20

No sé por qué, pero no le hablé a la buena doctora de nada de ello. Codiciaba esa parte de mí, tenerla cerca, mientras trataba de averiguar qué iba a hacer exactamente con eso. Todavía no tenía ningún plan, pero no dejaría que se interpusiera en la forma en que disfrutaba de mi tiempo con Braden. Estoy agradecida por eso, porque poco sospechaba que solo unas semanas después de la boda, la primera semana de diciembre, todo cambiaría.

Mientras Ellie trabajaba en la mesa de la cocina, Braden y yo nos acomodamos en la sala de estar, con la iluminación atenuada y las luces del árbol de Navidad brillando en la ventana. Ellie había insistido en que pusiéramos el árbol el día uno. Una chica navideña. Era una noche fría de diciembre, un miércoles, y estábamos viendo una película coreana titulada Venganza agridulce. Yo estaba metida en la peli, pero al parecer la mente de Braden había viajado a otro sitio.

—¿Te apetece ir al mercado alemán este sábado?

Ya había ido el sábado anterior con Ellie, pero me encantaba el mercado alemán, y estar con Braden, o sea que sí, me apetecía. Edimburgo en época navideña era mágico, incluso para una no creyente como yo. Todos los árboles de los jardines de Princes Street estaban envueltos en luces y junto a la Royal Art Academy habían montado un mercado alemán lleno de esos olores asombrosos y regalos bonitos y salchichas raras. En el lado este, al lado del monumento a Scott, había una feria con una noria enorme que iluminaba el cielo nocturno. No había nada como caminar por esa calle en un día fresco de invierno al anochecer.

—Claro. —Le sonreí.

Estaba tumbada en el sofá y Braden continuaba apoyado en el brazo.

Asintió.

—Estaba pensando que en febrero podríamos tomarnos un tiempo libre. Un fin de semana largo, quizá. Tengo una cabaña en Hunters Quay con vistas al Holy Loch. Es muy bonito. Apacible. Por no mencionar que hay un restaurante indio asombroso en Dunoon, que está justo al otro lado del lago.

Sonaba asombroso, sobre todo considerando que llevaba más de cuatro años en Escocia y no me había aventurado más allá de St. Andrews.

—Suena genial. ¿Dónde está exactamente?

—En Argyll.

—Oh. —Eso no estaba en las tierras altas, ¿no?—. ¿Argyll no está en el oeste?

Como si me leyera la mente, Braden sonrió.

—Está en las tierras altas del oeste. Es hermoso, hazme caso.

—Me has convencido con el lago. Solo dime cuándo y allí estaré.

Al oír eso, Braden pareció cariñosamente jovial.

—Sexo y vacaciones.

—¿Eh, qué?

—Estoy haciendo una lista de cosas que te hacen ser simpática.

Me burlé, apretando mi pie en su pierna.

—¿Y lo único que tienes es sexo y vacaciones?

—La extensión de la lista no es culpa mía.

—¿Estás diciendo que soy una ingrata?

Levantó una ceja.

—Mujer, ¿tan estúpido crees que soy? ¿De verdad crees que voy a responder eso? Quiero acostarme esta noche.

Lo empujé más fuerte.

—Ten cuidado o solo vas a dormir.

Braden echó la cabeza atrás y rio.

Poniendo mala cara, pero de broma, me volví hacia la película.

—Tienes suerte de ser bueno en la cama.

—Oh. —Me agarró un pie—. Creo que me tienes cerca por otras razones.

Le lancé una mirada con el rabillo del ojo.

—Ahora mismo, te juro que no se me ocurre qué razones podrían ser esas.

Braden tiró con más fuerza de mi pie, levantando los dedos hacia él.

—Retíralo o el pie lo pagará.

Oh, cielos, no. Di una patada para soltarme.

—Braden, no.

Sordo a mi advertencia, empezó a hacerme cosquillas, sujetándome más fuerte mientras yo reía sin poder respirar y daba patadas, tratando de liberarme.

No iba a parar.

¡Despiadado!

—Braden —jadeé histéricamente, intentando empujarlo con los brazos y debatiéndome mientras él continuaba su guerra con mis pies. Reí con más fuerza, con dolor en las costillas y luego… horror.

Me tiré un pedo.

De los ruidosos.

Braden me soltó inmediatamente el pie, y su risa contagiosa y atronadora inundó la sala, una risa que no hizo más que profundizarse cuando perdí el equilibrio, porque seguí pataleando y él me soltó abruptamente. Caí del sofá con un ruido sordo e indigno.

