CAPÍTULO 08
21 de abril de 1139
Priorato de St. Mary Overy
Una vez terminada la comida, Bell se dirigió de nuevo al priorato. Le hubiera gustado ir directamente a la Old Priory Guesthouse, pero contuvo ese impulso porque sabía que se debía más al deseo de ver a Margarita que al hecho de querer conocer el nombre de sus clientes. Una vez hubo reprimido su deseo, pensó en las personas con las que debía hablar en el priorato. De los dos que estuvieron en contacto con el cadáver, el ayudante del sacristán, Knud, y el enfermero, decidió que hablaría primero con Knud para corroborar sus comentarios acerca del cuerpo con las del enfermero.
Mientras hacía sonar la campana, Bell pensó que no sería tan fácil conseguir lo que pretendía. Había tenido alguna experiencia con el hermano Paulinus, y sospechaba que no le permitiría interrogar a ninguno de los monjes sin su presencia. Bell hizo una mueca, y se compuso rápidamente cuando oyó el sonido de la tranca de la puerta. Cualquiera que fuera interrogado en la presencia de Paulinus, seguramente no diría más que sí o no. Pero cómo se podría librar… ¡Claro! Se le dibujó una sonrisa tal en la cara, que el hermano Godwine, que había abierto la puerta, se quedó sorprendido.
— ¿Sí?—preguntó retrocediendo.
Bell entró rápidamente. Todavía con la sonrisa dibujada en su rostro, dijo:
— Necesito hablar con el hermano Paulinus.
El portero parpadeó; muy pocos sonreían ante la idea de tener que hablar con el hermano Paulinus. Bell tenía ganas de reír, pero se contuvo. En el fondo tampoco estaba muy seguro de su éxito, pero las preguntas que le iba a formular a Paulinus eran muy embarazosas, así que esperaba que el sacristán no deseara su compañía después de haberlas contestado. De esta forma, podría hablar con Knud y el enfermero a solas.
Tras una espera que él consideró más larga de lo necesario, fue acompañado hasta una pequeña celda de visitantes contigua al edificio de los hermanos. El pensaba que esas celdas estaban en desuso desde que las monjas dejaran St. Mary Overy, pero entonces supo que se habían conservado por si uno de los novicios o postulantes tenía visita femenina. Sacudiendo la cabeza, se sentó en la repisa de piedra, todavía dudando si reír o sentirse ofendido. Se divertía pensando en qué clase de contaminación pensaría el hermano Paulinus que portaba, cuando el monje entró por la puerta del lado contrario y se sentó detrás de la rejilla que separaba la celda en dos partes.
A Bell se le pasaron las ganas de reír; de esta manera podría oír bien a través del calado de piedra, pero no distinguiría la expresión del sacristán. El calado de piedra era perfecto para prevenir la excitación que podría causar la visión de la cara de una mujer a un aspirante a hermano, pero para examinar la expresión de alguien siendo interrogado por asesinato era muy inapropiado. Bell se levantó.
— He sido enviado por el obispo de Winchester para hacerle unas preguntas acerca de la muerte del mensajero papal, Baldassare de Florencia—dijo—. Es necesario que hablemos cara a cara, hermano sacristán.
— Ya que yo no sé nada acerca de la muerte del señor Baldassare, y que prefiero no estar en contacto con hombres profanos…
— ¿Profanos? Pero a usted no le importó visitar un burdel el jueves por la mañana—dijo Bell bruscamente.
— ¡Burdel! —contestó Paulinus sofocado y poniéndose de pie—. ¡Nunca! Jamás en mi vida he visitado un burdel!
— Yo no he dicho que buscara satisfacción carnal, corre menos peligro de corrupción hablando conmigo en su propio monasterio, que visitando el burdel la mañana en la que Baldassare fue asesinado. Entonces parecía muy seguro de cómo había muerto, por lo que debe saber algo de su muerte. Entonces, ¿me va a decir dónde nos podemos ver para que pueda ver con quién estoy hablando, o tengo que decirle al obispo que se negó a contestar las preguntas acerca de la muerte del mensajero papal?
