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Le dolía la cabeza. Estaba medio dormida, recordando lo que había pasado, cuando un tronar distante atravesó la oscuridad y la acercó a un estado de vigilia. Había estado soñando en la locura en que se había convertido su vida a lo largo de los meses anteriores, y, aunque la parte casi consciente de su cerebro sabía que era verdad, todavía le parecía demasiado increíble para ser cierta. Los recuerdos breves y fugaces de lo que había ocurrido después de que la infección vírica se extendiera por todo Raccoon City seguían acosándola, incluidas las imágenes de la criatura inhumana que las había perseguido a ella y a la pequeña niña por toda aquella devastación, lo ocurrido a la familia Birkin, su encuentro con Leon, sus constantes plegarias para que Chris estuviera bien.

Resonó otro trueno y se dio cuenta de que algo andaba mal, pero no pudo dejar de dormir, de recordar. Chris. Su hermano se había ocultado en algún lugar de Europa y ellos lo habían seguido, pero en este momento sólo sentía frío y le dolía la cabeza. No sabía por qué.

¿Qué ha pasado?

Procuró concentrarse, pero tan sólo logró recordar algunos fragmentos, imágenes y pensamientos de lo ocurrido en las semanas posteriores al desastre de Raccoon City. Parecía incapaz de controlar su memoria y sus recuerdos, como si estuviese viendo una película en sueños y no pudiera despertarse.

Imágenes de Trent en el avión, un desierto, el descubrimiento de un disco de ordenador repleto de códigos que al final había resultado ser inútil por completo para los planes de su hermano. El largo viaje hasta Londres y el siguiente, más corto, hasta París, una llamada telefónica: «Chris está aquí, y está bien». La voz de Barry Burton, profunda y amable. La risa, la sensación de alivio increíble que la inundó, la mano de Leon en su hombro…

Era un comienzo, y la llevó hasta el siguiente recuerdo claro. Habían preparado un encuentro en uno de los puestos de vigilancia del ala administrativa de la sede central de Umbrella. Leon y los demás la estaban esperando en una furgoneta, al lado de las instalaciones de la compañía farmacéutica. Leon y los demás la esperaban en el vehículo.

Le eché un vistazo al reloj, con el corazón palpitante por el nerviosismo, ¿dónde está?, ¿dónde está Chris?

Claire no supo que estaba jodida hasta que las primeras balas le pasaron silbando al lado, hasta que tuvo que echar a correr en un terreno cubierto por las luces de los focos, hasta que entró en un edificio…

Y seguí corriendo por los pasillos, ensordecida por el retumbar de los disparos de las armas automáticas y del rotor del helicóptero que sobrevolaba el exterior. Corrí y corrí, con las balas estrellándose contra el suelo tan cerca de mí que los trozos de baldosa me hirieron los tobillos… Y luego una explosión, y varios soldados retorciéndose en mitad de las llamas y…, y me atraparon.

La habían mantenido encerrada durante una semana entera y lo habían intentado todo para hacerla hablar. Había acabado hablando, claro, pero sobre los momentos de pesca que había pasado junto a Chris, sobre ideas políticas, sobre sus grupos de música favoritos… A la hora de la verdad, lo cierto es que no conocía nada importante para ellos. Estaba buscando a su hermano, y eso era todo, y había logrado convencerlos de algún modo de que no conocía ningún dato vital sobre Umbrella. Contribuyó a ello el hecho de que tan sólo tuviera diecinueve años y que pareciera tan letal y mortífera como una girlscout. Lo poco que realmente sabía acerca del infiltrado en Umbrella, Trent, o sobre el lugar donde se encontraba Sherry Birkin, la hija de la científica, lo mantuvo oculto en lo más profundo de su interior.

