CAPÍTULO XXXVI

—Tómese esto.

Lori se bebió el brandy sin hacer preguntas. ¿Pero por qué iba a cuestionar la presencia del alcohol en el despacho de un médico? Paracelso fue médico e inventó el neologismo. Mejor dicho, lo tomó prestado de los árabes. Los árabes empleaban la palabra Al-kuhl para designar sombra negra de ojos, hasta que Paracelso cambió su grafía y significado. Como había cambiado su nombre original, que era Theophrastus Bombastus von Hohenheim. O de la misma forma que ella había cambiado Holmes por Fairmount.

Solo que ella no lo había cambiado. ¿Qué la había hecho pensar así? ¿Y por qué estaba recordando aquellas tonterías sobre Paracelso que venían en los libros de texto del colegio? Porque soportar eso resultaba más fácil, más fácil que recordar que ella era…

—Lori. —La voz del doctor Leverett era suave—. ¿Lori? ¿Me oye?

—Sí.

Lori oía la voz del doctor y no tenía miedo. Lo que la aterraba era la otra voz. Feliz día de tu muerte.

Le refirió todo lo que había sucedido; todo menos el momento orgásmico de la noche anterior en que se desvaneció el rostro de Russ y fue sustituido por el del médico. Ella no podía contarle todo eso, por lo menos ahora, y, además, las otras cosas eran de mayor importancia: el hombre que la había perseguido por las soleadas calles y la voz que acudía a ella durante su sueño. Él escuchaba sin interrumpirla, y luego continuó sentado en silencio durante un rato antes de hablar.

—En primer lugar, el hombre de la camisa hawaiana. ¿La ha seguido hasta aquí?

—No estoy segura. Creo que lo he perdido en alguna parte de la autovía. Tal vez me encontraba demasiado preocupada para darme cuenta.

—¿Qué pensaba usted mientras venía hacia aquí?

Lori se agitó en su asiento y cambió de postura.

—Nada importante.

—Tal vez no, pero lo suficiente para distraer su atención.

—Si quiere saberlo, le diré que pensaba en cómo me habían mentido los tres; Ben Rupert, Russ e incluso el doctor Justin. Este me dijo que era la reacción normal ante un trauma, pero en cambio me envió a verle a usted. Eso significa que sospechaba la verdad.

—¿Qué verdad?

Lori hizo un esfuerzo para aguantar la mirada del doctor.

—Existe un nombre para las personas que piensan que están siendo espiadas, que alguien las sigue; para quienes piensan que todo el mundo las engaña y les oculta cosas; gentes que no se fían de nadie…

Leverett se echó hacia delante. Su mirada permaneció inalterable.

—Usted podrá tener reacciones fóbicas, pero por lo que me cuenta están basadas en la realidad, no en ilusiones paranoicas. Resulta muy posible que alguien la siguiera. Y, por lo que me dice, es evidente que su abogado le mintió, y que Russ Carter y el doctor Justin fueron al menos culpables de no haberle dicho toda la verdad en cuanto a los actos y motivaciones de ellos. En tales circunstancias, tenía usted motivos lógicos para desconfiar. Lo que me interesa que recuerde usted, Lori, es que no importa lo que pueda sentir acerca de los demás; debe confiar en usted misma.

—¿Y qué hay de mis sueños?

El doctor Leverett respiró profundamente.

—Tal vez he cometido un error —dijo—. Hasta ahora hemos intentado encontrar su origen a través de la evaluación analítica. Puede suceder que las causas sean fisiológicas. Desde el punto de vista clínico, es su corteza visual la que lleva los mensajes sensoriales al lóbulo limbico que rodea al pedúnculo cerebral. El hipotálamo, por medio de sus conexiones, envía un mensaje a su pituitaria. Hablando con claridad, que si el shock o el estrés desencadenan un desequilibrio glandular…

—¡También usted! —Lori no hizo ningún esfuerzo por disimular o contenerse—. ¿Espera de verdad que me crea que mis sueños son el resultado de un problema hormonal? ¿Por qué me está mintiendo?

—No le estoy mintiendo, Lori. Lo único que le pido es que me escuche a mi y no a las voces imaginarias.

—¡Pero si no son imaginarias! Usted mismo ha dicho que los sueños son una forma de hablar con uno mismo, cosa que yo creo. Ello significa que la voz soy yo, o al menos parte de mi, y lo que la voz me dice y me muestra es la verdad.

Leverett negó con la cabeza.

—Lo que la voz le dice son galimatías, asociaciones de palabras, residuos verbales que flotan en un torrente de la conciencia; lo que le ha mostrado a usted es pura fantasía.

—¡La voz no, ella! ¿Es que no lo entiende? —Lori pensó que era probable que el doctor no lo entendiera, pues era ella, precisamente, la que estaba empezando a entenderlo a medida que hablaba—. La voz que yo oía en algunos de mis sueños era la voz de Priscilla. Aquello eran sus pensamientos, sus palabras. Si es cierto que yo hablaba conmigo misma, entonces Priscilla es parte de mi. Y a través de todo ese galimatías, como usted lo llama, transmite su odio. Mi madre ya me odiaba antes de que yo naciera. Si sigue usted pensando que las causas son fisiológicas, entonces puede estar seguro de que ella me inoculó su odio.

Leverett sacudió la cabeza.

—No puedo aceptar eso.

—Entonces, ¿qué queda por aceptar? —arguyó Lori—. ¿La reencarnación? No se trata solo de mi parecido con Priscilla. Y ahora que lo veo, en algunos de mis otros sueños, en los que no aparecía la voz, yo compartía los recuerdos de mi madre.

El doctor Leverett se inclinó hacia delante dispuesto a responder, pero ella le contuvo rápidamente con un gesto y continuó hablando.

—Sé lo que está usted pensando —dijo—. Que el sueño de la capilla y el cuerpo saliendo del ataúd fue una fantasía. Entonces la fantasía procedía de ella porque, por distorsionados que llegaran, eran recuerdos suyos, no míos.

—Lori, piense en lo que está diciendo. No tenemos posibilidad de comprobarlo.

El semblante extrañado de Leverett coincidía con el acento interesado de su voz.

—¿No me ha dicho que confie en mi misma?

—Y lo sigo diciendo. Confío en que lo consiga cuando esté usted dentro de su propia persona. Pero la voz de aquellos sueños, la muchacha de aquellas pesadillas…

—El último sueño fue diferente. Era yo misma, Lori. El entorno era real. Me encontraba en un lugar que yo reconocía, el cementerio de Hopeland.

—¿No resulta natural que sueñe con un sitio donde ya ha estado antes y que está fuertemente relacionado con la pérdida de unos seres tan queridos como sus padres?

—A eso voy: hasta que no he venido aquí esta noche no he sabido quién era mi verdadera madre. Si yo hablaba conmigo misma y me mostraba cosas, ¿por qué fui en mi sueño a la sepultura de Priscilla Fairmount?

—Usted se ha estado identificando con Priscilla Fairmount desde que vio su fotografía en aquel anuario.

—Pero eso no explica por qué yo sabía dónde encontrarla. Ni siquiera sabía que estaba muerta.

El doctor Leverett puso cara de extrañeza.

—Suponga que no ha muerto.

—¡Sin embargo, está muerta! Yo vi su sepultura…

—En un sueño. —Él asintió lentamente—. Eso no significa forzosamente que exista la sepultura.

—Tiene razón —dijo Lori al tiempo que cogía el bolso de su regazo y se levantaba—. Solo hay un modo de averiguarlo y lo voy a hacer… ahora.