6
Todo era perfecto. Las cámaras estaban colocadas de forma que pudiera ver desde cuatro ángulos diferentes; todo en color; el escenario de la batalla bien iluminado; su silla, cómoda. Sólo lamentaba no haber tenido tiempo para volver a su residencia particular para ver el espectáculo con Alexia a su lado, aunque eso había resultado ser también beneficioso. El cuarto de control de las instalaciones de entrenamiento tenía cámaras que podían ser redirigidas con el toque de un botón, garantizando la visión más clara posible.
Alfred sonrió, observando cómo Claire dudaba en la puerta, bastante satisfecho con la marcha de su plan. Ella le había perseguido tal como esperaba, y entró en su trampa sin oponer casi dificultades. No esperaba que le disparara, pero eso era algo que podía pasarse por alto mirando en retrospectiva. Y la verdad, hacía que su anticipada muerte fuera más dulce aún, añadiendo un aspecto de venganza personal.
El OR1, una avanzada arma biológica, creado específicamente para el combate cuerpo a cuerpo, era uno de los favoritos de siempre de Alfred. El An3, el gusano de arena, era impresionante y seguro; el Cazador 121 estándar, letal y rápido, pero los OR1 eran especiales: su estructura ósea humana se veía a simple vista, especialmente en la cara y el torso, dándoles la apariencia de la clásica Muerte. Sus caras miraban de forma lasciva entre cuerdas de tendones reales y sintéticos, como una nueva Parca. No eran sólo peligrosos; su forma de mirar inspiraba terror al nivel más básico de los instintos.
Los empleados de la isla los llamaban bandersnatches, una palabra que no tenía significado alguno procedente de algún poema que encajaba de alguna manera, considerando su singular diseño y función. En Rockfort había treinta OR1, la mitad de ellos en éxtasis, aunque Alfred sólo podía dar cuenta de ocho de ellos desde el ataque…
… ¡oh! Claire estaba abriendo la puerta.
Eufórico, Alfred centró toda su atención en la chica, su mano izquierda en los controles de la cámara, la derecha sobre las funciones de cierre de las áreas de almacenamiento.
Claire entró en el balcón del gran espacio abierto de dos pisos con el arma en la mano, intentando mirar a todos los sitios a la vez. Alfred acercó el zoom a su cara para apreciar en toda su dimensión su miedo, pero le decepcionó su falta de expresión. Después de suponer que no había peligro inmediato, parecía vigilante, nada más.
Pero cuando apriete este botón…
Alfred se reía disimuladamente, incapaz de contener su nerviosismo, golpeando ligeramente los interruptores de los dos armarios de almacenamiento provistos de compuertas con el dedo índice derecho, uno en el balcón, otro al lado del montacargas del piso inferior. Claire Redfield moriría a su capricho. Es verdad, ella no era importante, su muerte sería tan insignificante como seguramente lo había sido su vida; era el control lo que importaba, su control.
Y el dolor, la exquisita tortura, la mirada de sus ojos cuando se dé cuenta de que su existencia ha llegado a su fin…
Alfred controlaba su cuerpo tan firmemente como su vida y se enorgullecía por dominar sus deseos sexuales, para no sentir nada salvo que él lo decidiera así…, pero sólo pensar en la muerte de Claire le inspiraba una pasión que estaba más allá del deseo físico, más allá de las palabras, incluso más allá del simple alcance de la conciencia del hombre.
Alexia lo sabe, pensaba Alfred, seguro de que su hermosa hermana estaba viéndolo también, de que comprendía lo que no podía ser explicado. En la muerte de Claire, ellos estarían tan cerca como dos personas pudieran estarlo; era el milagro de su relación, la culminación del legado Ashford.
No pudo contenerse ni un momento más. Mientras Claire daba otro sigiloso paso hacia el centro de la habitación, él cerró la puerta por la que la chica había entrado, bloqueando su vía de escape, y luego apretó el botón de la compuerta del segundo piso.
Instantáneamente, la estrecha compuerta metálica, situada a menos de tres metros de donde ella estaba, se levantó y, mientras Claire tropezaba al retroceder intentando distanciarse de la amenaza desconocida, apareció un bandersnatch totalmente desarrollado, listo para entrar en combate.
