CAPÍTULO 07
21 de abril de 1139
Old Priory Guesthouse
— Oh, maestro Buchuinte —dijo Margarita en cuanto hubo cerrado la puerta de la casa tras ella—. Ha ocurrido una cosa terrible. Ha habido un asesinato, justo en el porche norte de la iglesia.
— ¡Un asesinato!
— Sí, y de un mensajero papal.
— ¿Qué? —rugió Buchuinte, dando un susto a Margarita y haciéndole dar un paso atrás—. ¿Un mensajero papal? ¿Quiere decir Baldassare?
— Dios mío —suspiró Margarita—. ¿Lo conocía?
La piel oscura del hombre se había tornado gris.
— ¿Cuándo? —preguntó—, ¿cuándo ha sucedido?
Margarita se preguntó si había ignorado su pregunta a propósito, pero ella contestó de todas formas.
— Creemos que el miércoles por la noche. Nosotras lo supimos el jueves por la mañana cuando…
— ¿El miércoles por la noche? —repitió Buchuinte, sus ojos oscuros casi se salían de su órbita—. ¿El miércoles? ¿El día que estuve aquí? ¿Quieres decir que Baldassare también estuvo aquí?
— No. Es decir, sí, él pasó por aquí, pero no se quedó con nosotras. —Puso una mano sobre su brazo—. Oh, pero pase y siéntese, maestro Buchuinte. Veo que ha sufrido un terrible impacto. No tenía ni idea de que conociera al señor Baldassare, o no hubiera hablado de ello tan bruscamente.
— No me lo puedo creer —murmuró, siguiéndola hasta la mesa y dejándose caer sobre un banco. Miró hacia arriba, pero sus ojos no la miraban—. Me dijo que tenía que ver a alguien esa noche y que no podía quedarse. Por eso no mandé a un mensajero para cancelar mi cita.
— ¿Le dijo con quién se tenía que encontrar? ¿Y dónde? —Margarita trataba de mantener la voz baja y sin inflexión.
— No. No. Me habló de la cita sólo porque dije que podría cambiar mis planes para esa tarde. Me dijo que no podía quedarse, porque había llegado a Londres más tarde de lo que tenía previsto y la cita era esa misma noche. Me dijo que volvería a Londres y me visitaría después de entregar su mensaje al rey —Buchuinte se pasó una mano por la cara y sacudió la cabeza—. Tal vez me hubiera contado más, pero no quería hablar delante de su compañero de viaje.
— ¿Tenía una mala relación con el hombre? —preguntó Margarita. Baldassare había parecido más divertido que molesto por las indicaciones de Beaumeis. ¿Tenía tal vez Buchuinte, que había estado en su casa la noche en que Baldassare fue asesinado, alguna razón para hacer creer que Beaumeis y Baldassare eran enemigos? Salió de dudas rápidamente.
— No, de ninguna manera —dijo Buchuinte con semblante sombrío como si estuviera pensando en otra cosa—. Yo diría que él y Richard de Beaumeis sentían simpatía el uno por el otro. Pero Beaumeis era un eclesiástico, un deán al servicio del arzobispo de Canterbury, y lo que Baldassare llevaba tal vez era algo que el papa quería mantener en secreto hasta que su destinatario lo hubiera recibido.
— ¿Baldassare y Beaumeis se fueron juntos?
— Beaumeis se fue antes de cenar. Dijo que tenía que ir a Canterbury urgentemente para hacer un recado del nuevo arzobispo. Baldassare no tenía prisa y comimos tranquilamente, y empezamos a hablar de viejos amigos y yo… no le volví a preguntar por su cita —continuó mirando a la mesa unos instantes más, y de repente levantó la mano y preguntó con dureza—. ¿Y por qué tienes tanta curiosidad por los movimientos de Baldassare?
— ¿Por qué cree? —contestó Margarita con una amarga sonrisa—. Pues porque hemos sido acusadas de asesinarlo, por supuesto. Somos prostitutas. Estamos aquí. Por lo tanto, somos culpables. Mi única oportunidad, maestro Buchuinte, es descubrir quién mató al señor Baldassare.
— Cómo puedes ser culpable, si fue asesinado… ¿Dónde has dicho, en el porche de la iglesia?
