CAPÍTULO 05

21 de abril de 1139

Casa del obispo; priorato de St. Mary Overy

— ¡Oh, sí, señor! —exclamó juntando las manos para no abrazarlo. Si el obispo la apoyaba en la búsqueda del asesino, ella y sus chicas tendrían muchas más posibilidades de éxito que si lo hacían ellas solas—. Haremos todo lo que podamos para encontrar al asesino.

El obispo de Winchester arqueó las cejas.

— ¿No temes represalias? ¿Qué tal vez a tus clientes no les guste demasiado tener curiosos alrededor de tu casa?

Controlando el impulso de tragar, Margarita sonrió suavemente.

— ¿Le extraña que quiera ayudar? No es extraño. Si no se encuentra al asesino, las acusaciones del hermano Paulinus parecerán ciertas. Nuestra única esperanza de vindicación es que el verdadero asesino sea atrapado y expuesto. Y respecto a mis clientes, algunos nunca lo sabrán, y otros tal vez quieran ayudar —Margarita dudó unos instantes y añadió—. William de Ypres no lamentaría ver a sus enemigos en un apuro.

— Tal vez no —dijo el obispo—. Pero —subió la voz al sonar las campanas de St. Mary Overy tocando a sextas. Sus labios se estrecharon —no puedo dedicarte más tiempo por ahora, Margarita, pero si deseas ayudar, debes tener un motivo inocente para venir aquí. Debes decir que te he encargado un mantel para el altar de mi capilla privada, y que necesitas mi opinión. Ah, y una mujer no puede andar por ahí interrogando a la gente. Espera aquí. Traeré a sir Bellamy de Itchen, que se encarga de realizar cosas más propias de un caballero que de un clérigo.

Cuando la puerta del obispo se abrió, Bell se levantó rápidamente. Le llamó la atención que la carta que el obispo siguiera en sus manos. O bien lo que el obispo había oído en sus dependencias privadas era tan absorbente que se le había olvidado dejarla, o la carta en sí era muy importante. El obispo levantó la mano de la carta hacia él; Bell se adelantó para cogerla, sintiéndose un poco desilusionado, pero Winchester sacudió la cabeza y dirigió su mirada al salón, como si estuviera buscando otro mensajero. Bell se quedó quieto, pensando que tal vez el obispo tendría un trabajo más interesante para él que entregar cartas, al menos… pero en ese momento Guiscard se levantó. Winchester le miró.

— Ah, Guiscard —dijo—. Iba a enviar a Bell a ver al archidiácono de Londres con esta carta para pedirle que me traiga todos los detalles sobre la disputa entre los de St. Matthew y St. Peter. Pero tú me servirás mejor. Le podrías explicar al archidiácono que no toleraré más retraso. Deseo ver ese asunto arreglado antes de que me marche a Winchester.

Guiscard se levantó, y su rostro dibujó una mueca de descontento. Bell aguantó una risita. Era evidente que Guiscard encontraba ser enviado como mensajero por debajo de su dignidad.

— Pero señor —protestó—. El asesinato… la prostituta. No debemos confiar en ella. El sacristán de St. Overy se ha quejado en repetidas ocasiones de su insolencia, su falta de voluntad de ser guiada a una vida mejor. No sería mejor, si…

— No —dijo el obispo, mostrando cierta rigidez en su boca, que Bell interpretó como que quería sonreír—. Opino que eres el más indicado para tratar con el archidiácono. Bell no tendría ni idea lo que sería una objeción, en cambio tú si lo entenderías. Por otro lado, Bell es la persona ideal para tratar con prostitutas y asesinos.

Bell se inclinó ligeramente, reprimiendo una risa. Se tomó lo que había dicho el obispo como un cumplido, y no como un insulto. Pero Guiscard de Tournai, hijo de un médico común, seguramente se creía denigrado por el obispo. Sintió una oleada de admiración hacia la astucia de Winchester, y se sintió agradecido, antes que complacido. Como uno de los secretarios del obispo, podría resultar un fastidio si desafiara a alguien. Los mensajes de Bell se podrían perder o confundirse, y su paga se retrasaría. No es que el obispo estuviera pensando específicamente en él, se decía Bell; él era relativamente nuevo al servicio de Winchester, estando a su servicio desde hacía tres años solamente. Tratando de suavizar a Guiscard con unas palabras, Winchester estaba tratando de evitar una discordia entre sus sirvientes, que pudiera interferir con sus asuntos.

— Le puedes decir al joven Philippe que tome tu lugar hasta que regreses —continuó diciendo el obispo a Guiscard—. No espero ninguna visita importante hasta vísperas. —Se giró hacia Bell—. Tú, ven conmigo.

