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Claire apagó el encendedor a los pies de la escalera e inspiró profundamente mientras intentaba prepararse en su fuero interno para enfrentarse a lo que pudiera encontrar allí afuera. El frío del pasillo a oscuras que se alargaba a su espalda la empujaba como una mano helada, pero siguió dudando. La empuñadura del cuchillo que sostenía en la mano ya estaba empapada de sudor. Metió el encendedor aún caliente en un bolsillo del chaleco. No es que deseara mucho subir las escaleras y salir a lo desconocido, pero no tenía ningún otro sitio al que ir, a menos que quisiese regresar a la celda. Podía distinguir el olor a humo aceitoso procedente del exterior, y adivinó que las sombras parpadeantes en la parte superior de la escalera de peldaños de cemento indicaban la existencia de un incendio.

Pero ¿qué es lo que hay afuera exactamente? Al fin y al cabo, estamos en una instalación de Umbrella…

¿Qué pasaría si estuviese ocurriendo lo mismo que pasó en Raccoon City, si el ataque a la isla hubiese provocado otro escape del virus, o que anduviesen sueltas algunas de las abominaciones animales que Umbrella continuaba creando una y otra vez? A lo mejor Rockfort tan sólo era una prisión para los enemigos de la compañía. Quizá los prisioneros se habían escapado y se habían sublevado, quizá la situación sólo era mala desde el punto de vista de Rodrigo…

Quizá podrías subir las puñeteras escaleras y descubrirlo en vez de quedarte aquí como un pasmarote intentando adivinarlo, ¿vale?

Claire, con el corazón palpitándole con fuerza, se obligó a sí misma a subir el primer peldaño, preguntándose por qué en las películas todo aquello parecía tan fácil, cómo era posible que la gente se lanzase de cabeza de forma tan valiente hacia un peligro bastante probable. Después de lo que había ocurrido en Raccoon City, ella sabía que no era así en realidad. Puede que no tuviera muchas opciones entra las que elegir, pero eso no significaba que no sintiese temor. Si se tenía en cuenta tal como estaba la situación, sólo un imbécil completo no estaría atemorizado.

Subió con lentitud, prestando atención a todo con sus cinco sentidos mientras la adrenalina inundaba su sistema sanguíneo. Recordó el breve vistazo que había podido echarle al pequeño cementerio cuando pasó por allí escoltada por los guardias. Allí no podría conseguir ayuda. Tan sólo había visto unas cuantas lápidas, y también se acordó de que estaban demasiado ornamentadas para pertenecer a un simple cementerio de prisión. Estaba claro que había un incendio en algún lugar cerca del final de la escalera, aunque no debía de ser muy grande. No le llegaba ninguna sensación de calor, sólo una brisa fresca y húmeda que le llevaba el fuerte olor a humo. Todo parecía tranquilo, y al llegar al final de la escalera pudo oír el siseo de las gotas de agua al entrar en contacto con las llamas. Era un sonido extrañamente tranquilizador.

Vio el origen del incendio al salir del pozo de la escalera. Se encontraba a pocos metros de la salida. Un helicóptero se había estrellado contra el suelo y buena parte de él estaba esparcida y envuelta en llamas, produciendo un humo espeso y aceitoso. Había una pared a su izquierda, justo detrás de los restos en llamas. A la derecha se abría el espacio ocupado por el cementerio, un sitio lúgubre invadido por la lluvia cada vez más espesa y la noche que iba cayendo.

Claire entrecerró los ojos para ver con mayor claridad en la penumbra del anochecer lluvioso y distinguió unas cuantas siluetas oscuras, aunque ninguna de ellas parecía moverse. Sin duda, más lápidas. Un susurro de alivio pareció recorrer el borde de su ansiedad. Fuese lo que fuese que había ocurrido, ya había acabado.

Pensó que era sorprendente que se pudiera sentir aliviada de encontrarse en mitad de un cementerio y ya casi de noche. Seis meses atrás, su imaginación habría creado todo tipo de entes y situaciones horribles. Al parecer, los fantasmas y las almas malditas ya no entraban en su categoría de seres atemorizadores después de haber visto los monstruos creados por Umbrella.