— Oh, pues lo seguimos allí para evitar que se confesase de un pecado que no había cometido. Y después, le robamos su bolsa y…
— Eso es ridículo —dijo Buchuinte—. Nunca he perdido ni un cuarto de penique en esta casa, ni siquiera un lazo que traje para mi Pequeña Flor. A menos que yo le diga que se lo puede quedar, ella misma se lo desabrocha de su cuerpo para devolvérmelo.
Margarita suspiró.
— Ya lo sé. Mi subsistencia depende de la honestidad de mis chicas y la seguridad que ofrecemos a nuestros clientes. Usted lo sabe. Todos nuestros clientes lo saben. Pero para los monjes del monasterio, nosotras somos prostitutas, y por lo tanto culpables.
— Es mucho más probable que algún delincuente se fijara en la abultada bolsa de Baldassare —se calló de golpe y frunció el ceño—. ¿Por qué estaba aquí, en el sur de Londres, cuando el rey está en Nottingham?
— ¿Para la cita de la que habló? —Margarita sabía que era así; Baldassare le había dicho que su cita era cerca, pero no lo podía admitir—. A mí no me lo dijo. Cuando llamó a la campana, preguntó por la casa del obispo de Winchester, que según le habían dicho —por lo visto debido a una broma del travieso Richard de Beaumeis— estaba detrás de la iglesia del priorato de St. Mary Overy. Hablamos durante un rato. Yo le dije dónde estaba realmente la casa del obispo, y él mencionó que la iglesia parecía estar muy cerca de esta casa. Yo le dije que había una puerta que comunicaba con la iglesia, pero no lo suficientemente grande como para que pasara un caballo. Nos despedimos. Yo tenía frío. Había salido sin mi capa. Y no me quedé para ver adonde se dirigía.
El casi no la había escuchado; sus ojos estaban fijos en ella, pero sin verla, y a continuación dijo:
— Sí, estoy seguro de que llevaba una bolsa muy llena, porque después de que le preparara el caballo que iba a montar, dijo que iba a ir al orfebre; Basyngs se llamaba. Se fue, acabé un trabajo, y luego vine aquí —sus ojos se fijaron en su cara—. ¿A qué hora llamó a tu puerta?
— Cerca de la puesta de sol.
— Entonces no vino aquí desde mi casa —dijo Buchuinte—. Debió ir al orfebre y quedarse un rato allí. ¿A la puesta de sol? Supongo que estaría dormido cuando llegó. Elsa fue muy —una sonrisa apareció en sus labios—, digamos que Elsa fue muy Elsa. Me desperté más tarde de lo normal. ¡Si hubiera estado despierto! Si hubiera oído su voz, podría haber ido con él.
Margarita puso una mano sobre la suya.
— Maestro Buchuinte, él iba a caballo, usted a pie. No podrían haber ido juntos. Y el hombre del obispo, sir Bellamy de Itchen, dijo que Baldassare no fue sorprendido y apuñalado por la espalda, como hubiera hecho un ladrón. Dijo que Baldassare conocía al asesino, que iban dando un paseo, hablando… que confiaba en él. ¿Está seguro de que el señor Baldassare no le dio ninguna pista de con quién se tenía que encontrar?
Él sacudió la cabeza.
— ¡Y ahora está muerto! Oh, no me lo puedo creer. ¡Pasó por tantos peligros durante los años que sirvió al papa! ¿Cómo le pudo pasar esto en el porche de una iglesia, justo en el umbral de la salvación? ¡No me lo puedo creer! —suspiró fuertemente y se levantó—. Dile a Elsa que lo siento, pero es que no puedo… simplemente no puedo…
Dirigió la mano a su bolsa, pero Margarita lo detuvo.
— Lo lamentamos como usted. Envíe un mensajero y Elsa le estará esperando cuando desee verla.
Volvió a suspirar.
— Seguramente a mi hora de siempre la semana que viene. Lo lamento, pero sobre todo por el susto. Me gustaba Baldassare. Era un buen hombre. Pero no era un amigo al que veía todos los días y al que echaré mucho de menos. Sólo lo veía dos o tres veces al año —volvió a suspirar otra vez—. Sin embargo, los dos éramos de Florencia; nuestras familias se conocían. Tengo que ocuparme de su entierro y de las misas por su alma y… supongo que tendré que escribir al papa.
