CAPÍTULO XXIV
Aquella noche nadie cenó tarde. Poco después de las cinco, Lori llamó por teléfono al doctor Leverett, tal y como él había sugerido, y a las siete se encontraban sentados en Richey’s consultando el menú. Ninguno de los dos pidió langosta.
En cuanto el camarero se retiró, ella cogió su copa y la sujetó con fuerza. Con demasiada fuerza.
Leverett, a pesar de apercibirse de este detalle, se mostró sonriente.
—¿Problemas? —preguntó él.
—Solo estaba pensado. —Lori tomó un sorbo de su copa—. ¿Hay alguna ley no escrita que prohíba las relaciones sociales entre psicoterapeutas y pacientes?
—Solía haberla, pero los tiempos cambian. Los vicios de ayer son las virtudes de hoy. —Se detuvo un instante—. Además, esto no es un acto social. Como le he dicho por teléfono, tenemos que discutir algunas cosas. Y ambos necesitamos comer.
—¿No tiene quién cocine en su casa?
Leverett negó con la cabeza.
—Los médicos somos unos maridos deficientes, sobre todo en mi especialidad. Si supiera el número de esposas de psicoterapeutas que necesitan psicoterapia…
Lori no le dejó terminar.
—Perdón, no pretendía inmiscuirme en sus asuntos privados.
—Por supuesto que pretendía hacerlo. De no ser así no habría formulado esa pregunta. En estas circunstancias no se trata más que de una curiosidad natural. —Leverett se apoyó contra el respaldo de su asiento—. Olvídese de mí por ahora. Y con respecto a usted, ¿ha vuelto a tener aquellos sueños?
—No exactamente igual. Supongo que podría considerarlo como un sueño, pero no era igual que los otros. No había imágenes, solo voz.
—¿De quién?
—Una mujer. No la conozco, pero parece como si la hubiera conocido en algún tiempo. Me resulta difícil recordarlo porque lo que decía no tenía sentido. Todo lo que decía correspondía a Alicia en el País de las Maravillas.
—Procedía de usted misma —dijo Leverett en voz baja—. De una de usted.
—¿Personalidad múltiple?
—No en el sentido en que usted emplea la palabra. La auténtica reacción disociativa no resulta común pero, cuando ocurre, a veces, es compartimentada por la amnesia. El doctor Jekyll no comparte los recuerdos de mister Hyde. Aunque ambos no se encuentren necesariamente en intima asociación.
—Eso significa que volvemos a su teoría. Yo me estaba hablando a mí misma.
—Ya veo que eso no la satisface.
—Con franqueza, no ¿Por qué habría de molestarse mi inconsciente enmascarando su voz solo para decir cosas que yo no entiendo?
—Es una situación de conflicto. Un conflicto entre el deseo de saber y el miedo a descubrir. El deseo resulta demasiado fuerte para ser ignorado, pero el temor es demasiado grande para arriesgarse. Así que se produce una especie de acuerdo. Usted se dice a sí misma cosas, pero quedan enmascarados al mismo tiempo mensajero y mensaje.
—Me suena a algo así como a una idea oculta.
—De hecho, es una idea oculta. —Leverett sonrió—. Pero también una idea articulada. Es así porque usted usaba conceptos familiares para transmitir su mensaje.
—El único significado de ese mensaje es el de que yo soy igual que Alicia en su mundo disparatado donde nada tiene sentido. Lo cual no es precisamente, nada nuevo.
—Tal vez haya algo más. Si pudiera usted recordar…
—Por favor, no he venido aquí a una sesión de psicoterapia. ¿Qué es lo que ha dicho que me tenía que contar?
—Lo siento, me he desviado del tema. Tengo algo que decirle. —Leverett cogió la carta—. ¿Le parece que pidamos primero?
Lori afirmó con la cabeza y él hizo una seña al camarero. Instantes después sacó una libreta del bolsillo interior de su americana y la puso ante él apoyada en el borde del plato.
—No tendré más remedio que fiarme de esto —dijo—. Lo he ido anotando a medida que llegaba, pero no ha habido tiempo de memorizar los detalles. Al no saber lo que podía esperarse de esta llamada, me ha parecido más prudente no grabar nada de lo que han dicho, por si acaso usted prefiere mantenerlo en secreto entre los dos.
—¿Y es un secreto?
—Júzguelo usted misma. —Leverett mantenía la vista baja mientras iba hablando—. No creo que sea ningún secreto la existencia del Bryant College. Está situado al norte de Riverside. Conservo su número de teléfono, por si lo necesita. Si no, puede usted hacer lo mismo que yo, es decir, llamar a Información.
—Tendría que haber pensado en eso —dijo Lori con desgana—. En vez de hacer eso, he desperdiciado el tiempo intentando hallar el nombre y dirección de Priscilla Fairmount.
—Que, como usted sabe, no figura en la guía telefónica. Por eso me he puesto en contacto con Bryant. —Bajó la vista otra vez—. He hablado con la señorita Petrashham, una mujer encantadora.
—¿Qué ha dicho de Priscilla Fairmount?
—Nada en absoluto. Este nombre no figuraba en ninguna lista de graduación; por lo menos, no en la del año 1968 ni en las de los años siguientes.
—¡Pero en el libro estaba su fotografía!
—Eso le he dicho. Me ha hecho esperar mientras que revisaba sus archivos. Luego me ha puesto con su jefe, un tal señor Harvey, de la oficina de alumnos. El señor Harvey ha confirmado que una señorita llamada Priscilla Fairmount ingresó en el otoño de 1964 y que permaneció allí como alumna hasta después de mediado el curso a principios de 1968. —Leverett alzó la cabeza—. Al parecer, aprobó todos los cursos porque el anuario fue enviado a la imprenta con su fotografía incluida antes de acabar de graduarse. El señor Harvey no está seguro del procedimiento seguido en aquellos años, pero por lo general las fotos del anuario se toman meses antes de su publicación.
—¿Le ha dicho por qué se fue del colegio?
—Me ha indicado que llamara el mes que viene para averiguarlo. Parece ser que todos los antecedentes escolares han sido enviados al proceso de datos de San Francisco. Se encuentra todo informatizado.
—Así que eso es todo lo que ha conseguido.
—No es mucho. —Leverett consultó otra vez sus notas—. Figuraba una dirección: Clínica Médica Fairmount, 490 South Allister Avenue, Los Ángeles. La madre: Genoveva Otis Fairmount, fallecida. El padre: Royal S. Fairmount, doctor en medicina.
—¿El doctor Roy?
—¿Cómo dice?
—Ya le conté mi sueño. Aquella mujer, Clara, hablaba con alguien a quien llamaba doctor Roy. ¿No será Roy un diminutivo de Royal?
—Es posible.
—¿No comprende lo que eso significa? En el sueño, yo era Priscilla. Su hija, en la clínica…
Lori se interrumpió bruscamente cuando llegaron las ensaladas. En cuanto el camarero se alejó fue el doctor quien se puso a hablar.
—Si hubiera alguna forma de demostrarlo…
—Tiene que haberla. Para empezar, ya tenemos un nombre y una dirección.
—Ninguna de esas dos cosas me ha llevado muy lejos. —El doctor Leverett cogió el tenedor—. Esta mañana no he perdido el tiempo en mis horas libres. Como en la guía médica no existe ningún Royal S. Fairmount, he llamado al Registro Civil. Allí consta que falleció el 5 de abril de 1968, a consecuencia de una embolia coronaria. El certificado de defunción lo firmó Nigel Chase, doctor en medicina.
—También este nombre aparecía en mi sueño, ¿recuerda? ¿No constituye esto una prueba suficiente?
—Eso solo demuestra que ha soñado con alguien que se llama así. Pero no nos dice nada más.
—Tiene que haber algo en el periódico; alguna esquela, algún comentario.
—Eso era lo que yo pensaba. He telefoneado al Times y al Herald para que me lo confirmaran. En ninguno de los dos había nada, solo esquelas mortuorias el 6 de abril de 1968. —Leverett consultó su libreta—. Ninguna mención al funeral, solo un entierro privado para el día 8 en el cementerio de Hopeland.
—¿Y qué hay de Priscilla?
—Ni una palabra.
—¿No le parece extraño?
—Me parece decepcionante, pero no inusual. Si se fija en las notas necrológicas en el periódico de hoy, verá que hay bastantes que no nombran al difunto ni a los parientes vivos. Creo que es cuestión de elegir.
—¿Qué hay que elegir?
—Eso es algo que trataremos de averiguar.
—Tal vez haya alguien todavía en la clínica que sepa algo.
—No está en la guía. Según dicen en Información, en esa dirección hace años que no hay teléfono. —El doctor Leverett jugó durante un breve instante con su ensalada y tomó un bocadito antes de continuar—. Mi siguiente paso consistía en mirar el registro médico actual. Como no figuraba, he llamado a su oficina. Los archivos muestran que la Clínica Médica Fairmount cerró sus puertas en diciembre de 1968.
