26

—Bueno, ¿estás segura de que vas a estar bien?

Ellie cruzó los brazos sobre el pecho y soltó aire entre los labios.

—Si me preguntas eso otra vez, no te molestes en volver.

Le lancé a Braden una mirada y él negó ligeramente con la cabeza.

—A mí no me mires. Ellie no tenía esa actitud hasta que te mudaste con ella.

Eso era justo.

Ellie sonrió ante mi falsa expresión de herida y levantó las manos.

—Chicos, vamos. Ha pasado un mes. Estoy bien. Adam prácticamente está viviendo aquí y tenéis que coger un avión.

Braden besó a su hermana en la mejilla antes de volverse para abrir la puerta con nuestra maleta en la mano. Al final, había sido buena idea que Braden rompiera mi billete, porque invitarlo a venir a Virginia conmigo significó reordenar su agenda y cambiar las fechas de vuelo. Y bueno, para ser sincera, queríamos asegurarnos de que Ellie volvía a estar en pie antes de marcharnos.

Después de un mes de que la cuidaran como una madre Adam, Braden y su madre real, probablemente Ellie estaba contenta de librarse de nosotros. Todavía estaba tratando de recuperar sus niveles de energía, y continuaba exhausta y muy agitada por la experiencia. Yo le había aconsejado que fuera a ver a la doctora Pritchard y Ellie tenía su primera visita al cabo unos días. Con un poco de suerte, la buena doctora la ayudaría. Me preguntaba si la buena doctora me ayudaría a mí. Estaba sintiendo un poco de angustia de separación.

—Joss, el taxi está esperando. —Ellie empezó a empujarme hacia la puerta.

—Bien —murmuré—. Pero si te pasa algo mientras no estoy, te mataré.

—Entendido.

—Dile a Adam que lo mismo va por él.

—Le avisaré. Ahora vete y ocúpate de esto, que es muy importante. —Me abrazó con fuerza—. Ojalá pudiera ir contigo.

Le di un apretón en el brazo y me aparté.

—Estaré bien. Tengo un hombre de negocios mandón cubriéndome las espaldas.

—Lo he oído —dijo Braden desde el otro lado de la puerta.

Maldición. Pensaba que ya estaba en el taxi.

—Será mejor que vaya antes de que terminé tomando ese vuelo sola.

—Llámame cuando aterrices.

—Lo haré.

Nos dijimos adiós y dejé que Braden me metiera en el taxi. Había sido un mes largo, nos habíamos preocupado por Ellie y seguíamos preocupándonos, pero un montón de sexo improvisado con Braden desde luego nos había quitado un peso de encima.

Todavía estábamos recolocándonos después de todo el lío de la ruptura, pero ese nuevo «nosotros» era caliente. Ah, y en ese nuevo nosotros no entraba Isla. Braden la «despidió» y le consiguió un trabajo en un club que no era de su propiedad. Creo que podría haber conseguido otro trabajo sola, porque era irritantemente hermosa, pero Braden se sentía culpable. Técnicamente, su gerente se le había echado encima, con lo cual no tenía nada por lo que sentirse culpable, pero Braden no estaba a gusto con la idea de que su gerente hubiera intentado de alguna forma aprovecharse de él. Eso no encajaba en su «mundo cavernícola».

Yo por mi parte todavía me sentía culpable por el lío emocional en el que me había metido. En un esfuerzo para compensarlo, despejé una de las mesitas de noche y dos cajones de la cómoda para que los usara Braden. Todavía no podía sacarme de la cabeza la imagen de su sonrisa estúpida cuando le dije eso. Había saltado de la cama —en medio de una sesión de besos, podría añadir— para vaciar su bolsa y meter su ropa en los cajones.

Era como un niño nervioso en una mañana de Navidad.

Braden tenía que estar por encima de mí y me dio una llave de su apartamento al día siguiente. Yo le habría dado una llave del nuestro, pero ya tenía una.

Estuve bastante callada de camino al aeropuerto y bastante callada cuando llegamos allí. Ya tenía la cabeza en Virginia, con mi familia. Íbamos a volar a Richmond y a hospedarnos en el Hilton. El almacén donde los abogados habían puesto todas las pertenencias de la familia hasta que yo las heredara estaba en la ciudad. En lugar de vaciarlo, yo continué pagando el alquiler para dejar las cosas allí. Una vez que lo ordenara todo y decidiera qué hacer con ello, Braden y yo nos dirigiríamos al pueblo donde había crecido, en el condado de Surry. Estaba a poco más de una hora de Richmond y el viaje en coche sería una experiencia para ambos, porque ninguno de los dos había conducido en mucho tiempo. Y Braden nunca había conducido por la derecha.