Hubo un momento de silencio. Entonces Paulinus dijo:
— Es usted un ateo y está condenado y no tiene ningún respeto por sus superiores, pero es el mensajero del obispo. A quien Dios quiere, lo castiga. Muy bien, accederé a su demanda. Siga hasta el final del edificio de los hermanos. Entre éste y la cocina, encontrará una entrada al claustro. Hablaré con usted allí.
Bell no estaba demasiado satisfecho de la elección, porque el claustro, en pleno centro de los edificios monásticos, era muy transitado, lo que podía provocar interrupciones; sin embargo, sabía cómo conseguir una mayor intimidad si lo necesitaba, así que hizo lo que le decían. Fue el primero en llegar, pero antes de que se impacientase, vio la alta y cadavérica silueta del sacristán dirigiéndose hacia él.
— El único conocimiento que tengo de la muerte de Baldassare es aquel que Dios otorgó a un corazón puro —dijo el hermano Paulinus antes de que Bell pudiera abrir la boca—. En cuanto me enteré de la muerte supe que en este monasterio somos puros y santos; no matamos. En el tugurio detrás de nuestro muro viven obscenas y corruptas criaturas que se dedican a todas las maldades. Es evidente que ellas tienen que ser culpables del asesinato. Eso es lo único que sé.
— En otras palabras, aparte del hecho de que no le gustan esas mujeres ni lo que hacen, no tenía ningún otro motivo para acusar a las mujeres de la Old Priory Guesthouse.
— El hombre no entró por la puerta delantera. El hermano portero lo puede jurar. Por lo tanto, vino del burdel. Nadie más podría saber que venía a la iglesia. Ellas lo tienen que haber matado.
Bell estuvo tentado de preguntarle ¿Por qué?, pero ya sabía la respuesta. Estaba seguro de que si el sacristán tuviera alguna prueba contra Margarita y sus chicas ya se lo habría dicho, así que decidió no perder el tiempo con argumentos que no demostraban nada.
— No lo creo —dijo—. Si hubieran querido matar a Baldassare, lo hubieran envenenado o estrangulado, y hubieran tirado el cuerpo al río cercano. Nadie hubiera sabido de su muerte. Tal vez esas mujeres puedan asesinar, pero de una manera que no las inculpe.
— Usted es tan corrupto como ellas. ¿Cómo puede ser un criado del obispo y defenderlas? Evidentemente, derramaron sangre para profanar la iglesia, para traer vergüenza a este sitio sagrado. Usted tan sólo quiere proteger sus amantes.
Bell rió.
— No me puedo permitir ese tipo de mujeres. Le aseguro que nunca he estado con una de ellas. ¿Y si la idea era profanar la iglesia, por qué matar al hombre en el porche?
— Porque no pudieron. Son ciegas, sordas y mudas debido a sus pecados. Dios protegió su iglesia. Es por Su Voluntad que supe de su culpa.
— ¿Y también por su voluntad que no informó al obispo de que el mensajero papal había sido asesinado?
El sacristán pestañeó como si Bell le hubiera dado una bofetada.
— ¿Qué no informé al obispo? ¿Por qué iba a informar al obispo? Le dije a Knud, mi ayudante, que enviara un mensajero al abad de nuestra orden.
— ¿Envió un mensajero al abad de su orden que está a veinte millas de aquí, y no a la casa del obispo al otro lado de la calle? Pero si lord Winchester es el administrador de la diócesis de Londres, y obispo de la sede de Winchester, ¿cómo le pudo ocultar la noticia de la muerte de Baldassare?
Paulinus se levantó, pero sus mejillas estaban pálidas.
