13

La situación se complicó con bastante rapidez en cuanto llegó a aquella isla de mierda.

Chris estaba de pie al borde de un acantilado a primera hora de la noche. Estaba recuperando el aliento y maldiciéndose a base de bien. Todo estaba en aquella bolsa, las armas y la munición, el equipo de escalada para que pudieran bajar al bote, la linterna, el botiquín de urgencia, todo.

Bueno, no todo. Todavía le quedaban tres granadas en el cinturón. Genial. A mitad de camino del risco, pierde el asidero y deja caer la bolsa al mar, pero por lo que parecía, todavía le quedaba sentido del humor.

Sí, eso servirá de mucho para salvarle la vida a Claire. Barry tenía razón. Tendría que haber traído a alguien de apoyo.

Bueno. Podía pasarse todo el puñetero día deseando que las cosas fueran diferentes, o podía ponerse en marcha. Prefirió ponerse en marcha.

Chris se agachó y entró en una cueva baja que había escogido para empezar la búsqueda. Se trataba de una zona aislada, pero sin duda conectada con el resto de las instalaciones. Había un mástil de antena en el exterior, y cuando se irguió después de avanzar unos cuantos pasos, se encontró en el interior de una estancia amplia y abierta. Las paredes y el techo eran de piedra natural, pero el suelo había sido nivelado con arena.

Había luz un poco más adelante, y Chris se dirigió hacia ella cruzando los dedos mentalmente: no deseaba aparecer en mitad de una cena de los miembros del equipo de seguridad de Umbrella. Lo dudaba mucho. Por lo que pudo ver de la isla, el ataque del que había hablado Claire había sido excesivamente brutal.

Estaba a menos de doce pasos de otra estancia, más sombría, cuando la cueva se vio sacudida por un leve temblor que hizo caer polvo y una lluvia de pequeños fragmentos de roca sobre su cabeza, y cerrando la entrada por la que acababa de pasar. Las rocas grandes producían un sonido muy característico al caer. Por lo que parecía, el ataque contra la isla la había dejado en una situación inestable.

—Vaya, genial —murmuró, pero se sintió un poco más contento de llevar las granadas encima. Tampoco es que fueran de mucha ayuda en una situación como aquélla. Incluso en el caso de que pudiera hacer volar las rocas que taponaban la entrada de la cueva sin que se desplomara todo el techo, seguía estando demasiado alto para poder saltar, y la cuerda estaba en la bolsa que había perdido. A menos que hubiera tomado lecciones sin que él lo supiera, Claire no era tan buena escaladora como para poder bajar por aquella pared de roca sin la ayuda de una cuerda…

—¿Qué? —jadeó alguien, y Chris se agachó para tomar una posición defensiva.

Escrutó las sombras y vio a un individuo en el suelo de la cueva, recostado contra una pared. Llevaba puesta una camiseta blanca rasgada y manchada de sangre, lo mismo que sus pantalones y botas militares. Era un guardia de Umbrella, y no se encontraba en buen estado de salud precisamente. De todas maneras, Chris se colocó con rapidez a su lado, preparado para machacarlo a patadas si se le ocurría ni siquiera estornudar.

—No sabía que todavía hubiera alguien más por aquí —dijo el hombre con voz débil antes de toser un poco—. Pensé que era el último que quedaba después de la secuencia de autodestrucción.

Tosió de nuevo. Era obvio que estaba a punto de morir.

Aquellas palabras le provocaron un nudo en el estómago a Chris. ¿Autodestrucción?

Se agachó a su lado e intentó hablar con voz tranquila.

—He venido a buscar a una chica. Se llama Claire Redfield. ¿Sabes dónde está?

Al oír el nombre de Claire, el individuo sonrió, aunque no a Chris.

—Es un ángel. Se marchó, logró escapar. La ayudé…, la dejé libre. Intentó salvarme, pero ya era demasiado tarde.

Chris sintió que sus esperanzas renacían.

—¿Estás seguro de que logró escapar?

El moribundo asintió.

—Oí cómo se marchaban los aviones. Vi cómo un reactor salía de la instalación subterránea, debajo de… —Tosió de nuevo—. Debajo del tanque. Tú también deberías marcharte. Ya no queda nada aquí.

Chris sintió cómo parte de su miedo y de sus tensiones desaparecían, relajando parcialmente sus hombros y el cuello. Si no estaba allí, estaba a salvo.

—Gracias por ayudarla —dijo con sinceridad—. ¿Cómo te llamas?

—Raval. Rodrigo Raval.

