CAPÍTULO 17
27 de abril de 1139
Casa del prior; Old Priory Guesthouse
Tras lo que pareció un interminable momento de confusión, durante el cual el cuerpo del hermano Godwine fue retirado para prepararlo para ser enterrado, y Bell se marchó a informar al obispo, Margarita se encontró sentada en un taburete en las habitaciones privadas del prior. No muy lejos de ella, también sentado en un taburete, se encontraba el prior, mientras el obispo de Winchester ocupaba la silla de este. Junto al obispo estaba Guiscard de Tournai, con plumas, tinta y pergamino, registrando todo lo que cada uno había dicho acerca del crimen, que sería necesario para volver a consagrar la iglesia de St. Mary Overy. Los otros monjes involucrados en el hallazgo del cuerpo del hermano Godwine también se encontraban en la habitación, al igual que Bell.
El obispo, que había confirmado que la tarea más importante que tenían que realizar los monjes era la purificación y consagración de la iglesia, relató los hechos relativos a la muerte del hermano Godwine con una dureza brutal. Escuchó las histéricas acusaciones del sacristán con estoicidad, y luego la defensa de Margarita y la confirmación de Bell de su declaración. Estuvo de acuerdo con el sacristán que la profesión de Margarita era un pecado —lo llamó un pecado necesario, porque los hombres son criaturas imperfectas— y recomendó al hermano Paulinus que rezara por el alma de Margarita, con la esperanza de redimirla, en vez de acusarla por crímenes que no podía haber cometido.
Entonces relató en orden, que el sacristán había ido a la iglesia para asegurarse de que el hermano Godwine había comprobado que la caja fuerte estaba cerrada, y había cerrado la puerta del porche norte. En cambio, lo que había encontrado era lo que él insistía era el cuerpo muerto del portero, y entonces había salido corriendo para atrapar al ladrón y al asesino antes de que escapara. El asumía que ella estaba escondida en la iglesia y había atacado al hermano Godwine para conseguir la llave de la caja fuerte.
Bell había empezado a hablar, pero el obispo sacudió la cabeza y desistió. El hermano Patrie fue el siguiente. El y el hermano Godwine habían ido a la iglesia a comprobar la caja fuerte y cerrar la puerta norte, como habían estado haciendo desde que robaron el píxide. El hermano Godwine dijo que quería rezar un poco, porque se sentía preocupado por algo que había visto. Cuando el hermano Elwin fue a relevar a Patrie en la verja justo antes de maitines, había ido a la iglesia. No sabía por qué, dijo sollozando otra vez. Estaba intranquilo. Había encontrado el cuerpo y había ido corriendo a buscar al prior.
Cuando todos los tiempos y la sucesión de los eventos estuvieron claros, el obispo miró el candelabro doblado, que ahora estaba limpio de sangre, que estaba sobre su mesa. La limpieza evidenciaba que la plata era tan sólo una capa sobre una base de plomo. Winchester suspiró.
— No vale la pena matar a un hombre por un candelabro de plomo.
El prior, que estaba mirando al suelo y estaba llorando en voz baja, levantó la mirada.
— Valdría la pena si el candelabro fuera de oro puro. Pero no es plomo. Este es de plata maciza.
El obispo sonrió cínicamente.
— A veces, aquellos que hacer ofrendas no pueden evitar aumentar el valor de su regalo a la iglesia. Es un bonito diseño, pero…
— Este par de candelabros fue mi regalo —dijo el prior—. Y no puedo creer que el maestro Jacob Alderman, que es el orfebre que los hizo, me engañara.
— Yo tampoco lo creo —asintió Winchester, frunciendo el ceño—. Es un hombre de una reputación intachable y un gran artista. Yo lo he contratado para hacer un cáliz para mi capilla. Sin embargo, este candelabro es de plomo, cubierto por una fina capa de plata. Acérquese y véalo, padre prior.
El prior se puso en pie y se acercó a la mesa, cogiendo el candelabro en una mano que temblaba con desgana. Bell lo siguió hasta la mesa. Al principio, el padre Benin parecía no querer mirar lo que tenía en la mano, pasando el pulgar por la hendidura que mostraba la base de metal. Pero de repente, cuando su pulgar pasó por encima del complicado diseño, empezó a examinar el candelabro de cerca.
