiero.
—¿Y es la única razón?
—Sí.
—¿Así que no quieres una relación con Braden? ¿Ni sexual ni de otro tipo?
«Sí».
—No.
—Hablemos de eso. No hemos hablado de tus relaciones con los hombres. Pareces buena protegiéndote de la gente, Joss. ¿Ha pasado mucho tiempo desde tu última relación?
—Nunca he tenido una relación.
—¿Has tenido citas?
Torcí los labios al recordar los llamados «años maravilla».
—¿Quiere conocer la historia sórdida? Vale, se la explicaré…
***
—¿Le has llevado el dinero a Jo? —preguntó Ellie en voz baja al derrumbarse en el sofá a mi lado.
Asentí, mintiendo, y para purgar mi culpa me estiré para alcanzar la ansiada gran bolsa de chips y le ofrecí a ella.
—¿Quieres?
—No, estoy llena. —Se volvió a relajar contra el cojín, con la mirada puesta en la televisión—. ¿Qué estás mirando?
—El mito de Bourne.
—Hum, Matt Damon.
—¿La cena ha ido bien? ¿Te encuentras mejor?
Me sentí todavía más culpable por haberme ido así. Todavía estaba tratando de hacerme a la idea de lo que me había ocurrido exactamente en ese momento.
Ellie me miró de soslayo.
—Mamá ha preguntado por ti.
Eso era bonito.
—¿Le has dicho que mandaba saludos?
—Sí. Y la cena ha sido tensa. Braden todavía estaba cabreado conmigo.
Esbocé una sonrisita al volver a mirar la pantalla.
—Nunca te había visto así antes. Has sido bastante seca.
—Sí, bueno, Vicky es una zorra.
Contuve el aliento, abriendo mucho los ojos. Su rostro normalmente franco era duro como la piedra.
—Ya veo que no te gusta. ¿Quién es?
—Fue novia de Braden durante un tiempo. No puedo creer que la esté viendo otra vez.
—¿Y…?
Al darse cuenta de que quería decir «¿y qué demonios te hizo a ti», Ellie se encogió de hombros, arrugando la cara.
—Un día fui a ver a Adam por algo y estaba allí. Desnuda. En su cama. Él también estaba desnudo.
No podía creerlo.
—¿Le pusieron los cuernos a Braden?
—No —dijo ella, resoplando sin humor—. A Adam le gustaba, así que Braden se la prestó.
Joder…
—¿Se la prestó?
—Ajá.
—¿Ella no tiene respeto por sí misma?
—¿No has oído que te he dicho que era una zorra?
—No puedo creer que Braden hiciera eso. Simplemente prestársela.
—A lo mejor he elegido mal las palabras. En realidad fue ella la que le dijo a Braden que deseaba a Adam. Braden no tenía problema con eso, así que les dejó que tuvieran sexo.
Raro, un poco frío tal vez, pero de mutuo acuerdo. Así pues, ¿quién era yo para juzgarlo?
—Así que ella sí tiene respeto por sí misma. ¿Qué es tan grave? —Traté de excavar en busca de la fuente real del desagrado de Ellie—. A la chica le gusta el sexo.
—¡Es una zorra!
Oh, sí. Ahora decididamente conocía la verdadera razón.
Adam.
—De verdad te gusta Adam, ¿eh?
Ella soltó aire lentamente y cerró los ojos con fuerza.
Una ola de dolor me atravesó el pecho al ver las lágrimas que se derramaban de sus pestañas y resbalaban por su mejilla.
—Oh, cielo.
Me incorporé y la acerqué a mi costado, dejando que llorara en silencio en mi suéter. Al cabo de un rato, me estiré a por el paquete de galletas a medio comer y le pasé una.
—Toma. Come azúcar y vamos a ver cómo Jason Bourne pone a unos cuantos en su sitio.
—¿Podemos simular que está poniendo en su sitio a Adam?
—Ya estoy en ello. Ves ese tío… es Adam, y Bourne le va a dar una buena.
Ella rio a mi lado y yo me maravillé de cómo alguien podía ser tan fuerte y tan frágil a la vez.