badTop-26

Hola, Vestavia —respondió Durand, y luego tocó un botón del teléfono para poner el altavoz y accionar la videocámara. Prefería ver a aquel hombre a la cara mientras hablaban.

—Tengo una pista sobre Espejismo. —El rostro de Vestavia llenaba la pantalla.

—¿En serio? ¿Cuál?

—Creemos que es el hombre que mató a tu gente en Francia. La fotografía que finalmente envió Julio. —Vestavia hizo una pausa, permitiendo que se notara su molestia por el retraso de Durand—, concuerda con un tipo detrás del cual iban tanto Baby Face como Turga.

—¿Cómo estás tan seguro? —Durand debería estar agradecido a Vestavia por corroborar la afirmación de Alejandro, pero aquel hombre era tan poco fiable como una serpiente de cascabel.

—Llevó algún tiempo, pero mi gente pudo comprobar todos los vuelos que salían de Europa cada día después del rapto de Mandy. Nuestro ordenador finalmente extrajo imágenes de las cámaras de seguridad. Sabemos quién es. Carlos Delgado.

Durand daba crédito a Vestavia en cuanto a eso, pero todavía tenía asuntos pendientes con él.

—Eso está muy bien. Ahora explícame la razón de esos secuestros.

—Acordamos que te lo explicaría mañana. —Vestavia sonaba irritable, pero añadió—: Mandy servía para un propósito: sacar a la luz a Espejismo, y funcionó. Espejismo no se ha conectado a Internet desde entonces y es evidente que está huyendo. Si Mandy pudiera identificar a alguno de tus hombres, las autoridades ya te habrían visitado. ¿Has enviado hombres suficientes para supervisar la reunión de Colombia, tal como acordamos?

Durand meditó sobre la respuesta evasiva de Vestavia. La información de ese maldito cabrón era impresionante.

—Te dije que no me interrogaras. Yo estaba de acuerdo con enviar esos hombres, así que allí están.

—No te preocupes —lo reprendió Vestavia—. Todo esto acabará muy pronto. Encontraremos a Espejismo en cualquier momento.

—No pierdas más tiempo. —Durand sonrió a Vestavia por la pequeña pantalla de su teléfono móvil—. Espejismo está colgado delante de mí.

El silencio se alargó hasta que Vestavia dijo:

—Envíame una foto de ese hombre.

—Haré algo mejor. —Durand movió el teléfono para enfocar a Carlos, cuyos ojos primero se cerraron y luego se abrieron sorprendidos.

Mierda, Carlos conocía a Vestavia.

Durand volvió a mirar la pantalla del teléfono lo bastante rápido como para alcanzar a ver la conmoción de Vestavia, que le hablaba a gritos:

—¿Cómo se te ocurre mostrarle mi cara, idiota?

—Mucho cuidado con tus palabras, Vestavia. Eras tú quien quería ver a Espejismo —le advirtió Durand tranquilamente, dejando que un matiz amenazante se filtrara en sus palabras. La alimentación de vídeo desapareció, dejando el habitual «llamada desconocida» en su lugar, indicando que el teléfono estaba todavía activo.

—Quiero que mi gente interrogue a Espejismo, así que no lo mates —ordenó Vestavia.

—Espejismo me pertenece —respondió Durand con voz tensa, al tiempo que juraba en silencio que un día mataría a Vestavia con sus propias manos—. Haré con él lo que me plazca. Como te dije antes, podrás tomar lo que quede cuando yo termine, pero dudo que un cadáver sin cabeza pueda hablar. —Durand colgó, maldiciendo a Vestavia.

Carlos no podía creer la cara que acababa de ver por la pantalla del teléfono. Vestavia era el antiguo agente de la Brigada Antidroga Robert Brady, un fugitivo que según sospechaba BAD estaba relacionado con los ataques de virus del año pasado, y posiblemente también con los Fratelli. Carlos acababa de tener la confirmación. Tenía que decírselo a Joe, pero hacerlo sería condenadamente difícil considerando su actual situación.

La única cosa positiva de esa llamada de teléfono era que Vestavia había confirmado lo que Carlos le había contado a Durand sobre Gabrielle. No tenían ninguna razón para ir tras ella.

—Te han estado controlando —comenzó Carlos, tratando de ganar tiempo para ver si lograba encontrar algún brillante plan de huida.

Tenía derecho a soñar, ¿verdad?

