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Gabrielle no se iba a quedar allí sola.

Carlos había aceptado que se encargara de LaCrosse cuando ella le aseguró que entendía la personalidad del sujeto, pero ya era hora de que él interviniera. Abrió la boca para decirle a LaCrosse que ambos iban a quedarse en Carcassonne cuando Gabrielle le clavó a LaCrosse una mirada fulminante.

—¿Cómo? —Gabrielle le sirvió esa respuesta cortante con una dosis de indignación—. Creí que estaban ustedes en una situación desesperada. Es por eso que lo dejé todo y vine inmediatamente. ¿Hago esto por ustedes y me responden con una ofensa?

LaCrosse le sostuvo la dura mirada.

Mademoiselle Saxe… —le dijo con un tono de tiene que-entenderme, al tiempo que la miraba fijamente y apretaba la mandíbula.

—El tratamiento correcto es mademoiselle Tynte Saxe. —El tono cortante con el que se expresó tenía el propósito de pararle los pies—. La misma familia Tynte que ha donado dinero a esta institución durante casi dos décadas, que ha construido un ala entera para el departamento de informática, que ha recreado el diseño original de este edificio, empleando incluso el mismo tipo de piedras labradas. En los últimos diez años han atentado dos veces contra mi vida, nunca hago un viajo sin seguridad personal, y he corrido el riesgo de hacer este viaje. Le aseguro que la investigación que usted ha realizado de mis antecedentes no tiene ni punto de comparación con los procesos de seguridad que mi familia hace para mi protección. Agradezco mucho su seguridad, pero lo único que me reconfortaría, estando alejada de la seguridad que me da mi casa, sería la compañía de mi guardaespaldas, el señor Delgado, a quien espero le dé la bienvenida de la misma manera que a mí, si es que pretende que yo le ayude. De lo contrario, puedo reservar hospedaje en Carcassonne para los dos y mañana tomar un vuelo de vuelta a casa.

Por la suave piel de la frente de LaCrosse resbalaban unas gotas de sudor.

Maldición. Carlos observaba a Gabrielle con una mirada renovada. Estaba aterrorizada y él lo sabía, pero había dado todo ese discurso con la misma pasión con la que una reina tiraría un guante a los pies de su peor enemigo.

Mademoiselle Saxe… Tynte Saxe, le ruego me disculpe. No era mi intención asustarla. —LaCrosse tragó saliva con dificultad mientras la nuez de su garganta temblaba. Su pálida piel iba adquiriendo un tono verdoso.

Una patada verbal en los huevos provocaba eso en un hombre.

—Bueno. —Gabrielle se dirigió a Carlos con voz firme—. Para usar tu frase favorita, vámonos.

Se dirigió hacia la puerta y Carlos se le adelantó para coger el pomo.

—Espere, por favor. —LaCrosse carraspeó—, permítame hacer una llamada.

Se estiró para coger el teléfono y marcó un número pulsando cada tecla con fuerza, pero su mano temblaba. Cuando le respondieron del otro lado, se cubrió la boca y susurró secamente mientras negaba con la cabeza como si la otra persona pudiera verle, y luego suspiró justo antes de colgar el auricular.

—El señor Delgado también será bienvenido.

Había accedido con amabilidad y buen talante, pero no se sentía particularmente contento. Lo tenían con la rienda corta y lo estaban asfixiando.

Carlos estaba esperando a que Gabrielle hiciera la siguiente jugada. Este era su juego y lo había estado jugando como una profesional. No podía encontrar las palabras para describir el respeto que le inspiraba en ese momento. Era una mujer con agallas.

Gabrielle suspiró teatralmente y se dio la vuelta para mirar a LaCrosse.

—Solo si está seguro, tampoco querría ofenderle.

—¿Está usted segura de que podrán terminar y marcharse dentro de cuatro días?

—Puede que incluso antes si las cosas van bien, pero cuatro días es lo máximo que voy a necesitar —le aseguró Gabrielle.

Carlos se apartó a un lado de nuevo, poniéndose en guardia.

LaCrosse avanzó hacia la puerta y la abrió para dirigirse a su asistente.

—Pierre, por favor, enséñales a mademoiselle Saxe y a su guardaespaldas las habitaciones donde van a hospedarse.

