Intrusión: 1995

No habrá despertar.

A la mañana siguiente, la mujer dormida no sentirá nada, salvo una leve inquietud y la sensación constante de que la observan. Su ansiedad remitirá en menos de un día y pronto quedará olvidada.

El recuerdo del sueño permanecerá un poco más.

En él, un enorme búho está posado al otro lado de la ventana, observándola a través del cristal con unos ojos gigantescos ribeteados de blanco.

La mujer no despertará, ni tampoco su marido, que duerme junto a ella. La sombra que cae sobre la pareja no perturbará su sueño. Y lo que viene a buscar la sombra, el bebé que espera dentro de la mujer dormida, no sentirá nada.

La intrusión no rasga la piel ni viola célula alguna del niño o de la madre.

Acaba en menos de un minuto. La sombra se retira.

Ahora no hay nadie más que el hombre, la mujer, el bebé que lleva dentro, y el intruso que se ha instalado en el interior del bebé y que también duerme.

La mujer y el hombre se despertarán por la mañana; el bebé lo hará unos cuantos meses más tarde, al nacer.

El intruso que lleva dentro seguirá durmiendo y no despertará hasta varios años después, cuando la desazón de la madre del niño y el recuerdo de aquel sueño ya hayan desaparecido hace tiempo.

Cinco años después, en una visita al zoo con su hijo, la mujer ve un búho idéntico al de su sueño. La visión del búho la inquieta por motivos que no logra comprender.

No es la primera vez que sueña con búhos en la oscuridad.

Tampoco será la última.

La quinta ola
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