— No —dijo empezando a negar con la cabeza—. Este no es mi candelabro. El tallado está borroso. No, este no es el trabajo del maestro Jacob. Su trabajo era muy limpio, cada borde era nítido y claro. —Le dio la vuelta para mirar en la base y afirmó con satisfacción—. Ve, no está la marca del maestro.
El obispo y Bell se inclinaron hacia delante para mirar.
— No, no está —el obispo estuvo de acuerdo.
Bell alargó la mano hacia el candelabro y preguntó:
— ¿Puedo? —y lo cogió de la mano del prior, girándolo hacia ambos lados. Un momento después dijo—: Hay una marca. Ve, una muy pequeña en esa esquina.
Alguien en la habitación lanzó un suspiro, pero Bell no supo quién, y empezó una breve discusión acerca de si lo que veía Bell era una marca de un artesano o una irregularidad en el metal.
Bell giró la cabeza.
— Margarita —dijo—. Tú estás acostumbrada a distinguir dibujos pequeños. Ven y mira.
Se levantó con desgana, temerosa de que no solo viera una marca, sino que la reconociera. Entonces recordó la cabeza aplastada del hermano Godwine. Apretó los labios. Eso no fue necesario. Un simple golpe lo hubiera dejado inconsciente; luego el ladrón se hubiera podido llevar lo que quisiera y haberse marchado. No protegería al hombre que había aplastado la cabeza del hermano Godwine, cliente o no cliente. Además, el hombre que había hecho los candelabros no tenía por qué estar conectado con el asesinato. Bajó la mirada a la base del candelabro y lo levantó para que le diera la luz.
— Eso es una marca —dijo ocultando un suspiro de alivio. A pesar de su razonamiento, estaba contenta de no conocer la señal—. No conozco la marca —añadió—, pero miren aquí, justo debajo. ¿No es una S? ¿Podría tal vez significar Southwark?
— Podría significar cualquier cosa —dijo el prior—. Algunos artesanos saben leer. Puede ser la inicial de su nombre.
— Mmm, tal vez —dijo el obispo—. Bell, mañana deberías ir al gremio de orfebres y hablar con el jefe del gremio. Seguro que sabe los nombres de todos los miembros. Tal vez valga la pena preguntarle por todos aquellos cuyos nombres empiecen por S. —Cogió el candelabro de las manos de Bell y lo miró—. Así que, ¿qué es lo que sabemos, Bell? ¿Es el hombre que blandió esto el mismo que mató a Baldassare?
— Si Baldassare fue asesinado, no por lo que llevaba, sino por estar en la iglesia en el momento equivocado, es posible. Y el píxide de oro desapareció de la caja fuerte casi al mismo tiempo. Pero este parece más un acto de rabia. Baldassare estaba de pie junto al hombre que lo asesinó. ¿Hubiera permitido que el hombre se acercase si le hubiera visto robar la plata de la iglesia?
— Usted cree que es ladrón común, que se escondió en la iglesia y cuando el hermano Godwine se inclinó para mirar la caja fuerte, le golpeó, cogió sus llaves…
— ¿Con qué le golpeó? —preguntó Bell—. El hermano Godwine fue asesinado con el candelabro. Eso quiere decir que la caja fuerte estaba abierta, y el candelabro en las manos del ladrón, cuando el hermano Godwine entró, y se acercó al ladrón corriendo. No, si eso hubiera pasado, el ladrón hubiera huido, o se hubiera dirigido al hermano Godwine, y en ambos casos el portero habría sido golpeado en la iglesia, y no detrás del altar.
— Tal vez el ladrón estaba arrodillado detrás del altar, sacando el candelabro —dijo Margarita. Entonces se calló y se puso la mano delante de los labios.
Las palabras le habían salido de la boca antes de que las pensara, porque recordaba claramente cómo ella y Dulcie habían perdido de vista al monje que devolvía el candelabro… ¿El mismo candelabro? Miró de reojo al obispo, al prior y a Bell, pero si alguno había notado su reacción, lo achacarían a su angustia por haber hablado sin permiso.
