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Gabrielle se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas y con su ordenador portátil apoyado sobre una almohada en su regazo.

—¿Quieres ver los archivos otra vez antes de que los borre? —preguntó suavemente dirigiéndose hacia la puerta medio abierta que había entre Carlos y ella. La puerta que comunicaba el dormitorio con el salón estaba cerrada y había música sonando en la otra habitación, pero ambos eran muy cuidadosos tratando de no decir nada lo suficientemente alto como para ser interceptados por el aparato de escucha.

La puerta se abrió y él caminó hacia la habitación abotonándose los puños de la camisa.

Corrección. Caminaba erguido, vestido con una camisa de vestir negra de algodón y unos pantalones negros, se veía muy atractivo, mortífero, y justo como el hombre que había utilizado otros dos condones más la noche anterior.

El hombre del que ella tenía la intención de escapar.

Gabrielle jugaba un juego muy peligroso con su propia cordura cada vez que lo tocaba, a sabiendas de que debería marcharse. Pero si ese era el precio que tenía que pagar por este tiempo prestado con Carlos, pues que así fuera. ¿Es que acaso no se merecía un poco de felicidad, sin importar cuán pasajera pudiese ser? Prefería tomar lo que él le ofreciera ahora en lugar de quedarse sin nada.

Gabrielle se tragó el anhelo que había padecido toda la noche, el deseo ardiente de permanecer con él. Su acuerdo verbal con Joe era tan ligero como el aire sobre el cual se había escrito. Un consejo sano hubiese sido prepararse a sí misma para lo inevitable y empezar a visualizar cómo escapar de Carlos, desapareciendo sin decir una palabra una vez que se hubiese ganado su confianza.

—¿Por qué? ¿Te preocupa dejar los archivos en tu portátil? —Se metió el faldón de la camisa en los pantalones y terminó de abrocharse el cinturón. Cuando sus miradas se cruzaron, Carlos sonrió.

¿Cómo iba a poder alejarse de él?

—Sí, Gotthard me facilitó el acceso al sitio de almacenamiento de datos donde puedo subir y descargar archivos desde el colegio o desde mi portátil. Quiero enviarlos allí antes de cerrar esto.

—Excelente idea. ¿Cuánto tiempo más necesitas para levantar el sistema y poner a funcionar los ordenadores del colegio?

Una vez que hubo subido los datos, utilizó un programa de eliminación segura para sobrescribir los archivos varias veces en su sistema local, removiendo del disco duro todos los rastros de su existencia. Tenía que ser realmente concienzuda cubriendo su rastro cuando se esfumara, pero no hasta que supiera que Babette estaba a salvo.

Gabrielle cerró el portátil.

—Podría terminar en dos horas. Pondré todas las partes necesarias en el sitio de almacenamiento antes de que nos vayamos de Georgia. Todo lo que tengo que hacer es ejecutar las partes que faltan del programa. Y una vez que me haya ido, si Gotthard necesita cualquier cosa más de aquí, estará habilitado para usar un acceso remoto sin ser detectado por el equipo de informática. —Se levantó y caminó hacia él—. ¿Por qué me miras con esa cara?

—¿Hiciste todo eso ayer?

—Por supuesto. No sabía cuándo tendríamos que irnos, pero si hace falta todavía puedo hacer como que necesitamos dos días más.

—Eres un pibón de la informática.

La amplia sonrisa que le brindó Carlos le llegó al corazón. Su estómago se agitó con una súbita felicidad que le hizo temblar las rodillas. Por ahora se olvidó del después o del mañana. Lo único seguro con que contaba en la vida era cada minuto en que respiraba.

—Es mejor que te vistas si no quieres que el director te llame a su despacho por llegar tarde —le advirtió él.

Puso los ojos en blanco.

—LaCrosse ya no me preocupa mucho, la verdad, pero no hay por qué llegar tarde. Así que bien, me vestiré. —Se desató el albornoz y lo dejó caer a sus pies.

Conservó solo la diminuta prenda que llevaba debajo de la bata de toalla. Unas braguitas negras de encaje.