Mortificada cuando él se derrumbó contra el sofá desternillándose de risa por mi ventosidad y mi posterior caída, cogí un almohadón y se lo lancé desde el suelo.

Por supuesto, solo conseguí que la risa sonara más fuerte.

Me debatí entre sentir la humillación por haberme tirado un pedo delante de él, algo que no se hace en compañía, y reírme, porque la de Braden era una risa contagiosa.

—¡Braden! —gemí—. Calla. No tiene gracia. —Resoplé con los labios dibujando medio una sonrisa, medio una mueca.

—Oh, nena —trató de recuperar el aliento, secándose una lágrima de la comisura del ojo al sonreírme desde arriba—. Eso ha sido definitivamente gracioso. —Me tendió la mano para ayudarme a levantar.

Le di un manotazo.

—Eres un capullo inmaduro.

—Eh, yo no soy el que se ha tirado un pedo.

Oh, Dios, era espantoso. Gemí, cayendo de espaldas y tapándome los ojos con las manos.

—Jocelyn. —Sentí su mano en mi rodilla y percibí la diversión en su voz—. Nena, ¿por qué estás tan avergonzada? Es solo un pedo. Perfectamente sincronizado, añadiría.

Me tragué la vergüenza.

—Oh, Dios mío, calla.

Rio otra vez y yo puse los ojos como platos.

—¡Estás disfrutando esto!

—Bueno, sí —dijo resoplando, con los ojos brillantes—. Nunca te había visto avergonzada antes. Hasta cuando entré y te encontré desnuda te pusiste chula y actuaste como si no te importara. Que estés avergonzada por un pedo es francamente adorable.

—¡Yo no soy adorable!

—Oh, creo que lo eres.

—Soy fría y serena —argumenté—. La gente fría y serena no se tira pedos. Tú en particular no tienes que saber que me tiro pedos.

Le temblaban los labios.

—Detesto contarte esto, nena, pero ya sabía que te tiras pedos. Parte de la naturaleza humana y todo eso.

Negué con la cabeza, desafiante.

—Tendríamos que cortar ya. Todo el misterio ha desaparecido.

Braden estaba riendo con fuerza otra vez al acercarse para levantarme por la cintura. Estaba a punto de dejar que me ayudara cuando oímos un estruendo y un ruido sordo en la cocina. Nuestras miradas volaron del uno al otro y las risas se congelaron.

—¿Ellie? —gritó Braden.

Silencio.

—¡Ellie!

Cuando ella no respondió, miré a Braden con ojos desorbitados y me levanté, porque él ya me había soltado para echar a correr por el apartamento.

—¡Ellie! —oí que gritaba, y el miedo en su voz me hizo ganar velocidad.

La visión que me recibió en la cocina me dejó helada. Me quedé paralizada, viendo a Braden arrodillado en el suelo, con las manos sobre el cuerpo retorcido y en convulsiones de Ellie. Sus ojos pestañeaban con rapidez y tenía la boca flácida.

—¿Ellie? —De repente Braden levantó su cara pálida hacia mí—. Llama a Emergencias. Creo que está teniendo un ataque.

Salí corriendo de la cocina. La adrenalina me provocó temblores en las manos y entorpeció mi coordinación al coger el teléfono de la mesilla de noche. Se me cayó. Maldije mientras lo buscaba a tientas y me atraganté de puro miedo al apresurarme hacia el pasillo cuando la operadora respondió.

—Emergencias, ¿qué servicio necesita? ¿Bomberos, policía, ambulancia?

—Acaba de desmayarse. —Braden estaba sentado al lado de su hermana, impotente cuando el cuerpo de Ellie se puso flácido—. No sé qué hacer. Joder, no sé qué hacer.

—Ambulancia. —Oí que transferían la llamada y dos segundos después contestaron en el control de ambulancias—. Mi compañera de piso —dije sin aliento al teléfono, presa del pánico porque nada menos que Braden estaba dominado por el pánico—. Hemos oído un ruido y hemos ido corriendo a la cocina. Estaba en convulsiones, y ahora está inconsciente.

—¿Desde qué teléfono está llamando?

Lo canté con impaciencia.

—¿Cuál es la localización exacta?

Tratando de no enfadarme con la mujer que hablaba como un robot al otro lado de la línea, también canté la dirección.

—¿Es el primer ataque de tu compañera de piso?

—¡Sí! —solté.

—¿Qué edad tiene tu compañera de piso?

—Veintitrés.

—¿Está respirando?

—Está respirando, ¿verdad, Braden?

Él asintió con la mandíbula rígida al mirarme.

—Vale, ¿puedes poner a tu compañera de piso en posición lateral como precaución?