Decir a Guiscard que Philippe tomara su lugar fue otro movimiento inteligente, pensó Bell siguiendo a su amo a su habitación privada. Si Henry hubiese requerido a otro secretario, Guiscard hubiera podido pensar que se le ocultaba algún secreto, y se pondría celoso. El joven escribiente Phillipe no suponía ninguna amenaza. Delante de él, el obispo se detuvo y se giró. Bell también se detuvo, mirando en dirección a la mirada del obispo y se quedó helado.

Sus ojos se encontraron con unos enormes ojos del color de un cielo brumoso, de un pálido gris-azulado. Por encima de ellos, unas arqueadas cejas marrones, que casi rozaban unas largas y gruesas pestañas. Una nariz recta, pero ligeramente respingona, incitaba a ser besada, sobre una boca gruesa, suave y perfectamente arqueada, que se había curvado para saludar al obispo, pero se había retraído al notar su escrutinio.

Bell parpadeó, tratando de apartar la mirada de su cara y dirigirla a la capa que se había quitado, pero en cambio lo que vio fue un pecho firme, y cayendo sobre sus hombros, unos mechones de grueso pelo, del color de la miel, que sobresalía a través de su velo. La capa. Bell trató de dirigir su mirada a algo que no fuera parte de esa mujer aparentemente tan perfecta. La capa era de un decente color marrón, modesto, hasta que uno se daba cuenta de que se trataba de una tela magnífica, forrada de piel. Una prostituta, tal vez, pero no una mujer común.

— Margarita, éste es sir Bellamy de Itchen, mi… bueno, digamos que mi hombre para todo. El contrata y entrena a mis soldados, corrige a los que no escuchan; fue uno de los que echó a las arpías que infestaban la Old Priory Guesthouse antes de que tú llegases. Quiero que le cuentes toda la historia; la que me contaste a mí, no la que contaste al hermano Paulinus. Él también conocía a Baldassare.

— ¿Baldassare? —repitió Bell—. ¿No me irás a decir que fue Baldassare el que fue asesinado?

— Me temo que sí, pero no estoy segura —dijo Margarita.

— ¿Qué quiere decir que no está segura?

— No, no —intervino el obispo—. No empieces por el medio, como hiciste conmigo. Recuerda, toda la historia.

El aviso, pensó Bell, no era sólo para la mujer. Se sonrojó ligeramente —la maldición de esa hermosa constitución— sabiendo que el obispo había notado cuánto la belleza de la mujer lo había impresionado. Y su desagrado, Bell pensó y notó cómo se sonrojaba aún más, no era por lo que había dicho el obispo, sino porque ella también había notado su admiración, pero no la apreciaba. No importaba lo bella que fuera, no se iba a implicar con la mujer de William de Ypres.

— Muy bien —dijo Margarita.

— Pero no aquí —observó el obispo—. Necesitaré mis dependencias para mis asuntos. Que te acompañe a la hostería. Tal vez se le ocurran algunas cosas que preguntarle a tus chicas. Alguna de ellas tal vez haya notado algo que se te haya pasado. Ah, acabo de recordar que tengo otros asuntos que discutir con él. Espera fuera.

— Sí, mi señor —dijo Margarita dirigiendo una mirada fría a Bell.

Espero que le diga que mantenga sus manos apartadas de mí, pensó ella cuando cerró la puerta tras ella. Como Guiscard me ha llamado «ramera», ese patán prepotente es capaz de pensar que le voy a ofrecer mi cuerpo a cambio de un informe favorable para el obispo.

Dentro se intercambiaban prácticamente las mismas ideas, pero desde el punto de vista contrario.

— Ten cuidado —decía el obispo—. Sé que es una mujer de una belleza impresionante, y es difícil, incluso para mí, cuestionar lo que dice. Debes descubrir quién mató a Baldassare y lo que llevaba, y quién lo tiene ahora. Debes recuperar el mensaje del papa para mí, o si se ha destruido, descubrirlo para que pueda avisar a Inocencio y decirle lo que pasó para que envíe duplicados.

— ¿Me puede decir lo que cree que decían los mensajes?

— Lo que yo creo que llevaba era el resultado de la reclamación que Matilda hizo ante el rey, reclamando el trono. Es casi imposible que Inocencio denegase el derecho de Stephen, ya que su legado ya lo aprobó, pero la carta acallará las dudas. Veo la posibilidad de que los seguidores de Matilda no deseen que la aprobación final del papa se haga pública si están preparando otra rebelión. De todas formas, cuesta creer que pudieran matar por eso.

— Tal vez sí —dijo Bell lentamente—. Podría marcar la diferencia entre un montón de hombres que prestaron juramento a Matilda, porque en su día juraron al viejo rey que la apoyarían. La decisión del papa podría acallar sus conciencias y mantenerlos fiel al rey Stephen.