—¿Qué sabes de Vestavia? —dijo Durand, haciendo un gesto a Julio para que alejara la plancha de hierro—. Vuelve a poner eso en el fuego.

Por lo menos Carlos había logrado despertar la curiosidad de Durand.

—No es alguien con quien convenga hacer negocios. Usa a la gente, y luego se deshace de ella. ¿No te has preguntado por qué ha hecho que secuestraras a esos adolescentes que ahora están en Washington?

Durand guardó silencio durante un rato, sin duda preguntándose cuánto sabía realmente Carlos.

—¿Cómo sabes eso?

—Mandy no puede señalar a tus hombres, así que él no se equivoca cuando dice que ella no representa una amenaza. —Carlos no quería que Durand tuviera ninguna razón para ir detrás de Mandy. La chica ya tendría bastantes pesadillas que superar cuando recuperara la conciencia—. Los otros tres tienen que ver con un ataque que él ha planeado en Washington.

—¿Qué tipo de ataque?

Carlos solo podría seguir dándole pedazos de datos y detalles mientras Durand no alcanzara a sospechar que estaba tratando de ganar tiempo.

—No sé exactamente qué es lo que tiene en mente. Yo era tan solo un conducto de información. Envié todo lo que descubrí acerca de él a personas que están tratando de proteger a los adolescentes y al consejo presidencial.

Durand alzó las cejas.

—¿Para quién trabajas?

—Para nadie. Soy un contratista independiente.

—Entonces ¿quién te paga por esa información?

—Mucha gente, pero no hay forma de rastrear el dinero para llegar hasta ellos, así que no tengo ningún nombre para darte.

—¿Por qué debería creerte? —Durand mantenía su ira bajo control, pero la rigidez de su mandíbula mostraba claramente que creía que Vestavia había jugado con él.

—¿Por qué crees que Vestavia se mostró preocupado cuando me vio? Él sabe que yo sé que estuvo detrás del ataque vírico de Estados Unidos el año pasado y que planea convertirte en la cabeza de turco de ese ataque. No creas que alguno de los grandes planes que te ha contado incluye a la organización de Anguis. Ese hombre es más mercenario de lo que se podría esperar.

Algo más se le ocurrió a Carlos mientras intentaba esa jugada.

—Y Salvatore no estará contento cuando descubra quién le echó a él la culpa por el golpe a vuestro ministro del Petróleo.

El rostro de Durand estaba bastante sorprendido como para confirmar lo que Carlos había adivinado. Vestavia probablemente le había pagado a Durand para que cometiera atentados fallidos contra el ministro del Petróleo de forma que las sospechas pudieran recaer sobre Salvatore. Pero ¿por qué atentados fallidos?

—¿Qué es lo que sabes acerca de la organización de Vestavia? —preguntó Durand.

Carlos sacudió la cabeza disgustado. Durand estaba tan hambriento de poder que se dejaría engañar por un hombre peligroso.

—No estoy seguro —contestó Carlos, sin estar dispuesto a compartir ninguna información innecesaria sobre los Fratelli—, pero creo que forma parte de un grupo altamente organizado que tiene capacidad financiera y política capaz de borrarte de la superficie de la tierra.

El rostro de Durand cambió de un tono gris enfermizo a varias sombras de rojo, pero le respondió en voz baja:

—Estás mintiendo.

—No miento. Comprueba mi historia. —Era poco probable que Durand hiciera eso. Carlos aceptó que había consumido su límite de tiempo.

—Dame la maldita plancha —ordenó Durand en voz baja sin mirar a Julio, que se apresuró a ir a la chimenea y recuperar el hierro.

El ruido de una sirena resonó a través del edificio.

Las radios crepitaron en las caderas de Julio y sus hombres. «¡Nos están atacando!». Se oyeron disparos en los alrededores.

El rostro de Durand cobró un intenso matiz púrpura. Cruzó la habitación y cogió la plancha de hierro candente de las manos de Julio.

—Ve a ver qué ha pasado y llévate a los hombres. Puede que sea alguien intentando capturar a Alejandro. Quizás ese cerdo de Vestavia.

Julio pasó corriendo ante Carlos para salir por la puerta que había a su espalda, gritando órdenes a sus hombres, que lo siguieron.

Carlos se preparó para recibir la plancha de hierro al rojo vivo que venía hacia su pecho.

Durand avanzó hacia él con la arrogancia relajada de un hombre que siempre ha tenido el control.

