43

Tampoco es que yo tenga nada especial.

Reznik es un sádico que cree en la igualdad de oportunidades. Trata a los otros seis reclutas del Pelotón 53 con la misma indecencia salvaje. Picapiedra, que es de mi edad, cejijunto y con una cabeza enorme; Tanque, el granjero delgaducho e irascible; Dumbo, el crío de doce años con grandes orejas y una sonrisa fácil que desapareció rápidamente durante la primera semana de instrucción; Bizcocho, un niño de ocho años que no habla nunca, pero que nos supera a todos con el fusil; Umpa, el muchacho regordete de dientes torcidos que llega tarde a todos los entrenamientos, pero que siempre es el primero en la cola del rancho; y, por fin, la más pequeña, Tacita, la niña de siete años más salvaje que se pueda imaginar, la más entusiasta del grupo, la que adora el suelo que pisa Reznik, por mucho que él le grite o la patee.

No conozco sus nombres reales. No hablamos de quiénes éramos, de cómo llegamos al campo ni de qué les pasó a nuestras familias. Todo eso da igual. Como Ben Parish, esos tíos (los que existían antes de Picapiedra, Tanque, Dumbo, etc.) están muertos. Etiquetados y embolsados, y ahora nosotros somos la última esperanza para la humanidad, su mejor esperanza; somos vino nuevo en odres viejos. Forjamos nuestros vínculos a través del odio, el odio a los infestados y a sus amos alienígenas, claro, pero también el odio encarnizado, inflexible y puro por el sargento Reznik, un sentimiento agudizado por el hecho de que jamás podemos expresarlo.

Y entonces asignaron a un niño llamado Frijol al Barracón 10, y uno de nosotros, un idiota, no pudo contenerse más y dejó que estallara toda la furia reprimida.

Os daré una oportunidad para que adivinéis quién fue el idiota.

No me lo podía creer cuando vi aparecer al niño al pasar lista. Cinco años, como mucho, perdido dentro de su mono blanco, temblando por culpa del aire frío del patio, con cara de tener ganas de vomitar, obviamente, muerto de miedo. Y ahí que llegó Reznik, con el sombrero bien calado sobre los ojillos, las botas relucientes como espejos y la voz siempre ronca de tanto gritar, y puso su cara pálida picada de viruela a pocos centímetros de la del pobre crío. No sé cómo el mequetrefe no se ensució los pantalones.

Reznik siempre empieza en voz baja y suave, y va subiendo de tono hasta que alcanza el gran final, para así engañarte y hacerte pensar que podría ser un ser humano de verdad.

—Bueno, ¿qué tenemos aquí? ¿Qué nos han enviado desde el reparto central? ¿Es un hobbit? ¿Eres una criatura mágica de un reino de cuento que ha venido para encantarme con su magia oscura?

Reznik no había hecho más que empezar, y el niño ya estaba conteniendo las lágrimas. Recién salido del autobús después de pasar por Dios sabe qué en el exterior, y llega este tío loco de mediana edad a machacarlo. Me pregunto cómo debía de ver a Reznik… y al resto del demencial Campo Asilo. Yo todavía intento asimilarlo y soy bastante mayor que él.

—Oh, qué mono. Precioso, ¡creo que voy a llorar! Dios mío, ¡he comido frijoles con salsa picante que eran más grandes que tú!

Subía el volumen a medida que se acercaba a la cara del niño. Y el niño lo soportaba sorprendentemente bien, daba respingos, miraba a un lado y a otro, pero, a pesar de que debía de estar pensando en salir corriendo por el patio, en correr hasta quedarse sin aliento, no se movía ni un centímetro.

—¿Cuál es tu historia, soldado Frijol? ¿Has perdido a tu mami? ¿Quieres irte a casa? ¡Ya sé! Cerremos los ojos, pidamos un deseo, ¡y a lo mejor mamá vuelve y nos lleva a todos a casa! ¿A que estaría bien, soldado Frijol?

Y el niño asintió con ganas, como si Reznik le hubiese hecho la pregunta que estaba esperando escuchar. ¡Por fin alguien lo entendía! Verlo perderse con sus grandes ojos de osito de peluche en los ojillos negros del sargento instructor… bastaba para romperle el corazón a cualquiera. Bastaba para hacerte gritar.

