9

Un par de semanas, un ataque de pánico y una visita a mi terapeuta más tarde, allí estaba batallando con mi manuscrito otra vez. Normalmente, cuando estaba escribiendo alguna cosa, mi cerebro vagaba al reino de la fantasía a la menor ocasión, tanto si estaba ante el portátil como si no. Esos días, en cambio, tenía que forzar mi imaginación para que se pusiera en marcha. Y eso nunca funcionaba.

Con el libro flaqueando, una ansiedad galopante respecto a si podría dar la talla como escritora y preocupada por qué demonios iba a hacer si no lograba darla, decidí hacer lo que mejor sabía: sepulté la idea bajo esa escotilla de acero interior para no pensar en ello y centrarme en otra cosa.

Ahora que el Festival de Edimburgo estaba en marcha, hacía turnos extra en el bar y salía con Ellie siempre que ella me lo pedía. En mi última visita, mi terapeuta me alentó a intentarlo otra vez con una cena de familia, y logré superar la prueba sin ataque de pánico… ¡victoria! Fui mucho al gimnasio y evité el aluvión de sonrisas de Gavin, el entrenador personal.

Para alivio de Ellie, Vicky desapareció de la vida de Braden con la misma rapidez con la que había entrado. No es que yo lo hubiera sabido de no ser por Ellie, porque a él no lo había visto desde esa mañana en Princes Street. El trabajo lo mantenía ocupado; algo estaba ocurriendo con uno de sus proyectos inmobiliarios y también tenía un gran evento programado en su nightclub, Fire, al final del festival. Fue así como descubrí que Adam era el arquitecto de Braden, de manera que cuando Braden estaba ocupado, Adam también lo estaba. Las pocas veces que quedamos para encontrarnos —una vez para ver a un cómico, otra solo para tomar unas copas y en la última ocasión para una cena familiar— Braden excusó su presencia, demostrando que me equivocaba: de verdad trabajaba por su dinero.

Empezaba a ver su ausencia como algo positivo. Me sentía más relajada de lo que lo había estado en semanas y Ellie y yo nos habíamos hecho más amigas. Me había confesado todo el fiasco de Adam…

Ellie, que estaba enamorada de Adam desde niña, finalmente había reunido el valor para hacer algo al respecto después de que él le diera un puñetazo al capullo que la había engañado para sacarle información sobre Braden. Fue a su apartamento y casi se le tiró encima. Y como Adam era un tío y Ellie era preciosa, él había aceptado la oferta. Eso fue hasta que ella estuvo casi completamente desnuda debajo de él. Adam retrocedió, explicando que no podía hacerle eso a Braden o a ella, y que Braden nunca le perdonaría ni él se perdonaría a sí mismo. Al darse cuenta de que Adam pensaba que se trataba de un rollo de una noche, Ellie se fue a cuidar en silencio su corazón roto y su ego magullado. Yo nunca habría imaginado que había ocurrido eso entre ellos. Ellie era encantadora a su alrededor. Decía que no quería que las cosas cambiaran y se esforzaba al máximo por estar bien pese a las circunstancias. Lo había visto en acción. Ellie lo intentaba con fuerza, pero en ocasiones algo más, algo tierno, aparecía en su expresión cuando lo miraba. Y al pensar en ello me di cuenta de que también había algo más en la forma en que Adam la miraba a ella. La cuestión es que no podía distinguir si simplemente se trataba de deseo o si los sentimientos de Adam eran un poco más profundos. Estaba muerta de curiosidad, pero también sabía que no era asunto mío, así que no metía las narices donde no me llamaban.

Después de sincerarse conmigo, Ellie había intentado que yo hablara otra vez de mi familia, de mi pasado.

Me cerré en banda.

La doctora Pritchard dijo que tardaría tiempo. Por el momento, no podía soltarme, y no importaba lo que dijera la buena doctora, todavía no estaba segura de si podría soltarme alguna vez.

—¿Bloqueo de escritora otra vez?

Me volví en la silla y encontré a Ellie en el umbral agitando un sobre tamaño A4.

Hice una mueca, cerrando mi portátil.

—Debería estamparme eso en una camiseta.

—Ya pasará.

Mi única respuesta fue un gruñido.