Era «hermosa», la criatura. Entre dos y dos metros y medio, su cara era la de un esqueleto sonriente, su cabeza estaba baja y en actitud amenazadora. El tronco superior desproporcionadamente grande sostenía su arma principal: su brazo derecho, tan grueso como una de sus piernas, grandes como el tronco de un árbol, y más largo que la mitad de la longitud total de su cuerpo en posición de descanso; su mano abierta era lo bastante grande para cubrir todo el pecho de una persona normal. El brazo izquierdo estaba atrofiado, minúsculo y deforme, pero un bandersnatch sólo necesitaba uno.
Alfred esperaba algún tipo de exclamación, una maldición o un grito, pero permaneció en silencio mientras retrocedía a lo que juzgaba como una distancia segura. Claire abrió fuego casi de inmediato.
El bandersnatch rugió, un primitivo grito gutural, y luego llevó a cabo su ataque. Alfred lo había visto una docena de veces, pero no se cansaba nunca de contemplarlo.
El inmenso brazo derecho se lanzó hacia Claire, que estaba probablemente a unos cinco metros, los modificados músculos sobreextendiéndose, los elásticos tendones y ligamentos estirándose…, y tiró a Claire al suelo prácticamente sin esfuerzo, donde cayó todo lo larga que era mientras el brazo del bandersnatch volvía a su sitio.
¡Sí, oh, sí!
Sin incorporarse, Claire retrocedió tan rápidamente como pudo, deteniéndose sólo cuando su espalda chocó con la pared. Alfred acercó el zoom para ver la delgada capa de sudor que había surgido en su cara, pero seguía sin mostrar ninguna expresión más allá de una especie de intensa vigilancia. Se puso en pie y anduvo de lado a lo largo de la pared, moviéndose deprisa, obviamente deseando que el próximo golpe de la criatura no la tirara por el balcón.
Alfred sonrió sin hacer caso de la decepción que le había ocasionado la aparente falta de terror. Ella estaría fuera de esa pared en unos pocos segundos, atrapada en una esquina.
Y entonces una serie de golpes, machacándola contra la pared… o un simple chasquido del cuello, agarrarla por la cabeza y darle una única y firme sacudida…, ¿o jugará con ella, lanzándola de un lado a otro como a una de las muñecas de trapo de Alexia?
Alfred se inclinó ansiosamente, cambiando el ángulo de una de las cámaras, observando cómo la chica condenada levantaba su arma, apuntando cuidadosamente a pesar de su posición desesperada…
¡Bang!
El bandersnatch chilló incluso más alto que el disparo, sacudiendo la cabeza de forma descontrolada. Fluidos oscuros manaban de su cara en movimiento. El líquido de la herida, la sangre y otras cosas salpicaron las paredes del balcón mientras el monstruo intentaba desesperadamente levantar el brazo, para proteger o aliviar la herida. Todo sucedió tan rápidamente, tan violentamente, que fue como ver explotar de repente un géiser en un tranquilo lago.
Los ojos. Ella disparaba a los ojos.
¡Bang!
Claire volvió a disparar, y otra vez más. El bandersnatch dio un grito de furia y de dolor, todavía intentando agarrar su cabeza herida mientras se tambaleaba y andaba a tropezones en círculo…, y, entonces, para asombro de Alfred, se derrumbó, sus movimientos se volvieron menos espasmódicos y sus gritos se convirtieron en una ronca y agonizante protesta.
Aturdido por la incredulidad, Alfred pudo ver por fin un atisbo de emoción en la cara de Claire: lástima. Se acercó a la criatura y disparó una vez más, acallándola por completo. Entonces se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras, de forma tan despreocupada como si estuviera alejándose de una cena benéfica.
¡No-no-no-no!
Eso estaba mal, muy mal, pero no había terminado, todavía no. Furioso, golpeó el otro interruptor liberando a la segunda criatura de su encierro. La compuerta se deslizó tras una pila de contenedores de almacenaje que estaban al mismo nivel que el montacargas.
No vas a tener tanta suerte esta vez, pensó desesperadamente, todavía sin poder creer lo que acababa de ver. Claire había oído cómo se abría la segunda puerta, pero la pila de contenedores obstaculizaba su punto de vista, escondiendo la nueva amenaza. Se detuvo al pie de las escaleras, manteniéndose muy quieta, buscando la fuente exacta del ruido.
El segundo bandersnatch alargó el brazo para agarrarla. Claire lo vio venir en el último instante, cuando ya era demasiado tarde para quitarse de en medio. La criatura envolvió su cabeza con sus dedos musculosos y la levantó, estudiándola como estudiaría un gato a un ratón.