— No. De eso se encargará el obispo, estoy segura. Le llevé las noticias esta mañana y también estaba sorprendido y lo lamentaba —dudó unos instantes y luego continuó—. Sabe, maestro Buchuinte, si desea saber más acerca de lo que sir Bellamy me quiso decir, debería hablar con el obispo, o con sir Bellamy. Seguro que le dirán más cosas que a mí. —Y pensarán que fue así como averiguaron que usted estaba aquí esa noche, y no que yo le traicioné, pensó—. Y también, debido a sus conocimientos sobre los asuntos de la Iglesia, tal vez alguno de ellos pueda interpretar mejor que usted o yo, lo que le dijo el señor Baldassare.
— Bien pensado, Margarita. Bien pensado. Sí lo haré.
Se dirigió hacia la puerta, pero dirigió una anhelante mirada hacia el pasillo que conducía a la habitación de Elsa. Margarita contuvo una sonrisa. Una vez pasado el susto, ella se imaginó que lamentaba posponer su visita a Elsa, y que se contenía sólo debido a la incorrección de hacer el amor tan pronto después de la muerte de su amigo. Sabía cómo lo estaría esperando Elsa, sentada desnuda en la cama, el cabello trenzado como el de una niña pequeña, sus trenzas colgando junto a sus deliciosos pechos, porque eso era lo que le gustaba a él.
Margarita mantuvo una plácida expresión, a pesar de que negros recuerdos de las cosas que había visto cruzaron por su mente. Consiguió sonreír. Gracias a Dios que el maestro Buchuinte estaba satisfecho con la «candidez» de Elsa. Había otros que literalmente le exigían niñas. ¡En su casa no! Se levantó para acompañarlo. Una vez más Buchuinte suspiró.
— Dile a Elsa que le traeré algo bonito para resarcirle por haber cancelado mi cita de hoy —dijo él.
La campana de la entrada repicó. Margarita le sonrió.
— Salga por la puerta trasera, maestro Buchuinte. Desgraciadamente, no le puedo hacer pasar por la puerta que lleva a la iglesia. El sacristán la cerró después de la muerte del señor Baldassare, así que tendrá que ir por el camino largo.
Tenía tan pocas ganas de irse, que se quedó un rato en el jardín, hablando con ella, esperando que le insistiese en que cambiase de opinión y volviera a la casa. Ella lo pensó, pero decidió que aunque él no deseaba privarse del placer, ese placer le remordería la conciencia más tarde. Y por supuesto, la acusaría a ella por su lujuria, diciéndose a sí mismo que hubiera ido a la iglesia a ver a Baldassare, pero que ella deseaba el dinero y lo convenció para no perderlo.
Finalmente Margarita se despidió de él, y se dirigió al camino que iba junto a la muralla del priorato. Sonrió mientras volvía a su casa. Seguramente el maestro Buchuinte estaba molesto con ella, pero nunca lo admitiría. Volvería el lunes con la conciencia limpia y un mayor gusto por los placeres que le ofrecía Elsa.
Cuando entró en la casa, Margarita se detuvo. Cuando salió, Sabina estaba sentada junto al fuego, tarareando una canción. Ahora no estaba. Aparentemente Dulcie la acompañó a abrir la puerta al cliente, mientras ella se encontraba en el jardín con Buchuinte. Le sorprendía no ver a Letice. Su cliente le estaba entreteniendo más de lo habitual, a menos que ya se hubiera ido y ya hubiera llegado el cliente de última hora de la tarde. No había oído la campana, pero varios clientes entraban sin llamar. Y justo cuando estaba pensando en ello, se oyó el repique. Margarita se burló de sí misma por ese asomo de orgullo. La última cosa que necesitaba una prostituta era el orgullo. Sonriendo, volvió a salir a abrir la puerta.
— ¡Somer! —exclamó cuando vio al hombre que acababa de desmontar su caballo—. ¿Has enviado algún mensaje para que te espere?