Se la llevaron cuando se dieron cuenta de su inutilidad como fuente de información. Esposada, atemorizada, y después de dos viajes en aviones privados y otro en un helicóptero, llegó a la isla. Ni siquiera llegó a verla porque le pusieron una capucha, y la oscuridad asfixiante fue un elemento añadido a sus temores. Rockfort Island, le parecía que así era como la había llamado el piloto, estaba muy lejos de París, pero eso era todo lo que sabía de aquel lugar. Truenos, había oído truenos. Recordó que la habían hecho avanzar a empujones por un cementerio de prisión embarrado bajo la luz gris de la mañana. Tan sólo pudo echar un breve vistazo a través de la capucha a las tumbas, señaladas por lápidas bastante elaboradas. Bajó unas escaleras, le dieron la bienvenida y ¡BOOOM!

El suelo retembló y se estremeció. Claire abrió los ojos justo a tiempo para ver que las luces se apagaban, y los gruesos barrotes de la celda se quedaron de repente impresos como una imagen negativa en su retina y flotaron hacia la izquierda en la cerrada oscuridad. Estaba tumbada de lado en el suelo sucio y húmedo.

Esto no está bien, nada bien, será mejor que me levante. Se enfrentó al tremendo palpitar que notaba en el interior del cráneo mientras se ponía de rodillas. Tenía los músculos agarrotados y doloridos. La oscuridad de la estancia fría y húmeda era total y el silencio, absoluto, a excepción del sonido del goteo del agua, un palpitar rítmico, lento y desolado. Se sintió sola.

Pero no por mucho tiempo. Joder, estoy metida hasta el cuello en la mierda. Umbrella la tenía prisionera, y si tenía en cuenta los destrozos que había causado en París, era bastante improbable que le dieran un helado y la mandaran de vuelta a casa.

Darse cuenta de nuevo de la situación en que se encontraba metida le provocó un nuevo nudo en el estómago, pero Claire se esforzó todo lo que pudo por dejar a un lado aquel miedo. Tenía que pensar con claridad, sopesar todas sus opciones, y necesitaba estar preparada para entrar en acción. No habría sobrevivido a Raccoon City si se hubiera dejado llevar por el pánico…

Sólo que ahora estás en una isla controlada por Umbrella. Incluso aunque lograras esquivar a los guardias, ¿adónde ibas a huir?

Los problemas, de uno en uno. Lo primero que tenía que intentar era ponerse en pie. Aparte del doloroso chichón que tenía en la sien derecha, provocado por el golpe que le había propinado un capullo, no creía tener ninguna otra herida.

Oyó otro estruendo, apagado y alejado, y un poco de polvo se desprendió de las rocas. Lo sintió caer sobre su nuca. Había percibido aquellos estruendos en sus sueños medio inconscientes como si fueran truenos, pero en esos momentos le sonaron con bastante claridad, como si Rockfort estuviese siendo atacado por proyectiles de artillería. O por Godzilla. ¿Qué demonios estaba ocurriendo allí afuera?

Logró ponerse en pie, y se le escapó un gesto de dolor a causa de la herida en la sien mientras se limpiaba de polvo los brazos y estiraba el cuerpo para desentumecerlo. La celda subterránea la hizo desear llevar algo más que los vaqueros y el chaleco que se había puesto para su encuentro con Chris.

¡Chris! ¡Oh, Dios, que esté a salvo! Había logrado que los guardias de seguridad de Umbrella se alejasen de Leon y de los demás, de Rebecca y de los otros dos antiguos miembros de los STARS de Exeter. Si no habían capturado también a Chris, Claire supuso que su hermano ya se habría reunido con el resto del equipo. Si pudiese echarle mano a un ordenador con acceso a la red podría enviarle un mensaje a Leon…

Sí, vale. Sólo tienes que doblar estos barrotes, pillar un par de ametralladoras y acabar con toda la gente de la isla. Bueno, aparte de entrar en un sistema de comunicaciones repleto de códigos de seguridad, eso si encuentras un ordenador en condiciones. Además, sólo tienes que decirle a Leon que estás en una isla que se llama Rockfort pero que no sabes dónde se encuentra…

Una voz interna la interrumpió.

Piensa de forma positiva, joder, ya tendrás tiempo de ser sarcástica más adelante, eso suponiendo que sobrevivas. ¿Qué tienes a mano que te pueda servir?