La culpabilidad la invadió. Ella y Dulcie habían visto a un monje con un candelabro la noche después de que Baldassare fuera asesinado. Eso tenía algún significado. Tenía que decírselo a alguien, pero no se atrevía, no se atrevía a admitir que había estado en la iglesia el jueves por la noche. Levantó la mirada con nerviosismo, y vio que Bell y el obispo la estaban mirando con aprobación.
— Puede que tengas razón —dijo Bell—. Godwine se pudo haber encontrado con el ladrón antes de ni siquiera darse cuenta. Y el ladrón puede no haber visto a Godwine si estaba arrodillado mirando dentro de la caja fuerte. Entonces Godwine lanzaría una exclamación, el ladrón se levantaría con el candelabro en la mano, y lo golpeó.
— Pero eso quiere decir que el ladrón ya tenía las llaves. —Los ojos de Winchester se dirigieron al sacristán que dio un brinco.
— Yo no lo hice. Yo no lo hice —murmuró con los ojos saliéndose de sus órbitas.
El prior se dirigió a él y le puso una mano sobre sus hombros; el hermano Paulinus temblaba tan fuerte, que se hubiera caído al suelo si no lo hubieran sujetado.
— Por mi alma —dijo el prior—. Juraría que el hermano Paulinus visitaría… visitaría antes a una prostituta antes que robar de la iglesia.
— Si el hermano Paulinus hubiera visitado a una prostituta, tendría mucha más razón para acusarla a ella del asesinato —dijo el obispo secamente—. Ella hubiera tenido la oportunidad de robarle las llaves y hacer una copia.
— Hacer una copia —repitió Bell—. Me temo que no sólo se ha copiado la llave, hermano prior, me temo que debería mirar cuidadosamente la plata de la iglesia. Usted dijo que el maestro Jacob hizo sus candelabros de plata maciza, pero usted creía que estos eran los suyos, hasta que los examinó detenidamente. Así que, éste es una copia del candelabro que usted regaló a la iglesia. ¿Cuántos objetos más de la caja fuerte pueden ser copias?
— Oh, Dios mío —suspiró el obispo.
Se dio la vuelta, como para dirigirse a la iglesia, pero el obispo dijo:
— No se preocupe de eso ahora. Mañana habrá tiempo para descubrir lo que ha sido robado. Es más importante descubrir quien tenía acceso a las llaves del hermano sacristán… o a las suyas.
— Nadie —gritó el hermano Paulinus—. Yo tengo las llaves siempre conmigo.
— Eso no es así —dijo el prior suavemente—. Las tienes todas juntas en una argolla, y sé que se las prestaste al hermano bodeguero cuando una de las suyas se estropeó, y al hermano portero cuando necesitaba buscar más camas del almacén. Y también se las debes haber prestado al hermano que te asiste para sacar la plata para limpiarla.
— Knud —dijo Bell con satisfacción—. Sabía que ocultaba algo —pero mientras pronunciaba esas palabras, su voz denotaba duda. El obispo lo miró inquisitivo y se encogió de hombros—. Escondiendo algo, sí —dijo respondiendo a la mirada de Winchester—. Pero no algo como robar la plata de la iglesia. Además, debe costar dinero hacer copias y darles un baño de plata. No creo que Knud…
— Si vendiera un objeto pequeño primero —dijo el sacristán, rompiendo el silencio por primera vez—. Algo que nadie echara en falta, eso le daría una cantidad para empezar.
— ¿Quiere que busque a Knud?—preguntó Bell.
El prior suspiró. El obispo dijo:
— Creo que debería.
— El no sabe dónde duerme Knud. Deje que el hermano Elwin vaya —sugirió el prior.
— Muy bien —asintió el obispo. Se giró hacia el hermano Elwin—. Pero no puede avisarle, ni decirle por qué es llamado, ni siquiera quién desea hablar con él. No quiero que tenga tiempo de inventar una mentira. La sorpresa hace que un hombre confiese la verdad.