— No, porque no sabía que iba a venir hasta última hora de la noche. He estado en el camino desde el amanecer. Por lo menos acógeme y dame de comer, y dame una cama para pasar la noche, aunque ninguna de las chicas me pueda atender.
— Ah, creo que puedo ofrecerte algo mejor que una cama vacía —se calló de golpe, recordando el motivo por el que la cama de Elsa estaba vacía, le agarró de la mano y le hizo pasar—. Dios mío —dijo mientras cerraba la puerta tras de sí—. Tú eres el hombre por el que tendría que estar rezando, si tuviera un poco de sentido. Guarda tu caballo en el establo y pasa. Le diré a Dulcie que busque algo para comer. Tengo noticias que creo que William debe conocer.
Somer de Loo hizo una mueca cuando Margarita le dijo que tenía noticias para su amo, pero asintió y llevó su caballo rápidamente al establo. Margarita comprendió su expresión. Somer era uno de los capitanes mercenarios de más confianza de William de Ypres. Sin duda alguna, había venido desde Rochester a Londres por algún asunto de William, ya que había dicho que había estado de viaje desde el amanecer; sin embargo, una vez concluido su asunto, seguramente tenía el permiso de William para pasar un tiempo saboreando los placeres de la ciudad —incluyendo varias visitas a la casa de Margarita a las expensas de su amo. Era una recompensa que William ofrecía a menudo a sus hombres por un buen servicio, que no fuera lo suficientemente peligroso o importante como para ser recompensado con oro. Ahora Somer imaginaba que tendría que volver a Rochester con las noticias que Margarita le había mencionado.
Cuando entró todavía estaba huraño, pero su expresión cambió cuando vio un lugar en la mesa, con un gran trozo de pastel de carne, varias lonchas de cerdo rustido en un tajadero, un cuenco con verduras estofadas, una copa llena de vino, un buen pedazo de tarta, que derramaba su relleno en la fuente del horno, y Elsa, sentada junto a su sitio en el banco y con una gran sonrisa.
— Me estoy muriendo de hambre —dijo sentándose y besándola.
Elsa devolvió el saludo con entusiasmo, rodeándolo con un brazo, y arrancando un trozo del pastel de carne con su mano libre. En cuanto se liberó para tomar aire, ella le puso el manjar en la boca. Entre las risas y el tratar de masticar, casi se atraganta. Elsa le dio un golpecito en la espalda y se disculpó angustiadamente, así que él la besó otra vez, pero después centró su atención en la comida y Elsa se apartó de él cuando sacó su cuchillo para clavar un trozo de carne.
— Hay mucho más si lo deseas —le aseguró Margarita.
Se detuvo con la carne en la punta de su cuchillo y levantó las cejas ante su tono de voz. Margarita se encogió de hombros. Somer mordió un buen trozo de carne.
— Ninguna de nosotras tenía mucha hambre durante la cena con el hombre del obispo registrando nuestra casa mientras comíamos.
Los ojos de Somer se abrieron mientras trataba de tragar la comida.
— ¿Buscando? —gruñó—. ¿Buscando qué?
— La bolsa del mensajero papal.
— ¿Qué?
Margarita pensó que menos mal que ya se había tragado la carne, porque si no se hubiera atragantado de verdad.
— Baldassare de Florencia, un mensajero papal, fue asesinado en el porche norte de la iglesia del priorato de St. Mary Overy el miércoles por la noche.
Hubo un momento de silencio. Somer dejó el cuchillo, que todavía tenía un trozo de cerdo.
— El muy idiota —dijo—. Por qué no vino… —cortó ese comentario y continuó diciendo—. Entonces el asunto del rey ya ha sido decidido, y el mensajero asesinado antes de que la decisión del papa pueda ser anunciada. Así que el hombre del obispo ha estado buscando la bolsa y no la ha encontrado. ¿Dónde está?
Margarita sacudió la cabeza nerviosamente.
— No lo sé —dijo—. Cuando el mensajero vino aquí llevaba una bolsa, pero se la llevó al marcharse. Sin embargo, dudo que haya sido destruida. Sir Bellamy de Itchen, el caballero del obispo de Winchester, cree que el señor Baldassare no llevaba la bolsa cuando fue asesinado. Baldassare la pudo haber escondido. —Cuando la expresión de Somer se endureció, añadió—. Mejor que escuches toda la historia desde el principio, tal como yo la conozco, y deja que William decida lo que quiere hacer.
