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Alguien estaba filtrando información de los Fratelli. Fra Vestavia apretó el botón de su ascensor privado, que ascendió suavemente hasta el piso treinta y dos. ¿Quién se había entrometido y tenía ahora a Espejismo?

¿Quién podría estar filtrando información desde el interior de los Fratelli de il Sovrano? Alguien brillante y con huevos.

Esa era una perfecta descripción de Josie.

Sopesó esa idea durante todo el camino a su conjunto de oficinas que ocupaban el piso superior e incluían un acceso de seguridad hasta la pista de aterrizaje de helicópteros que había sobre el tejado. Además de una vista de 360 grados de Miami y el océano Atlántico desde un lugar principal a lo largo de Brickell Avenue.

Las puertas del ascensor zumbaron ante el piso treinta y dos y se abrieron al vestíbulo principal de Trojan Prodigy, una empresa especializada, según algunas revistas nacionales, en los últimos productos electrónicos de software antiterrorista y de contraespionaje.

Era verdad, pero no la historia completa.

Vestavia había empezado Trojan Prodigy doce años atrás, cuando las compañías internacionales estaban desesperadas por encontrar tecnología que las protegiera de los piratas informáticos más sofisticados. Estas recibieron a su gente con los brazos abiertos y les daban acceso a sus sistemas operativos, mientras él estaba muy ocupado repartiendo su tiempo entre desempeñar el rol del agente especial de la Brigada Antidroga Robert Brady y el papel de Vestavia, un apoyo leal a los Fratelli.

Había abandonado su identidad como agente de la Brigada Antidrogas el año pasado, cuando desapareció después de ejecutar exitosamente una misión de los Fratelli y pasar a ser considerado un individuo buscado. Al mes siguiente se hizo la cirugía plástica y la cara del agente especial Brady había dejado de existir, mientras que las huellas dactilares de sus archivos habían sido modificadas años atrás.

La coordinación oportuna siempre era el elemento más crítico en cualquier plan.

Abandonó la Brigada Antidroga justo cuando Trojan Prodigy recibió contratos militares significativos que lo convertían en el candidato mejor posicionado para ocupar un lugar entre los doce miembros de la hermandad de Norteamérica cuando uno de ellos muriera inesperadamente.

Cada continente tenía su propio cuerpo gobernante de doce Fratelli, que dirigía los negocios con influencia internacional o tenía accionistas o posiciones estratégicas en el gobierno: todo el mundo tenía que traer a la mesa algo que demostrara que tenía valor como líder.

Vestavia salió del ascensor y se hundió en una alfombra que le produjo la sensación de estar caminando sobre nubes. El aire olía prístino y puro. Samuel, un ayudante de constitución delgada, estaba sentado detrás del monitor de un equipo muy moderno adornado con oro. Le daba al teclado con tanta velocidad que el sonido se perdía entre el sonido del agua que se derramaba por una pared de pizarra de más de tres metros y medio de altura que había justo detrás de él. De una amplitud de siete metros, la cascada fluía con pacífica reverencia.

Cuando Vestavia se acercó, Samuel se cuadró, con sus ojos marrones en estado de alerta, el pelo corto, con un aire pulcro de eficacia, y un traje gris pizarra que se fundía con el entorno. Compartían un interés por la arqueología, pero Vestavia no tenía tiempo para conversaciones despreocupadas precisamente ahora.

—¿Mensajes? —preguntó al joven.

—Sí, señor. Sobre su escritorio por orden de prioridad. Y Josie Silversteen le está esperando en su despacho. Dice que tiene algo importante para usted. —Samuel le hablaba con la voz baja que se usa en los lugares de trabajo.

¿Josie estaba allí? Vestavia consultó su reloj.

—Sí, la esperaba. —No era cierto, pero Josie sabía que él querría respuestas acerca de lo que le había ocurrido con Baby Face y con Espejismo. Cualquier otra persona habría enviado esa última noticia antes que enfrentarse con él.

Pero Josie no era cualquiera.

Él esperaba que su confianza no hubiese sido traicionada.

—¿Les llevo café o té? —preguntó Samuel.

—No. Será una reunión corta. Retén mis llamadas durante media hora.

