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Chris Redfield y Barry Burton estaban recargando munición en la habitación trasera del piso franco de París, silenciosos y tensos, sin intercambiar palabra alguna. Habían sido diez días muy malos, sin saber qué le había pasado a Claire, sin saber si Umbrella la mantenía con vida.
Alto, le dijo su voz interior con firmeza. Ella está viva, tiene que estarlo. Era impensable tener en cuenta otra alternativa.
Llevaba diez días diciéndose eso, pero ya no le parecía posible. Ya había sido bastante malo enterarse de que había estado en Raccoon City durante la debacle final y que había ido allí en su busca. Leon Kennedy, su joven amigo policía, le había puesto al corriente de todos los detalles en su primer encuentro. Ella había sobrevivido en Raccoon, pero habían sido «secuestrados» (ella, Leon y los tres renegados de los STARS) por Trent en su camino a Europa; acabaron haciendo frente a un nuevo grupo de monstruos de Umbrella en unas instalaciones de Utah. Chris no sabía nada de todo aquello, había asumido que seguiría estudiando a salvo en la universidad.
Saber que se había visto envuelta en la lucha contra Umbrella era algo malo, de acuerdo, pero saber que Umbrella la había capturado, que su hermana pequeña podría estar ya muerta… Aquello lo estaba matando, lo estaba royendo por dentro. Era lo único que podía hacer para no irrumpir en el cuartel general de Umbrella con un par de ametralladoras y comenzar a pedir respuestas, incluso sabiendo que sería algo suicida.
Barry accionó de nuevo el pistón automático de la máquina de fabricar cartuchos mientras Chris recogía la munición nueva y la ponía en cajas. El olor acre y familiar de la pólvora inundaba el aire. Se sentía aliviado de que su viejo amigo pareciera entender su necesidad de silencio, el constante clic-clic de la máquina era el único sonido en la pequeña habitación.
También era un alivio tener algo que hacer tras toda una semana de estar sentado y rezando, esperando que Trent se pusiera en contacto con ellos con noticias o para ofrecer ayuda. Chris no conocía a Trent, pero el misterioso desconocido ya había ayudado alguna vez a los STARS pasando información confidencial sobre Umbrella. Aunque sus motivaciones exactas les eran desconocidas, su objetivo parecía bastante claro: destruir la división secreta de armas biológicas de la compañía farmacéutica. Desafortunadamente, esperar a Trent era una posibilidad remota; sólo se había puesto en contacto con ellos cuando convenía a sus necesidades, y como no tenían forma alguna de ponerse en contacto con él, la posibilidad de que los ayudara parecía más remota esta vez.
Clic-clic. Clic-clic. El repetitivo sonido se iba amortiguando de alguna manera, un proceso mecánico sordo en el silencio del piso franco de alquiler. Todos tenían tareas específicas que hacer en su promesa de echar abajo a Umbrella, tareas que cambiaban día a día según surgían nuevas necesidades. Chris había estado ayudando a Barry con las armas una semana y media antes, pero normalmente se encargaba de la vigilancia del cuartel general. Habían recibido un mensaje de Jill unas pocas semanas atrás, estaba de camino a París, y Chris sabía que su malgastada juventud sería muy útil para el reconocimiento interno. Leon había resultado ser un pirata informático medio decente, y estaba en la habitación de al lado sentado delante del ordenador; apenas había dormido desde la captura de Claire, y había pasado la mayor parte de ese tiempo intentando seguir los últimos movimientos de Umbrella. El trío de STARS que había llegado con Claire y Leon a Europa: Rebecca, del grupo disuelto de Raccoon City, y los dos STARS de Maine, David y John, estaban en ese momento en Londres, reunidos con un traficante de armas. Al fin y al cabo, lo habían pasado todo juntos, y los tres trabajaban bien en equipo.
No hay muchos como nosotros, pero tenemos la experiencia y la determinación necesarias. Sin embargo, Claire…
Al estar sus padres muertos, Claire y él habían desarrollado una estrecha relación, y él pensaba que la conocía muy bien; ella era inteligente, fuerte y llena de recursos, siempre lo había sido…, ¡pero también era una estudiante universitaria, por Dios! A diferencia de los demás, ella no poseía ninguna preparación específica de combate. No podía dejar de pensar que había tenido suerte hasta entonces, y, en lo que se refiere a Umbrella, la suerte no era suficiente.
—¡Chris, acércate!
Era Leon, y sonaba urgente. Chris y Barry se miraron. Vio reflejada su propia preocupación en la cara de Barry, y se pusieron en pie. Chris se dirigió con el corazón en un puño al lugar donde estaba Leon trabajando, dominado por la impaciencia y el miedo a la vez.
El joven policía estaba de pie al lado del ordenador, con una expresión neutra.
—Está viva. —Eso fue todo lo que dijo Leon.