Winchester suspiró y se encogió de hombros.

— Tal vez. La otra cosa que podría haber llevado es la respuesta a la petición de Stephen de que yo fuera nombrado legado papal, y no veo cómo eso podría tener ninguna importancia para nadie, excepto para mí.

— ¿Usted cree que no, mi señor? No estoy seguro de que el nuevo arzobispo quiera a un legado que le haga sombra, ni Waleran de Meulan querría que tuviese la Iglesia en sus manos, mientras él trata de otorgar a sus primos condados y obispados.

— Theobald de Bec no es un asesino —dijo Winchester—. Tal vez Waleran no se detendría ante un asesinato… Oh Dios mío, ayúdame. Eso es lo que ella quiso decir al insinuar que William de Ypres estaría encantado de ver a mis enemigos en apuros.

— ¿Ella, Margarita? —preguntó Bell—. ¿Tiene tanta confianza con Ypres como para conocer sus pensamientos?

— Él es su amigo y protector desde hace mucho tiempo. Fue él quien me apremió a alquilarle la Old Priory Guesthouse, y sé que utiliza su casa más por motivos políticos y privados que para la satisfacción de su lujuria. Sé que es un extraño lugar para guardar secretos, pero William no es ningún tonto, y no he oído nunca que esté decepcionado.

— Entonces ella debe ser de confianza.

— Estoy seguro de que lo es… de William de Ypres. ¿Quiere eso decir que deba ser también de nuestra confianza?

— No —dijo Bell a regañadientes—. Sus propósitos a menudo no son los mismos que los nuestros; pero si fuera Waleran de Meulan quien mató a Baldassare, sus propósitos y los nuestros sí podrían ser los mismos.

— Cierto, pero no podemos saber si Ypres está involucrado en esto. Yo sólo he oído su nombre por boca de Margarita, que es una mujer muy astuta, y puede que nos quiera hacer creer eso, mientras tiene otras intenciones. Puede parecer un ángel, pero una prostituta vive de vender su cuerpo o cualquier otra cosa que le sea provechosa. No es que piense especialmente mal de Margarita; ella hace su trabajo y es necesario, igual que los estercoleros. Pero debes recordar que todas las prostitutas tienen un precio; ese es su oficio.

— ¿Sabe si ha sido deshonesta y mentirosa? —preguntó Bell tratando de mantener la voz firme. Resultaba terrible pensar que fuese así, que una belleza así pudiera esconder corrupción tal, como el brillo del arco iris sobre una loncha de carne podrida.

— No —dijo Winchester—. Aunque parezca extraño, lo que sé de ella es todo lo contrario. Desde que la conozco, siempre la he encontrado honesta y digna de confianza. Ha cumplido todas las promesas que hizo cuando llegó a la Old Priory Guesthouse; paga su alquiler a tiempo y por completo; nadie ha emitido ninguna queja contra ella; ni los hombres a los que sirve ni sus vecinos. Pero es una prostituta. Vive fuera de la iglesia, por lo que los juramentos no tienen ningún valor para ella. Te aviso sólo para que tengas cuidado. El asunto de los mensajes del papa es demasiado importante como para ser eclipsado por la sonrisa de una furcia.

— No creo que me vaya a sonreír —dijo Bell sonriendo—. No parecía satisfecha de mi admiración por ella.

— Tal vez. De todas formas, ten cuidado.

Bell encontró que Margarita se había puesto el velo otra vez, y estaba contemplando el salón. Recogió su capa y la tiró sobre sus hombros, sintiendo su mirada detrás de su velo. Pero no habló, tan sólo asintió cuando le preguntó si estaba lista para partir, y caminó en silencio a su lado hasta que llegaron a la calle.

Entonces dijo en una voz impasible.

— Espero que recuerde que ya le he contado al obispo toda la historia. Dudo que descubra algo más, pero si lo hace, no hay nada que yo pueda querer mantener oculto de su señoría.

— Si me está diciendo que no espere ser sobornado, puede ahorrárselo. El obispo me paga muy bien. Vivo a sus expensas. No hay nada que me pueda ofrecer que me haría violar su confianza.

— ¿Nada? —preguntó Margarita, y luego sonrió—. Casi todos los hombres tienen un precio, pero esté tranquilo, que yo no estoy buscando el suyo.

— Me imagino que no soy mejor que otros hombres, pero mi precio, incluso en asuntos menos personales, no es tan bajo como un revolcón o dos. Baldassare era un amigo, y ni oro ni besos o caricias me apartarán de buscar al que lo mató.