21 de abril de 1139
Casa Abacial
Cuando Bell se fue de la Old Priory Guesthouse, estaba tan enfadado que estaba seguro de que había sido atrapado, engañado, mentido, y llevado al huerto como un tonto. Toda esa dulzura. Toda esa complaciente cooperación. Ahora todo lo que la mujer le había dicho le parecía falso, y las sonrisitas y tonos dulces eran los más falsos de todos.
— Ramera —murmuró para sí, dando zancadas por la calle, tan cegado por la rabia que no se dio cuenta de que había pasado la verja del priorato hasta que estuvo dentro de la casa del obispo. Entonces se quedó en medio del salón, temblando de vergüenza y de rabia. Estaba tan celoso de una ramera común, que se había olvidado de que quería hablar con el ayudante del sacristán y el enfermero. Cuando estaba a punto de darse la vuelta, oyó a Guiscard llamar su nombre. Inspiró profundamente y se dirigió al final de la habitación.
— ¿Qué tal te ha ido con tu ramera? —preguntó Guiscard, sonriendo—. No hace falta que me lo digas. Ahora estás seguro de que es inocente —dijo soltando una risita—. No dejes que te afecte. Ella puede incluso convencer al obispo de que hace sol cuando llueve.
Bell trató de evitar que su rostro reflejara la rabia que sentía; no le iba a dar a Guiscard la satisfacción de que había metido el dedo en la llaga. Levantó las cejas.
— Te equivocas acerca del obispo —observó, satisfecho de la indiferencia de su voz—. Me previno contra los encantos de Margarita.
Guiscard frunció el ceño, mientras acariciaba el lustroso terciopelo de su ropa.
— Pero ni él es invulnerable ante sus encantos. Le estafó casi la mitad del alquiler que yo podría haber obtenido por la casa. Y me engañó y me dejó sin mi comisión de agente.
— Oh —sonrió Bell sintiéndose mejor. Lo que le había dicho Margarita acerca del alquiler era verdad—. Me dijo que se la había alquilado directamente al obispo, pero no me dijo que hubiera ninguna comisión de agente. Me dijo que no le ofreciste ningún contrato de arrendamiento.
— ¿Quién ofrece un contrato de arrendamiento a una prostituta, excepto un hombre cegado por su belleza? Le dejas que la alquile de semana en semana. Si le va bien, le subes el alquiler —Guiscard suspiró—El obispo es demasiado indulgente con los pecadores.
Bell miró la mano del clérigo acariciar su traje de terciopelo. Hay pecados y pecados, pensó.
— Me preocupa más la culpa que el pecado —dijo—. Y a pesar de su oficio, no puedo encontrar ninguna razón para creer a Margarita culpable de asesinato.
Guiscard suspiró otra vez.
— Bueno, no me gusta, pero estoy de acuerdo en que no tendría por qué matar, al menos que Baldassare llevara una bolsa tan llena que no se pudiera resistir a matar por ello, o… —sus labios se torcieron en una mueca de desagrado—, que su patrón le pagara muy bien por matarlo.
— Baldassare… —empezó a decir Bell, hasta que se dio cuenta de las últimas palabras de Guiscard—. ¿Quieres decir William de Ypres? ¿Pero por qué demonios iba a querer William de Ypres matar al mensajero papal? ¿Y cómo iba a saber que Baldassare iba a ir a casa de Margarita?
— ¿Tal vez porque había quedado con él allí? Es un lugar frecuentado por aquellos que quieren hablar con William de Ypres. Y el asesinato es la primera cosa en la que pensaría Ypres para causar problemas, con lo grosero y brutal que es.
— Grosero y brutal tal vez, pero no es estúpido —dijo Bell—. William de Ypres no necesita más problemas.
Sin embargo, el obispo le había comentado que Ypres utilizaba la Old Priory Guesthouse para otros fines distintos a la lujuria. ¿Tal vez uno de los hombres se encontró con Baldassare allí y lo mató? ¿Para qué? ¿Por la bolsa? Pero si la bolsa llevaba la decisión a favor del rey, y un poder dando poderes a Winchester, William de Ypres también querría que llegase a su destino.
