CAPÍTULO 11

22 de abril de 1139

Old Priory Guesthouse

— Maestro Hugo Basyngs —dijo Margarita cuando abrió la puerta a una visita conocida pero no muy frecuente—. Llega muy pronto, pero por favor, pase.

Basyngs sonrió y se disculpó por su llegada inoportuna. Dijo que sabía que el sábado era un día muy ajetreado para las chicas de la Old Priory Guesthouse, y que quería llegar mientras todavía tenían tiempo para él. Margarita lo acompaño, y le ofreció la compañía de Sabina, lo cual aceptó y pagó diligentemente, pero pronto resultó evidente que no tenía prisa en ir junto a ella. Lo que quería era hablar acerca del asesinato, preguntar si habían encontrado una carta de crédito, y lamentarse por no haber ofrecido a Baldassare alojamiento para esa noche.

— Estuvo conmigo esa tarde —dijo Basyngs, sacudiendo la cabeza lentamente—. Vino de casa del señor Buchuinte después de cenar, para cambiar dinero italiano por inglés, y cambiar un poco de plata contra su carta de crédito. Le tendría que haber ofrecido alojamiento, pero había prometido a mi hijo que pasaría la noche en su casa en Walthamstow porque su mujer había tenido su tercer hijo el día antes. Justo volví el viernes.

Walthamstow estaba al norte de Londres, y el hijo de Basyngs sería fácil de localizar. Otro que eliminar de su lista, pero…

— ¿Cómo se enteró de la muerte del señor Baldassare? —preguntó.

— Por Buchuinte.

Lo debería haber imaginado, pensó. Seguramente, Basyngs era el banquero de Buchuinte, y seguramente Buchuinte se lo habría recomendado a Baldassare. Le contó lo que había explicado a todo el mundo, pero Basyngs no aportó ninguna información. Baldassare no le había comentado nada de una cita. Y como Sabina estaba de pie junto a él, haciéndole cosquillas en la oreja, se levantó un instante después y se fue con ella.

El no fue el único que vino a preguntar por la muerte de Baldassare. Unos instantes después llegó un cordelero, Bennet Seynturer. En cuanto Margarita abrió la puerta, la empujó y pasó por delante de ella, dio un portazo, se dirigió rápidamente a la casa, donde dio otro portazo. Le dijo con una voz llena de rabia, que se había enterado del asesinato por el sacristán, al que había ido a visitar por unos negocios. Le preguntó que si era cierto que el señor Baldassare venía de su casa.

Seynturer, casado con una mujer frígida y una fanática religiosa, que se había tomado demasiado en serio el manifiesto de la Iglesia de renunciar a todo contacto sexual excepto para la procreación, era uno de esos clientes regulares que entraba a través de la puerta del priorato para esconder sus visitas. Cuando fue informado, con las cejas arqueadas, de que la puerta entre la Old Priory Guesthouse y el priorato se encontraba cerrada, había sacado la conclusión de que el hermano Paulinus asumía que las prostitutas eran culpables.

Desesperado por asegurarse de que su secreto se hubiera mantenido, Seynturer se había dirigido a la puerta principal, encapuchado para esconder su cara. Estaba lívido de ira, increpando a Margarita por «su crimen», más preocupado por el hecho de ser descubierto que por el asesinato, y exigiéndole que mantuviera su uso del establecimiento en secreto. A pesar de que tenía ganas de llorar y maldecir al sacristán, Margarita no se atrevió a acusarlo. Rió ligeramente.

— Si me puede demostrar que es inocente del asesinato —dijo—, no tiene por qué temer que alguna de mis chicas haga correr la noticia de que usted es uno de mis clientes. El silencio es parte de nuestro servicio.

Él la miró, incapaz de pensar por su ira, y añadió:

— ¡Está loca!

— ¿Por qué? Después de todo, usted puede ser tan culpable como nosotras. Y quizás más probable. Por lo que yo sé, usted y el señor Baldassare eran grandes enemigos. Y respecto a nosotras, es por nuestro interés proteger a todo aquel que venga a nuestra casa. Su propia reacción tendría que ser la prueba de que digo la verdad. Si un cliente resulta herido, los demás nos abandonan.