Chris ni siquiera había sido consciente de lo mal que estaban las cosas para él hasta que oyó esas dos palabras. Era como si su corazón se hubiera liberado de repente después de haber pasado diez días atrapado en un tornillo de banco, esa sensación de alivio tan física y tan emocional, de sonrojo.
Viva, está viva…
Barry le dio una palmada en el hombro, riéndose.
—Por supuesto que está viva, es una Redfield.
Chris sonrió, dirigiendo su atención hacia Leon, y sintió cómo su sonrisa se desvanecía al ver la expresión cuidadosamente neutra del policía. Había algo más.
Antes de que pudiera preguntar, Leon se dirigió a la pantalla y respiró profundamente. Leyó el breve mensaje dos veces, para que lo digirieran lentamente.
Peligro de infección, aproximadamente 37" sur, 12° oeste, como consecuencia del ataque, tal vez desconocido. No quedan malos, creo, pero no puedo moverme ahora. Vigila bien tus movimientos, hermano, conocen la ciudad, aunque no la calle. Intentaré volver a casa pronto.
Chris se puso en pie, su mirada se cruzó con la de Leon en silencio mientras Barry leía el mensaje. Leon sonrió, pero de manera forzada.
—No la viste en Raccoon —dijo—. Sabe cómo desenvolverse, Chris. Y consiguió dar con un ordenador, ¿no?
Barry se estiró, siguiendo el ejemplo de Leon.
—Eso quiere decir que no está encerrada —dijo con expresión seria—. Y si Umbrella está ocupada con otro escape viral, no van a prestar atención a nada más. Lo importante es que está viva.
Chris asintió con la cabeza con gesto distraído, su mente ya ocupada con lo que necesitaría para el viaje. Las coordenadas que había mencionado la situaban en un punto increíblemente aislado, en medio de Atlántico Sur, pero tenía un viejo amigo en las Fuerzas Aéreas que le debía un favor y podría llevarlo a Buenos Aires o, si no, tal vez a Ciudad del Cabo; allí podría alquilar un barco, equipo de emergencia, cuerdas, botiquín, un arsenal de mil demonios…
—Voy contigo —dijo Barry, adivinando con precisión sus pensamientos. Eran amigos desde hacía mucho tiempo.
—Y yo —dijo Leon.
Chris movió la cabeza de lado a lado.
—Ni hablar.
Ambos hombres comenzaron a protestar, pero Chris alzó la voz, acallando sus quejas.
—Ya habéis visto lo que ha dicho, eso de Umbrella dirigiendo su atención hacia mí, hacia nosotros —dijo con voz firme—. Eso quiere decir que tenemos que cambiar de sitio, tal vez a una de las fincas de fuera de la ciudad. Alguien tiene que quedarse aquí a esperar a que vuelva el equipo de Rebecca, y otro tiene que buscar una nueva base de operaciones. Y no os olvidéis, Jill llegará en cualquier momento.
Barry frunció el entrecejo y se rascó la barba; su boca dibujó una línea fina y estrecha.
—No me gusta. Ir solo es una mala idea…
—Ahora mismo estamos en una fase crucial y lo sabéis —dijo Chris—. Alguien tiene que quedarse encargado de la casa, Barry, y tú eres el indicado. Tienes la experiencia, conoces todos los contactos.
—Bien, pero al menos llévate al chaval —dijo Barry, haciendo un gesto hacia Leon. Por una vez, Leon no se molestó por el apelativo, tan sólo asintió con la cabeza, irguiéndose, echando los hombros hacia atrás y alzando la cabeza.
—Si no lo haces por ti, piensa al menos en Claire —continuó Barry—. ¿Qué le ocurrirá a ella si te matan? Necesitáis a alguien que os cubra, alguien que pueda atrapar la bola si se os escapa.
Chris movió la cabeza de lado a lado, inflexible.
—Lo sabes muy bien, Barry, esto tiene que hacerse con la mayor discreción posible. Puede que Umbrella haya enviado ya un equipo de limpieza. Sólo una persona, que entre y salga antes de que nadie se dé cuenta de que estoy allí.
Barry todavía seguía frunciendo el entrecejo, pero no insistió. Tampoco lo hizo Leon, aunque Chris podía ver que estaba intentando aceptarlo; era obvio que el policía y Claire habían estrechado relaciones.
—La traeré de vuelta —dijo Chris, suavizando el tono y mirando a Leon. Leon dudó, luego asintió con la cabeza, ruborizándose y haciendo que Chris se preguntara hasta qué punto exactamente habían estrechado las relaciones su hermana y Leon.
Luego. Me puedo preocupar sobre sus intenciones si volvemos vivos…, cuando volvamos vivos, se corrigió rápidamente. «Si» no era una opción.
—Está decidido, entonces —dijo Chris—. Leon, encuéntrame un buen mapa de la zona, geográfico, político, todo, nunca se sabe lo que puede servir de ayuda. También contéstale a Claire, por si acaso encuentra una oportunidad para comprobar el correo; dile que estoy en camino. Barry, quiero llevar la máxima potencia de fuego posible, pero ligera, algo con lo que pueda marchar sin demasiados problemas, tal vez una Glock… Tú eres el experto, tú decides.
