–Por qué no le haces una llamada a Babette? —Carlos puso su móvil encima de la cama para Gabrielle, que estaba de pie al otro lado abotonándose la blusa. Visto de forma retrospectiva, debía haberle dicho que tratara de contactar con su hermana la pasada noche, pero confiaba en que recibirían noticias de Babette.
Gabrielle alzó los ojos, todavía soñolientos.
—¿Por qué? Si no son ni las cinco de la mañana. ¿Te ha enviado algún mensaje de texto?
—No. Simplemente hazle una llamada para ver si está bien. —No estaba preparado para decirle a Gabrielle que su hermana había desaparecido. Después de la última noche, con cualquier cosa que dijera o hiciera corría el riesgo de tropezar en un campo de minas.
Ella conocía el nombre de Alejandro, pero no sabía que el tatuaje de Anguis era una serpiente y un puñal. Si BAD o la Interpol la liberaban finalmente descubriría lo del tatuaje y…
¿En qué había estado pensando? ¿De verdad creía que llegaría un día en que realmente se vería libre de su pasado? ¿Que habría una oportunidad de que su vida fuera algo más que una caja de recuerdos guardada en un lugar seguro de su casa?
«Acéptalo. La única posibilidad que tienes para seguir vivo es permanecer sin vínculos que te comprometan para poder huir y esconderte… y también matar cuando sea necesario».
La mejor perspectiva que se abría ante él era la de asegurar la libertad de ella. Luego debería desaparecer en el abismo sin fondo de la red de BAD, convertirse tan solo en un agente completamente clandestino.
La familia lo era todo, y él debía permanecer vivo para asegurarse de que la suya estuviera a salvo y de que en el futuro por fin llegara el día en que María y Eduardo fueran libres.
Gabrielle lo miró con curiosidad, pero finalmente cogió el teléfono y marcó un número. Mantuvo el teléfono pegado al oído, divertida por algo que escuchó antes de hablar.
—Muy bueno el mensaje, Babette. Soy Gabrielle, solo quería saludarte. Llámame. —A continuación cortó la llamada y soltó el teléfono.
—¿Por qué no le escribes también un mensaje de texto? —sugirió Carlos.
El buen humor desapareció de los ojos de Gabrielle.
—¿Qué es lo que pasa?
Demonios, la sutileza no era lo suyo.
—No debemos preocuparnos hasta que Gotthard nos ponga al día, pero la tarjeta de seguridad de Babette no fue activada por el escáner del sistema de seguridad de la escuela la pasada noche.
—¡Oh, mon Dieu! —Gabrielle agarró el teléfono para escribir frenéticamente un mensaje de texto, y luego alzó la vista hacia él—. Le he dicho que hay una emergencia y que me llame inmediatamente. ¿Qué vamos a hacer?
El pánico aumentaba en sus ojos, al tiempo que se preguntaba por qué él habría tardado tanto en hablarle de su hermana. Él avanzó hacia ella y le puso las manos sobre los hombros.
—No tenemos la seguridad de que haya ocurrido nada malo. Tal vez simplemente haya perdido la tarjeta.
Gabrielle estudió su rostro, y luego frunció el ceño.
—Anoche Rae ya lo sabía, ¿verdad?
Estaba a punto de llegar el momento en que las cosas pasaban de estar mal a ponerse fatal.
—Sí, y probablemente se ha pasado la noche entera trabajando en esto.
—Lo cual significa que tú lo sabías también —lo acusó Gabrielle, ignorando el resto de lo que él le había dicho.
—Sí, pero…
—Pero ¿creíste que yo no necesitaba saberlo anoche?
—No. No había nada que pudiéramos hacer hasta estar seguros de que Babette ha desaparecido.
El pánico fue sustituido por la furia.
—Noticia relámpago: ¡ella ha desaparecido! Entonces ¿qué vais a hacer?
Él quería hablarle abiertamente de la frustración que sentía al saber que había otra adolescente en peligro, pero no podía cuando sabía la preocupación que había detrás del tono ácido de Gabrielle.
Alguien llamó a la puerta. Carlos fue a abrir, agradeciendo el pequeño momento de alivio. Podía manejarse con la ira, pero se retorcía por dentro al oír el tono de decepción de su voz. Al sentir que le había fallado.
Cuando abrió la puerta, Rae entró a grandes pasos en la habitación seguida por Korbin, cuya mirada parecía muy cansada.
