11
Se adentraron en la oscuridad. Steve iba delante de Claire, que dejó la puerta de la oficina abierta. Había la luz suficiente para ver dónde el pasillo se dividía a la derecha, ésa era toda la luz que necesitaban.
A la derecha, camina, la puerta de la derecha, camina, escalones a la izquierda…
Aquello no paraba de darle vueltas en la cabeza. Las indicaciones eran sencillas, pero no quería cometer el más mínimo error. El recuerdo de lo que Claire le había quitado de la espalda seguía fresco en su memoria, y no sabían qué más eran capaces de hacer las polillas.
Dieron dos pasos y la primera polilla se dirigió hacia ellos, un borrón blanquecino y silencioso. Steve abrió fuego.
¡Bang, bang, bang! Tres disparos y la criatura aleteante se desintegró en el aire. Los trozos se estrellaron contra el suelo con unos leves chasquidos húmedos mientras el resto salían del pasillo al que se dirigían Claire y Steve. Volaron como una oleada polvorienta de olor a podrido, unas siluetas sombrías y suaves…, ¿qué era aquel bulto grueso del tamaño de un hombre que colgaba del techo?
Ni lo pienses, vete, vete…
—¡Vámonos! —gritó Steve, y Claire salió corriendo desde detrás de él, dirigiéndose a toda velocidad hacia la derecha para cruzar el pasillo a la vez que él comenzaba a disparar de nuevo con ráfagas de dos y tres proyectiles.
Sobre él cayó una lluvia de trozos de alas grandes y suaves y de una sustancia pegajosa mientras acribillaba las siluetas oscuras que revoloteaban alrededor. Aquella cascada de restos orgánicos hizo que le dieran arcadas. Las polillas morían de forma tan silenciosa como atacaban. Sintió cómo una de ellas se posaba en la cabeza, y algo tibio y pegajoso engancharse a su cuero cabelludo. Se frotó con fuerza en esa parte con una mano mientras seguía disparando con la otra, y logró que el pegajoso envoltorio con el huevo en el interior se desprendiera.
—¡Despejado! —gritó Claire desde mucho más cerca de lo que él se esperaba, y aunque había planeado retroceder de espaldas a lo largo del pasillo sin dejar de disparar, el contacto de aquella sustancia en el cabello fue la gota que colmó el vaso. Se agachó, se cubrió la cabeza con un brazo y echó a correr.
Divisó su silueta en el hueco de una puerta a la derecha y se lanzó hacia ella, corriendo en línea recta hacia el brazo extendido de la chica. Claire lo agarró por la camisa y lo metió de un tirón. Cerró la entrada de un portazo, y se dio la vuelta para empezar a disparar mientras lo cubría con su propio cuerpo.
—¡Eh!, ¿qué puñetas…?
¡Bang! ¡Bang! La estancia era enorme, y el eco de los disparos llegaba rebotado desde unas esquinas muy alejadas.
Había un poco de luz procedente de algún lugar, pero Steve los oyó antes de verlos. Zombis, gimiendo con sonidos quejumbrosos. Eran tres o cuatro que ya se estaban acercando a ellos. Distinguió sus siluetas, que se tambaleaban y oscilaban mientras avanzaban en su dirección. Vio que dos de ellos caían abatidos, pero otros dos aparecían y tomaban su lugar.
—¡Estoy bien! —exclamó Steve entre los estampidos de los disparos, y Claire se echó a un lado al mismo tiempo que le gritaba que se ocupara del flanco derecho.