Cuando Durand ya estaba cerca, Carlos se dio impulso hacia arriba con los pies y agarró la cadena con las manos sudorosas. Entonces lanzó una patada con la bota contra el hierro candente. El extremo del hierro le dio en la pierna y le quemó un trozo de piel antes de caer al suelo. Dio un gruñido de dolor y lanzó una segunda patada directamente contra la barbilla de Durand.

Una explosión fuera hizo temblar el edificio. Carlos perdió el equilibrio y cayó con fuerza al suelo, sintiendo un tirón en las muñecas. Trató de darse la vuelta para ver si entraba alguien, pero no pudo.

Si Vestavia había enviado hombres en su busca, Carlos tendría una oportunidad de luchar otro día.

Durand se tambaleó hacia atrás, recuperó el equilibrio y luego fue a la izquierda para recuperar el control de la cadena. Le dio a un botón y consiguió que Carlos cayera al suelo, desde donde no podía tomar impulso para saltar una segunda vez. Levantó del suelo el hierro candente y avanzó hacia él.

—Solo iba a dejarte la marca de un traidor, pero ahora haré que este hierro te queme hasta alcanzar tu corazón negro.

Durand avanzó, sujetando la vara de hierro candente y acercándola directamente al pecho de Carlos.

La puerta que había detrás de Carlos se abrió de golpe. Durand miró por encima de él, con una expresión de conmoción en el rostro. Un disparo estalló en la habitación. La bala alcanzó a Durand entre los dos ojos, lanzándolo hacia atrás cuando el hierro estaba tan solo a un centímetro del pecho de Carlos.

Carlos dio un par de respiraciones rápidas y luego esperó hasta que unas pesadas pisadas se acercaron a él.

Dominic Salvatore sostenía una Magnum 357 con el cañón apuntando a la cabeza de Carlos.

—¿Quién eres tú? —Luego su fiera mirada reparó en el tatuaje y la cicatriz que Carlos tenía en el pecho. Frunció el ceño, pensativo.

—El hermano de Durand murió… y no queda más familia… —De pronto pareció comprender—. ¿Alejandro?

•• • ••

El zumbido leve de la conversación llenaba la habitación, que albergaría fácilmente unas cien personas. Voces respetuosas de adolescentes en su primera visita y adultos que los protegían susurraban palabras que se filtraban en el aire.

Joe se apartó de Dolinski, el agente del servicio secreto a cargo de las operaciones del día, deseando poder contarle al presidente de los servicios de protección la verdad sobre su equipo. Puesto que nadie sabía que BAD existía, al presidente se le había aclarado personalmente que el equipo de Joe era un grupo de seguridad contratado para vigilar un posible intento de secuestro de tres adolescentes físicamente amenazados durante sus viajes internacionales. Y Joe habría compartido más información si hubiera tenido alguna evidencia firme de amenaza, más allá del aviso en una postal de una mujer desconocida sobre adolescentes que no tenían a sus espaldas ninguna historia de violencia.

El servicio secreto no le creería ni aunque jurase sobre la Biblia.

Tal como lo veía Joe, los niños, el presidente del consejo de ministros y los miembros estimados del Congreso estaban tan a salvo como podían estarlo con el servicio secreto y doce agentes de BAD en la habitación, incluidos él y Tee. Hablando de su codirectora, Tee estaba acabando de escribir un mensaje de texto en su móvil mientras él avanzaba hacia ella. La chaqueta y los pantalones color azul marino que habían escogido para esa misión habían sido confeccionados a medida para su pequeña figura y encajaban con su imagen de ejecutiva agresiva. El cabello liso le caía sobre los hombros en finos mechones de color negro.

Él envidiaba lo cómoda que parecía con aquel atuendo mojigato que encajaba con el suyo. Ojalá le dieran algún día unos tejanos y una camiseta.

—Esto no me gusta nada. —Tee le dirigió una mirada severa—. Parece demasiado fácil.

—¿Qué quieres decir? —Joe inspeccionó la habitación, observando a su gente en cada sector. Dos agentes de BAD estaban de pie a escasos metros de los tres adolescentes. Joe había destinado cuatro de sus agentes como refuerzo de los agentes del servicio secreto por si algo ocurría, y los otros dos se movían entre los adolescentes. No recibirían disparos de los hombres de Dolinski.