—¡Santa madre de…! —Él se cubrió los ojos con la mano—. Solo nos queda un condón.

Ella suspiró lo suficientemente fuerte como para que él la oyera.

—Está bien. Me visto.

Frente al armario revolvió lentamente entre las pocas opciones que tenía. Meneó un par de veces el trasero solo para ver si él la estaba observando.

Desde luego era un gesto vanidoso, pero nunca antes había contado con este tipo de atención masculina.

Sintió el cuerpo de Carlos a su espalda mientras posaba una de las manos en su pecho y la otra la deslizaba hacia abajo sobre su abdomen hasta enredar uno de sus dedos por debajo del encaje de las braguitas y tocarle ese punto, como si lo hubiera dejado señalado desde la noche anterior.

Sus rodillas ciertamente se le doblaron esta vez.

Él la sostuvo y murmuró:

—Te advertí que te vistieras.

—Eso… intentaba… —jadeó.

Le levantó la espalda para apoyarla contra la parte delantera de su cuerpo y caminó hasta sentarse, en una silla con brazos, con ella sobre sus piernas.

—Coge los brazos de la silla y no los sueltes —le susurró.

Ella lo hizo y se estremeció ante la promesa que contenía su voz. Aunque solo le quedara un condón, él la deseaba.

Enganchó las piernas de Gabrielle con uno de sus brazos y las levantó dirigiéndolas hacia su pecho y luego le quitó las braguitas. Las tiró a un lado, le bajó las piernas y se las separó con sus rodillas. Sus labios rozaron el cuello de ella. La mano con que la sostenía ahora jugaba con sus senos. Sus pezones se pusieron tensos y dolorosos.

Cuando los dedos de Carlos empezaron a moverse entre las piernas de ella, su cuerpo se arqueó ante la descarga que lo recorría. Sus nudillos apretaban con fuerza. Sujetó la silla y cada músculo de su cuerpo se tensó. Sus uñas se hundieron en la elegante tapicería.

Él le susurró algo erótico en español, pero ella estaba ajena a todo, excepto a las sensaciones que la invadían y que vibraban entre sus piernas. Toda su atención estaba centrada en los dedos de él. Carlos la llevó hasta el límite y luego la dejó, después metió un dedo dentro de ella y empezó otra vez desde el principio.

Sus dedos abandonaron sus pechos. Ella quería decir algo, pero el siguiente movimiento de él hizo desaparecer cualquier queja, cuando sus dos manos se deslizaron sobre su piel desnuda hasta apartarle gentilmente las piernas. Utilizó los dedos de ambas manos y acarició la parte sensible que ella tenía expuesta. La provocaba tocando sus pliegues, pero esta vez sin ninguna intención de detenerse.

Ella estaba cada vez más excitada, a punto de alcanzar el clímax, y su cuerpo se arqueó buscando la liberación.

Carlos sumergió otro dedo dentro y masajeó el punto preciso más profundamente dentro de ella.

Esta vez estalló con una fuerza que nunca antes había sentido. Dijo su nombre, le rogó que no se detuviera. El poder de su liberación la estremeció hasta lo más profundo de su ser. Cuando la vibración amainó, Gabrielle se recostó relajada y jadeante en los brazos de él.

Carlos la sostuvo envolviéndola con un abrazo protector.

—¿Qué…?

«Toma un respiro», pensó.

Tomó dos.

—¿Qué… me has hecho?

Él hundió su cara en el cabello de Gabrielle.

—Hueles como algo que me gustaría para el desayuno. Yo diría que hemos localizado tu punto G. —La risa contenida en su voz era pura arrogancia masculina, pero a ella no le quedaba más que reconocerle el mérito.

Gabrielle ni siquiera sabía que tenía un punto G, así que él se había ganado el derecho a presumir.

—Ahora sí que llego tarde. —Tarde y sin ningunas ganas de ponerse a mirar ordenadores. Lo que quería era volver a meterse en la cama, quedarse allí y que él la arropara. Peor aún, lo que deseaba era quedarse con él.

