5
El pretendido muelle no era en realidad un muelle, para disgusto de Steve, y no había ni un solo barco a la vista. Él esperaba un largo malecón con pilotes y gaviotas, toda esa mierda, y media docena de barcos entre los que poder escoger, cada uno de ellos cargado de despensas repletas y camas mullidas. En lugar de todo esto, encontró una diminuta y asquerosa plataforma que se asentaba sobre una zona casi lacustre de un desapacible color gris, protegida del océano por una escollera de roca irregular que apenas podía distinguir en la oscuridad. Había una especie de púlpito con el timón de un barco pegado a él al borde de la plataforma, probablemente algún estúpido monumento al mar o lo que fuera; una mesa decrépita con una especie de basura sobre ella, y un chaleco salvavidas mohoso e infestado de ratas tirado en una esquina, lo que fuera en su día brillante naranja convertido ahora en un sucio color mostaza. Nada más grande que una canoa iba nunca a parar en este muelle; en una palabra: inútil.
Perfecto. ¿Entonces cómo se marchó de la isla toda esa gente, nadando de espalda? ¿Y si hay una pista de aterrizaje, dónde diablos está?
No sólo tenía que buscar ahora otra vía de escape, sino que le había dicho a Claire que viniera aquí. No podía salir volando, pero tampoco quería quedarse mucho tiempo por allí.
También puedes dejarla tirada.
Steve frunció el entrecejo, pateando irritado un trozo totalmente corroído de algún tipo de maquinaria. Tal vez fuera un poco ruidosa, un poco ingenua…, pero le había salvado la vida, eso estaba claro, y su deseo de volver para ayudar a un empleado herido de Umbrella sólo porque la había dejado en libertad…, eso era…, bueno, era bonito, era un acto bonito. Dejarla tirada no parecía lo adecuado.
No muy seguro de qué hacer, se puso a andar hacia el timón (¿no tenía una especie de nombre marinero, una de esas palabras de jerga marinerilla?, no sabía) y lo hizo girar, sorprendiéndole lo suave que daba vueltas considerando la porquería que era el resto del «muelle»…, y con un suave ruido mecánico, la plataforma que tenía a sus pies de pronto se separó del resto y se deslizó sobre el agua, mientras burbujas gigantes comenzaban a atravesar la superficie del agua que tenía enfrente.
¡Dios! Steve se agarró al timón con una mano y apuntó con la otra a las burbujas con una de las Lugers doradas. Si era una de las criaturas de Umbrella, iba a respirar plomo caliente…
Un pequeño submarino se elevó sobre el agua como un pez oscuro y metálico, abriendo la escotilla justo enfrente de sus pies. Una escalera descendía hacia el submarino, que parecía estar vacío. A diferencia de los inservibles alrededores, el pequeño submarino parecía sólido y en buenas condiciones de mantenimiento.
Steve se quedó mirándolo, estupefacto. ¿Qué coño era aquella mierda? Era algo como un cacharro de un parque de atracciones, algo tan raro que no estaba muy seguro qué pensar.
¿Es que acaso esto es más raro que todo con lo que te has topado hoy?
Entendido. El mapa que había consultado en la mansión era un tanto vago, tan sólo un par de flechas y las palabras «muelle» y «pista de aterrizaje»…, y aparentemente tienes que hacer un viaje en submarino para llegar allí. Pues vaya una empresa que era esta Umbrella.
Puso el pie en el primer peldaño y luego dudó: su piel todavía estaba roja del último viaje a lo desconocido. No tenía más ganas de ahogarse que de que lo asaran vivo al horno.
Ah, mierda, no lo sabrás hasta que lo intentes. Otra vez entendido. Steve descendió por la escalera y, cuando saltó del último escalón, activó una placa de presión en el suelo del submarino. Por encima de él, la escotilla se cerró. Rápidamente pisó otra vez y la escotilla se volvió a abrir. Estaba bien saber que al menos no se quedaría sin aire.
El interior del submarino era muy simple, puede que tan amplio como un cuarto de baño grande, dividido en dos por la estrecha escalera. Había un banco acolchado a un lado, la parte trasera del submarino, y una sencilla consola de control al frente.