O a una rata, pensó Alfred, mientras volvía parte de su anterior alegría al ver cómo la chica perdía el arma y luchaba por soltarse, tratando de agarrar el firme puño del OR1 con sus presurosas manos…, y la atención de Alfred se desvió hacia el sonido de cristales rompiéndose en algún sitio fuera de pantalla. Alguien estaba disparando, y el repentino aluvión de ruido y actividad hizo chillar al bandersnatch, que dejó caer a Claire.
¿Qué…?
La ventana, se contestó Alfred a sí mismo, viendo con horror cómo el joven prisionero, Burnside, se lanzaba hacia la cámara disparando dos armas a la vez y acribillando a la asustada criatura, que gritó de agonía cuando Claire recogió su arma y se unió a la refriega. El bandersnatch intentó atacar, dirigiendo rápidamente su arma hacia el nuevo agresor, pero la pura cantidad de fuego que estaba recibiendo en su cuerpo lo hizo retroceder, desplomándose sobre un contenedor de almacenamiento. Muerto.
Sin que mediara una decisión consciente para hacerlo, Alfred echó una mano a los controles del montacargas, una parte de él recordando que abajo había al menos un OR1 más, así como varios portadores de virus. Los dos jóvenes dieron un traspié cuando el suelo bajo ellos comenzó a descender llevándolos al sótano de las instalaciones de entrenamiento. Allí no había ninguna cámara en funcionamiento, pero disfrutar de sus muertes ya no era la preocupación principal de Alfred. No, mientras murieran.
No puede ser, esto no puede estar ocurriendo. Los OR1 deberían haber despachado a Claire y a su entrometido amigo sin esfuerzo alguno, pero allí estaban, vivos, y sus mascotas habían sufrido y muerto. Intentó convencerse a sí mismo de que los dos perecerían pronto en el sótano, que tenía cerrado y aislado desde el primer escape viral, pero ya nada parecía seguro.
—Alexia —susurró Alfred, sintiendo cómo su cara palidecía, sintiendo cómo todo su ser se sonrojaba de vergüenza. Tenía que hacerle ver que no había sido culpa suya, que su trampa había funcionado perfectamente, que lo imposible había ocurrido…, y él tendría que aceptar la frialdad resultante de su mirada, el trasfondo de desencanto de su dulce voz cuando lo tranquilizaba asegurándole que lo había comprendido.
Lo único que superaba su sentimiento de vergüenza era su nuevo odio hacia Claire Redfield, más intenso que un millar de estrellas brillantes. Ningún sacrificio sería demasiado grande para garantizar su tormento, el suyo y el de su reluciente caballero.
Hasta que ambos no hubieran ofrecido penitencia en forma de carne y sangre, Alfred no podría descansar. Lo juró.
—Steve, al otro lado —dijo Claire en el mismo instante en que comenzó a moverse el montacargas. Steve asintió con la cabeza. Claire recargó y Steve trepó encima de dos pesados cajones con las dos Lugers preparadas. Como si mediara un acuerdo de silencio, ninguno habló mientras descendía el montacargas, ambos observando con todo detenimiento qué iba a ser lo próximo.
Me ha salvado la vida, pensaba Claire sorprendida, mirando cómo pasaban de largo las marcas de grasa de la pared, con la sangre todavía bullendo en sus venas desde que se dio cuenta de que iba a morir. Y Steve Burnside, a quien había tachado de fanfarrón casi incompetente y bien intencionado, aunque atribulado, había impedido que eso ocurriera. Aunque puede que sólo haya pospuesto lo inevitable… No sabía qué tenía Alfred ahora en mente, pero no estaba deseando encontrarse con ninguno de sus «amigos». Dos pirados cara-calaveras armados de brazos de goma habían sido más que suficientes. Había tenido una suerte increíble de salir sólo con un par de moretones y un cuello dolorido.
Claire esperaba que el montacargas los dejara en alguna especie de zona de almacenaje de armas biológicas, pero se vio sorprendentemente decepcionada. El inmenso montacargas sencillamente se detuvo. Sólo había una salida que ella pudiera ver y, aunque no se hacía ilusiones sobre lo seguras que serían las cosas al otro lado de la puerta, le parecía que estaban libres de peligro de momento.
—Eh, Claire, mira esto.