El se la quedó mirando, porque reconocía que lo que decía tenía sentido, de todas formas protestó.

— ¡Pero…, pero sois prostitutas! Y estabais aquí, cuando se cometió el asesinato. Yo estaba en una cena del gremio el miércoles. Muchos gremios organizan sus cenas los miércoles. Ella asintió lentamente.

— Nosotras estábamos aquí, pero estábamos todas juntas, con las puertas cerradas. No puedo obligarle a creer en mi palabra, pero yo sí creeré en la suya de que es inocente, y le protegeré lo mejor que pueda.

Eso no era mentira. Ya le había dado a Bell su nombre, pero le pediría que fuera discreto. De todas formas, no haría ningún daño culpar a otra persona.

Antes de que pudiera hablar otra vez, continuó diciendo.

— Pero usted debe saber que si se lo confesó al sacristán, no hay ninguna forma de que lo pueda silenciar. Es él quien está loco, no por ninguna evidencia en nuestra contra, sino por su propio odio a la debilidad de la carne. Si él supiera. —Se encogió de hombros.

Volvió a explicar de nuevo lo ridículo que sería que ella o una de sus chicas escogieran una forma tan estúpida de matar, metiéndose en un lío y organizando un escándalo asesinando a Baldassare en el porche de la iglesia, en vez de protegerse envenenándole o estrangulándole en la cama y tirándolo al río. Cuando hubo terminado, Seynturer parecía bastante avergonzado, convencido de que había sacado una conclusión errónea, y que si las chicas de la Old Priory Guesthouse eran inocentes, su relación con ellas no tenía por qué ser descubierta. Margarita le aseguró que el asesinato estaba siendo investigado por el caballero del obispo, sir Bellamy de Itchen. Eso pareció eliminar todas las dudas, y asumir su inocencia, ya que de lo contrario, el hombre del obispo le hubiera entregado al sheriff.

Él le dijo que aunque la creía, no podría volver hasta que la puerta volviera a estar abierta. Pero cuando Sabina entró, habiendo acompañado a Basyngs a la puerta trasera, ya se había lavado y arreglado. Seynturer se rió incómodamente, y dijo, que ya que se encontraba en la casa, no le venía de ahí, pagó sus tres peniques y siguió a la sonriente Sabina a su habitación.

No había pasado mucho tiempo y la campana ya sonaba otra vez; toda la escena se repitió con otro orfebre, que tenía también asuntos con el sacristán. Afortunadamente, Elsa estaba muy dispuesta a recibir al segundo hombre. Dijo que si alguien lo hubiera visto en la puerta diría que no hay humo sin fuego, que era mejor que disfrutase del fuego, en vez de ser acusado sin haber notado el calor.

Sin embargo, los dos clientes estaban intranquilos, y no se entretuvieron demasiado; así que Elsa y Sabina pudieron unirse a Margarita y Letice para cenar. Sabían que era tarde y comieron rápidamente, pero cuando Dulcie acababa de quitar las copas de vino de la mesa, la campana volvió a sonar otra vez. Elsa dio un salto; las otras suspiraron y forzaron una sonrisa. Los sábados, justo antes de las confesiones y las misas del domingo, siempre eran días muy ajetreados.

Ese día, Margarita también trabajaba muy duro. Aunque ella nunca abandonaba el salón, era la encargada de mantener a aquellos hombres que llegaban antes de tiempo —o a aquellos que iban detrás de otros clientes que eran más lentos en encontrar excitación— ocupados, divertidos, pero no lo suficientemente excitados como para pedir un servicio inmediato. Todo el mundo, incluso Elsa, estaba agotado al anochecer, cuando Margarita salió para cerrar la puerta y miraba la cuerda pensando en quitarla, cuando un hombre apareció.

— Lo siento mucho, —empezó a decir, se paró y sonrió—. ¡Bell! Pasa. Pensaba que eras otro cliente y estaba a punto de rechazarte. Por una vez, mis chicas y yo necesitamos desesperadamente descansar.

Pareció ponerse tenso y dudó, pero ella le indicó que pasara y añadió mientras cerraba la puerta.