Steve apuntó y disparó, entrecerrando los ojos para no quedar cegado por los fogonazos en aquella oscuridad y esforzándose por alcanzarlos en la cabeza. Mató de forma definitiva a tres, luego a un cuarto, ya tan cerca que la sangre le salpicó una mano. Se la limpió inmediatamente frotándosela contra el pantalón, rezando para que no tuviera ningún corte, para no quedarse sin munición, pero apareció otro zombi, y otro más…, y entonces, Claire lo agarró de nuevo y tiró otra vez de él. Steve dejó de disparar y permitió que ella lo guiara hasta donde debía de estar la sala del pozo de la mina. Los zombis arrastraron los pies y siguieron gimiendo a su espalda mientras empezaban a perseguirlos a cámara lenta. Tropezó con un cuerpo tibio y pisó otro, sintiendo cómo algo crujía al partirse bajo el pie. Sin embargo, por mucho temor y desesperación que sintiera, no fue nada comparado con lo que se le vino encima cuando oyó a Claire soltar un grito de dolor y notar que le soltaba la mano.
—¡Claire!
Steve, aterrorizado, alargó el brazo hacia ella, pero no encontró más que el aire…
—Cuidado por donde pisas. Me he dado un porrazo tremendo en la punta del pie —dijo Claire con voz irritada, a menos de un metro de él.
Steve sintió que las rodillas le temblaban del alivio. También sintió una barandilla de metal contra el hombro derecho: las escaleras de la sala del pozo de la mina. Lo habían logrado.
Subieron juntos los peldaños. Claire seguía avanzando en cabeza, y cuando abrió la puerta, la luz del sol entró a raudales en el hueco atravesando la oscuridad.
—Gracias a Dios —murmuró Steve manteniendo abierta la puerta mientras Claire entraba, y antes de que pudiera seguirla, oyó la risita infantil y femenina que había acabado reconociendo y odiando. Claire deslizó con rapidez una mano a la espalda y le indicó que no se moviera. Steve soltó la puerta y ella se quedó allí, dejando que se cerrara hasta que se detuvo en su cadera. Alfred dijo algo y ella levantó con lentitud las manos.
Al parecer, Alfred había pillado desprevenida a Claire…
Pero no a mí, pensó Steve, sin darse cuenta de la sonrisa tensa y amenazadora que había aparecido en su rostro. Alfred tenía muchas maldades por las que responder, pero Steve estaba bastante seguro de que en un minuto o dos más, no iba a tener oportunidad de decir mucho más…, para siempre.
La había pillado. Tal como había previsto, ellos…, bueno, ella se había acercado a echarle un vistazo al túnel, la única salida de la terminal para la que no hacía falta disponer de una llave. Sin duda, no se trataba de una chica estúpida, pero él era superior, tanto en el plano intelectual como en el estratégico. Entre otras cosas.
Claire, que seguía en el umbral de la puerta, alzó las manos, pero la expresión que mostraba su rostro era irritantemente tranquila. ¿Por qué no estaba atemorizada?
—Suelta el arma —dijo Alfred con un gruñido y con el dedo en el gatillo del rifle.
Su voz, amplificada de forma natural por el pozo de la mina, que constituía la mayor parte del lugar, resonó por toda la estancia helada con un tono autoritario y un poco cruel. Le gustó aquella voz fuerte, y supo que era efectiva cuando ella dejó caer el arma sin dudarlo ni un momento.
—Acércamela de una patada —ordenó Alfred, y ella obedeció. El arma cruzó el suelo de cemento con un repiqueteo. No la recogió, sino que la envió de otra patada por debajo de la barandilla que tenía a la izquierda. Ambos se quedaron oyendo cómo la única esperanza de Claire caía rebotando sobre las rocas cubiertas de hielo hasta desaparecer en las profundidades del pozo congelado.
¡Qué maravilloso es ejercer un control así!
—¿Qué le ha pasado a tu compañero de viaje? —preguntó con un tono de voz burlón—. ¿Es que ha tenido un accidente? Por cierto, sepárate de la puerta si no te importa, y procura mantener las manos donde pueda verlas.
Claire avanzó un poco. La puerta se cerró casi por completo a su espalda, y Alfred adivinó un leve gesto de contrariedad en su rostro. Supo de forma inmediata que había acertado con su comentario. Eso suponía una comida caliente menos para su padre, pero dudaba mucho que el monstruo se quejara.
