3

A pesar de lo terrible y descorazonadora que había sido la destrucción de Rockfort, Alfred no podía negar que se lo había pasado bien acabando del todo con algunos de sus subordinados en el trayecto hasta la sala de control principal de las instalaciones de entrenamiento. No había tenido ni idea hasta ese momento de lo gratificante que podía llegar a ser verlos enfermos y moribundos, intentando alcanzarlo rabiando de hambre, esos mismos hombres que se habían burlado de él a su espalda, que lo habían llamado anormal, que habían fingido lealtad con los dedos cruzados detrás de la espalda, y que habían acabado muertos a sus manos. Había aparatos de escucha y cámaras ocultas por todo el lugar, artefactos instalados por su padre paranoico, conectados a una cámara de vigilancia oculta en su residencia privada. Alfred había sabido siempre que no le gustaba a aquella gente, que los empleados de Umbrella lo temían pero no lo respetaban como él se merecía.

Pero ahora…

Pensó que en esos momentos ya no importaba. Sonrió al salir del ascensor y encontrarse a John Barton al otro extremo del pasillo. Se tambaleaba hacia él con los brazos extendidos por delante. Barton era el encargado del entrenamiento con armas cortas de la creciente milicia de Umbrella, al menos, en las instalaciones de Rockfort. No se trataba más que de un tipo bárbaro y vulgar, un individuo vociferante de actitud chulesca, siempre con un puro barato en los labios, que no hacía más que flexionar sus músculos hinchados hasta un extremo ridículo, y que siempre estaba sudando, siempre riendo. La criatura pálida y empapada de sangre que se tambaleaba hacia él se le parecía muy poco, pero sin duda se trataba de él.

—Ya no te ríes, señor Barton —dijo Alfred con voz alegre mientras alzaba su rifle de calibre 22.

Colocó el diminuto punto rojo de la mira láser sobre el ojo izquierdo e inyectado en sangre del instructor de tiro. El gemebundo y babeante Barton ni se dio cuenta…

¡Bang!

Aunque sin duda hubiese apreciado la excelente puntería de Alfred, además de la munición que había escogido. El rifle estaba cargado con proyectiles de seguridad, unas balas diseñadas para que la punta se achatara y se abriera al impactar en el cuerpo. Se las llamaba «seguras» porque no atravesaban el objetivo y no podían herir a nadie más. El disparo de Alfred destrozó el ojo de Barton y sin duda buena parte de su cerebro, dejándolo inofensivo y prácticamente muerto. El hombretón se desplomó en el suelo y un charco de sangre comenzó a extenderse bajo su enorme cuerpo.

Algunas de las armas biológicas lo intranquilizaban, así que se sintió aliviado de que la mayor parte hubieran permanecido bajo llave en diversas partes de las instalaciones de entrenamiento o hubieran muerto directamente por el ataque. Sin duda, no habría salido tan tranquilo y sin más si hubiese algunas por allí sueltas, pero no creía que los portadores del virus fueran demasiado atemorizadores. Alfred había visto a muchos hombres, y también a unas cuantas mujeres, convertidos en aquellas criaturas parecidas a zombis mediante el uso del virus T, unos experimentos que había observado desde que era niño, y que había dirigido cuando ya era adulto. Sin embargo, nunca había más de cincuenta o sesenta prisioneros vivos en Rockfort a la vez. Entre el doctor Stoker, el anatomista e investigador que trabajaba en la enfermería, y la necesidad constante de objetivos para el entrenamiento, amén de la falta de piezas de repuesto, nadie permanecía en la isla disfrutando de la hospitalidad de Umbrella más de seis meses.

¿Y dónde estaremos dentro de seis meses?

Alfred pasó por encima del cadáver hinchado de Barton y se dirigió hacia la sala de control para llamar a sus contactos en el cuartel general de Umbrella. ¿Decidirían los directivos de la compañía reconstruir Rockfort? ¿Lo permitiría él? Tanto Alfred como Alexia habían permanecido a salvo por completo del virus durante su fase de propagación «en caliente». Los dos caminos que comunicaban su residencia familiar con el resto de las instalaciones habían permanecido cortados a lo largo de la mayor parte del ataque aéreo, pero ya que sabía que el enemigo desconocido de Umbrella estaba dispuesto a recurrir a unas medidas tan extremas, ¿estaría él de acuerdo en reconstruir un laboratorio tan cerca de su hogar? Los Ashford no le tenían miedo a nada, pero tampoco eran unos insensatos.

