badTop-05

Carlos cogió a Gabrielle —si es que aquel era su verdadero nombre—, por debajo de los brazos antes de que cayera al suelo.

Había encontrado a Lee.

A Gabrielle le hacía ruido el estómago.

Lo había hecho muy bien, había resistido mucho mejor de lo que él hubiera esperado de cualquier civil. La hizo volverse para mirarla de frente y la apoyó contra su pecho.

—Respira por la boca.

Carlos sintió el frío cañón de su propia nueve milímetros apretando su nuca.

—Sigue moviéndote —dijo Turga.

Carlos la sostuvo del brazo y ella caminó junto a él, lentamente, sin una nota de color en el rostro.

—No lo mires a él —le dijo Carlos, sintiendo el deseo de poder hacer desaparecer la imagen de Lee colgado en la pared con los brazos y piernas en cruz.

La cabeza de Lee se inclinó ligeramente hacia un lado. Estaba vivo.

Aquella era una de las localizaciones típicas de Turga. Aquel debía de ser uno de los como mínimo tres lugares de la zona que sus hombres habrían explorado aquella noche.

Sus hombres habían encontrado a Lee con Baby Face mientras Carlos estaba en el lago con Gabrielle, supusieron que Lee había disparado a Baby Face y sabían a quién estaba buscando el experto en informática.

Al menos Turga y sus hombres no eran un equipo de secuestradores profesionales, de lo contrario habrían cubierto su cabeza y la de Gabrielle con fundas de almohada y los habrían separado. Turga era el equivalente de un buitre, y sus empleados peces comedores de basura.

Carlos lo había conocido unos meses atrás, cuando Turga intentó contratarlo para una operación que él no aceptó. Si lo hubiera hecho la primera vez, Turga habría sospechado, así que Carlos esperaba un segundo encuentro. Pero no como ese.

Cuando el piloto del helicóptero entró al edificio, Turga hizo un gesto con su arma, señalando el lugar donde quería que se situaran Carlos y Gabrielle. Una vez Turga estuvo satisfecho con la posición, habló tranquilamente a su piloto.

Carlos apartó la mirada de Gabrielle del cuerpo desnudo de Lee, cubierto de esbeltos músculos y cortes sangrantes. Tenía la cara ya muy hinchada.

Los tatuajes que comenzaban en su hombro y bajaban a lo largo de un brazo explicaban por qué Joe lo había reclutado. BAD no recurría a gente de instituciones como la CIA y el FBI.

Probablemente antes que eso BAD preferiría poner una oferta de trabajo en la prisión.

Joe había sacado a Carlos de la calle ofreciéndole la oportunidad de usar sus habilidades de una forma legal, habilidades como saber allanar una casa. BAD necesitaba un experto en Sudamérica, alguien que pudiera moverse por ahí pasando desapercibido.

Una cosa era segura: a la hora de escoger Joe era un artista. Habiendo rechazado unirse a una banda en San Francisco, Carlos había estado viviendo durante un tiempo de prestado desde entonces.

Pero era evidente que Lee había escogido un camino distinto.

Los diseños de tinta de Lee pertenecían a una banda de Chicago conocida como Pelotón de Fusilamiento, que se dedicaba al tráfico de drogas, los robos de coches, las estafas y el blanqueo de dinero. Era un grupo muy cerrado en el cual ningún agente secreto había sido capaz de infiltrarse.

Para convertirse en miembro de la organización un hombre tenía que cumplir únicamente tres requisitos.

El primero era ser menor de veinte años.

El segundo era ser respaldado por un miembro que llevara como mínimo cinco años en la banda.

La prueba final y definitiva era determinar si tenía habilidades para sobrevivir.

La banda se comprometía a desafiar a un miembro de una banda rival para que el aspirante lo matara o fuera matado por él en un plazo de treinta días. Era una especie de versión callejera de una competición de atletismo internacional, pero en este caso la medalla de oro se la llevaba el último que lograra seguir respirando.

El oponente que perdía conseguía un billete directo al infierno.

Una vez hecho el desafío, Lee habría tenido que permanecer dentro de los límites de la ciudad y mantenerse visible durante un mes sin ningún tipo de ayuda de nadie.

Si lograba sobrevivir entraría en la banda.

Las probabilidades de sobrevivir eran tan mínimas que resultaban de risa.

Pero Lee lo había logrado, o de lo contrario no llevaría el tatuaje, porque ningún artista del tatuaje sería tan estúpido como para imitar el diseño de una banda sin autorización.

Lee habría logrado redimirse en algún momento. Joe tenía que haber visto algo decente en el chico para reclutarlo para BAD.

Tal vez se trataba de lo mismo que había hecho que Joe evitara que Carlos acabara en la cárcel dándole una oportunidad que nadie le había dado jamás.