—Ha muerto —dijo ella con sencillez—. ¿Qué le pasó a Alexia? ¿O es que estoy hablando con Alexia? Verás, es que os parecéis tanto…
—Cierra la boca, niña —rezongó Alfred—. No eres merecedora de pronunciar su nombre. Ya sabes que ha llegado el momento de su regreso, por eso tu gente atacó Rockfort, para atraerla a una trampa… ¿O es que esperabais matarla directamente, antes de que pudiera respirar su primera bocanada de aire libre?
Claire pareció confundida. Al parecer, seguía decidida a mantener su comportamiento inocente y fingido, pero Alfred ya no quería oír ninguna más de sus mentiras. Estaba perdiendo el interés por aquel juego. Ante el triunfo inminente de Alexia, todo lo demás carecía de importancia.
—Lo sé todo —le espetó—, así que ni te molestes. Y ahora, si eres tan amable de venir conmigo…
Claire levantó de repente la mirada hacia un punto situado a su derecha: la plataforma donde comenzaba el túnel.
—¡Cuidado! —gritó a la vez que se tiraba al suelo. Alfred se dio la vuelta y tan sólo vio la enorme máquina excavadora de hielo, la entrada al oscuro túnel.
La puerta a la espalda de Claire se abrió de golpe para dejar paso al chico, que cayó sobre su costado, apuntándole con una arma.
Alfred se giró de nuevo, enfurecido, y apretó el gatillo del rifle tres, cuatro veces, pero no tuvo tiempo de apuntar con precisión y los proyectiles explosivos ni se acercaron a su objetivo.
De repente, sintió que una mano gigantesca lo empujaba hacia atrás y le quitaba la respiración. El chico siguió disparando hasta que se quedó sin balas.
Alfred trastabilló hacia atrás otro paso. Abrió la boca para soltar una carcajada, listo para matarlos a los dos, pero el rifle ya no estaba en sus manos. Lo había dejado caer por alguna razón, y su risa no era más que un carraspeo doloroso y gorgoteante, y algo cedió a su espalda. Un instante después, caía hacia el pozo de la mina, donde aterrizó sobre una gruesa capa de hielo. Intentó levantarse inmediatamente, pero notó un dolor intenso y lacerante en el pecho. ¿Sería posible que le hubiesen disparado?
El hielo cedió sin apenas hacer ruido y volvió a caer, chillando. Tenía que verla una vez más, tenía que tocarla de nuevo, pero lo que oyó fue a su padre gritando también mientras se dirigía en su busca, y después todo desapareció en el dolor y en la oscuridad.
El sonido del tremendo aullido que había resonado al encuentro de Alfred hizo que se pusieran en marcha de forma inmediata. Claire sólo se detuvo el tiempo suficiente para recoger del suelo el rifle de Alfred antes de subir en pos de Steve hacia la plataforma elevada. A Steve se le había acabado la munición, y la pistola estaba en el fondo del pozo de la mina, así que era su única arma.
Subieron a la cabina de la enorme máquina de color amarillo aparcada delante del túnel con una inclinación ascendente. Steve se puso al volante…, y un instante después oyeron otra vez aquel grito inhumano y enloquecido. Sin ninguna clase de duda, había sonado mucho más cerca. El monstruo prisionero andaba suelto en uno de los pasillos interiores.
Steve pulsó unos cuantos interruptores, asintiendo y murmurando para sí mismo mientras lo hacía. Claire estuvo atenta al aullido mientras comprobaba la munición del rifle: sólo disponía de seis balas. Se dio cuenta de que la máquina perforadora, con aspecto de ser un enorme taladro, en realidad calentaba la punta para derretir el hielo. No le importó cómo lo hiciera con tal de que lograra sacarlos de allí antes de que el monstruo los alcanzara.
Steve le explicó mientras el aparato calentaba motores que el túnel estaría inacabado probablemente porque los operarios tendrían que haber avanzado con lentitud y sin utilizar el elemento calorífico de la perforadora para así evitar inundar la mitad de las instalaciones.
