DIECISÉIS
La oruga había desaparecido.
Jan se quedó mirando a Santo Vizzini al levantarse él de detrás de su mesa de escritorio.
—¿Pasa algo? —preguntó Vizzini.
—Tu bigote…, te lo has afeitado.
Vizzini asintió, al tiempo que se acercaba a ella envuelto en una vaharada de perfume, pasándose un gordinflón dedo por el trecho afeitado entre la nariz y el labio superior.
—¿Te gusta?
—He de acostumbrarme. Pareces distinto.
Lo que, desde luego, era verdad. Sin el bigote, el director parecía haber segado su estereotipo étnico. Pero aún seguía gesticulando con nerviosismo, seguía oliendo como si se hubiera bañado en colonia. Y su actitud tampoco era diferente.
Jan se las arregló para dejar caer la copia del guión que llevaba en la mano, y se inclinó para recogerla justo a tiempo para evitar la mano del director sobre su brazo.
—Qué desmañada —dijo retrocediendo.
—Tranquilízate —le respondió Vizzini—. No voy a comerte.
Sonrió exhibiendo una dentadura con unos molares e incisivos amarillentos como para desmentir su afirmación. ¡Qué dientes más grandes tienes, abuelita!
Jan alisó la arrugada portada del guión.
—Respecto a la lectura…
—¿Lectura? —La sonrisa de Vizzini se trocó en un mohín de desconcierto.
Sin la protección del bigote sus labios parecían aún más gruesos.
Jan asintió.
—El martes a las tres de la tarde —explicó—. Y aquí estoy. En punto.
Vizzini se dio una palmada en la frente, un ademán exageradamente melodramático, que jamás hubiera permitido a un actor que estuviera bajo su dirección.
—¡Claro! Esa estúpida de Linda… Le dije que te llamara esta mañana…
—¿Problemas?
—Paul Morgan. Va a venir para un ensayo. Le prometí repasar con él la escena en el salón.
—Pero yo también estoy en esa escena. ¿No podríamos hacerlo juntos?
—Eso es lo que le sugerí. Pero dice que prefiere trabajar solo.
—Comprendo —replicó Jan—. Tratamiento de estrella.
—Estrella, no. Tratamiento, sí. Que quede entre nosotros, pero no está seguro de sí mismo. Desempeñar un papel de travestí va contra su imagen. Es muy importante que le ayude.
—¿Y qué hay de mí? —Jan hizo lo posible por disimular su irritación—. Tengo algunas preguntas sobre mi papel…
—Serán contestadas, te lo prometo. —Vizzini perfumó el aire con su ademán—. A finales de semana programaremos otra lectura. Haré que Linda te comunique con tiempo la fecha y hora. Tal vez para entonces tengas ya más dominado el papel.
La acompañó hasta la puerta, dándole unas palmaditas en el hombro y esta vez Jan no evitó su contacto.
—Créeme, si te identificas y aprendes bien tu réplica no hay de qué preocuparse. Confío en mi instinto. Cuando te elegí para el papel sabía que te entregarías.
No a ti, cretino, dijo Jan para sus adentros. Puedes irte al diablo.
Pero mientras descendía por la ladera de la colina en dirección a su apartamento, bajo el calor húmedo del atardecer, decidió dar otro repaso al guión.
Connie había salido para las tomas de un comercial y no había nada que la distrajera. Una vez se hubo cambiado, poniéndose unos cómodos pantalones, Jan se instaló en el sofá de la sala de estar y abrió el guión de Dama Loca concentrándose en aquellas partes del diálogo que ella misma subrayara con un verde agresivo.
Lo malo era que no podía concentrarse tan sólo en sus lineas; al poco rato, se estaba leyendo el guión de cabo a rabo. Y una vez más, se sintió trastornada por el impacto y la importancia del tema. Aquello no era una bagatela, no estaba estructurado de acuerdo con la rutina de las películas de suspense y para crear el sobresalto no recurría a los consabidos «trucos». Aquello parecía más bien un documental, su terror era un hecho. Y lo que más la perturbaba es que lo hubiera escrito Roy Ames.