—Veamos qué es lo que tenemos aquí —murmuró Steve, avanzando hacia los controles. Eran ridículamente sencillos, una única palanca con dos posiciones, que en ese momento estaba en la posición superior, llamada «principal». La posición inferior era «transporte». Steve sonrió, asombrado de que pudiera ser tan fácil. Eso sí que era facilidad de uso.
Dio un toque a la placa de presión y la escotilla se cerró, preguntándose si Claire estaría impresionada por su descubrimiento mientras bajaba la palanca. Escuchó un sonido metálico sordo y suave y el submarino se movió, descendiendo. Sólo tenía un ojo de buey, pero estaba muy oscuro para ver nada aparte de unas pocas burbujas ascendentes.
El viaje sin clímax sorprendente terminó en diez segundos. El submarino pareció detenerse. Escuchó un sonido metálico más agudo procedente de la escotilla, como si se estuviera rozando con algo. Estaba claro que no era un sonido submarino. Hacia adelante y hacia arriba. La escotilla se abrió cuando comenzaba a ascender la escalerilla, el arma firmemente sostenida en la mano…, y salió a una plataforma metálica cercada por paredes de cristal o plexiglás y rodeada completamente por oscuras aguas. Había unos pocos escalones que conducían a un pasillo bien iluminado, donde sólo la pared de la izquierda estaba hecha de agua.
Sí. Era como los tanques de algunos acuarios, donde podías andar por un túnel por debajo del agua y mirar a los peces. A él nunca le habían gustado esas cosas; siempre pensaba que sería muy fácil imaginarse cómo se rompía el cristal justo cuando el tiburón se decidiera a nadar a su lado…, o algo peor.
Y era suficiente. Steve descendió hacia el pasillo y avanzó por él, tomando sus dos primeras curvas y mirando deliberadamente hacia adelante. Era la primera vez desde el ataque a la isla que se había sentido realmente nervioso, no tanto por la claustrofobia sino por una especie de miedo primitivo, de que algo apareciera de repente de las oscuras aguas hacia el cristal, un animal u otra cosa: una mano pálida, tal vez, o puede que un muerto, con su blanca cara apretada contra el cristal, sonriéndole…
No podía evitarlo. Echó a correr, y cuando el corredor terminó en una puerta que aparentemente proporcionaba una salida de la habitación del agua, se llamó cobarde, aunque se sintiera aliviado.
Empujó la puerta y vio dos, tres…, cuatro zombis en total, y todos ellos bastante contentos con su compañía. Se dieron la vuelta y comenzaron a cojear o tambalearse en dirección hacia él. Sus ropas hechas jirones, no cabía duda de que eran uniformes de Umbrella, les colgaban de los brazos abiertos. Había en el ambiente un olor a pescado muerto.
—Unnnh —murmuró uno de ellos y los otros lo imitaron. Los gemidos eran extrañamente suaves, con un sonido lejano y de cierta tristeza. Considerando que Umbrella se lo había hecho pasar muy mal, no es extraño que no sintiera mucha simpatía por ellos. Ninguna, de hecho.
La habitación estaba dividida en dos por una pared, pero los tres zombis de la izquierda no podían ver al solitario caminante de la parte derecha…, aunque tal vez sí pudieran, pensó, mirando con más detenimiento. Cada miembro del trío tenía unos ojos de un extraño rojo oscuro que parecían brillar. Le recordaban una película que había visto una vez, una sobre un hombre que tenía visión de rayos X y que veía todo tipo de mierdas.
Supongo que nunca sabremos qué es lo que ven. Steve apuntó al más cercano, cerró un ojo y ¡bang!, justo en medio del lóbulo frontal, un agujero limpio apareció en su frente verde grisácea como por arte de magia. Los ojos rojos de la criatura parecieron difuminarse y extinguirse en su caída, primero de rodillas, y luego al suelo, tan largo como eran, ¡splash!
Los compañeros del zombi no parecieron hacer mucho caso y siguieron avanzando. Un mostrador había detenido el avance del caminante solitario, aunque él continuaba andando, aparentemente sin percatarse de que no estaba yendo a ningún sitio.