— Me alegro —dijo Margarita, con una voz cálida y alegre—. Hasta que el asesino sea atrapado, mis chicas y yo seremos sospechosas. No solamente es peligroso, sino que al final resultaría perjudicial para el negocio. Le prometo que si verdaderamente busca al asesino del señor Baldassare, tendrá toda la ayuda que mis chicas y yo podamos proporcionarle.

Continuó y le contó la historia que había contado al obispo, la pura verdad tal como la recordaba ella, excepto la parte de encontrar la bolsa y esconderla en la iglesia. Terminó con otra afirmación de su deseo de ayudar a descubrir al asesino.

— Muy bien —dijo Bell—. Pero creo que el primer paso debe ser asegurarnos que el muerto es Baldassare. ¿Por qué cree que puede ser él? Dice que nunca vio el cuerpo.

— Porque Sabina lo reconoció. Ya se lo dije.

— Parece suficiente. Pero y si ella lo reconoció, ¿por qué tiene dudas? ¿Porque era de noche y oscuro?

— La oscuridad no importa. Se me debe haber olvidado decirle que Sabina es ciega. Pero estaba muy asustada.

— ¿Sabina es ciega? ¿Si es ciega, cómo podría reconocer a alguien?

— Por el tacto, por supuesto.

— ¿Quiere decir que abrió su ropa interior y palpó su…?

— ¡No sea desagradable! —replicó Margarita—. Lo reconoció por el tacto de su ropa. Encontró el cuchillo en su cuello cuando intentaba tocar su cara para estar segura. Estaba aterrorizada. Ese es el motivo por el que podría haber tenido el efecto contrario; es decir, Sabina encontró un muerto, y estaba tan asustada que creyó que era el hombre con el que se había acostado, y que ella sería acusada.

— Supongo que es posible, pero ¿por qué se iba a creer ella que iba a ser acusada?

— ¿Hay algo por lo que una prostituta no sea acusada? Y allí estaba ella, de rodillas junto al cuerpo, sus manos cubiertas en sangre. ¿Quién no pensaría que ella le había asestado el golpe? —El recuerdo y el rencor hizo temblar su voz, y tomó aire para recuperar su tono—. ¿Qué importaría que no tuviéramos ninguna razón para hacerle daño? El hermano Paulinus está convencido de que asesinamos al pobre señor Baldassare solamente para evitar que se librara del pecado a través de la confesión, y ni siquiera sabía que Sabina había estado cerca del cuerpo.

Habrá sido esta mujer acusada de asesinato alguna vez, pensó Bell notando su rencor. ¿Le habría salvado William de Ypres? Si era así, no es de extrañar que le estuviera agradecida.

Y luego un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Habría cometido el asesinato del que estaba acusada?

— Sea como sea —dijo Bell rápidamente—, creo que lo primero que tenemos que hacer es asegurarnos de que el muerto es Baldassare.

Ya que no podía revelar que habían encontrado la bolsa de Baldassare con cartas de presentación y de crédito con su nombre en su interior, simplemente asintió. Le recordó a Bell que si admitía que Baldassare había estado en su casa, el hermano Paulinus tendría razones para acusarla, lo que causaría problemas al obispo. De todas formas, los monjes seguramente no la dejarían entrar en la capilla para ver el cuerpo. Pero Bell tenía la solución para eso; cuando el hermano Godwine, el portero, se opuso a que Margarita entrase en el priorato, Bell dijo que había recibido órdenes del obispo de llevarla a ver el muerto para decir si se trataba de uno de sus clientes.

Ya que Henry de Winchester era el administrador de Londres hasta que un nuevo obispo fuera elegido, el hermano Godwine no pudo más que poner mala cara, pero mientras los guiaba a la capilla donde se encontraba el cuerpo, le dijo a Bell que ese hombre no había entrado por la puerta al priorato, y tampoco su caballo. Sólo tres hombres a caballo entraron por la puerta delantera. Los conozco a todos, y los tres caballos todavía estaban en el establo cuando el animal de este hombre fue encontrado en el cementerio. No me equivoco ni soy negligente en mi trabajo. Y así se lo comunicaré al prior cuando regrese.

Bell miró a Margarita, pero ella no dijo nada y su cara era invisible detrás del velo. Su mente había estado trabajando a gran velocidad tratando de encontrar una forma de reconocer que conocía a Baldassare y su necesidad de protegerse del hermano Paulinus, por verse obligada a acompañarlo. La necesidad apremia la mente; y en cuanto la cara del muerto se hizo visible, las palabras apropiadas salieron de sus labios.