Alexia jamás permitiría que se abandonasen las instalaciones, al menos ahora no, no cuando ya está tan cerca de su objetivo…

Alfred se detuvo en seco y se quedó mirando a las hileras de teclados y monitores de los equipos de radio y vídeo, a los monitores apagados de los ordenadores que le devolvían la mirada con ojos grandes y muertos. Se quedó mirando, pero no vio nada, y una extraña sensación de vacío se apoderó de su interior confundiéndolo por completo. ¿Dónde estaba Alexia? ¿Qué objetivo?

Se ha ido. Se ha marchado.

Era verdad, lo podía sentir en la médula de los huesos…, pero ¿cómo podía marcharse, dejarlo allí, cuando ella sabía que lo era todo para él, que moriría sin ella?

La monstruosidad, ciega y aullante, un fracaso, y hacía frío, la hormiga reina estaba desnuda, colgada sobre el mar, y él no podía tocarla, tan sólo podía sentir el frío y resistente cristal bajo sus dedos ansiosos…

Alfred jadeó. Las imágenes de la pesadilla eran tan reales, tan horrendas, que por un momento no supo dónde se encontraba, no supo lo que estaba haciendo. Sintió en la lejanía que las manos se le cerraban con más y más fuerza alrededor de algo, cómo los músculos de los brazos empezaban a temblar…, y un restallido de sonido estático surgió de la consola que estaba delante de él. El sonido chasqueante le llegó con fuerza, y Alfred se dio cuenta de que se trataba de alguien que estaba hablando.

—… por favor, si alguien me puede oír. Soy el doctor Mario Tica. Estoy en el laboratorio de la segunda planta —decía la voz, dominada por el pánico—. Estoy encerrado, y todos los tanques se han vaciado. Se están despertando… Por favor, tienen que ayudarme, no estoy infectado, llevo puesto un traje de protección. Lo juro por Dios, tienen que sacarme de aquí…

El doctor Tica, encerrado en la sala de cría de los embriones. Tica, que desde hacía ya bastante tiempo enviaba informes privados a Umbrella sobre sus avances en el proyecto Albinoide, unos informes secretos que eran distintos a los que le mostraba a Alfred. Alexia le había sugerido unos cuantos meses antes que enviara a Tica al doctor Stoker. Seguro que la divertiría mucho oírle gimotear de aquel modo.

Alfred alargó la mano para desconectar la súplica balbuciente del doctor Tica, y se sintió mucho mejor al hacerlo. Alexia le había advertido una y otra vez sobre aquellos ataques tan raros, sobre las sensaciones repentinas de soledad extrema y de confusión. Ella había insistido en que se debía a la tensión acumulada y en que no debía preocuparse por aquello, que ella jamás lo abandonaría de forma voluntaria. Lo amaba demasiado para hacer algo así.

Alfred pensó en ella, pensó en todos los problemas y la pena que las defensas incompetentes organizadas por la gente de Umbrella habían provocado, y al hacerlo, decidió de repente que no llamaría a la oficina central. Sin duda ya se habrían enterado de que se había producido un ataque, y lo cierto es que enviarían un equipo de apoyo y rescate de forma inmediata. No había necesidad de ponerse al habla con ellos…, y, además, no merecían oír los comentarios que tenía respecto a la situación, no merecían tener un conocimiento previo de los peligros a los que se enfrentarían. Él no era un empleado, un servidor ignorante que tenía que informar a sus superiores. Los Ashford habían creado Umbrella: deberían ser ellos los que le informaran a él.

Y hablé con Jackson hace menos de una semana, sí, sobre el asunto de la chica, Claire Redfield…

Alfred abrió los ojos como platos mientras la mente le trabajaba a marchas forzadas. Claire, la hermana de Chris Redfield, uno de los cabecillas de los STARS renegados, había llegado tan sólo unas horas antes del ataque. La habían atrapado en París, en el interior del edificio administrativo de la sede central de Umbrella. Al parecer, decía que había ido en busca de su hermano, así que se la habían enviado para que la mantuviera encerrada mientras pensaban qué hacer con ella.

Pero… ¿y si todo había sido un plan para atraer al hermano a terreno abierto, para aplastar su ridícula resistencia de una vez por todas?, ¿un plan que por pura conveniencia se habían olvidado de comentarle? ¿Qué pasaría si resultase que Redfield y sus compinches la habían seguido hasta Rockfort, y su simple presencia había sido la señal para lanzar el ataque? O quizá incluso había dejado que la capturaran. Le pareció que todas las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Por supuesto. Por supuesto, se había dejado capturar. Una chica lista. Había cumplido bien su cometido. No importaba si Umbrella había desencadenado el ataque de forma voluntaria o involuntaria, ya no. Se encargaría de ellos más adelante. Lo que importaba era que aquella zorra de Redfield había llevado a sus enemigos hasta Rockfort, y que quizá todavía estaba viva, robando información, espiando, a lo mejor incluso planeando herir a Alexia…

—No —exclamó con un susurro.