En este caso, la sorpresa hizo que Knud fuera incapaz de hablar. Cuando entró en la habitación del prior, estaba inquieto, como hubiera estado cualquier hermano que hubiera sido llamado por el prior en mitad de la noche; pero cuando vio al obispo de Winchester en la silla del prior, se puso blanco y cayó de rodillas.
— Yo no he sido —gritó—. Yo no he sido. Ni siquiera una palabra. Ni siquiera una mirada.
— No ha sido llamado para hablar de sus crímenes pasados —dijo Guiscard de Tournai duramente—, sino por los presentes.
Los ojos del obispo se dirigieron brevemente hacia Guiscard, luego volvieron a Knud y le preguntó.
— ¿Quién es el orfebre que ha hecho copias de los candelabros del prior?
Los ojos y la boca de Knud estaban completamente abiertos, pero más de sorpresa que de miedo.
— ¿Los candelabros del prior? —repitió cuando consiguió articular palabras—. No sé nada de ningunas copias, pero yo sólo soy el asistente del sacristán. ¿Quién me iba a decir a mí si se hacen unas copias o no? —había un deje de amargura en su voz.
— Usted ha limpiado esos candelabros a menudo —dijo Bell—. Mire el que está sobre la mesa. ¿Es ése el candelabro que limpia cada semana?
El hermano Elwin ayudó al hombre a levantarse, y fue a mirar el candelabro.
— Se parece —dijo, mirando al obispo nerviosamente. Entonces vio la abolladura que dejaba ver la base de metal—. Pensaba que era plata maciza —dijo.
— Sí lo era, por eso sabemos que ese es una copia —comentó el obispo.
— ¿A quién has prestado mis llaves? —gritó el sacristán—. ¿O copiaste la llave de la caja fuerte para tu propio uso?
La cara de Knud, que ya había recobrado su color, palideció de nuevo.
— Nunca he prestado sus llaves a nadie —gritó—. Y no tengo ninguna copia de la llave de la caja fuerte. Me pueden registrar, registrar todas mis cosas. ¡No soy ningún ladrón!
Bell pensó que las últimas cuatro palabras reflejaban una honesta indignación. Ningún ladrón. Sin embargo, el hombre estaba aterrorizado de que el obispo hubiera descubierto algún crimen. Eso le hacía vulnerable ante cualquiera que conociera su secreto. ¿El sacristán?
El obispo suspiró.
— Desgraciadamente, en un lugar como este hay muchos lugares donde esconder un objeto tan pequeño como una llave. No podríamos demostrar nada, y tenemos unas tareas más inmediatas y más importantes para los hermanos y los monjes. Ha habido otro asesinato, y esta vez dentro de la misma iglesia. Toda la iglesia debe ser purificada, fregada y limpiada de la sangre y de la presencia del acto.
— ¿Asesinato?— Knud estaba horrorizado, pero Bell pensó que no asociaba en absoluto el asesinato con él.
— Mire la marca en la base del candelabro. ¿Me puede decir de quién es? —preguntó Bell.
Knud cogió el candelabro y tras unos instantes, sacudió la cabeza.
— No veo ninguna marca. La marca que yo conozco estaba en el centro y en relieve. Creo que el hermano Paulinus una vez me dijo que era la marca del maestro Jacob Alderman.
Sin pronunciar palabra, Bell señaló la pequeña marca en la esquina de la base y Knud se la quedó mirando y se encogió de hombros.
— No sé de quién es esta marca, pero es posible que haya dos o tres piezas hechas por la misma mano.
— Dios se apiade de nosotros —suspiró el obispo.
Antes de que Winchester pudiera hablar, el secretario del prior apareció en el umbral de la puerta.
— Es la hora de maitines —dijo con los ojos redondos y la cara pálida con angustia—. No podemos rezar en la iglesia. Donde…
— Hasta que la iglesia sea consagrada, en mi capilla —dijo Winchester poniéndose en pie—. Hermano Elwin, tú y el hermano Patrie u otros en los que confíe plenamente, vigilen al hermano Knud, incluso cuando vaya al baño. Tendré más preguntas para él en otro momento. Mañana, después de prima, empezaremos a purificar la iglesia, para que pueda estar consagrada para el domingo. —Se dirigió a la puerta, pero se detuvo cuando llegó a la altura de Margarita y Bell—. Puedes volver a tu casa, Margarita. Creo que no tienes nada que ver con este crimen.