Steve bajó de las cajas sosteniendo en la mano lo que sólo podía ser algún tipo de metralleta, cuadrada, oscura y de aspecto letal, provista de una amplia recámara.
—Estaba detrás de uno de los cajones —dijo Steve, contento. Ya se había metido una de las Lugers doradas en el cinturón—. Nueve milímetros, justo igual que las Lugers y las armas de los guardias. Ah, por cierto, toma.
Abrió uno de los bolsillos exteriores de sus pantalones de camuflaje y sacó tres cargadores para el M93R.
—He registrado a un par de guardias cuando venía desde el muelle. Prefiero las Lugers, y ahora que tengo esto —sostenía en alto la nueva arma, sonriendo—, ya no necesito más cacharros. Toma también el arma.
Claire aceptó agradecida los cargadores y el arma, no muy segura de cómo agradecerle todo lo que había hecho, pero decidida a hacerlo de todas maneras.
—Steve…, si no hubieras aparecido cuando lo has hecho…
—Olvídalo —dijo, encogiendo los hombros—. Ya estamos iguales.
—Bueno, gracias de todas formas —dijo Claire, ofreciéndole una cálida sonrisa.
Él le devolvió la sonrisa y Claire notó una chispa de verdadero interés en su mirada, una sinceridad que era bastante diferente a sus poses anteriores. No sintiéndose muy segura sobre lo que debía hacer, por él o por sí misma, siguió adelante con la conversación.
—Creí que ibas a esperar en el muelle —dijo.
—En realidad no era un muelle —dijo Steve, y le contó lo que había ocurrido desde que se habían separado. El hidroavión era una noticia excelente, y tener que lidiar otra vez con la manía de la llave de Umbrella no era tan tremendo—. Cuando no las pude encontrar, pensé que mejor me daba una vuelta y comprobaba si tú te habías encontrado con algo así —terminó, encogiendo los hombros de nuevo y haciendo un esfuerzo para no parecer preocupado—. Entonces fue cuando oí los disparos. ¿Y tú qué tal, algo interesante? Aparte de encontrarte con un par de los monstruos de Umbrella, quiero decir.
—Pues, ¿sabes algo de Alfred Ashford?
—Sólo que él y su hermana están muy pirados —dijo Steve rápidamente—. Y que los guardias le tienen…, le tenían miedo. Se notaba por la manera como evitaban hablar de él. Oí que envió a su propio ayudante al hospital. Allí estaba trabajando un médico muy chiflado, me imagino. Llevaron al hospital a muchos prisioneros y nunca se supo de ellos. No hace falta ser un genio, ¿sabes?
Claire asintió con la cabeza, fascinada a su pesar.
—¿Y sobre la hermana?
—No he oído mucho sobre ella, excepto que debe de estar como encerrada —dijo Steve—. Nadie sabe qué aspecto tiene. Creo que su nombre es Alexia…, Alexandra tal vez, no recuerdo. ¿Por qué?
Le contó los detalles de sus encuentros con Alfred seguido de un breve resumen de dónde había estado y qué había encontrado. Cuando mencionó que tenía las medicinas que había estado buscando, Steve frunció el entrecejo…, y luego parpadeó, expresando claramente un repentino cambio de parecer.
—Tal vez ese tío de Umbrella…
—Rodrigo —agregó Claire.
—Vale, lo que sea —dijo Steve impaciente—. Tal vez él sepa algo de esas llaves maestras. Como, por ejemplo, dónde están.
Buena idea.
—Sería mejor que registrar toda la isla, ¿no? —dijo Claire—. ¿Te apuntas a un viaje de vuelta a la prisión? Suponiendo que podamos salir de aquí, claro.
—Bien, yo despejaré el camino —dijo Steve, sin rastro de duda en su voz—. Deja que yo me encargue de eso.
Claire abrió la boca para comentar los problemas de la excesiva confianza en uno mismo, especialmente en lo que se refería a Umbrella, pero enseguida la cerró. Tal vez era esa fe en sí mismo lo que le había llevado tan lejos, que por no aceptar la posibilidad de la derrota se estaba asegurando una victoria.
En teoría, bien; en la práctica, peligroso. Por lo menos, ella estaría ahí para cubrirlo.
—Estábamos en el primer piso de las instalaciones de entrenamiento —continuó—. Lo que significa que ahora estamos en el sótano… Lo sé por mi…
Steve movió la cabeza de lado a lado, nervioso por alguna razón, pero antes de que ella pudiera preguntar, continuó como si nada hubiera pasado.