—¿Una noche larga? —le preguntó Carlos.
Korbin movió la vista en su dirección.
—Sí, y no por agotamiento físico. Rae se pone como una maniática cuando hay algo que no puede resolver.
—¿Por qué no me contaste lo de Babette? —gritó Gabrielle a Rae.
Rae dirigió a Carlos una mirada aguda.
—Ponle una correa hasta que haya tomado un café o voy a tener que matarla.
Gabrielle se lanzó contra Rae, pero Carlos la sujetó por la cintura antes de que cometiera una locura.
Rae no movió ni un músculo mientras Gabrielle agitaba los brazos y lanzaba patadas, gritando:
—Suéltame. Tengo que volver a la escuela.
—En cuanto te calmes te soltaré. —Carlos se esforzaba por mantenerla quieta sin hacerle ningún moratón.
Cuando cedió ante aquella oferta, él al fin la soltó.
—Haz el equipaje y nos iremos.
—Mala idea. —Korbin se rascó la sombra de la barba que había en su rostro.
—¿Por qué? —soltó Gabrielle.
—Podría ser una trampa. Alguien podría haber averiguado lo que Gabrielle hizo en el sistema informático y os podría estar esperando.
—Nadie puede saber lo que hice en el centro de informática —argumentó Gabrielle.
—Alguien siguió tu rastro hasta Peachtree City y dejó que tu ex supiera que ibas a estar en Milán —le recordó Rae.
—No me importa. Yo voy a ir a buscar a mi hermana.
Del móvil de Carlos salió un sonido que indicaba que había entrado un nuevo mensaje de texto. Gabrielle se precipitó al dormitorio y cogió el teléfono, le dio a las teclas y leyó.
Cuando Carlos llegó a su lado, ella soltó un suspiro de alivio.
—Babette me ha enviado un mensaje de texto.
—Llámala. —Carlos no iba a aceptar con tanta facilidad que el mensaje de texto era de su hermana.
La preocupación atravesó la mirada de Gabrielle cuando captó su insinuación de que el texto podía ser de otra persona.
Pulsó las teclas y esperó; finalmente sus ojos se iluminaron.
—Babette, ¿estás bien? —El rostro de Gabrielle recorrió toda una gama de emociones: alivio, preocupación y enfado—. ¿Faltaste a clase? ¡No! No faltes a clase ni vuelvas a salir sin permiso. —Pausa—. Bueno, te mereces la sanción. Me asustaste. No sabía dónde estabas. —Pausa—. Estaba verificando algo en el ordenador para el sistema de seguridad y vi que figurabas como desaparecida.
Gabrielle miró a Carlos al decir esa mentira.
Él tuvo ganas de decirle «lo ves, a veces una pequeña mentira es mejor que una verdad complicada». En lugar de eso, fue de vuelta al salón para que ella terminara de hablar con su hermana.
—Ahora que el drama ha terminado continuemos con la misión. —Rae se sirvió una taza de café de la cafetera que llevaba un buen rato preparada. Debía de estar derrotada. Que bebiera algo distinto a su acostumbrado té era una señal de la tensión bajo la cual estaba actuando.
—Gabrielle simplemente estaba preocupada por su hermana y no está acostumbrada a manejar estas situaciones —la defendió Carlos.
—Ella es un riesgo para ti y para esta misión. —Mientras tecleaba en el ordenador portátil, Rae bebió un sorbo de café, retorciendo la boca al sentir el sabor.
—Yo me ocuparé de esos dos riesgos. —Carlos añadió eso a la lista de todo lo demás, que incluía no poner en juego la seguridad de su equipo.
Cuando Gabrielle entró en la habitación, Carlos dirigió a Rae una mirada de «déjalo correr». La agente pareció considerarlo brevemente y luego se encogió de hombros.
—Babette está bien, y me he asegurado de que no violará ninguna regla ni desaparecerá durante el próximo mes.
Korbin, que estaba de pie ante la ventana, mirando hacia abajo, preguntó:
—¿Cómo has conseguido que te prometa eso?
—Le he dicho que la visitaré pronto —murmuró Gabrielle, y luego dirigió una mirada a Carlos, que no podía darle la garantía que ella deseaba.
—Tengo a Gotthard en la pantalla —murmuró Rae, y luego se dirigió a todos con voz clara—. Colocaos detrás de mí si queréis hablar con Gotthard.
