badTop-10

Carlos le hizo un gesto a Korbin, que se estiró para recoger un mando a distancia sobre un pequeño armario lacado de color negro al lado de la pared. Pulsó un botón para activar la pantalla plana, generando una imagen de la cámara que cubría el camino de entrada. Una moto Ducati S4R de color rojo cruzó la verja de entrada.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó Carlos dirigiéndose a todos en general.

—No lo sé. —Korbin cerró la imagen de la pantalla y dejó el control remoto en el armario—. Joe dijo que había uno más, así que ese uno más debe de ser Hunter.

La puerta del piso de arriba se abrió y se cerró de una forma muy civilizada que solo podía corresponder a un agente en particular. Se oyeron unas pisadas bajando los escalones.

Carlos se volvió hacia Hunter Wesley Thornton-Payne III, que siempre conseguía cabrearlo cada vez que abría su aristocrática boca. Carlos detestaba a los aristócratas y a todo aquel que creyera que el linaje podía garantizarte un respeto que no te habías ganado.

Hunter levantó su barbilla con ese aire de yo-soy-muchísimo-mejor-que-tú que hacía desear a Carlos que aquel arrogante agente comprobase cómo era el barrio después de medianoche, cuando esa actitud suya desde luego no iba a servirle para salvar el pellejo. Los tipos del barrio usarían el rubio cabello de Hunter para limpiar las sucias paredes de ladrillos.

Fuera o no fuera un exagente de la CIA.,

—Buenos días, Rae, Korbin, Gotthard. —Hunter hizo un gesto con la barbilla a cada uno de ellos, y todos asintieron a modo de respuesta. Luego reparó en Gabrielle y alzó la vista hacia Carlos—. Supongo que ella es Espejismo.

Carlos asintió.

—¿Qué me he perdido? —Hunter examinó a Gabrielle una vez más antes de pasar junto a ella para sentarse al otro lado de Rae.

Carlos hizo un gesto con la cabeza a Gotthard, dejándole el asunto a él.

Gotthard se echó hacia atrás para encorvarse sobre el ordenador y mirar de frente a Hunter.

—Mandy está viva, pero en coma, y sus huellas dactilares confirman que esta mujer es Gabrielle Saxe, de Versalles, Francia.

—¿Y qué tienes tú, Hunter? —Carlos se cruzó de brazos, expresando en silencio lo mejor que pudo el mensaje de «limítate a darme los hechos, sin la actitud».

—Si ella es nuestra informante no se trata de una aficionada —comenzó Hunter—. Hizo rebotar su mensaje a través de al menos dos servidores comprometidos diferentes. Debe de haberlos pirateado ella misma o quizá lo haya comprado a través de uno de los grandes grupos de piratas informáticos en una red IRC, como Freenode o Efnet. Casi no encuentro la dirección. —Su tono arrogante cobró una mezcla de respeto e indignación—. Teníamos una ventana de autorización de cuarenta y ocho horas para controlar el tráfico de la red que entraba y salía del ordenador comprometido de una planta de tratamiento de basura en Rusia. En el momento en que ella respondió a mi mensaje que afirmaba que la criatura estaba en peligro, ya la tuvimos.

—Debí haber imaginado que era una trampa —murmuró ella.

Gotthard levantó la cabeza para mirar a Hunter; se marcaban profundas arrugas de concentración en el puente de su nariz.

—¿Había alguna prueba en ese servidor ruso, algo que pudiera indicarnos para quién trabaja?

Aunque no estaba muy interesado por la parte informática del asunto, Carlos disfrutaba cada vez que algún experto fastidiaba a Hunter. Si bien dudaba de que esa fuera la intención de Gotthard.

—No trabajo para nadie —intervino Gabrielle.

Nadie se dignó ni a pestañear ante su comentario.

Carlos pudo haber sufrido un momento de debilidad por ella la pasada noche, pero ahora sabía que convenía ser cauteloso respecto a todo lo que dijera. Podía haberle dicho antes que su apellido verdadero era Saxe.

