CATORCE

—Claro que ha muerto.

El doctor Steiner aplastó el cigarrillo en el cenicero que había sobre la mesa de escritorio de Claiborne.

—Mira, Adam. Sé cómo te sientes…

—¿De veras?

—¡Por todos los cielos! Deja de mantenerte a la defensiva. Nadie te culpa de lo ocurrido. Entonces, ¿por qué has de hacerlo tú?

Claiborne se encogió de hombros.

—No se trata de culpabilidad —replicó—. Es más bien cuestión de responsabilidad.

—Eso no son más que juegos de palabras. —Steiner sacó otro cigarrillo—. Culpabilidad, responsabilidad, ¿dónde está la diferencia? Si quieres seguir por ese camino, entonces Otis fue responsable por haber dejado solo a Bates con la monja. ¿Y qué me dices de Clara? Se encontraba en recepción cuando Bates se pegó el piro. Si hubiera que culpar a alguien sería a esos dos.

—Pero era yo quien estaba encargado del paciente.

—Y yo soy el tipo que cargó sobre tus hombros esa responsabilidad. —Hurgó en su bolsillo en busca de cerillas—. Si buscas una última responsabilidad, la cosa acaba aquí. —Encendió el cigarrillo, dejó caer la cerilla en el cenicero y lanzó al techo una espiral de humo—. Al decir que sé cómo te sientes, no es una manera de hablar. ¿Por qué crees que abandoné la reunión y me vine aquí como un rayo tan pronto como me enteré? Mi reacción fue la misma que la tuya… Primero conmoción, luego culpabilidad. Gracias a Dios tuve algún tiempo para reflexionar durante el vuelo. Admito que todavía me siento traumatizado por lo ocurrido. Todos lo estamos y es lo natural dadas las circunstancias. Pero ya no me siento culpable.

—Pues yo sí.

El doctor Steiner hizo un ademán con el cigarrillo.

—Verás, nadie es perfecto. Todos cometemos errores. ¿No es eso lo que tú y yo decimos a nuestros pacientes? No podemos ir por la vida culpándonos por nuestros errores honrados. Y ayer hubo una comedia de errores… Una tragedia, si lo prefieres…, pero la cuestión es que ninguno de nosotros, Otis o Clara, tú o yo podíamos prever lo que iba a ocurrir. Lo único de lo que se nos puede acusar, individual y colectivamente, es de carencia de infalibilidad.

—Ahora eres tú quien está haciendo juegos de palabras —dijo Claiborne—. Carece de importancia el que sea o no infalible. Yo tenía una responsabilidad y fracasé.

—Fracasaste. —Steiner fumaba en actitud reflexiva—. Te caíste, te rompiste los calcetines, y ¿qué dirá papá cuando llegue a casa? Vamos, Adam, ya no eres un niño. Y yo no soy tu padre.

—Oye, Nick, si vas a jugar a médico conmigo…

—Déjame terminar —Steiner se inclinó hacia delante, mirándole a través de una nube de humo gris—. Muy bien, eres culpable. Pero ¿de qué? Todo cuanto hiciste fue dar instrucciones a Otis de que vigilara mientras contestabas una llamada telefónica. Y eso es todo. No podías saber que Otis abandonaría su vigilancia, como tampoco que Norman proyectara fugarse. Y a partir de ahí hemos de enfrentarnos con la dura realidad. Norman fue quien mató a la hermana Barbara y huyó con la furgoneta. Se encontraba en ella cuando explotó, y sus acciones tuvieron como resultado la muerte de la hermana Cupertine y la suya propia…

—Ésa es precisamente la cuestión. —Claiborne se puso en pie—. Norman no murió en la furgoneta. Recogieron a un autoestopista… Lo sé porque encontré un cartel tirado en la otra carretera. Norman lo mató y también a la hermana Cupertine. Pegó fuego a la furgoneta y luego se fue a Fairvale en busca de Sam y Lila Loomis. ¿No te lo ha dicho Engstrom?

Steiner asintió.

—Sí, me contó todo sobre tu teoría cuando hablé con él esta mañana. Pero ciñámonos; a los hechos. Él está convencido de que a los Loomis los mató otro…, un ladrón, tal vez incluso el autoestopista del que has hablado…

—¿Convencido? —replicó Claiborne—. ¿Y en base a qué? ¿Dónde están sus hechos? Todo cuanto tiene es otra teoría. Una teoría muy conveniente y adecuada que lo deja solucionado todo. Naturalmente, si estás dispuesto a aceptar la muerte de los Loomis como simple coincidencia… Pues bien, yo no lo estoy. Creo que fueron, deliberadamente, asesinados por el único hombre en el mundo que tenía un motivo. —Recorrió a grandes pasos el angosto trecho entre la pared y su mesa de escritorio—. Si lo que buscas son pruebas patentes, reflexiona sobre esto: A Sam y Lila Loomis no los mataron simplemente. Hicieron con ellos una carnicería, los apuñalaron repetidamente, de la misma forma que hicieron con Mary Crane en aquella ducha hace años, cuando todo esto empezó. Une el motivo y el método y obtendrás una clara visión de que Norman ha vuelto a la acción.