— Entre los que han venido a acusarnos de asesinato, y se han quedado para disfrutar lo que temen que privarse en un futuro, y aquellos que no sabían nada del crimen, estoy harta de tranquilizar a hombres impacientes. Y mis chicas están cansadas. Sin embargo, estoy contenta de verte. He averiguado donde estaban casi una docena de mis clientes el miércoles por la noche.

— ¿Y te crees lo que te han dicho?

— En su mayoría sí, y si lo que he averiguado es verdad, será muy fácil demostrar discretamente lo que hicieron más de la mitad de los clientes de mi lista. ¿Sabías que muchos gremios tienen sus reuniones los miércoles?

— Sí, lo sabía… ¡Oh! Tus clientes son casi todos artesanos. Entiendo.

— Así que, si los artesanos estaban en sus reuniones del gremio, son inocentes. Nadie tiene que interrogarlos directamente, y mi reputación se mantendrá intacta por guardarles sus secretos.

Se rió cuando entró en la casa alumbrada por antorchas, y aceptó gustosamente cuando le preguntó si quería compartir su cena. Mientras comían, le dijo que todos los huéspedes que se habían quedado en la pensión del priorato la noche que Baldassare fue asesinado también habían quedado libres de sospechas.

Tres todavía estaban en el priorato y se quedarían por lo menos otra semana. Estos eran los hombres que iban a caballo. Eran picapedreros, empleados desde hace muchos años por el abad de la casa matriz del priorato, y habían contestado todas sus preguntas. Ninguno conocía a Baldassare, ni tenían ningún interés si el rey mantenía el trono o la emperatriz lo tomaba, a ninguno le importaba quién era el arzobispo o si se nombraba a un legado papal. Todos atendieron el servicio de completas juntos, abandonaron la iglesia con varios monjes que los conocían, y se fueron a dormir, compartiendo sábanas y un catre, de modo que ninguno se podría haber ido sin los otros.

Otros cuatro huéspedes habían molestado a un quinto huésped lo suficiente como para que éste se quejara al hermano Elwin, uno de los ayudantes del hermano Godwine. Los cuatro habían traído barriles de vino y pan, y estuvieron hablando hasta casi medianoche. Ellos le habían invitado a unírseles, pero él rehusó porque estaba cansado y quería dormir. Pero no lo consiguió, dijo amargamente; hicieron tanto ruido que no pudo pegar ojo.

— Bueno… —dijo Margarita dubitativa—. Se podría haber quedado dormido a ratos, pero le creo.

Bell asintió.

— Además, el hermano Patrie, otro de los ayudantes de Godwine, confirmó que estaban juntos a medianoche. Vio que había luces en la pensión cuando fue a sustituir al hermano Elwin en la puerta, y entró a decirles que se acostaran. Y esos son todos los huéspedes que se quedaron a pasar la noche.

— ¿Todos los que se quedaron a pasar la noche? —repitió Margarita—. ¿Es eso lo que el hermano Godwine te dijo?

Bell se detuvo con el cuchillo extendido hacia la bandeja del embutido. Hizo una mueca y golpeó su mano contra la mesa, de modo que la empuñadura de su cuchillo chocó contra ella. Elsa dio un salto y gritó. Bell dijo.

— Lo siento—, frunciendo el ceño de forma tan horrible, que Elsa lloriqueó y se acercó a Letice.

— ¿Qué pasa? —gritó Sabina, girando la cabeza hacia él.

— Nada— dijo Bell—. Disculpadme, pero me acabo de dar cuenta de que he hecho algo estúpido, y no me gusta. Le pedí al hermano portero los nombres de aquellos que se quedaron en la pensión, pero tal vez había otros que atendieron el servicio de completas y se podrían haber quedado atrás y matado a Baldassare.

— No muchos —dijo Margarita—. A veces voy a ese servicio con Sabina. Si no esperamos a ningún cliente, y después de que cierren la puerta, nos colamos en la iglesia. Suelen ir muy pocos —cinco o seis mujeres piadosas del barrio, tal vez un marido o dos acompañándolas, algunos de la casa del obispo cuando Winchester se encontraba en Southwark— tal vez nueve o diez personas en total, sin contarnos a Sabina y a mí. No creo que esta vez hubiera más gente.