Giró hacia la derecha y siguió el sendero, avanzando con lentitud mientras recordaba cómo la habían llevado por el cementerio antes de hacerla bajar a empujones por las escaleras. Creyó distinguir la forma de una puerta más allá de la línea de lápidas situadas en el centro de aquel camposanto. Sin duda, se trataba de una abertura en la pared más alejada…

Y, de repente, se encontró volando, con el sonido de una explosión a su espalda martillándole los oídos: ¡BAMMM! Una ola de calor abrasador la lanzó contra el barro. El crepúsculo húmedo se hizo súbitamente mucho más brillante y el hedor a sustancias químicas en llamas la asaltó, haciendo que le picaran los ojos y la nariz. Se estrelló contra el suelo sin poder amortiguar su caída, pero al menos pudo evitar apuñalarse con el cuchillo de combate que empuñaba. Todo ocurrió con tal rapidez que apenas pudo notar sentirse confundida.

No pienses… Estoy herida… El depósito de combustible del helicóptero debe de haber estallado…

—Nnnnnnn…

Claire se puso en pie casi de un salto. Aquel gemido lastimoso e inconfundible le provocó una actividad rayana al pánico. Al primer sonido se le unió otro, y otro más. Se giró en redondo y vio al primero que avanzaba tambaleante hacia ella procedente de lo que quedaba del helicóptero. Era un hombre con el cabello y las ropas en llamas. La piel de su cara se estaba llenando de ampollas y ennegreciéndose.

Se giró hacia el otro lado y vio a otras dos criaturas levantándose a rastras del suelo. Sus rostros tenían un color blanquecino y gris repugnante, y alargaban sus dedos esqueléticos como garras hacia ella, agarrando el aire mientras avanzaban en su dirección.

¡Mierda!

Al igual que había ocurrido en Raccoon City, el virus sintetizado por Umbrella había convertido a aquellas personas en zombis y les había robado su humanidad y sus vidas.

No tenía tiempo para sentir incredulidad o desesperación, no con aquellas tres criaturas acercándose cada vez más, no cuando se dio cuenta de que había unas cuantas más al otro lado del sendero. Salieron tambaleándose de las sombras, y todos aquellos rostros sin expresión, lacios, brutales, se giraron hacia ella con lentitud, con las bocas abiertas y las miradas vacías y sin vida. Algunas llevaban puestas uniformes de camuflaje o de color gris: guardias y prisioneros. Al parecer, después de todo, se había producido otro escape del virus.

—Nnnnn…

—Aaaaannnnnn…

Los gemidos, que se solapaban unos a otros, representaban a la perfección un sentimiento de ansia, el sonido quejumbroso de un hombre hambriento al ver un festín. ¡Maldita fuese Umbrella por lo que había hecho! Aquella transformación de unos seres humanos en criaturas moribundas y sin mente que se pudrían mientras caminaban era algo más que simplemente trágico. El destino inevitable de cada uno de los portadores del virus era la muerte, pero no podía lamentarse por ellos, no en aquel preciso momento. Su necesidad de sobrevivir limitaba su capacidad de compadecerlos.

¡Vete, vete, VETE YA!

La evaluación y análisis que hizo de la situación duraron menos de un segundo antes de ponerse en marcha. No tenía ningún plan aparte de alejarse de allí. Tenía el camino bloqueado en ambas direcciones, de modo que se dirigió hacia el centro del cementerio pasando por encima de las lápidas de mármol que indicaban el lugar de descanso de los que estaban muertos de verdad. Los tejanos estaban húmedos y llenos de barro, se le pegaban a las piernas dificultando su avance, y las botas resbalaban sobre las lápidas desgastadas. Sin embargo, logró subir a dos de ellas y mantener el equilibrio. Estaba fuera de su alcance, de momento.

¡De momento! Tienes que salir de aquí, y zumbando.

El cuchillo no serviría para nada. No se atrevía a acercarse lo suficiente para utilizarlo: un buen mordisco, uno solo, de una de aquellas criaturas, y acabaría uniéndose a ellas, eso si no se la comían antes.

El que tenía la cara ennegrecida era el que estaba más cerca. El cabello ya le había desaparecido, fundido por completo, y parte de la camisa seguía ardiendo. Ya estaba lo bastante cerca para que Claire pudiera oler con claridad el fuerte hedor grasiento y nauseabundo de la carne quemada, incluso por encima de la peste del combustible que había ardido hasta abrasarla. Le quedaban diez, quince segundos como mucho, antes de que estuviera al alcance de sus manos.