— ¡Oh, Dios mío! —exclamó Margarita—. No, no se trataba de un cliente habitual, pero sí que estuvo en mi casa. Llegó a mi puerta ayer no mucho antes de vísperas, y preguntó por la iglesia St. Mary Overy. Le dije que debía dar la vuelta, pero protestó diciendo que la iglesia parecía muy cerca. Yo había salido sin mi capa y tenía frío, así que le pedí que entrara en la casa, y le expliqué que no formábamos parte del priorato. Pero le mencioné que la puerta trasera llevaba a la iglesia. No vi hacia dónde se dirigió cuando salió de la casa.

— Pero le dijo al sacristán que ese hombre nunca había estado con usted —dijo el hermano Godwine seriamente.

— Le dije al sacristán que todos nuestros clientes habían salido de nuestra casa sanos y salvos, y que ni yo ni nadie de nuestra casa siguió o hizo daño a ningún cliente. Dije la verdad entonces, y digo la verdad ahora.

Bell la miró de reojo. El conocía las dos historias, y sospechaba que cada palabra que ella había dicho era cierta, y formaban una mentira rotunda. Muy lista. Sí, era muy lista.

— Ya veremos —dijo Bell, y a continuación al hermano Godwine—: Conozco a ese hombre. Su nombre era Baldassare de Florencia, y a menudo ejercía de mensajero papal.

— ¡Mensajero papal!—repitió el portero con los ojos llenos de horror—. ¡Qué terrible! ¿Qué podría llevar para preguntar por la iglesia de St. Mary Overy? Nosotros no hemos hecho recientemente ninguna petición al papa.

Casi sin prestar atención a las exclamaciones de horror, Bell se inclinó sobre el montón de ropa bien doblada y otras pertenencias que estaban sobre un pequeño banco a los pies del ataúd. La parte superior de la camisa, la túnica y la capa estaban manchadas, a pesar de haber sido lavadas; la ropa interior no. En el cinturón, colocado encima de la ropa, había un cuchillo envainado con una empuñadura de cuerno con hilos de oro; un cuchillo de mucho valor, que no había sido robado. A su lado había una tira de cuero enrollada de unos tres dedos de ancho.

— Mira —dijo Bell, señalando un corte recién hecho en la piel del cinturón—. Aquí es por donde la tira de la bolsa fue cortada. —Entonces levantó la tira enrollada. Por la mitad estaba manchada de sangre—. Llevaba esto puesto cuando lo mataron, seguramente para sujetar una bolsa. ¿Habéis encontrado una bolsa?

— No —contestó firmemente el hermano Godwine—. Tampoco ningún bolso. ¿Dice que la bolsa fue robada? ¡Oh, cielos! ¡Qué desastre! ¿Y el bolso también fue robado? ¿Así que nunca sabremos lo que nos quería decir el Santo Padre?

Bell había examinado la tira pulgada a pulgada.

— No hay cortes, y sería muy difícil quitar la bolsa sin dejar marcas.

— Tal vez no la llevaba puesta —Margarita estuvo tentada de decir que la bolsa podría estar escondida, pero no se atrevió.

Sir Bellamy asintió a su comentario, y dio una palmadita en el hombro del hermano Godwine.

— Por supuesto que sabrán lo que el Santo Padre les quería decir. El obispo mandará un mensajero para informar al papa que Baldassare fue asesinado, y se perdió el contenido de la bolsa.

— Nos inculpará a nosotros. El Santo Padre nos llamará negligentes por permitir que su mensajero fuera asesinado en nuestro umbral.

— No si me ayudan a encontrar al asesino y así le podemos decir al papa que su mensajero ha sido vengado.

— Con mucho gusto. Estaremos encantados de ayudar. Pero el señor Baldassare no entró al priorato por la puerta delantera. ¡Lo juro! Nadie supo de su presencia hasta que el cuerpo fue encontrado,

— ¿Y cuándo fue eso?

— En la hora prima. Nosotros… nosotros oímos graznar a los cuervos. Durante todo el servicio los cuervos estuvieron graznando. El sacristán pidió al hermano que le asiste, el hermano Knud, que fuera a mirar si alguien había tirado alguna basura en el cementerio. Y Knud encontró… encontró… ¡Oh, fue horrible!

— Seguro que lo fue —dijo Bell—. ¿Me puede enseñar donde se encontró el cuerpo?

El portero les guió fuera de la capilla y a través de la cancela a la puerta del porche norte. Margarita seguía silenciosamente a sir Bellamy. Tan irritada que estaba antes cuando le hizo hacer una declaración sobre Baldassare, ahora estaba agradecida, porque se daba cuenta de lo importante que era para ella ver dónde se había cometido el crimen. Sabina vio mucho con sus dedos, pero sólo lo que había tocado, pero la conmoción y el susto podrían haber hecho que se olvidara de algo.