—Pero nosotros no tenemos que preocuparnos por eso —añadió él con una sonrisa—. ¿Qué te parece si creamos un lago artificial?
—Por mí, encantada —le contestó ella con otra sonrisa. Sin embargo, en su interior deseaba sentir un poco más de entusiasmo. Estaban a punto de escapar, habían acabado por fin con Alfred Ashford, y no había nadie que se interpusiera en su camino, de modo que, ¿por qué se sentía tan insegura?
Es por todas esas chorradas que soltó sobre su hermana… Vale, estaba loco, pero aquello le había hecho recordar una pregunta para la que todavía no tenía respuesta: ¿por qué habían atacado Rockfort?
Steve apretó el pedal de aceleración y el aparato comenzó a avanzar a saltos. No había cinturones de seguridad, por lo que Claire tuvo que agarrarse apoyando una mano en el techo de la cabina. La perforadora retemblaba tanto como el avión cuando estaban a punto de estrellarse. El campo de visión estaba muy restringido por el gigantesco taladro del morro, pero su poder fue obvio en cuanto llegaron al final del túnel, sin duda alguna.
El ruido fue increíble, ensordecedor, como si alguien hubiera metido piedras en una picadora, pero cien veces más potente. Les llegó el olor a vapor recalentado, y mientras avanzaban con lentitud a través de una oscuridad total, Claire oyó el rugido del deshielo incluso por encima del de la excavación. A los lados de la cabina pasaban unos tremendos torrentes de agua.
El ruido de la perforación y de las impresionantes corrientes de agua siguió mientras ellos continuaban ascendiendo…, hasta que la perforadora se detuvo y el vehículo se estremeció mientras las cadenas de las orugas se esforzaban por hacerlo continuar. Una luz repentina inundó la cabina, una luz gris, sombría y hermosa.
El vehículo perforador salió del agujero que acababa de abrir cerca de una torre. Claire se percató de que era un helipuerto al mismo tiempo que Steve señalaba a los trineos motorizados que se encontraban aparcados cerca de la base. Estaba nevando. Unos pesados copos húmedos caían del cielo de color pizarra, y la fría humedad caló en el interior de la cabina antes de que llevaran ni siquiera un minuto sobre la superficie. Soplaba algo de viento que hacía que la nieve cayera en ángulo. No era un viento muy fuerte, pero sí continuo.
—¿Helicóptero o trineo? —preguntó Steve con voz despreocupada, pero Claire se dio cuenta de que había comenzado a temblar. Lo mismo que ella.
—Tú eliges, piloto —contestó ella. En un helicóptero irían con mayor rapidez, pero le pareció que quedarse en el suelo era más seguro—. ¿Podremos despegar con esta ventisca?
—Siempre que no empeore —respondió él a su vez.
Miró hacia la torre, pero no parecía muy seguro de sí mismo. Claire estaba a punto de sugerir que utilizaran uno de los trineos cuando él se encogió de hombros y abrió la puerta. Salió y la llamó por encima del hombro.
—Vamos a acercarnos a la torre, conductora —dijo—. Al menos podremos ver si tenemos posibilidades de elegir.
Claire también salió y alzó la cabeza, pero tampoco pudo ver el extremo superior de la torre. Hacía un frío intenso, helador.
—Lo que tú digas, pero vamos ya —contestó Claire, colgándose el rifle del hombro.
Steve se acercó al trote a las escaleras y ella lo siguió de cerca, helada pero exultante, inundada de repente por la maravillosa sensación de poder escoger, de poder decidir qué querían hacer, de cómo lo querían hacer. De un modo u otro llegarían a la base australiana en una hora más o menos, y estarían arropados con mantas mientras bebían algo caliente y contaban lo que les había pasado.
