DIECINUEVE

Apartando a un lado su carrito, Claiborne atravesó corriendo el pasillo en dirección a la entrada principal del supermercado, zigzagueando a medio camino para evitar a un tropel de compradores que entraban, y que se mostraron irritados al ser prácticamente arrollados por él.

Su irritación no hizo apenas mella en Claiborne; era la imagen de Norman la que le impulsaba en dirección a la caja ante la cual, y en cuestión de treinta segundos, se habían agolpado ya una fila de carritos y clientes.

Pero Norman había desaparecido.

Claiborne se detuvo, inspeccionando todos aquellos rostros tan poco familiares. Luego, abriéndose camino por la cola, se enfrentó con la bovina rubia que, detrás de la caja, mascaba chicle sin cesar.

—¿Dónde está?

La rubia levantó la vista dejando de rumiar.

—Su último cliente… Estaba aquí hace un momento.

La cajera se encogió de hombros, dirigiendo la vista de manera automática hacia la salida más próxima. Entretanto, Claiborne se había abierto paso y se dirigía a grandes zancadas hacia la puerta.

Ahora el aparcamiento estaba ya casi lleno. Los coches entraban y salían, mientras los conductores zigzagueaban por los sitios libres. Claiborne lo escudriñó todo en busca de una figura familiar. Entró en el aparcamiento e intentó localizar aquellos vehículos que se disponían a salir.

Había tres…, no, cuatro… y todavía otro en la zona más alejada. Corrió presuroso hacia él, en el preciso momento en que el coche retrocedía rápido por la zona libre y empezaba a avanzar. A la luz de los deslumbrantes focos atisbó el rostro de una mujer detrás del parabrisas y, a su lado, la silueta protuberante de una cabeza infantil.

Dando media vuelta se dirigió de nuevo hacia el centro del aparcamiento; luego, se apartó de un salto al escuchar detrás de él un bocinazo. Se hizo a un lado justo a tiempo para dejar pasar como un rayo a un todo terreno, confundiéndose el rugido de su motor con las blasfemias de su mostachudo conductor, subrayadas al pasar junto a él con un corte de manga.

Claiborne se quedó mirando, jadeante, por toda la zona, aunque de antemano sabía que ya era inútil. Norman había desaparecido.

Pero ¿adónde?

Si había ido allí es que se encontraba oculto en algún lugar cercano, tal vez en uno de aquellos moteles alineados a lo largo del bulevar.

¿Podrían comprobarse? Había decenas de lugares, además de los grandes hoteles y, a buen seguro, Norman no se habría registrado bajo su propio nombre, si es que siquiera se había registrado. Intentar la identificación, de cada uno de los hombres que pudieran haber ocupado habitaciones de motel durante los últimos tres días, sería una tarea ímproba incluso para las fuerzas de la Policía. Tarea que no estarían dispuestos a emprender, a menos que Claiborne les ofreciese algo más tangible que su sola palabra.

Sí, me doy cuenta de que se supone que el hombre está muerto, pero acabo de verle aquí, en un supermercado. No, no he hablado con él. Se encontraba en la parte delantera de la tienda y yo en la de atrás. No lo he visto directamente, sino por uno de esos espejos superiores, pero estoy seguro…

Una causa perdida de antemano. Claiborne suspiró. No le quedaba nada que hacer, salvo volver al supermercado, recuperar su carrito y pagar.

Mientras regresaba al motel con su bolsa de artículos alimenticios, miraba fatigado a su alrededor, escudriñando los lugares entre luces y sombras de la calle. Él había visto a Norman… Pero ¿le había visto Norman a él? ¿Le había seguido hasta el supermercado, le seguía en aquel momento?

Nada se movió entre las sombras.

Aun así, al llegar a su habitación respiró tranquilo. La puerta se abrió sin esfuerzo al dar vuelta a la llave y, cuando dio al conmutador de la luz, la habitación no presentó señal alguna de que allí hubiera alguien o de una visita previa.

Mientras Norman ignorara dónde se encontraba, allí estaba seguro, al menos de momento. Y tenía que admitir que siempre existía la posibilidad de error subjetivo. Ruido, luz, fatiga, tensión; todo podría acumularse a un sencillo caso de identidad equivocada. Eso era lo que la Policía diría, eso es lo que probablemente diría él en el caso de que acudiera un paciente y personificara su paranoia con una historia semejante.

Dadas las circunstancias, no valía la pena hablar con Driscoll o los otros. El contarles lo que había visto, o creía haber visto, sólo serviría para debilitar su postura a menos que pudiera ofrecer pruebas. Lo que tenía que hacer ahora era proceder con la mayor cautela, vigilar y esperar y seguir insistiendo en la necesidad de la mayor seguridad. Si Norman se encontraba allí no tardaría en revelar su presencia.

Si Norman se encontraba allí.

Claiborne sacó sus artículos alimenticios, los colocó en su sitio, se despojó de la ropa y, poniéndose el pijama, se dejó caer en la cama. El acondicionador de aire le susurraba:

Norman. Aquí. Planeando algo. ¿Dónde? ¿El qué?

Gracias a Dios que decidió quedarse. Al menos podía tener los ojos y los oídos abiertos, actuar como una especie de ángel de la guarda de los demás.

Pero cuando ya empezaba a dominarle el sueño se planteó otra pregunta.

¿Quién le protegería a él si Norman entraba en acción?

Para aquello no tenía respuesta. Todo cuanto sabía es que pasara lo que pasase sería pronto.