— Nuestra orden es autónoma —dijo tercamente—. No necesitamos instrucciones de un obispo mundano. Nuestro beato abad nos dirá lo que tenemos que hacer.
— Pero el hombre era un mensajero papal —protestó Bell.
— Tal vez llevando una bula para nombrar legado a Winchester —dijo Paulinus con los ojos fijos en un decorativo crucifijo esculpido en una columna—. Demasiado mundano. Demasiado mundano. Dios trabaja en Formas Misteriosas para mantener la iglesia pura.
— Un asesinato no puede complacer a Dios, no importa el motivo —dijo Bell preguntándose si el sacristán estaba loco.
— Es cierto —dijo el hermano Paulinus—. Muy cierto. —Tembló de repente, y sus ojos se apartaron del crucifijo y se clavaron en el suelo—. Fue horrible. Fue horrible encontrar un muerto cubierto de sangre en el porche de la iglesia. Yo había enviado a Knud a ver por qué los cuervos hacían tanto ruido. El encontró el cuerpo y llamó al enfermero, que lo miró y nos dijo que estaba muerto. El enfermero llamó a sus ayudantes y se llevaron el cadáver.
— ¿Sabía quién era el hombre? —preguntó Bell frunciendo el ceño.
— No, yo no lo sabía. Nunca lo había visto en mi vida. Pero supe inmediatamente quién lo había apuñalado, y que ni siquiera el obispo podía proteger a esas prostitutas de un castigo por ese crimen. Tal vez un legado papal… No, ni siquiera un legado. Así que me dirigí a exigirles una confesión. —Sus ojos se cerraron y sacudió la cabeza—. Bestias obscenas, están más perdidas de lo que creía, y se resistieron. No querían reconocer mi conocimiento divino de su maldad y humillarse; incluso me amenazaron cuando traté de disciplinar a la idiota por burlarse de mí.
Bell apretó los dientes ante el pensamiento de Paulinus haciendo daño a Elsa por burlarse de él, como si Elsa supiera cómo, pero eso no era importante. ¿Podría Paulinus haber matado a Baldassare para robarle la bolsa y destruir la bula que convertiría a un hombre que él consideraba indigno en un legado papal?
Era demasiado pronto para sacar esa conclusión, pensó Bell. Sabina había oído la voz de Paulinus justo antes de que encontrase el cadáver, por lo que se encontraba en la iglesia cuando Baldassare fue asesinado. Pero parecía imposible que Baldassare hubiera venido para encontrarse con el hermano Paulinus, o que Paulinus supiera que era un mensajero papal.
— Esas rameras —empezó a decir enfadado.
Bell observaba la cara del sacristán. La insistencia ante la culpa de Margarita podría ser el resultado de su prejuicio contra el pecado carnal, pero también podría ser para protegerse. Si las prostitutas eran encontradas culpables, nadie buscaría otro asesino.
— Sería mejor —dijo Bell—, que me dejase las prostitutas a mí. Como ya están excomulgadas, no las puede amenazar con nada. —La insinuación de que él podría utilizar otro tipo de amenazas les ahorraría mucha discusión, pensó Bell—. Ahora —continuó—, necesito hablar con Knud para saber exactamente lo que vio cuando encontró el cuerpo.
— ¿Es realmente necesario? —preguntó Paulinus—. El hombre está muy afectado. El no tocó al señor Baldassare…
— ¿Usted lo vio?
El sacristán frunció el ceño.
— No, pero por qué…
— Deseo hablar con él. Necesito saber si la sangre era roja o marrón, estaba seca o pegajosa, cómo estaba clavado el cuchillo, si erecto o caído. Knud no hablaría de esas cosas con el susto inicial, pero tal vez las recuerde si lo interrogo cuidadosamente.
— Hará que tenga pesadillas.
— Lo siento, pero es más importante que se coja al asesino, que un hombre duerma tranquilamente. Puede orar para tener dulces sueños.