El miedo se transformó en furia de forma inmediata. Resultaba obvio que ése había sido su plan desde el principio: hacer el máximo daño posible a Umbrella, y, sin duda, Alexia era la mente científica más brillante que trabajaba para la compañía en el campo de la investigación de armas biológicas. De hecho, lo más probable era que fuese la mayor mente científica en cualquier campo.

Claire no se saldría con la suya. La encontraría…, o mejor todavía, esperaría a que fuese a él, como sin duda haría. La vigilaría, la esperaría como un cazador, y la chica sería su presa.

Bueno, ¿y por qué matarla inmediatamente cuando puedes llegar a tener la oportunidad de divertirte con ella mucho antes de eso? Era la voz de Alexia, metiéndose en sus pensamientos, que le recordaba sus juegos de infancia, cuando habían compartido el placer de sus propios experimentos, donde creaban entornos de dolor y observaban cómo sufrían los seres con los que experimentaban. Aquello había forjado un nexo de unión entre ellos más fuerte que el acero. Compartir unas experiencias tan íntimas como aquéllas…

Puedo mantenerla con vida, dejar que Alexia juegue con ella…, o todavía mejor, puedo inventarme un laberinto de prueba para ella y así ver cómo se desenvuelve enfrentándose a algunas de nuestras mascotas…

Había tantas posibilidades. Alfred podía, con pocas excepciones, abrir y cerrar todas las puertas de la isla desde su ordenador. Podía dirigirla con facilidad hacia donde quisiera, y matarla cuando le viniera en gana.

Claire Redfield lo había subestimado, todos lo habían hecho, pero eso se había acabado…, y si todo funcionaba tal como Alfred comenzaba a tener la esperanza de que lo hiciese, el día acabaría de un modo mucho más satisfactorio de como había comenzado.

Si había perros infectados por los alrededores, se estaban escondiendo. El patio abierto en el que entró Claire estaba sembrado de cadáveres. La piel de los cuerpos tenía un color gris enfermizo bajo la luz pálida de la luna, excepto en los numerosos puntos donde las salpicaduras de sangre los cubrían. No vio a ningún perro, a nada que se moviera excepto las nubes bajas que cruzaban el cielo nocturno cada vez más cubierto. Claire se quedó inmóvil unos instantes mientras escudriñaba con detenimiento las sombras para asegurarse de que los alrededores estaban despejados antes de dejar atrás la seguridad de la salida que tenía a la espalda.

—Steve —susurró con fuerza, temerosa de gritar por lo que pudiera andar acechando en las cercanías de donde se encontraba.

Por desgracia, Steve Burnside estaba tan presente como el perro aullante que había oído momentos antes. Por lo que parecía, no se había limitado a alejarse: se había largado a la carrera.

¿Por qué? ¿Por qué había escogido permanecer solo? Quizá se equivocaba, pero aquello que había dicho Steve sobre no querer que ella lo retrasara no le había sonado a muy cierto. Encontrarse con Leon en aquella pesadilla que había sido Raccoon City había significado la diferencia entre la vida y la muerte. No habían permanecido juntos todo el tiempo, pero saber que había otra persona tan atemorizada y asombrada de todo aquello como ella… En vez de sentirse sola y desamparada había logrado establecer objetivos claros, objetivos más allá de la simple supervivencia: encontrar una forma de transporte para salir de la ciudad, buscar a Chris, cuidar de Sherry Birkin.

Y desde un simple punto de vista de seguridad, tener a alguien que vigilara tu retaguardia era mucho mejor que ir solo, de eso no cabía ninguna duda.

Fuese cual fuese su motivo, Claire iba a tener que esforzarse mucho para que se lo dijera, y eso suponiendo que consiguiera encontrarlo. El patio que se abría ante ella era mucho mayor que el que dejaba atrás. Había una cabaña alargada de un solo piso a su derecha y una pared sin puertas a su izquierda, y probablemente se trataba de la parte trasera de un edificio de mayor tamaño. Se veían las llamas de un pequeño incendio a través de una de las ventanas rotas de la pared, y había muchísimos restos esparcidos entre los cadáveres tirados por el suelo. Era la prueba de que se había producido un ataque. Justo a su derecha había una puerta cerrada, y la luz de la luna mostraba un sendero polvoriento al otro lado que llevaba hasta otra puerta cerrada…, lo que significaba que Steve estaba en la cabaña o que la había rodeado utilizando un sendero que serpenteaba al otro extremo del patio y que también se dirigía hacia la derecha.