Una vez más, recordó su explosión de hacía unos días. Aquello también resultaba perturbador. No sólo lo que dijo y la forma en que lo hizo, sino el hecho de que ello la pillara por completo desprevenida. Tenía que admitirlo. Hasta entonces había sentido cierta atracción hacia Roy, y no hubiera sido difícil que ese sentimiento llegara a ser más profundo. Pero ahora…
Sonó el teléfono.
—¿Diga?
—Eso sí que es formidable como diálogo. ¿No te importa que te lo robe? —preguntó Roy Ames.
Hablando del ruin de Roma…
Pero no colgó. Prestó oído a sus excusas y las aceptó. Y también aceptó la invitación a cenar con él en el «Sportsman’s Lodge».
—No, no vengas a recogerme… Me reuniré allí contigo —le dijo Jan—. A las ocho… Estupendo. Hasta la vista.
Jan colgó el teléfono pero el peso de la duda persistía. ¿Había sido acertada su decisión? Le vino a la memoria aquel viejo proverbio: Quien cena con el diablo ha de tener una larga cuchara.
Tal vez. Pero quienquiera que inventase aquello hablaba de los hombres, no de las mujeres. Y ella se había asegurado de que la cuchara fuera lo bastante larga al no invitarle a que acudiera a recogerla allí.
Además Roy no era un diablo…, tan sólo un adversario en aquella batalla sobre la película. De manera que había hecho bien en aceptar para intentar ganarle a su causa.
Jan puso el guión en la librería. Ya no tenía tiempo para ensayar; aquella noche debía representar otro papel.
Se vistió cuidadosamente mientras estudiaba aquel papel. Roy le había facilitado buenas pistas. Con sus excusas admitía que sentía lo ocurrido, y la invitación a cenar demostraba que hacía cuanto estaba a su alcance para hacerse perdonar su anterior comportamiento. Todo cuanto ella tenía que hacer era acordarse de desempeñar la parte agraviada y hacerse con la escena.
Para cuando Jan llegó al «Sportsman’s Lodge», ya tenía su actuación preparada.
Entró en el vestíbulo minutos antes de las ocho, pero Roy ya se encontraba allí esperándola. Buena señal. Bebió dos martinis antes de pedir la cena y aquello también era un buen presagio. Entretanto, siguió hablando con ella de cosas sin importancia, lo que revelaba que, aun cuando las dos copas le habían soltado la lengua, seguía sin estar verdaderamente relajado. Además, no soltó una sola palabra acerca de la película. Era evidente que intentaba dar de lado el tema.
Pero tenía que discutirlo si Jan quería terminar de una vez por todas con su oposición. Jan le escuchó a medias durante el cóctel de frutas y para cuando llegaron los bistés ya había encontrado la forma de encauzarlo.
—Me fastidia admitirlo, pero me alegró haber cancelado mi otra cita —comentó.
Roy, dejó el tenedor y alzó la vista. Jan contestó con una sonrisa a su mirada interrogadora.
—Vizzini quería que cenara con él para hablar sobre la película.
—Ese desgraciado… —La reacción de Roy fue mejor de lo que ella esperaba. O peor—. Sé que no es asunto mío, pero por tu bien te aconsejo que no te mezcles con él, porque…
—Claro. Es asunto mío. —Jan seguía sonriendo mientras hablaba—. Te concedo que es un desgraciado, pero también resulta que es mi director. Y puede ser importante tenerlo de mi lado.
—Si no andas con cuidado es posible que lo tengas algo más que a tu lado —dijo Roy—. Ya sabes cómo opera. Todo aquel desenfreno en su casa de Nichols Canyon, el espectáculo orgiástico con aquellas pandas de rock. Claro que todo se silenció, se encontraba en plena filmación de un petardo de veinte millones de dólares y los tipos del dinero no podían permitirse el lujo de que le procesaran. Pero tú no necesitas meterte en dificultades. Y menos con un maníaco que ha llegado a tal punto de sadismo y violencia.