— No veo cómo recordarle esos horribles detalles pueden ayudar a coger al asesino —protestó el hermano Paulinus.
Bell también pensaba que no ayudaría mucho, porque estaba convencido de que Baldassare había sido asesinado justo unos momentos antes de que Sabina lo encontrara, justo después de completas. Sin embargo, no podía reconocer ante Paulinus que quería preguntar a Knud si estaba con el sacristán cuando Sabina oyó su voz preguntando ¿Quién hay ahí?
— Su labor es interceder ante Dios —contestó Bell—. La mía, por orden del obispo, es tratar con la maldad de la gente. Yo le dejaré hacer su labor. Déjeme que yo haga la mía. Tráigame a Knud ahora.
— No hago los recados de los lacayos, ni siquiera de los lacayos del obispo —dijo el hermano Paulinus poniéndose de pie y se dirigió airadamente a través del claustro hacia la casa de los monjes.
Como esa era exactamente la reacción que Bell había esperado, no protestó y se dirigió hacia la puerta. Iba a hacer sonar la campana, cuando el hermano Godwine salió de la caseta que los porteros utilizan cuando esperan tener que abrir la puerta a menudo.
— Ya he hablado con el hermano Paulinus —dijo Bell—. Ahora tengo que interrogar a Knud, que encontró el cuerpo, y cuando acabe con él, con el enfermero.
— Venga conmigo —dijo el portero, guiándole a lo largo de la pared oeste del edificio hacia la sala de los hermanos.
Le pidió a Bell que esperara cerca de la entrada, miró a su alrededor, asintió con satisfacción y se dirigió a un grupo de hombres que estaban trabajando en algo que Bell no podía distinguir. Uno levantó la mirada cuando el portero se dirigió a él, protestó, y entonces empezó a doblar algo en una tela. El portero volvió, le dijo a Bell que su hombre ahora venía, y salió. Bell esperó sin impaciencia, satisfecho de que Paulinus no hubiera tenido la oportunidad de hablar con su criado.
Knud era un hombre de mediana edad, delgado y fuerte, con el pelo ralo y castaño, que se acercó con la cabeza baja, y las manos escondidas en sus mangas. A medio camino se paró inseguro, y Bell le hizo una seña para que se acercase. Continuó acercándose, pero con aparente reticencia.
— ¿Sí, señor? —susurró cuando estuvo lo suficientemente cerca.
— He sido enviado por el obispo para… —Bell enmudeció de golpe, y alargó la mano hacia el hombre que había dado un brinco hacia un lado—. ¿Qué ocurre? —preguntó, notando cómo temblaba Knud—. No les echamos la culpa de la muerte del señor Baldassare. Sólo quiero saber lo que vio cuando encontró el cuerpo, y dónde estaba usted y los otros la noche del asesinato.
Unos brillantes ojillos se dirigieron a Bell y apartaron la mirada rápidamente, como los de un animal atrapado. Temiendo que Knud saliera corriendo, lo agarró del brazo y lo llevó a un sitio más apartado del grupo con el que había estado trabajando.
— Los cuervos estaban graznando —empezó a decir Bell para que se soltase—. Y el hermano Paulinus le mandó para averiguar el motivo.
— El hermano sacristán es el responsable del edificio y los jardines. Pensó que alguien habría dejado algo en el porche. A veces los pecadores buscan refugio aquí para hacer cosas lujuriosas… o cosas peores.
— Ya lo sé. Así que fue a mirar, ¿y qué encontró?
Knud tembló y sus ojos parpadearon hacia Bell.
— Ya sabe lo que encontré. Un hombre muerto. No tuve nada que ver con eso. No lo conocía. Nunca lo había visto.
A pesar de su actitud defensiva, Bell tenía la impresión de que el hermano estaba más tranquilo.
— ¿Nunca? —preguntó, pensando en lo que podría haber asustado tanto al hombre cuando mencionó al obispo—. ¿Ni siquiera en la iglesia atendiendo el servicio de completas?