—En fin, detesto pedírtelo, pero…

—¿Qué pasa?

Agitó otra vez el sobre.

—Braden se pasó anoche cuando estabas trabajando y dejó estos documentos. Acaba de llamarme para pedirme que se los lleve a su oficina, porque los necesita para una reunión dentro de dos horas, pero tengo una clase…

Mi estómago dio un vuelco.

—Y quieres que se los lleve yo.

Ellie puso sus adorables ojos como platos.

—Por favor —me rogó.

Mierda, mierda, mierda. Gruñendo, me levanté y cogí el sobre que me entregaba.

—¿Dónde está su oficina?

Ella me dio la dirección y descubrí que estaba al final del muelle, lo cual significaba que tenía que coger un taxi para llegar hasta allí y que tardaría un buen rato porque tenía que ducharme antes de salir.

—Te lo agradezco de verdad, Joss. —Sonrió, y empezó a retroceder—. Tengo que salir corriendo. Te veo después.

Al cabo de un instante se había ido.

Y yo iba con destino a Braden. Maldición. Tratando de no hacer caso del manojo de nervios que era mi estómago, fui murmurando entre dientes enfurruñada mientras me duchaba y me vestía. Me puse unos vaqueros y un suéter fino. Hacía bastante calor en la calle y llevar chaqueta en Escocia cuando el termómetro marcaba por encima de cero te identificaba como turista. No es broma. A la que sale un poco el sol, en Escocia se quitan la camisa.

Contemplé mi reflejo en el espejo. Muy poco maquillaje, el pelo recogido en un moño. El suéter era bonito y mostraba un poco de escote, pero mis vaqueros eran viejos y descoloridos. Por supuesto, me pregunté qué pensaría Braden de mi aspecto, pero no iba a dejar que eso me cambiara. Nunca me vestía para impresionar a nadie que no fuera a mí misma, y desde luego no iba a hacerlo por un tío al que le gustaban las mujeres con las piernas más largas, las tetas más pequeñas y el pelo más rubio.

El viaje en taxi pareció durar eternamente y, como siempre, me estaba sintiendo un poco mareada cuando llegué allí después de Dios sabe cuántas calles adoquinadas. El taxista me dejó en Commercial Quay y caminé junto al arroyo artificial. Había un aparcamiento a mi derecha, y a mi izquierda varios establecimientos comerciales. Encontré la oficina de Braden en el mismo edificio que el estudio de un arquitecto, el despacho de un contable y la consulta de un dentista. Después de que me abrieran, y de dar vueltas penosamente en un ascensor en el que salías por el lado contrario al que entrabas, me encontré en una elegante zona de recepción.

La recepcionista rubia no era lo que había esperado en absoluto. Tendría la edad de Elodie, pero cargaba con al menos diez kilos más, y estaba sonriéndome con expresión muy amistosa. La etiqueta con el nombre decía «Morag». Me había estado preparando para una mujer alta, delgada y hermosa que se burlaría de mis vaqueros y trataría de echarme del edificio. ¿Me había equivocado de oficina?

—¿Puedo ayudarle? —Morag todavía me estaba sonriendo.

—Eh… —Miré a mi alrededor, buscando una señal de que esa era la oficina de Braden—. Estoy buscando a Braden Carmichael.

—¿Tiene una cita?

Vale, así que era su oficina. Me acerqué al mostrador y le enseñé el sobre.

—Ha dejado estos documentos en la casa de su hermana (mi compañera de piso) y, eh, le ha pedido que se los trajera. Como ella no podía, he venido yo.

Si era posible, la sonrisa de Morag se hizo todavía mayor.

—Oh, qué amable, ¿puede decirme su nombre?

—Joss Butler.

—Un segundo. —Cogió el teléfono de su escritorio y no tuvo que esperar mucho—. Tengo aquí a Joss Butler con unos documentos para usted, señor Carmichael. —Hizo un sonido gutural—. Lo haré. —Colgó y me sonrió—. La acompañaré a la oficina del señor Carmichael, Jocelyn.

Apreté los dientes.

—Es Joss.

—Ajá.