—Hay una sala de calderas y una zona de alcantarillas… básicamente. Iremos por ese camino —dijo, señalando hacia la puerta.
Claire decidió no replicar que, dado que era la única puerta, ella ya había llegado a esa conclusión.
—Cuentas con todo mi apoyo.
—No te alejes —dijo Steve bruscamente, andando hacia la puerta y mirando por encima del hombro. Intentaba parecer fiero, con la mandíbula apretada y los ojos entrecerrados. Claire se debatía entre la irritación y la risa, y finalmente escogió pensar en él con cariño. Entonces Steve abrió la puerta y la realidad de la situación se impuso; en el ambiente flotaba un olor a tejido gangrenado. Ella dejó de preocuparse por cosas sin importancia, concentrándose en la necesidad de sobrevivir.
Lo que Steve sabía sobre armas se podía resumir en cinco segundos, pero sí, sabía lo que le gustaba. Y decidió inmediatamente apretar el gatillo de su última adquisición, que era genial, sin dudarlo un segundo.
Salió del montacargas preparado para patear el culo de cualquiera y vio su oportunidad a menos de tres metros. Allí había cinco de ellos, bueno, cinco y medio, incluyendo la asquerosidad que se arrastraba por el suelo, y todo lo que tenía que hacer era dar un leve apretón al gatillo… Un momento después intentaba desesperadamente mantener el control del arma para que no se le fuera de las manos.
¡Bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang!…
Movió la poderosa arma en abanico de izquierda a derecha, soltando el gatillo cuando el cerebro como un queso suizo del último zombi abandonó la compañía de su cabeza, que también parecía un queso suizo. Todo había acabado en unos pocos segundos, tan rápidamente que no parecía real, como si hubiese tosido y hubiera explotado un edificio o algo así.
Claire se había encargado del fiambre del suelo durante la refriega, y cuando él se dio la vuelta, triunfante, se quedó un poco sorprendido de que ella no estuviera sonriendo…, hasta que lo pensó un segundo y se sintió un poco avergonzado de sí mismo. Por lo que a él se refería, ya no eran realmente personas. Sabía que si en algún momento se veía infectado le gustaría que alguien lo llenara de plomo, para que no hiciera daño a nadie…, por no hablar del tema de una muerte rápida antes que dejar que se pudriera lentamente.
Pero ellos fueron humanos en su día. Lo que les ocurrió fue algo totalmente injusto y una putada, eso está claro.
Cierto, tal vez debería ser más respetuoso, pero, por otro lado, el arma era increíblemente buena y ellos eran zombis. Era un tema delicado, no algo con lo que estuviera dispuesto a jugar, así que decidió que podía al menos no reírse de ello delante de Claire. No quería que ella pensara que era un gilipollas sanguinario.
Señaló a la puerta que tenían delante y a la de la derecha, bastante seguro de que se movían en la dirección correcta, al menos aproximadamente. Tal como él lo veía, saldrían bastante cerca del patio delantero de la instalación de entrenamiento.
Claire asintió con la cabeza y Steve se puso al frente una vez más, abriendo la puerta y entrando a la parte superior de un tramo de escaleras que conducían a la sala de calderas. Una habitación llena de grandes máquinas de aspecto achatarrado, sibilantes, aunque en realidad Steve no tenía ni idea de qué apariencia tenía una caldera. Había cuatro zombis dando vueltas entre ellos y las escaleras que iban hacia arriba, al otro lado de la fría y sibilante habitación.
Steve alzó la metralleta y estaba a punto de disparar cuando Claire le dio un golpecito en el arma, acercándose a él.
—Mira —dijo, y apuntó su 9 milímetros al grupo de los zombis, aunque no exactamente a ellos, observó, sino que apuntaba un poco más bajo, a algo que estaba justo detrás de ellos. ¡Bang! ¡BUUM!
Tres de las criaturas cayeron, ennegrecidas y echando humo. Tras ellas se veía lo que quedaba de un pequeño contenedor de combustible, tan sólo trozos ensortijados e irregulares de metal rodeados por una nube de humo tóxico.
El cuarto zombi había sido alcanzado, pero no tan gravemente. Claire lo remató de un solo tiro en la cabeza antes de decir nada.