—Todo el mundo está aquí. ¿Qué mejor manera de congregar a tanta gente poderosa en un solo lugar que usando puntos clave de la política? —gruñó Tee, pensando en voz alta más que señalando algo obvio—. Que la habitación esté llena de niños no significa que este sea un lugar seguro para el presidente, la mayor parte de su gabinete y un número alarmante de miembros del congreso. —Sonó el teléfono de Tee.

Le dio a una tecla y leyó un mensaje de texto, luego frunció el ceño—. Corrección. Ambos candidatos a la presidencia y sus parejas están aquí. Es el sueño de cualquier terrorista.

Joe señaló:

—Pero ningún grupo de espionaje ha notificado ningún movimiento terrorista en las últimas dos semanas, nadie sospechoso ha entrado en Estados Unidos, nada ha saltado en ningún radar o en BAD nos habríamos enterado. Y el servicio secreto ha hecho una barrida para detectar bombas. —Frunció el ceño, pensativo. ¿Se les podía haber pasado algo por alto?—. No podemos depositar el cien por ciento de nuestra fe en una maldita postal de una mujer por la que nadie responde excepto Gabrielle.

—Lo sé. —Dos pequeñas arrugas verticales aparecieron en la fina tez exótica de Tee, que era en parte vietnamita. El pequeño cambio era un signo serio de su frustración—. Gotthard ha entrado en el sistema para revisar la lista de todos los que estaban en el registro y también de los que pasan por seguridad y no estaban en la lista.

—Colarse aquí sin ser detectado sería difícil hasta para un ingeniero.

—No si se trata de una persona que pertenecía al servicio secreto o a cualquier otra agencia de seguridad nacional.

—¿En quién estás pensando? —Joe dirigió ahora toda su atención a Tee. Tenía la sorprendente habilidad de pensar sin poner límites a las posibilidades.

—No descubrimos hasta después de los ataques virales del año pasado que un agente de la Brigada Antidroga había estado trabajando como topo.

—Brady. ¿Tú crees que está involucrado? —preguntó Joe, tratando de seguir el razonamiento de Tee, que era como tratar de guiarse con un rayo de luz a través de la noche.

—No necesariamente, pero nosotros somos los únicos que sabemos algo sobre los Fratelli y sabemos que él puede estar involucrado con ellos. Deberíamos considerar posibles sospechosos a todo el mundo, incluso a los servicios secretos.

—Bien visto.

Hunter avanzó hacia ellos, escudriñando con los ojos la multitud y colocándose luego junto a Joe y Tee.

—Acabo de entrar. Gotthard también está aquí. Korbin y Rae están dentro de la clínica en Suiza, esperando instrucciones para moverse. Han localizado a tres adolescentes que coinciden con los que estamos buscando.

Tee levantó una ceja color carbón perfectamente perfilada.

—¿Cómo es posible que haya dos juegos de los mismos adolescentes? Revisamos todos los informes. No existe la posibilidad de gemelos y ni siquiera de hermanos del mismo sexo.

—La pregunta más dura es cuáles de esos tres adolescentes son los reales y cuáles son los falsos. —Joe miró su reloj—. Solo tenemos treinta minutos antes de que se dirijan a la comisión de energía. ¿Quién está de refuerzo por Rae y Korbin? —Joe tenía a los mejores agentes de BAD disponibles en Estados Unidos cubriendo aquella reunión desde el interior y desde el exterior.

—Retter dejó con ellos cuatro contratistas antes de desaparecer. —Hunter escribía un mensaje en su móvil mientras hablaba—. Se moverán para detener a los adolescentes de la clínica en cuanto des la orden. —Miró a Joe.

—Todavía no. Esos adolescentes están a salvo por el momento. Tenemos que determinar qué está pasando con ese trío antes de hacer nada que haga saltar la alarma para quien sea que esté detrás de esto, aunque no sepamos de quién demonios se trata. —En aquel momento Joe sería capaz de matar por contar con algún tipo de información sólida. Carlos había trasmitido el mensaje de que los adolescentes definitivamente corrían peligro y de que aquella reunión era el verdadero blanco, y no la de Sudamérica. Solo que no sabía cuál era el peligro, únicamente afirmaba que la reunión de Sudamérica era un señuelo.

Y Carlos a esas alturas ya debía de estar muerto. Y Retter también, por haber ido tras él a Sudamérica.