Pero no se grita. Hay que quedarse quieto, mirando hacia delante, con las manos a los costados, el pecho fuera, el corazón roto, mirando con el rabillo del ojo mientras algo se te desata dentro, se desenrolla como una serpiente de cascabel al atacar. Algo que te has ido guardando dentro a medida que la presión ha ido aumentando. No sabes cuándo va a estallar, no puedes predecirlo y, cuando sucede, eres incapaz de hacer nada para detenerlo.

—¡Déjelo en paz!

Reznik se volvió sobre sus talones. Nadie hizo ni un ruido, aunque se percibían los gritos ahogados. En el otro extremo de la fila, Picapiedra abrió mucho los ojos: no se creía lo que yo acababa de hacer. Yo tampoco.

—¿Quién ha dicho eso? ¿Cuál de vosotros, gusanos comemierda, acaba de firmar su sentencia de muerte?

Se paseaba por la fila con la cara roja de furia, las manos apretadas en puños y los nudillos blancos.

—Nadie, ¿eh? Bueno, voy a ponerme de rodillas y a cubrirme la cabeza, ¡porque Dios, Nuestro Señor, acaba de hablarme desde las alturas!

Se detuvo delante de Tanque, que, aunque estábamos a cuatro grados, sudaba a través del mono.

—¿Has sido tú, caraculo? ¡Te arrancaré los brazos!

Echó el puño atrás para golpearlo en la entrepierna.

El momento del idiota.

—¡Señor, he sido yo, señor! —grité.

Esta vez, el giro de 180 grados de Reznik fue a cámara lenta. Tardó mil años en llegar hasta mí. A lo lejos, el graznido ronco de un cuervo. Eso era lo único que oía.

No se detuvo frente de mí, sino simplemente en mi campo visual, y eso no indicaba nada bueno. No podía volverme hacia él. Debía seguir mirando hacia delante. Y lo peor era que no le veía las manos; no sabría cuándo ni dónde me golpearía, y, por tanto, tampoco cuándo prepararme para ello.

—Vaya, parece que ahora es el soldado Zombi el que da las órdenes —dijo Reznik en una voz tan baja que apenas se le oía—. El soldado Zombi es el puto guardián entre el centeno del Pelotón cincuenta y tres. Soldado Zombi, creo que estoy colado por ti. Se me doblan las rodillas cuando te veo. Haces que odie a mi madre por haberme parido hombre, porque ahora no podré tener hijos contigo.

¿Dónde aterrizaría el golpe? ¿En las rodillas? ¿En la entrepierna? Seguramente en el estómago, Reznik sentía debilidad por los estómagos.

No, fue un golpe a la nuez con el lateral de la mano. Trastabillé hacia atrás, intentando mantenerme en pie y no despegar las manos de los costados, no darle la satisfacción ni la excusa para que volviera a golpearme. El patio y los barracones zumbaron, después se sacudieron y se difuminaron ligeramente cuando se me llenaron los ojos de lágrimas… Lágrimas de dolor, claro, pero también de algo más.

—Señor, solo es un niño, señor —dije, medio ahogado.

—¡Soldado Zombi, tienes dos segundos, exactamente dos segundos, para cerrar esa alcantarilla que te sirve de boca! ¡De lo contrario incineraré tu culo con el resto de los alienígenas infestados hijos de puta!

Respiró profundamente y se preparó para la siguiente descarga verbal. Como yo ya había perdido del todo la cabeza, abrí la boca y dejé salir las palabras. Seré sincero: parte de mí se sentía aliviada y notaba algo que se parecía mucho a la alegría. Me había guardado dentro el odio durante demasiado tiempo.

—¡Entonces, el instructor jefe debería hacerlo, señor! ¡Al soldado le da igual, señor! Pero… Pero deje en paz al crío.

Silencio absoluto. Hasta el cuervo dejó de armar jaleo. El resto del pelotón ni siquiera respiraba. Sabía lo que pensaban: todos habíamos oído la historia del recluta bocazas y el «accidente» en la pista de obstáculos tras el que había acabado tres semanas ingresado en el hospital. Y la otra historia, la de un silencioso niño de diez años al que encontraron colgado de un alargador en las duchas. Suicidio, según el médico. Mucha gente no estaba tan segura.

Reznik no se movió.

—Soldado Zombi, ¿quién es su líder de pelotón?

—¡Señor, el líder de pelotón del soldado es el soldado Picapiedra, señor!

—¡Soldado Picapiedra, un paso al frente! —ladró Reznik.

Picapiedra obedeció y se cuadró. La ceja le temblaba por la tensión.

