badTop-epi

Carlos entró en la oficina de Joe, en el último piso de la Torre Murciélago de Nashville, dispuesto a hacer daño.

—¿Dónde está ella?

—¿Te refieres a Gabrielle? —Joe se levantó, detrás de su escritorio. Llevaba pantalones deportivos grises y una camisa azul celeste, con el cuello abotonado.

Tee apareció por la puerta que comunicaba sus despachos. Sostenía en brazos a su peludo y pequeño perro de raza Pomeranian, Petey, acurrucado contra el suéter color canela que llevaba en combinación con una falda de cuero negra.

—Se ha ido, Carlos. Llamó cuando aterrizaron para decirnos el aeropuerto en el que estaban y cuando llegamos a recoger a tu tía y tu primo ya se había marchado. No sabemos dónde está.

Él los miró fijamente a los dos, queriéndolos llamar mentirosos por intentar hacerle creer que Gabrielle se había desvanecido en el aire.

—Sabías que podía hacerlo —le señaló Joe.

Carlos se pasó una mano por la cabeza y se agarró la nuca.

—Tal vez Gotthard pueda encontrarla.

—No lo creo. —Tee sacudió la cabeza—. Por lo visto no es fácil. Está impresionado con su habilidad para manipular cualquier aparato informático, y eso ya te dice mucho.

Aquello no podía estar pasando. Carlos solo quería una oportunidad para explicarse ante ella, para decirle que había quedado para siempre libre de Durand, de su ex, de todos. Que él no quería dejarla y que nunca la había utilizado.

Pero ¿qué otra cosa podía pensar ella tras descubrir que había estado acostándose con la persona que, según creía ella, había matado a su madre?

—¿Cómo está la quemadura de tu pierna? —preguntó Joe.

—Bien. —Carlos hizo un gesto de desdén, tratando de imaginar cómo funcionar ahora que lo único que le importaba en el mundo se había ido para siempre.

—Acabamos de llegar. ¿Qué noticias hay? —preguntó Korbin, entrando en la habitación seguido de Rae.

Carlos se apartó y se apoyó contra la pared, para que Korbin y Rae pudieran sentarse frente al escritorio de Joe.

La idea de desaparecer comenzaba a sonar atractiva.

—Los adolescentes que rescatasteis en Suiza son los verdaderos McCoys —comenzó a explicar Joe.

—Habían dicho en la clínica que esos tres adolescentes estaban seriamente deprimidos y desilusionados —añadió Korbin dirigiéndose a todos—. Tenían mucha documentación sobre eso, que por supuesto no llevaba a ninguna parte.

Joe continuó:

—Los adolescentes de Washington eran dobles. Todo el mundo pensó que habían sido escogidos para servir como señuelos de los adolescentes reales, y Collupy creía que era una empleada de la CIA y trabajaba escoltando a Evelyn. Los tres adolescentes eran vagabundos o huérfanos afectados por accidentes de tráfico de diferentes países ocurridos el año pasado. Cuando despertaron en el hospital, cada uno de ellos tenía un daño físico que se correspondía con el de uno de los adolescentes reales. Les sometieron a cirugía plástica, se les dijo que era necesario por el resultado de sus heridas, y luego recibieron fisioterapia y logopedia.

Rae se inclinó hacia delante, horrorizada.

—¿Quieres decir que los Fratelli hirieron intencionadamente a esos chicos, condenando incluso a uno de ellos a una silla de ruedas de por vida, y usando a los miembros de los otros para hacer dobles?

—Sí, eso es exactamente lo que imaginamos que ha pasado —respondió Tee—. Todos los adolescentes han reconocido una foto de Josephine Silversteen como la persona de contacto. Después de la cirugía les dijo a cada uno de los chicos que la organización que representaba protegía a los niños y pagaba todas sus facturas médicas, pero que su gente quería que ayudaran a otros niños, que al parecer iban a ser el blanco de un secuestro, reemplazando su lugar durante una semana. Les aseguró que ellos estarían protegidos todo el tiempo, y a cambio todos sus gastos hospitalarios y de educación serían financiados.