El doctor Steiner apagó su segundo cigarrillo.

—Nada quedará en claro hasta que tengamos el informe completo de la autopsia —afirmó—. Engstrom habló con Rigsby en el despacho del juez. Confía en comunicarnos sus hallazgos para finales de semana…

—¿Para el fin de semana? —Claiborne se detuvo volviéndose con el ceño fruncido—. Pero ¿qué le pasa a esa gente? No sé una maldita palabra sobre los procedimientos de la medicina forense, Nick, pero concédeme tres horas con ese cadáver y te apuesto cualquier cosa a que en seguida tendremos una identificación segura.

Steiner asintió.

—Y también Rigsby cuando tenga tiempo. Pero Engstrom me ha dicho que aquello es un manicomio. —Sonrió a modo de excusas—. Si me perdonas el desliz freudiano.

—¿Quieres decir a causa de ese autobús que se estrelló?

El doctor Steiner suspiró.

—Ayer eran siete víctimas. Dos de los heridos murieron durante la noche. Y ya van nueve. Total catorce si les añades los cinco de que hablamos.

—A mí sólo me preocupa uno —dijo Claiborne—. ¿Es que Engstrom no puede presionar a Rigsby para que nos dé prioridad?

—Ya lo ha intentado. Pero no olvides que el cargo de juez de distrito es electivo.

—Y eso, ¿qué significa?

—Significa que Engstrom es sólo un hombre y las familias de las víctimas suman varias docenas de personas. También están presionando y todos ellos son votantes. Ahí residen las prioridades de Rigsby. —El doctor Steiner sacó otro cigarrillo—. En estos momentos no quisiera encontrarme en sus zapatos. Tendrá que trabajar día y noche y, hasta que nos llegue el turno, habremos de sudarlo.

—¿Porque la política es más importante que el asesinato? —Claiborne negó con la cabeza—. Es posible que Engstrom y Rigsby lo crean así, pero yo no. Y nunca pensé que tú lo creyeras.

—No lo creo. —El doctor Steiner alzó la mano—. Mira esto…, el tercero en quince minutos. —Frunciendo el ceño dejó en el cenicero el cigarrillo sin encender. Luego se arrellanó de nuevo en el sillón—. Créeme, estoy tan nervioso como tú. Pero no tenemos elección. Debemos hacernos a la idea de mostrarnos pacientes hasta que llegue el momento.

—¿Mientras Norman anda por ahí suelto?

El doctor Steiner se encogió de hombros.

—Muy bien. Aún sigo sin creerlo pero digamos, por un momento, que aún está vivo. Engstrom me ha dicho que su departamento está cooperando con el capitán Banning. Han cubierto todas las posibilidades, están haciendo llamamientos pidiendo que se presenten los posibles testigos, están examinando minuciosamente todas las pruebas disponibles. Pero, hasta que no encuentren algo concreto, no puedes evitar que tengan sus propias opiniones, como tampoco puedes evitar que esa gente de Hollywood haga su película…

Claiborne le miró interrogante y el doctor Steiner asintió.

—Olvidé mencionarlo. Esta mañana tuve una llamada de ese productor. Con el que hablaste ayer.

—¿Marty Driscoll?

—Me telefoneó nada más llegar. Me dijo que había oído las noticias y quería más detalles sobre lo ocurrido ayer.

—¿Y se los diste?

—Claro que no. —Steiner frunció el ceño—. No tengo intención de prestarle la más mínima ayuda, jamás la tuve. No he leído el guión y no quiero hablar con ese escritor. Y, dadas las circunstancias, le aconsejé que cancelara, definitivamente, el proyecto.

—¿Y estuvo de acuerdo?

—Vino a decirme, más o menos, que me fuera al infierno. Opina que todo esto le proporciona una gran publicidad. Van a empezar a rodar el lunes próximo.

—Pero ¡no pueden hacerlo! —Claiborne movió de prisa la cabeza—. Tenemos que hacer algo, Nick.

—Claro. —El doctor Steiner retiró hacia atrás su sillón, levantándose—. Yo voy a trabajar. Y tú te tomarás unos días libres. Disfruta de un breve descanso.

—No quiero…

—No importa lo que quieras, sino lo que necesitas. Durante esta semana yo me ocuparé de tus casos. Sufres un exceso de cansancio y un exceso de conciencia.

—¿Exceso de conciencia?

—Esa cuestión de la película. Si lo analizas detenidamente, ¿qué diferencia hay en que sigan o no con el proyecto? No podemos impedírselo.

—Es posible que no —replicó Claiborne—. Pero si no lo hacemos nosotros, Norman lo hará.