Al principio el hombre no contestó, frunciendo el ceño haciendo memoria. Entonces sacudió la cabeza lentamente.
— No creo —dijo evidentemente más tranquilo, y tratando de contestar honestamente—. Pero podía haber estado allí. Estaba bastante oscuro en la nave. Había más gente aparte de los hermanos, visitantes del priorato y algunos vecinos del barrio. Puede que estuviera entre ellos, pero no lo recuerdo.
— Muy bien. Puede ser que nunca haya entrado en la iglesia. Ahora, cuénteme lo que vio cuando abrió la puerta del porche, exactamente lo que vio.
— Sangre —dijo Knud—. Al principio sólo vi sangre, sangre por todas partes, por encima del hombre, en el porche. Grité y salté hacia atrás. No recuerdo lo que dije, pero debí decir que alguien estaba herido, o muerto, porque el enfermero vino corriendo.
— ¿La sangre era roja?
— No, era negra. —Volvió a mirar hacia arriba, pero no tan fugazmente—. Supongo que podría haber sido roja, pero es el porche norte. El sol no da allí, y estaba muy oscuro.
— ¿Pero está seguro de que era sangre?
— El cuchillo estaba allí, en su cuello.
— ¿Quién lo sacó?
— No lo sé. El enfermero supongo, o los hermanos curadores. Yo no lo toqué. Ni siquiera volví a mirar el cuerpo.
— Muy bien. Entonces, cuando el enfermero se llevó el cuerpo, el hermano Paulinus le dijo que enviara un mensajero al abad. ¿Y qué hiciste luego?
Bell esperaba que le dijera que volvió a su trabajo o a sus oraciones; en vez de eso, una rápida mirada vacilante se dirigió a él de nuevo antes de que bajara humildemente los ojos otra vez.
— Yo… yo no sabía qué hacer, y finalmente no hice nada porque debo obediencia al sacristán. —La voz de Knud apenas era más fuerte que un susurro, y se inclinó un poco hacia Bell—. Yo pensé que el obispo tenía que ser informado, pero el hermano sacristán no confía en el obispo.
Debe obediencia al sacristán, pero está deseoso de explicar historias sobre él, pensó Bell. ¿Por qué a Knud no le gustaba su amo, o por qué temía al obispo y quería ganarse su favor echando la culpa al sacristán —Bell no había olvidado la reacción inicial de Knud cuando dijo que era un hombre del obispo—, o simplemente era un canalla que deseaba causar problemas? Sin embargo, Bell preguntó tranquilamente:
— ¿Por qué el hermano Paulinus no confía en el obispo?
— Dice que lord Winchester es un profano, y que prefiere a los clérigos seglares.
— Eso no es sorprendente, ya que su orden es autónoma —dijo Bell—. Lord Winchester tiene que prestar más atención a las iglesias y parroquias que están bajo su mando.
— El hermano Paulinus dice que nosotros seguimos un tipo de vida más estricto, y que somos más puros y estamos más cerca de Dios. Por lo tanto, las necesidades de nuestra orden deberían ser prioritarias. Una vez me contó que el obispo de Londres contribuía con una suma considerable a nuestro priorato, para el mantenimiento de nuestros edificios, pero cuando murió y Winchester fue nombrado administrador, se negó a seguir dando la donación. El hermano Paulinus se puso furioso.
Knud se encogió de hombros y Bell vio un leve movimiento en el interior de las mangas de su túnica, como si hubiese apretado sus manos alrededor de sus antebrazos. Bell no pudo evitar pensar si el hermano Paulinus habría pegado a su asistente porque no podía descargar su furia sobre el obispo de Winchester. Si era así, Bell no podía culpar a Knud por dejar claro que no era culpable de no haber informado a Winchester del asesinato. No le sorprendía que pensase que el obispo no estaría satisfecho por no haber sido informado.