—Soldado Picapiedra, está despedido. El soldado Zombi será el nuevo líder de pelotón. El soldado Zombi es ignorante y feo, pero no es blando. —Noté los ojos de Reznik taladrándome la cara—. Soldado Zombi, ¿qué le pasó a tu hermana pequeña?

Parpadeé. Dos veces. Intentaba no mostrar ninguna emoción. Aunque se me rompió un poco la voz cuando respondí.

—¡Señor, la hermana del soldado está muerta, señor!

—¡Porque huiste como un gallina de mierda!

—¡Señor, el soldado huyó como un gallina de mierda, señor!

—Pero no volverás a huir, ¿verdad, soldado Zombi?

—¡Señor, no, señor!

Dio un paso atrás. Una expresión le cruzó rápidamente el rostro, una expresión que no le había visto nunca. Por supuesto, no podía ser eso, pero se parecía mucho al respeto.

—Soldado Frijol, ¡un paso al frente!

El nuevo no se movió hasta que Bizcocho le presionó la espalda con la punta del dedo. No lloraba. No quería hacerlo. Intentaba reprimir las lágrimas, pero, Dios bendito, ¿qué crío pequeño no estaría llorando a esas alturas? Tu antigua vida te vomita y ¿acabas aquí?

—Soldado Frijol, el soldado Zombi es tu líder de pelotón, y vas a dormir a su lado. Aprenderás de él. Te enseñará a caminar. Te enseñará a hablar. Te enseñará a pensar. Será el hermano mayor que no has tenido nunca. ¿Me entiendes, soldado Frijol?

—¡Señor, sí, señor!

Respondió con una vocecilla aguda y chillona, pero había captado las reglas a la primera.

Y así es como empezó.

La quinta ola
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
olas.xhtml
quinta-ola.xhtml
intrusion.xhtml
cap1.xhtml
cap1-1.xhtml
cap1-2.xhtml
cap1-3.xhtml
cap1-4.xhtml
cap1-5.xhtml
cap1-6.xhtml
cap1-7.xhtml
cap1-8.xhtml
cap1-9.xhtml
cap1-10.xhtml
cap1-11.xhtml
cap1-12.xhtml
cap1-13.xhtml
cap1-14.xhtml
cap1-15.xhtml
cap1-16.xhtml
cap1-17.xhtml
cap1-18.xhtml
cap1-19.xhtml
cap1-20.xhtml
cap1-21.xhtml
cap1-22.xhtml
cap1-23.xhtml
cap1-24.xhtml
cap2.xhtml
cap2-25.xhtml
cap2-26.xhtml
cap2-27.xhtml
cap2-28.xhtml
cap2-29.xhtml
cap2-30.xhtml
cap3.xhtml
cap3-31.xhtml
cap4.xhtml
cap4-32.xhtml
cap4-33.xhtml
cap4-34.xhtml
cap4-35.xhtml
cap4-36.xhtml
cap5.xhtml
cap5-37.xhtml
cap5-38.xhtml
cap5-39.xhtml
cap5-40.xhtml
cap5-41.xhtml
cap6.xhtml
cap6-42.xhtml
cap6-43.xhtml
cap6-44.xhtml
cap6-45.xhtml
cap6-46.xhtml
cap6-47.xhtml
cap6-48.xhtml
cap6-49.xhtml
cap6-50.xhtml
cap6-51.xhtml
cap6-52.xhtml
cap7.xhtml
cap7-53.xhtml
cap7-54.xhtml
cap7-55.xhtml
cap8.xhtml
cap8-56.xhtml
cap8-57.xhtml
cap8-58.xhtml
cap8-59.xhtml
cap8-60.xhtml
cap8-61.xhtml
cap8-62.xhtml
cap8-63.xhtml
cap8-64.xhtml
cap9.xhtml
cap9-65.xhtml
cap9-66.xhtml
cap9-67.xhtml
cap9-68.xhtml
cap9-69.xhtml
cap9-70.xhtml
cap9-71.xhtml
cap9-72.xhtml
cap9-73.xhtml
cap9-74.xhtml
cap9-75.xhtml
cap9-76.xhtml
cap9-77.xhtml
cap10.xhtml
cap10-78.xhtml
cap10-79.xhtml
cap11.xhtml
cap11-80.xhtml
cap12.xhtml
cap12-81.xhtml
cap12-82.xhtml
cap13.xhtml
cap13-83.xhtml
cap13-84.xhtml
cap13-85.xhtml
cap13-86.xhtml
cap13-87.xhtml
cap13-88.xhtml
cap13-89.xhtml
cap13-90.xhtml
cap13-91.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml