CAPÍTULO IX
—Esa soy yo. ¡No puede ser!
—Exacto —dijo Russ, apuntando con el dedo el papel—. Mírala otra vez y te convencerás de que no eres tú. Entre otras cosas, las cejas de esta chica son mucho más delgadas que las tuyas, su peinado resulta diferente…
Lori arrugó el rostro.
—Yo podría perfilarme las cejas, y ese peinado es el que se llevaba antes.
—Pero tú no lo has llevado así nunca. A no ser que me hayas mentido respecto de tu edad.
—Por favor. Estamos hablando en serio.
—Desde luego. Eso no es más que una coincidencia.
—No —dijo Lori sacudiendo la cabeza—. Tiene que haber otra explicación mejor.
—Puede que tengas razón. Pero no pensarás encontrarla si sigues mirando a esa maldita fotografía. —Russ cogió el libro y lo cerró—. No intentes descubrirlo a estas horas de la noche. Lo que necesitas es irte a dormir. ¿Dónde están las píldoras de dormir que te recetó el doctor Justin?
—Yo no quiero píldoras. Por lo menos, de momento. Déjame un instante para pensar.
—Mañana pensarás mejor. —Russ metió el libro dentro de la caja metálica y cerró la tapa. Luego se quedó mirando a Lori al ver que se levantaba de su asiento—. ¿A dónde vas?
—A telefonear a Nadia. A lo mejor ella tiene alguna respuesta.
—¿Por qué habría de tenerla? ¿Solo porque la fotografía se parece a ti?
—Algún motivo habrá para que Nadia haya traído este libro. Quiero saber por qué lo ha hecho.
—Lori, espera un momento. Esta no es la forma de hacerlo.
Sin atender a razones, Lori se dirigió al salón. Después de lo sucedido, no había tiempo que perder. El libro estaba cerrado pero ella continuaba viendo la imagen. Mirar a aquella muchacha era como mirarse al espejo. Deseó con todas sus fuerzas que aquella foto hubiera sido un espejo para romper en mil pedazos su imagen sonriente. ¿Quién era Priscilla Fairmount y de qué se estaba riendo?
Debía decírselo ahora mismo a Nadia. Ella se lo aclararía. Nadia era su última esperanza.
Lori marcó el número y se puso a escuchar las llamadas del timbre del teléfono al otro extremo de la línea. Sonó repetidas veces, como un tañido de muerte. No preguntes por quién doblan las campanas…
Russ estaba junto a ella.
—Cuelga ya —dijo.
—¡Tengo que hablar con ella!
—Inténtalo mañana a primera hora.
Lori suspiró en señal de rendición. Cuando colgaba el teléfono, se le acercó Russ con la mano extendida.
—He encontrado esto en el botiquín. Tómatelo ahora.
Lori no tenía fuerzas para oponerse. Russ depositó dos píldoras sobre la palma de la mano abierta de ella, al tiempo que le sujetaba los dedos para que los mantuviera extendidos.
—¿Dos? El doctor Justin dijo que me tomara una.
—Ahora soy yo tu médico —dijo Russ sosteniendo un vaso de agua en la mano.
—Russ, ¿estás seguro?
—Confía en mí.
Al no tener otra opción, ella asintió. Al menos, eran píldoras y no cápsulas, que podían ser adulteradas. ¿Pero cómo podía ella sospechar así de Russ? No podía tratarse más que de absurdas figuraciones suyas.
Lo único real que sentía era el gusto amargo en la lengua y el agua fresca descendiendo por su garganta. Y lo mismo ocurriría con el cálido sopor que vino después. No imaginaba que la sedación se presentara tan de repente. Cuando Russ la llevó al dormitorio y destapó la cama, ella no tuvo tiempo de hacer otra cosa que sacudirse las zapatillas de los pies y tenderse debajo de las sábanas. Con la cabeza puesta sobre la almohada, miró fijamente a Russ a la luz de la lámpara.
Russ estaba sonriendo, pero su cara aparecía borrosa. Y cuando habló, sus palabras llegaban desde la lejanía. Lori afirmó con la cabeza en el momento en que se le cerraban los ojos y se sumía en una oscuridad muy profunda.
Parecía como si acabara de acostarse. Esto era al menos lo que ella se imaginaba cuando se puso a parpadear ante el torrente de luz solar que entraba por la ventana del dormitorio.
El caudal de luz quedaba bloqueado por una sombra. Cuando pudo abrir más los ojos, la sombra se fue aclarando y se convirtió en Russ.
—Buenos días —dijo ella.
—Han sido buenos días.