Korbin se quedó junto a la ventana. Carlos y Gabrielle se situaron detrás de Rae dentro del área de alcance de la cámara. El rostro de Gotthard apareció en la pantalla.
Retter dice que el Departamento de Seguridad ha estado en Colombia hasta muy tarde ayer por la noche. Alguien de Estados Unidos definitivamente se está reuniendo con el ministro del Petróleo en suelo neutral para asegurarle que nuestro gobierno no está tras los atentados contra su vida y posiblemente le esté ofreciendo ayuda para dar caza a los asesinos. Puede que hayamos conseguido una fecha, o al menos una idea de lo que está pasando.
—¿Cómo? —preguntaron al unísono Carlos y Rae.
Gotthard dijo:
—Seleccionamos el correo de Gabrielle desde la caja satélite que ella usó en Peachtree City.
—¿Qué? —Gabrielle fulminó a Carlos con la mirada.
—Yo no lo hice —respondió Carlos impulsivamente, aunque no se sorprendía lo más mínimo. A BAD no se le pasaba nada.
—Lo hizo tu gente —contraatacó ella.
—Gabrielle —la interrumpió Gotthard.
—¿Qué? —Ella miró con furia la pantalla.
—Es el protocolo, y tú deberías entenderlo mejor que nadie —continuó Gotthard, sin disculparse lo más mínimo.
—¿Por qué? —Gabrielle se cruzó de brazos.
—Si no hubiéramos interceptado tu correo no nos habríamos enterado de que has recibido otra postal de Linette.
Ella palideció.
—¿Otra? ¿Y qué es lo que dice?
Carlos levantó un brazo para pasarlo alrededor de Gabrielle, luego lo dejó caer a un lado. El hecho de no saber cuál era la situación de su amiga la estaba matando, pero consolarla delante de miembros del equipo no lo ayudaría cuando llegara la hora de suplicar a su favor delante de Joe.
—Linette indica que al menos uno de los adolescentes es clave para algo que va a ocurrir al final de esta semana, y el único lugar que ha oído mencionar en conversaciones separadas es Venezuela, pero no está segura de que tenga relación. Está preocupada por los adolescentes. No sabe qué va a pasar ni cómo encajan ellos en el plan, pero hay una clínica en Zúrich involucrada. Se disculpa por no tener más información, pero espera que pases estos datos rápidamente a alguien que pueda ser de ayuda, puesto que cree que los Fratelli están concentrándose en Estados Unidos.
—¿Dijo algo más? —preguntó Gabrielle.
Carlos se encogió ante la nota de esperanza en su voz.
Gotthard bajó la mirada.
—Solo que… bueno, al final dijo que no esperaras otra postal de ella. Que es demasiado peligroso. No quiere que corras un riesgo si los Fratelli averiguan que ella ha contactado contigo.
—¿No habrá más postales? —La voz de Gabrielle se quebró.
A la mierda todo. Carlos deslizó un brazo en torno al a cintura de Gabrielle y la abrazó. Se imaginó que Gabrielle había puesto esperanzas en la posibilidad de que finalmente localizaran a Linette.
El hecho de que no hubiera más postales hacía volar por los aires esa posibilidad.
—Estoy trabajando para encontrar a Linette —la consoló Gotthard.
—¿Cómo? —preguntó Gabrielle, con la esperanza asomando de nuevo a su voz.
—He estado enviando mensajes a foros colectivos con algunas palabras clave en mi firma extraídas de tu código.
—Oh. —Gabrielle se hundió—. Yo he intentado lo mismo durante diez años, pensando que pueda estar conectada en alguna parte, pero nunca conseguí nada.
—¿Lo intentaste en páginas web que te parecía que podían ser de su interés? —Gotthard le hablaba a Gabrielle con una calma y comprensión que él nunca le había visto. Normalmente era bastante más brusco.
—Oui —respondió Gabrielle.
Los ojos de Gotthard brillaron.
—Yo no. Y tengo acceso a ordenadores que pueden con cincuenta veces más capacidad que el tuyo. Tengo unas trescientas firmas enviándose a una enorme sesión de foros y blogs cada seis horas. Mis probabilidades de localizarla son mucho más altas y tengo programas que la pillarán si responde al código.
Gabrielle no parecía confiar en su plan.
—Pero aun así es como encontrar una aguja en un pajar.