—Ya no podemos ayudar a Retter y a Carlos —dijo Tee suavemente, leyendo la mente de Joe con tanta facilidad que él se sorprendió—. En cuanto termine esta reunión o comprendamos lo que está pasando aquí, tú y yo iremos tras ellos. Pero por ahora… —Su mirada se deslizó hacia un lado y frunció el ceño—. ¿Qué hace ella aquí?

—¿Quién? —preguntaron Joe y Hunter al unísono, volviendo sus cabezas en la misma dirección.

—Silversteen, la agente de la Brigada Antidroga encargada de buscar a Brady. ¿Por qué tendría que estar aquí ahora? O incluso… ¿por qué tendría que estar en Washington?

—No lo sé. —Joe estudió la elegante silueta de Josie Silversteen, que se deslizaba a través de la multitud.

—Vamos a averiguar qué función oficial está cumpliendo. —Tee levantó su teléfono móvil y sus diminutos dedos marcaron las teclas a toda velocidad. Esas manos que sabían cómo matar a un hombre de más maneras que las que Joe quería contar. Se detuvo, marcó varias teclas otra vez y alzó una mirada suspicaz hacia él—. Se supone que Silversteen está hoy de permiso. En su oficina consta que se encuentra en Miami.

—Me pregunto si sabe algo que no ha compartido con nadie más —dijo Joe suavemente—. Tiene la reputación de no jugar limpio con los demás.

—Yo tampoco lo hago —murmuró Tee, al tiempo que lanzaba a Joe una mirada atrevida—. Voy a descubrir lo que sabe. ¿Crees que puedes arreglártelas sin mí?

Joe suspiró.

—Te diría que tengas cuidado, pero me estaría refiriendo a que tengas cuidado de no matarla.

Tee le dio unos golpecitos en la mejilla.

—Ya te compensaré con una noche en el Ryman cuando volvamos a casa.

Ella tiró de la parte inferior de su chaqueta como si enderezara su armadura para la batalla.

Joe ignoró la broma acerca del edificio que albergaba su programa de entretenimiento favorito en Nashville y agarró a Tee del brazo. Ante el destello de ira de sus ojos por ser detenida, le susurró:

—Ten cuidado. En serio.

Su codirectora asintió y luego se alejó, moviendo el cuerpo con desenvoltura.

Hunter dijo:

—Todo el mundo en su sitio. Veinte minutos para ir.

—Esperemos que esta Linette no nos haya dado indicaciones equivocadas. —Joe escudriñó la habitación una vez más, hasta fijar la mirada en los tres adolescentes y en esa mujer llamada Collupy. ¿Han regresado Jake y Jeremy?

—Sí, les dije que esperaran en el aeropuerto de Reagan. Imagino que cuando esto haya acabado nos llevaremos a nuestros mejores agentes a Sudamérica.

—Ese es el plan. —Aunque la verdad era que Joe dudaba de que pudieran encontrar a Carlos y a Retter antes de que los mataran.

•• • ••

Josie mostró su documento de identidad a uno de los guardias de seguridad armados que supervisaban la corriente de gente y adolescentes que entraban y salían de la reunión.

—Siento que tengáis que tratar con tantos chicos con deficiencias físicas. Debe de ser una pesadilla tener que registrarlos a todos. Merecéis un sueldo extra.

—Como si eso fuera a pasar… —El guardia de seguridad más cercano, con un corte de pelo militar y un físico que contribuía a darle una apariencia peligrosa, se permitió sonreír.

Revisó su documento y la buscó en la lista acreditada por las fuerzas de la ley. La dejó salir y la saludó con la mano—. Que pase un buen día.

Ella sonrió, pues planeaba tener un día excelente. Ahora que había corroborado que los tres adolescentes y Kathryn Collupy estaban allí, Josie se dirigía a un lugar bastante cercano para observar la explosión pero sin ser afectada. Al teclear tres números de su teléfono móvil apretaría los detonadores de explosivos C-4 de los estrechos tubos que los adolescentes habían pasado sin saberlo a través de la barrera de seguridad.

Científicos de los Fratelli habían probado con éxito los sólidos tubos de C-4 en escáneres de seguridad para comprobar que no eran detectados. Luego esos tubos fueron integrados en las prótesis y las estructuras de las sillas de ruedas. El detonador había sido camuflado en el mecanismo ortopédico y en el interior del diseño de la silla de ruedas.

En menos de una hora, la estructura de poder de Estados Unidos quedaría lisiada sin remedio. Nadie había considerado la posibilidad de perder al presidente, al vicepresidente, a los cuatro miembros siguientes en la línea de la presidencia y a los otros candidatos a la presidencia una semana antes de la votación del martes.