—Digamos que fui meticuloso. —Hunter ladeó la cabeza lentamente hacia Gotthard y frunció los labios con el suficiente vigor como para hacer saber a todo el mundo que sentía la obligación de contestar—. El punto de origen fue una dirección IP privada que pertenecía a I. M. Agoste.

—Pronunció el nombre enfatizando la acentuación de la «e» final. Brilló una sonrisa de triunfo en sus labios demasiado perfectos.

—¿Cómo? —Rae arrugó los ojos mientras pensaba y golpeó su pluma contra el cuaderno en el que estaba escribiendo—. ¿«I’m A. Ghost»? ¿Soy un fantasma? —Se detuvo, pensativa, luego asintió—. Sin duda lo es. Como tú sabes, ella jamás usaría su nombre verdadero.

—La reina de los enigmas te ha pillado, Hunter. —El toque de humor levantó una de las cejas y una de las comisuras de la severa boca de Gotthard.

Carlos sofocó la risa. A fin de cuentas, era cierto: Gotthard se había estado burlando de Hunter. El pomposo agente dejó de sonreír y sus labios se convirtieron en una línea recta. Fastidiar a Hunter el Infalible era el pasatiempo favorito de todo el equipo.

—Ahora Gabrielle nos contará cómo conoció a Mandy y cómo se enteró de todo lo relacionado con el secuestro. —Sin querer ponerse duro todavía, Carlos adoptó un tono persuasivo—. Esto será mucho más fácil si cooperas.

La chispa de rabia que la había enfurecido ya no estaba. Lo que quedaba era una estatua elegante, que respiraba tan suavemente que la tela apretada contra sus pechos apenas se movía.

Él sabía sin ninguna duda que no llevaba sujetador. Mejor no mirar allí.

Suspiró con cansancio. Cualquier persona capaz de piratear un cortafuegos debía de ser lo suficientemente inteligente para darse cuenta de la oportunidad que tenía. No la había amenazado… todavía.

—Gabrielle…

—De una tarjeta postal.

Carlos la miró sin creérselo.

—Envié una copia escaneada de esa tarjeta a la oficina central esta mañana. —Miró rápidamente a Gotthard, luego a Hunter—. ¿Han enviado alguna descodificación?

La mirada de sorpresa y poco a poco de decepción que le dirigió Gabrielle no tenía por qué haberle dolido, pero le dolió de todos modos. ¿Acaso ella creía que solo por lo que había sucedido la noche anterior iba a dejar de registrar todas sus pertenencias?

—Recibí un mensaje de texto que decía que la tarjeta es indescifrable —comentó Hunter—. Si no puede ofrecernos algo más, creo que deberíamos llamar a Seguridad y librarnos de ella.

Gabrielle reaccionó.

—Puedo explicar el mensaje de la tarjeta.

—Explícalo entonces —ordenó Carlos.

—Está codificado —dijo Gabrielle, mirándolos a todos. Ni uno solo de los rostros en torno a la mesa expresaba confianza.

Gotthard se frotó el ojo con un dedo y siguió leyendo.

—Estoy conectado con el departamento de descodificaciones ahora mismo. Ninguna noticia del Monstruo. —Miró a Gabrielle y dijo simplemente—: Nuestro superordenador.

Carlos se dirigió hacia el otro lado de Korbin y abrió un pequeño armario. Sacó la tarjeta y un montón de copias que había hecho para la reunión. Las repartió entre los agentes de BAD.

Gabrielle se estremeció al darse cuenta de un serio inconveniente que no había contemplado. El sello de correos indicaba que la tarjeta fue enviada hacía un par de semanas.

Los ojos de Carlos se llenaron de sospecha.

—¿Quién envió esta tarjeta?

Las evasivas no servían para nada. Gabrielle aceptó que tenía que ofrecerle algo para tener alguna esperanza de que el grupo no la castigara.