El portero abrió la puerta, pero no salió. Señalando hacia el lugar dijo:

— Allí. Puede verse donde se encontró. Los hermanos no han podido quitar la mancha de sangre.

— ¿Había mucha sangre?

El hermano Godwine tembló. Un enorme charco, y eso después de que su camisa, túnica y capa se empaparan.

— ¿Y la sangre? ¿Era roja y líquida, o marrón como gelatina o una costra?

El portero tembló.

— Oh, no lo sé. No pude mirar. —Tembló otra vez—. Y evidentemente no lo toqué.

Bell deseó que los hermanos no hubieran sido tan rápidos en limpiar la ropa de la víctima. Le hubiera gustado ver por sí mismo lo secas que estaban las manchas de sangre, y cuánta sangre había sido absorbida. Para aquellos que no están acostumbrados, la sangre siempre parece un charco, cuando tal vez sólo se trataba de una mancha. Pasó por delante del hermano Godwine y se arrodilló para examinar la mancha. No, la marca no se debía a que no había sido bien lavada; había empapado el mortero y la piedra.

— Seguramente fue asesinado aquí, en el porche, y creo que algunas horas antes de la hora prima —dijo Bell—. Déjeme ir a ver el cuerpo otra vez.

Entró y cruzó la cancela con paso ligero. El hermano Godwine se quedó atrás, pero Margarita le siguió el paso, con mucha curiosidad por saber por qué deseaba reexaminar el cuerpo. Esta vez, a pesar de las exclamaciones angustiadas del hermano Godwine, quitó el sudario y giró el cuerpo, de manera que pudo ver claramente el corte en el cuerpo. El cuerpo giró en bloque, excepto un brazo y una pierna que cayeron pesadamente. A pesar de su curiosidad, Margarita se echó para atrás ligeramente, y cuando él se inclinó tanto que casi podía besar la herida y pinchó y golpeó la carne, inspiró fuertemente.

— Sí, como yo creía, fue asesinado bastante antes de la hora prima. Esta rigidez tarda horas en ocurrir. ¿Ya estaba rígido cuando lo encontraron, no?

— No lo sé —dijo el portero sofocado.

— El hermano enfermero se encargó. Puede hablar con él si así lo desea —Bell asintió, dirigiendo su mirada de la herida a Margarita, que se había vuelto a acercar ahora que sabía lo que estaba haciendo. El asintió y se inclinó para estudiar la herida aún más de cerca—. Lo haré pero más tarde. Quiero saber si está de acuerdo con mi opinión. Me parece que la persona que apuñaló a Baldassare estaba cerca de él, y que Baldassare no ofreció ninguna resistencia ni se movió hasta que el cuchillo penetró.

— ¿Cómo sabe eso? —preguntó Margarita en voz baja.

— La herida no está desgarrada, y la forma en la que el cuchillo entró, me hace pensar que los dos eran de la misma altura. Me atrevería a decir que se conocían bien, y que caminaban juntos, tal vez agarrados del brazo, el brazo izquierdo del asesino cerca del derecho de Baldassare. Mientras hablaban, el asesino sacó su cuchillo con su mano derecha, se giró para estar frente a Baldassare —tal vez para dar una opinión, pero no creo que estuvieran discutiendo— y de repente sacó el cuchillo y lo clavó en el cuello de Baldassare.

Margarita se echó hacia atrás.

— Es una escena horrible. ¿Pero puede ser real? Si se conocían y no estaban discutiendo, por qué matar al pobre Baldassare?

— No tengo ni idea —contestó Bell, mirando tristemente al hombre que había conocido y apreciaba—. Pero estoy casi seguro de lo que pasó. Si estaban cerca porque estaban discutiendo, Baldassare nunca hubiera permitido al otro hombre levantar la mano con el cuchillo sin levantar su brazo para protegerse, empujando al hombre y sacando su propio cuchillo, o tratar de esquivarlo. Era muy capaz de defenderse, ya que había llevado mensajes del papa durante años y había luchado contra forajidos. Tal vez pensó que el asesino iba a ponerle una mano en el hombro, o un gesto similar. En la oscuridad tal vez no vio el cuchillo. Esto sólo pudo ser obra de alguien que él conocía y del no tenía ninguna razón para desconfiar.

Colocó bien el cuerpo, levantó el sudario, y se giró hacia el hermano Godwine.

— Cuando fue encontrado, ¿su cuchillo estaba envainado como ahora? ¿Tiene el cuchillo con el que fue asesinado?

— ¿Un amigo? ¿Un amigo le hizo esto?

Bell se encogió de hombros.

— Alguien al que no temía.

— Seguro que fue una de las prostitutas —dijo el hermano Godwine con voz fuerte—. No tendría miedo de una de ellas.

