15
Algo iba mal, muy mal, en la instalación que Umbrella tenía en la Antártida, pero Chris no sabía lo que era.
Estaba en el quinto nivel subterráneo de la construcción que se hundía en tierra, a decenas de metros bajo la superficie de la tierra, de pie frente a lo que parecía ser una mansión levantada con ladrillo blanco. Había una fuente a su espalda, plantas en grandes macetas, incluso un tiovivo recargado de adornos. Había acabado allí, probablemente porque alguien de dentro así lo había querido, pero no tenía ni idea ni de quién había sido ni del motivo.
Todos sus instintos le gritaban que saliera zumbando de allí, pero no hizo caso. Tenía que seguir, aunque no supiera si iba como oveja al matadero o de si lo estaban llevando hasta su hermana. Desde que había aterrizado con el reactor en el hangar de la parte superior lo habían guiado a cada paso que daba: entraba en los pasillos y las puertas se cerraban a su espalda mientras que otras se abrían justo delante de él. En dos ocasiones había encontrado piedras preciosas en el suelo frío de cemento que le indicaban qué dirección concreta debía seguir, y una vez, después de equivocarse al doblar una esquina, todas las luces del pasillo se habían apagado. Habían vuelto a encenderse cuando regresó hasta la esquina donde había cometido el error.
Ya había sido bastante raro llegar hasta las instalaciones de Umbrella, sobrevolando los interminables kilómetros de hielo y nieve grises para después verlas por primera vez, sobresaliendo de la planicie como un espejismo.
Pero eso de que te conduzcan como un animal de rebaño hasta un sitio sin conocer el motivo…
Chris estaba atemorizado, más atemorizado de lo que se atrevía a admitir. Intentó detenerse, echar un vistazo a su alrededor en busca de armas o de alguna pista, pero lo habían quitado todo de en medio, y todas las puertas que había intentado abrir estaban cerradas con llave, excepto, por supuesto, aquellas que se suponía tenía que cruzar. Las cámaras que debían de estar vigilándolo estaban tan bien ocultas que no había visto ni una sola de ellas, aunque en realidad casi parecía que supieran lo que pensaba, qué señales debían mostrarle y cómo hacer que continuara avanzando. Al principio pensó que se trataba de Wesker, que todo aquello no era más que un montaje para atraparlo… Sin embargo, ¿para qué molestarse? Podía haberlo estrangulado en la isla si hubiera querido. No, lo estaban guiando por alguna otra razón, y al parecer no le quedaba más remedio que seguir el juego si quería encontrar a Claire.
Respiró profundamente, abrió la puerta delantera y entró en la mansión.
Era bella, tan extravagante como la fachada del edificio había sugerido: una grandiosa escalinata central, unos arcos con columnas, y extrañamente familiar, aunque tardó unos momentos en darse cuenta debido a los colores y a una decoración diferentes. Era el diseño: se trataba básicamente del mismo diseño de la sala de entrada de la mansión Spencer. Era algo surrealista, pero tan perfectamente en armonía con las demás rarezas que ni siquiera pestañeó al darse cuenta de ello.
Se quedó allí de pie, esperando, y miró a su alrededor en busca de una señal, y en ese momento oyó lo que le pareció una risa procedente de detrás de las escaleras. Era la misma risa que había oído en las instalaciones de Rockfort; era la misma mujer.
¿Qué era lo que había dicho? ¿Algo sobre jugar?
Sin duda, todo aquello parecía un juego, y él no era más que una pieza movida por otra persona que estaba disfrutando con ello, y eso empezaba a cabrearlo. El hecho de estar atemorizado no hizo sino enfurecerlo más todavía.
Chris se dirigió hacia la parte trasera de la sala de entrada, preparado para enfrentarse a aquella mujer, a exigirle unas cuantas respuestas, pero cuando rodeó una de las columnas cargadas de decoración, vio que allí no había nadie.
—¿Qué coño pasa aquí? —murmuró mientras se daba la vuelta.
Y allí estaba Claire, pegada a la parte posterior de la escalinata como si la hubiera colocado allí una araña gigante. Tenía los ojos cerrados y la cabeza le colgaba flácida.