Ese país tendría que dirigirse al número seis en la jerarquía del gobierno, el secretario del tesoro, un hombre hispano con informes impecables que quedaría aterrado al enterarse de su nueva posición. Su oportuno viaje a Colombia sería catalogado de milagro por aquellos que creyeran que era un simple bastardo con suerte. Desde las cenizas de un país caótico y desesperado por un nuevo presidente, se haría con el liderazgo provisional y demostraría ser el mejor candidato cuando las elecciones fueran retomadas.

A pesar de los veintidós años de carrera política maniobrando para hacerse con la posición alcanzada en la actual administración, el hombre que ocuparía el lugar del presidente no era en realidad ni de izquierdas ni de derechas.

Josie sonrió al pensar en el brillante plan de colocar a un Fratelli en la Casa Blanca.

•• • ••

Tee siguió de cerca a Josie, que se alejó dos manzanas de la reunión del congreso. Entró en un edificio de oficinas y en lugar de usar el ascensor subió por la escalera.

Al llegar al tercer piso, Josie cruzó el umbral de una puerta que conducía a un pasillo que se veía demasiado vacío para pertenecer a un edificio de oficinas de Washington. Tee tomó nota mental de que alguien debía investigar las oficinas alquiladas en ese pasillo, pero apostaba que todas pertenecerían al mismo arrendatario, que sería inexistente cuando consiguieran localizar la dirección.

Tee repasó mentalmente toda la situación. El secuestro no parecía probable con tantos medios de seguridad como había en el edificio de la reunión. ¿Y por qué Josie había abandonado el lugar si era parte de la operación? Y si Josie no tenía que ver con lo que estaba ocurriendo, ¿por qué iba a mentir a su oficina y aparecer en un evento como aquel?

Tratando de ponerse en la piel de Josie, Tee se dio cuenta de que la única razón que podía haber para que ella abandonara el lugar de la operación era que algo iba a ocurrir en ese lugar… Como una bomba.

Tee comenzó a enviar a Joe un mensaje de texto frenéticamente.

Delante de ella, Josie abrió una puerta y desapareció en el interior de una oficina.

•• • ••

Joe leyó el mensaje de texto de Tee y luego se retiró unos pasos del lugar desde donde estaba observando a la multitud para hablar en voz baja a través del transmisor, dirigiéndose a todo el equipo.

—Pedid a los tres canales de televisión que corten y pongan anuncios en cinco segundos. No me importa lo que tengáis que hacer para conseguirlo. —Se dirigió hacia Dolinski.

•• • ••

No era exactamente el rescate que Carlos había esperado. Durand yacía en el suelo tumbado, con una mirada vidriosa fija en su rostro. Carlos debería sentir algo parecido al remordimiento, pero la única sensación que lo inundaba era la de alivio por saber que ese monstruo ya nunca podría hacer daño a Gabrielle, ni a María, ni a Eduardo.

Salvatore no se había movido desde el momento en que se detuvo frente a Carlos, que seguía colgado del gancho.

—Hola, Salvatore. —Carlos no pensaba negar que él era Alejandro, puesto que mentir en una situación así no lo ayudaría. Al menos Salvatore probablemente lo mataría con otra bala entre ceja y ceja en lugar de torturarlo.

—Tú eres el que iba a encontrarse con Helena el día de la bomba —constató Salvatore.

—Sí. Ya sé que no me crees, pero nunca quise hacerle daño —le dijo Carlos, con la voz espesa.

La puerta se abrió de golpe otra vez. Carlos mantuvo la mirada fija en Salvatore, puesto que no podía imaginar una amenaza mayor que aquella a la que se estaba enfrentando.

Entonces apareció Retter, llevando más artillería que Rambo. Excepto que Retter era mucho más alto que Stallone. Tenía grasa negra en el rostro. En sus brazos se marcaban músculos protuberantes que sostenían un arma automática de calibre 50. Dos cinturones cargados de munición cruzaban su pecho. Su pantalones militares negros estaban desgarrados y sucios como si se hubiera arrastrado por el barro. Y estaba salpicado de sangre.

Para Carlos nunca había tenido mejor pinta.

Salvatore ni siquiera pestañeó. De hecho ignoró a Retter completamente.

¿Qué demonios ocurría? Carlos iba a preguntárselo a Retter pero Salvatore comenzó a hablar.