Joe añadió:

—La habilidad para encontrar niños abandonados que fueran tan parecidos físicamente y en el habla a esos adolescentes y la capacidad de infiltrarse en la Brigada Antidroga demuestra que los Fratelli son una amenaza aún mayor de lo que imaginábamos. Kathryn Collupy era simplemente inocente. La planificación que hay detrás de todo esto es extraordinaria, ya que todos ellos pasaron por cirugía, rehabilitación e instrucción vocal durante los últimos seis meses.

—¿Qué va a pasar con ellos ahora? —preguntó Rae.

—Ya hay informes de todos los adolescentes y están ahora en el programa de protección —explicó Joe—. Serán colocados con buenas familias en el programa y recibirán como mínimo lo que les fue prometido. Ahora sabemos por qué Silversteen nunca cogió a Brady y por qué la asesinaron. No se arriesgan a dejar con vida a nadie que pueda hablar.

—Acabo de terminar de redactar un informe. Brady es conocido como Vestavia, y forma parte de los Fratelli —intervino Carlos.

Todos guardaron silencio y se volvieron hacia él.

Carlos habló de la llamada telefónica que Durand había recibido y contó que había visto el rostro de Vestavia. Pretendía añadir su conexión con Durand en el informe, pero Retter lo había detenido diciéndole que él y Joe eran las únicas dos personas que necesitaban saber eso. Retter había rechazado la dimisión de Carlos esa mañana, diciéndole que Joe no la aceptaría hasta que al menos se hubiera tomado un descanso.

Pensaban que iba a quedarse. ¿Podría hacerlo? No era capaz de contestar a esa pregunta ahora.

—Así que Vestavia sabe cuál es mi aspecto —concluyó Carlos.

—No creo que eso sea un problema si no te colocamos en algún lugar público o de alto perfil —intervino Tee—. Salvatore quemó el complejo de Anguis hasta los cimientos después de que os marcharais y juró que mataría a todos los soldados de Anguis, incluyéndote a ti. —Tee dirigió a Carlos una mirada valorativa—— Te construiremos un nuevo perfil.

—Está bien. —Carlos tenía que salir de allí—. ¿Dónde están mi tía y mi primo?

—En el Shepherd Spinal Center de Atlanta. —Tee levantó una pequeña caja del escritorio de Joe y avanzó hacia Carlos—. Esta es toda la correspondencia que encontramos en la oficina de correos de Gabrielle en Peachtree City.

Carlos la cogió, le dio las gracias y se dirigió hacia la puerta.

—¿Te vas a tomar algún tiempo libre? —preguntó Joe.

Carlos no podía mirarlo a los ojos y mentir, así que se limitó a decir:

—Sí.

—¿Cuándo volverás? —añadió Rae a la pregunta de Joe.

—No lo sé. —Carlos salió.

•• • ••

Gotthard se frotó los ojos cansados y miró la tercera llamada perdida de su teléfono móvil. Las tres eran de su esposa, que solo querría quejarse de que siguiera en el trabajo después de medianoche.

Como si ella estuviera siempre en casa cuando él iba. Salir de compras, sus amigas y las jornadas de gimnasio siempre tenían prioridad antes que una cena decente con él.

La única luz en la sección de oficinas de informática de BAD provenía del brillo de las múltiples pantallas de ordenador que él llevaba días manejando.

Siete entradas aparecieron de repente, respuestas a mensajes que había enviado, en busca de Linette. Aparecían constantemente, pero ninguna llevaba su firma. Pasó de largo las cinco primeras y luego se detuvo en la número seis, paralizado.

Leyó la breve respuesta otra vez y decodificó la firma tres veces más hasta que dio una palmada sobre el escritorio.

—¡Bingo!

La firma codificada era «lane of Art».

Linette había respondido.

BAD tenía ahora contacto con el topo que había dentro de los Fratelli.

•• • ••

Carlos conducía su BMW carretera abajo hacia su refugio seguro de Hiawassee, en Georgia. El otoño había llegado y se había ido sin él, salpicando las montañas de tonos naranjas, rojos y marrones. El viento barría las hojas caídas y las había apilado a lo largo de la entrada pavimentada.

Todos los sistemas de seguridad estaban despejados sin luces de alarma.

Agarró la caja con la correspondencia de Gabrielle que ya había ido revisando durante el camino, esperando encontrar alguna pista de dónde podía haber ido.