Vestavia avanzó a grandes pasos por el amplio pasillo, y pasó ante una galería virtual de arte con cuadros de Renoir y Matisse mezclados con piezas contemporáneas. Al pasar delante de las oficinas echaba un vistazo y advertía el flujo de actividad en cada una. Tenía una pequeña plantilla de trabajadores con una excelente ética de trabajo que se enorgullecían de tener oficinas capaces de rivalizar con las de las grandes corporaciones.

Cuando giró a la derecha al final del pasillo, la pared entera a su izquierda era un cristal que iba desde el suelo hasta el techo y que ofrecía una vista del océano infinito. Había encontrado aquella localización seis años atrás, y Josie había sugerido inmediatamente que el lugar perfecto para su oficina era con vistas al océano, y no al pasillo de los despachos de Brickell. Ella tenía razón.

Era una mujer de sangre azul. La dinastía de bancarios Silversteen se extendía a lo largo del país y tenía sus dedos metidos en muchos pasteles financieros. Como hija escogida, había crecido desde su nacimiento para servir a los Fratelli de il Sovrano y ser enviada a los miembros de la hermandad a los dieciséis años, pero Vestavia había sabido ver su potencial. Entonces había convencido a Fra Diablo de que ella era perfecta para el trabajo de campo.

Y así había sido.

Ella era una de las pocas personas que conocía la verdadera identidad de Vestavia y su misión. El hecho de que él era en realidad un angeli, una orden todavía más antigua que la de los Fratelli.

Él y otros seis angeli cumplirían en el plazo de una década lo que sus antecesores no habían sido capaces de hacer en los últimos dos milenios. Y los Fratelli harían todo el trabajo preparatorio sin saber que estaban siendo manipulados como marionetas. Los Fratelli realmente creían que doce miembros de la hermandad podrían gobernar cada continente.

¿Acaso alguna vez las decisiones tomadas por un comité o en democracia habían funcionado? No.

Como uno de los siete angeli secretamente infiltrados en los Fratelli de il Sovrano de cada continente, Vestavia había alcanzado su posición rápidamente. Durante el año pasado había estado pulsando las cuerdas de los Fratelli, manipulando sus extensas fuentes para comenzar a asentar el suelo de su renacimiento. Cuando Vestavia y sus seis angeli homólogos estuvieran preparados, saldrían de las sombras y restaurarían la paz en el mundo.

Para hacerlo, primero tendrían que purgar el planeta eliminando al ochenta por ciento de su población, sin perder al grupo nuclear que serviría para reconstruir el planeta tras su devastación.

Empezar de nuevo era el único camino. Sus antecesores lo habían intentado con plagas y otros instrumentos demasiado descuidados.

Su generación de Angeli no cometería los mismos errores.

Sistemáticamente se conseguiría el control sobre cada continente, creando igualdad para preparar el mundo para el renacimiento.

Cuando Vestavia llegó a su oficina, el detector de movimiento leyó su imagen termal y abrió la puerta, que desapareció hacia el interior de la pared.

Entró y dirigió la vista a la mujer que se hallaba sentada en su sencillo sofá blanco adornado con rayas negras.

—¿Qué ha ocurrido?

Baby Face perdió a Espejismo y además ha sido asesinado. —Josie se puso de pie, exhibiendo sus asombrosas piernas por debajo de la falda de un traje chaqueta azul marino y dorado. Sus pestañas eran espesas y su piel tan suave que no parecía real. El cabello, de un intenso color castaño, le caía perezosamente sobre los hombros con cada movimiento de la cabeza, y se apoyaba suavemente sobre la cima de los pechos que asomaban generosamente por el escote de su chaqueta.

Cada centímetro de su cuerpo era una creación perfecta.

La agente especial Josie Silversteen, su brillante protegida de la Brigada Antidroga, tenía ahora una orden judicial para el arresto de un fugitivo, el agente especial Robert Brady. Qué ironía.

—Ese no es un informe completo —la amonestó él con dureza.

—Por supuesto. —Ella continuó—. Discúlpeme, Su Excelencia. Baby Face tenía acceso a nuestros megaordenadores y creía que eran parte de un programa de rastreo informático dentro de la Brigada Antidroga. No tenía ni idea de que pertenecían a Trojan Prodigy, y la codicia lo condujo hasta Espejismo en cuanto logró localizarlo. Pero nosotros no hemos sido capaces de duplicar su rastro electrónico. Baby Face fue hasta una casa en Peachtree, Georgia, que pertenece a un hombre mayor desde hace veinte años que no parece tener ningún tipo de habilidad con la informática. La mujer que estaba de alquiler en la casa ha desaparecido. Estaba registrada como Gabrielle Parker y, según los papeles, es una viuda que vive de un fondo fiduciario modesto. Yo me inclino a creer que debe de saber algo acerca del informante puesto que Baby Face fue allí. —Josie hizo una pausa antes de continuar—. Lo averiguaré.