Maldita sea, Lee no podía tener más de veinte años.

¿Por qué le parecía tan joven cuando él tenía solo treinta y tres?

Porque él había vivido treinta y tres años muy duros.

Alguien se movió cerca de Lee. Tal y como Carlos sospechaba, Turga tenía refuerzos en el interior del edificio. Un tipo con la cabeza rapada que no llegaba al metro ochenta, otro turco bajo, fornido y de piel morena.

Aquel tipo había torturado a Lee.

Él moriría primero.

Carlos miró alrededor en busca de un lugar donde colocar a Gabrielle para poder tener las manos libres. Las únicas sillas estaban cerca de una mesa justo al lado de donde se hallaba colgado Lee. Carlos no estaba dispuesto a dejar a Gabrielle cerca del animal que había torturado al agente de BAD.

¿Qué habría contado Lee?

Carlos lo sabría muy pronto.

—Siéntate aquí. —Movió a Gabrielle hasta una caja de embalaje y ella lo siguió sin decir una palabra. Si estaba en un estado de conmoción tan profundo que ni siquiera podía responder, sería difícil sacarla de allí sin que sufriera ningún daño si es que tenía alguna oportunidad.

Se las vería con eso cuando llegara el momento.

Si es que llegaba.

Detrás de él oyó voces profundas que murmuraban. Carlos tenía que averiguar qué era lo que quería Turga y determinar si había alguna posibilidad de negociación. Pero todavía no podía dejar a Gabrielle.

Le tomó la cara con ambas manos, obligándola a mirarlo. Sus ojos de un azul violáceo lo contemplaron llenos de terror. Pero él esperaba solo una mirada vidriosa, así que era alentador.

Antes de que él pudiera decir una palabra, un aullido de dolor proveniente de donde Lee estaba colgado retumbó en el aire.

Carlos apretó la mandíbula.

Gabrielle se agitó nerviosa. Su rostro pasó de estar pálido a ponerse amarillo por el mareo, pero estaba resistiendo muy bien para tratarse de una mujer que obviamente no estaba entrenada para aquello. Había visto a hombres en situaciones similares que perdían completamente el control.

—Mantén tus ojos clavados en mí —le indicó Carlos, y esperó a que ella asintiera para darse la vuelta. El piloto se había marchado.

—¿Por qué está este tipo contigo, Carlos? —preguntó Turga, señalando a Lee—. ¿Compartís las citas? —añadió soltando un sonido de burla.

—Simplemente contraté a alguien musculoso para que me cubriera las espaldas mientras paraba para verla a ella. Me encontré a Baby Face en casa de Gabrielle buscándome.

Si hubieras esperado cinco minutos yo hubiera vuelto, estaba detrás de la casa. Esto —señaló el cuerpo magullado de Lee— no era necesario.

Turga se limitó a sonreír.

—¿Tú pagaste a este tipo para que te cubriera la espalda? Me estás insultando. —Frunció el ceño y se volvió hacia el torturador—. ¿Qué has averiguado, Izmir?

—Este dice lo mismo. —Izmir se encogió de hombros—. Dice que quería ganar algo de dinero rápido. Que lo contrataron para vigilar la casa de la mujer. Me llevó bastante trabajo, pero me dio el nombre de Carlos.

Carlos no podía culpar a Lee por eso. De hecho, él mismo le había recomendado continuar con la historia convencional y usar solo un nombre de pila. De ese modo cada uno corroboraría la historia del otro.

Turga inclinó la cabeza haciendo una seña a Izmir para que se acercara. Cuando Izmir llegó junto a él, le habló en voz baja. Turga era un cazador furtivo, un oportunista que pretendía que alguien como Baby Face hiciera todo el trabajo para que él apareciera en el último momento y se llevara el premio y el reconocimiento delante de todo el mundo. Su éxito dependía de la coordinación. Hasta ahora estaba tratando de descubrir si había cometido un error al reaccionar demasiado pronto antes de descubrir qué era lo que estaba persiguiendo Baby Face.

Turga le habría dado a Baby Face una oportunidad de decírselo, y luego le había hecho un tajo en la garganta, ya que era condenadamente grande para llevárselo con facilidad.

Carlos lanzó una mirada a Lee, que levantó la cabeza un centímetro e inclinó la cara hacia él, pero no había forma de saber si era capaz de ver algo a través de esos ojos hinchados. Carlos asintió ligeramente con la cabeza, esperando que él pudiera traducir ese gesto como una promesa de que se las haría pagar al cabrón que le había hecho eso.

Lee hizo un movimiento mínimo con la barbilla para alzarla y volver a bajarla, solo lo suficiente para que Carlos comprendiera que lograba ver algo.

