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El chico estaba muerto, pero la chica no. Y el joven intentaba destruir el hogar de Alexia. Ya no era un juego o un experimento que observar, tenía que morir de forma dolorosa y humillante. ¿Cómo se atrevía siquiera a pensar algo así? Debería estar de rodillas delante de ella, como un suplicante miserable a su servicio para que hiciese con él lo que quisiera. ¿Cómo se atrevía?
Alexia vio a los hermanos alejarse caminando después de cometer su acto traicionero. Sintió sus deseos de abandonar el lugar en cuanto la secuencia automática comenzó y las luces y los sonidos de alarma se pusieron en marcha y los demás sistemas se cerraron en el resto de la terminal. Por supuesto, su perfidia no serviría para nada. Ella podría interrumpir la secuencia de autodestrucción con un esfuerzo mínimo; podría utilizar su control sobre la materia orgánica para cortar todas las conexiones con la instalación, pero lo que la enfurecía era el pensamiento que había impulsado ese acto. Él había sido testigo de la gloria de sus poderes, la había visto y había huido aterrorizado…, y aun así, ¿se creía merecedor de eliminar una vida como la de ella?
Alexia se controló y reabsorbió todo su poder hasta quedar completa de nuevo. Sabía que el joven había cogido una arma que se encontraba al lado del teclado, un revólver que alguien había dejado allí. No le pareció mal, porque sabía que el arma de fuego le daría esperanza, y para que una victoria fuese completa, el vencedor debía arrebatarlo todo. Ella le arrebataría la esperanza, le arrebataría la vida de su hermana, y después le arrebataría la suya.
Cuando por fin estuvo completa, se imaginó a sí misma convirtiéndose en un ser líquido que viajaba a través de la estructura de sus alrededores con la misma facilidad que las extensiones orgánicas que controlaba, y un instante después, así ocurría y se dirigía hacia los intrusos.
Se quedaron sorprendidos, como si realmente esperasen que pudieran triunfar. Alexia salió del interior de su portador orgánico y se desplegó, girándose para mirar a sus ojos apagados, a sus rostros borreguiles. Los observó con atención, sintiendo una cierta curiosidad a pesar de la ira.
Se pusieron a discutir delante de ella. El joven insistió en que él se encargaría de todo y que la chica debía huir. Ella aceptó, pero a regañadientes, e insistió en que él a su vez debía sobrevivir. Después de soltar aquel comentario idiota, la chica se dio la vuelta y echó a correr hacia el ascensor.
Alexia se movió para impedírselo y alzó la mano para golpear a la chica cuando notó una perforación en su carne que la distrajo de forma momentánea. Una bala había entrado en su cuerpo. Se giró y le sonrió al joven, que tenía el revólver en la mano, y metió la mano en su propia carne para sacar la bala y arrojarla hacia él.
A pesar de lo gratificante que fue la expresión de su rostro, para cuando se giró de nuevo la chica ya se había marchado.
Alexia decidió que había llegado el momento de expandir sus límites, de mostrarle lo que ella era, lo que podía hacer, y hacerle sentir un temor divino, porque en cuanto cerró los ojos, imaginando, deseando, dejó de ser Alexia Ashford y se convirtió en la Ira, divina e inmisericorde.