Su voz ronca en combinación con ese aire de fóllame-aquí-mismo que había en sus ojos le recordó cuánto tiempo habían estado separados.

Seis días. Una eternidad.

Su miembro se lo estaba diciendo en aquel mismo instante.

Vestavia se quitó la chaqueta y la puso sobre el brazo del sofá, luego pasó delante de ella. Al llegar a su escritorio, se dio la vuelta y se sentó sobre el borde, colocando las manos distraídamente a cada lado. Si se acercaba demasiado a ella, violaría la primera regla que había entre los dos: primero, los negocios; luego, el placer.

—Durand me contó lo de Turga. ¿Qué pasó con el piloto del helicóptero?

—Tengo un equipo rastreando al piloto. Sabré algo más… esta noche.

Arrastró la última sílaba con ese tono de fóllame-contra-la-pared y él notó su miembro más duro. Ella avanzó hacia él, atrevida, hermosa, con una cruda confianza asomando en cada uno de los tres pasos que los separaban, hasta detenerse en medio de sus piernas abiertas.

Su miembro se extendió hacia ella como si se tratase de un imán y él fuese acero puro.

—¿Tienes tiempo para… profundizar un poco en esto? —preguntó ella, relamiéndose los labios.

Vestavia se agarró al escritorio con los dedos tensos.

—Ahora no. Ya conoces mis reglas.

Ella exhaló un suspiro exagerado.

—Los negocios, primero… Simplemente pensé que por una vez… —sonrió como la zorra que era—, tal vez quisieras correrte primero.

Él levantó la mano y le pasó un dedo por la cara. Luego lo bajó hasta el cuello de la chaqueta y deslizó su dedo por dentro hasta rozarle la punta del pezón. Ella se estremeció. Respiraba con dificultad. El esbelto músculo de su mandíbula se contrajo en un esfuerzo por mantener el control.

Vestavia sonrió. No había ninguna razón para que fuera el único que sufriera cierta incomodidad hasta que se acostaran juntos.

—Reserva esa idea para después.

Sus ojos estaban encendidos cuando ella se apartó y cogió su maletín del ordenador. Era insaciable y exigente en la cama. Esa era otra de sus buenas cualidades.

—Volveré esta noche.

—No me decepciones.

—Jamás —le prometió ella suavemente, con una nota de malvado calor en la voz que le aseguraba que las horas de sexo serían tan satisfactorias como el último informe de la noche.

Ella nunca lo había defraudado, ni en la cama ni fuera de ella, pero si Espejismo se le había escapado de las manos, Josie sabía el castigo. Todas las mujeres pertenecientes a los Fratelli eran adoctrinadas para garantizar que entendían cuáles eran las consecuencias de fallar a la hermandad y sabían que no había manera de escapar de la organización.

Era un programa que aseguraba la complicidad.

Nueve años atrás, Josie había conseguido superar la prueba sin lloriquear, convenciendo a la orden de que ella era inquebrantable, y sin mostrar una huella de debilidad hasta que llegó a la casa de Vestavia algunas horas más tarde. La única vez que él había visto a Josie deshacerse en lágrimas había sido después de ir corriendo hacia sus brazos, que la aguardaban.

Era fuerte, brillante y delicada.

Josie no le fallaría, o de lo contrario descubriría que el castigo de la hermandad sería parecido a una jornada en un balneario en comparación con la sanción que recibiría por su parte.

•• • ••

Gabrielle bajó el último escalón de la habitación de reunión del sótano y dudó en seguir adelante hasta que Carlos bajó detrás de ella. Apenas le tocó la espalda con los dedos para animarla a moverse. Ella respiró profundamente y siguió adelante.

En el centro de la habitación, que medía aproximadamente seis metros de ancho por diez de largo, había una mesa de conferencias de forma rectangular, lacada de un negro brillante, alrededor de la cual podían sentarse hasta diez personas. Los dos hombres y la mujer que habían llegado hacía unos minutos estaban sentados en unas lujosas sillas de cuero de color almendra. Los dos hombres estaban en el lado izquierdo, observando la pantalla de un ordenador portátil.