Decidió probar suerte en la cabaña antes de nada. Mientras subía saltando los escalones que llevaban al porche con barandilla que casi recorría por completo el edificio, se preguntó quién había atacado Rockfort y por qué. Rodrigo había dicho algo sobre un equipo de fuerzas especiales, pero si eso era cierto, ¿a quién obedecía? Al parecer, Umbrella tenía sus enemigos, lo que sin duda era una noticia excelente, pero el ataque contra la isla había sido una tragedia, sin duda alguna. Varios prisioneros habían muerto junto a los empleados de Umbrella, y el virus T, incluso puede que también el virus G, y Dios sabía cuántos virus más, no distinguía entre culpables e inocentes.

Llegó a la puerta de madera de la cabaña y la abrió con suavidad mientras empuñaba con firmeza la nueve milímetros…, y la cerró inmediatamente. Se decidió en cuanto vio a los portadores de virus que había dentro y que estaban rodeando la mesa para dirigirse hacia ella. Un segundo más tarde, oyó un ruido sordo procedente del otro lado de la puerta, seguido de un gemido suave y lastimero.

Entonces, tendrá que ser por el sendero. Dudaba mucho que el gallito de Steve hubiera dejado a aquellos dos zombis en pie si hubiese pasado por la cabaña, y lo más probable era que ella hubiese oído los disparos.

A menos que lo mataran antes.

A Claire no le gustó la idea, pero la realidad implacable de la situación era que no podía permitirse el lujo de desperdiciar la poca munición de que disponía para averiguarlo. Seguiría el sendero para ver hasta dónde la llevaba…, y si no lograba encontrarlo, pues entonces el chaval estaba solo. Quería hacer lo correcto, pero también sentía que tenía que salvar su propio pellejo. Tenía que regresar a París y ponerse en contacto con Chris y los demás, y no lo lograría si se dedicaba a desperdiciar munición y acababa siendo la cena de uno de aquellos bichos.

Retrocedió a lo largo del porche, con todos los sentidos alerta a medida que se aproximaba al extremo del edificio. No se había olvidado del perro o perros zombis, y se esforzó por distinguir el repiqueteo de unas garras contra el suelo de tierra, por advertir el posible jadeo que recordaba de su experiencia en Raccoon City. La noche húmeda y fría permanecía en silencio. Lo único que se movía en el patio era una brisa helada, la única respiración que se oía era la suya propia.

Echó un rápido vistazo al otro lado de la esquina cuando llegó al extremo del edificio. No se veía nada aparte del cuerpo de un hombre que yacía sobresaliendo a medias por el hueco que había debajo de la cabaña, a unos cinco metros de donde estaba ella. A unos diez metros del cadáver el sendero giraba a la derecha de nuevo, y Claire sintió un gran alivio: había visto aquel tramo desde la puerta cerrada y ya entonces estaba vacío.

Debe de haberse marchado por esa puerta, la que está en la pared occidental… También era un alivio saber algo, cualquier cosa con seguridad cuando Umbrella estaba implicada. Empezó a recorrer el sendero mientras pensaba en lo que haría falta para convencer a aquel machito juvenil para que permaneciera con ella. Quizá si le contaba lo que había ocurrido en Raccoon City, si le explicaba que ya tenía cierta experiencia de primera mano en lo relativo a los desastres provocados por Umbrella…

Claire estaba a punto de pasar por encima de la parte superior de aquel cadáver solitario cuando el cuerpo se movió.

Retrocedió de un salto y apuntó inmediatamente la pistola semiautomática contra la cabeza ensangrentada del hombre. El corazón le palpitaba martilleándole en el pecho…, y se dio cuenta de que realmente estaba muerto, y que alguien o algo lo estaba arrastrando tirando las piernas hacia las sombras del hueco que había entre la cabaña y el suelo. Era algo muy fuerte que lo estaba metiendo a tirones…, como un perro que estuviese retrocediendo con algo pesado atrapado entre sus fauces.

No pensó en nada después de aquello: saltó de forma instintiva por encima del cadáver y salió corriendo para alejarse de allí, sabiendo a ciencia cierta que el perro, si era eso lo que tiraba, no estaría ocupado con aquel cadáver durante mucho rato. Darse cuenta de que estaba a menos de un metro de la criatura la hizo correr con mayor velocidad todavía en cuanto dobló la esquina. Las botas repiqueteaban contra el suelo de tierra compacta y húmeda mientras movía los brazos arriba y abajo con fuerza. Los zombis eran lentos y carecían de coordinación; los perros con los que ella y Leon se habían topado eran feroces y extremadamente rápidos. Ni siquiera con una arma en la mano le interesaba enfrentarse a una de aquellas criaturas. Acabaría infectada con uno solo de sus mordiscos.

