19

«La secuencia de autodestrucción ha sido activada —anunció una voz grabada que reverberó por toda la estancia, casi apagando el resto del mensaje—. Quedan cuatro minutos y treinta segundos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.»

A eso se unió el retumbar de las sirenas y el centelleo de las luces de emergencia, por lo que Chris se encontró con los sentidos saturados incluso antes de enfrentarse a aquella monstruosidad.

Alexia alzó un brazo para golpear a Claire, y Chris disparó. La 357 casi se le escapó de las manos, y el estampido explosivo del disparo resonó por encima del clamor de las sirenas del sistema de autodestrucción.

¡Sí! Un impacto directo justo en las tripas. Claire ya estaba en el ascensor, entrando y apretando el botón de subida…

Pero en vez de ponerse a sangrar, de ni siquiera titubear un paso, Alexia le sonrió. Alzó una de sus esbeltas manos y la introdujo en su cuerpo. La carne cedió sin esfuerzo, fluyendo como si fuera agua. Un segundo después, sostuvo en alto la bala que le había disparado y se la arrojó con un gesto tranquilo.

Esto no es bueno, nada bueno, pensó Chris aturdido, y en ese preciso momento, ella comenzó a cambiar.

El ser femenino y esbelto que estaba sobre la rejilla metálica y su carne líquida comenzaron a temblar. Se formaron pequeños hoyuelos y protuberancias en su cuerpo mientras los tejidos burbujeaban y se expandían. Las protuberancias se convirtieron en excrecencias, los hoyuelos en brechas, todo cambió a color gris a la vez que las extremidades se doblaban sobre sí mismas. Los brazos se curvaron y se unieron a la masa creciente, las piernas desaparecieron en su interior, la textura de la piel se hizo gruesa y estriada, aparecieron venas gruesas como cables, y ella siguió hinchándose. La cabeza rodó hacia abajo y se convirtió en parte del gigantesco cuerpo redondeado. El gris se convirtió en rojizo tejido muscular, y el púrpura y el azul de los diferentes conductos de la sangre se extendieron por toda la superficie como una marea.

«Quedan cuatro minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad», dijo alguien, pero Chris apenas oyó aquella voz femenina. Estaba retrocediendo, cada vez más y más convencido de que aquello no iba a terminar bien de ninguna de las maneras. El camino hacia el ascensor estaba bloqueado, y ella no hacía más que aumentar su tamaño.

Unos gruesos tentáculos surgieron de debajo de aquella masa elefantina, ondulando como olas, y se extendieron por la plataforma. La espalda de Chris tocó la pared, deteniéndolo, y la criatura, la enorme criatura parecida a un tumor se irguió de repente desdoblando el cuerpo, como si tuviera una cintura de verdad, y extendió unas alas tremendas, alas de libélula. En mitad del cuerpo se veía una cara medio humana, deformada y contorsionada.

La cara abrió la boca y de ella surgió un fortísimo alarido aullante. Las alas retemblaron por el poder de aquel sonido. El rugido se cortó en seco, y la criatura le escupió un delgado chorro de bilis verde amarillento que salpicó la plataforma a sus pies y comenzó a disolver el metal.

—¡Mierda! —exclamó Chris con un grito, y saltó a un lado para esquivar un tentáculo. Tenía que vigilar la boca y los tentáculos a la vez, y entonces, de unas esferas rosadas que habían crecido alrededor de la base del cuerpo gigantesco, surgieron más criaturas que comenzaron a corretear y a arrastrarse.

Chris corrió hacia la esquina más alejada del monstruo en que se había convertido Alexia y apuntó con la 357, pero sin tener muy claro contra qué tenía que disparar. Las pequeñas criaturas ya estaban en la plataforma. Algunas parecían pequeñas rocas planas con tentáculos, otras parecían escarabajos, y otras no se parecían a nada que hubiera visto jamás en su vida, y todas se dirigían hacia él a toda velocidad.