Carlos miró su reloj. ¿De qué podía servirle el hecho de que faltaran dieciocho minutos para las seis?

—Pregúntale más —ordenó Turga.

Izmir caminó hasta una mesa cercana a Lee, donde había apiladas un par de toallas. ¿Para limpiarse las manos cuando la sangre resultaba demasiado pegajosa?

«Me las vas a pagar, cabrón».

Izmir levantó un palo con un gancho en la punta, el tipo de palo que se usa para coger una serpiente, excepto que el gancho del extremo era un cable sujeto a una máquina enchufada en la pared. Carlos se estremeció imaginándose lo que Izmir tenía en la cabeza. Ese maldito cabrón acercó el gancho hacia los genitales de Lee.

—¡Para! —ordenó Carlos.

—¿Quieres hablar? —preguntó Turga con un humor que hizo que a Carlos le vinieran ganas de hacerlo pedazos.

—Suéltalo a él y hablaremos —le ofreció Carlos, reuniendo fuerzas para sacar la voz.

—No lo creo.

—Vas a matarnos a los dos, Turga. Te daré lo que tú quieras simplemente con que sueltes al chico.

—¿Me dirás cuál es tu trato con Baby Face? Sé que se trata de algo grande, algo que ese husmeador informático tuvo la suerte de descubrir.

Así que Baby Face había descubierto a Espejismo trabajando para alguien que planeaba raptarla y Turga no lo sabía. Era difícil imaginar que la mujer que estaba detrás de Carlos era el infame informante electrónico, pero para ser honesto tenía que reconocer que había visto cosas incluso más extrañas.

Hizo como que consultaba el reloj, luego suspiró.

—De acuerdo, aquí va el trato. Baby Face me ofreció participar en un negocio arriesgado. Quería refuerzos profesionales, y no los payasos que normalmente suele arrastrar. Tenía que contactar con alguien antes de las seis esta noche o el negocio fracasaría. Luego yo estuve fuera del país. Justo cuando acababa de regresar descubrí que él había ofrecido más dinero para que la entrega se hiciera antes, y yo sabía quién tenía el dinero. Así que él estaba tratando de traicionarme con el trato. Si sueltas al chico —dijo Carlos, señalando a Lee—, te contaré cuál era el trato, los nombres, todo. A cambio, no me tortures, solo un disparo entre ceja y ceja.

Turga miró su reloj y después miró a Carlos, moviendo la vista como si fuera incapaz de decidir si matar a Carlos o hacer un trato con él. Finalmente soltó un juramento en turco.

—Si me mientes, acabarás peor que él cuando me ocupe de ti. —Inclinó la cabeza hacia Lee; su rostro mostraba cada vez más confusión, el factor tiempo ahora lo angustiaba—. No era típico de Baby Face hacer negocios por su cuenta. No juegues conmigo, Carlos. La única razón de que la chica no esté muerta todavía es que no me trago todo este asunto. No me arriesgaré a dañar la mercancía si es que es ella lo que Baby Face estaba buscando. Si no es así, será toda mía.

Carlos se esforzó por no arremeter contra Turga. La furia ascendía por su columna, exigiéndole hacerle pagar inmediatamente por el cuerpo sangrante de Lee. Y también por el terror de Gabrielle, sí, aunque hubiera sido ella quien lo hubiera metido en aquel aprieto.

—Suéltalo y te diré lo que Baby Face estaba buscando realmente y cómo sacar tajada del trato… o te arriesgas a perder la hora de entrega que tenía prevista Baby Face. —Carlos dijo esto con un tono tan marcadamente venenoso que parecía incuestionable que él estaba metido en la negociación.

Turga hizo un gesto con la cabeza a Izmir, que gruñó y luego dejó su palo en el suelo. Abrió una navaja y cortó las cuerdas que sujetaban los tobillos y las muñecas de Lee.

A Lee se le escapó un quejido de dolor cuando cayó de rodillas sobre el suelo antes de poder parar la caída con los brazos y se golpeó la cabeza. No se movió.

Carlos había avanzado varios pasos hacia Turga mientras este estaba distraído.

Cuando Turga se volvió a mirarlo, levantó su nueve milímetros.

—Quieto ahí. —Se oyó un tintineo interrumpiendo el tenso silencio. Turga sacó un teléfono móvil de un bolsillo delantero de sus pantalones y respondió diciendo—: ¿Qué has descubierto? —Tras una pausa, sonrió y dijo—: ¿Ha ofrecido una recompensa? No, no, somos viejos amigos. Contactaré con él pronto. Buen trabajo. Eres casi tan bueno como Baby Face. —Cerró el teléfono y volvió a guardarlo en el bolsillo de sus pantalones.