—Soy el hermano de Claire, Chris. Déjame ayudarte, Rodrigo. Es lo mínimo que puedo hacer y…

¡Grroooaaarrr!

Un ensordecedor aullido animal resonó por toda la cueva, y en ese mismo instante, otro temblor realmente fuerte sacudió el lugar. El suelo se estremeció con tanta violencia que Chris cayó al suelo, y un chorro de tierra surgió como una erupción. Chris pensó en un primer momento que se trataba de una explosión. Era una fuente de tierra y de rocas que ascendió, y siguió ascendiendo. Chris vio una gruesa capa de cieno cubierto de desechos, olió el hedor a sulfuro y a podredumbre, vio un enorme cilindro de goma que seguía subiendo también.

Y el cilindro aulló de nuevo. Su parte superior se retorció sobre sí misma y unos tentáculos agusanados aparecieron en su enorme boca abierta de par en par. Chris se esforzó por ponerse en pie mientras agarraba una de las granadas que llevaba al cinto…, y la gigantesca serpiente-gusano se abalanzó sobre ellos sin dejar de aullar, con las fauces extendidas…

Se tragó a Rodrigo de un solo bocado antes de meterse en el suelo arenoso donde él había estado sentado. Entró en el suelo como un nadador lo haría en el agua, y su largo y tremendo cuerpo se arqueó para seguir a la cabeza. ¡Dios!

Chris se alejó tambaleándose mientras el suelo continuaba temblando y la criatura excavadora lo cubría todo con una lluvia de fragmentos de rocas, arena y suciedad. Se dio cuenta de que tenía que matarla o largarse de allí con rapidez, porque podía aparecer debajo de él en cualquier momento y acabaría siendo con facilidad otro aperitivo para aquel monstruo.

Corrió hacia la pared exterior de la cueva e ideó un plan en una fracción de segundo antes de que el gusano surgiera del suelo de nuevo a su espalda. Su boca de pesadilla se abrió en el momento en que llegó a su altura máxima y permaneció allí un instante, preparada para abalanzarse sobre él mientras las rocas caían a su alrededor…

Chris le quitó la anilla de seguridad a la granada, tiró del detonador y echó a correr hacia la parte inferior de la criatura, en el punto donde sobresalía del suelo. Una locura, esto es una locura…

Se agachó justo antes de tocar el cuerpo musculoso y repugnante y dejó la granada delante de él, sin dejar de correr, con todo el cuidado que pudo para que no estallara en ese preciso momento…, y después se puso a cubierto detrás del cuerpo serpenteante del gusano, rodando sobre sí mismo antes de cubrirse la cabeza con un brazo al mismo tiempo que el animal se lanzaba a por él, aullando…

¡BOOM!, la explosión hizo estremecerse el suelo con mayor fuerza todavía de lo que lo había hecho el monstruo y el aullido se cortó en seco. El estampido de la granada quedó medio ahogado por media tonelada de tripas del gusano que salieron disparadas en todas direcciones, pegajosas y tibias, que pintaron las paredes de la cueva con manchas viscosas.

Chris rodó sobre su espalda, empapado de restos, y vio la parte delantera del animal retorcerse de forma convulsa, muerta ya…, y cuando sus músculos se tensaron y relajaron por última vez, la serpiente-gusano expulsó una oleada de ácidos estomacales y rocas por su enorme boca, vomitando su última comida.

¡Rodrigo!

Antes siquiera de que el enorme cuerpo se quedara inmóvil por completo, Chris ya estaba al lado de Rodrigo, horrorizado y con una sensación de impotencia por el pobre hombre torturado por un dolor agónico. Estaba cubierto por completo por una capa de bilis amarilla, y Chris vio que en algunos sitios ya había comenzado a atravesar la piel.

Rodrigo dejó escapar un leve quejido lastimero: estaba demasiado debilitado para lograr gritar en lo que tenía que ser un dolor increíble. Chris se quitó la chaqueta que llevaba puesta y le limpió la cara del fluido pegajoso y ácido.

—Te vas a poner bien, tranquilo. No intentes hablar —le dijo Chris, consciente de que Rodrigo moriría en cuestión de minutos, quizá incluso segundos. Siguió hablando, manteniendo un tono de voz tranquilizador a pesar de la desesperación que sentía.

Rodrigo abrió los ojos, y aunque estaban llenos de sufrimiento, también mostraban la mirada lejana y perdida de alguien que estaba a punto de dejarlo todo atrás, de alguien que estaba a punto de verse libre de todo dolor y miedo.

—Bolsillo… derecho… —susurró Rodrigo—. El ángel… me lo… dio… para que… tuviera suerte.