Echó un vistazo a la esquina sureste del cementerio con los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Sólo había dos zombis que se interponían entre ella y la salida, pero dos eran más que suficientes: no lograría pasar entre ellos. Sabía por su experiencia en Raccoon City que eran bastante lentos y que su capacidad de razonamiento era nula. En cuanto divisaban a su presa, se movían en línea recta hacia ella, sin importarles lo que hubiera en el camino. Si pudiera atraerlos para alejarlos de la puerta…

Era una buena idea, sólo que allí había demasiados. Eran unos seis o siete en total, y acabarían rodeándola.

No si permanezco sobre las lápidas.

Había varios zombis a ambos lados de la línea central de lápidas, pero sólo uno al final de la misma, justo frente a ella y ese precisamente no tenía muy buena pinta: le faltaba un ojo, y uno de los brazos le colgaba, roto.

Se trataba de un plan arriesgado: si tropezaba, aunque fuera una sola vez, estaría perdida, pero el individuo achicharrado ya estaba alargando las manos temblorosas y quemadas hacia uno de sus tobillos mientras la lluvia repiqueteaba sobre el rostro girado hacia arriba.

Claire saltó y agitó los brazos cuando aterrizó con los dos pies sobre el estrecho extremo superior de la siguiente lápida de la línea. Empezó a inclinarse hacia adelante y retorció y dobló el cuerpo para intentar mantener el centro de gravedad, pero fue inútil. Iba a caerse…, y sin pensárselo, saltó rápidamente de nuevo, y luego otra vez, utilizando las lápidas de tamaño desigual como piedras en el cauce de un río y su falta de equilibrio como un empuje para seguir avanzando. Un portador del virus de rostro gris ceniciento intentó atraparla por una de las piernas, gimiendo por el hambre febril que sentía, pero ella ya había pasado de largo en pleno salto hacia la siguiente lápida. No tenía tiempo para pensar cómo iba a lograr detenerse, lo que le vino bien…, porque aquel sendero tan extraño se acabó un salto más tarde y terminó en un aterrizaje bastante torpe sobre un hombro contra el suelo embarrado un metro por debajo de ella.

Una caída fuerte y dura, pero Claire se dejó llevar por el impulso y se puso en pie enseguida, pero por los pelos, porque las piernas patinaban en el barro resbaladizo. El zombi tuerto se tambaleó hacia ella, gorgoteante y ya muy cerca…, pero ella se apartó con rapidez y se mantuvo en su lado ciego, con el cuchillo preparado en la mano. La criatura intentó girarse una vez más para encontrar su comida, pero ella volvió a mantenerse sin problemas fuera de su limitado campo visual.

Se arriesgó a echar un vistazo y a apartar la mirada de aquella extraña danza macabra y se dio cuenta de que los demás zombis ya se estaban acercando. La lluvia arreció y le limpió el barro del cuerpo.

Funciona. Unos cuantos segundos más…

El zombi tuerto, frustrado por su falta de éxito, manoteó en el aire con su brazo bueno. Las uñas sucias y ennegrecidas de su mano arañaron el chaleco de la chica, y la criatura gimió con ansia mientras sus dedos se esforzaban por agarrarse a la tela húmeda sin conseguirlo.

Dios, me está tocando…

Claire dejó escapar un grito lleno de miedo y de asco y le lanzó varias cuchilladas, abriéndole unos cuantos tajos en la muñeca por los que apenas salió algo de sangre. El zombi continuó agarrándola, sin hacer caso en absoluto del daño que estaba sufriendo y acercándose todavía más a ella. Claire decidió que había llegado el momento de marcharse.

Echó hacia atrás los brazos, cerró los puños y dio un tremendo empujón con todas sus fuerzas sobre el pecho de la criatura. Se giró hacia la fila de lápidas mientras el zombi caía al suelo. Los otros ya estaban mucho más cerca.

Nunca supo cómo había logrado subirse de nuevo con tanta rapidez. Un momento antes estaba en el suelo, y al siguiente ya estaba encima de un bloque de granito pulido. Vio que la salida estaba despejada y que todos los zombis se encontraban agrupados cerca de la pared occidental.