—Ahorra munición —dijo simplemente, y pasó a su lado en dirección a los escalones. Steve la siguió, ligeramente intimidado pero fingiendo indiferencia, como si él ya hubiera pensado en ello. Si había algo que sabía sobre las chicas era que no les gustaban los tíos que se pasaban el día soñando con todo, haciendo el tonto.
No es que me importe una mierda lo que ella piense de mí, se dijo con seguridad. Ella es sólo…, algo genial, eso es todo.
Claire llegó la primera a la siguiente puerta y esperó hasta que él llegó a su lado, asintiendo para señalar que estaba lista. Tan pronto como ella abrió se relajaron. Vio cómo Claire bajaba los hombros y cómo su propio corazón volvía a latir. A un lado se abría un pasillo de piedra negra. En algún lugar más abajo corría agua y había una especie de verja estrecha enfrente de ellos, como una antigua puerta de ascensor.
—Esto está empezando a parecer un poco demasiado fácil —dijo Claire en voz baja.
—Sí —susurró Steve—. Y luego hablan de los trucos malignos de patio de juegos de los chicos de Alfie.
Estaban a mitad de camino cuando lo oyeron, resonando desde algún lugar en las negras aguas que tenían debajo, un trino extraño y agudo, penetrante, inhumano pero tampoco de un animal. Fuera lo que fuera sonaba extrañamente enfadado y, a juzgar por el ruido del agua, se estaba acercando.
Steve estaba preparado para comenzar a disparar pero Claire lo agarró del brazo y se puso a correr casi sin darle tiempo a reaccionar. Tardaron dos segundos en llegar al ascensor. Claire echó a un lado con violencia la verja y metió a Steve de un empujón en la minúscula cabina del ascensor, saltando tras él y cerrando la verja de golpe.
—Vale, eh, no hace falta empujar —dijo Steve, frotándose el brazo, indignado.
—Perdona —dijo ella, colocándose un mechón errante de pelo detrás de la oreja, tan nerviosa como a él le había parecido—. Es sólo que…, he oído ese sonido antes. Cazadores, creo que se llaman, muy mal asunto. Había un montón de ellos sueltos por Raccoon City.
Sonrió nerviosamente, lo que hizo desear a Steve ponerle el brazo alrededor, o agarrarle la mano o algo así. No lo hizo.
—Trae malos recuerdos, ¿sabes? —dijo ella.
Raccoon…, ése era el sitio que había sido destrozado hacía unos pocos meses, si la memoria no le fallaba, justo antes de que llegara a Rockfort. El propio jefe de policía lo había hecho, ¿no?
—¿Umbrella tuvo algo que ver con lo de Raccoon?
Claire parecía sorprendida, pero sonrió más tranquila, centrando atención en los controles del ascensor.
—Es una larga historia. Ya te la contaré cuando salgamos de aquí. ¿Primer piso?
—Sí —dijo Steve, y luego cambió de opinión—. Espera, tal vez deberíamos ir al segundo. Así podremos dominar el patio, ver a qué nos enfrentamos.
—¿Sabes?, eres más listo de lo que pareces —dijo Claire burlonamente, y apretó el botón. Steve estaba todavía intentando pensar una respuesta ocurrente cuando el ascensor se detuvo. Claire abrió la verja.
A la derecha había una puerta cerrada con una corredera, así que se fueron a la izquierda, hacia el corto pasillo vacío. También había sólo una puerta en esa dirección, pero estaban de suerte: el pomo giró cuando Claire lo intentó.
De nuevo, no hubo sorpresas. La puerta se abrió a un estrecho balcón de madera, lleno de polvo, que dominaba un gran espacio abierto repleto de trastos: un oxidado jeep militar, montones de asquerosos bidones viejos de gasolina, cajas rotas y cosas así. Parecía más un depósito de almacenamiento que cualquier otra cosa y, aunque estaba bien iluminado, había tantos montones de basura que era imposible ver si había alguien ahí abajo. Sin embargo, sí había alguien, Steve oyó cómo alguien arrastraba los pies.
Dio unos pocos pasos a la izquierda, intentando ver la esquina debajo del balcón y Claire lo siguió. Los tableros crujían y se movían bajo sus pies.
—No parece muy sólido… —comenzó a decir Claire, pero la interrumpió un tremendo craaaac de madera rompiéndose, mientras partes del suelo del balcón volaban a la vez que ellos caían.
