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Correspondencia entre Harriet Chetwode-Talbot

y ella misma

Capitán Robert Matthews

c/o Basra Palace

Basora

Irak

21 de noviembre

Querido Robert:

Ésta es la última carta que te escribiré hasta que vuelvas, porque una vez de regreso ya no habrá necesidad de cartas. No voy a mandarla, de hecho no sé cómo podría mandarla desde aquí, y, de cualquier modo, tampoco te iba a llegar. Pero necesito escribir estas palabras, tratar de comprender los sentimientos que albergo. Primero te contaré lo que estamos haciendo aquí; escribiendo sobre lo cotidiano, tal vez consiga recuperar el equilibrio.

Escribo esto desde un lugar llamado Al Shisr en los montes Haraz, que están en la parte occidental de Yemen. Es un desierto de montañas y pueblos fortificados a los que se llega por unos caminos que hasta tú dudarías en transitar (tengo que ir casi todo el rato con los ojos cerrados). Aunque en las obras del wadi Aleyn tienen teléfono por satélite y varios ordenadores, aquí arriba, en este pueblo de montaña, no hay ningún ordenador ni tampoco teléfono. Al móvil no me llega señal desde hace días. Es el hogar ancestral del jeque y a él le gusta mantenerlo todo como estaba en el siglo IX, que fue cuando lo construyeron. Eso sí, tenemos aire acondicionado, agua caliente y un fabuloso chef de cocina, pero todo lo demás podría ser de cualquier siglo menos de éste.

Abajo, en el Aleyn, hay un ajetreo increíble: camiones y más camiones, equipo para remoción de tierras, centenares de obreros de la construcción venidos de India, material nuevo que llega a diario… Es fascinante ver cómo van cobrando forma los depósitos de hormigón. Están haciendo un gran trabajo. Una vez terminados, esos depósitos se llenarán de agua, y en cuanto realicemos unas cuantas pruebas, podremos enviar los salmones desde Fort William hasta Londres, y de allí a Yemen.

Fred y yo hemos recorrido a pie casi todo el wadi. Él y el ingeniero han elaborado un estudio del cauce que señala las zonas en las que habrá que intervenir para que los salmones puedan salvar los obstáculos naturales. Sólo será cuestión de poner unos peldaños o unas rampas de hormigón aquí y allá, en los puntos donde se formarán saltos de agua cuando el wadi vaya crecido. Hemos trabajado bastante tiempo con los ingenieros a fin de añadir estos extras a los planos de construcción.

Fred dice que ahora, por primera vez, cree que podríamos conseguirlo. La topografía del wadi lo satisface. La calidad del agua procedente del acuífero también. Lo mismo el tamaño de la grava. Cree que sus peces —nuestros peces— podrán sobrevivir aquí, aunque sea sólo un tiempo. En cualquier caso, se habrá conseguido algo. El jeque nos ha contagiado a todos su fe. En esta tierra bíblica es difícil no creer en mitos, en magia y en milagros.

Me falta una semana para poder regresar, pero Fred se quedará más tiempo, hasta que los depósitos estén terminados y los ingenieros den por concluido su trabajo, así podrá marcharse tranquilo habiendo comprobado que los depósitos no tienen pérdidas, que los borboteadores funcionan, que las compuertas se abren, etcétera. Luego volverá a Inglaterra para planificar la última fase del proyecto, el transporte de los salmones.

Mi tarea ya casi ha terminado. Todavía me queda gestionar la administración y la contabilidad del proyecto, pero lo más duro —el diseño, los estudios de viabilidad, la planificación y la construcción— casi está listo. Todo lo que tenemos que hacer ahora es rematar esta fase y esperar las lluvias del próximo verano, con las que se llenarán los depósitos de retención. Cuando pase la estación de las lluvias, emprenderemos la tarea crucial de transportar salmones vivos desde Escocia hasta las montañas de Yemen. Para Fred, esa fase es el momento decisivo, la culminación de todo nuestro trabajo. Imagino que estará yendo y viniendo de Yemen durante unos cuantos meses, así que lo veré poco. Lo siento, parece que estoy hablando mucho de Fred. Es un buen amigo.

Ahora debo escribir sobre mí. No te imaginas lo preocupada que estoy; no ha habido noticias tuyas, nada, sólo rumores. Algunos de los rumores que me llegaron, hace unas semanas, han empeorado aún más las cosas. ¿Cómo es posible que pueda pasar tanto tiempo, que se hagan tantas preguntas sobre tu paradero y tus actividades, y que siga sin haber ninguna respuesta? ¿Cómo puede la gente ser tan cruel y tenerme en vilo? Odio escribir esto, pero incluso si la noticia que recibiera de ti fuese la peor posible, la que he temido recibir desde que te marchaste, ¿acaso no sería mejor que este constante no saber nada?

He adelgazado. Tú dirías que eso no es malo, pero me miro al espejo y veo que algo de mí ha desaparecido. Me estoy evaporando de inquietud. Ahora voy a lo que quería escribir cuando me he puesto, aunque sepa que tú no lo vas a leer. Hoy, por primera vez, he sentido un profundo alivio. ¿O debería decir liberación? Sea cual sea la palabra correcta, tengo la extraña certeza de que ya no estás en peligro. Ignoro dónde te encuentras, pero estoy segura de que has llegado a algún sitio en donde nadie puede hacerte daño. Espero que sea así, yo lo creo. Tengo la corazonada de que cuando vuelva a casa recibiré alguna noticia tuya, después de tantas semanas, y meses, de silencio.

Anoche soñé contigo. Soñé que estabas con nosotros, en la villa del jeque, que habías conseguido un permiso y habías averiguado dónde estaba yo, y que habías volado hasta aquí para estar conmigo. Cómo lo habías conseguido no quedaba claro (los sueños nunca tienen sentido), pero era un sueño maravilloso. Y estábamos juntos. Tan juntos como pueden estarlo dos personas, más juntos de lo que alguna vez he estado contigo o con cualquiera. Al despertar no he podido contener las lágrimas. Era un sueño tan bonito, que no quería que terminara. He intentado sentir tu olor en mi cuerpo; me he olido la piel para ver si, como por arte de magia, había sido algo real. Parecía real. Pero estaban quemando incienso en la casa y ese aroma lo invadía todo. Era un sueño, por supuesto, ¿qué, si no?, pero la realidad de ese sueño era tan poderosa que durante un rato el mundo diurno me ha parecido muy irreal.

Sin embargo, ¿y si no hubiera sido un sueño? ¿Cómo podrías haber estado conmigo, Robert?

Un sol brillante despunta sobre las montañas, más arriba de la casa. Huele a especias, a flores y a café cuando inspiro el aire desde la ventana. Qué extraño es que me encuentre aquí y, sin embargo, qué sensación de calma y de naturalidad lo invade todo. La desesperación que hizo presa en mí en estas últimas semanas parece que ha desaparecido, al menos de momento.

Abajo, en el pueblo, el muecín llama a los fieles a rezar.

Voy a dejarlo ahora. Guardaré esta carta. No volveré a leerla hasta que hayas regresado a mí, y luego la leeré una vez y la echaré al fuego.

Te quiero,

Harriet