— Gracias, señor —dijo Margarita—. ¿Podemos mis chicas y yo ayudar con la purificación? Sé que Dulcie querrá ayudar a limpiar, y Sabina es ciega, pero…
— Sí, por supuesto. Que estéis excomulgadas no es ningún obstáculo, y buenas obras son buenas obras. Dios y la Santa Madre son piadosos; tal vez una buena obra les puede llevar a la redención y a la salvación del alma —un temblor movió sus labios, pero fue reprimido—. Estoy seguro de que el hermano Paulinus, que va a rogar por vuestras almas, estará contento de que una buena obra ayude a preparar la iglesia para la reconsagración.
Margarita también tuvo una pequeña lucha con su boca, pero dominó el deseo de sonreír, hizo una reverencia y se dio la vuelta. Bell empezó a seguirle, pero el obispo le puso la mano en su brazo. Margarita, que tenía muchos motivos para estar agradecida a Winchester, ahora tenía una más. Se estaba preguntando cómo podría ocultar a Bell el hecho de que iba a enviar a William de Ypres noticias de este segundo asesinato y la necesidad de purificar la iglesia. Temiendo que Winchester no iba a entretener mucho rato a Bell, Margarita se apresuró por el camino hacia la puerta trasera.
Se preguntó quién la habría abierto. ¿Quién tenía una copia del juego de llaves de todas las cerraduras del priorato? El hermano Fareman. No, que ridículo. El sacristán, por supuesto, pero… ¿Puede ser que el hermano Paulinus estuviera loco y no recordase lo que había hecho? Por lo menos este asesinato quitaba las sospechas sobre Richard de Beaumeis… a menos que el hermano Godwine le hubiera dejado pasar y nadie lo supiera. Pero no se podría haber escapado tras el asesinato. La verja delantera todavía estaba cerrada. ¿Así, quién había abierto la verja? ¿Y cuándo la habían abierto?
Margarita levantó el pestillo de la puerta trasera y entró, dándose cuenta de que por suerte Bell no había vuelto a cerrar la puerta. Inspiró profundamente, cuando vio la llave de la verja delantera colgando en su gancho habitual; Elsa había acompañado a Buchuinte y había cerrado la verja tras él.
Las mujeres la habían oído llegar. Dulcie se apresuró hacia el pasillo, con la sartén preparada. Letice estaba detrás de ella, blandiendo el cuchillo más largo y más atroz que había visto nunca. Sabina la seguía, asiendo fuertemente su bastón, y por último Elsa, mirando nerviosamente desde la esquina.
— ¿Qué ha pasado? —gritaron al unísono.
Margarita suspiró.
— Por desgracia, el hermano Paulinus no ha sufrido un ataque de locura. El hermano Godwine ha sido asesinado. Fue terrible, pero el obispo vino con Bell. Me escuchó y dijo que éramos inocentes. Incluso nos dio permiso para ayudar a limpiar la iglesia, que ha sido profanada.
Se oyeron varias exclamaciones al oír estas noticias, pero Margarita les pidió silencio y les indicó que volvieran al salón. Allí les dijo:
— Os contaré todo mañana por la mañana. La limpieza empieza en prima, así que nos tenemos que levantar muy temprano. Es mejor que os vayáis a la cama ahora e intentéis no pensar en esta tragedia.
— ¿También te vas a la cama? —preguntó Elsa—. ¿No tendría que vigilar alguien por si viene el asesino? Podría entrar, si la verja y la casa están abiertas.
— El asesino no va a venir aquí, cariño. No está interesado en nosotras; te puedes ir a dormir tranquilamente. Apagaré las luces aquí, pero estaré despierta un rato más en mi cuarto. Tengo que escribir a William e informarle acerca del asesinato e insinuarle que si Baldassare se llevó la bolsa con él y el asesino no la encontró, entonces la puede haber escondido en la iglesia. Y si la iglesia es limpiada a fondo, alguien puede encontrar la bolsa.