Su segundo trayecto a saltos fue sólo un poco más controlado que el primero. Cada salto era un salto de fe, con la confianza de que no resbalaría y se heriría de gravedad. La lluvia estaba disminuyendo y pudo distinguir los sonidos húmedos del arrastrar de pies de sus perseguidores. A menos que recordaran de repente cómo debían echar a correr, todos estaban ya demasiado lejos para alcanzarla.

Ahora sólo tengo que rezar para que la puerta no esté cerrada con llave, pensó con cierta confusión mientras bajaba de un salto de la última lápida. El portón estaba abierto, pero la puerta que se encontraba al otro lado no lo estaba. Si la habían cerrado con llave, lo más probable es que fuera su final.

Con tres grandes zancadas cruzó el espacio que la separaba del portón y atravesó el umbral. Alargó la mano para empuñar el picaporte de la puerta de metal abollado encajada en la pared de piedra: se abrió con un chasquido suave. Avanzó con el cuchillo por delante, preparada, pero con la esperanza de que si no había más zombis al otro lado, al menos tendría probabilidades de sobrevivir. Los caníbales que habían quedado a su espalda se lamentaron de su pérdida gimiendo en voz alta en cuanto ella cruzó por completo la salida.

La puerta daba a una especie de patio repleto de pilas de restos metálicos procedentes de vehículos. Todo el lugar estaba vigilado por una torre de guardia no muy grande. A su izquierda vio un vehículo de transporte volcado, con un pequeño incendio en su interior. La noche ya estaba cayendo con rapidez, pero también estaba saliendo la luna, llena o casi llena, y pudo tranquilizarse mientras cerraba bien la puerta a su espalda al darse cuenta de que no había ningún peligro inminente. Bueno, al menos, no se veía a ningún zombi dirigiéndose hacia ella. Había bastantes cuerpos tirados por el suelo, pero ninguno se movía, y Claire deseó de modo ferviente que por lo menos uno de ellos tuviera una pistola y algo de munición.

De repente, un resplandor brillante la iluminó: el foco de la torre de guardia. El destello la cegó inmediatamente…, y cuando apartó la mirada de forma instintiva, resonó el zumbido de una ráfaga de arma automática y las balas levantaron pequeños surtidores de barro a sus pies. Claire, cegada y atemorizada, se lanzó hacia un lado en busca de alguna clase de cobertura, y se le volvió a ocurrir la idea en mitad de aquel acceso de terror de que quizá habría hecho mejor quedándose en la celda.

El combate había acabado hacía ya bastante rato. Los últimos disparos habían resonado más o menos una hora antes, pero Steve Burnside decidió que se quedaría donde estaba un rato más, sólo por si acaso. Además, todavía estaba lloviendo un poco, y del mar comenzaba a llegar un viento bastante frío. En la torre de guardia se estaba a salvo y seco, no había gente muerta o zombis por allí, y podría ver a cualquiera que se acercase hasta él con tiempo de sobra para acabar con quienquiera que fuese…, por supuesto, con la ayuda de la ametralladora colocada sobre el borde de la ventana. Era una arma fabulosa y bastante potente. Había acabado con todos los zombis del patio sin esforzarse apenas. También disponía de una pistola, una nueve milímetros semiautomática que le había quitado a uno de los guardias, ya muerto, y como arma estaba bastante bien, aunque no era tan buena como la ametralladora.

Bueno, pues me quedo aquí otra hora o así, y si no se pone a diluviar otra vez, salgo a buscar un modo de largarme de este islote.

Pensaba que podría pilotar un avión. Había visto a su… Había pasado en las cabinas de los aviones bastante tiempo, pero estaba convencido de que lo mejor sería una lancha motora. La caída no sería desde tan arriba si la cagaba a los mandos.

Steve se apoyó con gesto despreocupado sobre el borde de cemento de la ventana y miró al patio iluminado por la luz de la luna. Se preguntó si debía buscar una cocina antes de largarse. Los guardias no habían estado en condiciones de repartir la última comida, ya que todos estaban agonizando en esos momentos, y, por lo que había visto, no almacenaban donuts o cualquier cosa parecida en la torre de guardia. Ya había registrado el lugar. Estaba hambriento.

Quizá debería marcharme a Europa para probar algo de cocina internacional. Ahora puedo ir a donde quiera, a donde me dé la gana. Nada me lo impide.