—Una chica que conocí hace mucho tiempo en el colegio. Desapareció antes de que me licenciara. Esa tarjeta fue la primera noticia que tuve de ella en once años.

Rítmicamente y sin hacer ruido, Carlos golpeó un dedo sobre la mesa.

¿Sonaba extraño? Bienvenido al mundo de ella durante las últimas cuarenta y ocho horas.

—No tengo ganas de hacer veinte preguntas y recibir una sola respuesta —le advirtió Carlos en un susurro, con un tono distante y siniestro. Nada que ver con la vibración seductora que había esa mañana en su áspera voz de hombre que acaba de despertar. Se inclinó hacia ella en su asiento, acercándose tanto que ella llegó a oler que acababa de ducharse y lo odió por despistarla en sus pensamientos.

—Si sigues mintiendo, no te va a gustar cómo terminará todo esto.

La amenaza murmurada tendría que haberle enviado un calambre de miedo por la columna vertebral, y en cierta medida fue así, pero el día anterior ya había sobrevivido lo inimaginable. El hecho de que estuviera sentada allí y viva le dio fuerzas y resolución para seguir luchando y salvarse de nuevo.

Además, mostrar sus emociones sería interpretado como una debilidad que estos agentes explotarían de mil maneras.

—No estoy mintiendo —dijo a Carlos con un tono calculado para indicar que no cabía ninguna discusión al respecto.

—¿De verdad? ¿Qué es lo que pasó entonces? —Carlos emitió un suspiro. Levantó la mano, con la palma hacia arriba, y se volvió hacia ella—. ¿Recibiste una tarjeta de una amiga que no veías desde hacía muchísimo tiempo y que pensaba que tú eras la única persona en el mundo que podía evitar el secuestro de la hija de un diplomático estadounidense?

Sonaba ridículo, de eso no cabía duda, pero él quería saber la verdad.

—Me haces preguntas y luego te niegas a creer lo que te cuento. Si no te gustan mis respuestas, deja de preguntar.

Frunció el ceño; largas pestañas descendieron sobre sus ojos, convertidos en negras rayas. Carlos se levantó de la silla y dio unos pasos hacia la pared, acariciándose la nuca con aire pensativo. Dejó caer la mano. La ira se desprendía de su cuerpo como espesas ráfagas capaces de atascar el sistema de ventilación.

El silencio hizo que a Gabrielle le diera un vuelco el corazón.

—¿Por qué no te pusiste en contacto con el FBI o la CIA? —preguntó Hunter.

Ella se volvió sobre el asiento, mirando detrás de Rae a ese hombre arrogante al que no había visto antes. Su suéter de cuello alto color borgoña creaba una hermosa base para un busto perfecto que muchas mujeres debían de adorar. Estaba sentado de perfil, con el codo apoyado sobre la mesa, con la cabeza reposando sobre la palma de la mano. Su pelo dorado colgaba en una elegante melena, y tenía la longitud exacta para ser atrevida y a la vez civilizada.

Ella conocía de sobra a ese tipo de hombres y no la impresionaban.

—Habría puesto a Mandy en un peligro aún mayor —contestó Gabrielle, mientras se echaba atrás en la silla para poder dirigirse a la habitación entera—. El FBI y la CIA habrían pensado que era mentira y me habrían encerrado hasta decidir si yo estaba mentalmente inestable, y eso podría haberle costado la vida a Mandy. Esas agencias suelen actuar con más rapidez si creen que consiguieron la información de una fuente fiable. Creo que es justo reconocer que Espejismo tiene fama de ser una fuente fiable.

Era evidente que aquello había sido atrevido, pero ella tenía el derecho de hablar así.

—¿Quién envió la tarjeta? —preguntó Korbin.

Una buena pregunta, pero Gabrielle no tenía ninguna intención de contestarla.

—Ya lo dije, una chica de mi colegio.

—¿Y qué dijiste ayer? —le preguntó Carlos—. No seas testaruda. Queremos el nombre completo de esta chica.