—Tal vez alguien se hiciera cargo de ella y cambiara el nombre del centro. Teniendo la dirección…
—También la tienen en el Ayuntamiento. Lo que allí saben es que los bienes del doctor Fairmount no han sido nunca homologados ni han sido pagados sus impuestos. Por último, en 1979 fueron requeridos los expedientes y se declaró vacante la propiedad.
Leverett pasó la página y prosiguió:
—En el año 1983 se celebró un juicio, pero no había nadie a quien reclamar. Los organismos tributarios federales, estatales y locales se enzarzaron en una triple refriega, reclamando su jurisdicción, que se prolongó hasta el pasado año. Para tales fechas la propiedad seguro que se hallaba en condiciones lamentables de verdad, pues el edificio había sido expropiado. —El doctor levantó la vista—. Por lo que me han dicho, deduzco que el 490 de South Allister Avenue se va a convertir pronto en un pequeño parque público.
De nuevo llegó el camarero, esta vez con los platos principales.
—Cuidado, están calientes —advirtió el camarero, al tiempo que los dejaba sobre la mesa. Dirigió una mirada acusadora a Lori—. ¿No le gusta la ensalada?
—No se la lleve, por favor. Prefiero tomarla con el plato principal.
La mirada de acusación del camarero se convirtió en una mirada de resignación; su encogimiento de hombros fue casi imperceptible pero elocuente. No falla. Gente que come chifladuras del Este. En cambio, consiguió elaborar una sonrisa.
—¿Algo para beber?
—Café —respondió Lori—. Más tarde.
Claro, después. Gente chiflada. Quizá de Kansas City o de algún sitio parecido. Se delatan solos cuando no miran siquiera la lista de los vinos.
Lori bajó la vista hacia su plato y luego miró al camarero que se alejaba; es decir a su plato fuerte, o entrante, y al camarero que salía.
—¿Le preocupa algo?
Miró a Leverett y negó con la cabeza.
—Solo mis modales. Ni siquiera le he dado a usted las gracias por todo lo que ha hecho.
—Guárdelas para cuando tenga motivos. Hasta el momento nos hallamos en una vía muerta. Priscilla, los padres de esta, la clínica…
—No se olvide de Nigel Chase.
—No me he olvidado de él. Pero el tiempo apremia. Mañana continuaré con ello. —Leverett sonrió—. ¿Qué le parece si ahora nos dedicamos a disfrutar de esta cena?
Y así lo hicieron. Sobre todo, Lori.
Y cuando se pusieron a hablar de otras cosas, el doctor Leverett dio muestras de estar más relajado, pese a que ninguno de ellos dijo nada que tuviera importancia. Por lo menos, no parecía tenerla en aquel momento.
Pero después de la velada, cuando se despidieron en el aparcamiento, Lori se puso a reflexionar. Durante su regreso a casa tuvo ocasión de pasar revista a aquello de lo que habían estado hablando y se quedó sorprendida al descubrir que la conversación había consistido en preguntas y respuestas, en las que ella había hecho de inquisidora, pues no había cesado de preguntarle por su pasado ni de comparar sus simpatías y actitudes con las de ella. Ambos compartían muchos gustos: libros, música, arte. Gustos y aversiones triviales de los que en cierto modo conocía las respuestas que él iba a dar, lo mismo que parecía conocer de antemano sus gestos y las modulaciones de su voz. ¿O acaso solo había hecho las preguntas que ella deseaba? Sin tener conciencia de ello, Lori se había planteado la situación de llegar a conocerle y la respuesta la satisfacía mucho. Tanto mejor si Tony fuera un hombre más joven…
Pero no era más joven, ni era Tony. Era el doctor Leverett, su psicoterapeuta. Esa era la relación entre ambos, y si tú, Lori, tuvieras sentido común, así deberías mantenerla y no de otra forma.
La voz de la razón, se dijo Lori a sí misma. Ahora le necesitaba bajo el aspecto profesional. Una vez hubieran terminado sus actuales problemas, estaría encantada de tenerle como amigo. Pensar en otra cosa estaba fuera de toda duda. Resultaba sorprendente que ni siquiera por un momento, se le hubiera ocurrido pensar en otras posibilidades.
Pero aquello no le sorprendió tanto como el hecho de descubrir que no se había acordado para nada de Russ a lo largo de toda la velada que había pasado con el doctor.