CAPÍTULO XVIII
Si las ondas de choque son silenciosas, la voz de Lori no era más que un susurro.
—Yo no le maté. Fue un suicidio.
Metz la miró fijamente a los ojos, inexpresivo.
—Si Ben Rupert preparó un dogal con la cuerda de la cortina de la ventana para poder ahorcarse, luego no tuvo más remedio que apoyarse sobre alguna cosa y derribarla con los pies para quedar suspendido en el aire.
—Lo sé —afirmó Lori—. Vi una silla caída junto a la pared del armario.
—Pero no la usó. Las pruebas del laboratorio han demostrado que no había sobre el tapizado de la silla huellas de zapatos ni partículas que coincidieran con los tacones y suelas de sus zapatos. Ben Rupert fue colgado después de muerto.
—¿Y me está usted acusando a mí?
La mirada de Metz era impenetrable.
—La muerte sobrevino por asfixia, pero las marcas que hay en su garganta indican que la presión manual fue hecha por detrás. Implica mucho esfuerzo cogerle por detrás cuando estaba de espaldas y sujetarle con fuerza hasta consumar el hecho. Pero la parte más dura vendría después para conseguir alzar aquel peso muerto y colgarlo de forma que sus pies no tocaran el suelo. Con franqueza, señorita Holmes, no creo que tenga usted tanta fuerza.
Su mirada se suavizó.
—Desde luego, existe otra evidencia que nosotros hemos considerado relativa a su implicación —prosiguió Metz.
—¿Qué clase de evidencia?
—¿Se acuerda de la otra noche, cuando prestó declaración? Fueron tomadas sus huellas dactilares.
—Es cierto. Lo había olvidado. Era todo tan confuso…
Metz se inclinó hacia delante.
—Hemos examinado los tiradores de las puertas de la oficina. Sus huellas estaban en ellos. Coinciden a la perfección con las suyas.
—Claro que coincidirán. —La voz de Lori era ahora estridente—. No iba a abrirlas con los dientes.
Metz hizo un gesto rápido.
—Permítame terminar. Sobre los documentos y en los tiradores de los cajones del escritorio había huellas de Rupert. Pero eso fue cuanto obtuvimos. No fueron halladas en la silla, en la cuerda ni en el cuello del interfecto, aunque la separación de los hematomas indica que hubo presión digital. Ello quiere decir que quienquiera que lo matara iba preparado. En el laboratorio se está trabajando sobre las fibras de guante halladas en los puntos de presión hechos sobre la garganta de Rupert.
Lori frunció el rostro.
—Entonces, ¿por qué se muestra tan duro conmigo? Usted ya sabía que no soy responsable de esta muerte.
—Responsable directa, no. —La mirada de Metz era otra vez implacable—. Pero podía usted haber enviado a otra persona para que hiciera el trabajo sucio.
Ella sostuvo la mirada, con los ojos henchidos de cólera.
—¿De veras cree usted eso?
—Si lo que pretende saber es si tengo pruebas, le diré que no. Pero no podemos descartar cualquier posibilidad basándonos solo en su palabra.
—Entonces, ¿qué es lo que de verdad cree?
—Hasta ahora solo tenemos pruebas circunstanciales. Según se desprende de sus actos de aquel día, el señor Rupert estaba haciendo los preparativos para abandonar la ciudad. Debió ser una decisión apresurada porque en su apartamento parece no echarse de menos ninguna de sus pertenencias. Hay abundantes ropas en los cajones, media docena de pares de zapatos y muchos trajes. En el cuarto de baño hasta se dejó la máquina de afeitar, el cepillo de dientes y un montón de objetos por el estilo. Es probable que después de salir del Banco comprara una bolsa de viaje ligera y algunos adminículos para llenarla. Lo suficiente para llegar a Dublín.
—¿A Dublín?
Metz asintió.
—Hemos tenido suerte con las compañías aéreas. La TWA le tenía registrado para el vuelo de medianoche, vía Londres. Un pasaje de ida, primera clase, pagado con una tarjeta de American Express bajo su propio nombre. Eso no lo pudo eludir, pues en el pasaje debe figurar el número de identidad que tiene en su pasaporte. Por supuesto, también comprobamos esto; tenía un pasaporte válido hasta el año próximo.
—No parece que tuviera mucho interés en ocultar su rastro —dijo Lori—. ¿Es que no sabía lo fácil que iba a ser su localización?
—Eso es cierto. Pero una vez allí probablemente habría cambiado de nombre o se habría escondido en alguna parte. Pero aun en el caso de ser localizado, la extradición resulta muy problemática por lo que a Irlanda se refiere. No existe ningún tratado.
—En otras palabras, creyó que iba a salirle bien el asesinato. —Lori sintió un escalofrío al pronunciar estas palabras—. ¿Pero por qué querría matarme a mí?
—No lo sabemos —dijo Metz—. La siguiente pregunta es: ¿por qué alguien quería matarle a él? —Bizqueó mirando los papeles que tenía delante—. ¿Está segura de que no sabía nadie que iba usted al despacho de Ben Rupert?
—Por completo. Después de recibir su llamada me puse en camino en mi coche. Solo tardé unos cuarenta y cinco minutos.
—Lo suficiente para que alguien matara a Rupert, intentara presentarlo como un suicidio y se diera a la fuga.
—¿Y si fuera un ladrón…?
—Olvídelo —dijo Metz sacudiendo la cabeza—. Ni siquiera le quitaron la cartera. Lo que se llevó el asesino fueron esos otros objetos que acabo de mencionar: el pasaporte, el pasaje de avión, y una bolsa de viaje, si es que de verdad la tenía. Lo que intentaba era desembarazarse de todo aquello que pudiera desmentir un posible suicidio, incluyendo la pistola mencionada por Rupert en su carta. Una muerte por ahorcamiento carecía de sentido cuando lo único que necesitaba el señor Rupert era meterse una bala en la cabeza.
—¿Por qué el asesino se dejó allí la carta del señor Rupert?
—No se la dejó —asintió Metz—. ¿A que usted no la vio allí?
—Así, pues, ¿dónde la tenía?
—En un sitio donde el asesino no buscaría jamás. —Metz echó mano del papel arrugado y se lo mostró—. La encontramos arrugada en la papelera. Al parecer, Rupert no había quedado satisfecho de su redacción y tiró la carta para intentar escribir otra —prosiguió Metz—. Puede que estuviera escribiendo la segunda cuando se presentó el asesino, o tal vez no. Pero en cualquier caso, su primer intento no fue visto por nadie.
Metz retiró la silla del escritorio y se puso de pie. Lori siguió el mismo ejemplo y le miró.
—¿Entonces no puede decirme nada más? —preguntó ella.
Metz sacudió la cabeza.
—Eso es todo por ahora. Estamos trabajando sobre otras pistas y seguiremos en contacto. Si se acuerda de algo más que pueda tener relación con este incidente, le agradecería mucho que me llamase. A cualquier hora, de día o de noche.
La acompañó hasta la puerta.
—Y recuerde: Si cogemos algún sospechoso, contamos con su testimonio ante el juez.
—Entiendo —repuso Lori.
—También lo entiende así el asesino, señorita Holmes. Cierre bien su puerta.