Medité sobre esto mientras Braden se ocupaba de la facturación y pasaba delante de mí el control de seguridad.

—Sé que tienes muchas cosas en la cabeza —dijo al tomar asiento junto a la puerta de embarque—, pero si empiezas a asustarte, avísame.

—Vale. —Asentí.

—¿Prometido?

Me senté a su lado, plantando un beso suave en sus labios al hacerlo.

—Prometido.

Permanecimos un momento callados, en un silencio agradable.

Y entonces…

—¿Te apetece hacerlo en el avión?

Lo miré entornando los ojos, y él me ofreció esa sonrisa lenta y sexy que me había conquistado.

—Sería divertido —añadió.

Negué con la cabeza, sonriendo a mi pesar.

—Braden… contigo siempre es divertido.

—Hum. —Hundió su cabeza hacia la mía y susurró en mis labios antes de darme un beso desgarrador—: Buena respuesta.

***

Richmond, Virginia

Tres días después

—Oh, Braden, no pares —rogué, aferrándome a las sábanas.

Braden me acarició suavemente un pecho antes de pellizcarme el pezón entre el índice y el pulgar. Lo hizo al mismo tiempo que describía círculos con las caderas y empujaba hacia mí. Jadeé más todavía.

Me había despertado esa mañana tumbada de costado y sintiendo su cabeza en mi espalda, su brazo en mi cintura y su polla ya hundida dentro de mí.

—Ven conmigo, nena —me exigió sin aliento, con movimientos más rápidos—. Ven conmigo. —Deslizó la mano por mi camisón, entre mis piernas, recorriendo mi sexo con un dedo para describir círculos en mi clítoris.

Oh… Dios.

Eché la cabeza atrás, gritando su nombre al correrme en torno a él.

Braden se hundió en mí una última vez, enterrando su grito en mi cuello cuando su cuerpo se estremeció contra mí al alcanzar el orgasmo.

—Buenos días.

Su boca sonrió contra mi piel.

—Buenos días.

—Si me despiertas así al menos una vez por semana, seré una chica muy feliz.

—Es bueno saberlo.

Salió de mí con suavidad y yo me volví hacia él, levantando la mano para cogerle la mejilla y poder darle un beso delicioso.

Cuando Braden se echó atrás, estaba torciendo el gesto.

—No hay más retrasos. Hoy hacemos esto.

Tragué saliva, pero asentí. Habíamos llegado a Richmond dos días y medio antes y no habíamos podido salir de la habitación de hotel porque yo insistía en tener sexo constantemente con mi novio. La situación le resultaba difícil a Braden, porque realmente no le importaba el sexo constante, pero le preocupaba que no dejara de posponer lo que habíamos venido a hacer.

Obviamente, había llegado mi hora.

***

El almacén estaba a solo veinte minutos del hotel, en una calle no muy alejada de Three Lakes Park. Vi a Braden examinando la ciudad cuando cogimos un taxi —alquilaríamos un coche para el viaje a mi pueblo después— hacia el almacén, pero la verdad era que no estaba de humor para recordar el estado en el que había crecido. Ya iba a tener suficiente de eso, y estaba bastante asustada para ser sincera conmigo misma.

El tipo del almacén era amable. Le di mi documento de identidad y le dije el número de almacén, y él nos condujo por lo que parecían garajes de coche normales con puertas de color rojo brillante. Paró delante de una de ellas abruptamente.

—Aquí lo tienes. —Sonrió y nos dejó.

Braden me frotó el hombro, percibiendo mi vacilación.

—Puedes hacer esto.

Puedo hacer esto. Marqué el código en el teclado contiguo a la puerta de metal y esta empezó a levantarse. Cuando la puerta finalmente desapareció en el techo, dejé que mis ojos asimilaran la visión que tenía delante. Había cajas y cajas de cosas. Maletas. Un joyero. Temblando, di un paso al interior y traté de calmar mi corazón antes de que este me propulsara a un ataque de pánico.

Sentí la mano fría y grande de Braden deslizándose en la mía y apretando.

—Respira, nena. Solo respira.

Le sonreí; una sonrisa un poco temblorosa.

Decididamente podía hacerlo.