—Creía que íbamos a hablar. —Pero Carlos tenía la clara intuición de que aquella llamada había complicado las cosas.

—Sí, sí. Primero dime lo que ella sabe acerca de ese tal Espejismo por el que Durand Anguis ha ofrecido una recompensa.

Demonios. Un momento. Turga creía que Gabrielle simplemente tenía alguna información acerca de Espejismo.

Carlos le ofreció su sonrisa más arrogante.

—Eso era lo que estaba intentando decirte. Durand hizo a Baby Face una nueva oferta de mucho más dinero por entregarle a esa mujer. Durand resulta mucho más persuasivo que Izmir cuando se trata de conseguir que alguien hable. —Ignoró el grito femenino de asombro que oyó detrás de él y continuó—: Baby Face imaginó que podría ahorrarse lo que pensaba pagarme a mí y decidió recogerla por su cuenta. No era un mal plan tratándose de alguien como Baby Face. Como bien has dicho, no es él quien normalmente hace sus propios trabajos sucios.

—Entonces ¿ella tiene información? —La sonrisa de Turga brillaba ante la expectativa.

—Tú eres más inteligente que eso. —Carlos lo dudaba, pero esperaba que una amenaza hiciera vacilar a Turga—. Atrévete a tocarla y Durand te arrancará las pelotas con un par de alicates.

Turga se encogió de hombros.

—Entonces no hay ninguna razón para mantenerte con vida, ¿verdad?

Aquello era delicado. Carlos necesitaba un minuto para encontrar una respuesta.

—Adelante, dispara.

Turga sonrió, guardó la pistola en el cinturón y levantó el rifle.

—Pero te costará caro —se apresuró a añadir Carlos.

Eso congeló la sonrisa de aquel maldito cabrón.

—¿A qué te refieres?

¿Buenas noticias? La codicia de Turga superaba su inteligencia.

—Sentémonos y hablemos. —Carlos avanzó en dirección a las sillas y la mesa, logrando acercarse a Turga otros dos pasos.

—Quieto. No hablaremos de nada hasta que Izmir no te ate las manos para que no puedas hacer esos movimientos que te han hecho tan famoso.

—¿Famoso yo? —Carlos se rio, manteniendo los ojos fijos en Izmir, que cogió con placer un trozo de cuerda y se dirigió hacia él.

—He oído historias. —Turga se burló—. Te mantendría con vida si no fuera tan arriesgado. Apuesto a que alguien ha ofrecido una recompensa también por tu cabeza.

Carlos se encogió de hombros como si no le importara lo más mínimo que Turga hablara de matarlo o de vender su cabeza. Juntó las palmas y levantó las muñecas frente a él, bueno y complaciente.

Turga dirigió la mirada a Gabrielle, que estaba sentada detrás de Carlos.

Carlos volvió la cabeza para mirarla.

Gabrielle lo miró con el ceño fruncido, separando los labios con una expresión de total confusión.

Él le guiñó un ojo.

Ella pestañeó, luego cerró la boca e hizo un movimiento mínimo con la cabeza. Un movimiento con el cual quería demostrar que seguía en el mismo barco que él.

Él se dio la vuelta y aprovechó la oportunidad para avanzar otro paso más. Izmir se colocó entre él y Turga, levantando la cuerda para atarle las muñecas. Era ahora o nunca.

Esperaba que a Lee todavía le quedara un poco de aliento.

Carlos fingió una mirada de horror hacia donde estaba Lee y gritó:

—¡No, no lo hagas!

Izmir corrió hacia Lee, que milagrosamente se puso en pie.

Turga dirigió su arma hacia Lee.

—¿Tienes prisa por morir?

Lee bajó la cabeza al pecho, en actitud sumisa.

Turga gruñó con satisfacción, tan confiado apuntando un arma contra un hombre desnudo y golpeado.

«Quédate ahí, Lee». Carlos usó los dos segundos que había ganado para apretar con fuerza los dedos y lanzar un puñetazo a la garganta de Izmir, golpeándolo en la tráquea. Con el rabillo del ojo, vio que Lee se movía, pero Izmir agarró a Carlos con una mano y comenzó a apretarle la garganta con la otra.

Estalló un disparo. Era el rifle de Turga. La explosión hizo eco contra las paredes de cemento.

Y detrás del eco se oyeron unos gritos. Eran de Gabrielle.

Izmir inspiró aire con fuerza y se tambaleó, con los ojos saltones. Carlos tomó impulso y le dio una patada, golpeando a Izmir para que cayera hacia Turga.

Otro disparo. La bala pasó justo por el medio de Izmir, atravesándolo y dándole a Carlos un tajo profundo en un lado.

El aire se llenó de insultos, gritos y sangre.