En teoría, aquella idea debería animarlo, pero no lo hizo. Al contrario, hizo que se sintiera ansioso, un poco extraño, así que volvió a pensar en la forma de salir de allí. La puerta principal de salida de la prisión estaba cerrada con llave, pero supuso que si registraba a fondo a los guardias encontraría una de las llaves maestras. Ya se había topado con el cadáver del guardia principal, el fallecido Paul Steiner, pero todas sus llaves habían desaparecido.

Lo mismo que la mayor parte de su cara, pensó Steve, aunque no se sintió muy apenado por ello. Steiner había sido un auténtico gilipollas, un cabrón engreído que se creía el rey del mambo en aquel lugar. Siempre sonreía cada vez que se enviaba a otro prisionero a la enfermería. Nadie regresaba jamás de la enfermería…

Clic.

Steve se quedó helado, mirando a la puerta de metal que había justo enfrente de la torre de guardia. Lo que había al otro lado era el cementerio, y sabía con total certeza que estaba repleto de zombis. Había echado un vistazo después de acribillar a los cadáveres ambulantes del patio. Dios, ¿es que podían abrir las puertas? No eran más que vegetales que caminaban, con los cerebros hechos polvo, se suponía que no eran capaces de abrir las puertas, y si lo eran, ¿qué más podían hacer?…

No te dejes llevar por el pánico. Recuerda que tienes la ametralladora, ¿vale?

Todos los demás prisioneros estaban muertos. Si era una persona, él o ella no eran amigos suyos…, y si no era algo humano, o se trataba de un zombi, acabaría con su sufrimiento. En cualquier caso, no iba a dudar, y no iba a tener miedo. El miedo era para las nenazas.

Steve empuñó el mango del foco con la mano derecha: ya tenía el dedo índice de la izquierda en el gatillo de la pesada arma de color negro. Cuando la puerta se abrió del todo, tragó saliva, encendió el toco y se puso a disparar en cuanto tuvo a la vista el objetivo.

El arma vibró y escupió un chorro de balas. La empuñadura se estremeció dentro de su puño mientras los proyectiles provocaban pequeñas fuentes de barro. Atisbó un borrón de color rosa, quizá una camiseta, y un instante después, el objetivo se apartó de un salto de la línea de fuego. Se movió con demasiada rapidez para ser uno de los zombis caníbales. Había oído hablar de algunos de los monstruos que Umbrella había creado, y, a pesar de estar armado con la ametralladora, le rogó a Dios que no tuviera que enfrentarse a uno de ellos.

No tengo miedo, no tengo…

Giró el foco hacia la derecha y siguió disparando mientras unas cuantas gotas de sudor provocado por el nerviosismo aparecieron en su frente. La persona o lo que fuera se había refugiado detrás de la pared que sobresalía cerca de la base de la torre y estaba oculta, pero al menos podría hacer que se marchara atemorizada. Los trozos de cemento saltaron por los aires, el foco de luz iluminó la parte inferior del cadáver de un guardia, el barro y restos diversos, pero no su objetivo.

De pronto, un destello de movimiento detrás de la pared, un breve atisbo de un rostro pálido mirando hacia arriba…

¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!

El foco estalló lanzando al aire fragmentos de cristal al rojo blanco por todo el interior de la torre de guardia. Steve soltó un grito involuntario y retrocedió de un salto alejándose de la ametralladora. Alguien le estaba disparando, y no le importó que fuera de nenazas: estuvo a punto de cagarse en los pantalones.

—¡No dispares! —gritó con voz entrecortada—. ¡Me entrego!

Todo quedó en un completo silencio durante unos segundos, y después una voz femenina muy sensual le llegó procedente de la oscuridad. Parecía divertida por algo.

—Vale, date por vencido.

Steve parpadeó, confuso…, y un momento después recordó cómo respirar de nuevo mientras sentía que las mejillas le enrojecían cuando el miedo desapareció.

«Me entrego.» Ha sido de niños. Menuda primera impresión.

—Voy a bajar —gritó, aliviado al comprobar que había mantenido la voz firme al decirlo.

Decidió que cualquiera que pudiera hacer una broma después de que le disparasen no debía de ser mala persona. Si era un enemigo, todavía tenía a mano la nueve milímetros…, pero fuese o no fuese alguien amistoso, no iba a pedirle otra vez que no disparase contra él. Eso daría una impresión todavía peor.