Buena pregunta. Bueno, para empezar, no había guardias por ningún lado. También estaba muy oscuro, y tan sólo se distinguía un levísimo resplandor procedente de algún lugar situado a la derecha, lo que sería una ventaja si…

Claire se palpó los bolsillos con la loca esperanza de que nadie la hubiera registrado mientras estaba inconsciente, pero segura de que alguien lo habría hecho… ¡Allí estaba! En el bolsillo interior izquierdo del chaleco.

—Idiotas —susurró mientras sacaba el viejo encendedor metálico que Chris le había dado hacía ya tanto tiempo. Su peso tibio en la mano la reconfortó. Cuando la registraron en busca de armas, uno de los soldados, que apestaba a tabaco, se lo había quedado, pero se lo había devuelto cuando ella le dijo que también fumaba.

Claire metió el encendedor de nuevo en el bolsillo. No quería encenderlo para no perder la visión nocturna que poco a poco iban adquiriendo sus ojos al ajustarse a la oscuridad. Había suficiente luz en el ambiente para que distinguiera la mayor parte de la estancia: una mesa de escritorio y un par de armarios de oficina metálicos justo enfrente de la celda, una puerta abierta a la izquierda, la misma puerta por la que había entrado, una silla y un montón de objetos variados apilados a su derecha.

Vale, de acuerdo, ya conoces el entorno. ¿Qué más tienes?

Por suerte, su voz interior sonaba mucho más tranquila de lo que ella misma estaba. Registró con rapidez los demás bolsillos y sacó un par de gomas elásticas para el cabello y dos pastillas de menta para el aliento. Genial. A menos que quisiese acabar con sus oponentes mediante el feroz impacto de una pastilla lanzada con una de las gomas, no tenía ni una puta…

Pasos, en el pasillo que daba a la habitación de la celda, pasos que se acercaban. El cuerpo se le tensó y la boca se le secó. Estaba desarmada y atrapada, y el modo en que aquellos guardias la habían estado mirando durante el viaje…

Pues que vengan. Puede que esté desarmada, pero eso no quiere decir que esté indefensa. Si alguien pensaba atacarla, para violarla o lo que fuese, se esforzaría por hacerle todo el daño posible. Si iba a morir de todas maneras, no pensaba hacerlo sola.

Pam. Pam. Se percató de que sólo había una persona acercándose, y fuese quien fuese, estaba herida. Las pisadas eran irregulares y lentas, arrastrando los pies, casi como…

No, no. De ninguna manera.

Claire contuvo el aliento cuando la silueta de un hombre entró trastabillando en la habitación con los brazos por delante. Se movía como uno de los zombis infectados por el virus, como si estuviese borracho, tambaleándose inseguro, y se dirigió directamente desde la puerta de la estancia hacia la puerta de la celda. Claire se alejó de forma instintiva, aterrada por las implicaciones de todo aquello: si se había producido un brote vírico en la isla acabaría muriendo de hambre detrás de los barrotes de la celda.

¡Jesús!, ¿otra infección? En Raccoon City habían muerto miles de personas. ¿Cuándo aprenderían los de Umbrella que sus enloquecidos experimentos biológicos no merecían la pena?

Tenía que verlo con claridad para estar segura. Si se trataba de un guardia borracho, al menos estaba solo, y quizá podría encargarse de él, y si se trataba de alguien infectado por el virus, estaba a salvo, de momento. Que ella supiera, no podían abrir puertas, o al menos, los que había visto en Raccoon City eran incapaces de manejar siquiera los picaportes. Sacó otra vez el encendedor, abrió la tapa, y movió la ruedecilla con el pulgar.

Claire lo reconoció de inmediato y soltó un grito ahogado de sorpresa a la vez que daba otro paso atrás. Alto y de constitución fornida, quizá de origen hispano, con un bigote y unos ojos negros e inmisericordes, era el mismo hombre que la había atrapado en París y la había llevado escoltada hasta la isla.

No es un zombi. Al menos, no es eso. Tampoco es que aquello supusiera demasiado alivio, pero se aferraba a cualquier pequeña esperanza.