¡Grraaaauuuuuu! El aullido gorgoteante procedía de un punto más allá de donde el cadáver estaba siendo arrastrado, en algún lugar de la parte frontal del patio.

Mierda, pero cuántos… No importaba, ya casi había llegado. La salvación se encontraba delante de ella, a su izquierda. No se atrevió a mirar atrás ni bajó el ritmo de la carrera hasta que llegó a la puerta, agarró el picaporte y tiró. Se abrió con facilidad, y puesto que no vio nada con los dientes al descubierto justo delante de ella, entró de un salto y cerró la puerta a su espalda…, para oír a continuación varios gemidos de zombis y oler el hedor putrefacto de los portadores del virus ya moribundos al mismo tiempo que algo se estampaba contra la puerta con un fuerte golpe y empezaba a arañarla con sus garras a la vez que soltaba un gruñido como un monstruo feroz.

¿Cuántos perros, cuántos zombis? La idea le pasó como un rayo por la mente azotada por el pánico. La ansiedad por la necesidad de ahorrar munición se le había quedado grabada después de lo ocurrido en Raccoon City. ¿Qué pasará si estoy metida en un callejón sin salida? Casi se dio la vuelta a pesar del riesgo que eso suponía antes de darse cuenta de dónde se encontraban los zombis.

El callejón en que había entrado estaba envuelto en las sombras, pero pudo distinguir varios hombres tambaleantes encerrados en una zona vallada situada a su izquierda. Todos ellos estaban bastante deshechos. Uno de ellos golpeaba la puerta alambrada, y de sus manos casi esqueléticas colgaban varios jirones de carne: hacía caso omiso del destrozo que estaba sufriendo su cuerpo en deterioro progresivo.

Debe de ser la perrera…

Claire dio unos cuantos pasos adelante y concentró su atención en la cerradura sencilla y de aspecto débil que mantenía cerrada la puerta… Vio a los tres zombis que andaban sueltos en el preciso momento que el primero de ellos avanzaba tambaleándose hacia ella. Tenía la boca abierta y de ella salían varios regueros de saliva y de un fluido negro y viscoso. Tenía alargadas sus manos de dedos huesudos hacia ella a punto de alcanzarla. Se había concentrado tanto en las criaturas enjauladas que no se había dado cuenta de que había más fuera del recinto vallado.

Agachó un poco el cuerpo de forma instintiva y lanzó la pierna izquierda contra el pecho del zombi. La patada lateral, sólida y efectiva, hizo retroceder a la criatura. Claire sintió cómo la suela de la bota se hundía en la carne putrefacta, pero no tenía tiempo de sentir asco. Ya estaba alzando la nueve milímetros cuando la puerta de la perrera se abrió con un leve chasquido metálico, y de repente se encontró enfrentada a siete zombis en vez de a tres. Se agruparon mientras se acercaban a ella, pasando con torpeza al lado de un contenedor grande de basura, unos cuantos barriles y los cuerpos de sus colegas ya caídos.

¡Bang! Disparó contra el que estaba más cerca de ella sin pensárselo. La bala abrió un agujero limpio en la sien derecha del zombi, pero Claire se dio cuenta de que estaba perdida mientras el cadáver, ya definitivo, de la criatura caía al suelo. Eran demasiados, estaban demasiado juntos, no lo lograría…

¡Los barriles!

Uno de ellos tenía una señal de advertencia: INFLAMABLE.

Puedo usar el mismo truco que utilicé en París.

Claire se puso a cubierto detrás del contenedor de basura y se pasó la pistola a la mano izquierda en cuanto se agachó. Tenía localizado su objetivo en la mente, así que sólo asomó la mano mientras los zombis, confundidos, tropezaban entre sí mientras la buscaban de nuevo, gimiendo de hambre…

¡Bang! ¡Bang! ¡Ba…!

¡BAAAMMM!

El contenedor se estampó contra su hombro derecho y la lanzó hacia atrás. Se encogió sobre sí misma, con los oídos zumbando, mientras una lluvia de restos metálicos afilados y ardientes caían sobre el contenedor y a su alrededor. Algunos trozos pequeños le cayeron sobre la pierna izquierda. Se los quitó a manotazos, apenas capaz de creerse que aquel truco hubiera funcionado, que todavía estuviera viva.