Además, es una chica… Quizá hasta sea bonita…

Hizo todo lo posible por no hacer caso de aquella idea: no tenía sentido alentar falsas esperanzas. Por lo que él sabía, podía perfectamente tener noventa y ocho años, ser calva y fumar puros…, pero incluso en el caso de que no fuese así, de que se tratase de una tía que estuviese buenísima, no quería acabar cargando con la responsabilidad de otra vida aparte de la suya. A la mierda con eso. Tener al lado a alguien que dependiera por completo de uno mismo era casi tan malo como tener que depender por entero de otros…

La idea era bastante incómoda en sí, y la hizo a un lado. De todas maneras, no es que las circunstancias favorecieran un encuentro romántico, no con un puñado de monstruos sueltos y repletos de enfermedades, con la posibilidad de encontrarte con la muerte en cada esquina. Una muerte asquerosa y repugnante, además, con gusanos y repleta de pus.

Steve bajó las escaleras de la torre de guardia saltando los escalones de dos en dos. La vista se le ajustó a la oscuridad mientras se acercaba a ella. La desconocida se encontraba en mitad del patio con una pistola en la mano…, y cuando se acercó un poco más, tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no quedarse mirándola con la boca abierta.

Estaba cubierta de barro y mojada de los pies a la cabeza, y era la chica más atractiva que jamás había conocido. Tenía una cara de modelo de pasarela, con ojos grandes y rasgos delicados y bellos. El cabello era pelirrojo y lo llevaba recogido en una cola. Era tres o cuatro centímetros más baja que él, y calculó que tenía más o menos la misma edad: iba a cumplir los dieciocho en un par de meses, y ella no podía ser mucho mayor. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros y un chaleco sin mangas de color rosa sobre una camiseta negra ceñida que dejaba al descubierto su vientre completamente liso. Toda la ropa acentuaba un cuerpo de complexión atlética…, y aunque parecía cansada y con una actitud precavida, sus ojos de color azul grisáceo resplandecían, llenos de energía.

Di algo que mole, pórtate como un tío molón, no importa…

Steve quiso decir algo para disculparse por haber disparado contra ella, decirle quién era y lo que había ocurrido durante el ataque, decirle algo genial e interesante y elegante…

—No eres una zombi —soltó de repente. Se reprendió a sí mismo nada más decirlo. Vaya comentario genial.

—Venga ya —contestó ella con tranquilidad y cierta ironía. De repente, Steve se percató de que el arma de la desconocida estaba apuntada hacia él. La mantenía baja, pero no le cabía duda de que apuntaba hacia él. En el mismo momento en que se quedó inmóvil por la sorpresa, ella dio un paso atrás, alzó el arma y se lo quedó mirando fijamente, con el índice sobre el gatillo y la boca del arma a pocos centímetros de su cara—. ¿Y quién coño eres tú?

El chaval sonrió. Si estaba nervioso, lo estaba disimulando muy bien. Claire no quitó el dedo del gatillo, pero ya estaba medio convencida de que aquel tipo no representaba una amenaza para ella. Lo había dejado sin el foco, pero él podía haber acribillado sin problemas todo el patio y haberla matado.

—Relájate, preciosa —dijo sin dejar de sonreír—. Me llamo Steve Burnside. Soy…, era un prisionero.

¿Preciosa? Vaya, genial.

Nada la cabreaba más que la trataran con condescendencia. Por otro lado, era obvio que el chaval era más joven que ella, lo que significaba que lo más probable era que estuviese intentando reafirmar su masculinidad, que intentase ser un hombre más que un simple chaval. Por la experiencia que tenía en la vida, había pocas cosas más molestas y repelentes que alguien que intentaba ser algo que no era en realidad.

Él la miró de arriba abajo, en una demostración evidente de valoración, y Claire dio otro paso atrás sin dejar de apuntar su arma contra él: no iba a correr ni el más mínimo riesgo. Empuñaba una M93R, una arma italiana de nueve milímetros, una pistola excelente que al parecer era el arma reglamentaria de los guardias de la prisión. Chris tenía una. La había encontrado después de ponerse a cubierto, al lado del cadáver de un hombre de uniforme…, y si le pegaba un tiro al joven Burnside a aquella distancia, la mayor parte de su bella cara acabaría esparcida por el suelo. Se parecía a un actor famoso, al protagonista de aquella película sobre un naufragio famoso. El parecido era tremendo.