— Pero no sé cómo puedo localizarlos. El portero les pudo haber preguntado el motivo de su visita al priorato, pero si contestaron que para atender el servicio, dudo que les haya preguntado sus nombres.

— Cierto, pero la mayoría vienen habitualmente, y seguramente sabe quiénes son. Además, no parece probable que ninguno de esos haya asesinado a Baldassare.

— No estoy tan seguro. La iglesia pudo ser escogida como punto de reunión, porque el asesino la conocía bien.

— ¿Asesino? —preguntó Elsa con los ojos muy abiertos.

— Están hablando de una historia de hace mucho tiempo, cariño —dijo Sabina, estirando su mano a través de la mesa para tocar la mano de Elsa—. Ya sabes que no te gustan esas historias de hombres que son apuñalados. No las escuches.

Margarita y Bell suspiraron.

— Come tu cena, cariño —dijo Margarita—. Y luego te puedes ir a la cama. Pareces muy cansada.

— ¿No querrá compañía nuestro invitado? —preguntó Elsa, pero su voz no denotaba tanto entusiasmo como otras veces.

— No, cariño. Este no es un cliente, ¿recuerdas? Es el caballero del obispo. Está aquí para tratar unos asuntos del obispo.

Elsa sonrió y dirigió su atención a la comida que Letice le había cortado, y Margarita dijo:

— Bueno, de los que atienden el servicio habitualmente, tres de las mujeres y dos hombres son frágiles y ancianos. Puedes buscar a los otros tres o cuatro e interrogarles. Creo que sería más importante preguntar al portero, si alguno de los asistentes le resultaba desconocido.

Bell refunfuñó.

— Y si lo había, esa persona podría haber venido desde cualquier punto de Londres o Southwark —suspiró—; de hecho, de cualquier punto de Inglaterra, ya que Baldassare tardaría más desde Italia, que cualquiera en llegar a Southwark.

23 de abril de 1139

Priorato de St. Mary Overy

Por lo menos se ahorraron esa posibilidad. La mañana siguiente, después de atender la misa del domingo, celebrada por el obispo en St. Paul, Bell volvió al priorato a interrogar de nuevo al portero. Lo encontró sentado en su pequeña caseta leyendo un breviario. El portero cerró su libro y educadamente ofreció a Bell un taburete. No había habido ningún extraño durante el servicio de completas el miércoles por la noche, explicó el hermano Godwine con seguridad. Una respuesta tan rápida diciendo exactamente lo que quería oír, levantó las sospechas de Bell.

— ¿Cómo puede estar tan seguro? —preguntó.

— Porque cuando un extraño viene después de vísperas, siempre le preguntamos si desea quedarse a pasar la noche —contestó el hermano Godwine firmemente—. Sé que no tuve que hacer esa pregunta ninguna vez la semana pasada, por lo que sé que ningún extraño, excepto los que se quedaron en la pensión, cruzó la puerta después de vísperas el miércoles.

— Gracias a Dios —suspiró Bell, pero sacudió la cabeza antes de que acabase de pronunciar esas palabras—. Espere, ¿y qué pasa con el hermano Patrie y el hermano Elwin? ¿Tal vez uno de ellos podría haber abierto la puerta a un extraño esa noche?

— No entre vísperas y completas. Yo estaba de servicio.

— ¿Y durante el servicio de completas? ¿Quién vigila la puerta?

— Nadie. Durante los servicios la puerta está cerrada. Cualquier visitante debe esperar que se acaben nuestras obligaciones religiosas. Esto no es una posada, sir Bellamy. Aunque tenemos una pensión por caridad, para proteger a los viajeros de los peligros de la noche, nuestros deberes religiosos son prioritarios.

— Por supuesto —dijo Bell, recordando las tarifas que había tenido que pagar en varias casas religiosas por cama y comida cuando no viajaba en el tren del obispo, y pensó que las abadías y los prioratos sacaban un buen provecho de sus obras de caridad—. Debo decir que estoy muy contento de que no hubiera extraños. Si los hubiera habido, sería más difícil encontrar al asesino del señor Baldassare.