— Tendré en cuenta que usted deseaba informar al obispo acerca de la muerte de Baldassare, pero no tenía órdenes ni permiso para hacerlo —dijo Bell. Knud levantó la cabeza ligeramente y esbozó una pequeña sonrisa, ¿de complicidad, tal vez? Luego volvió a bajar la cabeza. Parecía creer que había causado una buena impresión, dando a entender que estaban confabulados en contra del sacristán. Bell le devolvió la mirada y dijo:
— Ahora dígame ¿dónde estaba durante el servicio de completas, y a quién vio allí?
Knud lo miró boquiabierto.
— ¿Dónde estaba yo? ¿Por qué me pregunta eso?
— Necesito saber donde estaba todo el mundo, especialmente al final de completas —dijo Bell suavemente.
De nuevo con la cabeza gacha, Knud dijo.
— Yo estaba con los otros hermanos. Estábamos todos juntos.
Cuando Bell le dijo que los nombrara, lo hizo tranquilamente hasta que Bell añadió:
— Y cuándo el servicio acabó, ¿salió de la iglesia con los otros hermanos?
— No, por supuesto que no —dijo Knud, tratando de parecer indiferente, pero con voz débil otra vez—. Fui al altar a reponer los vasos utilizados en el servicio en la caja fuerte. El hermano sacristán abrió la caja y me dio cada pieza. Cuando se hubieron sustituido todos, volvió a cerrar la caja y se marchó. Yo me quedé un instante más, porque alguien había derramado agua en el suelo. Lo sequé antes de que llegara a la caja y mojase la madera.
— ¿Estaba solo en la iglesia?
— No. Alguna persona anciana que había estado en la nave caminaba despacio. Creo que salí por la puerta de los monjes antes de que todos abandonaran la iglesia.
— ¿El sacristán ya se había marchado antes que usted? ¿Sabe dónde fue? ¿Y dónde fue usted?
Knud sacudió la cabeza, y luego dijo lentamente.
— A menudo va a caminar al claustro después de los servicios. Tal vez fue allí. Yo me fui a la cama. —Su voz sonaba tranquila, aunque no levantó la mirada—. Los otros hermanos se lo dirán. No tenemos celdas separadas, sino que dormimos como los novicios, todos en un dormitorio.
— ¿Faltaba alguien en el dormitorio?
— No. —Los ojos del hombre parpadearon otra vez y apartó la mirada—. Mi señor, ¿es verdad que el hombre asesinado era un mensajero papal que llevaba una bula que hubiera nombrado al obispo de Winchester como legado papal?
— El hombre era un mensajero papal —contestó Bell—. Pero no sabemos lo que llevaba. Su saco no estaba, al igual que su bolsa. ¿Por qué lo pregunta?
— ¿Su bolsa faltaba? —Knud enmudeció, y sus ojos parpadearon de nuevo.
— Eso significa algo para usted —dijo duramente—. ¿Has visto una bolsa en algún sitio?
— No. No…
Knud dio un paso atrás. Bell le cogió del brazo.
— ¿Entonces por qué ha preguntado por la bolsa? ¿Está insinuando que este asesinato es un asunto de la iglesia?
Knud retrocedió.
— El hombre era un mensajero papal, por lo que pensé…
Por segunda vez, su voz se desvaneció, como si hubiera empezado a hablar antes de saber el final de la frase.
— ¿Así que pensó que un eclesiástico, cuando aquí sólo se encontraban los miembros del priorato, había cometido el crimen?
— No. No. Por supuesto que no. El hermano Paulinus ha dicho que las rameras habían cometido el crimen, que Satán las había poseído para que profanaran la iglesia.
— Tal vez Satán las posea, pero dudo que con esos fines. —Bell no pudo evitar sonreír—. Si el demonio quiere sus almas, sólo tiene que dejar que sigan con su trabajo habitual. Ahora bien, ¿dígame por qué su primer pensamiento fue que uno de los hermanos era culpable cuando oyó que Baldassare era un mensajero papal?