Se quedó de pie, inmóvil, sin tener muy claro lo que podía ocurrir a continuación. El individuo tenía un aspecto diferente, y era algo que iba más allá de su rostro cubierto de suciedad o de las pequeñas manchas de sangre que cubrían su camiseta blanca. Se trataba más bien de una transformación interna y fundamental, o eso se podía adivinar por el modo en que había cambiado la expresión de su rostro. Antes mostraba el gesto típico de un asesino sin piedad, pero en esos momentos…, en esos momentos, Claire no estaba muy segura de qué se trataba, pero cuando él metió una mano en el bolsillo y sacó un manojo de llaves, rezó para que el cambio fuese a mejor.

Abrió la puerta de la celda sin decir una sola palabra y la miró sin expresión alguna en los ojos antes de inclinar la cabeza hacia un lado por un momento: el gesto internacional de «sal de aquí», si es que existía algo así.

El individuo dio media vuelta y se alejó tambaleante antes de que a ella le diera tiempo a reaccionar. Era evidente que estaba herido por el modo en que se agarraba el estómago con una mano temblorosa. Se dejó caer en una silla que había entre la mesa y la pared más alejada y sacó con sus dedos ensangrentados una pequeña botella que había en uno de los cajones. Sacudió la botellita, del tamaño aproximado de una bobina de hilo, antes de arrojarla con gesto débil al otro lado de la estancia.

—Estupendo —murmuró para sí con voz quebrada.

La botellita, probablemente vacía, cayó repiqueteando por el suelo de cemento y rodó hasta detenerse al lado de la celda. El tipo miró en su dirección con expresión exánime, y su voz mostró un intenso agotamiento.

—Venga. Lárgate de aquí.

Claire dio un paso hacia la puerta pero se detuvo, dudando por un momento mientras se preguntaba si todo aquello no sería más que un engaño muy elaborado. La idea de que le dispararían por la espalda mientras «huía» le pasó por la cabeza, y no le pareció muy descabellada teniendo en cuenta para quién trabajaba aquel individuo. Todavía recordaba con claridad la expresión de su mirada cuando le puso la pistola en la cara, el gesto frío y despectivo que había mostrado en los labios.

Se aclaró la garganta llena de nerviosismo, y decidió probar a pedirle una explicación.

—¿Qué es lo que me estás diciendo exactamente?

—Que eres libre —contestó él antes de ponerse a murmurar de nuevo y hundirse en la silla mientras la barbilla se inclinaba hasta tocarle el pecho—. No sé, a lo mejor queda alguna clase de equipo de fuerzas especiales, las tropas normales han sido aniquiladas… No hay posibilidad de escapar.

Su instinto le indicaba que el guardia realmente pretendía dejarla en libertad, pero no quería arriesgarse lo más mínimo. Salió de la celda y recogió del suelo la botella que él había tirado. Se movió con lentitud y cuidado, sin dejar de vigilarlo. No creía que estuviese fingiendo lo de estar herido: tenía un aspecto malísimo, con una palidez casi cadavérica en su piel oscura, casi como una máscara semitransparente. Ni siquiera respiraba con regularidad, y la ropa le olía a sudor y a humo de alguna clase de compuesto químico quemado.

Le echó un vistazo a la botellita, que más bien era un vial para jeringuilla, que mostraba un nombre impronunciable en la etiqueta. Logró descifrar la palabra «hemostático» en la diminuta letra. «Hemo» se refería a algo relacionado con la sangre, si no recordaba mal… Quizá se trataba de algo para estabilizar las hemorragias.

Quizá tiene una herida interna… Quería preguntarle por qué la dejaba libre, cuál era la situación en el exterior, adonde debería dirigirse después de salir de allí, pero se dio cuenta de que estaba a punto de desmayarse: sus párpados no paraban de aletear.

No puedo marcharme así por las buenas, no sin intentar ayudarlo… ¡A la mierda! ¡Sal de aquí de una vez! Puede que muera… ¡Puede que tú mueras! ¡Echa a correr!