Guiscard se encogió de hombros.
— Tú eres el que quería motivos. Si no estuvieras deslumbrado por ella, sabrías que la prostituta es culpable y no buscarías más.
Era muy común que Bell dejara entrever su ira.
— Desgraciadamente, hasta que no sepa quién es el verdadero culpable —dijo—,no sabré lo que ocurrió con la bolsa de Baldassare, y el obispo quiere esa bolsa.
— ¡Bolsa! —exclamó Guiscard palideciendo—. ¿Qué bolsa?
— Los mensajeros papales llevan una bolsa, y no estaba con el cuerpo.
— Dios mío —suspiró Guiscard con los ojos muy abiertos—. ¿Crees que podría haber llevado la bula nombrando legado a nuestro obispo?
— Tal vez —dijo Bell—. Creo que Winchester lo sospecha, y está muy preocupado de que uno de sus enemigos haya atacado a Baldassare.
Guiscard asintió.
— El obispo está muy consternado por la muerte de Baldassare. Espero que la bolsa no haya sido robada y la bula destruida —suspiró—. Pidió verte en cuanto llegaras, pero ahora está comiendo.
La palabra comiendo le hizo la boca agua. De repente recordó que no había cenado, y que al obispo no le importaría invitarlo a cenar, si no tenía otros invitados.
— Qué bien —dijo—. Estoy muerto de hambre. Iré a verlo ahora mismo.
— Y lo hizo antes de que Guiscard se pusiera en pie o protestara.
— ¿Señor?
Henry de Winchester levantó la cabeza.
— Bell, ¿tienes noticias para mí?
— Nada concreto sobre la bolsa, señor, excepto que le puedo asegurar que no está en la Old Priory Guesthouse ni en el establo, y tengo cierta esperanza de que Baldassare no la llevara cuando fue asesinado.
— ¿Entonces dónde está?
— Eso es lo que no sé… todavía.
Tendría que haberle dicho que sospechaba que Margarita la había encontrado y la había escondido en otro sitio, tal vez en la iglesia, pero no le salieron las palabras. Como no se atrevía a mirar a su amo a los ojos, miró fijamente la sopera de estofado que había frente al obispo. Entonces le llegó el olor y tragó saliva.
— ¿Tienes hambre? ¿Margarita ni siquiera te dio de comer? —Winchester preguntó riendo—. Pensé que al menos eso haría.
— Me ofreció comida, pero yo preferí registrar la casa y el establo mientras sus chicas y ella estaban confinadas en un mismo lugar.
— Pues siéntate y come, hombre. Debes de estar hambriento.
— Gracias, mi señor.
Bell buscó un taburete que estaba contra la pared y lo puso cerca de la silla del obispo. Henry le pasó una hogaza de pan y varios platos. Bell sacó su cuchillo del cinturón y cortó varias lonchas de carne rustida que colocó sobre un trozo de pan, luego cortó otro trozo para coger unos trozos de pescado y verduras del cuenco de estofado.
El obispo frunció el entrecejo.
— Pero si Baldassare murió el miércoles por la noche, Margarita y sus chicas tuvieron todo el jueves y el viernes por la mañana para librarse de la bolsa. ¿Por qué registraste?
Bell tragó apresuradamente, pero no habló enseguida, tratando de separar sus celos de la información que había obtenido interrogando a las chicas de Margarita.
— Creo que ocultan algo —dijo lentamente—. Pero no creo que tenga nada que ver con la muerte de Baldassare. Respecto a la otra pregunta… registré la casa porque no paraban de decirme que no serían tan tontas como para dejar nada de Baldassare en la casa.
— Ya veo —el obispo sonrió otra vez—. Un movimiento inteligente.
— Pero no encontré nada. Y eso me recuerda otro asunto importante. ¿Por qué tuvo Margarita dos días para registrar su casa y sus jardines, antes de que la noticia de la muerte de Baldassare le llegara a usted?— La culpa no es de Margarita. Ella no encontró el cuerpo. ¿Por qué los monjes no le informaron de la muerte en el porche de su iglesia?