Se levantó un poco hasta quedar en cuclillas y asomó la cabeza para ver lo que quedaba de sus atacantes. Tan sólo uno de ellos se encontraba entero y de una pieza, pero estaba apoyado contra la verja metálica de la perrera con la ropa y el cabello envueltos en llamas. La parte superior de otro intentaba arrastrarse hacia ella centímetro a centímetro mientras la piel ennegrecida y burbujeante se le caía a trozos. El resto estaban desmembrados en diferentes trozos y las llamas que cubrían el suelo los chamuscaban para acabar con los patéticos restos.

Claire acabó con rapidez con los dos que quedaban. Sentía lástima por el terrible final que habían tenido aquellas personas. Sus sueños se habían llenado de zombis desde lo que sufrió en Raccoon City. Todo su descanso era asaltado por criaturas pestilentes y babeantes que andaban a la busca de carne viva para alimentarse. Umbrella no había creado de forma intencionada aquellos monstruos en concreto, tan parecidos a los cadáveres ambulantes de las películas de terror, y era un asunto de matar o morir, así que no tenía ninguna clase de elección.

Pero eran personas hasta no hace mucho. Personas con familias y una vida propia, que no habían merecido morir de aquel modo tan horrible, sin importar las maldades que hubiesen cometido. Bajó la mirada hacia los lastimosos cuerpos achicharrados y casi se sintió enferma por el sentimiento de compasión…, y por el lento pero constante aumento de su odio por Umbrella.

Claire sacudió la cabeza para aclararse las ideas e hizo todo lo posible por apartar aquello de su mente. Sabía que si se dejaba llevar por todo aquel dolor y lástima, era posible que dudara en algún momento crucial. Al igual que un soldado en mitad del combate, no podía humanizar a sus enemigos…, aunque no tenía ninguna clase de duda sobre cuál era el enemigo de verdad, y deseó con todas sus fuerzas que los directivos de Umbrella ardieran para siempre jamás en el infierno por todo lo que habían hecho.

Comprobó todos los huecos y las sombras del pasaje para que no la sorprendieran de nuevo mientras pensaba en las distintas posibilidades que se le ofrecían para lo que haría a continuación. En la parte posterior de la perrera había una guillotina de verdad, y la cuchilla parecía estar manchada de sangre. Tan sólo mirarla le provocó un estremecimiento por todo el cuerpo cuando le recordó al jefe de policía de Raccoon City, Irons, y su sala de tortura oculta en la propia comisaría. Irons era la prueba viviente de que Umbrella no hacía un examen psicológico a sus agentes encubiertos. Al otro lado del desagradable instrumento de ejecución había una puerta, pero resultaba obvio que Steve no había salido por allí debido a los zombis que habían estado encerrados en aquel lugar hasta unos momentos antes. Al lado de la perrera había una compuerta corredera metálica, pero no la pudo abrir…, y al lado de esta última, la única puerta por la que Steve podía haber salido, ya que el callejón no tenía otra salida más allá.

Claire se acercó a la puerta. De repente, se sintió muy cansada y muy vieja, con las emociones agotadas. Comprobó la pistola y luego alargó la mano hacia el picaporte mientras se preguntaba si lograría ver de nuevo a su hermano. A veces, mantenerse agarrada a la esperanza era una carga pesada y terrible, que se hacía más pesada todavía porque no podía perderla, ni siquiera por un momento.

Steve se sobresaltó cuando oyó la explosión en el exterior, y miró a su alrededor pensativo, como si esperara que las paredes de la pequeña oficina abarrotada fuesen a venírsele encima en cualquier momento. Se tranquilizó tras unos momentos y supuso que se trataba de otra explosión de algún depósito de combustible, así que no tenía por qué preocuparse. Los incendios sin control que se habían producido desde el comienzo del ataque y que azotaban las instalaciones de cabo a rabo llegaban de vez en cuando a algo inflamable en extremo, una lata de queroseno o una bombona de oxígeno, y entonces, se producía otra explosión.

De hecho, había sido una de esas explosiones la que lo había mantenido con vida. Un cascote que salió disparado de una pared cuando estalló un barril de gasolina lo derribó, dejándolo inconsciente, y los demás escombros lo cubrieron por completo, ocultándolo a la vista. Cuando recuperó el conocimiento, la gran festividad culinaria zombi había acabado, y la mayoría de los guardias de la prisión y los propios prisioneros estaban muertos.