Si tan solo hubiera una forma de hacerlo, lo haría.

—Muy bien, o hubiéramos tenido que usar el último condón. Si no terminamos aquí pronto, voy a tener que volverme todavía más creativo.

Eso parecía una idea estupenda, una vez recuperará la sensibilidad en la parte inferior de su cuerpo.

Carlos la levantó, hizo que se sostuviera sobre sus pies y la encaminó al baño, de lo contrario ella se hubiera caído de bruces. Mientras ella estaba allí, de pie, aturdida, se alejó y luego volvió con su ropa interior y alguna ropa colgada en perchas.

Cuando Gabrielle las cogió, él la tomó por la barbilla y le dijo:

—Así que no te enfades esta vez cuando te diga que no salgas hasta que estés vestida. —La besó rápidamente y cerró la puerta.

Se quedó ahí de pie mientras se le partía el corazón.

¿Cómo podía abandonar a ese hombre? Él personificaba todo lo que ella había deseado en un hombre que pudiera llegar a importarle.

Mientras colgaba la percha en el perchero de las toallas, sonrió con tristeza. ¿En qué universo paralelo sería capaz de estar con alguien como Carlos? La primera responsabilidad de él era con su deber, lo cual significaba llevarla de vuelta con Joe tan pronto como aquello acabase.

Si eso iba a suceder, sería mejor conservar sus sentimientos en privado y no dejar que Carlos supiera cuánto empezaba a significar para ella. Él solo estaba haciendo su trabajo, protegiendo el mundo. Nunca la hubiera conocido si ella no se hubiera expuesto a tantos riesgos.

Gabrielle se las ingenió para ponerse la ropa y arreglarse el pelo, pero cuando salió de la habitación hacia el área del salón para encontrarse con Carlos, se sentía como un espagueti con ropa demasiado cocido.

—Tu hermana acaba de llamar —le dijo Carlos—. Se encuentra bien, solo quería hablar contigo. —Carlos presionó un botón y le alcanzó el teléfono—. Está sonando su teléfono y tengo el inhibidor de señales encendido para que nadie pueda escuchar lo que digas.

Gabrielle se llevó el teléfono al oído.

Fauteur de trouble —cantó su hermana a modo de respuesta.

—Espero que no estés comportándote como una revoltosa.

—¿Quién, yo? —Su hermana se rio, y después se puso seria—. Amelia ha regresado.

—¿Cuándo?

—Tarde, ayer por la noche. La he visto en el desayuno. Dice que se fue de viaje con Mandy Massey quien la convenció de que eran amigas y así se sirvió de ella para salir del colegio y conseguir que su padre le permitiera ir a Sudamérica. Después de que las dos llegaran al aeropuerto, Mandy le dijo que tenía billetes para encontrarse con un tío en Sudamérica y la dejó plantada. Según Amelia, oyó que Mandy se había puesto enferma y que sus padres la sacaron del colegio. ¿Te sirve todo esto para tu lista de estudiantes?

—Sí, es de gran ayuda —le dijo Gabrielle, maldiciéndose a sí misma por tener que mentirle a su hermana e involucrarla en eso—. ¿Amelia estaba molesta?

—No, la verdad es que no. Estaba más interesada en presumir de su nuevo corte de pelo y su nueva ropa. Admito que se ve diferente, tal vez un poco más formal, pero nada por lo que hubiera que convocar una rueda de prensa.

Gabrielle le sonrió a su hermana. A Babette le encantaba ser el centro de atención, y apenas consideraba dignos de brillar en su presencia a unos pocos.

—Se vuelve a ir en dos días —agregó Babette.

—¿Por qué?

—No estoy segura. Amelia estuvo peor que nunca, dale que te pego hablando de sus problemas, de la crisis del petróleo y de ser discapacitada. Entiendo que llevar la prótesis de una pierna no debe de ser nada fácil, pero es que puede llegar a ponerse insoportable. Y de la única otra cosa acerca de la que habla es de lo importante que es su padre y de cómo viene gente importante hasta Colombia para verlo y sostener importantes reuniones allí. Venga ya. La chica necesita ampliar su vocabulario. ¿Qué tan importante puede ser un hombre que se dedica a cultivar café?