Roy estaba prácticamente despedazando su bisté mientras hablaba. De súbito, se quedó quieto al observar la mirada de Jan.
—Mira quién habla —se limitó a decir ella.
—Lo siento. —Sus movimientos se hicieron más tranquilos, se esforzó por moderar el tono de su voz y la actividad de su cuchillo—. Tal vez sea contagioso.
—Me doy cuenta —murmuró Jan—. Hoy he captado algo mientras leía tu guión. Realmente pavoroso.
—Creo que mientras lo escribí me encontraba bajo un shock. Pero no lo comprenderías.
—Ponme a prueba.
—Detente un momento a recapacitar. —Roy apartó su plato—. En otras ocasiones ya he desarrollado temas de terror, sobre todo para la Televisión. Ésa es la razón de que Driscoll me encargara este guión. Pero escribir sobre vampiros y hombres lobo es como hacerlo sobre cuentos de hadas. Jamás logró trastornarme porque sabía muy bien que aquellos monstruos no eran más que ficción. Pero esta vez fue distinto. Escribía sobre algo que realmente había ocurrido y Norman Bates era real. —Roy asintió con la cabeza—. Se apoderó de mí.
—¿Cómo?
—Eres actriz. ¿Sabes lo que se necesita para desempeñar un papel, la forma en que intentas captar los motivos del personaje? —Roy se bebió de un trago su café—. Un escritor se encuentra en la misma situación…, su trabajo reside en encontrar esa forma. Para hacer el guión hube de integrarme de alguna manera en Norman, imaginar cómo pensaba, cómo sentía, cuáles eran sus impulsos hasta el momento en que exploté. No fue fácil pero aún no sé cómo lo logré y dio resultado. Pero, cuando finalmente logré introducirme en su cabeza enferma, todo cuanto quería era abandonarla, terminar el guión para así acabar con Norman. Lo que no tuve en cuenta fue que Norman no había acabado conmigo. Mientras escribía sobre su personalidad, podía, al menos, dominarle, tal y como en el manicomio dominaban al Norman auténtico. Pero ahora…
Jan dejó su cuchillo sobre el plato.
—Sé lo que sientes. También a mí me estremece. Pero suspender la película no cambiaría nada. Además, Norman está muerto. Supongo que habrás leído el periódico de esta mañana… Ahora ya casi tienen la seguridad de que murió en la explosión.
—Casi la seguridad. —Roy se inclinó hacia delante—. ¿Y si están equivocados?
—Ayer en el estudio dijiste lo mismo. —Jan hablaba con voz queda—. ¿Por qué? ¿Acaso sabes algo que nosotros ignoramos?
—No es que lo sepa. —Roy hizo una pausa y Jan tuvo la sensación de que había perdido su habitual locuacidad; buscaba algo en su interior que no podía ser revelado con una frase—. Sólo sé que, en lo más profundo de mí, tengo el presentimiento de que Norman está vivo. Vivo y esperando.
—Esperando, ¿qué?
—No lo sé. —Roy hizo una mueca—. ¿Cómo puedo esperar que me comprendas si yo mismo no me entiendo?
Está dolido. Realmente dolido. El resentimiento de Jan se desvaneció ante aquel descubrimiento. No era un adversario. Tan sólo un hombre profundamente perturbado, a quien atormentaba algo que era incapaz de exorcizar o expresar.
Jan se había olvidado del papel que intentaba interpretar, pero ahora lo necesitaba desesperadamente si quería acudir en ayuda de Roy. Acaso lo mejor sería tomarlo a broma.
De manera que Jan, forzando su sonrisa estereotipada, respondió:
—Parece grave. Tal vez debas visitar a un psiquiatra.
Roy asintió.
—Voy a hacerlo.
—¿Qué?
Roy se inclinó hacia delante.
—¿No lo sabías? Driscoll me llamó esta noche, poco antes de salir. Ha preparado una entrevista para mañana por la mañana con el psiquiatra de Norman Bates.