Izmir se tambaleaba. Carlos arremetió con la cabeza, empujándolo directo hacia Turga. Se oyó de nuevo un disparo, tan cerca que Carlos por un momento se quedó sordo, pero la bala se desvió.

Carlos se tiró encima de Izmir, que aterrizó a su vez encima de Turga con un pesado ruido sordo. Dio una vuelta por encima de ellos y se puso en pie.

Turga luchaba por liberarse del cuerpo muerto que lo retenía. Su mano todavía sujetaba el rifle. Carlos pisó con su bota la muñeca de Turga, satisfecho con el crujido de huesos y el aullido de dolor que siguió a continuación. Pateó el rifle para dejarlo fuera de su alcance y encontró su nueve milímetros cerca en el suelo de cemento. Turga insultó, gritó y con la mano que no tenía herida dio golpes a Izmir, que no se movió. Carlos quería matar a ese cabrón, pero eso sería un asesinato. Tenía que llegar hasta Lee para ver cómo estaba. El cuerpo de Izmir mantenía a Turga inmovilizado.

Carlos corrió hacia Lee, que estaba tumbado en el suelo. La sangre brotaba a borbotones de una grave herida de su pecho. Su primer deber era sacar a Gabrielle de allí, pero ella viviría.

Aquel chico, no.

Carlos se arrodilló y cogió en sus brazos con suavidad el cuerpo destrozado de Lee. Al hacerlo, sus dedos se deslizaron en una herida de la espalda de Lee que ningún vendaje habría sido capaz de reparar. El líquido caliente se derramaba por los brazos de Carlos hasta el suelo.

—Tenías que hacerte el héroe, ¿verdad? —dijo Carlos con una voz conmovida y llena de culpa.

Lee movió la comisura de los labios y los dientes perfectos que tenía apenas hacía una hora ya no estaban allí.

Carlos se acercó más para oír las palabras que Lee luchaba por murmurar.

—Lo siento. —Lee se esforzó por respirar y todo su cuerpo se estremeció—. Te he fallado… la primera vez.

—No. —Carlos tragó saliva tratando de aflojar el nudo que sentía en la garganta. Era incapaz de acostumbrarse a ver morir a un joven—. Has jugado limpio. —Los ojos le ardían.

—¡Carlos! —gritó Gabrielle.

Él se dio la vuelta, levantando la pistola de forma instintiva.

Turga de algún modo había conseguido liberarse de Izmir y corría hacia él con un cuchillo.

La rabia cegó a Carlos.

Disparó cuatro tiros consecutivos… todos en la cadera y la zona de los genitales. No era la zona donde normalmente dispararía alguien con tan buena puntería, pero Turga no merecía una bala entre las cejas.

Turga cayó al suelo, agarrándose con las manos. Aullidos guturales hicieron estremecerse todo el almacén durante varios segundos, luego se echó a llorar, meciéndose de lado a lado.

Cuando Carlos se volvió hacia Lee, los labios del chico se movían y sus ojos brillaban. Carlos acercó el oído a su boca.

—Gracias —murmuró, y luego una fuerte sacudida estremeció aquel cuerpo roto antes de que el alma de Lee pasara a mejor vida.

Carlos bajó la barbilla hasta el pecho, respirando con dificultad. Le ardían los ojos. No había nada que lo hiciera sentirse más impotente que oír el último aliento de alguien a quien sostenía en brazos sabiendo que no podía hacer nada para salvar a aquella persona.

Justo como le había ocurrido dieciséis años atrás.

El dolor lo atravesó como un cuchillo, trayendo los recuerdos del pasado con brutal claridad. Entonces sostenía otro cuerpo magullado, el de la joven que amaba con toda la fuerza de su ser, mientras ella dejaba escapar su último aliento.

El corazón le latía de manera errática, causándole dolor en el pecho.

Unos pasos ligeros se aproximaron a él. No eran los de Turga, que guardaba silencio. Muerto por fin.

Lee ya no sentía dolor. Carlos todavía tenía un trabajo que hacer y una mujer a quien proteger. Dejó a Lee en el suelo. Con una llamada de teléfono, BAD tendría allí un equipo de limpieza en el plazo de una hora. No podía esperar tanto y arriesgarse a que la gente de Turga regresara.

Dejar a Lee sin enterrar le parecía mal, pero Carlos no podía perder tiempo en vestirlo.

Se levantó y se volvió hacia Gabrielle, la informante codiciada por todos. Ella estaba de pie al otro lado de Turga. La melena castaña le caía en cascada, alborotada porque se le había secado al aire libre. Tenía el rostro pálido como un fantasma y le temblaban las manos. Era del todo seguro que no formaba parte de un grupo de espionaje internacional. Las prendas anchas que llevaba debajo de la gabardina abierta todavía estaban mojadas.