Steve apuntó al siguiente del mismo modo que al primero, de un solo disparo, pero por alguna razón, no se sentía muy bien con ello. Dispararles de esa manera. No le había molestado antes, allá en la prisión. Entonces se había sentido bien, incluso poderoso; había estado encerrado en aquel infierno durante tanto tiempo que se sentía muy cabreado, y con buenas razones para ello, y recuperar cierto control en esos momentos había sido como un regalo, como un gran regalo de Navidad que un niño lleva esperando todo el año, como él solía esperar…
Cállate. Steve no quería pensar en ello, eso eran tonterías. Así que no se sentía como para aplaudir cada vez que tumbaba a uno de ellos, ¿y qué? Todo lo que quería decir era que se estaba aburriendo.
Disparó a los dos últimos rápidamente, disparos que parecieron más estruendosos que los anteriores, prácticamente ensordecedores. Echó un rápido vistazo alrededor en busca de algo útil, si unos clips y unas viejas tazas mugrientas fueran de alguna utilidad…, ése era su día de suerte y ya estaba listo para continuar. Había dos puertas en la pared trasera, una a cada lado de la habitación; eligió la izquierda por una cuestión de principios. Había leído en algún sitio que cuando se da a elegir, la mayoría de la gente elegía la derecha.
Después de comprobar la munición, pasó al lado de un gran tanque de peces vacío que dominaba la parte izquierda de la habitación y, cuidadosamente, abrió la puerta y abarcó todo lo que pudo de una sola mirada. Oscuro, cavernoso, olía a agua salada y a aceite, nada se movía. Entró dentro, moviendo la Luger de lado a lado…, y soltó una carcajada, un arrebato de pura alegría que recorrió todo su cuerpo mientras el eco de su risa volvía a él. Era el hangar de un hidroavión, y había un gran hidroavión allí, enfrente de él. Grande para él, que había volado más que nada en pequeños aviones privados de dos motores.
Muy contento, Steve se dirigió hacia el aparato, que se encontraba justo debajo de la plataforma de malla metálica que tenía bajo sus pies. Era un piloto sin experiencia, pero se imaginaba que probablemente sabría lo suficiente como para no irse al suelo.
Lo primero, súbete a él y comprueba el combustible, su estado general, apréndete los mandos…
Se detuvo al borde de la plataforma y miró hacia abajo, frunciendo el entrecejo. Se encontraba por lo menos a tres metros por encima de la escotilla delantera, que parecía estar muy bien cerrada.
A su izquierda había un tablero de maquinaria que tenía algunos paneles encendidos. Steve se acercó y les echó un vistazo, sonriendo cuando vio un mando para poner en marcha el ascensor de carga. El sistema también debía abrir la puerta del avión, de acuerdo con un diminuto diagrama.
—Listo —dijo, moviendo el interruptor. Un fuerte y chirriante ruido mecánico resonó por todo el hangar gigante, haciéndole estremecerse, pero se detuvo después de unos pocos segundos, al tiempo que un pequeño ascensor se paraba al borde de la plataforma.
Subió al ascensor, estudió el panel de control…, y comenzó a maldecir, cada una de las palabras malsonantes que conocía, dos veces. Junto a un trío de espacios de forma hexagonal estaban las palabras: «Introducir aquí las llaves maestras». Si no había llaves, no se podía poner en marcha.
¡Podían estar en cualquier sitio de esta maldita isla! ¿Y qué posibilidades hay de que las tres malditas llaves estén juntas?
Tomó aire, se intentó calmar un poco y pasó los siguientes minutos tratando de descubrir cómo estaban conectados los controles del avión al resto del sistema, buscando una forma que no hiciera necesarias las llaves. Y tras una cuidadosa y elaborada deliberación, comenzó a maldecir otra vez. Cuando acabó por cansarse de ello, se rindió a lo inevitable.
Steve se dio la vuelta y comenzó a buscar alrededor, mirando inquisitivamente en cada oscura rendija, formulando teorías sobre dónde podrían estar las llaves maestras, mientras deslizaba las manos sobre todos los grasientos y polvorientos armarios de la maquinaria. Decidió que iba a bailar sobre los huesos del próximo empleado de Umbrella que abatiera, sólo por el mero hecho de trabajar en un sitio tan innecesariamente complicado. Llaves, emblemas, pruebas, submarinos; era un milagro que llegaran a acabar algo.