—Ya sé que tú no mataste a Helena ni trataste de matarme a mí. Durand trató de convencerme de que la familia Valencia puso la bomba y de que su familia también había sufrido por la explosión. Cuando eso no funcionó, dejó escapar que tú habías cometido un atentado fallido contra mi vida. Te culpó a ti de las heridas que habían convertido a su sobrino en parapléjico. Buscamos el diario de Helena para hallar una pista de quién podía desear su muerte. Yo no era el único blanco, pero fui advertido de que no debía salir del almacén.

El dolor que sentía Carlos en las muñecas por las heridas de las esposas no era nada comparado con la angustia que reflejaban los ojos de Salvatore.

Bajó su arma.

—Ella escribió que los dos confiabais en poder poner fin a la guerra entre vuestras familias. Esto por sí solo no hubiera bastado para convencerme, pero uno de mis guardias de seguridad me contó lo que oyó en su radio. Revisó los canales de trasmisión de ese día y te encontró a ti diciéndole a tu primo: «No, Eduardo, no hagas daño a Helena. No lo hagas».

Luego oyó que tú le gritabas a Helena a través de la radio, pidiéndole que saliera huyendo.

Carlos quería decir algo, pero lo único que podía hacer era tratar de respirar a través de su garganta constreñida.

Retter registraba la habitación y encontró el control de la cadena que elevaba a Carlos del suelo. Se hizo también con un par de tenazas para abrir cerrojos y lo liberó de las esposas.

—Gracias. —Carlos se quedó de pie, frotándose las muñecas—. ¿Quieres decirme qué demonios está pasando aquí?

—Los hombres de Salvatore me capturaron —soltó Retter como si eso fuera una explicación.

Salvatore se burló.

—Porque tú los dejaste.

—Cierto. —En el rostro de Retter apareció una sonrisa capaz de cautivar a cualquier mujer, a pesar de haber pasado toda la noche a la intemperie y de llevar ropa sucia—. No podía dejar pasar la oportunidad de encontrarme con Salvatore. En cuanto lo hice, supe que no era él quien estaba detrás de los ataques del ministro del Petróleo. Le expliqué que pensaba que alguien estaba tratando de señalarlo a él como culpable de los atentados contra la vida del ministro del Petróleo y justo entonces recibió una llamada de un tal…

—Vestavia —apuntó Carlos.

—Sí, ¿lo conoces? —preguntó Retter.

—Más o menos. Continúa.

—Este tipo le dijo a Salvatore que Durand estaba detrás de los atentados, y que si no lo detenía ahora se arriesgaba a perder sus vínculos políticos cuando fuera acusado de asesinato. Vestavia le dijo también a Salvatore que si quería terminar con los asaltos contra el ministro era el momento, ya que Durand estaba ahora, falto de soldados. Salvatore tenía hombres vigilando a los Anguis, así que para él no era un problema movilizarlos rápidamente. Por tanto aquí estamos. Así que Vestavia había enviado a Salvatore a hacerse cargo de Durand, pero probablemente no había contado con que Durand tuviera a Espejismo.

O más bien la persona que Durand tomaba por Espejismo.

—¿Dónde nos deja esto ahora, Salvatore? —Carlos necesitaba saber si Salvatore todavía tenía ansias de venganza—. ¿La lucha termina aquí?

—Quiero al hombre que mató a mi Helena —fue la respuesta.

Carlos negó con la cabeza.

—Puedo jurarte que el único responsable perdió su vida también ese día.

Salvatore lo miró fijamente un momento, y luego asintió.

—He matado la cabeza de la bestia. Su sangre ya no podrá seguir haciendo daño a mi familia.

Carlos se pasó las dos manos por la cara y por el pelo, y luego miró a Retter.

—¿Qué pasa con los adolescentes?

—¿A qué te refieres? —preguntó Retter—. Yo no he hablado con nadie. Salvatore me ha dicho que si dejo que sus hombres y él sigan vivos me dejará marchar, y a ti también.

Salvatore intervino:

—Los dos sois libres. Os debo un agradecimiento por vuestra ayuda.

—¿Quieres recompensarnos ahora? —preguntó Retter.

—¿Cómo?

—Teléfonos móviles, ropa, dinero… ¿un avión?