La discusión consigo misma fue breve, y la conciencia triunfó sobre la razón, como solía pasarle casi siempre. Era obvio que él no la había dejado libre por alguna clase de afinidad personal, pero fuese cual fuese la razón, ella se lo agradecía. No tenía por qué soltarla, pero lo había hecho de todas maneras.

—Y tú, ¿qué? —le dijo Claire, preguntándose si podría hacer algo por él. Era evidente que no podría cargarlo por su peso, y no tenía conocimientos médicos como para…

—No te preocupes por mí —contestó él alzando la cabeza un momento, con un tono de voz levemente irritado, como si le hubiese molestado que sacase aquel tema.

Perdió el conocimiento antes de que le diera tiempo a preguntarle lo que estaba ocurriendo en el exterior: se hundió de hombros y el cuerpo quedó inmóvil. Todavía respiraba, pero Claire no creía que sin la ayuda de un médico lo hiciese durante mucho tiempo más.

El encendedor empezaba a quemarle la mano, pero soportó el calor el tiempo suficiente para registrar la pequeña estancia, empezando por la mesa de escritorio. Vio un cuchillo de combate tirado sobre una carpeta, unas cuantas hojas de papel sueltas… Vio su nombre escrito en una de ellas, así que lo leyó mientras se metía la funda del cuchillo en la cintura del pantalón:

«Claire Redfield, prisionera número WKD4496, fecha de transferencia, bla, bla, bla… Trasladada bajo escolta de Rodrigo Juan Raval, jefe de la tercera unidad de seguridad de la filial médica de Umbrella, París.»

Rodrigo. El hombre que la había capturado y que la había dejado en libertad, y que en esos momentos parecía estar muriéndose delante de sus propios ojos. Tampoco es que pudiera hacer nada para impedirlo, a menos que pudiese encontrar ayuda.

Y eso es algo que no puedo hacer si me quedo aquí abajo, pensó cerrando el encendedor recalentado después de acabar con el resto del registro. No encontró nada más que objetos inútiles: un baúl con uniformes de prisioneros que olían a humedad y montones y montones de papeles en los cajones de la mesa. Recuperó los mitones que le habían quitado, sus viejos guantes de montar en moto, y se los puso inmediatamente, agradecida por el escaso calor que proporcionaban. Lo único de lo que disponía para defenderse era el cuchillo. Se trataba de una arma de combate letal en unas manos entrenadas para ello…, algo que, por desgracia, no era su caso.

A caballo regalado…, así que no te quejes. Hace cinco minutos estabas encerrada y desarmada. Al menos, ahora tienes una oportunidad de escapar. Deberías estar contenta y sentirte agradecida de que Rodrigo no hubiese bajado aquí a acabar con tu sufrimiento. De todas maneras, era muy mala en el manejo del cuchillo. Dudó un momento antes de hacerlo, pero al final registró a Rodrigo, aunque no llevaba ninguna clase de arma encima. Encontró un manojo de llaves, pero prefirió dejarlas por temor a que su tintineo llamara la atención en el momento menos adecuado. Si llegara a necesitarlas, podría volver a por ellas. Ya va siendo hora de que salga de la tienda de helados y vea cómo está la calle.

—Vamos allá —se dijo a sí misma en voz baja, tanto para ponerse en marcha como para animarse. Se daba perfecta cuenta de que estaba aterrorizada ante lo que podía encontrarse…, y también de que no tenía otra alternativa. Mientras permaneciese en la isla, Umbrella la tenía atrapada, y hasta que no conociese cuál era la situación, no podría hacer planes para escapar.

Claire empuñó el cuchillo con fuerza y salió de la estancia de la celda, preguntándose si la locura de Umbrella no acabaría nunca.