A los ojos. Si no puedes matarla, al menos puedes cegarla…, pero los ojos ya estaban cegados, ya que no eran más que unos agujeros redondos y grises con unos pozos de oscuridad dentro, y, además, ya había visto lo efectivas que eran las balas contra la carne de su cuerpo.

Eso lo decidió. Chris apuntó, disparó, y la criatura hinchada y palpitante gritó de nuevo, esa vez de dolor, cuando una de sus alas cayó revoloteando al suelo de la plataforma.

Unos cuantos de aquellos pequeños organismos llegaron hasta él, y una de las criaturas parecidas a escarabajos le saltó a la pierna e intentó subir. Chris la apartó de un manotazo, asqueado, pero otra tomó su lugar, seguida de una tercera. Un tentáculo salió disparado hacia su cara procedente de una de las criaturas parecidas a piedras lisas y Chris logró bloquearlo, aunque a duras penas.

¡Espabila!

«Quedan tres minutos y treinta segundos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.»

Chris corrió pegado a la pared trasera, llegó a la otra esquina opuesta al monstruo y apuntó de nuevo intentando acertarle a otra ala. El disparo salió muy desviado, pero el siguiente acertó de pleno.

La criatura aulló, y el ala rota quedó colgando del poco tejido que la mantenía unida al resto del cuerpo. Escupió de nuevo, y el chorro de bilis no le dio en la cara a Chris por pocos centímetros. El monstruo tan sólo disponía ya de las dos alas superiores, y aunque él sabía que la había herido, no parecía ser nada grave.

Y sólo me quedan dos balas.

Tenía que haber algo que pudiera hacer, algún modo de detenerla. El sistema de autodestrucción iba a hacerlos saltar a todos por los aires y era por su culpa. Saltó de nuevo a un lado cuando un tentáculo salió como un rayo de la base de la criatura. Intentó pensar. Aquello era una emergencia en toda regla, y tenía que pensar.

Sólo para casos de emergencia…

El monstruo hinchado aulló de nuevo. Más de aquellas criaturas parecidas a escarabajos le saltaron al pantalón, pero él no hizo caso. Sólo tuvo que girar la cabeza para ver el arma colocada al lado de la puerta y bloqueada por una barra de cierre. Era un lanzagranadas o un lanzacohetes, pero fuese lo que fuese, su diseño era magnífico. Sin embargo, la barra seguía echada y no se podía sacar.

«Quedan dos minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.»

Clac.

La barra de cierre se soltó.

Chris sacó el arma de un tirón, la empuñó y apuntó contra las tripas hinchadas del monstruo. No sabía qué podía hacer o qué potencia tenía, pero esperaba que fuera suficiente, esperaba que acabara con aquella cabrona.

No había botón de seguro ni recámara que cargar. Chris apretó el gatillo, y un chorro de luz blanca y calor surgió del cañón del arma y se incrustó en la gorda tripa de la criatura como una flecha en un globo. El efecto fue impresionante, y la explosión, monstruosa.

Un tremendo surtidor de sangre y gelatina gris saltó fuera del inmenso agujero y le salpicó la cara, pero él sólo fue capaz de ver a la bestia, a Alexia, que aullaba mientras su carne y sus huesos se desintegraban, mientras su cuerpo se desinflaba.

La parte superior del cuerpo intentaba separarse de la masa moribunda, con las dos alas agitándose de forma frenética, pero al ser solo dos, no podían liberarse, de modo que también estaba muriendo. Chris lo sabía porque veía cómo se quedaba sin sangre, cómo el color de su horrible piel cambiaba, se volvía gris ceniza, cómo se estremecían las pequeñas criaturas que habían surgido de ella, por la expresión de odio absoluto y completo que mostraba su rostro, junto al de una sorpresa también absoluta.

Cuando el monstruo que había sido Alexia quedó en silencio y comenzó a hundirse sobre sí mismo, con todo el cuerpo goteante, Chris oyó que sólo le quedaba un minuto.

Claire.

Dejó caer el arma y echó a correr.