— Las prostitutas lo tienen que haber matado —dijo el hermano Godwine—. No deseo ser poco caritativo, pero ellas ya son unas pecadoras. Además, estábamos todos juntos. Siempre lo estamos después de completas.

— No todos, ni todo el rato —dijo Bell—. Recuerde que el hermano sacristán tuvo que volver a la iglesia porque creyó que había visto una luz.

— ¿Está acusando al hermano sacristán? —preguntó el portero subiendo la voz.

— No estoy acusando a nadie, sólo indicando que están apoyándose los unos a los otros, más por fe que por los hechos.

— La fe no es nada malo —contestó el hermano Godwine.

— En general no, pero sí cuando se necesitan hechos. Los hechos dicen que después de los servicios de completas, todos fueron a sus camas, y cada uno estuvo solo en su propia cama.

— ¡Por supuesto! —exclamó el hermano Godwine.

— ¿Y puede probar que ningún monje abandonó su cama en ningún momento durante la noche? —preguntó Bell con mordacidad, pero luego se sintió estúpido.

Estaba molesto, y había preguntado sin pensar. Sabía que no importaba si algún monje había abandonado su cama. Baldassare había sido asesinado justo antes o durante completas; Sabina encontró el cuerpo a esa hora.

Para su disgusto, el hermano Godwin dijo:

— De hecho sí que puedo. Siempre hay un hermano a los pies de la escalera, para asegurarse de que los novicios no traten de colarse en la cocina, o hagan ninguna travesura. Como el dormitorio de los novicios está detrás de la celda de los monjes, sabe a su vez cuándo uno de los monjes abandona su celda.

— Gracias a Dios por esto —dijo Bell, sonriendo, deseoso de abandonar ese tema.

El hermano Godwine insistió en su reivindicación.

— Nadie andaba por ahí… bueno, excepto el hermano Patrie, que fue a sustituir al hermano Elwin en la puerta, y yo fui al baño justo antes de laudes, y el hermano Aethelwold, el enfermero…

— Son inocentes, estoy seguro —dijo Bell.

— Por supuesto. Le digo que fueron las prostitutas.

— Y yo le digo, que todos los hechos que he recogido hasta ahora, indican que es improbable que las prostitutas sean culpables. También me indican que quien mató al señor Baldassare tenía que estar dentro de los jardines del priorato o de la Old Priory Guesthouse antes de anochecer, ya que la puerta de la Old Priory se cerró cuando oscureció.

— ¿Y las prostitutas no podían haber abierto la puerta y mentido? —preguntó el hermano Godwine enfadado.

— Por supuesto que hubieran podido, pero ellas serían beneficiadas si se cogiera al asesino y se demostrara su culpabilidad. Las prostitutas no tienen ningún motivo para proteger a nadie; seguramente se las ahorcará por este crimen si no se encuentra a otro asesino—. Mientras Bell decía estas palabras, un escalofrío le recorrió la espalda; no quería que Margarita fuera ejecutada por asesinato. Se quedó mirando al hermano Godwine, con los labios apretados y curvó sus labios en una mueca que no era realmente una sonrisa y dijo:

— Bueno, como me parece imposible que un monje que cree en la fe y la caridad pueda desear que un pecador inocente sea castigado por un crimen y el culpable salga libre…

— ¡Son unas pecadoras!

— Sí, por supuesto, pero no por un asesinato. Si se queman en el infierno por el pecado de la lujuria, no tengo ninguna objeción, son culpables. El castigo será de Dios, y justo. Hasta ahora no tengo ninguna razón para creerles culpables de asesinato; y quiero saber quién es el asesino. Por lo tanto, necesitaré los nombres de los que atendieron el servicio de completas y no se quedaron a pasar la noche.

— Ninguno de los asistentes a completas pudo haber cometido el asesinato.

— Tal vez no, pero necesito saber quiénes son.