Alfred Ashford estaba sentado a solas en uno de los peldaños de las amplias e imponentes escaleras de su casa, cegado por la rabia. Por fin habían cesado de caer las oleadas de destrucción de los cielos, pero su casa había quedado dañada, su hogar. La había construido la bisabuela de su abuelo, la inteligente y bella Verónica, que Dios la tuviera en su seno, en aquel oasis aislado que habían bautizado como Rockfort, donde habían logrado llevar una vida encantada tanto ella como sus descendientes a lo largo de las diversas generaciones…, pero en aquel momento, en poco más de un parpadeo, alguna clase de grupo fanático horrible se había atrevido a probar suerte y lo había destruido todo. La mayor parte de la segunda planta había quedado arrasada, con las puertas empotradas en las paredes, y tan sólo se habían salvado sus estancias privadas.

Salvajes incultos, ignorantes. Ni siquiera son capaces de imaginarse la profundidad de su propia ignorancia.

Alexia estaba llorando escaleras arriba, y su delicado corazón sufría sin duda por aquella terrible pérdida. Tan sólo el hecho de pensar en el sufrimiento innecesario de su hermana aumentó todavía más su rabia, haciéndole desear poder golpear algo…, pero no había nadie contra quien descargar su ira; todos los oficiales de mando y los científicos estaban muertos, incluso los miembros de su propio servicio personal. Había visto cómo ocurría todo desde la sala de control secreta repleta de monitores que tenía en su casa. Cada una de las pequeñas pantallas le había contado un suceso diferente, repleto de sufrimiento brutal e incompetencia. Había muerto casi todo el mundo, y los supervivientes salieron corriendo como conejos asustados. La mayoría de los aviones de la isla ya habían despegado. Su cocinera personal fue la única que sobrevivió en la sala común de la mansión, pero se puso a gritar con tanta fuerza e insistencia que tuvo que matarla en persona de un disparo.

Pero nosotros todavía estamos aquí, a salvo de las sucias manos del resto del mundo. Los Ashford sobrevivirán y prosperarán hasta bailar sobre las tumbas de nuestros enemigos, hasta beber champán en los cráneos de sus hijos.

Se imaginó a sí mismo bailando con Alexia, abrazándola con fuerza, danzando al compás de los gritos de dolor de sus enemigos torturados… Sería un éxtasis que compartirían sin dejar de mirarse a los ojos mientras disfrutaban de la sensación de superioridad sobre el resto de los mortales comunes, sobre la estupidez de aquellos que se habían atrevido a intentar destruirlos.

La cuestión era: ¿quién era el responsable de aquel ataque? Umbrella tenía numerosos enemigos desde compañías farmacéuticas competidoras hasta accionistas privados. Lo cierto era que las pérdidas en Raccoon City habían sido desastrosas para el mercado, incluyendo a los pocos competidores de White Umbrella, su departamento de investigación secreta sobre armas biológicas. Umbrella Pharmaceutical, el resultado de los esfuerzos de lord Oswell Spencer y del abuelo del propio Alfred, Edward Ashford, era una empresa muy lucrativa, todo un imperio industrial, pero, sin embargo, el verdadero poder se encontraba en las actividades clandestinas de Umbrella, unas operaciones que habían comenzado a extenderse tanto que ya era imposible que permanecieran ocultas por completo. Además, había espías por todos lados.

Alfred apretó los puños con furia, frustrado, con todo el cuerpo convertido en un cable de alta tensión por la fuerza de rabia…, y, de repente, se percató de la presencia de Alexia a su espalda gracias a un leve aroma de gardenias en el aire. Había estado tan concentrado en su propio caos emocional que ni siquiera la había oído acercarse.

—No debes sentirte desesperado, hermano mío —dijo ella con voz tranquila, y bajó los peldaños para sentarse a su lado—. Al final, nos impondremos a nuestros enemigos; siempre lo hemos hecho.

Lo conocía tan bien. Alfred se había sentido muy solo cuando ella permaneció fuera de Rockfort todos aquellos años, atemorizado de que pudieran perder su «conexión» tan especial… Sin embargo, habían acabado más unidos que nunca. Jamás hablaban de aquel tiempo que permanecieron separados, sobre lo que había ocurrido después de los experimentos efectuados en las instalaciones de la Antártida. Ambos se sentían tan tremendamente felices de estar juntos de nuevo que no querían decir nada que pudiera estropear aquella felicidad. Alfred estaba seguro de que ella pensaba lo mismo.