Mejor no pensar en ello. Sacudió la cabeza y volvió a centrar la atención en la pantalla del ordenador, en el directorio de archivos con el que se había tropezado mientras buscaba un mapa de la isla. Algún cretino había escrito el código de acceso en uno de aquellos papelitos amarillos autoadhesivos y lo había pegado sobre el monitor, lo que le había proporcionado vía libre a una información que era obviamente secreta. Era mala suerte que la mayor parte de los archivos fueran tan aburridos como ver un deshielo: los libros de cuentas de la prisión, nombres y fechas que no reconocía, información sobre un tipo especial de aleación que los detectores de metal no podían descubrir. Eso último era interesante, ya que él había tenido que pasar a través de un detector de metal para llegar hasta la oficina, pero tres o cuatro balas bien colocadas se habían encargado de solucionar ese «problemilla». También había tenido otro golpe de suerte: había encontrado una de las llaves maestras de la puerta principal metida en un cajón, y, sin duda, abriría unas cuantas cerraduras en su camino de regreso.

Y ahora lo único que necesito es un puñetero mapa para encontrar el barco o el avión más cercanos, porque si no, estoy acabado.

Recogería a la muchacha después de que hubiera encontrado una ruta de escape, y aparecería como su caballero salvador con armadura resplandeciente. Sin duda, ella apreciaría sus esfuerzos, quizá hasta el punto de…

Uno de los nombres de la lista de archivos le llamó la atención. Steve frunció el entrecejo y se acercó a la pantalla. Había una carpeta con el nombre Redfield, C. ¿Claire Redfield? La abrió, sintiendo curiosidad, y todavía se encontraba leyendo su contenido, absorto por completo, cuando oyó un ruido a su espalda.

Empuñó con rapidez la pistola que había dejado sobre la mesa y se dio la vuelta en redondo, fustigándose mentalmente por no prestar más atención…, y allí estaba Claire, con su pistola apuntando al suelo pero con un leve gesto de irritación en el rostro.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con tranquilidad, como si no lo hubiera acojonado vivo con aquel susto—. ¿Y cómo has logrado pasar entre los zombis que hay ahí afuera?

—Pues corrí —le contestó él, molesto con aquellas preguntas. ¿Es que se creía que era un tipo sin recursos o algo así?—. Y estoy buscando un mapa… Por cierto, ¿estás emparentada con Christopher Redfield?

Claire frunció el entrecejo.

—Chris es mi hermano. ¿Por qué?

Hermanos. Eso lo explica.

Steve le indicó con un gesto la pantalla del ordenador mientras en su fuero interno se preguntaba si toda la familia Redfield sería así de increíble. Bueno, su hermano sin duda lo era: antiguo piloto de la Fuerza Aérea, miembro de un equipo de los STARS, tirador de élite y toda una espina clavada en el costado de Umbrella. No pensaba admitirlo en voz alta, pero lo cierto era que Steve estaba muy impresionado.

—Quizá quieras decirle que Umbrella lo mantiene vigilado —le comentó, y se echó a un lado para que ella pudiera leer lo que ponía en la pantalla.

Al parecer, Redfield se encontraba en París, aunque Umbrella no había conseguido averiguar su paradero exacto. Steve se alegró de haber encontrado aquel archivo. No le importaría que ella se sintiera un poco agradecida con él.

Claire revisó toda la información y luego pulsó unas cuantas teclas antes de mirarlo con una expresión de alivio en el rostro.

—Gracias a Dios que existen los satélites privados. Puedo ponerme en contacto con Leon, un amigo, que lo más probable es que ya se haya reunido con Chris a estas alturas… —Ya había comenzado a teclear de nuevo y siguió explicándole cosas con voz ausente mientras los dedos corrían sobre el teclado—. Hay una lista de correos que utilizamos los dos… ¿Ves? «Ponte en contacto lo antes posible. Toda la banda está aquí ya.»

Steve se encogió de hombros. No estaba demasiado interesado en la vida y milagros de los colegas de Claire.

—Vete al archivo anterior y encontrarás la longitud y la latitud donde se encuentra este islote —dijo sonriendo—. ¿Por qué no le envías a tu hermano la dirección y viene a salvarnos?

Esperaba otra mirada de irritación, pero Claire se limitó a asentir con una expresión de tremenda seriedad en la cara.

—Buena idea. Le diré que se ha producido un nuevo escape en estas coordenadas. Ellos sabrán a qué me refiero.

Cierto, era bonita, pero también bastante ingenua.

—Era una broma —dijo él meneando la cabeza. Estaban en mitad de ningún lugar.

Ella se lo quedó mirando.

—Divertidísimo. Se lo contaré a mi hermano cuando llegue.

Sin aviso, por sorpresa, una rabia feroz surgió de su interior, un torbellino de furia y desesperación junto a toda una serie de sentimientos que ni siquiera podía comenzar a intentar comprender. Lo que sí comprendía era que la señoritinga Claire estaba muy equivocada, que era estúpida y que estaba equivocada.