Wesker no se sorprendió al descubrir que ciertas partes de la instalación de Umbrella en la Antártida habían sido construidas para que se parecieran a la mansión Spencer. Aquella extravagancia subterránea constituía un despilfarro tremendo, increíble, pero, tal como había pensado muchas veces antes, era lo propio de Umbrella.
Para ellos, todo iba de intrigas y similares al principio, antes de que todo se convirtiera en una película de espías muy mala.
Oswell Spencer y Edward Ashford eran los responsables de la creación del virus T, pero ése había sido su único logro; el resto no era más que dinero derrochado. Lo cierto era que toda aquella instalación, a excepción de los laboratorios, por supuesto, no era más que una broma muy cara montada por viejos y por niños con muy poca imaginación y mucho dinero.
Wesker sabía que lo más probable era que Alexia lo estuviese vigilando, así que se tomó su tiempo mientras pasaba de nivel a nivel y eliminaba de paso unos cuantos zombis que lo atacaron. No llevaba ninguna arma, y simplemente les había partido el cuello y los había dejado tirados para que se asfixiaran. En un par de ocasiones, otras criaturas habían detectado su presencia, criaturas que él había sentido pero que no había llegado a ver, pero no lo habían molestado, quizá porque lo habían reconocido como uno de los suyos.
Siguió avanzando, seguro de que Alexia lo encontraría en cuanto estuviese preparada para ello. Había aterrizado a cierta distancia de las instalaciones, deseoso de hacerle entender con claridad lo diferente que él era: que los elementos y el clima no le afectaban, que era más fuerte que cinco hombres juntos, que tenía mayor resistencia y mejores sentidos. También quería demostrarle que respetaba su espacio vital, que estaba dispuesto a ser paciente, y que estaba muy, muy decidido.
Cuando quieras, querida, pensó mientras cruzaba un pasillo helado del quinto nivel subterráneo. No había estado antes allí, pero sabía que la mansión estaba en aquel lugar y sospechaba que ella quería recibirlo a lo grande. No le importaba lo más mínimo. Por lo que a él se refería, como si le llevaba toallas perfumadas en la mano; seguía pensando que no era más que era una niña tan consentida y vanidosa como su hermano. Por poderosa e inteligente que fuese, también se trataba de una chavala rica de veinticinco años que había pasado quince años de su vida durmiendo.
Rica, hermosa… y juguetona. Lo más probable era que ni siquiera entendiese todavía sus propios poderes, pero no tardaría mucho en hacerlo. Podía sentirlo. Dejó atrás la helada tranquilidad del pasillo y se dirigió de nuevo hacia la mansión.
Claire se despertó lentamente. Alguien sostenía su cuerpo dolorido con unas manos tibias que la alzaron y la abrazaron. Estaba medio tumbada en el frío suelo, y era eso lo que la había despertado. Cuando abrió los ojos, lo que vio fue a su hermano, sonriendo.
—¡Chris!
Claire se irguió y lo abrazó a su vez sin hacer caso de sus músculos cansados y doloridos, tan feliz de verlo que por un momento se olvidó de todo lo demás. Era Chris, era él, ¡por fin!
—Hola, hermanita —dijo a la vez que respondía con fuerza a su abrazo. El sonido familiar de su voz hizo que Claire se sintiera segura y a salvo. Deseó que aquella sensación durara para siempre.
¡Después de tanto tiempo!
—Claire… Creo que deberíamos largarnos de aquí cuanto antes —dijo Chris, y ella notó el tono de profunda preocupación de sus palabras, lo que la despabiló por completo y le hizo recordar todo lo que había ocurrido—. No sé qué está pasando exactamente, pero no creo que estemos a salvo.
—Tenemos que encontrar a Steve —dijo, y comenzó a ponerse en pie, preocupada. Chris la ayudó a levantarse, dejando que se apoyase en él mientras lo hacía.
—¿Quién es Steve?
—Un amigo —contestó Claire—. Huimos juntos de Rockfort, y también estábamos a punto de escaparnos de aquí, pero algo…, una especie de criatura atrapó nuestro trineo motorizado y lo lanzó por los aires.
Levantó la mirada hacia Chris, y de repente se sintió más que preocupada.
—Le oí gritar mi nombre justo antes de perder el conocimiento. Chris, está vivo, no podemos dejarlo aquí…
—No lo haremos —la cortó Chris con firmeza, y Claire sintió que le temblaban las piernas por el alivio que la inundó.