Winchester miró cómo Bell partía un trozo de carne por la mitad con su cuchillo, lo atravesaba con la punta, y se lo llevaba a la boca.
— Eso sí que es extraño —dijo lentamente—. Creo que tendrás que preguntar al prior Benin… Ay, no, el está en la matriz de su orden y no volverá hasta mañana, por lo que no se le puede culpar de esto. El hermano Paulinus, el sacristán, es quien está al cargo. —Winchester sonrió ligeramente—. Sí. Pregúntale al hermano Paulinus por qué me tengo que enterar de estas noticias un día más tarde y por una prostituta. ¿Y qué más?
Bell también sonrió. A continuación, entre mordisco y mordisco, le explicó a Winchester todo lo que había averiguado y visto, incluso la posición y la forma de la herida, lo que quería decir que Baldassare conocía y confiaba en su asesino. También que debido al hecho de que la puerta de la pensión se cerraba al oscurecer, y el portero estaba de servicio en la puerta del priorato, alguien de dentro de esas paredes tenía que ser el culpable.
— O alguien que entró antes de que las puertas se cerrasen —dijo Winchester—. Pero hablemos primero de los que conocemos. ¿Has interrogado a las mujeres y no crees que sean culpables?
Bell se encogió de hombros.
— No, no de asesinato. —Excepto Margarita, pensó. Sabe demasiado de muertes, pero continuó lentamente—. La muda es demasiado pequeña. Baldassare se acostó con la ciega, Sabina, pero no creo que hubiera podido clavarle el cuchillo tan limpiamente. Y la idiota… No. Hay que conocer a Elsa para creerla, pero asesinato con un cuchillo es imposible.
— ¿Muda? ¿Ciega? ¿Idiota? —dijo Winchester, sacudiendo la cabeza.
Bell se rió.
— Se me olvida que nunca ha estado allí y no las conoce excepto a Margarita. Dice que escogió a sus chicas por el principio de ni oír, ni hablar, ni ver, y que sus ricos y poderosos clientes se sienten más cómodos con chicas que creen que no les pueden identificar.
— Muy bien. Nunca pensé que Margarita ni ninguna de sus chicas fueran culpables. Es demasiado lista para ser pillada con un cadáver en un lugar tan cerca de su casa como el porche de la iglesia, o de permitir una muerte tan sangrienta. Si fuera culpable, su víctima estaría limpia, y nunca nadie sabría cómo, cuándo o dónde habría muerto. Así que, ¿y los monjes y sus huéspedes?
— No tendré ningún problema interrogando a los monjes. Ya le he dicho al hermano Godwine, el portero, que la única manera de librarse del reproche del papa por permitir que su mensajero fuera asesinado en su umbral, es encontrar al asesino y que Baldassare sea vengado.
— Muy bien. Pero que muy bien —dijo Winchester sorprendido por la expresión de Bell, y preguntó—. ¿Por qué tienes tan mala cara?
— Clientes —gruñó Bell entre dientes—. Esas mujeres me deslumbraron de tal manera, que se me olvidó preguntarles los nombres de los hombres con los que estuvieron la noche en que Baldassare murió.
— Ah bueno —dijo Winchester indulgentemente—. Eso no es algo que vaya a cambiar por unas horas. Ni los hombres desaparecerán. Siempre van los mismos hombres, y todos sus clientes van recomendados por otros.
— Pero aceptó a Baldassare…
— No, en cierto modo también estaba recomendado —dijo Winchester, con la voz fría y los labios rígidos—. Richard de Beaumeis le dijo a Baldassare que fuera a la Old Priory Guesthouse, solo que la llamó la Posada del Obispo de Winchester.
A Bell le sorprendió la rabia contenida en la voz del obispo cuando mencionó a Beaumeis, ya que el nombre no significaba nada para él, pero la última frase lo explicaba.
— Creo que ese cachorrito necesita una lección —dijo llevándose la mano a la empuñadura de la espada.
— Pero no tuya —dijo Winchester rápidamente—. Sabe que eres mi hombre. Tan sólo le daría otra excusa para quejarse de mi persecución a su nuevo amo —dijo frunciendo y haciendo muecas con la boca como si tragara algo amargo—. El arzobispo de Canterbury.