En cualquier otra situación, los paneles de madera caoba de las paredes habrían dado a la habitación un aire cálido y una atmósfera acogedora.

La única mujer se había colocado a la derecha, frente a los hombres. De un metro setenta y cinco de altura sin zapatos, llevaba unos tejanos y el cabello rubio miel muy corto y bien peinado, en consonancia con la actitud que había mantenido en el piso de arriba.

—Siéntate ahí. —Carlos señaló la silla que Gabrielle tenía más cerca, justo al lado de la mujer.

Si él creía que colocándola al lado de esa amazona aumentaría su nivel de ansiedad, estaba en lo cierto, pero no lo bastante como para obligarla a capitular tan fácilmente. No todavía.

Se sentó y dobló las manos sobre el regazo.

Carlos le presentó a los otros tres, usando solo los nombres de pila, luego se sentó en una silla en la cabecera de la mesa., a su izquierda.

—Para empezar, ¿cuál es tu verdadero nombre, Gabrielle?

—Ya te lo he dicho, soy Gabrielle Parker.

—Basta de mentiras.

La rudeza de las palabras de Carlos le heló los huesos. Apretó las manos con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en las suaves palmas. Por lo visto, el número del buen chico se había acabado.

Gabrielle se había mudado a Estados Unidos para proteger a su familia, y no estaba dispuesta a exponerla ahora. Y tenía que impedir que sus contactos en Sudamérica fueran descubiertos, especialmente después del error que había cometido al exponer su identidad.

—Quiero un abogado. —Gabrielle deseó haber podido decirlo con más fuerza.

—No nos molestamos en usar abogados. —Rae dio esa escalofriante noticia con acento británico y añadiendo una risita malvada.

Nada de abogados. Siguiente idea. Gabrielle tenía contactos en la embajada británica que podían ayudarla y responder por ella, ya que era técnicamente una ciudadana del Reino Unido… Esa era otra de las capas que había colocado entre ella y su familia de Francia. Pero eso generaría muchos problemas porque dejaría en evidencia que era la hija de un oficial del gobierno de Francia. Cualquier intento de obtener inmunidad diplomática pondría en peligro la posición de su padre y colocaría a su familia en una situación de riesgo.

Tenía que encontrar su propia manera de salir de aquel lío.

Y si los medios divulgaban lo que había estado haciendo durante los últimos diez años, el hecho de arruinar la reputación de su padre sería el menor de sus problemas. Durand Anguis la encontraría inmediatamente y tomaría represalias atroces, como tal vez la decisión de herir a su familia.

Pero ella no había sido educada por una mujer de acero para doblegarse ante la primera señal de crisis.

—De acuerdo, si no soy Gabrielle Parker, entonces ¿quién soy? —Ella se había construido unos antecedentes sólidos como Gabrielle Parker. Eso significaba que ellos tendrían que desentrañar las muchas capas que ella había creado para proteger su identidad.

—Gotthard, ¿lo has traído todo del cuartel, incluyendo mi informe? —preguntó Carlos al tipo robusto que trabajaba con el ordenador.

—Sí. Estoy descargando los documentos preliminares ahora.

—¿Qué documentos? —preguntó Gabrielle, con las manos de pronto pegajosas del sudor.

Carlos le dirigió una mirada inescrutable.

—Tus huellas digitales para empezar.

¿Sus huellas digitales? ¿Acaso ese grupo podía tener fuentes en la Interpol? Tal vez. Probablemente. ¿Cuánto podrían tardar en descubrir su verdadera identidad? Gabrielle trató frenéticamente de decidir cuánto debería contarles. Si no les decía la verdad y ellos la descubrían por su cuenta, ya no serían capaces de creer nada de lo que después les dijera.

Gotthard negó con la cabeza.

—Todavía no tenemos nada de nuestros archivos. Seguimos esperando respuestas internacionales.

¿Realmente tendrían acceso a informes internacionales o se trataba de un farol?

Gabrielle apretó las manos, asustada y furiosa. Carlos le había tomado las huellas dactilares mientras dormía. ¿Qué más le habría hecho? «Aparte de humillarme cuando me ordenó desaparecer de su vista en el dormitorio». No era una reina de la belleza, pero ningún hombre le había ordenado nunca que tapara su cuerpo.