Chris había llegado, y conocía Umbrella a fondo. Encontraría a Steve y los sacaría de allí.
Risotadas. Una mujer se estaba riendo a carcajadas con un sonido cruel. Chris salió de detrás de la escalinata con Claire pegada a su espalda. Ambos alzaron la mirada hacia la balconada. Allí había una mujer, era…
¿Alfred?
No, no era Alfred. Y eso significaba que…
—Alexia existe de verdad —murmuró Claire—. Quién se lo iba a imaginar.
Alexia Ashford se dio la vuelta sin dejar de reírse y se alejó hasta salir por la puerta situada en la cabecera de la escalinata.
—Puede que sepa dónde está Steve —dijo Chris a la vez que se le ocurría lo mismo a Claire, y un momento después, los dos estaban subiendo la escalinata a la carrera. Ella lo adelantó con facilidad, dispuesta a sacarle la verdad a la hermana de Alfred aunque fuera a golpes…
¡CRAASHH!
Las escaleras desaparecieron a su espalda. Claire se arrojó al suelo cuando un gigantesco tentáculo como el del trineo atravesó la balconada y desapareció un momento después de vuelta al agujero que había perforado y dejando atrás un trozo de escalera machacado. El grueso de la escalinata seguía en pie, pero ella había quedado atrapada en la segunda planta. Tendría que bajar deslizándose.
—¡Claire!
Se puso en pie y vio a Chris allá abajo, agarrándose dolorido una pierna en medio de los restos de la escalera.
—¿Estás bien? —le preguntó, y Chris asintió, al mismo tiempo que se oía un grito. Claire sintió que se le helaba la sangre.
Procedía del otro lado de la puerta por la que Alexia había desaparecido, y era Steve quien lo había lanzado, a Claire no le cabía ninguna duda. Era Steve, y algo le estaba produciendo un dolor intenso.
No puedo abandonar a Chris, pero…
—Chris, es él —dijo mirando a la puerta y a su hermano alternativamente, sin saber qué hacer.
—¡Ve, ya te alcanzaré! —gritó Chris.
—Pero…
—¡Ve! ¡Estoy bien, pero ten cuidado!
Claire, aterrorizada, se dio media vuelta y echó a correr, con la esperanza de que no fuese demasiado tarde.
Wesker entró en el gran vestíbulo de la mansión subterránea y se dio cuenta de que ya no era tan grandioso: algo le había ocurrido a la escalinata central, y parte de la balconada superior estaba esparcida por el suelo.
Oyó a alguien moverse detrás de un enorme trozo de balconada destrozado que todavía colgaba de la alfombra medio rasgada, y allí estaba ella, de pie al lado de la escalinata, con un vestido negro satinado ajustado al cuerpo y su cabello rubio y sedoso recogido en una cola para dejar al descubierto su precioso rostro.
—Alexia Ashford —dijo Wesker, sorprendido al darse cuenta de que, después de todo, estaba impresionado. Parecía humana, delicada e indefensa, pero él sabía que no era así en absoluto.
Haz tu jugada, y que sea buena.
Wesker carraspeó para aclararse la garganta, dio un paso adelante y se quitó las gafas de sol.
—Alexia, me llamo Albert Wesker. Represento a un grupo de personas que han admirado tu obra y tu trabajo desde hace tiempo, y que han estado esperando impacientes y ansiosos tu… regreso.
Ella se lo quedó mirando sin pestañear, con la cabeza inclinada levemente hacia un lado y la espalda recta y enhiesta. Parecía una debutante en su primera fiesta de presentación social.
—Y debo añadir que es un honor personal conocerte —siguió diciendo Wesker con sinceridad—. Mis jefes me lo han contado todo sobre ti. Sé que tu padre te engendró con los genes de su propia tatarabuela, Verónica… Que con su material genético, la base misma de la familia Ashford, os creó a ti y a Alfred para que fueseis la culminación de su genio. Verónica estaría sin duda muy orgullosa.
»Sé que creaste el virus Verónica-T en su honor, y que eres el único ser vivo que tiene acceso al virus.
Cuidado, no debes mencionar lo que le hizo a su padre, no la cagues.
—Yo soy el virus —replicó Alexia con frialdad, observándolo fijamente con los ojos entrecerrados.
—Sí, claro, por supuesto —contestó Wesker.