— No. Yo no. Yo… —Knud miró temerosamente por encima de su hombro y susurró—. Un legado papal tiene autoridad sobre las órdenes monásticas, así como del clero seglar.
Volvió a pasar su rápida mirada sobre Bell, pero esta vez con un deje de satisfacción. A pesar de las miradas temerosas y los susurros, esto es lo que Knud había querido que supiese, a lo que quería llegar cuando habló de la desconfianza que profesaba el hermano Paulinus al obispo. Seguramente Knud había sabido desde el principio que Baldassare era un mensajero papal, y en una comunidad tan pequeña y hermética como el priorato, lo que sabía uno lo sabían todos. Pero la idea de que alguien pudiera matar para que otro no tuviera autoridad papal le pareció fantástica. Pero el hermano Paulinus era un fanático, y los hombres pueden llegar a hacer cosas extrañas, si estaban convencidos que era lo correcto.
Bell asintió y le soltó el brazo, pero dijo:
— Ahora necesitaré hablar con el enfermero.
Knud se inclinó ligeramente y señaló hacia el final de la sala, en la cual una puerta separaba una sólida división.
— Lo encontrará ahí dentro.
Con una mano en la puerta de la enfermería, Bell miró a Knud alejarse. Entonces abrió la puerta y entró. Su primera impresión fue muy agradable. La habitación estaba llena de luz que entraba a través de tres ventanas, al este, oeste y sur. También el ambiente estaba caldeado por el fuego de dos hogares que ardían, que evidentemente eran recientes, pues la piedra era diferente de la de las paredes. El aire olía a especias, Bell inspiró profundamente y luego tosió. Debajo de ese olor tan agradable olía a enfermedad. Un anciano monje con ojos amables y una expresión preocupada se dirigió a él.
— ¿Está enfermo, hijo mío?
— No, hermano —contestó Bell—. Soy un caballero del obispo, y me ha ordenado que averigüe acerca de este terrible asesinato. Se me ha informado de que usted examinó el cuerpo y lo atendió. ¿Me puede decir cuándo cree que murió Baldassare y lo que le mató?
El enfermero miró por encima del hombro hacia las cuatro camillas ocupadas. En dos de ellas, cerca del hogar de la pared oeste, dos hombres muy ancianos dormían. En una situada cerca de la ventana, un joven monje estaba sentado rezando, pasando las cuentas de su rosario por sus dedos. La última camilla estaba en la pared este, y otro monje daba vueltas en la cama, y otro hermano estaba sentado junto a él en un taburete. El enfermero suspiró y sacudió la cabeza.
— Venga conmigo, podemos hablar en el claustro de lo poco que sé de la muerte del señor Baldassare.
En este caso, pensó Baldassare mientras escuchaba al hermano enfermero, no se ocultó nada ni había duda alguna. Le satisfizo ver cómo las observaciones del enfermero coincidían exactamente con las suyas, a pesar de que el monje no había sacado ninguna conclusión de la condición de la herida ni de la rigidez del cuerpo. Bell propuso sus ideas acerca del asesinato. Los ojos del enfermero se abrieron con sorpresa y apreciación.
— Sí, estoy de acuerdo. Nunca se me hubiera ocurrido, pero un corte tan limpio y tan profundo es debido a que el asesino apuntó deliberadamente y pretendía matar, y que el pobre señor Baldassare no se lo esperaba y no pudo defenderse contra él. ¡Dios mío, que terrible! ¿Por qué?
— Cuando sepa por qué, también sabré quién —dijo Bell. Pensó durante un momento, pero no se le ocurrió nada más que preguntarle. El enfermero no escondía nada, y seguramente no estaría al corriente de todo el trasfondo del priorato—. Gracias hermano enfermero —dijo—. Estoy muy contento de que sus conclusiones coincidan con las mías.