No hubo suerte. La única pieza significativa que encontró fue un sobre de papel manila con el seguro de vida al que había contratado la póliza que beneficiaba al canalla de su exmarido. Un documento adjunto indicaba que la póliza había sido cancelada y ellos habían recibido una carta de Roberto afirmando que cualquier póliza futura que lo citara a él como beneficiario sería un documento falso contra el cual él testificaría voluntariamente.

Esa carta era el fax que Roberto había enviado la noche en que Carlos lo visitó. El tipo había perdido su oportunidad de obtener una fortuna, pero todavía tenía la suerte de conservar sus cojones y su cara intacta.

Y Carlos tenía una confesión firmada de Roberto.

Bajó del coche y fue a buscar sus cosas.

Tenía siempre reservada una maleta con ropa para una semana, y dos cajas de cartón guardadas en el almacén de abajo contenían todo el resto de sus posesiones.

Tenía suficiente dinero para encontrar un lugar donde alojar a su tía y a su primo una vez terminaran con los tratamientos. Con Durand muerto y Salvatore aplacado nadie los molestaría.

¿Y qué haría él? Carlos no lo sabía, y tampoco le importaba. ¿Qué era la vida sin Gabrielle?

Marcó el código de seguridad, y esperó un segundo zumbido para teclear otra serie de números. Dentro de la casa, tiró la chaqueta a un lado y se dirigió al dormitorio para buscar primero la maleta.

Cuando entró a la habitación, oyó un movimiento en el baño y sacó su arma.

La puerta se abrió lentamente y apareció un cuerpo envuelto en una toalla. Gabrielle.

No era posible.

—No dispares —ordenó ella—. Te vi venir por el camino desde el monitor del baño y entraste antes de que me diera tiempo a vestirme.

—¿Qué haces aquí? —Él no pretendía sonar arisco, pero el cabreo había sido su estado natural durante las últimas veinticuatro horas.

—Obviamente me estaba dando una ducha. ¿Puedes bajar esa maldita pistola? —Ella apretaba la toalla tirante, cubriendo la mitad de su cuerpo. La toalla beis a juego que le cubría el pelo se cayó hacia un lado cuando inclinó la cabeza.

Él dejó el arma sobre la mesilla de noche.

—¿Cómo has entrado aquí?

—Oh, ¿eso? —Se encogió de hombros y se envolvió de nuevo el pelo con la toalla—. Me metí en el ordenador central de la casa y bajé los códigos de seguridad cuando Gotthard me dejó revisar el correo en mi ordenador. Lo preparé todo para poder entrar sin ser detectada, tal como hice con nuestra habitación de la escuela. Lo hice para tener una manera de escapar si tu gente me traía aquí otra vez. Cuando fuimos camino del aeropuerto grabé el rastro de la ruta.

Nadie, ni siquiera Gotthard, había considerado la posibilidad de que Gabrielle pudiera entrar en el sistema de seguridad de la casa cuando ella y Gotthard habían estado trabajando desde allí para acceder a los ordenadores de la escuela.

—¿Y tú qué estás haciendo aquí? —preguntó ella.

—Vengo a buscar mis cosas. —Fue una respuesta automática, en realidad no estaba procesando lo que ocurría. Gabrielle estaba allí—. Creí que habías desaparecido.

—Eso hice, pero necesitaba un lugar donde pasar unos pocos días hasta conseguir ropa y un coche nuevo. Salí de Sudamérica sin nada, a excepción de algo de dinero que me dio tu tía y que usé para llegar hasta aquí. Este era el único lugar donde estaba segura de hallarme a salvo.

Era ahora o nunca. Tenía una oportunidad antes de perderla otra vez.

—Si te vistes, me gustaría decirte algo.

—Dímelo ahora. —Ella enderezó su postura, como si se preparara para oír una lección.

Carlos soltó un chorro de aire y se impulsó con ambos pies.

—No le dije a nadie que tú eras Espejismo, y no sabía lo de tu madre cuando hicimos el amor. Yo no te estaba usando.

Su rostro se suavizó, dándole esperanzas, hasta que negó con la cabeza y dijo:

—No, dime el resto de la verdad.

Maldita sea. Ella no le creía.

—Acabo de hacerlo.

—No, no lo has hecho. —Gabrielle dio un paso hacia él, luego otro, avanzando lentamente alrededor de la cama—. Cuéntame la verdad acerca del día en que murió mi madre.