— Oh, muy bien. Sólo había seis… no siete. Los criados que cuidan las pensiones pequeñas que están junto a la casa del obispo, el viejo Nicholas y Martha, y Bernard y Elisa. Casi no pueden ni andar, y mucho menos derrumbar a un hombre en la flor de la vida. Esos son cuatro. Luego dos empleados de la casa del obispo, Robert y Phillipe, lo que hacen seis.

— ¿Robert y Phillipe?

Bell se distrajo momentáneamente del asesinato debido a un hecho desagradable. Phillipe era un joven muy guapo y delicado. Robert era el principal rival de Guiscard para ser nombrado secretario principal. ¿Tal vez Phillipe no era tan inocente como parecía? ¿Estaba tratando de ser ascendido con el apoyo de Robert ofreciéndole su amistad… o algo más que amistad? La voz del portero devolvió la mente de Bell al asesinato.

— Sí —el hermano portero asintió satisfactoriamente—. Vienen muy a menudo, como dos veces a la semana cuando el obispo está en residencia. Y el séptimo… no me acuerdo de su nombre, pero ya lo recordaré. Lo conozco muy bien. Era un estudiante del priorato hasta hace un año, y solía venir cada semana o dos. No le había visto desde hace meses, y pensé que había obtenido el nombramiento que buscaba cuando…

La voz del hermano Godwine se desvaneció, y frunció el ceño como si se estuviera acordando de algo desagradable, pero cuando Bell le preguntó qué le preocupaba, sacudió la cabeza y dijo que no estaba seguro. Algo le preocupaba acerca de ese estudiante, pero no se podía acordar.

— Ya me acordaré —le aseguró a Bell—. Cuando me acuerde del nombre del chico, también recordaré lo que me está rondando.

Entonces Bell recordó algo que Margarita le había dicho, que hizo que la relación entre Robert y Philippe, si existía alguna, desapareciera de su mente.

— ¿El nombre no sería Beameis, Richard de Beaumeis, no?

Los ojos del hermano Godwine se abrieron como platos.

— Sí, sí, ese es. ¿Cómo lo supo? Pero ahora recuerdo, que vino al servicio de vísperas, y no de completas. ¿Por qué creería que era el de completas? ¿Lo vi allí? No, no lo vi. Y ni siquiera lo vi en la nave, solo seis. Pero claro, la nave es tan oscura, si hubiera estado atrás de todo…

— ¿Lo vio abandonar el priorato después de vísperas?

Bell trató de mantener la voz calma, luchando por no demostrar emoción alguna. Beaumeis había viajado de Roma a Inglaterra con Baldassare. Seguramente sabía lo que Baldassare llevaba. Era parte del personal del arzobispo, y muy bien podría desear mantener escondida o destruir la bula nombrando al obispo de Winchester legado.

— No, no lo vi, pero no vi a nadie salir después de vísperas. Ya se habían marchado todos cuando pude volver a la puerta. El hermano sacristán me detuvo para hablar conmigo. —El hermano Godwine apretó los labios. A continuación, como si quisiera apartar la atención de lo que le había dicho el hermano Paulinus, el portero simuló interés y le preguntó de nuevo—. ¿Cómo sabía que era Beaumeis?

Bell hubiera preferido que se hubiera olvidado de esa pregunta, no quería que el portero conectara a Beaumeis con el asesinato. Primero, porque no estaba seguro de si la coincidencia tenía algún significado; y además, sospechaba que el hermano Godwine no sería capaz de guardar el secreto.

— Sabía que había sido un estudiante del priorato y que acababa de regresar a Inglaterra —dijo Bell esquivando la pregunta—. Así que pensé que tal vez volvería a visitar su vieja escuela.

— Sí, eso es lo que dijo, que había echado mucho de menos su vieja escuela. —El hermano Godwine frunció el ceño, y Bell, conteniendo su emoción, preguntó por qué.

El portero se encogió de hombros.

— Dijo eso, lo recuerdo muy bien, pero me parece que fue en otra ocasión. Ya le he dicho que solía venir cada semana o dos. Tal vez fue una de esas otras veces cuando hablé con él, porque sé que vino a la hora de vísperas, pero me parece…

El hermano Godwine dejó de hablar cuando una sombra apareció en la puerta de la caseta. Bell y él levantaron la mirada y vieron al secretario del prior, que los estaba mirando con cara de sorpresa.