—Supongo que tampoco eres empleada de Umbrella —siguió diciendo él con un tono de voz relajado—. Por cierto, siento haberte disparado en cuanto te vi. No creía que quedara nadie más con vida por aquí, así que cuando la puerta comenzó a abrirse… —Se encogió de hombros—. Bueno —continuó, alzando una ceja en un intento muy evidente de ser encantador—, y tú, ¿cómo te llamas?

Era imposible que Umbrella hubiese contratado a aquel chaval. Claire estaba más segura con cada palabra que decía. Bajó con lentitud la pistola semiautomática mientras se preguntaba por qué Umbrella querría mantener prisionero a alguien tan joven.

Querían encerrarte a ti también. ¿O es que no te acuerdas? Y sólo tenía diecinueve años.

—Claire, Claire Redfield —contestó—. Me acababan de traer prisionera hoy mismo.

—Eso sí que es sentido de la oportunidad —comentó Steve, y Claire tuvo que sonreír un poco por el comentario: era lo mismo que había pensado ella—. Claire. Es un nombre bonito —continuó diciendo mirándola fijamente a los ojos—. No se me olvidará, seguro.

Vaya por Dios. Se preguntó si debía darle un corte en ese mismo instante o si debería dejarlo para más adelante (ella y Leon habían estrechado bastante su relación), pero decidió al final que lo mejor era dejarlo para más tarde. No le cabía duda alguna de que tendría que llevárselo con ella para buscar un modo de marcharse de allí, y no quería tener que aguantar sus posibles reproches a lo largo de todo el camino de huida.

—Bueno, pues aunque me gustaría mucho quedarme charlando contigo, tengo que tomar un avión —comentó con un suspiro melodramático—. Eso suponiendo que encuentre uno. Te buscaré antes de marcharme. Ten cuidado, este sitio es peligroso.

Se dirigió hacia una puerta que había al lado de la torre de guardia y que se encontraba justo enfrente de la que ella había utilizado para salir del cementerio.

—Nos vemos.

Claire estaba tan sorprendida que casi ni pudo responder. ¿Estaba zumbado o simplemente era estúpido? Llegó a la puerta antes de que ella lograra contestar mientras se le acercaba al trote.

—¡Steve, espera! Deberíamos mantenernos juntos…

Él se giró y negó con la cabeza, con una expresión de tremenda condescendencia en su rostro.

—No quiero que me sigas, ¿vale? No quiero ofenderte, pero la verdad es que no harías más que retrasarme.

Le sonrió de nuevo de un modo encantador sin dejar de mirarla a los ojos.

—Y la verdad es que, sin duda, me distraerías un montón. Mira, tan sólo tienes que mantener los ojos y los oídos bien abiertos y no te pasará nada.

Cruzó la puerta y desapareció antes de que a ella le diera tiempo a contestar. Vio entre asombrada y bastante cabreada cómo se cerraba la puerta, preguntándose cómo era posible que aquel chaval hubiera sobrevivido. Su actitud parecía sugerir que se tomaba todo aquello como una partida a lo grande de un juego de ordenador donde no podían herirlo o matarlo. También por lo que parecía, un comportamiento lleno de bravatas valía para algo, y eso era algo de lo que los jóvenes tenían en abundancia.

Eso y la testosterona.

Si a aquel chaval lo que más le importaba era que lo consideraran un tipo genial, no iba a durar mucho. Tenía que seguirlo, no podía permitir que muriera…

Ggraauuurrrrr…

Aquel rugido feroz, solitario y terrible que resonó en la noche tranquila y silenciosa era un sonido que ella ya había oído antes en Raccoon City, y procedía de detrás de la puerta que Steve acababa de cruzar. No podía confundirse con ningún otro sonido. Se trataba de un perro infectado por el virus T, y transformado de animal de compañía en asesino despiadado.

Registró con rapidez los demás cadáveres de los guardias que había en el patio y consiguió dos cargadores completos y un tercero a medias. Claire estaba todo lo preparada que podía estar, así que respiró profundamente varias veces y abrió con lentitud la puerta empujándola con el cañón de la nueve milímetros. Tenía la esperanza de que la suerte le durara a Steve Burnside hasta que lo encontrara…, y que al encontrarlo, su propia suerte no hubiese empeorado mucho.