Bueno, al menos, las partes más creíbles, pensó subiendo los peldaños detrás de Steve. Ni siquiera las personas de mente más abierta de todo el mundo se creerían la mitad de lo que les había pasado.
Su felicidad fue menguando a medida que se acercaban a la parte superior de la torre, a tres pisos de altura. Los dientes le castañeteaban con fuerza, y cuando Steve se dio la vuelta con el entrecejo fruncido, ya nada le importaba mucho más aparte de entrar en calor.
—No hay ningún helicóptero —dijo. La nieve se le estaba solidificando sobre el cabello—. Supongo que tendremos que…
Vio algo detrás de Claire, y su rostro se contorsionó con una expresión de horror y sorpresa. Alargó la mano para ayudarla a subir, pero ella ya se había puesto en movimiento.
—¡Vamos! —gritó Claire, y él se dio media vuelta y echó a correr escaleras arriba, con la chica pegada a menos de un peldaño. Claire no sabía qué era lo que él había visto…
Sí que lo sabes…
Por la expresión de su cara, sabía que no quería tener aquello justo a la espalda.
Es la criatura, el monstruo, estaba suelto y ahora va a por vosotros, le dijo de modo servicial el profundo miedo que sentía. Un momento después, la agarró del brazo y la hizo subir de un salto los pocos escalones que quedaban. Llegó tambaleante a una gigantesca plataforma cuadrada y vacía. Las líneas de señalización estaban casi tapadas por completo por la nieve recién caída, y una extraña niebla oscura y gris dificultaba la visión.
—Dame el rifle —jadeó Steve, pero ella no le hizo caso. Se giró para ver si era verdad, si reconocería el tremendo dolor del ser que había aullado de forma tan terrible…, y mientras la criatura se acercaba a la plataforma, ella vio que era verdad, y lo reconoció sin problema alguno. Se descolgó el rifle del hombro y retrocedió, indicándole con un gesto a Steve que permaneciera detrás de ella.
Alfred se despertó en mitad de un mundo de dolor. Apenas podía respirar y tenía sangre por toda la cara procedente de la boca y de la nariz. Cuando intentó levantarse, la sensación de agonía fue inmediata y paralizante. Cada parte de su cuerpo estaba rota, cortada o atravesada, y sabía que iba a morir. Lo único que le quedaba por hacer era rendirse a la oscuridad. Tenía mucho miedo, pero sentía tanto dolor que quizá lo mejor sería dormirse.
Alexia…
No podía rendirse, no cuando había estado a punto de conseguirlo, no cuando todavía estaba a punto de lograrlo. Se obligó a sí mismo a abrir los ojos, y vio a través de una leve neblina roja que se encontraba en una de las plataformas inferiores que sobresalían asomándose al pozo de la mina. Había caído desde una distancia de tres pisos por lo menos, quizá incluso cinco.
—Aaa… leeexiaaa —susurró, y notó cómo la sangre salía a borbotones por su pecho, sintió cómo los huesos chirriaban unos contra otros cuando se movió de nuevo, sintió miedo del dolor que tendría que soportar…, pero iría hasta ella, porque ella era su corazón, su gran amor, y resistiría con su nombre en los labios.
—Dame el rifle —dijo Steve otra vez mientras veía cómo la criatura daba un primer paso hacia ellos.
Claire no le estaba prestando atención. Tenía el ojo pegado a la mira telescópica y estaba viendo lo mismo que él pero ampliado, y lo que veía era una abominación.
Era evidente que la criatura, cegada con una venda, con las manos atadas a la espalda, con un sucio taparrabos de cuero desigual atado a la cintura por toda vestimenta, había sufrido de forma horrible. Distinguió con claridad las cicatrices abultadas, los verdugones antiguos, las marcas sangrientas alrededor de los tobillos. Habría tenido un aspecto humano si no hubiera sido por su cuerpo de enorme tamaño y su extraña carne, de color gris moteado. Sus músculos eran poderosos hasta el punto de haber rasgado la propia piel dejando al descubierto la carne. Llevaba el torso desnudo, y Steve vio una especie de rojez palpitante en el centro del pecho: un objetivo claro. Durante unos segundos pensó que, después de todo, estaban a salvo; no tenía armas.