—Yo no quería herir a nadie cuando detoné la bomba —dijo él en un tono monótono, repitiendo la historia que ya había contado tantas veces—. Yo no sabía que la bomba causaría tanto daño.

Gabrielle continuó acercándose.

—Eso tampoco es verdad. —Ella se detuvo a un paso de distancia, tan cerca que a él le dolió reconocer el aroma familiar de ella.

—Es la única verdad que sé. —La amaba tanto que le costaba creerlo, pero no traicionaría a Eduardo, dejando que ella tuviera a otra persona a quien dirigir su cólera.

—Dime cómo has fingido durante todos estos años que eras el único detrás de la bomba cuando fue Eduardo el único que realmente la hizo detonar —dijo ella suavemente—. Dime cómo has llevado la carga de todas esas muertes y casi pierdes tu propia vida por ocultar la verdad. Dime cómo volviste a mostrar esa serpiente de tu pecho para proteger a aquellos a los que amas… y cómo le mentiste a Durand para protegerme a mí.

A él se le aceleró el corazón.

—¿Cómo puedes…?

—Tu tía me lo contó todo cuando estuvimos a salvo. Yo creía que ella iba a entregarme a los hombres de Durand al final del vuelo, pero ella es como tú. Lucha para proteger a los suyos. Me hizo muchas preguntas, y luego me contó la historia de un joven al que crio como su propio hijo.

Gabrielle levantó una mano hacia su mejilla.

—¿Creías que yo querría hacerle daño a Eduardo? Ella me dijo que había hecho el juramento de no decirle a Durand la verdad, pero imaginaba que yo necesitaba saberla. Eduardo estaba con nosotros cuando su madre compartió la historia. Él lloró y me dijo que sentía muchísimo lo de mi madre. Ha tenido que vivir con eso y con la culpa de saber que tú has cargado con esas muertes durante todos estos años y que has vivido huyendo para protegerlos a él y a María. Ese día él también perdió su futuro. Mi madre lo perdonaría, así que yo no puedo hacer menos.

—Siento mucho lo de tu madre. —Carlos no podía creer el enorme alivio que lo inundaba ahora que Gabrielle sabía la verdad.

—También lo siento por Helena. —Sus ojos se nublaron—. Todos perdimos ese día, incluyendo a María. ¿Qué te parece si construimos una nueva vida juntos? Ahora, dime que me amas.

—Te amo más que a mi vida —susurró él, tomándola en sus brazos y besándola. Al volver a respirar dio las gracias por aquel milagro.

Gabrielle lo apretó contra ella.

—Me daba mucho miedo que no lograras escapar de Durand, pero cuando hablé con Joe me dijo que Retter había logrado infiltrarse y te había encontrado. Si no, yo hubiera vuelto en el siguiente vuelo.

Carlos agradeció a Joe esa mentira, pues ella habría sido asesinada si volvía a Sudamérica.

Ella le pasó las manos por la espalda y por el pelo. Él la besó con todo el amor que sentía en su corazón.

—Ahora ya sabes de qué sangre provengo —le advirtió él.

—Sí, lo sé. —Ella se apartó, y sus ojos brillaron llenos de una admiración que él no esperaba—. No todos los hombres de tu familia son como Durand. Lo sé porque rastreé el linaje de los Anguis una vez. Tienes la sangre de un guerrero en tus venas. El tipo de hombre que protege a los suyos y los ama sin medida. Yo quiero ese amor y te quiero a ti.

—Ese amor es todo tuyo. —La besó, asombrado de poder abrazarla otra vez. Al terminar el beso le hizo una última advertencia—. No vas a sacar mucho de este trato, ya que todo lo que poseo es lo que llevo en las dos manos.

Ella puso las manos sobre las suyas. Acercó los labios a su oído.

—Estupendo. Eso quiere decir que decoraré la casa como quiera. —Se rio hasta que la toalla se le soltó y se deslizó al suelo.

—Decora lo que quieras, princesa, empezando por el dormitorio. —Carlos la levantó en brazos, intentando mostrarle cuánto significaba para él. La tendió sobre la cama y se quedó de pie a su lado, desabrochándose lentamente la camisa.

Lo que estaba contemplando era su futuro, algo que nunca había esperado tener.