—No lo sé, pero me alegro de que hayas llamado. Gracias por ayudarme. Voy tarde, así que si no te importa, hablamos después, ¿de acuerdo? —Gabrielle colgó el teléfono y se lo devolvió a Carlos, luego le dijo todo lo que Babette había compartido.

—Tu hermana tiene razón en una cosa —admitió Carlos—. ¿Qué asunto tan importante puede estar sucediendo en una plantación de café? Pero le pasaremos la información a Retter y a su equipo. Además, seguro que esto es más de lo que tú o yo le hubiésemos sacado a Amelia.

—¿Crees que Joshua y Evelyn hablarían con nosotros? —le preguntó Gabrielle.

—Si yo hablo con una estudiante y LaCrosse se entera, sospechará. Me pregunto qué papel juegan los estudiantes discapacitados en todo esto. ¿Son una amenaza o van a ser una amenaza? Es difícil de imaginar. No estoy seguro de que obtengamos algo más al tratar de hablar con esos chicos. Los Fratelli operan de forma muy cautelosa como para adivinar qué es lo que están haciendo. A lo mejor los adolescentes no son más que una distracción.

Si Carlos pensaba que ya no ganaban nada más quedándose, entonces tendría que llevarla de vuelta a Estados Unidos. Gabrielle todavía no estaba lista para afrontar lo que fuera que Joe tuviera en mente para ella. Su mejor oportunidad para liberarse dependía de poder quedarse tan lejos de Estados Unidos como pudiera.

Un golpe en la puerta hizo que pegara un bote. Miró a Carlos para pedirle indicaciones. Él levantó la mano abierta mostrándole la palma en señal de «ten calma», luego alcanzó la puerta de una zancada y la abrió.

—¿Qué? —le soltó Carlos a alguien.

Gabrielle se acercó y escuchó a Pierre decir:

Monsieur LaCrosse supone que mademoiselle Saxe estará esperando el desayuno, pero no tenemos ninguna orden para servirle la comida.

—Eso se debe a que… —empezó a decir Carlos.

—Deseo comer en el comedor principal —continuó Gabrielle acercándose hasta ser vista.

Carlos se movió hacia un lado cuando ella lo hizo, lo que le permitió contemplar otra de las expresiones consternadas de Pierre.

—¿Hay algún problema? —le preguntó Carlos en un tono en el que parecía advertir a Pierre que solo había una respuesta correcta a esa pregunta.

—Por supuesto que no. —La mirada de reprimenda de Pierre contradecía sus palabras. Luego se dirigió a Gabrielle.

—Asumo que conoce usted el camino.

Oui, merci. —Cuando Pierre se echó hacia atrás, se dio la vuelta y se alejó, ella se volvió hacia Carlos y se rio—. Creo que a Pierre le parezco un poco decepcionante.

—Si es lo tan estúpido como para hacérmelo saber, se encontrará con un buen puñetazo en la nariz. ¿Por qué quieres comer allá abajo?

Los ojos de ella brillaron.

—Tienes que verlo. Es como un restaurante muy elegante y un campo de entrenamiento para chefs al mismo tiempo. Y los estudiantes se congregan allí, así que a lo mejor nos encontramos a Evelyn o a Joshua.

—Podemos hacer eso y luego seguir adelante y terminar la programación.

Ella sonrió, de manera que él supuso que estaba lista para hacer justamente eso.

Carlos aseguró la habitación a su satisfacción y luego ella lo condujo hacia abajo a través de dos largos pasillos hasta una escalera que se partía en dos hacia los lados y convergía en el área del comedor principal.

—Parece uno de esos sitios en los que necesitas reservar con seis meses de antelación —le murmuró él.