Rodrigó inspiró una profunda bocanada de aire con lentitud, y la dejó salir con la misma lentitud, una exhalación que pareció durar una eternidad, y después murió.

Chris cerró con un gesto automático sus ojos medio abiertos, sintiéndose a la vez triste y aliviado por la muerte de Rodrigo, el fin de una vida, pero también el fin de una agonía.

Descansa, amigo.

Suspiró y metió una mano en el bolsillo indicado por Rodrigo, sintió el metal de un objeto tibio por el contacto con la piel…, y sacó el desgastado y pesado encendedor viejo que le había regalado a Claire hacía ya mucho tiempo. Para que le diera suerte.

Chris lo sostuvo contra su pecho, embargado de repente por una oleada de amor hacia su hermana. Claire había llevado aquel encendedor con ella durante años a todos lados, pero se lo había dado a un hombre moribundo para aliviar su sensación de soledad, que además lo más probable era que fuese uno de los individuos que la habían capturado.

Se lo metió en un bolsillo y se puso en pie, alegre de poder devolvérselo, y de decirle que ella había supuesto una alegría en las horas postreras de la vida de Rodrigo, quien había muerto con una sonrisa en los labios al oír su nombre. Aunque no hiciera falta que rescatara a Claire, el viaje de Chris hasta la isla había merecido la pena y el esfuerzo.

El hedor que inundaba la cueva salpicada de restos empezó a asfixiarlo. Ya sabía que su hermana estaba salvo, por lo que lo único que le quedaba por hacer era regresar a casa. La entrada de la cueva había quedado bloqueada por el alud de rocas, pero si alguien había activado el sistema de autodestrucción de Umbrella… Por lo que parecía, todas sus instalaciones ilegales poseían aquella clase de sistema, ya que era un modo excelente de destruir pruebas si algo salía mal, de manera que no debería tener demasiados problemas en encontrar la instalación subterránea de la que había hablado Rodrigo y ver si quedaba otro avión.

—No hay regreso posible —dijo en voz baja. Rezó una breve oración por el descanso del alma de Rodrigo y se marchó para ver lo que encontraba.

Estaba a punto de producirse un enfrentamiento en una de las pantallas que quedaban de la sala de control, y Albert Wesker, frustrado después de todo un día de búsqueda infructuosa y sin ganas de efectuar otro largo viaje en avión, arrastró una caja y se sentó a observarlo. Ya había enviado a sus chicos de vuelta y estaba solo, excepto que, al parecer, alguien se le había escapado, y ese alguien todavía estaba dando vueltas por la isla.

Aunque no por mucho tiempo más, pensó con alegría. Deseó que la recepción en el monitor fuese de mejor calidad. Gracias a ese fracasado solitario, Alfred Ashford, el sistema de autodestrucción lo había jodido todo, pero por fin estaba a punto de ocurrir algo interesante.

¡Joder, está desarmado!

Sin duda, o era un idiota, o estaba loco o no sabía lo que podía encontrarse en la isla. Wesker sonrió. El tipo desarmado caminaba lentamente por las instalaciones de entrenamiento situadas justo una planta por debajo de él y estaba a punto de encontrarse de frente con una de las creaciones biológicas más recientes de Umbrella, una que había quedado atrapada en el sistema de alcantarillas hasta que Wesker había aparecido por allí y la había dejado libre. Tan sólo los separaba un pasillo. En cuanto aquel idiota doblase la siguiente esquina, lo mataría.

Wesker se colocó bien las gafas de sol, distraído de forma agradable y alejado de sus problemas. Umbrella había bautizado a sus nuevos monstruos con el nombre de «Barredores». Sin embargo, básicamente no eran más que Cazadores con garras envenenadas. Eran enormes, anfibios, y con un comportamiento violento inaudito. En opinión de Wesker, los Cazadores, la serie 121, ya eran unos cabrones de cuidado sin necesidad de añadirles el detalle del veneno.

Pero así eran los de Umbrella. Siempre andaban desperdiciando recursos, jugando en vez de ganar guerras.

Sí, así era, pero en ese momento estaba punto de producirse un baño de sangre. Wesker dejó a un lado el disgusto que sentía hacía la compañía y se inclinó hacia adelante para ver mejor.

El idiota desarmado, un tipo alto de cabello castaño rojizo —eso era lo único que permitía distinguir la estática de la pantalla—, estaba a dos pasos de su desastre personal. El Barredor estaba esperándolo justo al otro lado de la esquina, cuando el individuo se detuvo y retrocedió un paso, pegándose a la pared.