Ella lo estudió con nuevos ojos, con la mirada de una mujer que se había apresurado demasiado en confiar en alguien.

—¿Quiénes son tus contactos? —le preguntó Carlos con una tranquilidad escalofriante.

—Si yo fuera quien tú dices que soy, ¿de verdad crees que pondría una fuente mía en peligro cuando todavía no sé ni para quién trabajáis? —preguntó ella con una fría reserva que hubiera enorgullecido a su madre.

Carlos se cruzó de brazos.

—No es que tengas mucha elección en este momento.

A ella se le encogió el estómago. Actuar de forma obediente no había funcionado, ¿qué podía perder si pasaba a la ofensiva?

Después de todo, estaba en Estados Unidos. Los derechos individuales debían ser respetados. Todo el mundo respondía por alguien. Solo tenía que averiguar quién estaba detrás de ese grupo de operaciones.

—¿Crees que no? —Su posibilidad de elección estaba menguando considerablemente, pero reconocerlo en voz alta solo alimentaria la arrogancia que impregnaba esa habitación—. Puedo asegurarte que mis fuentes darán una paliza a todas las organizaciones de espionaje de Estados Unidos cuando descubran que he sido secuestrada —amenazó Gabrielle, con la esperanza de sonar tan peligrosa como la amazona que estaba sentada a su lado.

Carlos ni siquiera pestañeó.

—Continúa. No me importa si metes a la CIA en agua caliente. Nosotros no somos de la CIA, ni del FBI, ni de ninguno de los acrónimos que puedas conocer.

Su expresión de indignación flaqueó, pero aún tenía suficiente rabia como para rebatir su actitud.

—Si perteneces a una agencia de espionaje, te diré lo que pueda, pero no estoy de humor para juegos semánticos después de la última noche. Seas quien seas, te arrancaré la cabeza por haberme raptado.

Carlos le sonrió con ironía.

—No, no lo harás. Puede que ni siquiera salgas de aquí como una persona libre, y lo que es seguro es que no vas a tener cerca un teléfono en bastante tiempo.

De acuerdo, eso limitaba drásticamente sus alternativas.

Ellos actuaban como algún operativo de espionaje o de seguridad, pero no empleaban tácticas legales. Por supuesto, ella dudaba de que la CIA o el M16 siempre lo hicieran. No la habían empujado a una silla con una lámpara cegándole los ojos, pero eso era tan típico de los Estados Unidos de Hollywood que tampoco lo hubiese esperado.

Pero tampoco nadie le había enseñado una insignia para demostrar que tenían el derecho de retenerla. Estaría dispuesta a mencionar esa falta de protocolo si no fuera porque temía que estallaran a reírse de ella en toda la habitación.

—Entonces ¿quién es vuestra gente? ¿Para quién trabajáis? —preguntó ella.

—Ya te lo he dicho, protegemos la seguridad nacional, pero a través de una organización que no existe por lo que respecta al gobierno de Estados Unidos o a cualquier otro gobierno. —Las espesas pestañas de Carlos rozaban sus mejillas cada vez que pestañeaba lenta y pacientemente—. Y si eso no es suficiente para convencerte de que cooperes por tu propio bien y el mejor de tus intereses, te recordaré que nadie sabe que estás con nosotros y que tenemos el poder de enviarte a cualquier país que fabriques documentos que demuestren que hay razones para procesarte. Además, podemos crear documentos que nos ayuden a hacerlo.

Oh… Se había topado con algunos grupos muy extraños al entrar en diversas unidades principales de agencias de espionaje, pero nunca había esperado encontrarse con semejante grupo de canallas. ¿Con quiénes estaban alineados? ¿O contra quiénes?

¿Realmente formaban parte del mecanismo de defensa de Estados Unidos?

Pero por muy aterrador que fuese, podía ser aún peor. Podría tener que enfrentarse directamente a Durand Anguis, que jamás haría preguntas de una manera tan civilizada. Continuar negando su identidad durante más tiempo era demasiado arriesgado, puesto que sus huellas dactilares revelarían su apellido si efectivamente ellos tenían acceso a la base de datos internacional. Si lo admitía por sí misma ellos dejarían de buscar y tal vez evitaría que su padre se viera involucrado en todo aquello.