—Cierto, pero es lo que podemos hacer para empezar. —El rostro de Gotthard recuperó su expresión habitual cuando dijo—: La escuela tiene tres grupos diferentes que salen hoy de viaje, unas sesenta chicas.
—De eso se quejaba Babette cuando llamó —intervino Gabrielle—. Dijo que Amelia y algunas otras formaban parte de un mitin sobre la paz internacional, y que por eso Amelia debía viajar con Joshua y Evelyn.
Los ojos de Gotthard brillaron en dirección de Rae.
—Joe quiere que Rae y Korbin vayan a Zúrich y vean lo que pueden averiguar en cuanto os dé el nombre de la clínica.
—Listo. —Rae tomaba notas en un trozo de papel improvisado—. Si el viernes es todavía nuestra fecha señalada, ¿qué crees que va a pasar mañana?
Gotthard respondió:
—Los contactos de Retter han descubierto que el recinto de los Fuentes ha doblado su seguridad. Los empleados se preparan para una visita muy importante, pero todavía no les han dicho de quién se trata. Joe y Retter creen que ese puede ser el sitio de Colombia donde va a celebrarse la reunión, y probablemente este viernes.
—¿Ellos piensan que Estados Unidos va a enviar gente? —Rae daba golpecitos con un dedo sobre el escritorio, pero Carlos casi podía oír los engranajes de su mente jugando con las piezas del rompecabezas.
—Estamos trabajando en eso. —Ni un músculo del rostro de Gotthard revelaba sus pensamientos.
Carlos captó su vacilación al valorar si compartir o no cierto dato y se imaginó que su reticencia tenía que ver con el hecho de que no todos los presentes fueran agentes de BAD.
—¿Puedes traer mi teléfono? —le pidió Carlos a Gabrielle.
—Claro. —Ella lo miró con extrañeza, y luego abandonó la habitación. En cuanto lo hizo, Carlos se volvió hacia la pantalla—. ¿Por qué creemos que va a ser en Sudamérica?
—Tal vez alguien del consejo de ministros.
Gabrielle se apresuró para ponerse detrás de Rae y darle a Carlos su teléfono. Él lo cogió, tocó un par de teclas y luego lo guardó en su bolsillo, como si ya hubiera encontrado lo que fingía buscar.
—Rae me informó del fracasado viaje a Bérgamo ayer. Estoy buscando a los padres de Linette, pero basándonos en lo que Gabrielle ha compartido no tengo muchas esperanzas de encontrarlos. Hay una mujer que por lo visto tiene el poder otorgado por un abogado para encargarse de los gastos de la casa, a través de una cuenta local donde se recibe dinero procedente de una cuenta suiza que no se puede rastrear.
—¿Cuánto tiempo lleva esa cuenta? —preguntó Gabrielle.
Gotthard le dio una fecha de diez años atrás.
—Eso fue una semana después de que yo fuera por allí para preguntarles por Linette y me dijeran que había muerto —susurró Gabrielle conmocionada por esa noticia.
—Continúo trabajando en ello —dijo Gotthard, leyendo algo que tenía delante—. Joe quiere saber… —levantó la mirada— si Gabrielle todavía tiene contacto electrónico con la gente de Sudamérica.
Gabrielle se enderezó, y luego se volvió hacia Carlos.
—Localizarlos por Internet es un problema, porque incluí una píldora venenosa en el último correo que mandé pidiendo información sobre Mandy. Les dije que cerraran su servidor IP tan pronto como contestaran y se mantuvieran escondidos, porque estábamos corriendo un gran riesgo al comunicarnos.
—¿Cómo pensabas volver a transmitirles información? —preguntó Carlos.
—Ellos estarían atentos hasta que yo colgara un artículo sobre informática con determinado seudónimo en un foro, y la primera letra de cada frase serviría para deletrear la nueva página web donde ellos podrían escribir usando de nuevo el código. Normalmente llevaría una semana.
—Maldita sea —murmuró Rae—. Así que hemos llegado a un punto muerto.
—No necesariamente —corrigió Gabrielle, frunciendo el ceño por encima de la cabeza de Rae.
Carlos tomó la barbilla de Gabrielle y la miró a los ojos.
—¿Qué quieres decir?
Gabrielle vaciló.
—Conozco las identidades y direcciones de mis contactos, pero no se las voy a decir a Retter.