Un gesto de sorpresa cruzó la cara de Pierre antes de ponerse de pie y de que una máscara de amabilidad se instalara en su pálido rostro.

—Por supuesto. Por favor, síganme.

Mientras caminaba detrás de Pierre, Gabrielle se contuvo para no respirar de forma agitada, pero su presión sanguínea era otra historia. Los latidos acelerados de su corazón eran tan fuertes como para provocar un eco sobre las paredes de piedra y argamasa del corredor y traicionar su falsa seguridad. Apretó el abrigo que llevaba sobre sus brazos para evitar que le temblaran las manos. Lo de la amenaza de irse había sido un farol, pero Carlos no se habría quedado si no estaba ella, y ella no podía estropear esa oportunidad de ganarse la libertad.

Tenía cuatro días para terminar su trabajo en el sistema informático y después de eso encontrar una manera de eludir a Carlos. El solo hecho de pensar en dejarle minaba gran parte de su seguridad en sí misma.

¿Sería capaz de sobrevivir sin él ahora mismo?

¿Qué haría él si Gabrielle intentara huir y él la atrapara?

Pierre se detuvo delante de la puerta e introdujo un código en un panel con el fin de abrirla, luego se volvió hacia Gabrielle.

—Estas serán sus habitaciones.

Gabrielle entró y sus ojos intentaron aprehenderlo todo de una vez. Esta era la primera ocasión en que ponía un pie en el sanctasanctórum donde permanecían los directivos y dignatarios. Era el tipo de estancia en la que ella y su familia se alojaban cuando viajaban, pero en la que ella no había estado desde hacía ya tiempo. El techo se elevaba a una altura de unos tres metros y medio. Una consola dorada de unos dos metros de ancho se encontraba ubicada contra la pared izquierda de la habitación, tenía una cubierta de mármol de Sarrancolin y un espejo a juego de tales dimensiones que haría empequeñecer cualquier salón común y corriente.

Gabrielle había cruzado la habitación hasta llegar a la ventana biselada, y se dio la vuelta a tiempo para ver que Pierre comenzaba a andar y luego se detenía.

Carlos dirigió a Pierre una mirada sombría.

Poderoso en todo aspecto y con una confianza en sí mismo que Gabrielle envidiaba, Carlos simplemente se quedó de pie con una pose intimidatoria.

Pierre tragó saliva y levantó su mano en un gesto que pretendía indicarle a Carlos que tenía que entrar. Se aclaró la garganta, pero su voz sonó en un tono muy alto.

—No sabíamos cuál era su maleta, mademoiselle, así que hicimos que le trajeran las dos aquí.

Gabrielle avanzó por la sala de estar decorada con muebles del siglo XVII, ignorando por el momento las puertas de doble hoja que conducían a lo que parecía ser el dormitorio.

Ocultó su sensación de aturdimiento y miró a Pierre con gesto solemne.

—Esto será suficiente, merci.

—Su habitación está al otro lado del pasillo —le dijo Pierre a Carlos. Se acercó al equipaje y le preguntó—: ¿Cuál es el suyo?

Carlos se acercó a él como para indicárselo, pero no lo hizo.

—Yo me quedo donde ella se quede. Nos las arreglaremos.

La expresión escandalizada de Pierre no era nada comparada con lo que Gabrielle estaba sintiendo. ¿Acaso Carlos no se daba cuenta de lo que eso parecía y de lo que haría pensar a la administración?

—Pero, monsieur, eso no es, eh, no es… —Pierre dirigió su mirada a Gabrielle en busca de ayuda.

—¿Aceptable? —Carlos acabó la frase por él—. El decoro me tiene sin cuidado, solo me preocupa su seguridad. Su reputación se mantendrá intacta… o yo sabré quién la ha mancillado.

Pierre retrocedió dos pasos, ya que era obvio que no estaba acostumbrado a lidiar con un macho alfa.

Gabrielle tendría que ayudar al pobre hombre si no quería que le diera un ataque.

—Todo está en orden, Pierre. —Se acercó a Carlos y puso la mano alrededor de su fornido bíceps—. Prefiero que se quede —añadió, con la inflexión de voz suficiente para que cualquiera pudiera leer entre líneas que compartían cierta intimidad.