Ambos hombres asintieron con la cabeza y se dieron la vuelta para comenzar sus tareas. Chris cerró los ojos durante un segundo, rezando rápidamente una oración en silencio.
Por favor, por favor, mantente a salvo hasta que llegue, Claire.
No fue mucho tiempo, pero Chris tuvo la sensación de que rezaría mucho más en las largas horas que estaban por llegar.
La habitación de monitores secreta estaba situada detrás de una pared repleta de libros de la residencia privada de los Ashford. Tras la vuelta a su casa, oculto detrás de la mansión de alojamiento «oficial», Alfred se puso el rifle en bandolera, se acercó a la pared y tocó los lomos de tres libros en rápida sucesión. Sentía cientos de ojos que lo observaban desde las sombras del salón delantero y, aunque ya se había acostumbrado hacía mucho tiempo a la colección desperdigada de muñecas de Alexia, a menudo deseaba que no lo observaran de forma tan intensa. Había ocasiones en las que esperaba cierta intimidad.
Al girar sobre sí misma la pared, oyó el silbante chillido de los murciélagos que se escondían en los aleros y frunció el entrecejo, torciendo los labios. Parecía que habían entrado en el ático durante el ataque.
No importa, no importa. Las preocupaciones para otro día. Tenía otros asuntos más importantes que exigían su atención.
Aparentemente, Alexia se había retirado a sus habitaciones una vez más, lo que era incluso mejor; Alfred no quería molestarla, y las noticias de un posible asesino en Rockfort tendrían ese efecto. Entró en la habitación oculta y cerró de un empujón la pared cuidadosamente equilibrada.
Normalmente había setenta y cinco cámaras entre las que podía escoger, que se podían ver en cualquiera de los diez pequeños monitores de la diminuta habitación, aunque la mayoría del equipo distribuido por las instalaciones había sido dañado o destruido, dejándolo tan sólo con treinta y una imágenes utilizables. Conociendo las malas intenciones de Claire de robar información y buscar a Alexia, Alfred decidió concentrar su atención en su vía de entrada a las instalaciones de la cárcel. No tenía ninguna duda de que aparecería dentro de poco tiempo; alguien como ella no tendría la educación de morir en el ataque o como resultado de él…, aunque según aumentaban sus expectativas y crecía su interés en el juego, comenzaba a inquietarle que ella hubiera, de hecho, desaparecido.
Afortunadamente, su suposición inicial había sido correcta. Otro de los prisioneros atravesó la puerta principal seguido a corta distancia por la chica Redfield. Alfred, a quien le divertía su titubeante avance, observaba cómo Claire intentaba alcanzar al joven, el prisionero 267, de acuerdo con la espalda de su uniforme, que parecía no tener ni idea de que lo estaban persiguiendo.
Cuando el joven llegó a la parte superior de las escaleras que procedían de la zona de la prisión y mientras observaba alrededor con aire inseguro entre el terreno del palacio y las instalaciones de entrenamiento, Alfred introdujo 267 con el teclado situado debajo de su mano izquierda y encontró un nombre, Steven Burnside. No tenía ningún significado para él, y mientras el chico dudaba indeciso, Alfred volvió a concentrar su atención en su presa, sintiendo curiosidad por la joven mujer que se iba a convertir pronto en su compañera de juegos.
Claire atravesó el puente dañado que salvaba la garganta instantes después de Burnside, caminando sobre la parte anterior de los pies, como una atleta. Parecía dueña de sí misma, cautelosa pero nada arrepentida por la cuestión de creerse con derecho a cruzar el puente…, pero también tenía cuidado de no mirar hacia la oscuridad envuelta en neblina que tenía debajo, hacia las inmensas paredes de la hendidura que se alejaban cientos de metros, y de no entretenerse. En la cálida seguridad del hogar, Alfred sonreía, imaginando su delicioso miedo…, y se encontró recordando el truco que le habían hecho una vez Alexia y él a un guarda.
Tenían seis o siete años y Francois Celaux era el jefe de turno, uno de los favoritos de su padre. Era un servil adulador, un lameculos, pero sólo para Alexander Ashford. Una tarde, a espaldas de su padre, se había atrevido a reírse cruelmente de Alexia cuando tropezó bajo una abundante lluvia y se salpicó de barro su vestido azul nuevo. No iban a soportar una ofensa como ésa.