Y en ese preciso instante se oyó el sonido de algo que se desencajaba, y cuatro apéndices desiguales, parecidos a las patas de un insecto, aparecieron desdoblándose en la parte superior de su espalda. El más largo mediría como mínimo tres metros, y asomaba por encima de su hombro derecho como la cola de un escorpión. Avanzó tambaleante otro paso y un líquido oscuro comenzó a caerle del cuerpo, del pecho o de la espalda. Cuando las gotas se estrellaron contra el cemento helado, un gas verde purpúreo comenzó a surgir siseante de los agujeros que abrieron, y el viento helado y cargado de nieve arrastró las diferentes volutas a un lado o a otro.
La criatura aulló otro grito sin palabras y dio otro paso adelante con las nuevas extremidades agitándose por encima de su cabeza sin pelo. Aquello hizo que se balancease de un lado a otro, casi incapaz de mantener el equilibrio. Steve empezó a correr en cuanto se dio cuenta de aquello.
Ve agachado, con la cabeza bajada, derríbalo mientras todavía está cerca del borde…
—¡Steve! —gritó Claire llena de temor, pero él ya casi había llegado, ya estaba lo bastante cerca como para que el hedor acre del gas producido por su sangre corrosiva le quemara las fosas nasales.
Tiene que ser veneno, tengo que mantenerlo alejado de ella.
Justo antes de estrellarse contra el monstruo, algo lo golpeó con fuerza en la espalda y lo lanzó contra el suelo.
—¡Steve! —gritó Claire de nuevo, pero esta vez, horrorizada por completo: Steve se deslizaba sin control por el suelo de cemento cubierto de hielo. Aunque intentó detenerse clavando los dedos helados sobre la superficie helada, no quedó plataforma a la que agarrarse.
Steve se encontraba casi al lado del monstruo cuando uno de sus extraños brazos pasó por encima de los dos y golpeó a Steve en la espalda y lo arrojó a un lado.
—¡Steve!
Su compañero se deslizó por la plataforma helada como una piedra lisa sobre una superficie de agua tranquila y desapareció por el borde.
¡Dios mío! ¡No!
Claire se dobló sobre sí misma. El dolor provocado por la emoción la impactó como si se tratase de un golpe físico, duro y seco, en la boca del estómago. Había intentado protegerla, y eso le había costado la vida. No pudo moverse ni respirar durante un segundo, no pudo ni sentir el frío, no le preocupó el monstruo en absoluto.
Pero sólo fue durante un segundo.
Miró de nuevo al animal torturado y tambaleante que se aproximaba bamboleándose hacia ella. Supo sin lugar a dudas que la rabia en sus aullidos procedía de largos años de torturas y abusos, de experimentos efectuados con él, y no sintió nada por ello. Su corazón se había aislado por completo, y su mente estaba más fría que su propio cuerpo. Se irguió, metió una bala en la recámara del rifle y evaluó la situación con tranquilidad.
Era obvio que podía dejarlo atrás corriendo, allí plantado en la plataforma, y encontrarse a un kilómetro de él antes de que el monstruo lograra bajar los peldaños de la escalera, pero eso ya no era una opción. Su muerte sería un acto de misericordia, pero eso tampoco lo incluía en su cálculo de la situación.
Ha matado a Steve, y ahora yo voy a matarlo, pensó con frialdad, y se dirigió hacia la esquina noroeste de la plataforma, la más alejada de la escalera. El monstruo giró con un movimiento dolorosamente lento mientras sus apéndices seguían agitándose. Por fin, su rostro cegado quedó encarado hacia ella.