Su cuerpo se estremeció ante la sola idea de intimar con un hombre como Carlos.

—Si usted lo dice… —masculló Pierre confundido. Finalmente recuperó la compostura y les dio el código de cuatro dígitos para abrir la puerta. Se despidió y, sin darles la espalda, se retiró.

Carlos se rio, y luego la miró a través de sus oscuras gafas de sol.

Gabrielle le soltó el brazo y dejó escapar un suspiro de alivio debido a que estaba siendo estrangulada por el nudo de miedo que tenía en la garganta.

Mon Dieu

Carlos le tapó la boca, y ella se aterrorizó. ¿Qué era lo que andaba mal?

Él se inclinó para susurrarle.

—Deja que active el inhibidor de señales hasta que pueda ver si la habitación está interceptada.

Ella asintió con la cabeza, y esperó mientras él sacaba algo que se parecía a un iPod y presionaba muchos botones.

Desvió su mirada hacia la doble puerta que se abría a la habitación donde había una la cama con dosel y cabecera de brocado negro. La cama estaba cubierta de seda negra, y en la cabecera se amontonaban almohadas doradas, burdeos y negras, con bordados de múltiples colores. Probablemente tendría que coger carrerilla para alcanzar el colchón cubierto de raso negro. El único otro mueble que podía ver desde donde se encontraba era una gran cómoda de palo de rosa.

Carlos se interpuso entre ella y la vista de la habitación, hablando con calma.

—Bueno, ahora podemos hablar. ¿De qué iba ese «Mon Dieu» de antes?

—LaCrosse estaba a punto de que le diera un ataque cuando lo dejamos. —Ella mantuvo la voz baja para ser precavida—. Esto podría llevarlo al límite. Tuve miedo de haber dicho demasiado.

La sonrisa de Carlos se suavizó. Se quitó las gafas y las metió en el bolsillo de la chaqueta. Tomó la cara de Gabrielle con ambas manos.

—Deja de preocuparte. Lo hiciste muy bien. ¿Siempre usas tu apellido como una almádena?

Su halago fue como un bálsamo para sus miedos, y la calmó.

—No. Nunca antes había usado el poder que tiene mi familia, pero recuerdo cómo actuaba mi madre cuando alguien intentaba abusar de ella. Mi madre era maravillosa, así que intenté comportarme y hablar como ella lo hubiera hecho de estar en mi lugar. Pero me siento un poco avergonzada por intimidar a un hombre a quien respeto tanto.

Su voz se fue apagando junto al recuerdo de la mujer a la que había admirado y perdido a una edad demasiado temprana.

Carlos la cogió de las manos, acariciando su delicada piel con el pulgar. Su corazón volvió a acelerarse, esta vez por una razón completamente distinta.

Se encontraba a solas con ese hombre devastadoramente atractivo, cuyo roce la estaba enloqueciendo. Gabrielle se inclinó hacia delante, su cuerpo tomaba la iniciativa que a ella le aterraba tomar conscientemente.

Carlos inclinó la cabeza hacia abajo con suavidad.

Su sangre pulsaba con violenta anticipación. Por fin iba a besarla. Ella se puso de puntillas y, después de pestañear, cerró los ojos.

Carlos se paró en seco al darse cuenta de que estaba a punto de besar a Gabrielle. Se había sorprendido muchísimo al ver desaparecer su confianza en el momento en que Pierre se retiró, después de esa demostración de fuerza en la oficina de LaCrosse. Carlos había tenido la intención de reconfortarla, sosteniendo sus manos heladas hasta que se relajara.

Gabrielle había estado actuando, y había representado su papel de maravilla.

Sus labios estaban tan cerca que sentía su respiración agitada sobre el cuello.

Deseaba que él la besara. Estaba escrito en su cara, pero besarla no era parte del plan. Despojarla de su sensual traje no era, desde luego, parte del plan, aunque eso significara que ella pudiera compartir más acerca de lo que sabía.

Carlos nunca usaría a una mujer de esa manera.

Bienvenido a cuatro días de infierno.

Ella se movió hasta que sus labios se encontraron con los de Carlos.

