CAPÍTULO XLII
Como el teniente Metz no tenía opciones para elegir, tampoco tenía por qué desperdiciar el tiempo. Por lo que Mills le acababa de comunicar, no contaba con argumentos de acusación, a no ser por simple irrupción en propiedad ajena. Esta circunstancia apenas constituía una excusa válida para requerir los servicios del 911, y mucho menos la colaboración de un equipo del SWAT. Era evidente que todo ello no bastaba para una operación de apoyo. Por si fuera poco, el 490 de South Allister no estaba dentro de su distrito. El tratar de explicárselo a su jefe implicaria un problema aún mayor, pues no tendría argumentos que ofrecer.
—Espero instrucciones —dijo Mills a través del equipo de radio tratando de dar a su comunicado un aire profesional.
Metz miró su reloj y luego hizo una consulta mental de un plano imaginario.
—Voy para allá; estaré allí dentro de unos quince minutos. Vuelve al punto de observación y espérame allí. No intentes entrar hasta que llegue yo.
Dio por terminada la comunicación y se volvió hacia el agente uniformado, a la vez que señalaba con la cabeza a Russ Carter, que estaba sentado en el asiento de atrás.
—Lleve dentro a este caballero, con el sargento Torrenos…
Metz estaba preparado para cualquier disputa con Carter, pero este ni siquiera protestó. Lo que hizo fue salir del coche patrulla y ponerse a mirar hacia el extremo de la callejuela.
—¿Qué quiere que les diga? —preguntó Carter.
—¿A quién?
—Si no me equivoco, estamos a punto de entrar en las horas de mayor sintonia —añadió Russ—. Parece que ha llegado el Canal Siete. Eso significa que no andarán muy lejos el Dos y el Cuatro.
En aquel instante sonó un frenazo y se detuvo un furgón detrás del coche patrulla. Metz giró a toda prisa la cabeza y vio que del furgón se estaba apeando el equipo de cámaras entre los que había una presentadora de televisión, a la que reconoció, que se le acercaba a grandes zancadas con el fin de entrevistarle.
—Hola, somos el equipo de noticias Testigo Ocular, y me gustaría…
Metz dio media vuelta y empujó a Russ Carter por el hombro hasta introducirle en el asiento trasero del coche patrulla.
—Lo siento, ya nos ibamos —dijo al mismo tiempo.
Acto seguido, ocupó el asiento situado junto al del conductor. Unos segundos después el policía uniformado se situó frente al volante al tiempo que daba un portazo y ponía el vehiculo en marcha. Cuando salían disparados de la callejuela, Metz miró fijamente al patrullero y le dijo:
—Buen trabajo. ¿Cuál es su nombre?
—Gilroy, señor.
—Gilroy, ¿sabe dónde está la calle South Allister?
—Tengo una idea. Si rodeamos Century City…
—No me importa la ruta que coja. Procure estar allí lo más deprisa posible.
Llegaron en trece minutos, sin tocar la sirena.
Metz no conocía aquellos barrios, pero con una sola mirada le bastó para saber que no estaban en Brentwood. En realidad, fueron dos miradas porque las propiedades de ambos lados del bloque cuatrocientos de South Allister se hallaban a oscuras. Lo mismo ocurría con las farolas callejeras en cada extremo del bloque. Metz sospechó que estaban fundidas o tal vez rotas a pedradas. Durante un instante se puso a pensar en las deprimidas áreas que rodeaban la casa de Clara Hopkins. ¿Por qué las peliculas y novelas de misterio situaban sus crimenes y violencias frente a un fondo de mansiones de millonarios? ¿Y por qué él malgastaba el tiempo haciéndose estas preguntas?
Miró a Gilroy y le hizo un gesto.
—Arrímese. Ahí viene él.
Mills salió de su coche al percatarse de que aparcaban tras él y se acercó a toda prisa.
—¿Alguna novedad? —le preguntó Metz.
—Todavía siguen dentro. —Mills se volvió haciendo un gesto—. ¿Quieres ver el mensajero? Lo tengo ahí delante.
—No hace falta.
Metz se volvió hacia el coche patrulla por un instante para asegurarse de que Gilroy seguia al volante y Russ Carter en el asiento trasero. Mills aguardó a recibir de nuevo la atención de su superior y luego señaló con la cabeza hacia su derecha.
—Por lo que he podido observar, cuando han entrado no estaba la puerta cerrada con llave; él no ha hecho nada más que empujar. Lo más seguro es que todavía siga abierta.
—No podemos contar con posibilidades de éxito. No tenemos ninguna.
—¿Significa eso que has pedido refuerzos?
—Basándote en lo que has observado hasta ahora, ¿lo harías?
—Creo que deberíamos entrar por nuestros propios medios.
—Pues yo creo que debemos esperar —dijo Metz sacudiendo la cabeza—. No tenemos base para hacer ningún movimiento, a menos que algo suceda.
Mills frunció el rostro.
—¿Qué supones que está pasando ahí dentro?
Metz no tuvo necesidad de responder porque ambos oyeron ahora un grito sordo.