Wesker frunció el entrecejo. El tipo comenzó a retroceder, con lentitud y precaución, sin despegarse de la pared. Bueno, puede que no fuese idiota del todo.

Había recorrido la mitad del pasillo por el que había llegado cuando el Barredor se impacientó y decidió pasar a la acción. No quedaba nada en funcionamiento del sistema de sonido, pero cuando la criatura echó la cabeza hacia atrás en la pantalla, supo que estaba lanzando su feroz aullido, y el grito agudo llegó a Wesker a través de las habitaciones derruidas del edificio una fracción de segundo después.

—Ve a por él —susurró Wesker con voz ansiosa mientras giraba la cabeza para mirar al pobre idiota condenado…, justo a tiempo para verle lanzar algo, algo pequeño y oscuro, en el mismo momento en que el Barredor saltaba saliendo de la esquina sin dejar de aullar. El objeto aterrizó a sus pies, y el edificio se estremeció. Las pantallas se pusieron primero blancas y después negras, y el profundo retumbar de una explosión rugió a través del suelo.

Wesker se quedó sorprendido, y después se sintió furioso. Aquella criatura había sido un logro maravilloso de la ciencia, un guerrero creado para el combate ¿Quién era aquel cabrón que había entrado a tontas y a locas y lo había hecho volar en pedazos?

Un cabrón muerto, pensó Wesker con rabia, quitando la caja de en medio de una patada. Se dirigió a las escaleras y bajó los peldaños de dos en dos, rodeando con cuidado los pocos incendios que todavía ardían. Se dio cuenta de que estaba canalizando toda su frustración y rabia contra el desconocido, pero no le importó lo más mínimo. Alexia no estaba en Rockfort, lo que significaba que tendría que ir nada menos que a la Antártida, donde se encontraba la única instalación donde ella podía estar. ¿Por qué habría ido Alfred allí si no? Y si Wesker no llegaba antes de que ella se despertase, era muy posible que tuviese que marcharse con las manos vacías, lo que representaba un fracaso, y si había algo que Wesker odiaba era perder.

Cruzó las instalaciones de entrenamiento cubiertas de escombros hasta llegar al pasillo que buscaba. Procuró caminar en silencio mientras avanzaba. En el aire todavía quedaban restos de humo cuando dobló la esquina donde se había producido el enfrentamiento, pero quedaba muy poco del Barredor. La mayor parte se encontraba pegada a las paredes y al techo.

Allí estaba, delante y a la izquierda. Podía oler al intruso, olía el miedo y el sudor que emanaba del pequeño laboratorio donde se había ocultado.

Esto te va a doler más a ti que a mí, pensó. Se animó un poco al pensar en aquel pequeño encuentro.

No quería que el desconocido lo hiciese saltar por los aires a él también, así que Wesker no dudó. No le dio al individuo ni el tiempo ni la oportunidad de ponerse paranoico. Entró en la estancia, vio al futuro cadáver de pie y de espaldas a él, y avanzó. Lo hizo del único modo que podía: en un segundo atravesó la puerta, y al siguiente le estaba dando la vuelta al intruso que tenía agarrado por la garganta antes de levantarlo en vilo…, y se encontró mirando al rostro sorprendido de Chris Redfield.

Vaya.

Chris, que había pertenecido a los STARS de Raccoon City, que había participado bajo el mando del propio Wesker en la operación de la mansión Spencer, donde se había encargado de joder por completo todos sus planes. Chris Redfield le había costado dinero, y casi le había costado la vida, pero lo peor de todo era que había sido el responsable del mayor fracaso de toda la carrera de Wesker.

Se recuperó con rapidez de la sorpresa, y una alegría siniestra y maravillosa se extendió por todo su cuerpo.

—Chris Redfield, vivito y coleando. ¿Qué es lo que te trae por Rockfort? Si no te importa decírmelo, vamos…

La voz de Wesker se fue apagando poco a poco mientras miraba el rostro cada vez más rojo de Redfield, que seguía intentando de modo inútil apartar los dedos de su atacante de la garganta. ¡La chica, por supuesto! Ni siquiera sabía que Redfield tenía una hermana, pero la carta enloquecida que Alfred Ashford había dejado atrás de forma tan meticulosa lo explicaba todo, incluidos los planes que tenía reservados para la joven Claire Redfield.

—No está aquí —le dijo Wesker con una sonrisa. Se colocó bien las gafas de sol con la mano libre.

—Estás…, estás muerto —jadeó Chris, y la sonrisa de Wesker se ensanchó. Ni se preocupó por responder a una afirmación tan estúpida.