•• • ••

Tee giró el pomo de la puerta y luego la empujó para abrirla, apuntando a Josie con su arma. La agente de la Brigada Antidroga estaba tan concentrada tratando de hacer algo con su teléfono móvil que tenía todavía el arma enfundada.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Suelta el teléfono. —Tee movió el haz de luz láser de su arma apuntando el centro de la frente de Josie.

Josie bajó las manos con calma y miró a Tee.

—Soy agente de la Brigada Antidroga, idiota. —Sus dedos todavía trataban de apretar los botones del teléfono.

Tee dirigió el haz de luz hacia la mano de Josie y apretó el pulgar. Josie soltó el teléfono, gritando de dolor.

Hunter y Gotthard entraron a toda velocidad, apuntando con sus armas.

—Ponedle las esposas y registradla. —Tee esperó a que Gotthard vendara la mano herida de Josie y le pusiera en las muñecas unas esposas flexibles. Mientras él la registraba, Tee recogió el teléfono de Josie y vio que la llamada no había sido conectada.

Eso debía de ser porque Joe había hecho que el agente Dolinski del servicio secreto invalidara todo el servicio de telefonía móvil en el radio de dos kilómetros alrededor del edificio del Capitolio en cuanto recibió el mensaje de texto de Tee. En aquel momento, los salones ya debían de estar prácticamente vacíos, y lo primero que se había hecho era sacar de allí al presidente y a su gabinete. Joe ya tendría a los tres adolescentes y a Collupy encerrados en algún sótano de las instalaciones.

Hunter contactó con Rae y Korbin mediante un teléfono por satélite y dio instrucciones de que tomaran en custodia para protegerlos a los otros tres adolescentes de Suiza. En el plazo de una hora sabrían cuáles eran los reales y cuáles los falsos.

—Vosotros no sois de la policía ni del FBI. Ni siquiera me habéis leído mis derechos —ladró Josie.

Tee dio unos pasos hacia ella.

—Aquí están tus derechos. Abre la boca otra vez y estiraré tu lengua para que te llegue hasta la nuca. —Tee dio indicaciones a sus agentes para que se movieran—. Vamos a llevarla ante las autoridades a las que quiere ver.

Fuera, Gotthard y Hunter cogieron a Josie cada uno de un brazo. La agente de la Brigada Antidroga los miraba con rabia a pesar de que la conmoción hubiera dejado inexpresivo su rostro, pero no dijo ni una palabra más.

Tee los seguía varios pasos atrás, atenta a cualquiera que pudiera pretender ayudar a Josie.

•• • ••

—¿Tienes el blanco a la vista? —preguntó Vestavia, mirando a través de la ventana del décimo piso de un edificio de oficinas de Washington vacío.

—Sí, señor. Estoy listo —confirmó su francotirador, esperando la orden de disparar. Transcurrió otro segundo—. ¿Señor?

Vestavia lanzó otra mirada por encima del hombro del francotirador.

—Dispara.

La explosión prácticamente desgarró a Vestavia por la mitad. Su cuerpo entero se contrajo cuando vio la hermosa cabeza de Josie destrozada como un melón maduro golpeado por un mazo.

Deseaba ordenar también la muerte de la mujer asiática y de los dos hombres que iban con ella, pero el francotirador era un fratelli. Vestavia no podía arriesgarse a que los miembros de la hermandad supieran que había habido muertes innecesarias.

El grupo gobernante de los once miembros de la hermandad norteamericanos habían ordenado esa sanción si Josie era arrestada.

Y la eliminación de Pierre en Francia. Como si su muerte importara.

Vestavia nunca hubiera creído que alguien pudiera hacer caer a Josie.

Luchó por mantener el control, a pesar de lo mucho que le costaba respirar. Su Josie estaba muerta. Haría que todo el mundo pagara por ello. El corazón le golpeaba en el pecho con cada doloroso latido.

Su dulce Josie. Muerta.

Tendría que enfrentarse a los Fratelli y explicarles lo que había salido mal, pero no esta noche. No ahora que estaba en carne viva.

El francotirador había bajado su arma y estaba de pie a su lado.

—¿Listo?

Vestavia se negó a revelar ninguna emoción. Contuvo la bola de angustia que sentía en el estómago y le dio al hombre unas palmadas en la espalda.

—Buen trabajo.

—Gracias.

Vestavia solo encontraba una razón para el fracaso de hoy. Tenía que haber un topo en el interior de la organización de los Fratelli.

Estaba claro que no era Josie, pero descubriría de quién se trataba y esa persona lo pagaría muy caro.