El portador del virus vestía una bata de laboratorio y su mandíbula inferior se había caído en algún sitio, o se había roto; borboteaba y balbuceaba de forma horrible, su lengua infestada de gusanos yacía inerte en medio de la garganta. Claire no sabía si había sido un hombre o una mujer, aunque suponía que tampoco importaba mucho. Tan penoso como asqueroso, lo libró de sus miserias con un único disparo a la sien y luego registró la zona, la oficina del laboratorio, el pequeño almacén, antes de volver al salón, desanimada por la apabullante falta de éxito.
La entrada a la que había vuelto desde la mansión se abría a un patio de tierra prensada razonablemente grande, más parecido a la prisión que al palacio, aunque incluso después de registrar unas pocas habitaciones seguía sin tener claro dónde estaba exactamente: tal vez en alguna clase de instalación para pruebas o un campo de entrenamiento para guardias o soldados.
Puede que sólo un edificio diseñado para destruir la esperanza, pensó sombríamente, mirando hacia la puerta delantera. Había entrado hacía unos diez minutos, esperando que Rodrigo no estuviera ya muerto, que Steve hubiera encontrado un bote, que el señor Loco Ashford y su hermana no estuvieran planeando hacer volar la isla…, pero en sólo diez minutos estas esperanzas habían sido totalmente pisoteadas. Todo lo que ella realmente quería ahora era un maldito frasco de medicina, porque así estaría un paso más cerca de irse.
Primero lo había intentado en el piso de arriba, padeciendo una vibrante pequeña aventura que había recortado unos pocos años de su vida. Todo lo que había descubierto era un pequeño laboratorio cerrado, con muchos cristales rotos en el suelo procedentes de lo que parecían tanques rotos de sujeción. Había visto los daños a través de una ventana de observación y estaba a punto de irse cuando un pobre y ensangrentado hombre vestido con un traje de seguridad se lanzó contra el cristal. Ese había sido su último acto. El traje obviamente no le había venido muy bien: su cabeza prácticamente había explotado, recubriendo el interior del casco de sangre. Tampoco le había venido nada bien al corazón de ella, ya que le dio un susto de muerte, y toda la experiencia del piso de arriba había sido rematada por el cierre de una compuerta de emergencia, aparentemente accionado por el hombre del traje. Prácticamente tuvo que tirarse escaleras abajo para evitar quedar atrapada.
Buuuff.
Había tenido que matar a nueve zombis de momento, tres de ellos vestidos con batas de laboratorio, y ni uno tenía siquiera una muestra de algodón. Nada en el vestuario, y había revisado prácticamente cada una de las malditas taquillas, encontrando suspensorios y artículos pornográficos, pero poco más; nada en la pequeña y extraña ducha, nada de nada. Ella pensaba que una empresa farmacéutica podría tener unas cuantas medicinas por algún sitio, pero cada vez parecía algo más dudoso.
Claire volvió al gran salón que arrancaba del primer piso del edificio, que se abría a un patio exterior. Esperaba encontrar algo para Rodrigo sin tener que salir del propio edificio, pero no parecía posible.
Si me pierdo, puedo sencillamente seguir el rastro de los cadáveres, pensó, andando deprisa por el inclasificable corredor. No era divertido, pero no se sentía muy políticamente correcta en ese momento. También empezaba a tener poca munición, lo que hacía que se sintiera incluso menos inclinada a un estado positivo de ánimo.
Pasó del relativo calor del salón al patio envuelto en niebla, con olores del océano que inundaban la fría noche gris. Un pequeño fuego lucía contra una pared. Toda la instalación de Rockfort estaba extrañamente diseñada, pensaba, una singular combinación de lo antiguo y lo moderno. Ineficaz, pero interesante; el pequeño patio estaba recubierto de adoquines; seguro que no era un añadido reciente…
Claire se quedó helada. El estrecho haz de luz rojo de un láser cortó la niebla frente a ella, moviéndose en su dirección desde algún punto más arriba. Un balcón a su derecha, las escaleras contra la pared este.
¡Escaleras, a cubierto!
Eso fue todo lo que tuvo tiempo de pensar antes de que el pequeño punto rojo se moviera vacilante sobre su pecho. Se tiró a un lado justo cuando el primer disparo atravesó el frío aire, enterrándose en una fuente miniatura hecha de fragmentos de piedra.