—¿Fueron? —Lori se agitó sobre el lecho y se incorporó—. ¿Pues qué hora es?
—Casi mediodía. No he querido despertarte.
—¿Has estado aquí toda la noche? ¿Y dónde has dormido?
—En el sofá del salón. Igual que lo hacía Clark Gable en las películas de antaño. —Guiñó un ojo—. Me pregunto cómo no se rompería la espina dorsal.
—Pobrecito mío.
—Pero me encuentro bien. —Russ sostenía un vaso en la mano—. Te he traído un poco de zumo.
—Gracias. —Se lo bebió en el acto—. Mejor sería que me vistiera.
—Buena idea. El desayuno estará en la mesa dentro de quince minutos.
—No te molestes en hacerlo.
—¿Pero qué dices? Clark Gable preparaba siempre el desayuno.
—No queda tiempo. Me espera Ben Rupert en su despacho esta tarde. Tengo hora para las dos y media. —Lori deslizó las piernas hacia un lado de la cama—. ¿Puedes acompañarme?
—Creo que no. Tengo que dejarme caer por la oficina. —Recogió el vaso vacío—. ¿A qué hora habrás terminado con él?
—Depende de lo que tenga que decirme. Pero si el tráfico no resulta demasiado difícil, seguramente estaré de vuelta a las cinco.
—Bien. Vendré a recogerte para salir a cenar. —Russ echó a andar hacia la puerta del dormitorio y de pronto se volvió y dijo—: ¿Estás segura de que te encuentras bien?
—Sí, gracias. Y gracias por todo.
Después que Russ se hubo marchado, empezó a vestirse. Entonces se dio cuenta de que había dicho la verdad. Lori se sentía mejor, gracias a Russ y a una noche sin pesadillas. Lo que había sucedido antes de dormir, ahora le parecía una pesadilla.
Pero cuando fue a la cocina y comprobó que estaba allí la caja metálica, se acordó de que los acontecimientos de la noche anterior eran todos demasiado reales. Guiada por un impulso, levantó la tapa, sacó el libro y lo abrió por aquella página de las fotografías.
Priscilla Fairmount continuaba sonriéndole. Ella en cambio no le devolvió la sonrisa. En lugar de eso, lo que hizo fue cerrar el libro, volvió a meterlo en la caja y cerró la tapa de golpe. A continuación se fue al salón y marcó el número de Nadia Hope.
No recibió contestación. No obtenía respuesta, solo preguntas. ¿Dónde estaría Nadia? ¿Cuál era el significado de aquella fotografía? ¿Por qué Priscilla Fairmount estaba sonriendo?
Ahora ya no se sentía bien. Pero tenía que irse. El sol aún arrojaba luz sobre las calles suburbanas y la gran arteria de circulación no le ofrecía problemas en su conducción por la ciudad. Todo era normal; todo menos la taquicardia de su pulso y la fuerte presión que ejercía su pie contra el pedal del acelerador.
Lori aminoró la marcha. Era importante controlarse antes de ver a Ben Rupert.
Resultaba curioso, pero la única vez que había visto a ese hombre había sido en el funeral de su padre, y solo un momento. Pero le constaba lo cerca que él había estado de papá y de sus negocios, aunque ambos no compartían la misma actividad. Si le contaba lo que le había ocurrido, tal vez pudiera darle alguna pista que la condujera a la verdad. Por otra parte, ¿sería prudente confiar en un virtual desconocido?
Lo mejor sería obrar según las circunstancias; juzgarle a él, Juzgar la situación y luego decidir. Pero, mientras tanto, ella debería controlarse.
Aunque el centro urbano presentaba la usual densidad de tráfico y el aparcamiento subterráneo le presentó algunos problemas, Lori consiguió relajarse un poco al abandonar el ascensor que la condujo hasta la sala de espera del señor Rupert.
La recepcionista era una mujer que parecía sacada de un cuadro de Rubens o, a juzgar por lo negros que eran sus ojos y la lisura de su pelo azabache, de un mural de Diego Rivera.
—¿Señorita Holmes? Ya puede entrar; el señor Rupert la está esperando.
Una vez en el despacho interior, Lori no supo qué pensar. Al no tener una clara imagen mental de Ben Rupert y ver lo que ahora tenía delante, quedó sorprendida.
El hombrecillo de incipiente calva y nariz roma que había parapetado tras la mesa escritorio gigante se parecía más a una lechuza que a un águila real. Se levantó y le tendió la mano.
—Encantado de verla. Por favor, tome asiento. —La espió desde detrás de sus gafas con aros de asta de toro y acto seguido se posó sobre su asiento como una ave rapaz—. Tiene usted mejor aspecto.