Turga yacía muerto en el suelo entre ellos. La habitación era una carnicería.

Ella alzó hacia él unos ojos completamente afligidos, y él sintió una punzada de dolor en el estómago por su sufrimiento.

—¿Está muerto?

Carlos no estaba seguro de a quién se refería, pero ya que los tres estaban muertos respondió:

—Sí.

La mirada vacía de ella le preocupó. Tenían que irse. Había posibilidades de que fuera tuvieran que interactuar con alguien en público, así que necesitaba estar lúcido.

Como ella no daba ningún signo de coherencia, él pasó por encima de Turga para acercarse. La cogió de los hombros, teniendo cuidado de no mancharla con la sangre. Considerando todo lo que había ocurrido, ella muy bien habría podido perder la cabeza o estar completamente catatónica. Sus ojos se movieron a la deriva hasta donde yacía en silencio Lee.

—Lo siento —susurró.

—Yo también. Era un buen hombre. —Carlos volvió a poner su mente en marcha—. Tenemos que irnos antes de que aparezca alguien más.

Ella asintió, pero cuando él empezó a moverse, ella lo agarró para detenerlo.

—¿Qué?

Gabrielle no respondió. Se limitó a quitarse la gabardina mientras pasaba por encima de Turga. Luego puso su abrigo sobre el cuerpo de Lee.

Nada podía haberle servido más en aquel momento para granjearse el cariño de Carlos. Él tragó saliva tratando de aliviar el nudo que sintió en la garganta y esperó a que ella volviera a su lado.

Ella se detuvo junto a él y lo miró fijamente.

—¿Parte de esta sangre es tuya?

—No tanta como para que haya que preocuparse. —Sin embargo, no podía salir así a la calle si no quería llamar la atención—. Coge tus bolsos.

Ella respiró profundamente y pareció reunir fuerzas, luego pasó al lado de Izmir hasta donde había estado sentada.

Carlos cogió la toalla que Izmir había usado para limpiarse las manos, manchada con la sangre de Lee. Se quitó rápidamente la mayoría de la sangre de los brazos y de las manos y buscó bajo la mesa las ropas de Lee. Ignorando la culpa que sentía por quitarle la ropa a Lee, se quitó su suéter de cuello alto y se puso la camiseta de manga larga que encontró en el suelo. Cambió sus tejanos por los de Lee, que eran prácticamente de su talla, y usó su camisa ensangrentada para taparle la cara a Lee. Luego fue hasta donde estaba Gabrielle con sus pertenencias.

No tenía sentido preocuparse por el análisis de ADN en aquel momento, ya que su sangre estaba mezclada y BAD debería llegar antes que nadie a limpiarlo todo.

Él fue a coger el bolso del ordenador y ella reaccionó enseguida.

—No. —Se cruzó el bolso por el pecho—. Gracias, pero prefiero llevarlo yo.

Eso hizo que Carlos recordara a quién estaba llevando. Espejismo. Una mujer por cuya cabeza se ofrecían recompensas, incluyendo una de Durand.

Hasta el momento a él le parecía que no se trataba de una mujer acostumbrada a estar cerca de armas o asesinatos. Era preciso que su informante saliera pronto al aire libre o una vez pasado el estado de conmoción, el nauseabundo olor a muerte la pondría enferma.

—No mires nada más que la puerta. —Él señaló la salida mientras la hacía moverse.

La expresión de incredulidad con que ella lo miró le devolvió una nota de color a las mejillas.

—¿Cómo? ¿Crees que tendré pesadillas? ¡Cómo si no hubiera visto nada de todo esto!

Él suspiró. Puede que hubiera visto disparos y algunos cuerpos heridos de bala, pero sus ojos habían estado vidriosos cuando permanecía de pie a unos metros de la sangre que rodeaba el cuerpo de Turga y cubría la parte inferior de su cuerpo destrozado. Ella no había visto realmente la carnicería.

—¿Quieres verlo otra vez? —la desafió él, seguro de la respuesta.

—No, por supuesto que no.

—Entonces mantén los ojos fijos en la puerta. —La condujo hasta la salida y entreabrió la puerta, luego dejó su mochila en el suelo—. Quédate aquí, respira un poco de aire fresco y entra y cierra la puerta inmediatamente si oyes un coche o ves venir a alguien.

Ella lo agarró del brazo, justo donde se había hecho el corte con el vidrio. Él logró no soltar un juramento, pero le habló con brusquedad:

—¿Qué?

—No me dejes —le rogó ella en un susurro.

—No lo haré. —Él le apartó los dedos suavemente de la herida, que ahora sangraba otra vez—. Voy a coger el teléfono de Turga para hacer una llamada.