Dio vueltas por el suelo hasta ponerse en pie y salió corriendo hacia las escaleras, la luz roja saltando de un lado a otro, intentando encontrarla. ¡Bang!, un segundo disparo falló, pero pasó lo bastante cerca como para que ella pudiera oír el modo en que cortaba el aire con un zumbido muy agudo. Pudo ver un instante al tirador justo antes de agacharse detrás de una balaustrada baja de piedra, no muy sorprendida de ver pelo rubio liso por detrás y una chaqueta roja con ribetes en oro.
Estaba más enfadada que asustada por no haber tenido más cuidado después de todo por lo que había pasado…, y porque casi había acabado con ella aquel pequeño psicópata elitista.
Esto tiene que acabar ya. Claire alzó el arma por encima de la balaustrada de piedra y disparó dos ráfagas en la dirección en la que se encontraba Alfred. De inmediato obtuvo la recompensa de un grito de sorprendida ira. No es tan divertido cuando los campesinos contestan, ¿eh?
Dispuesta a aprovecharse de la sorpresa, Claire subió tres escalones gateando y se arriesgó a asomarse por encima de la balaustrada, justo a tiempo para verlo correr a través de una puerta de la pared oeste y cerrarla de golpe.
Subió las escaleras y salió detrás de él, abriendo la puerta de un empujón y corriendo a través de un salón iluminado por la luna, donde columnas de fría luz atravesaban las sombras. La decisión de perseguirlo no había sido consciente, sencillamente lo hizo, sin querer volver a caer en otra de sus emboscadas. Podía ver al final del salón lo que parecía una máquina de bebidas, y podía oír el sonido de sus pisadas a la carrera… Oyó cómo se cerraba de golpe una puerta justo antes de que alcanzara el extremo del corredor, una pequeña habitación con dos decrépitas máquinas de comida y bebida y dos puertas para escoger entre ellas.
Claire dudó, mirando a ambas puertas…, pero al final puso las manos en las rodillas para tomar aire, abandonando la persecución. Por lo que sabía, él estaba al otro lado de una de esas puertas, esperando a que ella la atravesara.
Apúntale una al chiflado. No ha sido una gran victoria, de todas formas. Con suerte, pronto estaría lejos de la isla, y Alfred Ashford sólo sería otro mal recuerdo.
Un momento después se irguió y se dirigió a comprobar las máquinas, una de aperitivos y la otra de bebidas. De repente se dio cuenta de que estaba muy hambrienta y que tenía una sed increíble.
Las máquinas estaban averiadas, pero un par de buenas y contundentes patadas solucionaron el problema. La mayoría no valía para nada, pero había varias bolsas de frutos secos surtidos y unas pocas latas de zumo de naranja. No era exactamente una cena para chuparse los dedos, pero considerando las circunstancias, había sido una cosecha plena de recompensas. Comió rápidamente y metió unas pocas bolsas sin abrir en los bolsillos del chaleco para más tarde, sintiéndose más centrada casi inmediatamente.
Así que…, ¿puerta número uno o puerta número dos? Vamos a ver, elijamos una… La puerta gris, a la derecha del corredor. Dudaba de que Alfred tuviera la paciencia de estar todavía esperando, pero aun así se fue acercando poco a poco y con mucho cuidado a la puerta, por si acaso, empujándola con el cañón de la 9 milímetros.
Claire se relajó. Una pequeña y acogedora habitación, un par de sofás, una antigua máquina de escribir sobre una mesa y un gran y polvoriento baúl en una esquina. Parecía segura: Alfred debía de haberse ido por la puerta número uno. Entró dentro para registrarla, atraída por un pequeña pila de objetos de todo tipo sobre uno de los sofás…, y se quedó sin respiración, con los ojos abiertos como platos.
¡Gracias, Alfred!
Alguien había tirado sobre el sofá los contenidos de una riñonera, que se encontraba allí, arrugada, al lado del montón. Allí había dos agujas esterilizadas y una jeringuilla, un paquete de cerillas impermeables, media caja de munición de 9 mm…, y una pequeña y medio llena botella del mismo líquido hemostático que Rodrigo necesitaba, exactamente lo que ella había estado buscando. También había otras cosas de todo tipo en el improvisado botiquín de emergencia, un bolígrafo, un pequeño destornillador plano, un condón envuelto en papel de aluminio…, al final, puso los ojos en blanco, sonriendo. Interesante lo que algunas personas consideran necesidades básicas. Su sonrisa se desvaneció cuando vio las manchas de sangre de la riñonera, pero se seguía sintiendo mejor que en los días anteriores.