Ah, cómo lo planeamos, hablando hasta altas horas de la noche sobre un castigo adecuado para su imperdonable comportamiento, nuestras mentes infantiles vivitas y maquinando todas las posibilidades…
El plan final era sencillo y lo ejecutaron de forma perfecta dos días más tarde, cuando Francois estaba de guardia en la puerta principal. Alfred le había rogado al cocinero que le dejara llevar el café de la mañana a Francois, una tarea que a menudo había llevado a cabo para los empleados favoritos. De camino al puente sobre la garganta, Alexia había añadido algo especial a la fuerte y amarga bebida, sólo unas pocas gotas de una sustancia similar al curare que había sintetizado ella misma. La droga paralizaba los músculos pero permitía que el sistema nervioso continuara funcionando, para que el receptor no pudiera moverse ni hablar, pero sí sentir y entender lo que le estaba ocurriendo.
Alfred se acercó lentamente a las puertas de la prisión, tan despacio que el impaciente Francois salió a su paso. Sonriendo, sabedor de que Alexia había vuelto a la residencia y estaba observando y escuchando en la sala de monitores (Alfred llevaba un pequeño micrófono), se acercó a la barandilla antes de ofrecer, disculpándose, la taza de café a Francois. Ambos gemelos observaron con silenciosa alegría cómo se lo bebía a grandes tragos y cómo, pocos segundos después, respiraba con dificultad y se apoyaba con todo su peso en la barandilla del puente. A cualquiera que estuviera observando le parecería que el hombre y el chico estaban mirando al otro lado de la garganta, excepto a Alexia, por supuesto, que más tarde le dijo que había aplaudido su representación de inocencia.
Lo miré a la cara, a la expresión helada de miedo sobre sus refinados rasgos, y le expliqué lo que habíamos hecho. Y lo que íbamos a hacer.
La mandíbula inmovilizada de Francois había llegado a emitir un suave chillido cuando comprendió que estaba indefenso frente a un niño. Durante casi cinco minutos, Alfred estuvo maldiciendo alegremente a Francois como a un descendiente de cerdos, como a un campesino sin modales, y pinchándole en la cadera con una aguja de coser demasiadas veces para poder contarlas.
Paralizado, lo único que podía hacer Francois Celaux era soportar el dolor y la humillación, seguramente lamentando su conducta inhumana hacia Alexia mientras sufría en silencio. Y cuando Alfred se cansó de su juego, le dio varias patadas al guardia en los sucios tacones de las botas, describiendo con pelos y señales sus sensaciones a Alexia mientras Francois se deslizaba indefenso por debajo de la barandilla y caía en picado hacia su muerte.
Y entonces grité y fingí llorar cuando otros atravesaron corriendo el puente, intentando desesperadamente consolar al joven maestro mientras se preguntaban cómo había podido ocurrir una cosa tan horrible. Y más tarde, mucho más tarde, Alexia vino a mi habitación y me besó en la mejilla, sus labios cálidos y suaves, sus cabellos de seda acariciándome la garganta…
Los monitores le hicieron desviar la atención de sus dulces recuerdos. Claire estaba ahora de pie en el mismo punto donde Burnside había dudado. Bastante molesto consigo mismo debido a su falta de atención, Alfred pasó unos momentos buscando al joven matón, mirando de cámara a cámara, y al final lo descubrió en los mismos escalones de la mansión de alojamiento. Rápidamente, Alfred comprobó la consola de paneles de control para asegurarse de que todas las puertas de la mansión estaban abiertas, sospechando que el chico siempre lo tendría fácil para ahorcarse…, y gritó de entusiasmo cuando vio que Claire lo seguía y que escogía el mismo camino que su joven amigo.
Cuánto más exquisito será su terror cuando suplique por su vida arrodillándose entre la tibia sangre del señor Burnside…
Si quería recibirlos de forma apropiada, tenía que irse ya. Alfred se puso en pie y abrió de nuevo la pared. Podía sentir cómo crecía su nerviosismo cuando cerró y salió al gran salón. Ardía en deseos de contarle a Alexia sus planes antes de salir, para compartir algunas de sus ideas, pero le preocupaba que el tiempo fuera un factor importante.
—Estaré atenta, cariño —dijo ella.
Sorprendido, Alfred alzó la vista y la vio en la parte superior de las escaleras, no lejos del muñeco de tamaño natural de un niño que colgaba del balcón superior, uno de los juguetes preferidos de Alexia. Comenzó a preguntarle por qué lo sabía, pero se dio cuenta de lo estúpida que era la pregunta. Por supuesto que lo sabía, pues conocía muy bien su corazón: era el mismo que latía dentro de su propio pecho blanco como la nieve.
—Sigue ahora, Alfred —dijo ella, premiándolo con una sonrisa—. Disfrútalos por nosotros dos.
—Lo haré, hermana —dijo, sonriendo a su vez, nuevamente agradecido por ser hermano de tal milagro de la creación, afortunado de que ella comprendiera sus necesidades y deseos.
Era como algún tipo de extraño guiño de la realidad, decidió Claire, cerrando las puertas de la mansión tras ella. Del frío ruinoso e impregnado de muerte de los oscuros patios de la prisión a donde ella se encontraba ahora…, era difícil de creer, pero a la vez tan de Umbrella que ella no tuvo otra alternativa que hacerlo.