— Sir Bellamy —dijo el hermano Fareman—, venía a decirle al hermano Godwine que le buscara y pedirle que viniera a hablar con el padre prior, y aquí está.

Aunque le hubiera gustado escuchar el final de la frase del portero, Bell sabía que era muy tarde ya, y se levantó sin la menor renuencia. Esperaba que el hermano Godwine continuara pensando acerca de su encuentro con Beaumeis, y tuviera más cosas que contarle después. Por lo tanto, agradeció al hermano Godwine su ayuda, y dijo que estaría encantado de ver al prior.

Bell asumió que el prior le quería preguntar por los progresos en su búsqueda del asesino del mensajero papal. Como creía que había descubierto un posible sospechoso, estaba deseoso de resumir la evidencia a un oyente inteligente e imparcial. Esperaba que el prior encontrase interesante la pregunta de por qué se encontraba Beaumeis en el priorato en vísperas, cuando le había dicho a Buchuinte que tenía que partir inmediatamente a Canterbury y no se podía quedar a cenar. También esperaba que el prior le pudiera decir algo acerca del carácter de Beaumeis. Seguramente conocía al hombre mejor que Margarita, que dudaba que Beaumeis pudiera ser el asesino.

Se sintió muy decepcionado cuando el padre Benin lo escuchó con aire distraído y no dijo más que:

— Debes encontrar al joven Beaumeis y pedirle explicaciones. Sospecho que tendrá una buena razón para estar aquí y quitarse toda culpa. En cuanto a su carácter… —suspiró— no era el que hubiera deseado para un eclesiástico. Era bastante inteligente, pero también superficial, egoísta y perezoso. Me resultaba sorprendente, porque era el sobrino —el hijo de la hermana— del abad de St. Albans, quien nos lo recomendó a nuestra escuela y pagó sus cuotas. —Sacudió la cabeza—. No me gusta pensar tan mal de Richard. Es más probable que el asesino se encuentre entre los clientes de Margarita que llevan armas. ¿Cómo sabría Beaumeis cómo apuñalar a un hombre?

La herida mortal pudo haber sido un accidente, pensó Bell, pero muchos de los caballeros de Margarita eran caballeros, y algunos podían estar ligados al grupo de la emperatriz Matilda. Sin embargo, exigiría con detalle un recuento de cada minuto del tiempo de Beaumeis, antes de olvidar que había viajado desde Roma con Baldassare. ¿Desde Roma? ¿Y nunca había encontrado una oportunidad de robar la bolsa o asesinar a su compañero? El viaje juntos es algo que Bell no había considerado.

— Es muy preocupante, —dijo el padre Benin, y Bell se dio cuenta de que el prior le había estado contando algo que no había escuchado.

— Lo siento —comenzó a decir.

— Oh, por favor no me diga que el hermano Paulinus debe ser el ladrón, porque era el único que tenía la llave de la caja fuerte. A veces el hermano Paulinus puede resultar difícil, incluso violento, debido a sus fuertes convicciones, pero no creo que pudiera robar de la iglesia.

Bell parpadeó.

— ¿Robar de la iglesia? ¿Con qué propósito? No para vivir lujosamente. ¿Qué dice que fue robado? Me temo que todavía estaba pensando en el asesinato.

El padre Benin, que estaba tan preocupado por el robo del píxide debido a la sombra que caía sobre el hermano Paulinus como del asesinato de Baldassare, le volvió a contar la historia de nuevo, repitiendo con voz temblorosa pero dudosa, cómo era imposible que el sacristán fuese culpable, incluso para reparar sus amados edificios.

— ¿Y cuándo ocurrió este robo?— preguntó Bell.

El padre Benin suspiró.

— No lo sabemos con seguridad. Pudo haber sido desde que la plata fue revisada para la misa del domingo de la semana pasada, hasta que fue sacada de la caja fuerte ayer.

— ¿Pudo haber sido robada el miércoles por la noche?

— ¿La misma noche que el asesinato? ¿No sería mucha coincidencia?

— En absoluto —dijo Bell.