Él apretó los dientes y se echó para atrás, susurrando:

—¿Estás lista para empezar a trabajar?

Los ojos de Gabrielle se abrieron de par en par, llenos de decepción. Luego, de reproche. Y, finalmente, del peor de los sentimientos, el dolor.

«Mátame ahora». Ella deseaba, joder, pero dejar que esto sucediera solo habría complicado las cosas más adelante.

—Cuanto antes termines tu trabajo aquí, antes acabaremos con esto.

Carlos mantuvo una fachada de sólida determinación, sintiéndose como una rata por darle a ella la falsa impresión de que podría recuperar su vida si tenían éxito encontrando un vínculo entre Mandy y Amelia.

No podía decirle que Joe le había mentido.

BAD solía poner a los criminales bajo custodia por un corto periodo de tiempo, y luego se convertían en el problema de otros.

No podía mirarla e imaginarla como delincuente.

Gabrielle se alejó de él de repente, cogió su maleta por el asa y se metió en su habitación dando un portazo.

Efectivamente, cuatro días de infierno.

Carlos suspiró. Utilizó el falso iPod para buscar micrófonos mientras esperaba a que Gabrielle recobrara la compostura y saliera de la habitación. Encontró un micrófono y luego lo devolvió a la base de mármol blanco de una escultura de cristal que estaba en el centro de una mesita de café.

Seguro que el teléfono estaba pinchado también.

Cuando la puerta se abrió de nuevo, Gabrielle salió vestida con unos pantalones azul marino y un jersey blanco escotado. El cabello le caía suelto sobre los hombros en tupidas ondas. Todo había cambiado, excepto el dolor en sus ojos.

Mientras estuvieran aquí, Carlos necesitaba que confiara en él, o de lo contrario no podría protegerla, ya que ninguno de los dos sabía qué peligros les acechaban desde dentro de este antiguo montón de piedras.

Carlos avanzó hacia ella.

Ella se cruzó de brazos y esquivó su mirada.

—Olvidaste ponerte los pendientes —le dijo.

Gabrielle frunció el ceño y se tocó la oreja con la mano.

—¿Qué?

Carlos se llevó el dedo a los labios y luego señaló en dirección a la habitación. Ella regresó al dormitorio y él cerró la puerta y escaneó la estancia rápidamente en busca de micrófonos ocultos. No había ninguno.

Quienquiera que hubiese colocado el micrófono no había tenido en cuenta la posibilidad de que ella tuviera compañía.

Carlos se colocó a su lado, pero ella se alejó de él. Puso las manos sobre los hombros de Gabrielle, manteniéndola quieta mientras se inclinaba para susurrarle:

—Hay un dispositivo de escucha en el área de las sillas, junto al teléfono.

Gabrielle se puso rígida.

—Ahora que sabemos dónde se encuentra el micrófono, andaremos con cuidado. Y acerca de lo de antes, no era mi intención…

—¿Qué? ¿Qué es lo que no era tu intención? —Gabrielle le dirigió la mirada, primero con esperanza en los ojos, y luego esperando ser herida otra vez.

Sus labios temblaban.

Carlos no podía ganarse su confianza si pisoteaba sus sentimientos.

—No era tu intención besarme —continuó ella—. ¿Por qué? ¿Porque no se me da bien?

Ah, joder.

Gabrielle frunció el entrecejo.

—¿O acaso tenías pensado decirme otra cosa? Como que no te agrada tener que estar aquí conmigo o… —Su voz se volvía cada vez más desconsolada—. O que no soy tu tipo…

El trabajo no tenía nada que ver con lo que él pensaba.

—Yo no tenía la intención de… de hacer esto. —Él la atrajo hacia sus brazos y la besó.

Deslizó sus brazos por la espalda de Carlos, los subió por su columna, llevando al límite el deseo que recorría todo su cuerpo.

La primera vez que él la había besado había sido una sorpresa placentera, pero no se comparaba con esto, que la hacía arder de emoción. Su boca se deleitaba con la de ella, tomando todo lo que Gabrielle le daba voluntariamente. Si ella hubiera vacilado o se hubiera contenido, puede que él hubiera podido escaparse del descenso en picado, pero ella le seguía pidiendo más.