Mierda…
Steve no tuvo ni tiempo para prepararse para el impacto, todo pasó en un instante. Aterrizó sobre su lado izquierdo, magullándose el hombro y golpeándose la rodilla izquierda contra algún trozo de madera.
Casi inmediatamente, cayó detrás de él una pirámide de barriles vacíos, produciendo un repiqueteo hueco sobre el terreno. Steve oyó el hambriento gemido de un zombi.
—¿Claire? —llamó Steve, arrastrándose hasta levantarse y darse la vuelta, buscándola a ella y al zombi. Allí estaba, entre los barriles, todavía en el suelo, frotándose un tobillo. Su arma estaba a unos tres metros. Steve vio cómo sus ojos se abrían aterrorizados y siguió su mirada: un zombi se acercaba a ella tambaleándose…, y todo lo que pudo hacer fue mirarlo. De repente sintió su cuerpo a millones de kilómetros de allí. Claire dijo algo pero no pudo oírlo, demasiado concentrado en el portador de virus. Había sido un hombre grande, tendiendo a gordo, pero alguien le había volado parte de las tripas. Las abiertas heridas pegajosas del estómago estaban rezumando, y la oscura camisa parecía más oscura debido a la prácticamente uniforme capa de sangre que había empapado la tela. Tenía la cara gris y los ojos hundidos, y alguien le había arrancado la lengua o había estado comiendo, su boca estaba manchada de sangre.
Claire dijo algo más, pero Steve estaba recordando algo, un repentino y vívido destello de memoria tan real que era casi revivir la experiencia. Él tenía cuatro o cinco años cuando sus padres lo llevaron a su primer desfile, un desfile de Acción de Gracias. Estaba sentado sobre los hombros de su padre viendo pasar a los payasos, rodeado por gente hablando alto, gritando, y él comenzó a llorar. No podía recordar porqué; lo que recordaba era a su padre mirándolo, sus ojos preocupados y llenos de amor. Cuando preguntó qué pasaba, su voz era tan familiar y tan amada que Steve había estrechado sus diminutos brazos alrededor del cuello del padre y escondido su cara, todavía llorando pero sabiendo que estaba seguro, que ningún daño le podía suceder mientras su padre lo sostuviera…
—¡Steve!
Claire gritó su nombre, y él supo que el zombi estaba casi encima de ella, sus dedos grises cerrándose sobre su chaleco, tirando de ella hacia su boca sangrante y babeante.
Steve gritó también, abriendo fuego. El estruendo de las balas rasgando la cara y el cuerpo de su padre, separándolo de Claire. Siguió disparando, siguió gritando hasta que su padre yació inmóvil. El estruendo desapareció, sólo se oían secos chasquidos procedentes del arma, y un momento después, Claire le estaba tocando el hombro, alejándolo mientras él llamaba a su padre, llorando.
Se quedaron sentados un rato. Cuando él pudo hablar le contó parte de ello, con los brazos alrededor de las rodillas y la cabeza gacha. Le habló de su padre, que había trabajado para Umbrella como conductor de camiones, a quien habían sorprendido intentando robar una fórmula de uno de sus laboratorios. Le habló de su madre, a quien un trío de soldados de Umbrella había matado a tiros en su propia casa, tumbada y ahogada en su sangre y agonizando sobre el suelo del salón cuando Steve llegó a casa del colegio. Los hombres se los habían llevado, se habían llevado a Steve y a su padre a Rockfort.
—Creí que había muerto en el ataque aéreo —dijo Steve, secándose las lágrimas—. Quería sentirme mal por ello, lo hice, pero seguía pensando en mamá, en su aspecto…, pero no quería que muriera, no quería…, yo también le quería.
Hablar de ello en voz alta hizo que comenzara a llorar de nuevo. Tenía el brazo de Claire alrededor, pero apenas podía sentirlo, estaba tan triste que pensó que podía morir. Sabía que tenía que levantarse, que tenía que encontrar las llaves e ir con Claire y volar en el avión, pero nada de eso parecía ya importante.
Claire había estado bastante callada, sólo escuchando y abrazándolo, pero en ese momento se levantó y le dijo que se quedara donde estaba, que volvería pronto y que podrían irse. Eso le venía bien, estaba bien, él quería estar solo. Y estaba más cansado que nunca en su vida, tan cansado y pesado que no quería moverse.
Claire se fue y Steve decidió que debería ir enseguida a buscar las llaves maestras, de inmediato, tan pronto como parara de temblar.