La criatura soltó otro aullido feroz e incoherente, y su cuerpo expulsó otro chorro de aquel líquido humeante, probablemente alguna especie de ácido o de veneno. Se preguntó por un momento quién habría creado una criatura semejante, y cómo. Aquello no era un monstruo zombi modificado por el virus T, y por su aspecto torturado y castigado tampoco se trataba de una arma biológica de Umbrella. Supuso que jamás lo sabría.
Claire alzó el rifle y colocó el ojo en la mirilla telescópica, concentrándose en el tejido palpitante del centro del pecho antes de subir el cañón del arma y apuntar a su rostro gris y sin expresión. No sabía si aquel tejido rojizo era su corazón, pero estaba segura de que no sobreviviría a un disparo en la cabeza con una bala del calibre 30.06. No quería perder el tiempo acechándolo, y tampoco causarle un dolor innecesario. Lo quería muerto.
Apuntó al centro de su frente. Tenía una mandíbula de rasgos fuertes y una nariz recta bajo la piel cubierta de arrugas, como si antaño hubiese sido alguien bello, incluso aristocrático.
A lo mejor es otro Ashford, pensó con cierta sorna, y disparó.
La cabeza del monstruo se partió por la mitad; casi pareció desmembrarse cuando el proyectil se incrustó en su objetivo. Los trozos de hueso y los restos de cerebro volaron por los aires. Todo ello de un color gris como el mismo cielo. Una vaharada de vapor surgió del cuenco vacío en que se había convertido su cráneo mientras se desplomaba hacia el suelo: primero de rodillas, con los brazos mutantes agitándose en el aire helado, y después directamente de cara contra el suelo cubierto de nieve.
Claire no sintió nada: ni placer, ni alegría, ni siquiera compasión. Estaba muerto, eso era todo, y ya había llegado el momento de que se marchara. Todavía no sentía el frío, pero su cuerpo se estremecía con espasmos violentos. Le castañeteaban los dientes, sabía que tenía que entrar en calor…
—¿Claire?
La voz, débil y temblorosa, era inconfundible: Steve la llamaba desde algún punto del borde oriental de la plataforma. Claire se quedó mirando al espacio vacío durante una fracción de segundo, confundida por completo…, y después echó a correr. Se dejó caer de rodillas sobre la suave nieve y apoyó las manos en el borde para asomarse y verlo agarrado a un pilón de apoyo metálico cubierto de hielo, rodeándolo en una postura extraña con los dos brazos y una pierna.
Tenía la cara azul por el frío, pero al verla se le iluminaron los ojos y en su rostro pálido apareció una expresión de alivio increíble.
—Estás viva —dijo.
—Es lo que suelo hacer —contestó ella, dejando el rifle a un lado y afianzándose con fuerza en el borde antes de inclinarse para agarrarle del brazo. Costó unos instantes, pero un momento después, Steve volvió a estar sobre la plataforma. Se quedaron abrazados, sintiendo demasiado frío para hacer otra cosa.
—Lo siento, Claire —dijo Steve con tristeza—. No pude detenerlo.
El corazón se le había abierto al ver que seguía vivo, y al oír aquello se le encogió. Steve sólo tenía diecisiete años, su vida había acabado destrozada por culpa de Umbrella, y casi acababa de morir por intentar salvarla. Otra vez. Y era él quien pedía perdón.
—No te preocupes. Esta vez me lo he cargado yo —dijo, decidida a no echarse a llorar—. Del próximo te encargas tú. ¿De acuerdo?
Steve asintió y se sentó sobre los talones para mirarla.
—Lo haré —contestó, con tanta vehemencia que a ella no le quedó más remedio que sonreír.
—Genial —dijo Claire a su vez, y se puso en pie y alargó la mano para ayudarlo a levantarse—. Eso me ahorrará un poco de trabajo. Y ahora, ¿qué te parece si nos montamos en uno de los trineos?
Se apoyaron uno en el otro y se quedaron juntos para mantener el calor corporal mientras bajaban las escaleras. A ninguno de los dos le apetecía soltarse de aquel abrazo.