—Chris, no cambies de tema. ¿No quieres saber dónde está Claire? ¿Sabes que su avión tomó un desvío inesperado hacia la Antártida?

Chris se estaba asfixiando con lentitud, pero Wesker se dio cuenta de que lo que le estaba contando sobre su hermana le hacía más daño que la idea de su propia muerte inminente.

¡Excelente!

—Allí se están llevando a cabo unos cuantos experimentos —susurró Wesker con un tono de voz burlón, como si le estuviera contando un secreto muy preciado—. Tengo planeado ir allí a ver si puedo efectuar uno o dos experimentos por mi cuenta. Dime, ¿tu hermana es atractiva? ¿Crees que le interesaría pasarlo bien un rato? Porque, verás, me estoy empalmando como no te puedes hacer ni idea…

Chris intentó golpear a Wesker, y la furia impotente de sus ojos fue algo enormemente placentero. Por fin, le dio en plena cara y le hizo saltar las gafas de sol, que cayeron al suelo, y Wesker se echó a reír. Parpadeó con lentitud para que pudiera verlo con claridad. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo aspecto, y sus ojos de gato de color rojizo dorado lo sorprendían cuando se miraba en un espejo, y tuvieron el efecto que precisamente había esperado.

—¿Qué…, eres? —jadeó Chris.

—Soy mejor, eso es lo que soy —contestó Wesker—. Verás, tengo nuevos jefes. Después de lo que me pasó en la mansión Spencer me hizo falta un poco de ayuda para lograr ponerme en pie de nuevo, y ellos se mostraron más que dispuestos a proporcionármela. ¿Crees que le gustará a Claire?

—Monstruo —le espetó Chris.

Te voy a enseñar lo monstruo que soy, mierdecilla.

Wesker comenzó a cerrar la mano poco a poco. Vio cómo los ojos de Chris empezaban a salírsele de las órbitas, cómo se le hinchaba una vena de la frente.

Se detuvo al oír el sonido de una risa. Una risa femenina, fría, que llenó la estancia, rodeándolos.

—¿No prefieres jugar conmigo? —dijo una voz. Era la misma mujer, con un tono ronco, sensual y peligroso, y después empezó a reírse de nuevo. Era un sonido bello, inmisericorde, que se fue apagando poco a poco hasta desaparecer.

¡Alexia!

Dios, estaba despierta ya… Wesker pensó en el poder que debía de tener para conseguir verlo allí, para que su mente llegara tan lejos…

Lanzó a Chris a un lado y apenas prestó atención al crujido del yeso cuando su cabeza chocó contra la pared. Estaba concentrado por completo en Alexia. Tenía que llegar hasta ella lo antes posible. Tenía que apoderarse de ella, y no sólo por la muestra, aunque se conformaría con lo que pudiera conseguir.

—Ya voy —dijo.

Recogió sus gafas y se puso en movimiento, cruzando a toda velocidad las instalaciones destruidas para llegar hasta donde lo esperaba su avión privado. Chris representaba su pasado; Alexia Ashford era su futuro.

Chris se puso en pie poco después de que Wesker se hubiera marchado. Le dolía el cuerpo en una docena de sitios diferentes, y la garganta era el peor de todos. No sabía lo que había ocurrido con exactitud, no sabía quién era la mujer de la risa o por qué Wesker se había mostrado tan ansioso de llegar hasta ella, pero en ese momento comprendió quién había atacado Rockfort, y sospechaba el motivo. Albert Wesker debería haber muerto cuando la mansión Spencer ardió hasta los cimientos, pero por lo que parecía, había vendido su alma a cambio de su vida a alguien nuevo, alguien que obviamente era tan inmoral y cruel como Umbrella. Alguien a quien no le importaba en absoluto matar para conseguir lo que quería, algo que Umbrella tenía en su poder.

A Chris no le importaba todo aquello. En esos momentos, lo único que le importaba era Claire y el modo de llegar hasta la instalación de la Antártida. Sabía que Umbrella tenía una base legal allí, tenía que ser la misma, y si no lo era, seguro que alguien sabría dónde se estaban realizando los experimentos.

Le quedaba una granada. Si lograba encontrar el aeropuerto subterráneo no tendría problemas para lograr entrar, y sabía pilotar cualquier cosa con alas. Utilizaría la radio durante el trayecto para localizar con exactitud la base de Umbrella, y si no conseguía una arma, utilizaría las manos desnudas.

Lo único que importaba era Claire. Y él ya estaba en camino.