Gabrielle sonrió, mientras recordaba que ella y Linette siempre se sentaban en una de las mesas redondas para cuatro, cubiertas con manteles blancos, dejando las mesas rectangulares para ocho personas para los grupitos de estudiantes populares. El centro de las mesas seguía teniendo rosas dentro de estrechos floreros de cristal y especieros de plata.

Colgando del elevado techo, lágrimas de cristal tallado a mano destellaban en seis gigantescas arañas de luces.

—Mi familia donó esas tres piezas enmarcadas, pertenecientes a artistas del siglo XV. —Señaló cada una de ellas, todas colgadas de las paredes de piedra.

—Gracias al olor del tocino, los huevos y el pan en el horno, empiezo a pensar que esto ha sido una gran idea. —Carlos bajó los últimos dos escalones hasta llegar a la planta—. ¿Cómo es que aquí no tiene sobrepeso todo el mundo?

—Se les exige que reciban clases de educación física. —Ella se detuvo cerca de él, examinando detenidamente la habitación. Inhaló el aroma de deliciosas salsas flotando en el aire y sus glándulas salivares empezaron a despertar. Esta noche pediría cassoulet, que prácticamente era el plato nacional francés.

—¿Cuál es el protocolo aquí? —preguntó él.

—Escogemos una mesa y ellos nos traen la comida.

Gabrielle lo guio por el camino, mientras Carlos permanecía a su lado. Cuando prácticamente se había dado por vencido en cuanto a encontrar a uno de los adolescentes, vio a un chico pelirrojo sentado solo frente a una mesa redonda.

—Allí está Joshua —dijo ella en voz baja—. Le preguntaré si podemos compartir mesa con él.

Esperó mientras Carlos valoraba su sugerencia. ¿Confiaría él en que ella contactara con el chico?

—De acuerdo.

Disfrutó del aumento de confianza que él estaba depositando en ella y se movió hacia Joshua.

—¿Podemos compartir la mesa contigo? —le preguntó al muchacho.

Él levantó la cabeza. Las pecas cruzaban su nariz achatada. Sus ojos, demasiado tristes para ser de un niño, miraban por debajo de una mata de pelo rojo dorado. Comía con modales perfectos, solo dejaba a la vista su mano derecha.

—Sí, por supuesto. —Joshua los miró fugazmente—. ¿Vosotros sois profesores nuevos?

—No, somos huéspedes. —Gabrielle sonrió, con la esperanza de romper el hielo—. Estoy instalando un programa informático nuevo. —Ella buscó algún tema de interés común—. También fui estudiante aquí.

Joshua no dijo nada mientras ellos se sentaban y un camarero les tomaba nota, luego les trajo café y té. Joshua echó un vistazo alrededor, como quien está buscando a alguien o para ver si alguien le estaba mirando.

—¿Llevas aquí mucho tiempo? —Gabrielle le puso miel a su té y mantuvo un tono casual.

—No mucho.

—¿Dónde vive tu familia?

—En Estados Unidos. Mi padre es congresista.

Gabrielle se dio cuenta de que estaba prestando atención a la inflexión que ponía en las palabras. Sonaba como si estuviera recitando información, sus respuestas eran muy rápidas y automáticas.

—¿Es esta la primera vez que estás en Francia? —Gabrielle sonrió, tratando de pensar en algunas otras preguntas mundanas que no lo asustaran. Eso le había parecido más simple cuando venía con la idea de tratar de encontrar a los adolescentes.

—Sí, es mi primera vez. Me encanta este país. El colegio es excelente. —Se detuvo de repente como si ese fuese el final de la respuesta. Estaba claramente nervioso.

—Conozco a algunas personas en el Congreso —dijo Carlos mientras ponía mantequilla sobre un croissant—. ¿Cómo se llama tu padre?

Joshua se puso blanco como el papel. Miró a Gabrielle, que no terminaba de entender por qué el chico estaba tan nervioso.

