TREINTA

La Policía.

Santo Vizzini sintió invadirle la furia. Le llegó hasta la garganta, podía gustarla con la lengua mientras tragaba con dificultad, sabiendo que tenía que permanecer en silencio. El silencio le había salvado cuando acudió al plató y oyó voces, y le salvaría en esos momentos.

Volvió a deslizarse en la oscuridad, detrás de una de las paredes laterales del plató mientras Ames y Claiborne se dirigían hacia la puerta que se encontraba al fondo y enfilaban por la calle de los estudios.

Les siguió deteniéndose ante la puerta abierta y observó cómo se dirigían al edificio de la administración. Una vez hubieron desaparecido en su interior, tenía libertad para seguirles.

La calle estaba desierta y, al entrar en el edificio, vio que tampoco había un alma en los vestíbulos. Había tenido suerte y la fortuna seguía favoreciéndole. La puerta del cubículo de Ames se encontraba abierta, al fondo del vestíbulo y el despacho contiguo no estaba cerrado con llave.

Vizzini abrió en silencio la puerta, tomando luego posición junto a la pared.

Ames ya estaba telefoneando. Se oía a intervalos su voz ahogada.

—No, por teléfono no. Verá, no voy a discutir. Si usted no quiere oírlo, hablaremos con la Policía.

De nuevo la palabra. La ira que sentía era ya más fuerte y amarga.

—¡Maldición! Puede estar seguro de que hablo en serio. Depende de usted… Le estamos dando una última oportunidad.

Una última oportunidad. La furia también tenía aroma; no existía perfume alguno capaz de enmascararlo.

—¿A qué hora? ¿Está seguro de que no puede antes? Muy bien, ahí estaremos.

Ames colgó y, al cabo de un instante, se escuchó la voz de Claiborne a través de la pared.

—¿Qué ha dicho?

—Dentro de una hora tiene una reunión… Rubén, Barney Weingarten, alguna gente de la oficina de Nueva York. Nos veremos con él esta noche, a las ocho.

—¿Cree que acudirá a la cita?

—Más le vale. Creo que está lo suficientemente asustado, de manera que no habrá trucos.

—Muy bien. Tengo un compromiso para cenar con el dueño del motel donde me alojo. Si me da la dirección y me indica cómo llegar, me reuniré allí con usted.

Vizzini se agazapó detrás de la puerta al salir los dos hombres de la oficina. Seguían hablando mientras atravesaban el vestíbulo.

—Es fácil de localizarlo. Se encuentra en la colina, del otro lado de Ventura. Puede tomar por Vinelando y luego…

A continuación, desaparecieron de la vista pero el eco aún permanecía.

Reunión. A las ocho de la tarde. Nada de trucos.

Vizzini apretó las mandíbulas. Ya había habido demasiados trucos. Jan que canceló su ensayo. Y ahora aquel asunto con Driscoll. Esta vez lo lograrían, cancelarían la película, le defraudarían por completo. No podía detenerlos, era ya demasiado tarde. Se encontraba desarmado, impotente.

Impotente.

Pero no con Jan.

Al menos no, si lograba salir airoso con uno de sus propios trucos.