Lori asintió.
—Me siento mejor. Quisiera agradecerle todo lo que ha hecho.
—Era lo mínimo que podía hacer. Su padre y yo estuvimos juntos durante casi treinta años y sé lo que sentía por usted. —Rupert consultó un puñado de documentos que había apilados delante de él—. He tratado de simplificar las cosas de la mejor manera posible, pero hay aquí unos cuantos asuntos que requieren su atención.
Resultó luego que eran más que unos cuantos. Lori leyó y firmó recibos corrientes de la casa, órdenes bancarias, gastos de funeral que debían pagarse por la sucesión. El coche de papá había sido llevado a reparar el día antes del incendio y debía permanecer depositado en el garaje hasta que se estableciera la homologación del testamento. El perito de la oficina inmobiliaria no había presentado su informe, pero no había que preocuparse porque se iba a realizar una auditoría.
Rupert le leyó el testamento, cuyos puntos principales estaban claros. Al no haber otros familiares supervivientes en ninguna de las dos ramas de la familia, Lori era nombrada heredera única y Benjamín Weatherbee Rupert el ejecutor.
Sus ojos de lechuza miraron parpadeando a Lori.
—Comprendo que todo esto es desagradable pero, por desgracia, es preciso hacerlo.
Ella le sonrió.
—Comprendo. Russ ha dicho que es usted muy competente.
—¿Es su prometido? —dijo Rupert asintiendo—. A juzgar por lo que él me dijo por teléfono, deduzco que trabajan en el mundo del periodismo.
—En artículos de revista. Russ es reportero de investigación.
—Entonces por eso hizo tantas preguntas. —El abogado asintió de nuevo—. Esto me recuerda…, que tiene usted que firmar estas reclamaciones para el seguro.
Lori recibió de él los impresos y fue estampando su firma en los lugares que Rupert le indicaba.
—Esperemos que la compañía acepte el informe de los investigadores de incendios —dijo Rupert—. Si el seguro decide practicar por su cuenta una investigación, el asunto se demoraría durante meses.
—¿Por qué iban a hacerlo? Todo el mundo sabe que el incendio fue un accidente.
El pequeño letrado se encogió de hombros.
—Dirá usted casi todo el mundo. Su novio parece ser la excepción.
—¿Fue por eso por lo que hizo tantas preguntas?
—Por eso y por otras cosas. —Rupert introdujo los impresos de reclamación en un sobre de papel manila y lo colocó a la derecha de su escritorio—. Comprendo que él se preocupe por el bienestar de usted y todas esas cosas. Pero estoy persuadido de que los investigadores de incendios saben cómo llevar a cabo su trabajo.
La sonrisa de Lori desapareció.
—¿Sobre qué otras cosas preguntó Russ?
—Ante todo sobre el seguro. Está convencido de que a los tasadores de la reclamación les gusta mucho el dinero y quería averiguar si van a alegar algún otro pretexto para retrasar el pago.
—¿Dijo eso Russ?
El abogado negó rápidamente con la cabeza.
—Todo lo que me dijo fue que había estado usted bajo una severa tensión y que él quería convencerse de que los del seguro no interpretarían mal la aflicción de usted bajo tales circunstancias. En todo caso, lo que pretendía era protegerla.
—Comprendo. —Se cruzaron sus miradas—. ¿Pero cuál es su veredicto, señor Rupert, inocente por incapacidad mental?
—Querida joven —obviamente, Lori había encrespado las plumas de la lechuza—, he visto a muchos clientes que habían perdido a sus seres queridos en circunstancias trágicas y pocos de ellos supieron sobreponerse tan bien como usted. Me gustaría encontrarme ahora mismo ante el tribunal para poder jurar que es usted enteramente capaz de manejar sus propios asuntos. Pero ello no será necesario. No existe la más remota posibilidad de que nadie suscite esta cuestión.
La lechuza abandonó su rama.
—Pero no debe preocuparse —dijo—. Lamento enfrentarla hoy con todo esto, pero lo peor ya ha pasado. Estaremos en contacto según se vayan desarrollando las cosas. Entretanto, confío en que sabrá usted comprender a su prometido. Él solo trataba de ayudarla.
—Gracias otra vez —dijo Lori encaminándose hacia la puerta—. No lo olvidaré.
Abandonó el nido de la lechuza y fue directamente a recuperar su coche al aparcamiento subterráneo. Luego libró una gran batalla contra la autopista y dio gracias a Dios de haber tomado la mejor decisión.