—Voy a llegar tarde —dijo Joshua entre dientes—. Por favor, perdónenme. —Se puso de pie, levantó el plato que aún estaba medio lleno y se dio la vuelta para retirarse. Fue entonces cuando ella vio su brazo izquierdo. Utilizaba torpemente una prótesis del antebrazo y la mano, lo cual favorecía su lado derecho.

—Gracias por permitirnos sentarnos contigo —le dijo Gabrielle. Él le contestó algo que ella no pudo escuchar y luego se alejó rápidamente.

Ella se volvió hacia Carlos.

—Me sentí fatal haciéndole todas esas preguntas. Creo que lo atemorizamos. Ni siquiera se terminó la comida.

—Algo no ha ido bien con él, y no creo que hayamos sido solo nosotros. —Carlos se inclinó hacia delante y habló en voz baja—. Ahora entiendo aún menos qué papel juegan los chicos en todo esto.

—Yo tampoco lo entiendo. —Ella se mantuvo vigilante sobre la mitad de la habitación que podía ver detrás de Carlos y terminó de comerse una tortilla a la francesa.

Ella no era muy buena para esto de la investigación, y tendría que esforzarse mucho más si quería encontrar una manera para evitar tener que regresar a Estados Unidos.

—Allí está Evelyn, a tres mesas de distancia —le dijo suavemente Carlos, con la mirada fija sobre alguien que estaba más allá del hombro de Gabrielle—. Está hablando por el móvil y amontonando la comida como si estuviera lista para irse.

Dándose la vuelta lentamente, Gabrielle abarcó la habitación con el rabillo del ojo.

—Ya la veo. —Tenía otra oportunidad para tratar de averiguar algo, pero no estaba completamente segura de lo que necesitaba preguntar.

Carlos colocó su servilleta sobre la mesa.

—Vamos.

Ella se había levantado y caminaba junto a él. Se encontraban a diez mesas de donde estaba sentada Evelyn, junto a otras dos estudiantes. Evelyn llevaba puestas unas gafas rectangulares y angostas, con montura de carey, que contrastaban mucho con su piel pálida y su pelo corto, castaño claro, al estilo paje.

A Gabrielle le llamó la atención una mujer atractiva de pelo corto, rubio, que llevaba puesto un chándal color aguamarina y que se aproximaba desde la dirección opuesta a donde ella se encontraba. Parecía tener unos treinta y pico y se movía con una gracia atlética.

Conforme se acercaban a la mesa de Evelyn, la rubia caminó más lentamente y se detuvo detrás de la chica, quien se dio la vuelta y le sonrió.

Pero Gabrielle identificó la sonrisa de Evelyn como una de esas que se ensayan y que parecen tener todos los adolescentes en un colegio lleno de gente extraña. Una sonrisa gentil que se aprendía desde el momento en que se es capaz de entender la palabra protocolo y lo que los deberes familiares significan.

Gabrielle redujo el ritmo de su paso para no pasar de largo ante la mesa de Evelyn antes de que ella estuviera lista para irse.

—Eso lo confirma —murmuró Carlos cuando la rubia retiró un jersey que estaba colgado en el respaldo de la silla de Evelyn y la ayudó a ponérselo.

Evelyn utilizaba una silla de ruedas. La rubia condujo la silla de ruedas entre las mesas, pero algo de la silla de metal se enganchó en uno de los manteles y tiró de la mantelería.

Los vasos se cayeron.

Carlos se adelantó y sacó a relucir una sonrisa llena de encanto.

—Déjeme echarle una mano. —Se puso en cuclillas y desenganchó el mantel.

La asistente rubia entrecerró los ojos en señal de impaciente aceptación.

No era la respuesta usual hacia Carlos.

Cuando él terminó de desenganchar la silla, la rubia le mostró una sonrisa superficial y le dio las gracias antes de que Carlos se echara hacia atrás y se apartara del camino.

Gabrielle miró a Carlos, que se alejaba. De hecho, se volvió alejándose de la mujer e inclinando la cabeza hacia Gabrielle para indicarle que interviniera.

—Hola, soy Gabrielle Saxe. —Ignoró el ceño fruncido de Carlos y avanzó hacia la rubia—. Estoy trabajando en el departamento de informática.

