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Estaban tan sólo a unas pocas horas de llegar. Dos hombres relacionados por su pasado. Uno era su enemigo. El otro… Alexia no sabía apenas nada sobre el otro, todavía, pero lo que sabía era que estaba dispuesto a rescatar a la muchacha del trineo motorizado que ella había capturado después de haberla hecho regresar de forma tan brusca. Lo más probable era que también quisiese rescatar al muchacho. Por supuesto, ninguno de ellos saldría de allí, pero deseaba observar las intrigas sin sentido y los dramas desmesurados que su humanidad traería hasta su hogar. Disfrutaría de la oportunidad de observar sus tendencias e instintos naturales antes de alterar por completo sus vidas para siempre.

Estaba de pie en medio del gran salón, considerando todos los elementos de la situación: los futuros posibles, su transformación ya próxima, los cambios estructurales y psicológicos que su nueva síntesis vírica provocaría en los humanos, cómo recibiría a sus nuevos invitados, y se le ocurrió que quizá les sería difícil llegar hasta su hogar, enterrado en las profundidades bajo el hielo y la nieve. Deseó inmediatamente que todas las puertas se abrieran, que todos los obstáculos desaparecieran, y vio y oyó el resultado en ese preciso instante, en un centenar de sitios a la vez, cuando las cerraduras saltaron por los aires y las paredes cayeron derribadas, cuando los escombros fueron arrinconados a un lado y las aberturas se ampliaron.

Estaba preparada. Todo iría con mayor rapidez a partir de aquel momento, y lo que ocurriera a lo largo de las horas siguientes definiría, hasta cierto punto, las decisiones que tomaría durante cierto tiempo. Todo era todavía tan reciente que las premisas que regirían su nueva vida no estaban más que escritas en la arena…

Alexia sonrió ante su talante poético y se dispuso a preparar la primera serie de inyecciones para el chico.