—Soy Gabrielle Saxe —reconoció finalmente.

El silencio invadió la habitación.

Ella esperaba algún reconocimiento. No hubo ninguno.

¿Sería una táctica de interrogatorio? Muy probablemente. Sintió un escalofrío al enfrentarse a un futuro incierto.

Miró a Carlos, y por un breve momento hubiera jurado que su mirada traslucía preocupación. ¿Sería una emoción sincera o solo parte de su rutina profesional?

¿A quién quería engañar? Él no se preocupaba por ella. Ese era su trabajo.

—Eso es correcto —confirmó Gotthard finalmente—. Ya tengo los resultados de la búsqueda.

Ella soltó el aire, contenta de haberse adelantado al informe. Había estado muy cerca.

—¿Qué es lo que haces exactamente durante todo el día? —intervino Rae.

—Uso mis habilidades con la informática para vigilar a algunos grupos que son una amenaza para la paz mundial —dijo Gabrielle. Ese era un giro positivo. No daba mucha información y tampoco podían acusarla de mentir.

—¿Para quién trabajas? —preguntó Rae.

—Para nadie. Mi tranquilidad económica está asegurada.

—Espera un minuto. —Korbin golpeó con un dedo la brillante superficie de obsidiana de la mesa, y luego la miró fijamente, entrecerrando los ojos—. Gabrielle Saxe, ¿como la Gabrielle Saxe que se casó con Roberto Delacourte años atrás? ¿Ese actor que gana unos veinticinco millones de dólares por película?

—Sí. Estuvimos casados… durante seis meses.

—Eso explica que su tranquilidad económica esté asegurada —señaló Rae.

—Yo tengo mi propio dinero. —Gabrielle raramente discutía sobre su situación financiera, de hecho jamás lo hacía, pero Rae parecía estar insinuando que ella era una pija cazafortunas. Puede que se hubiera dejado impresionar por la sonrisa seductora y el encanto de Roberto, pero nunca quiso otra cosa más que ser amada por él. Al final se dio cuenta de que se había precipitado con el matrimonio para huir de su soledad. Elle había mentido desde el primer día, aprovechándose de la chica ingenua que entonces era.

Ella le había sido fiel cada uno de los miserables días de esos seis meses. Cada uno de esos dolorosos días.

Un murmullo creció en la habitación.

Carlos levantó la mano. Se hizo el silencio inmediatamente.

—No estamos interesados en tu vida amorosa sensacionalista, Gabrielle. Has reconocido que puedes pasarte el día entero jugando delante del ordenador.

¿Vida amorosa sensacionalista? ¿Jugando delante del ordenador? Apretó los dientes con tanta fuerza que se oyó un crujido.

—Pero todavía no has explicado por qué tenías información acerca de Anguis —continuó Carlos—. Tu coartada es que quieres contribuir a que la paz mundial no se vea alterada. Has quebrantado suficientes leyes en suficientes sitios como para acabar encarcelada en unos cuantos lugares distintos. Si no tienes nada significativo que decir llegados a este punto, tal vez te dejemos escoger en qué país prefieres ser encarcelada.

¿Podían realmente hacer eso? Gabrielle sabía bastante acerca de derecho internacional, pues había estudiado por su cuenta, y estaba relativamente segura de que había tapado sus huellas lo suficientemente bien como para que no la cogieran. Sin embargo, aquel grupo la había encontrado y poseía pruebas informáticas que demostraban lo que había hecho.

No estaba entrenada para sortear situaciones como aquella. O como la del día anterior.

—Bien, reconozco que soy Espejismo. —Se inclinó hacia delante, dirigiéndose a todos—. Puesto que soy la única que de momento he compartido información para empezar, creo que sería justo que me dijerais qué pasó con Mandy. —Todo aquello había ocurrido porque intentaba ayudar a una joven con problemas—. Si me habéis encontrado sabréis qué ha pasado con ella. ¿Ha sido rescatada?

Carlos quería sacudir a Gabrielle para que mostrara algo de sentido común. ¿Acaso creía que el juego había terminado y ya no le quedaban más movimientos que hacer?

—Nosotros hacemos las preguntas, y tú las respondes, ¿entiendes?

Gabrielle había estado respirando profundamente y hablando con calma como para ganar tiempo para ordenar sus pensamientos y controlar su tono de voz, pero esta vez respondió con los dientes apretados.