La abrazó con más fuerza, deleitándose en la sensación de tenerla cerca. Una mujer con las curvas en los lugares adecuados y con una figura perfecta. Sus dedos le levantaron la parte trasera del jersey de cachemir a la altura de la cinturilla de sus pantalones, y luego él sintió la suavidad de su piel, escondida debajo del tejido vaporoso. Suave, como ella. Él movió sus dedos hacia arriba, lentamente sobre su espalda, nada impedía el avance.

Nada, ni siquiera un sujetador.

Carlos gimió. Ella estaba casi desnuda en sus manos.

Frotó sus caderas contra Carlos, justo allí donde él estaba tan duro como las piedras que rodeaban la residencia en la que se encontraban.

La ola de calor que explotó desde su ingle lo estremeció.

Ella deseaba aquello tanto como él, así que ¿por qué no?

Claramente, era la parte equivocada de su cerebro la que se estaba haciendo cargo de pensar.

Gabrielle colocó sus manos entre los dos cuerpos aferrándose a su camisa, lo que incluso lo excitó más; sin embargo, a veces sus movimientos eran torpes, como si tuviera poca experiencia. Eso decididamente también lo excitaba.

Él había tenido mujeres que conocían todas las maneras de tocar a un hombre.

Gabrielle se comportaba de una manera fresca y ansiosa, que él percibía como inocencia.

Ella le levantó el borde de la camisa. Sus delicadas manos le provocaron escalofríos en toda la columna, por la manera en que acariciaba sus abdominales, primero con suavidad, luego descaradamente. Tiró de la tela de la camisa hacia arriba y bajó su cabeza para besarle el abdomen.

Sus dedos avanzaron, juguetonamente acarició sus pezones y luego se detuvo… a la altura de la cicatriz que tenía en el pecho.

El tatuaje de Anguis.

Si ella descubriera… la poca cordura que aún le quedaba se abrió camino, con dificultad, a través del ardiente deseo.

Él todavía desconocía cuánto sabía ella acerca de Anguis. Carlos movió sus manos rápidamente hacia sus hombros antes de que ella le levantara otro centímetro de la camisa. Cuando él la apartó tan gentilmente como pudo, el faldón de su camisa cayó.

Aleluya por la gravedad.

La confusión nubló los ojos de ella.

Alguien llamó a la puerta.

Afortunadamente, ya que él no deseaba responder a las preguntas que se filtraban a través de su mirada. Tampoco quería perder el terreno que había ganado. Carlos bajó la cabeza y le dio un beso rápido, luego susurró:

—Yo abriré. Tú arréglate la ropa.

Ella exhaló, examinándose a sí misma descubrió que lo que más se había arrugado era su blusa de punto. Carlos aprovechó el momento para apartarse rápidamente.

Se metió la camisa por dentro de los pantalones y se puso las gafas de sol mientras se dirigía hacia la puerta. Luego la abrió y dijo:

—¿Sí?

Pierre había regresado.

—¿Está lista mademoiselle? —preguntó mientras trataba de mirar por encima del hombro de Carlos.

—Estará lista en un instante. —Carlos cerró la puerta sin decir una palabra más y se volvió, mientras Gabrielle salía de la habitación, perfectamente arreglada.

Tenía esa mirada de quien desea hablar, pero él le puso el dedo en los labios para ahorrarse una conversación que realmente no deseaba sostener en ese momento. Le dirigió un guiño.

Gabrielle puso los ojos en blanco. Ya estaba lista cuando él abrió la puerta de par en par para dejar ver a Pierre, que todavía se encontraba de pie en el mismo lugar.

—Hola, Pierre. —Gabrielle avanzó un paso, haciendo que el hombrecillo retrocediera—. Me gustaría ver el centro informático y empezar a trabajar.

El eficiente Pierre inclinó la cabeza y se dio la vuelta.

Carlos salió detrás de Gabrielle y cerró la puerta, pero cuando se dio la vuelta para avanzar por el pasillo ella no se había movido.

Gabrielle se cubrió la boca con la palma de la mano y se inclinó hacia Carlos, hablándole al oído.

—Aún tenemos una conversación pendiente, si es que pretendes quedarte en mi habitación conmigo.