— No entiendo como un hombre puede hacer algo así —dijo el viejo monje tristemente y luego sonrió—Supongo que es por eso que estoy aquí y no ahí fuera. —Pero entonces sus ojos se nublaron—. Aunque no se puede escapar del demonio. Nos ha seguido hasta la puerta de la iglesia. Debe ser vencido.
— Ese es mi trabajo, hermano —dijo Bell—. Espero que pueda erradicar el mal. Esas son las órdenes del obispo.
— Es un buen hombre. —Volvió a sonreír—. Tal vez no totalmente paciente y sumiso a la voluntad de Dios, pero de buen corazón y gran sabiduría.
Cuando el enfermero le saludó con la cabeza y regresó a sus tareas, Bell se quedó impasible. Lo que realmente deseaba era ir a la Old Priory Guesthouse, pero como sabía de la fuerza de su insano deseo, intentó dominarlo, aunque no se le ocurría nada más que averiguar, excepto… ah, claro, pedir una lista de los visitantes que habían pernoctado el miércoles por la noche en el priorato. En la verja, comunicó su deseo al portero.
— Pero si fueron las prostitutas —protestó el hermano Godwine—. Ya le dije que el señor Baldassare no entró por la puerta delantera. Entró por la trasera, la del prostíbulo, y el hermano sacristán dice que las prostitutas lo siguieron y lo mataron.
— Eso dice el hermano sacristán —contestó Bell—, pero como le comenté al hermano Paulinus, me parece muy poco probable. ¿Por qué iba a arriesgarse una prostituta de tal manera, cuando podría envenenar su vino en la comodidad e intimidad de su casa, y librarse de la evidencia del crimen tirando el cuerpo al río? Un cuchillo usado con tanta precisión, es más un arma de un hombre. Además, parece que el señor Baldassare había planeado una cita con alguien esa noche, así que no es imposible que uno de esos huéspedes tuviera ese propósito.
— ¿Y cometer un asesinato? Oh, no lo creo.
— Tal vez su convencimiento sea justificado —dijo Bell—. Pero necesito saber quién se alojó aquí esa noche.
— No estoy seguro de que pueda darle todos los nombres. No abrí la puerta a todos los visitantes.
— ¿Pero sí que sabe que Baldassare no entró por esta puerta?
— Porque el hermano Patric y el hermano Elwin vigilaron la puerta mientras yo no estaba. Les pregunté. Juran que sólo tres hombres a caballo entraron por la puerta, y sólo tres caballos estuvieron en el establo esa tarde y esa noche.
— Muy bien. Asegúrese de que los nombres de los tres caballeros también estén incluidos en la lista de los visitantes.
El hermano Godwine sacudió la cabeza.
— No sé sus nombres, por lo menos de dos de ellos. Pero el hermano Paulinus los conoce. Han hecho trabajos para la casa matriz y fueron enviados aquí para ver si había que realizar algún trabajo. Pero no puedo averiguar todos los nombres ahora. Le enviaré una lista después de vísperas.
— Eso servirá. Envíemelo a mi nombre, sir Bellamy de Itchen, a la casa del obispo. A continuación interrogaré a los hermanos, acerca de dónde y cuándo vieron a los visitantes.
— Es casi la hora de las oraciones de la tarde, de la cena y de ir a dormir.
Las dos últimas frases le provocaron un urgente deseo. El sol se ponía en el oeste, y Bell se podía imaginar una pequeña mesa en la habitación de Margarita, preparada con una romántica cena para dos, y la cama con la colcha abierta en el trasfondo. Saludó bruscamente con la cabeza al portero y le indicó que le abriera la puerta. Y le dijo por encima del hombro que podía interrogar a los hombres al día siguiente, pero deseaba tener la lista esa misma noche, para descubrir si alguno de la casa del obispo los conocía.