—Estoy tratando de cooperar, pero si queréis que os responda a más preguntas, como mínimo tendréis que decirme si Mandy está a salvo. Ella es la razón por la que corrí un riesgo que me ha traído hasta aquí. —Gabrielle mantuvo una postura tan rígida como la de una directora de escuela en una habitación llena de rostros sin compasión, pero Carlos pudo ver cómo apretaba las manos en su regazo. Tenía blancos los nudillos.

Exhibía la misma calma majestuosa que mantuvo en su rostro ante la amenaza de ser enviada a un país extranjero donde sería perseguida.

Maldita sea, era desde luego admirable su fuerza de espíritu y su entereza.

Sus intensos ojos violetas buscaron los de él. ¿Era acaso una petición de ayuda?

Ahora no.

Aquella respuesta silenciosa de algún modo debió de hacerse oír como si fuera clara y en voz alta, puesto que la decepción apagó su mirada. Cambiaba su lenguaje corporal con más rapidez de la que la mayoría de mujeres cambian de zapatos. Primero nerviosa, luego herida, y ahora parecía decidida a esconder sus emociones a todo el mundo, y especialmente a él. Ocultar que estaba aterrorizada por la precariedad de su futuro. Estaba perdiendo el tiempo. No podía tapar la vulnerabilidad de la que él ya había sido testigo y que le removía las entrañas.

No quería sentir nada por ella, pero esos hermosos ojos trasmitían compasión y miedo por Mandy. Su error consistía en ver a Gabrielle como algo más de lo que realmente era: una jugadora en un juego letal.

Alguien que debería estar respondiendo preguntas para salvar su propio pellejo.

En lugar de eso, resulta que estaba preocupada por Mandy. Así era ella.

—Gotthard. Danos un informe sobre Mandy.

La atmósfera se ensombreció por la aprensión ante la chica.

—Mandy entró en coma por pérdida de sangre —leyó Gotthard, y luego fue más adelante hasta terminar—. Según la última línea, sigue con vida.

Un suspiro colectivo de alivio llenó la habitación.

—¿En coma? —Gabrielle ahogó un grito—. ¿Qué fue lo que salió mal? ¿Quién se encargó del rescate? —Dirigió esa pregunta a toda la habitación.

La ira se hizo visible como respuesta a su crítica.

Aquel arrebato hizo que perdiera todos los puntos de simpatía que pudiera haber ganado.

—Mira, Gabrielle. —Carlos no refrenó ni un ápice su ira.

Ella había jugado con fuego y se había quemado—. Nos pusimos en marcha veinte minutos después de recibir tu último mensaje y saltamos en paracaídas sobre los Alpes franceses en plena noche durante una maldita tormenta de nieve para salvar a Mandy. —Se inclinó hacia delante, clavando el dedo índice en la superficie del escritorio con cada afirmación—. Si hubiéramos obtenido antes la información tal vez habríamos llegado antes de que la chica rompiese un vaso para cortarse las venas de las muñecas. Tú no estás en posición de cuestionar nada de lo que hizo mi equipo y será mejor que empieces a dar respuestas si es que esperas volver a ver la luz del día otra vez.

Carlos se alejó de ella y se cruzó de brazos para tratar de recuperar la calma. Se estaría preguntando durante el resto de su vida cómo podía haber ganado minutos para que su equipo llegara al lugar más rápido. Pero no estaba dispuesto a permitir que otra persona, y mucho menos una ciudadana civil, una persona de hecho bajo sospecha, criticara a su equipo.

Gabrielle abrió la boca para hablar, pero él no le dio la oportunidad de hacerlo.

—Volvamos a nuestras preguntas —le espetó—. ¿Cómo sabías que Mandy había sido secuestrada y quiénes eran los secuestradores?

Sus mejillas sonrosadas perdieron color, pero él no vacilaría esta vez. Carlos se preguntaba si Gabrielle era tan vulnerable como había pensado al principio o si sencillamente era una actriz impresionante.

—Llegan invitados —anunció un altavoz oculto en la habitación.

¿Quién demonios llegaba ahora? ¿Joe podría haber viajado tan rápido?

Carlos se volvió hacia Gabrielle, cuyo rostro había perdido ese color arena de la playa. Si no les daba algo pronto, iba a tener que enfrentarse a Joe. O lo que es peor, a Tee.