Ya era bastante irritante que Braden se negara a llamarme de otra manera que Jocelyn, ¿de verdad tenía que hacer que otra gente hiciera lo mismo? Seguí a la jovial recepcionista de mediana edad por un estrecho pasillo hasta que llegamos a una oficina en esquina. Morag llamó a la puerta y una voz profunda contestó «adelante». Temblé ante la voz y me pregunté por un segundo si se me habían pasado las últimas dos semanas.

—Jocelyn para usted, señor —anunció Morag al abrir la puerta.

Yo pasé al lado de ella y oí que la puerta se cerraba al dejarnos solos.

La oficina era más grande de lo que había esperado, con un gran ventanal que daba al muelle. Era muy masculina, con un enorme escritorio de nogal, sillón de cuero, sofá de piel negro y estantes de madera maciza con carpetas y libros de tapa dura. Había también unos pocos archivadores de metal almacenados en la esquina. Una enorme pintura de Venecia adornaba la pared de encima del sofá, y en las estanterías había más de una fotografía enmarcada de Braden con Ellie y con Adam y con la familia de Ellie. En la esquina de detrás de mí había una cinta de correr y un banco de pesas.

Braden estaba recostado en su escritorio, con las largas piernas extendidas delante de él mientras me observaba. Sentí esa patada en las entrañas otra vez al verlo y el familiar cosquilleo entre las piernas. Joder, estaba aún más bueno de lo que recordaba.

Mierda, mierda, mierda.

—Eh. —Le mostré el sobre. «Brillante apertura, Joss, brillante apertura».

Braden me sonrió y yo me quedé de piedra cuando sus ojos recorrieron todo mi cuerpo, tomándose su tiempo para asimilarme. Tragué saliva y mi corazón subió una marcha… No me había mirado así desde esa noche en el bar con Holly.

—Me alegro de verte, Jocelyn. Parece que hace siglos.

Sin hacer caso de la ola de placer que esas palabras produjeron, caminé hacia él con el sobre.

—Ellie dijo que necesitarías esto enseguida.

Asintió, todavía mirándome mientras cogía los documentos.

—Te agradezco que me los hayas traído. ¿Cuánto te debo por el taxi?

—Nada. —Negué con la cabeza—. No ha sido problema. Tenía que levantar la cabeza del escritorio de todos modos.

—¿Bloqueo del escritor?

—Ciénaga del escritor.

Sonrió.

—¿Tan mal?

—Tan mal.

Se levantó con una sonrisa compasiva, poniendo nuestros cuerpos a distancia de tocarse. Sentí el silbido de la respiración saliendo de mí al inclinar la cabeza hacia atrás para encontrar su mirada.

—Lamento no haber tenido tiempo para quedar contigo las últimas veces.

Hizo que sonara como si hubiera cancelado una cita. Me reí, confundida.

—Vale.

—Me pasé anoche, pero no estabas.

—Estaba trabajando. Turnos extra.

Di un paso atrás, con la esperanza de que cuanto menos proximidad tuviera con él, más se reduciría el calor que sentía en la sangre.

Tuve la impresión de que lo había visto sonreír al volverse y poner los documentos en su escritorio.

—La última vez que nos vimos creo que te dije algo que te hizo salir corriendo. ¿O quizá fue por alguien que estaba conmigo?

Capullo arrogante. Lancé una risotada.

—¿Vicky?

Su sonrisa era de gallito ahora al volver a mirarme.

—¿Estabas celosa?

¿De verdad estábamos teniendo esa conversación? No lo había visto en dos semanas y, y… ¡uf! Sonriendo de asombro por su egoísmo, crucé los brazos sobre el pecho.

—¿Sabes?, me cuesta creer que haya podido meterme en esta oficina con tu enorme ego ocupando todo el espacio.

Braden rio.

—Bueno, saliste corriendo por algo, Jocelyn.

—Uno: para de llamarme Jocelyn. Es Joss. Jota, o, ese, ese. Joss. Y dos: acababas de insinuar que era en cierto modo «familia» después de solo unas semanas de conocerme.

Su ceño se arrugó al procesar lo que acababa de decirle. Se apoyó otra vez en el escritorio, cruzando los brazos bajo su amplio pecho como si pensara en ello.

—¿Lo hice?

—Lo hiciste.

De repente, sus ojos estaban escrutando mi cara, cargados con toda clase de preguntas.