—Posición lateral —le repetí a Braden, y observé que la reacomodaba de inmediato con delicadeza.

—La ambulancia está en camino. Por favor, aparta cualquier animal doméstico del camino del personal de la ambulancia cuando llegue.

—No tenemos animales domésticos.

—Bien. Por favor, quédate al teléfono hasta que llegue la ambulancia.

—Braden —susurré, todavía temblando—. ¿Qué está pasando?

Negó con la cabeza al apartarle el pelo de la cara a Ellie.

—No lo sé.

Un sonido nos puso tensos.

Un sonido de Ellie.

Corrí hacia ellos, hincándome de rodillas a su lado. Otro gruñido escapó de la boca de Ellie al tiempo que movía lentamente la cabeza.

—¿Qué…? —Abrió los ojos, desconcertada. Y esos ojos se ensancharon aún más al vernos sobre ella—. ¿Qué ha pasado?

***

A pesar de que recuperó la conciencia, el personal médico se llevó a Ellie en la ambulancia y Braden y yo nos metimos en un taxi para seguirlos al Royal Infirmary. Braden llamó a Elodie y Clark, y llamó a Adam. Después de que llegáramos hubo mucha espera y nadie que nos contara nada, y cuando Elodie, Clark y Adam llegaron todavía no habían dicho ni una palabra.

—Hemos dejado a los niños con el vecino —susurró Elodie, con los ojos cargados de miedo—. ¿Qué ha pasado?

Braden lo explicó mientras yo permanecía de pie a su lado en silencio, con mi mente acelerando a través de todas los peores resultados. Estar en el hospital me estaba desquiciando y solo quería que Ellie saliera y nos dijera que todo estaba bien. No creía que pudiera afrontar ninguna otra posibilidad.

—¿Familia de Ellie Carmichael? —nos llamó una enfermera, y todos salimos en estampida. Ella nos miró con los ojos como platos—. ¿Y son todos familia inmediata?

—Sí —respondió Braden antes de que Adam o yo pudiéramos responder.

—Vengan conmigo.

Ellie nos estaba esperando, sentada con las piernas colgando del lateral de una cama de urgencias. Nos recibió con un saludo de niña pequeña muy típico de Ellie y el corazón se me subió al pecho.

—¿Qué está pasando? —Elodie corrió a su lado y Ellie se aferró a la mano tranquilizadora de su madre.

—¿Familia de Ellie?

Al volvernos vimos a un médico de cuarenta y tantos años de aspecto libresco cerniéndose sobre nosotros.

—Sí —dijimos todos al unísono, y Ellie esbozó una sonrisa de agotamiento.

—Soy el doctor Ferguson. Vamos a subir a Ellie para hacerle una resonancia en cuanto la máquina esté disponible.

—¿Una resonancia? —Los rasgos de Braden se estaban tensando al mirar a su hermana—. ¿Qué está pasando, Els?

Sus ojos se ensancharon al vernos a todos y sentir el estallido de nuestra preocupación.

—Hace tiempo que no me siento bien.

—¿Qué quiere decir que no te sientes bien? —preguntó Adam con impaciencia, acechándola, con su intimidación erizándose y haciendo que Ellie se encogiera de miedo.

—Adam. —Tiré de su hombro para que se calmara, pero él se sacudió.

—Creo que el médico se equivocaba cuando dijo que necesitaba gafas —reconoció Ellie en voz baja.

El doctor Ferguson se aclaró la garganta, obviamente sintiendo que tenía que acudir al rescate de su paciente.

—Ellie nos ha contado que ha tenido dolores de cabeza, entumecimiento y sensación de hormigueo en el brazo derecho, falta de energía, algo de falta de coordinación y hoy ha tenido su primer ataque. Solo vamos a mandarla arriba a que le hagan una resonancia para ver si todo está bien.

—¿Entumecimiento? —murmuré, mirándole el brazo, y sintiendo que me inundaban imágenes de ella apretándoselo, agitándolo. La cantidad de veces que me había dicho que le dolía la cabeza. Joder.

—Lo siento, Joss. No requería reconocer que me sentía tan mal.

—No puedo creerlo. —Elodie se dejó caer hacia Clark—. Tendrías que habérnoslo dicho.

—Lo sé. —El labio de Ellie tembló.

—¿Cuándo estará lista la resonancia? —preguntó Braden con voz grave y exigente.

El doctor Ferguson no parecía intimidado.

—Subiré a Ellie en cuanto esté libre la máquina, pero hay varios pacientes programados antes que ella.

Y así empezó la espera.