Ella soltó un suspiro en sintonía con el alivio que mostraron sus ojos.

—De acuerdo.

Carlos se movió con cuidado alrededor de los cuerpos para no mancharse de sangre. Turga tenía su teléfono en el bolsillo derecho de los pantalones, que había quedado hecho pedazos. Una parte del teléfono había salido del bolsillo y estaba en medio del charco de sangre.

Demonios.

Revisó a Izmir, cuyo teléfono había estado en el bolsillo de su chaleco antes de que Turga lo destrozara.

¿Qué había que hacer para que algo saliera bien en aquel maldito trabajo?

Carlos se guardó el arma en la cintura de sus tejanos y fue a grandes pasos al encuentro de Gabrielle. Podía oír sus respiraciones profundas. Cuando le tocó el hombro, ella se sobresaltó y se golpeó la cabeza contra la puerta.

Ella volvió hacia él su rostro aterrorizado.

—Lo siento.

—¿Y ahora qué pasa? —preguntó ella.

A pesar de la fragilidad que revelaban sus ojos, ella hizo un esfuerzo impresionante para reunir coraje.

—Nos vamos. —Abrió del todo la puerta—. Vámonos.

—¿Y qué pasa con… ellos?

—No funciona ningún teléfono. Enviaré a alguien para que recoja a Lee y que se ocupe de todo esto tan pronto como encuentre un teléfono.

—¿Y adónde vamos? —Ella por fin comenzó a caminar cuando él le puso una mano en la espalda.

—A un lugar seguro. —Probablemente se había ganado la mirada de desconfianza que ella le dirigió, pero no le hizo más preguntas hasta que llegaron al otro extremo del edificio.

Aleluya. Un descanso.

Una camioneta con dos plazas en la cabina estaba aparcada más allá de las luces de seguridad que brillaban en el solar.

—Quédate aquí. —Carlos la hizo colocarse contra la pared protegida por las sombras, luego corrió hacia el vehículo. Buscó en todos los lugares en que alguien podría guardar un juego de llaves si no quería llevarlas consigo. El llavero estaba debajo del asiento del conductor. Probablemente era la camioneta de Izmir, puesto que el interior olía a tabaco europeo fuerte y era lógico que el matón hubiera dejado las llaves bien accesibles por si tenía que huir corriendo.

Carlos hizo señas a Gabrielle para que se acercara. Ella se apresuró a subir al asiento del copiloto. Él puso la mochila en el asiento trasero.

En cuanto encendió el motor y dirigió el vehículo hacia la salida de la zona industrial, Gabrielle dijo:

—Estamos en Tyrone.

—Sí. ¿Cuál es la ruta más rápida hacia la biblioteca de Peachtree?

—¿Qué? ¿Te vence el plazo de devolución de un libro?

Él no daba crédito a la nota de sarcasmo de su voz.

—No, es allí donde dejé mi coche. Me imagino que debes de saber el camino más rápido, ya que vives por allí.

—A la derecha, luego sigue por la carretera. Saldremos a la autopista 74 dirección sur.

—Gracias. —Ella había ganado puntos al no intentar dirigirlo por un camino equivocado—. Revisa la guantera y debajo del asiento, cualquier sitio donde creas que pueda haber un teléfono móvil.

Ella comenzó a buscar.

—¿Quién se dejaría las llaves y el teléfono móvil en su coche?

«Alguien que vive al otro lado de la ley».

—Todos los hombres de Turga —respondió él, en parte especulando y en parte mintiendo.

—¿En serio? —Ella se detuvo, pareció asimilarlo, y luego continuó buscando—. Increíble.

Carlos se sobresaltó al oírla.

—¿Qué?

Ella lo observó con mayor respeto y sacó un teléfono móvil de la guantera. Se lo entregó.

—No es extraño. Esos tipos llevan siempre al menos por triplicado cada cosa que necesitan. —Carlos abrió el teléfono. Había señal. Marcó los números para la línea directa de Joe.

Cuando el timbre dejó de sonar pero nadie al otro lado dijo nada, habló él:

—Soy yo, Carlos.

—Encantado de oírlo —le dijo Joe—. ¿Qué pasa con Lee?

Carlos no dijo una palabra.

Joe murmuró.

—Mierda.

Carlos le dio la dirección en una frase codificada.

—Si no llegáis los primeros…

—Espera. —Joe repitió la dirección y dio órdenes a alguien, luego volvió a dirigirse al teléfono—. Recogeremos a Lee y lo limpiaremos todo.

—¿Y qué pasa con los otros dos? —preguntó Carlos, refiriéndose a Baby Face y el cuerpo de su refuerzo, además del todoterreno que había encontrado cerca de la casa de Gabrielle.

—Ya está solucionado. ¿Vas de camino?