—Ellie me contó lo de tu familia. Lo siento.

Mis músculos se bloquearon y el calor que él había creado se evaporó como si acabara de poner el aire acondicionado a tope. ¿Qué podía decir? No quería que hiciera una montaña de eso, ni tampoco quería que me psicoanalizara.

—Fue hace mucho tiempo.

—No me di cuenta de que insinuara eso sobre la familia. Pero las cosas están empezando a tener sentido. La cena en casa de Elodie… cuando echaste a correr.

—No —lo interrumpí, dando tres pasos hacia él—. Braden, no… —Mi voz se calmó al tratar de contener la urgencia de morderle como un animal herido—. No hablo de eso.

Al ver que él me estudiaba, no pude evitar preguntarme qué estaba pensando. ¿Pensaba que estaba loca? ¿Que era patética? ¿Me importaba? Y entonces él se limitó a asentir.

—Lo entiendo. No hemos de…

El alivio me inundó y di un paso atrás solo para que Braden avanzara hacia mí, de manera que estuvo casi tocándome otra vez.

—Estaba pensando en hacer un pícnic en The Meadows este sábado si hace buen tiempo, para compensar a Ellie por no estar muy disponible últimamente. Sé que también echa de menos a Adam. ¿Vendrás?

—Eso depende. —Encontré mi camino de vuelta al comentario mordaz en un intento de sentirme menos vulnerable—. ¿Vas a insinuar que estoy celosa del sándwich que te estés comiendo?

Se echó a reír, una risa de cuerpo completo que endulzó las cosas en mi interior.

—Me lo merezco. —Se aventuró a acercarse y yo tuve que dar un paso atrás—. Pero ¿me perdonarás y vendrás? ¿Como amigos?

Sin embargo había algo deliberadamente sarcástico en la forma en que dijo «amigos».

Lo miré con suspicacia.

—Braden…

—Solo amigos. —Su mirada bajó a mi boca y se oscureció—. Te lo dije. Puedo disimular si tú también puedes hacerlo.

—Yo no estoy disimulando. —¿Era mi voz la que sonaba tan caliente y jadeante?

Braden se limitó a esbozar una sonrisita como si no me creyera.

—Sabes que estás poniendo realmente presión a mis talentos teatrales.

—¿Talentos teatrales?

—Disimular, Jocelyn. —Dio otro paso adelante, con los ojos entrecerrados de intención—. Nunca he sido bueno con eso.

Oh, Dios mío, iba a besarme. Estaba de pie en su oficina con unos vaqueros penosos, con el pelo hecho un asco y él iba a besarme.

—Señor Carmichael, el señor Rosings y la señora Morrison están aquí para verle. —La voz de Morag hizo eco en la oficina desde el intercomunicador, y Braden se tensó.

Me inundó una extraña mezcla de alivio y decepción y di un paso atrás, volviéndome con nerviosismo hacia la puerta.

—Dejaré que te ocupes.

—Jocelyn.

Me volví, mirando a cualquier sitio menos a sus ojos.

—¿Sí?

—¿El pícnic? ¿Vendrás?

La sangre estaba agolpándose en mis oídos y mi cuerpo todavía estaba tenso con la anticipación de su beso, pero dejé todo eso de lado, recordando quién era y lo mucho que me asustaba. Levanté la barbilla para sostener su mirada.

—Como la compañera de piso de tu hermana pequeña, sí. Estaré allí.

—¿No como mi amiga? —me provocó.

—No somos amigos, Braden. —Abrí la puerta de su oficina.

—No, no lo somos.

No tuve que volverme para ver su expresión. La sentía en sus palabras. Apresurándome por el pasillo, apenas logré hacer un gesto de saludo a Morag antes de precipitarme en el ascensor que me alejaría de él. ¿Qué había ocurrido? ¿Dónde había ido a parar el platónico y «amistoso» Braden y por qué había vuelto el Braden del taxi? Pensaba que no era su tipo. Pensaba que estaba a salvo.

«No, no lo somos». Esas palabras resonaban en mi cabeza al salir al aire fresco desde el edificio de la oficina. No eran las palabras. Era el tono en que las había envuelto. Y aquellas palabras estaban cargadas de intención sexual.

Joder.