— No es imposible —dijo Bell, y luego hizo una mueca y miró a Margarita—. Pero generalmente soy cauto con este tipo de mujeres, y seguro que Baldassare también.

— ¿El mensajero del papa? —La voz del hermano Godwine subió de tono—. ¿Qué sabría él de esas criaturas?

— Lo mismo que cualquier hombre. No estaba ordenado, y estoy seguro de que no se privaba de las comodidades mundanas: ropa buena, comida, bebida. Dudo también que se privase de mujeres, pero también dudo que una mujer hiciera esto. Muy pocas son tan altas como Margarita, y por el tipo de morado, el cuchillo entró con mucha más fuerza de la que pueda ejercer una mujer. Déjeme ver el cuchillo, hermano portero.

— Si no está ahí en el banco, no sé dónde puede estar —contestó el hermano Godwine y miró inquieto por encima del hombro—. Tal vez Knud lo sepa. El encontró el cuerpo y ayudó a moverlo. Es el hermano que asiste al hermano Paulinus.

Bell miró a Margarita. No podía encontrar una excusa para llevar a Margarita con él cuando interrogase al hermano y al enfermero, pero no quería enviarla a su casa, donde ella y sus chicas pudieran prepararse las respuestas a preguntas que harían de igual manera a todas ellas. Vio otra oportunidad.

— ¿Usted dónde estará, hermano portero? —preguntó.

El hermano Godwine se sonrojó.

— Es la hora de comer —dijo—. Sé que no debería importarme, y no lo haría si el padre prior estuviera aquí, pero…

Aliviado, Bell sonrió.

— No se preocupe —dijo—. Vaya a comer. Knud y el enfermero no estarían muy contentos si les dejase sin comer. Tengo más preguntas que hacer. Volveré más tarde.

— Gracias —dijo el hermano Godwine y se giró para acompañarles fuera de la iglesia.

Cuando llegaron a la puerta del priorato, Bell dijo:

— Una cosa más, hermano portero. Ahora ya saben quién es el muerto, y pueden rezar por su alma. Por favor, háganlo. Y por favor, no lo entierren hasta el lunes. El cuerpo podrá aguantar hasta entonces, ¿verdad? Tengo que hablar con el obispo acerca de los preparativos, en caso de que ningún amigo de Baldassare se encargue del entierro.

El portero asintió bruscamente, cerró la puerta tras ellos con alguna intención, la trancó y volvió corriendo a entrar en el monasterio. Bell sonrió.

— ¿Qué averiguará sobre el cuchillo y el enfermero? —preguntó Margarita mientras caminaban junto al muro del priorato. Empezaba a admirar a sir Bellamy de Itchen, y empezaba a sentirse esperanzada de que con su ayuda pudieran encontrar al asesino.

— Del cuchillo… seguramente si estaba recién afilado, como si lo hubieran preparado para la ocasión. Pero no es ninguna prueba. Un hombre, o una mujer, pueden afilar un cuchillo por muchas razones, y de todas formas puede que no lo sepa. Con el cuchillo en la herida durante tanto tiempo, la sangre puede haber quitado el brillo del filo. Y el enfermero seguramente sabrá más que yo de lo que le ocurre al cuerpo después de la muerte. Yo sé algunas cosas después de haber visto morir hombres en la batalla. Sé que el cuerpo se pone rígido, y si se deja el suficiente tiempo, se vuelve a reblandecer, pero el enfermero sabrá el tiempo mejor que yo.

— Pero ya le dije que el pobre señor Baldassare murió poco después de completas. Sabina lo encontró poco después de haber acabado el servicio.

— Ya sé cuando dijiste que murió. Pero tengo que estar seguro. Y hablando de Sabina y lo que me contaste sobre su experiencia, ¿por qué estamos dando la vuelta al priorato? ¿No dijiste que había una puerta entre la parte trasera de la iglesia y tu jardín trasero?

— Sí, pero el sacristán la cerró.

— ¿Cuándo os disteis cuenta de esto?

— Ayer por la tarde cuando Dulcie… —Margarita casi se atraganta cuando le iba a decir que descubrieron la puerta cerrada cuando Dulcie fue a esconder la bolsa— fue a limpiar la iglesia. —Terminó, aclarándose el cuello—. Va casi todos los días.

— ¿Así que dio toda la vuelta, como nosotros?

Su voz era alegre y estaba sonriendo ligeramente.