—No. La fuente está en baja forma y yo necesito dormir un poco. Viajaremos mañana.

—¿Vas a nuestra localización segura? —preguntó Joe, refiriéndose a la casa segura del norte de Georgia donde Carlos había estado hacía poco.

—Sí. Te enviaré un nuevo número de contacto en unos diez minutos. —Carlos también tenía otro teléfono en su coche.

—¿Quieres que te envíe refuerzos?

—No. —Carlos de momento no quería otro ser humano a quien tener que mantener con vida—. Yo me encargo. Más tarde te lo explico todo.

—Llama tú —dijo Joe, dando a entender a Carlos que comprendía que debían esperar hasta tener la oportunidad de hablar por una línea segura.

Joe entonces le explicaría qué era lo que planeaba hacer con Gabrielle. Carlos dudaba de que el hecho de que fuera mujer comportara alguna diferencia si es que Joe y Tee, el codirector de BAD, habían decidido encerrarla aquella noche.

A pesar de cómo había terminado la conversación con Joe, era perfectamente posible que al llegar al norte de Georgia Carlos se encontrara con una furgoneta sin matrícula y dos guardias de seguridad preparados para detenerla en custodia.

Por primera vez desde que trabajaba con BAD vacilaba a la hora de tomar una decisión. ¿Podía dejar a esa mujer en manos de dos guardias después de todo lo que había tenido que pasar aquella noche?

Carlos terminó la conversación telefónica y miró a Gabrielle. Interpretó su lenguaje corporal como un intento de recluirse: los brazos envolviendo su cuerpo, los ojos fijos al frente, la postura rígida.

Por qué eso le dolía no podía saberlo.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó ella, volviendo finalmente la cabeza para mirarlo con desconfianza.

—Necesitamos hablar contigo.

—¿Quién quiere hablar conmigo?

Él no respondió enseguida, debatiéndose sobre cuánto decir. No tenía sentido tratar de sonsacarle algo ahora, cuando probablemente estaba necesitando toda su fuerza de voluntad para no venirse abajo.

—No puedo ocuparme de todo eso hasta mañana —dijo él—. De momento, lo que tienes que saber es que no voy a hacerte ningún daño ni a permitir que nadie te lo haga. Te llevaré a un lugar seguro para pasar la noche. Eso es todo lo que puedo decirte.

Ella no hizo ningún amago de aceptación ni de discutir.

Carlos respetó los límites de velocidad. La carretera se cortaba de pronto, tal como ella había dicho. En cuanto se halló en la autopista principal supo hacia dónde iba. Una idea asaltó su mente.

¿Habría alguna persona esperando noticias de ella?

—¿Gabrielle?

—¿Sí? —La respuesta llegó a través de un suspiro cansado. Estaba apoyada contra la puerta del coche, como una muñeca de trapo que hubiera sido arrastrada por el estiércol y se hubiera quedado sin pilas.

—¿Quién sabe que vives en Peachtree?

—Nadie excepto el hombre que me alquiló la casa, a quien nunca he visto.

Aquella respuesta susurrada con voz triste lo tocó por dentro. De alguna manera ella estaba vinculada a todo aquello. Eso la colocaba directamente en el equipo equivocado.

Dejó escapar un suspiro y una tos… o un sollozo. No, ella no había llorado todavía. Él esperaba con todas sus fuerzas que no lo hiciera.

La potente carga de adrenalina en la que había estado confiando se gastaba. Se frotó la frente, que le dolía por el desfase horario, el hecho de llevar setenta y dos horas en una misión y sin dormir, y las últimas de estas horas luchando por sus vidas.

Por no mencionar el hecho de haber descubierto que el informante a quien todo el mundo buscaba era una mujer que fácilmente pasaría por una maestra de escuela antes que por una persona involucrada en un asunto de espionaje internacional.

Ella estaba recostada contra la puerta, con la cabeza apoyada en la ventanilla. Él luchó contra el impulso de atraerla hacia sí y mantenerla cerca, como un movimiento instintivo.

No era exactamente el protocolo señalado al tener a alguien en custodia.

Los dos necesitaban dormir, pero él no sabía lo que les estaría esperando en la cabaña.

Tampoco podía permitir que ella viera adónde se dirigían. Sintió que le latían las sienes. Vencer a un hombre armado sería más fácil que tratarla a ella como a una prisionera en cuanto llegaran al refugio seguro, pero todavía tenía un trabajo que hacer, y no podía arriesgarse a bajar la guardia.

No después de haber capturado a Espejismo.

Ella se echó hacia atrás en el asiento. Él no tendría que haberla mirado.

La lágrima que vio corriendo por su mejilla desató una guerra entre su conciencia ética y el sentido del deber.