Volvió a llenar la riñonera y se la ató un poco baja a la cadera, traspasando unas pocas cosas de sus bolsillos llenos. Apenas podía creer la suerte que había tenido. La medicina era lo que más la preocupaba, pero había sido un alivio increíble encontrar algo de munición. Incluso un simple cargador era en esos momentos un regalo de los dioses.
Una búsqueda por el resto de la habitación no dio ya más resultados, aunque tampoco le importó. Se sentía como si el final estuviera al alcance de la mano, un final a esta horrible y espantosa noche.
Vuelve a la prisión, dale las medicinas a Rodrigo y luego vete a ver si Steve ha tenido suerte en su lucha por conseguirnos un billete a casa, pensó alegremente, saliendo de la habitación. Había sido un día muy duro, pero comparado con Raccoon, había sido como un día en el campo…
El fuerte ruido de la compuerta cerrándose la despertó de golpe, el momento de felicidad volatilizado mientras el corredor, su salida, quedaba bloqueado con un golpe atronador.
Claire corrió a la compuerta metálica y la golpeó con el puño, plenamente consciente de que no tenía ninguna posibilidad. Estaba encerrada y la única posibilidad de escape que tenía ahora era la puerta que no había probado. Aquella por la que escapó Alfred.
—Bienvenida, Claire —dijo en alto una voz, tan altanera y pretenciosa como recordaba, con la misma inflexión despreciativa que antes. Había un altavoz intercomunicador por encima de una de las máquinas de comida, en la esquina superior de la habitación.
Hooola, Alfred, pensó lúgubremente, no dispuesta a darle la satisfacción de sentir su ira o su miedo. Todas las instalaciones estarían probablemente cableadas y dotadas de micrófonos; había sido una estúpida por no pensar en ello, y sólo porque no viera una cámara no quería decir que no hubiera ninguna.
—Estás a punto de entrar en una zona especial de juegos de todo tipo —continuó Alfred—, y tengo un amigo a quien me gustaría mucho que conocieras; creo que jugaréis bien juntos.
Qué bien, no puedo esperar.
—No te mueras demasiado pronto, Claire. Quiero disfrutar de todo esto.
Soltó una carcajada, esa loca, enervante y característicamente artificial risa nerviosa suya, y luego desapareció.
Claire se quedó mirando sin comprender a la puerta que se suponía que tenía que atravesar, calculando sus posibilidades. Eso era probablemente lo mejor que le había enseñado Chris, que siempre había opciones; puede que todas fueran una mierda, pero siempre había una posibilidad a pesar de todo, y pensar ahora en esas alternativas tenía un efecto tranquilizador.
Puedo esconderme en la habitación a prueba de intrusos y vivir de golosinas hasta que aparezcan los de Umbrella. Puedo sentarme aquí y rogar que algún grupo amigo venga milagrosamente a rescatarme. Puedo intentar atravesar la compuerta metálica o una de las paredes…, con este destornillador y un poco de paciencia probablemente pueda atravesarlas en unos diez mil años. Puedo pegarme un tiro. O puedo atravesar la puerta de la zona de juegos de Alfred y ver qué es lo que hay que ver.
Había unas cuantas variantes, pero creía que éstas resumían todas las demás…, y tan sólo una tenía sentido.
¡Técnicamente, ninguna tiene sentido!, gritaba parte de ella. ¡Debería estar ahora en mi habitación, comiendo pizza fría y empollando para algún examen!
Echó mano a un nuevo cargador completo y puso otro en su sujetador para que estuviera a mano. Era hora de ver qué se traían entre manos Alfred y sus secuaces de allí mera, de ver si Umbrella ha conseguido la fórmula del guerrero bio-orgánico perfecto.
Claire avanzó hacia la puerta y se detuvo, preguntándose si debería ir a la batalla con algún profundo pensamiento sobre su vida, o sobre el amor, preguntándose si estaba preparada para morir…, y decidió que podía preocuparse de todo eso más tarde. Si no había un más allá, no tenía por qué preocuparse por él, ¿no?
—Madre mía, qué inteligente soy —murmuró, y abrió la puerta de un empujón antes de perder la calma.