Margarita tragó saliva, aliviada de que no pudiera ver su cara consternada detrás del velo. «Pero él lo sabe», pensó. Incluso sin ver su cara, él sabía que estaba escondiendo algo. Y entonces se dio cuenta de que sir Bellamy no iba a su casa y luego volvería al priorato para que Knud y el enfermero pudieran acabar su comida, sino para que ella, a la que no hubiera podido tener a su lado cuando los interrogaba, no tuviera la oportunidad de ir a su casa y hablar con sus chicas en privado antes que él.

Ella lo miró a través de su velo. ¿Acaso estaba buscando señales de su culpabilidad para que tuviera que entregarle su cuerpo? Detrás de su velo, sus labios se estrecharon. Ella no lo haría, no porque le importara un revolcón más, pero sí porque él podría utilizarlo como otra prueba más contra ella.

Si se lo pidiera, pensó, volvería a hablar con el obispo, o decírselo a William de Ypres. Y luego se preguntó si no estaría haciendo una montaña de un grano de arena por una simple mirada y un deseo muy justificado de confirmar sus afirmaciones. Antes de quejarse, haría todo lo que pudiera para no levantar sus sospechas, y le explicaría cuidadosamente, el motivo por el que sería una locura por su parte o la de una de sus chicas haber matado a Baldassare.

Tragó saliva al darse cuenta de que la estaba mirando, y recordó que no le había contestado.

— No —dijo—. Dulcie no fue a la iglesia ese día, ni hoy tampoco. Estaba furiosa y dijo que no volvería a limpiar hasta que no abrieran la puerta.

— ¿Estaba enfadada por ella o por su lealtad hacia ti?

— Creo que por lealtad —dijo Margarita, pero esta vez habló con facilidad, sonriendo un poco, pensando que él podría notar la sonrisa en su voz—. Y sí, todas las chicas mentirían por mí si se lo pidiera. Están muy agradecidas por un trabajo fácil en circunstancias muy cómodas, que ninguna podría haber conseguido si no las hubiera acogido. Sin embargo, espero que entienda que no tenemos ningún motivo para mentir. Ninguna de nosotras hizo daño a Baldassare, y ninguna de nosotras tenía ningún motivo. De hecho, su muerte, la muerte de cualquier cliente cerca de nuestro establecimiento, nos perjudica seriamente.

Bell se encogió de hombros.

— Aparentemente parece cierto.

— Y en el fondo también. Yo no sabía que el señor Baldassare era un mensajero papal, pero —suspiró— me lo imaginé. Sus ropas, tan finas pero tan sobrias, la manera en que hablaba francés, que era como el de un cliente que vivía en Italia, pero que ahora vive en Londres, la bolsa que llevaba…

— ¿Viste la bolsa?

— Sí, señor Bellamy. No la vi claramente, porque se la echó para atrás bajo su capa, y no es asunto mío husmear en aquello que un cliente desea mantener en privado. Pero vi que llevaba una bolsa.

— ¿Qué pasó con ella?

— Supongo que se la llevó cuando se fue. No se dejó nada. Y después de que el sacristán estuviera aquí y nos acusara de asesinato, y yo fuera tan estúpida como para negar que el hombre estuvo aquí, puede estar seguro que buscamos cuidadosamente cualquier cosa que nos pudiera relacionar con él. No había nada.

— Lástima. Winchester quiere esa bolsa.

— Me lo imaginaba. El hecho de que Baldassare viniese aquí, tan cerca del obispo, me hizo pensar que llevaba un mensaje del papa para Winchester. Pero luego me pregunté por qué no fue a la casa del obispo.

— Parece evidente. Seguramente él sabía que su estancia aquí iba a resultar más divertida y ah… más gratificante.

— Pero él no sabía qué tipo de pensión era ésta. Vino aquí porque uno de nuestros clientes le gastó una broma. Le dijo a Baldassare que ésta era la pensión del obispo de Winchester, y que estaba justo detrás de la iglesia de St. Mary Overy. ¡Oh!

— ¿Oh?

— Oh, he sido una tonta. Estaba tan enfadada porque pensaba que la intención era mancillar al obispo con una conexión con mi casa, que no me di cuenta de que Baldassare quiso quedarse después de que yo le dijera que teníamos una puerta trasera que llevaba al cementerio. Antes me había dicho que tenía una cita en el barrio, pero nunca pensé que fuera en la iglesia.

— ¿No es un buen sitio? Es conocida, prominente, fácil de encontrar y siempre está abierta.

— Sí, pero… —Margarita se encogió de hombros—. Supongo que como lo vi tan a gusto con nosotras, no pensé que su siguiente parada fuera una iglesia. Pensé que estaba ordenado y supongo que pensé que no entraría en un prostíbulo justo antes de entrar en una iglesia. Por otro lado, no actuaba como si estar con Sabina le pesase en su conciencia, o que necesitase confesarse, así que… ah, ya hemos llegado.