Maldición. Lo digo muy en serio.
El grandioso y bellamente diseñado recibidor que se abría frente a ella, sólo se veía estropeado por unas cuantas huellas de pies manchados de barro que atravesaban el suelo de baldosas fabricadas a mano y unos pocos manchurrones de sangre sobre las delicadas paredes beige. También se veían unas cuantas grandes grietas cerca del techo y la huella de una mano, granate, secándose sobre una de las gruesas columnas decorativas que cubrían la pared oeste, unos finos hilillos rojos caían desde la base de la palma.
Así que los prisioneros no habían sido los únicos que habían sufrido una tarde de perros. Era un poco clasista y mezquino por su parte, lo sabía, pero le hacía sentirse un poco mejor saber que a los jefazos de Umbrella les habían zurrado igual que a los demás.
Se quedó en pie donde estaba durante un momento, aliviada de estar a cubierto y todavía ligeramente conmocionada por las diferentes caras de la instalación de Rockfort, como ella había comprobado en el diseño. Detrás de una de las columnas a su izquierda había una puerta azul, una segunda puerta en la esquina noroeste de la espaciosa habitación. Justo enfrente había un mostrador de recepción de caoba encerada, situado junto a un tramo abierto de escaleras a lo largo de la pared derecha que conducía a un balcón en el segundo piso, decorado con un retrato con extraños desperfectos: La cara de la persona retratada había sido rayada a propósito.
Claire descendió hacia el recibidor, se agachó y deslizó un dedo por las huellas de pisadas embarradas: todavía estaban húmedas. Otras huellas conducían a la puerta de la esquina. No podía estar segura de que fueran de Steve, pero creía que era lo más probable. Él había dejado rastros: desde la puerta abierta de la prisión hasta un par de casquillos caídos justo fuera de la mansión, junto con dos perros muertos más. Para un joven con obvios problemas, era un tirador sorprendentemente preciso…
¿Entonces por qué me estoy metiendo en tantos problemas para ayudarlo?, pensó amargamente. No quiere mi ayuda, no parece necesitarla, y no es que no tenga nada más que hacer.
Cuando él dejó de correr, ella no le había seguido inmediatamente, pues quería enviar un mensaje a Leon tan pronto como fuera posible. También se había sentido obligada a realizar una búsqueda rápida de suministros médicos en la oficina, algo para ayudar a Rodrigo, pero no encontró nada que le sirviera…
—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —Un grito apagado en el edificio.
¿Steve?
—¡Déjenme salir! ¡Eh, que alguien me ayude!
Claire fue corriendo hacia la puerta de la esquina con el arma preparada. Golpeó la pesada madera y la puerta cedió y se abrió a un largo pasillo. Steve volvió a gritar desde el otro extremo del corredor. Claire dudó el tiempo suficiente para comprobar que los tres cuerpos que estaban desparramados sobre el suelo de baldosas no iban a levantarse y echar a correr. Miró fijamente a la puerta que tenía enfrente.
—¡Ayuda!
Dios, ¿qué le ocurre? Su voz quebrada sonaba presa del pánico.
Llegó al fondo del salón y empujó la puerta, corrió moviendo el arma de un lado a otro…, y no vio nada, tan sólo una habitación con vitrinas y sillones. Una alarma estaba sonando en algún sito, pero no podía ver su procedencia.
Movimiento a la izquierda. Claire se dio la vuelta, ansiosa por encontrar un objetivo, y vio que se estaba proyectando un trozo de película sobre una pequeña pantalla de pared, silenciosa y vacilante. Dos atractivos niños rubios, un chico y una chica, estaban mirándose fijamente a los ojos. El niño sostenía algo, algo que se retorcía. Una libélula, y está…
Claire apartó la mirada involuntariamente, asqueada. El niño estaba arrancando las alas del insecto, sonriendo, ambos niños estaban sonriendo.
¡Steve! ¿Por qué ya no gritaba, dónde estaba? Debía de estar en la habitación equivocada…
—¿Claire? ¡Claire, aquí! ¡Abre la puerta!
Su voz provenía de la parte trasera de la pantalla de proyección. Claire atravesó corriendo la habitación, buscando en la pared, distraídamente consciente de que los niños rubios habían colocado a la torturada libélula en una caja llena de hormigas y contemplaban cómo éstas picaban al insecto lisiado hasta matarlo.
—¿Qué puerta?, ¿dónde? —gritaba Claire, deslizando sus ansiosas manos por la pared, empujando una vitrina de cristal, tirando de la pantalla…, y la pantalla se levantó, desapareciendo por una ranura. Detrás de ella había una consola, un teclado y seis pantallas en dos filas de tres, que tenían un interruptor situado debajo de cada una.
—¡Claire, haz algo, me estoy quemando!
—¿Qué hago?, ¿cómo te has metido ahí? ¡Steve!