Se quedó mirándola durante un largo rato, tranquilizado por su grácil presencia, sorprendido, como siempre, de su tremenda belleza. Si no la hubiera oído llorar en su habitación, habría jurado que no había derramado una sola lágrima. Su piel de porcelana era radiante, y sus ojos de color azul cielo eran claros y resplandecientes. Incluso en un día como aquél, tan nefasto, su sola presencia le proporcionaba tanto placer…

—¿Qué haría sin ti? —se preguntó Alfred en voz baja, a sabiendas de que la respuesta sería tan dolorosa que era mejor ni pensar en ella.

Se había vuelto medio loco por la soledad cuando ella había estado fuera, y todavía sufría ciertas crisis extrañas, con pesadillas en las que todavía estaba solo, en las que Alexia seguía alejada de él. Esa era una de las razones por las que él procuraba convencerla de que nunca saliera de su residencia privada, extremadamente protegida, situada detrás de la mansión para los visitantes. A ella no le importaba: seguía con sus estudios y era muy consciente de que era demasiado importante, demasiado exquisita como para que cualquiera pudiera admirarla. Se sentía más que satisfecha con el afecto y las atenciones que su hermano le prodigaba, y confiaba lo suficiente en él como para que fuera su único contacto con el mundo exterior.

Si pudiera quedarme con ella a todas horas, juntos y solos los dos, aquí ocultos… Pero no, él era un Ashford, y era el encargado de velar por los intereses de los Ashford en Umbrella, y el responsable único de todas las instalaciones en Rockfort. Cuando su padre, Alex Ashford, un incompetente, desapareció quince años atrás, el joven Alfred tomó su lugar. Los personajes clave en las investigaciones sobre armas biológicas de Umbrella intentaron mantenerlo apartado de todo el meollo del asunto, pero sólo porque se sentían intimidados por él y por la supremacía natural del mero nombre de su familia. Le enviaban informes de manera regular, donde le explicaban con tono respetuoso las decisiones que habían tomado en su nombre y le dejaban muy claro que se pondrían en contacto de forma inmediata si surgía la necesidad.

Supongo que debería ser yo quien se pusiera en contacto con ellos en estos momentos para contarles todo lo que ha ocurrido… Siempre dejaba ese tipo de asuntos en manos de su secretario personal, Robert Dorson, pero aquel individuo había abandonado su servicio hacía ya unas cuantas semanas para pasar a convertirse en uno más de los prisioneros después de mostrar un exceso de curiosidad en todo lo relativo a Alexia.

Ella estaba sonriéndole en ese momento, y su rostro resplandecía de comprensión y adoración. Sí, era evidente que ella se encontraba mucho mejor desde que había regresado a Rockfort, tan entregada de verdad a él como él mismo había estado entregado a ella toda su vida.

—Me protegerás, ¿verdad? —dijo ella, aunque era más una afirmación que una pregunta—. Descubrirás quién nos ha hecho esto, y luego le demostrarás lo que se sufre por intentar destruir un legado tan poderoso como el nuestro.

Alfred, henchido y embargado por un sentimiento de amor, alargó la mano para tocarla y tranquilizarla, pero se detuvo al recordar que a ella no le gustaba el contacto físico. En vez de eso, se limitó a asentir. Parte de la rabia que sentía regresó al pensar que alguien podía intentar hacerle daño a su amada Alexia. Jamás. Mientras él viviera, eso no ocurriría jamás.

—Sí, Alexia —le dijo con exaltación—. Les haré sufrir, te lo juro.

Vio en los ojos de su hermana que ella lo creía y su corazón se llenó de orgullo. Volvió a pensar en cómo descubrir la identidad de sus enemigos. En su interior no paraba de crecer un intenso odio hacia los atacantes de Rockfort por la mancha de debilidad con la que había intentado salpicar el nombre de los Ashford.

Haré que se arrepientan, Alexia, y jamás olvidarán la lección que les voy a dar.

Su hermana confiaba en él. Alfred moriría antes que defraudarla.