Dios, odiaba toda aquella mierda de diplomacia, era muy malo con aquellas cosas, pero quería impresionarla y hacerle saber lo valiosa que era para determinada gente.
—Bueno —continuó diciendo mientras pensaba en lo fácil que habría sido todo si hubiera llegado hasta ella cuando todavía estaba en estasis—, pues me gustaría mucho, es decir, mis jefes apreciarían mucho que tuvieras la amabilidad de acompañarme para reunirte con ellos en un encuentro privado. Te aseguro que no te arrepentirás.
Ella esperó unos momentos para ver si ya había terminado, y después se echó a reír de un modo fuerte y estridente. Wesker sintió que se sonrojaba. Estaba claro por el tono de su risa lo que pensaba de su propuesta.
Muy bien, se acabó lo de ser amable.
Wesker avanzó hacia ella y alzó una mano.
—Queremos una muestra del virus Verónica-T —dijo, y el tono educado desapareció de su voz—. Y voy a tener que insistir en ello.
Cuando ella comenzó a bajar las escaleras, Wesker pensó durante un segundo que iba a hacerlo, pero en ese momento empezó a cambiar, y él dejó de pensar en nada. Sólo pudo quedarse mirando, y su asombro se duplicó.
Bajó un peldaño y su vestido se esfumó envuelto en llamas producidas por un resplandor de luz dorada ardiente. La luz salía de su cuerpo. Bajó otro peldaño y su carne cambió de color y pasó a ser gris oscuro, al mismo tiempo que su cabello desaparecía sustituido por unos rizos musculosos también de color gris que salieron de la parte superior de la cabeza y le enmarcaron la cara. Su desnudez se vio transformada con el siguiente paso, cuando una gruesa capa de blindaje natural empezó a crecerle por una pierna, luego subió hacia la ingle para continuar hasta sostener un pecho redondeado y cubrirle el brazo derecho. Para cuando llegó al pie de la escalera ya no se parecía en absoluto a Alexia Ashford.
Wesker, que se había quedado sin respiración, alargó un brazo hacia ella, y Alexia lo golpeó con el dorso de la mano, lanzándolo por los aires hasta que se estrelló con un fuerte porrazo contra la puerta principal.
¡Cuánto poder!
Se puso en pie y se dio cuenta de que quizá lo mejor sería utilizar la fuerza bruta, así que se preparó para moverse, para utilizar su propio poder…
Y ella sonrió moviendo una mano. Un instante después, unas llamaradas surgieron del suelo de mármol y lo rodearon por completo, encendidas por sus esbeltos dedos. Alexia bajó la mano y las llamas disminuyeron de tamaño pero no se apagaron. Siguieron ardiendo sobre la piedra, sobre la piedra pura y simple.
Wesker supo en ese momento que todo había acabado. Tendría suerte si ella decidía perdonarle la vida. Sin decir ni una sola palabra más, dio media vuelta y salió de la sala, echando a correr en cuanto la puerta se cerró a su espalda.
La criatura en parte humana se marchó, y pocos segundos después lo hizo el joven, creyendo que escapaba de forma inadvertida. Alexia se quedó mirando cómo huían, divertida pero algo decepcionada. Había esperado mucho más.
La criatura en parte humana no era ninguna amenaza, así que decidió perdonarle la vida. Su arrogancia le había agradado, aunque no podía decir lo mismo de su patética oferta. Sin embargo, el joven… Era valiente y con capacidad de sacrificio, leal y compasivo. Físicamente era un buen espécimen. Y además, amaba profundamente a su hermana, quien estaba a punto de morir. Aquello podría dar como resultado una interesante reacción fisiológica.
Alexia decidió que crearía un enfrentamiento para que ambos interactuaran. Probaría una nueva forma y vería si su dolor lo hacía ser más valiente, o si por el contrario demostraba ser una desventaja.
Se rió al imaginar una forma adecuada, apropiada, que tomar. A excepción de Alfred, nadie supo nunca cuál era el sencillo secreto del virus Verónica-T: que estaba basado en la genética de la hormiga reina. Probaría una configuración de insecto y experimentaría las ventajas y los puntos fuertes que podía ofrecer una forma semejante.
Se le había pasado el disgusto. La chica y su amigo morirían, y luego se divertiría con el joven.