No hubo respuesta, y ella oyó cómo crecía la desesperación en su propia voz, podía sentir cómo iba avanzando en su cerebro…
Concéntrate. Hazlo ahora.
Claire reprimió su estado al borde del pánico, la clara voz de su mente, la voz del intelecto. Si le entraba el pánico, Steve moriría.
No hay puerta. Hay una consola con pantallas.
Sí, eso es todo. Esa era la clave. Steve gritó a todo pulmón otra súplica aterrorizada, pero Claire sólo miraba a las ventanas, concentrándose.
Cada una es diferente, un barco, una hormiga, una arma, un cuchillo, una arma, un avión…
No todas eran diferentes, había dos armas, una semiautomática y un revólver, y sus interruptores tenían las etiquetas C y E. Ninguna de las otras coincidía, y su primer pensamiento fue que era como uno de aquellos tests psicológicos del colegio: marcar las parejas. Sin cuestionarse más su razonamiento, Claire alargó la mano y pulsó ambos interruptores. Las dos ventanas se encendieron…, y a su derecha, apareció una vitrina de la pared. La alarma se detuvo y la abertura expulsó una bocanada de calor seco y ardiente que cayó sobre ella. Medio segundo después, Steve salió dando tropezones y cayó de rodillas. Sus brazos y cara estaban al rojo vivo. Tenía en sus manos un par de armas idénticas que parecían Lugers doradas.
Parece que seleccioné las ventanas correctas.
Se inclinó sobre él, intentando recordar cuáles eran los síntomas de un ataque al corazón: mareos y náuseas, creyó recordar.
—¿Estás bien?
Steve alzó la vista. Con sus mejillas encendidas y su ligera expresión de vergüenza, no parecía otra cosa que un niño pequeño a quien le había dado mucho el sol. Entonces sonrió burlonamente, y la ilusión se desvaneció.
—¿Por qué has tardado tanto? —repuso secamente, poniéndose en pie.
Claire se enderezó, frunciendo el entrecejo.
—De nada.
Él suavizó su sonrisa e inclinó la cabeza, apartándose el grueso flequillo de la frente.
—Perdona…, y también siento lo anterior. Gracias, de verdad.
Claire suspiró. Justo cuando había decidido que era todo un gilipollas, él decidía ser agradable.
—Y mira lo que tengo —dijo, apuntando a una de las vitrinas con las dos armas—. Estaban colgadas ahí atrás, en una de las paredes, cargadas y todo. Qué bien, ¿eh?
Ella tuvo que dominar un urgente deseo de agarrarlo por los hombros y sacudirlo hasta verlo con algo de sentido. Era valiente, eso tenía que reconocerlo, y obviamente tenía al menos unas pocas dotes de supervivencia…, pero ¿no entendía que habría muerto si ella no le hubiera oído pedir ayuda?
Además, este lugar probablemente está lleno de trampas; ¿cómo impido que salga corriendo?
Lo observaba mientras él fingía disparar a la estantería y se preguntaba de forma ausente si toda esa actitud de macho era su forma de hacer frente al miedo. De repente, se le ocurrió algo, una manera diferente de tratarlo, una que pensaba podría funcionar.
¿Quiere jugar al chico duro?, pues dejémosle. Apelemos a su ego.
—Steve, creo que tú no estás buscando una pareja, pero yo sí —dijo ella, haciéndolo lo mejor posible para parecer sincera—. No…, no quiero estar sola ahí fuera.
Podía ver cómo inflaba el pecho y sintió una gran sensación de alivio, sabiendo que había funcionado incluso antes de que él dijera una sola palabra. También se sentía un poco culpable por manipularlo, pero sólo un poco. Era por una buena causa.
Además, no era exactamente mentir. Realmente no quería estar sola ahí fuera.
—Supongo que puedes venir conmigo —dijo explayándose—. Es decir, si tienes miedo.
Ella sólo sonrió, apretando los dientes, plenamente consciente de que si abría la boca para darle las gracias, no sabía qué podría salir.
—De todas maneras, sé cómo podemos salir de aquí —añadió. Sus modales fanfarrones se abrían camino, su entusiasmo juvenil se desbordaba—. Hay un pequeño mapa debajo del mostrador de recepción. Según él, hay un muelle justo al oeste de este lugar y una pista de aterrizaje un poco más allá. Lo que significa que tenemos una oportunidad, pero mis artes para el pilotaje son un poco dudosas, así que voto por navegar. Podemos irnos ahora mismo.
Tal vez lo había subestimado un poco.
—¿De verdad? Perfecto, esto… —La voz de Claire se fue apagando. Rodrigo, no podía olvidar a Rodrigo.
Entre los dos podríamos llevarlo al muelle…
—¿Volverías conmigo a la prisión antes? —preguntó ella—. El tío que me ayudó a salir de la celda está todavía allí. Está muy malherido…
—¿Uno de los prisioneros? —preguntó Steve, animándose.