—¿Estás de guasa? ¿De verdad esperas que aparezca con lo que está pasando aquí? ¡Pero mira esas coordenadas! —Las palabras le salieron con mayor fuerza, ira y rapidez de lo que él pretendía, pero no le importó—. ¡No seas idiota! ¡Créeme, no puedes depender de la gente de esa manera! ¡Al final sólo lograrás que te hagan daño, y después tan sólo te podrás echar la culpa a ti misma!

Ella lo estaba mirando como si hubiese perdido la cabeza, y en lo más intenso de su furia le llegó una sensación aplastante de vergüenza, de que se había exaltado más de la cuenta sin sentido alguno. Pudo sentir cómo las lágrimas amenazaban con saltársele, para mayor humillación, y no estaba dispuesto de ningún modo a ponerse a llorar delante de ella como un niño indefenso, ni hablar. Steve también sintió que se ruborizaba, así que dio la vuelta y echó a correr antes de que ella pudiera contestarle nada.

—¡Espera, Steve! —acertó a decir Claire por fin.

Él cerró la puerta de un fuerte golpe al salir y siguió corriendo. Tan sólo deseaba salir, marcharse de allí.

A la mierda con el mapa, tengo la llave, ya se me ocurrirá algo, y mataré a cualquiera que intente detenerme…

Salió al largo pasillo y cruzó el detector de metales inutilizado antes de entrar al callejón con el arma preparada. Una parte de él se sintió amargamente decepcionada por no tener nada contra que disparar cuando pasó al lado de la perrera, donde casi se cayó dos veces al resbalar con los trozos de cuerpos chamuscados y húmedos por la sangre que los cubría. No había nada que destrozar, nada le impedía sentir lo que estaba sintiendo.

Salió de estampida por la puerta que daba a la parte de atrás del barracón y comenzó a rodear el largo edificio, sudando, con el corazón palpitándole con fuerza, el cabello pegado al cráneo por el sudor a pesar del frío que hacía…, y estaba tan concentrado en su extraña locura, en su necesidad de correr, que no vio ni oyó nada hasta que casi fue demasiado tarde.

¡Bam!, algo lo golpeó por la espalda y lo tiró de bruces al suelo. Steve se dio la vuelta de forma inmediata y un terror mortífero bloqueó de momento todos los demás sentimientos y sensaciones…

Eran dos. Dos de los perros de los guardias de la prisión. Uno de ellos estaba dándose la vuelta después de haber saltado sobre su espalda, y el otro se acercaba dejando escapar un gruñido que le surgía de lo más profundo de la garganta. Iba con la cabeza agachada y las patas tensas, caminando con lentitud pero con determinación.

Dios, qué pinta…

Sin duda, antes habían sido rottweilers, pero ya habían dejado de serlo. Estaban infectados, no había más que ver sus ojos cubiertos de una leve película roja, sus hocicos babeantes, los nuevos músculos que sobresalían bajo la capa de pellejo de aspecto casi resbaladizo. Steve se dio cuenta, por primera vez desde que se produjo el ataque, de la inmensidad de la locura de Umbrella: sus experimentos secretos, su ridícula mentalidad con subterfugios de película de capa y espada. A Steve le gustaban los perros mucho más de lo que le gustaban las personas, y lo que les había ocurrido a aquellos pobres animales no era justo.

No es justo. El momento equivocado y en el lugar equivocado. No me merezco nada de lo que me está pasando, no he hecho nada malo…

Ni siquiera se dio cuenta de que el objeto de su lástima había cambiado, de que estaba admitiendo por fin lo jodida que era la situación, lo mal que lo tenía. No tuvo tiempo de percatarse de ello. Había pasado menos de un segundo desde que se dio la vuelta, y los perros ya estaban preparándose para atacarlo.

Todo acabó en otro segundo, el tiempo que tardó en apretar el gatillo una vez, girar, y disparar de nuevo. Ambos animales murieron al instante. El primero recibió la bala en la cabeza, y el segundo en el pecho. Este último dejó escapar un gañido de dolor o de sorpresa antes de desplomarse sobre el barro, y el odio que Steve sentía hacia Umbrella se multiplicó de forma exponencial al oír aquel sonido lastimero. Su mente le repitió una y otra vez lo injusto que era todo aquello mientras se ponía en pie y comenzaba a correr de nuevo, tambaleándose. Tenía la llave de la puerta de la prisión: no iba a ser su prisionero nunca más.

Ya va siendo hora de que les haga pagar lo suyo, pensó con ira. De repente, deseó, rezó para que uno de aquellos cabrones que tomaban las decisiones y trabajaban para Umbrella se cruzara en su camino. Quizá si oyera a uno de ellos implorar por su vida se sentiría un poco mejor.