La prudente aproximación al problema por parte de Rupert a lo largo de la entrevista había constituido una grata sorpresa para Lori. Durante un rato había estado tentada de contarle lo que le había ocurrido la noche anterior. Pero la observación acerca de la competencia mental hecha por el letrado le hizo caer en la cuenta de las consecuencias que podría acarrear un ligero error. Aunque Rupert admitiera su relato sobre el hecho, habría tenido que hacer preguntas para las que no tenía respuesta. Antes de hablar con ninguna otra persona, Lori tenía que llamar a Nadia Hope.
Al entrar a su apartamento ya estaba sonando el teléfono. ¿Sería Nadia que acababa de leer su pensamiento? Descolgó el aparato. Era Russ que le saludaba.
—Lori, estaba intentando localizarte…
—Acabo de entrar. —Ella consultó su reloj—. ¡Eh, se supone que ya deberías estar aquí!
—Eso es lo que quería decirte. Ha surgido algo. ¿Podrías reunirte conmigo directamente en el restaurante?
—¿En cuál?
—¿Qué te parece Esteban’s?
—De acuerdo. —Lori asintió con la cabeza, preguntándose por qué todo el mundo parecía asentir sin necesidad cuando hablaban por teléfono—. ¿Me contarás lo que ha sucedido?
—Te lo contaré cuando nos veamos. Llamaré para hacer una reserva. ¿Qué te parece para las seis y cuarto?
—Mejor para las seis y media, ¿no? Quiero ponerme en contacto ahora mismo con Nadia Hope.
—Hazme un favor y espera hasta que estés aquí.
—Pero Russ…
—Por favor. No tenemos mucho tiempo.
—De acuerdo, a las seis y cuarto.
—Gracias. Y conduce con cuidado.
Lori no necesitaba esa observación. Casi todo el mundo del área del gran Los Ángeles sabía que tenía que conducir con cuidado a las horas punta, y las pocas excepciones eran candidatas a terminar su viaje en una ambulancia. Evitando la autopista, Lori tomó una ruta indirecta por Sepúlveda. Eran las seis y veinte cuando dejaba el coche en manos del vigilante del aparcamiento de Esteban’s.
Cuando entró en el restaurante ya estaba allí Russ de pie Junto a la recepción. La saludó y la condujo hasta un reservado del fondo. La luz de los candelabros le mostraban las bebidas dispuestas ya sobre la mesa. Esto la sorprendió.
—Margaritas —dijo Lori meneando la cabeza—. Con tanta medicación no debiera beber eso.
—Ayer tomaste un bloody mary, ¿recuerdas? Y no te hizo ningún daño. —Russ se inclinó un poco dentro del reservado y se aproximó a ella—. Tengo que decirte algo.
—¿De veras?
—Primero bebe. Hablaremos después.
La copa helada entumecía los dedos de Lori.
—¿Buenas noticias?
—Yo no diría tanto —repuso Russ sacudiendo la cabeza.
—¿Qué ha pasado?
—Ha muerto Nadia Hope.
El frío que paralizaba los dedos de Lori se abrió camino por todo su cuerpo y envaró su columna vertebral.
—Oh, Dios mío. ¿Qué le ha ocurrido?
Russ lo había oído esa misma tarde a través de la radio de su coche. La Policía había localizado una furgoneta hundida en las aguas debajo de la autopista y los buceadores habían recuperado el cuerpo unas horas después. No había habido problemas de identificación. Se practicaría la autopsia, por supuesto, pero parecía tratarse de un accidente.
Lori recuperó la voz.
—¿Por qué están tan seguros?
—Por las marcas de los neumáticos. Patinó sobre la calzada y se salió de ella.
Russ tomó un trago de su copa y ella le secundó, agradeciendo el calorcillo que la fría bebida infundía a su cuerpo.
—Debió ser en el camino de regreso a su casa, después de dejar el anuario delante de mi puerta.
—Si es que fue ella quien lo dejó. Todavía no podemos estar seguros de eso.
—Pero sí sabemos lo que hizo la noche anterior, cuando estuvo conmigo. —Lori depositó su copa sobre la mesa—. Será mejor que se lo cuente a la Policía.
—¿Por qué verte implicada? —Russ gesticuló a toda prisa—. La autopsia demostrará que había estado bebiendo. Esto es suficiente para explicar las cosas. Pero si acudes a la Policía, empezarán a hacerte preguntas. No te busques complicaciones.
—Lo único que haré será decir la verdad.