Uh, uh. Podía mentir, pero él se enteraría enseguida de la verdad.
—Hum, creo que no…, pero me dejó escapar y me parece que se lo debo…
Steve estaba frunciendo el entrecejo, y ella añadió rápidamente.
—Me parece un acto de honor por mi parte llevarle al menos un botiquín de primeros auxilios.
Él no se lo creía.
—Olvídalo. Si no es un prisionero, trabaja para Umbrella, y se merece lo peor. Además, van a llegar tropas de un momento a otro. Es su problema, déjales que lo resuelvan ellos mismos. ¿Vienes o qué?
Claire le sostuvo la mirada y vio ira y dolor en sus oscuros ojos, seguramente causados por Umbrella. No podía culparlo por sus sentimientos, pero tampoco estaba de acuerdo con él, no en el caso de Rodrigo. Y ella tenía claro que moriría antes de que llegara Umbrella si nadie acudía en su ayuda.
—Supongo que no —contestó ella.
Steve se dio la vuelta para irse, dio unos pocos pasos en dirección a la puerta y se detuvo, suspirando pesadamente. Se giró, claramente exasperado.
—De ninguna manera voy a arriesgar el cuello salvando a un empleado de Umbrella, y no te ofendas, pero creo que no estás en tus cabales por querer hacerlo…, pero te esperaré, ¿de acuerdo? Vete y dale una tirita o lo que sea y luego nos veremos en el muelle.
Sorprendida, Claire asintió con la cabeza. Menos de lo que esperaba pero más de lo que preveía, especialmente después de su perorata sobre la gente rara que te va a defraudar…
¡Oh!
Por primera vez cayó en la cuenta de por qué Steve pudo haber dicho esas cosas, por qué estaba negando el trauma de lo que había pasado, de lo que todavía pasaba. Estaba solo, después de todo…, ¿cómo no iba a tener problemas de abandono?
Claire le dirigió una cálida sonrisa, recordando lo furiosa que se sintió de niña cuando murió su padre. Haber sido arrebatado de la familia por la fuerza no podía ser mucho mejor.
—Será agradable ir a casa —dijo dulcemente—. Apuesto a que tus padres se alegrarán…
La burlona interrupción de Steve fue inmediata y excesiva.
—Mira, ven al muelle o no vengas, pero no te voy a estar esperando todo el día, ¿está claro?
Sorprendida, Claire asintió con la cabeza en silencio, pero Steve ya estaba saliendo de la habitación a grandes pasos. Ahora deseaba no haber dicho nada, pero ya era demasiado tarde…, y al menos ahora sabía qué no debía decir. Pobre chico, probablemente echaba muchísimo de menos a sus padres. Tendría que intentar ser un poco más comprensiva.
Tras una última mirada alrededor de la extraña guarida, Claire retrocedió hacia la puerta delantera, preguntándose qué hacer con Rodrigo. Steve tenía razón, Umbrella podría tener ya un grupo en camino, ellos podrían atenderlo, pero quería estabilizarlo antes de abandonar el lugar. Necesitaba encontrar un frasco de aquel líquido hemostático; no sabía mucho sobre emergencias, pero él parecía pensar que podría ser de ayuda.
Abrió las otras dos puertas del pasillo en el camino de vuelta al recibidor, parando brevemente en la primera para echar un vistazo a unos retratos, una especie de habitación que tenía la historia pintada correspondiente a una familia llamada Ashford. Había una urna destrozada en el suelo, pero nada más de interés. Tras la segunda puerta había una sala de conferencias vacía, unos pocos papeles desperdigados y silencio.
Claire volvió a entrar en el salón delantero, decidiendo que debería probablemente intentar el tramo superior de escaleras antes que volver sobre sus pasos; justo encima del puente a la prisión —no es que estuviera deseando cruzar otra vez aquella pesadilla chirriante—, había una puerta que había dejado de lado cuando seguía el rastro de Steve.
Una minúscula luz roja en el suelo captó su atención: era como uno de esos punteros láser. Su profesor de geometría utilizaba uno. La pequeña luz dio un salto hacia ella y Claire miró hacia arriba siguiendo el rayo fino como un lápiz hasta…
¡Joder! Se tiró al suelo para protegerse cuando el primer disparo mordió las baldosas tan sólo a unos centímetros de donde estaba e hizo volar varios fragmentos de ellas. Se lanzó detrás de uno de los pilares ornamentales cuando el segundo tiro resonó en el recibidor, haciendo añicos más baldosas.
Se puso en pie con dificultad, intentando hacerse tan pequeña como fuera posible, preguntándose si realmente había visto lo que creía haber visto: un hombre delgado y rubio con un rifle con mira láser, vestido con lo que parecía una chaqueta del uniforme de gala de un club de yates, roja oscura, a juego con un pañuelo ahuecado blanco y un cordón dorado. La idea infantil de vestimenta de un noble.