El tono de enojo pareció incrementarse en la frente de la mujer antes de sacar a relucir una sonrisa ensayada.

—Soy Kathryn Collupy y ella es Evelyn. Es un placer conocerla.

Le dijo eso de forma seca y precisa y con un acento británico que no sonaba natural. Parecía solo poder revelar su rango y número de serie.

«Mon Dieu», Gabrielle hubiera deseado ser mejor en estos asuntos. Dio un paso largo y ladeó la cabeza para hablar con Evelyn.

—Yo asistí a este colegio hace mucho tiempo, así que estoy disfrutando mucho al poder conocer a algunos estudiantes. ¿Es este tu primer año?

—Llevo aquí tres meses. —Evelyn tenía las manos sujetas entre sí, apoyadas sobre su regazo, la postura perfecta. Sobre las piernas llevaba una manta que colgaba hacia abajo, hasta donde aparecían las puntas de unos zapatos de piel marrón.

—¿De dónde eres? —le preguntó Gabrielle.

—De Israel —le respondió Evelyn sin mostrar ningún entusiasmo por la conversación.

Kathryn empujó la silla en dirección a los ascensores.

«¿Y ahora qué?», se preguntaba Gabrielle, mientras su mente volaba en busca de algo que le permitiera mantener la conversación, en tanto se puso a caminar junto a Kathryn.

—¿Has escogido ya alguna asignatura optativa, algo que te guste especialmente? —Gabrielle volvió a inclinar la cabeza en dirección a la estudiante.

Con la mirada puesta en sus manos sobre el regazo, Evelyn no le respondió.

Kathryn se aclaró la voz y dijo:

—Toca el violín. —Y luego agregó—: Bellísimamente.

Gabrielle le sonrió a Kathryn, quien la ignoró.

—¿De verdad? A mí me encanta el violín. ¿Cuándo tienes clase de música, Evelyn? Me encantaría pasarme por allí y escucharte tocar. —Estaba tratando de aferrarse a algo, pero no sabía qué otra cosa hacer dado que Kathryn nunca había disminuido la velocidad de su andar.

—Evelyn no puede tocar esta semana —dijo Kathryn—. Su violín ha tenido que ser encordado nuevamente y necesita una pequeña reparación. Ella solo toca su propio instrumento. Puede revisar el boletín del colegio para saber cuál será el próximo recital.

Gabrielle sabía cuándo estaban tratando de deshacerse de ella, pero Espejismo nunca hubiera alcanzado su fama si ella no hubiese sido tenaz en la búsqueda de información.

—¿De dónde eres tú, Kathryn?

La asistente de Evelyn se detuvo delante de los ascensores y presionó un botón rápidamente.

—He vivido por toda Europa. El trabajo de mi padre exigía que nos mudáramos a menudo.

—¿En serio? ¿Qué hace tu padre? —Gabrielle sonrió alegremente, ignorando la tensión creciente que demostraba Kathryn.

Las puertas del ascensor se abrieron con un zumbido.

Gabrielle hubiera jurado que Kathryn dejó escapar la respiración que había estado conteniendo.

—Por favor, discúlpenos. No quiero que Evelyn llegue tarde.

Carlos caminó hasta las puertas que se cerraban silenciosamente.

—¿Qué te parece?

—Necesito ir al centro de informática. —Gabrielle no podía decirle más en ese momento, pero los dos adolescentes se habían mostrado retraídos y nerviosos. ¿Cuál sería la historia de Kathryn Collupy? Gabrielle quería indagar en el expediente de Collupy, mientras todavía tuviera acceso, sin que nadie la molestara.

Con los ojos puestos en todo lo que tenían a su alrededor, Carlos inclinó la cabeza hacia la izquierda, indicándole a Gabrielle que se fuera. No dijo ni una palabra mientras ella se dirigía en dirección al centro de informática.

LaCrosse la estaba esperando en el pasillo junto a las ventanas de vigilancia.