—Suponte que no te creen. —Russ hablaba con calma—. Tendrás que decirles que fuiste con una desconocida que alegaba ser psíquica y que os pusisteis a buscar entre las ruinas sabe Dios qué; luego, lo del libro que apareció en tu puerta a medianoche. Tienes que reconocer que todo eso suena un tanto extraño.
—Pero es así como sucedió. Tal vez ello ayudaría en la investigación.
—Pero te perjudicarías tú. —Russ se quedó mirándola fijamente a la luz trémula de las velas—. Si le cuentas esa historia, aparecerá en la Prensa. Eso es lo que menos necesitas ahora.
Lori sacudió la cabeza.
—Tenemos que averiguar cómo murió Nadia.
—¿Qué más da? Los detalles carecen de importancia.
—La tienen para mí. Sé en qué condiciones se encontraba anoche. Si yo no me hubiera marchado y la hubiera seguido, o incluso la hubiera llevado en mi coche hasta su casa, esto no habría llegado a suceder. Eso significa que yo soy responsable de su muerte.
—¿Responsable de que tuviera un accidente?
—No creo que fuera un accidente.
—¿Qué otra cosa pudo haber sido?
—Eso es lo que tenemos que averiguar. —Lori miró fijamente a la llama trémula del candelabro. Llama. Incendio. Muerte. Ruinas. Voces. Y su propia voz que surgía—. Para que mamá y papá muriesen de aquel modo debió haber una causa. Nadia estaba buscando esa causa y ahora también está muerta. ¿Es que no lo entiendes?
Russ se inclinó hacia delante y cogió las manos de Lori.
—Tranquilízate Vas a volverte loca.
Lori apartó su mano, airada.
—Eso es lo que le dijiste a Rupert por teléfono el otro día. Dijiste que estaba loca, histérica.
—Jamás he dicho tal cosa.
—No con esas mismas palabras. Pero él captó la intención, ¿no? Por eso esta tarde me ha estado diciendo que todo iba bien, que me encontraba bien…
—Y lo estás, Lori. Tranquilízate y tómatelo con calma. Olvídate de ese desecho psíquico.
—¡Así que ahora es un desecho! ¿Y cómo te explicas que se encuentre mi fotografía en aquel libro?
—Una mera coincidencia.
—¿Y qué me dices sobre la forma en que apareció anoche en la puerta de mi casa? Otra coincidencia, ¿verdad?
Russ se encogió de hombros.
—No puedo responder a eso.
—Pues yo, sí. Todo forma parte de un esquema. ¡Nadia estaba en contra de mis sueños, de las voces que me advertían!
—Por amor de Dios, Lori, baja la voz. ¡Esto es una charla de locos!
—¿De locos?
Lori se levantó de repente, y al coger su bolso derribó la copa medio vacía. El eco del cristal se mezcló con las palabras de Russ.
—Lo siento. Yo no quería decir…
—Sé lo que querías decir.
—Por favor, escúchame. Tengo que explicarte algo.
Sin hacerle caso, Lori abandonó su asiento y estuvo a punto de chocar con un camarero que se acercaba al reservado. Russ quiso levantarse, pero el camarero le interceptó. Los sonidos del altercado la fueron persiguiendo, hasta que se desvanecieron con ella.
Su coche, por una vez, no había sido sepultado en el fondo del lugar del aparcamiento, sino que se lo habían dejado junto a la entrada. Tras depositar el boleto y dos billetes de dólar en la mano del guarda, Lori se sentó ante el volante.
Cuando apareció Russ en la puerta del restaurante, ella ya había dado marcha atrás a su coche, lo había situado de frente a la salida y se disponía a marcharse.
—¡Eh, espera…!
La potencia de sus gritos se elevaba sobre el ruido del motor, y la turbación que experimentaba Lori aumentó su cólera al verle por el espejo retrovisor gesticulando con los brazos.
—¡Lori!
El pronunciar a gritos su nombre dentro del aparcamiento no hizo más que enfriar los sentimientos de ella. Dio un brusco giro de volante hacia la derecha y salió a la calle, pisando el acelerador. Al llegar al primer semáforo giró a la derecha y, cuando alcanzó el segundo, lo hizo a la izquierda. No había indicios de que la estuvieran siguiendo, que era precisamente lo que trataba de evitar.
Pero cuando aminoró la marcha para coger una ruta circular a través de las calles laterales, sintió que su cólera se iba enfriando. Y, de manera gradual, la frialdad se fue convirtiendo en un escalofrío.
Si Russ no confiaba en ella, ¿cómo iba ella a confiar en Russ? Ahí estaba la cuestión; la respuesta no consistía en mandarle al diablo.
Ella tenía que realizar sola aquel viaje.