—Mi nombre es Alfred Ashford —dijo en alto una voz fina y presumida—. Soy el comandante de esta base…, ¡y le exijo que me diga para quién trabaja!
¿Qué? Claire deseó poder decir algo brillante, alguna respuesta rápida, pero no pudo pasar de ahí.
—¿Qué? —preguntó en alto.
—Ah, no tiene sentido que finjas ignorancia —continuó, mientras su voz burlona temblaba un poco, como si estuviera descendiendo por las escaleras—. La señorita Claire Redfield. Sé lo que estás planeando, lo sé desde el principio…, pero no estás tratando con un cualquiera, Claire. No cuando estás tratando con un Ashford.
Se reía con disimulo, una risa nerviosa aguda y casi femenina, y Claire estuvo de repente totalmente segura de que era un loco; estaba hablando con un loco.
Sí, y haz que siga hablando si no quieres perder su posición. Podía ver el parpadeo de la pequeña luz roja en la pared situada a su espalda, como si estuviera intentando mantener el pilar en la mira.
—Bueno, Alfred. ¿Qué es eso que estoy planeando? —Levantó el mecanismo de su semiautomática tan silenciosamente como le fue posible, asegurándose de que había una bala en la recámara.
Fue como si no hubiera hablado.
—Nuestro legado de profundidad, supremacía e innovación no tiene duda alguna —dijo Alfred, arrogante—. Mi hermana y yo podemos rastrear nuestra genealogía hasta la realeza europea, y hasta algunas de las mejores mentes de la historia. Pero, la verdad, no creo que tus jefes te dijeran todo esto, ¿verdad?
¿Mis jefes?
—No tengo ni idea de qué estás hablando —gritó Claire, mientras observaba el parpadeante punto rojo y decidía que podía lanzar una mirada rápida desde detrás del otro lado del pilar, tal vez incluso hacer un disparo antes de que él pudiera localizarla. Cuanto más hablaba Alfred, más fuerte era su sensación de que encontrarlo cara a cara sería una mala idea. Las personas desequilibradas y peligrosas eran impredecibles en el mejor de los casos.
Él había mencionado a una hermana… ¿Los niños de aquella película con la libélula? No tenía ninguna prueba, pero sus instintos clamaban un resonante sí. Parecía haber sido constante en su camino, de repulsivo niño a adulto repulsivo.
—Por supuesto, si estuvieras dispuesta a rendirte ahora mismo —susurró Alfred—, tal vez pudieras persuadirme de que te perdonara la vida. Siempre que confieses tu traición a tus superiores…
¡Ahora!
Claire agachó la cabeza junto al pilar, arma arriba…, y ¡bang!, madera y yeso explotaron junto a su cara y el disparo astilló la moldura del pilar cuando ella se echó para atrás. Se dejó caer contra el pilar mientras respiraba de forma rápida y a bocanadas. Si el otro hubiera sido un pelín más preciso…
—¿No eres tú el pequeño conejo veloz? —dijo Alfred, que sonaba inconfundiblemente divertido—. ¿O debería decir una rata? Eso es lo que eres, Claire, una rata. Tan sólo una rata enjaulada.
Otra vez aquella risa nerviosa, enajenada y artificial…, pero estaba alejándose, siguiéndolo mientras subía las escaleras. Pisadas, y luego una puerta que se cerraba. Se había ido.
Bueno, ¿no culminaba eso de una forma agradable todo lo que había pasado? ¿Qué es un desastre biopeligroso sin un loco o dos? Sería casi divertido si no fuera algo tan demencial. Alfred era un pirado.
Claire esperó un momento para estar segura de que se había ido, respiró pesadamente, aliviada pero no relajada. No se relajaría, no se podría relajar hasta que estuviera bien lejos de Rockfort, dejando bien atrás Umbrella, la locura y sus monstruos.
Dios, estaba cansada de toda aquella mierda. Era una teniente mayor de segundo año, le gustaban el baile, las motos y una buena taza de leche caliente en un día lluvioso. Quería a Chris y quería llegar a casa…, y como ninguna de esas dos cosas parecían probables en este momento, decidió que se conformaría con un buen ataque de nervios, completo, con gritos e histéricos golpes en el suelo.
Era casi tentador, pero eso tendría que esperar también. Suspiró para sus adentros. Alfred había subido la escalera, así que pensó que mejor sería que subiera a comprobar aquella otra puerta que había dejado de lado cerca del puente y ver si podía encontrar allí algo para Rodrigo.
Al menos es probable que las cosas no empeoren, pensó en tono sombrío, sintiendo una extraña sensación de haber pasado por eso antes cuando abrió la puerta delantera. La sensación era tan similar a Raccoon City…, pero aquello había sido una completa catástrofe más que un desastre aislado.
Vaya diferencia de mierda. El resultado es el mismo.
Claire no podía saber que, comparado con lo que estaba por venir, las cosas no habían hecho sino comenzar a torcerse.