— ¿Cómo recibirá William el mensaje? —preguntó Sabina—. No puedes salir en mitad de la noche.
— Tom el vigilante se lo entregará. Debe estar de camino a casa en estos momentos. —Cogió el brazo de Dulcie y dijo en voz alta—. Tienes que encontrar a Tom el vigilante antes de que se meta en la cama y traerlo aquí; llévalo al establo. Yo iré allí para darle la carta y explicarle lo que tiene que hacer.
— Tom el vigilante —repitió Dulcie—. Al establo.
— Coge la llave de la verja. —Le recordó Margarita—. Y cierra la verja delantera cuando salgas.
Dulcie asintió y se marchó. Margarita envió a las otras chicas a sus habitaciones, sopló todas las velas excepto la pequeña antorcha sobre la puerta delantera y se dirigió a su cuarto rápidamente, donde cogió un trozo de pergamino de su cajón. En la parte superior de la página escribió, «De Margarita la Bastarda de la Old Priory Guesthouse para Lord William de Ypres. Es justo después de maitines del décimo día después del domingo de Pascua. Si estás bien, yo también estoy bien, pero no todo va bien en el priorato de St. Mary Overy.» Continuó dando una concisa explicación acerca del asesinato —William no estaría demasiado interesado en eso o en el robo de la plata de la iglesia— y continuó con la explicación de la necesidad de purificar la iglesia antes de que pudiera ser consagrada.
— Debido a que Baldassare fue encontrado en el porche —escribió—, se asumió que nunca entró en la iglesia, y no creo que los monjes buscaran la bolsa. Tampoco supieron que se trataba de un mensajero papal, hasta que sir Bellamy reconoció el cadáver, y no sabían que tenían que buscar una bolsa. Sin embargo, Baldassare se fue de esta casa cuando las campanas llamaron a completas. Si entró en la iglesia en silencio y se escabulló en la oscuridad de la nave, podría haber escondido la bolsa durante el servicio y nadie lo hubiera notado.
Se quedó mirando el pergamino un momento. Tal vez no se debería centrar sólo en la bolsa. Frunció el ceño y pasó la pluma que estaba utilizando por los labios, la volvió a mojar y añadió.
— No sé si estás interesado en este asesinato o si valdría la pena estar presente o unirte a la limpieza de St. Mary Overy, pero creí que deberías saber lo que estaba pasando, para que pudieras decidir por ti mismo, y no dejarlo pasar.
Mientras estuvo escribiendo, se mantuvo alerta a la llegada de Bell. Murmurando una oración de agradecimiento porque no hubiera llegado, dobló y selló el pergamino. Su sello era único; usaba un pequeño broche antiguo que William le había regalado, grabado en bajorrelieve con una mujer desnuda reclinada en una extraña cama.
Una vez hubo finalizado la carta, sopló las velas y salió de su cuarto, apenas abriendo la puerta y cerrándola suavemente tras ella. Sólo podía rezar para que Bell no regresara antes que ella. Si él viera la casa a oscuras, seguramente cerraría la puerta y se quedaría fuera. Margarita suspiró. No sería la primera vez en su vida que dormía en un establo.
Sin embargo, este último sacrificio no fue necesario. Cuando Dulcie regresó, la puerta todavía estaba abierta y la vieja mujer se coló dentro silenciosamente después de darle la llave de la verja delantera. En el establo, Margarita entregó la carta a Tom el vigilante, lo acompañó hasta la puerta, y le rogó que entregase la misiva a William de Ypres, que se alojaba en la Torre de Londres. También entregó a Tom un penique de plata, que hizo que sus ojos se abriesen como platos.
— Cuanto más rápido reciba William este mensaje, mejor —dijo Margarita—. ¿Conoces sus colores? —El hombre asintió; ya había entregado mensajes a William de Ypres con anterioridad—. Asegúrate de que la carta va a parar a las manos de un hombre que lleve los colores de William, y que le dices silenciosamente que su amo tiene que saber el contenido de esta carta antes de prima. No tienes que volver para decirme que ha recibido la carta. Espero ver a lord William o a uno de sus hombres después de prima.